Asegura San Isidoro (Etimologías, XI, 4), de acuerdo con la tradición, que las abejas se engendran de la corrupción de los becerros, igual que de los caballos los escarabajos, de los mulos las langostas y de los cangrejos los escorpiones.
Es famoso el pasaje de las Geórgicas de Virgilio (libro IV) donde la ninfa Cirene enseña este método de renovar las colmenas a su hijo Aristeo, cuyas abejas habían sido exterminadas en castigo por la muerte de Eurídice (mordida por una serpiente cuando huía de este mismo Aristeo).
Aristeo apresa a Proteo para averiguar el misterio de las abejas. Versalles. |
San Isidoro añade más adelante (XI, 6) otra información, tomada de Solino (De mirabilibus mundi, XXIII): en la isla de Irlanda no se dan ni pueden existir las abejas, hasta el punto de que si se esparce arena o polvo de Irlanda en una colmena de cualquier país, los enjambres lo aburrirán instantáneamente y emigrarán a terreno más propicio. Estos asertos fueron impugnados por Giraldus Cambrensis, William Camden y otros sabios.
Pero en efecto, según la leyenda piadosa, la introducción milagrosa de las abejas en Irlanda fue más o menos contemporánea del santo hispalense.
Como decía en la entrada referida a Santa Gobnat (Los ciervos blancos), no parece que haya que dar crédito a esta leyenda.
Conchobar y sus guerreros (Conchobar nació el mismo día que Cristo), héroes de la épica irlandesa, consumían abundantemente la miel. A los reyes Ailill y Medb, adversarios de Conchobar, se les sirve en el relato Táin bó Fraech un salmón untado de miel, muy bien cocinado por su hija la princesa Findabair.
Era abundante la legislación sobre colmenas y enjambres.
La miel era especialmente apreciada en forma de hidromiel, hasta el punto de que midchuairt, "corte o estancia del hidromiel" era como se llamaba a la sala central de un edificio áulico destinada a los banquetes, especialmente a la del palacio de Temair o Tara, capital sagrada de Irlanda.
Mil, med y bech, las palabras para "miel", "hidromiel" y "abeja" se remontan al indoeuropeo, es decir que son prehistóricas. El nombre de la reina Medb, relacionado con el del hidromiel, personaje fundamental de la antigua épica irlandesa, tiene un exacto paralelo en la India en el de Mâdhavî, como demostró Dumézil.
Pero ocupémonos de la leyenda, cuya veracidad, en el fondo, es lo de menos.
El nombre Modomnoc se identificó en la Edad media con Domingo ("Mo" es un posesivo afectivo: "mi, mi querido"), pero ya en tiempos de César había un jefe galo llamado Dumnacus, algo así como "El de las Profundidades, el del Más Allá".
Según el Santoral de Óengus,
Hi curchán mo Domnóc,
anair tar muir nglédenn,
dobert, brigach núalann,
síl mbúadach mbech n-Érenn.
En un barquichuelo Modomnoc,
desde el Este, pasando el mar de brillantes colores,
importó, -¡alcemos un alto clamor!-
el talentoso linaje de las abejas de Irlanda.
Más adelante Óengus asocia a San Modomnoc con otros dos santos: "Finán Camm introdujo el trigo en Irlanda: trajo lo que le cabía en la abarca. Declán introdujo el centeno: lo que le cabía en la abarca. Modomnoc introdujo las abejas: lo que le cabía en su campana; y las trajo en un barco". Esta breve referencia tiene interés porque recuerda a una leyenda muy presente en el País Vasco acerca de cómo San Martín robó a los paganos el trigo saltando sobre un montón de grano y llevándose oculta en los zapatos una porción de él. Se trata de un mito internacional con ramificaciones en numerosas culturas (¡como que es, en el fondo, el asunto del robo prometeico del fuego!), según estudia José Manuel Pedrosa en el libro Gilgamesh, Prometeo, Ulises y San Martín.
Sobre la leyenda de San Modomnoc la fuente principal es la Vida de San David de Gales, escrita por Rhygyvarch en el siglo XI, pues Modomnoc estaba estudiando en el monasterio de éste en Menevia (a finales del siglo VI).
Era frecuente que los monjes irlandeses acudiesen a perfeccionarse en prestigiosos monasterios de Britania.
Modomnoc hacía el oficio de colmenero en el de San David: la miel, dice su Vida, se utilizaba fundamentalmente en la enfermería. Pero cuando Modomnoc se embarcó de regreso a Irlanda, las abejas del convento decidieron irse con él sin que quedase una sola y lo siguieron a bordo. El monje las condujo de vuelta a sus colmenas. Lo mismo se repitió tres veces hasta que San David les dio permiso para marcharse con su querido colmenero.
Hasta aquí lo que cuenta Rhygyvarch.
San David no debió de echarlas mucho de menos, ya que aborrecía el abuso del alcohol en los monjes: no en vano mereció el apodo de Dewi Ddyfrwr, "David el acuático".
La leyenda añade que los que quedaron descontentos fueron en ese momento los marineros, nada tranquilos con tales compañeros de travesía. Modomnoc convenció al enjambre de que se quedase sin moverse en un rincón de la nave o de que la siguiese volando a poca distancia. ¡A lo mejor fue entonces cuando los encerró en la campana, como dice el Santoral de Óengus!
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