viernes, 25 de enero de 2013

La Medusa de Gales

Hablaba el mes pasado de la leyenda de Santa Henori, abandonada a las olas del mar en un barril con su hijo San Budoc en el vientre, aventura semejante a la de Danae (ver el culebrón de la condesa), Rhoeo -madre de Anios y nieta de Ariadna-- pero también, aunque menos, a la de los futuros héroes confiados de niños en su cesto al azar de las aguas, de los que el más famoso es probablemente Moisés. Hojeando ahora Los mitos griegos de Graves veo que, según una versión de su mito, también Edipo fue abandonado en un cajón arrojado al mar, y que fue la reina Peribea (o Mérope) de Corinto la que encontró y adoptó.
Edipo, como San Cummian Fada (del que hablaba en la entrada anterior), había sido engendrado durante una borrachera, momento de debilidad acechado por los destinos para aportillar la voluntad de los hombres y hacerles despreciar oráculos y quebrantar tabúes.
Lo curioso es que Santa Henori, en la leyenda bretona, tras aportar en Bretaña con su recién nacido, adopta el oficio de lavandera (con todas sus connotaciones mágicas), pero Peribea había bajado a la playa en compañía y a la cabeza de sus lavanderas para hacer la colada de palacio. Igual que Nausicaa, que tuvo la ventura de encontrarse con Ulises, un parto de los mares más crecidito. 
Joachim von Sandrart, Ulises y Nausicaa.
En Grecia, son las lavanderas las que encuentran al náufrago, y en Irlanda es la (futura) lavandera la náufraga rescatada. ¡Oh bienaventurados y patriarcales tiempos de las Nausicaas y Peribeas, reinas y princesas a las que no se les caían los anillos por desollar alguna liebre, empuñar la escoba -no digamos rueca y huso- o rascarse los nudillos con la tabla de lavar (si es que se había inventado ya este utensilio)! 
O, ya que estamos, la lanzadera, como Penélope, mujer de Ulises e hija de otra Peribea, (ninfa ésta), que también había sido abandonada en el mar al nacer por orden de su padre Icario (quería niño y no niña), y salvada por una compasiva bandada de patos a los que debió su nombre, pues "penélope" es eso, una especie de pato.
Este trabajo de lavandera está hondamente asociado al misterio del nacimiento (en la tradición escocesa las lavanderas de la noche son los fantasmas de las mujeres muertas en el parto). Santa Henori, virtual lavandera, es una mujer recién parida (y renacida ella misma de su barril). Nausicaa y Peribea, por el contrario, aún no han llegado a la plenitud de su feminidad para la que les falta la experiencia del parto: Nausicaa porque es doncella (por eso se la compara con Artemisa rodeada de sus ninfas: Artemisa, diosa virgen y abogada en los partos difíciles) y Peribea porque es estéril. 
Edipo rescatado, Antoine-Denis Chauvet.
Sin embargo, Peribea tuvo una hija, Alcínoe, tristemente relacionada también con las labores textiles. De ésta cuenta Partenio que había contratado a una hilandera llamada Nicandra que estuvo trabajando para ella durante un año, al cabo del cual la echó con cajas destempladas y pagándole menos de lo acordado. Nicandra apeló a Atenea, patrona de las de su oficio, y la diosa castigó a la princesa haciéndola abrasarse de pasión por un extranjero, Xanto de Samos, con el que se fugó. En mitad de la travesía volvió en sí de su extravío y desesperada del disparate que había cometido abandonando hogar y familia, se suicidó arrojándose al mar.
No deja esto de recordar a la canción francesa de la astuta muchacha que se embarca alocadamente en el navío del misterioso y atractivo marinero para arrepentirse poco después, cuando ya parece tarde: "mais quand la belle fut embarquée, elle rougit, elle soupire..." 
Estrecha relación, en fin, la de estas tejedoras e hilanderas con el agua; y no tiene nada de raro, porque el tiempo se devana como un hilo, y al hilo de los días corren los ríos de las vidas.
Pero hoy tocaba hablar de otra princesa (como tantas veces): se trata de una de las hijas de Brychan Brycheiniog, Dwynwen, cuyo verdadero nombre era Dwyn a secas, ya que esto de -wen, "blanca", era epíteto que se podía posponer a cualquier nombre femenino, como vimos en el caso de Santa Noyala o Noluena (ver Tres fuentes que encierran sangre) y vino a querer decir, sin más, "santa". 
Dwynwen, según una de las listas que existen, recogida en The Myvyrian Archaiology of Wales, era la vigésima hija de San Brychan.
Es The Myvyrian Archaiology of Wales una colección de textos medievales galeses que se publicó en los primeros años del siglo XIX por iniciativa de Owen Jones, un enamorado de las antigüedades de aquel país. En su ambiciosa empresa de edición se asoció con William Owen Pughe, importante erudito y lexicógrafo, y con Iolo Morgannwg, por su verdadero nombre Edward Williams.
El indudable valor de la colección impulsada por Owen Jones se ve, desgraciadamente, un tanto empañado por las mistificaciones con que la mechó Iolo Morgannwg. Éste, aparte de interesarse en la historia y orígenes de Gales, había creado un sistema filosófico-religioso, muy característico de su época, donde se mezclaban deísmo místico, teosofía romántica y una supuesta tradición esotérica inmemorial que se remontaba a la sabiduría druídica.
Frances Yates ha estudiado la tortuosa y no siempre aparente senda que lleva del espiritualismo teñido de magia del Renacimiento inglés y su búsqueda de la prístina teología druídica, a través del rosicrucismo, hasta la francmasonería y otras formas de espiritualismo de la Ilustración.
Iolo Morgannwg fue un puntal en la creación de la ideología nacional galesa, fundador del gorsedd o asamblea de los bardos e inventor del neodruidismo casi en su totalidad, pero sus ideales religiosos lo llevaron a inventar textos supuestamente antiquísimos en apoyo de sus creencias. Como era hombre de talento, aún hoy resulta a veces difícil separar en sus obras el grano de las granzas.
Aparte de lo publicado en la Myvyrian Archaiology, Iolo recogió (o compuso) varias decenas de antiguos textos que fue editando y cuya publicación póstuma continuó su hijo con el título de Iolo Manuscripts.
Es en uno de ellos donde se encuentra la más antigua relación de la leyenda de Santa Dwynwen, hija de Brychan Brycheiniog o Brychan Yrth. Brychan era un legendario rey galés cuyos dominios se extendían al Norte de la actual Glamorgan, en el Brecknockshire. Su estirpe era irlandesa. Concretamente, procedía de los Uí Liathain, una nación del Este de Mumu (al este del actual Cork) que se instalaron en varios asentamientos en Britania, mezclándose con la aristocracia local. Estos Uí Liathain estaban emparentados con la familia de Crimthann Mór, que fue rey supremo de Irlanda a la muerte de su cuñado Eochaid Mugmedón. Crimthann Mór era hermano de la viuda de Eochaid, Mongfind. Mongfind tenía una no disimulada preferencia por su hijo Brian o Brión y quería a toda costa verlo sentado en el trono. A tal fin, envenenó a su propio hermano Crimthann. El crimen le salió caro porque Crimthann la obligó a beber de la misma copa y murieron ambos. Caro y baldío, porque al final la corona fue a parar a su hijastro Niall el de los Nueve Rehenes, hijo de su odiada Cairenn, esclava concubina de su marido (ver Vida y milagros de San Berach).
La historia de  Dwynwen se refiere muy brevemente en los Iolo Manuscripts (pueden leerse en línea en Internet Archive, con traducción inglesa), tomada, según allí se dice, de Hugh Hughes, otro poeta y anticuario galés del siglo XVIII:
Dwynwen, hija de San Brychan, era  amada por Maelir -o Maelon- Dafodrill y le correspondía, pero una vez él intentó tomarla de modo indecente (o sin casarse, que los dos sentidos dan los diccionarios para la palabra amhriod).
Para explicar esta conducta, versiones posteriores de la leyenda sugieren que a Brychan Maelir le parecía poco yerno para su hija. ¡Difícil empresa para él encontrar yernos y nueras de sangre real para sus casi dos docenas de hijos e hijas! Maelir habría obrado por despecho y en venganza de los desdenes del rey.
Más fácil de creer me parece que no tuviese paciencia para esperar al paso previo por la iglesia que exigiría la prudente Dwynwen, y que fuese la vehemencia del deseo la que lo cegase.
-Pero ¿qué haces, hombre? ¿No puedes esperar unos días? ¡No seas animal!
-¡Animal soy de carne y hueso, y no estatua de piedra! ¿Qué quieres, que me dé un parasismo? ¿No ves que un día de éstos reviento?
-¡Quita, bruto! ¡Así no me da la gana! ¡Que no!
Ataque a una mujer. George Romney.
Maelir no se salió con la suya y se fue doblemente frustrado.
-Anda, hombre, ponte a refrescar, que te van romper a hervir los espíritus vitales.
-De ésta te acuerdas.
El resentido galán buscó su venganza en la maledicencia y se fue infamándola y cubriéndola de vergüenza (gwarthaoedd). Aquello, en las sociedades célticas, era un arma mucho más temible de lo que puede parecer aquí hoy. Gran parte del poder de los bardos reposaba en la fuerza de una sátira certera, capaz de provocar a su víctima la enfermedad y la muerte. En particular, podía causar la aparición de manchas y bultos repulsivos en la cara. 
No es de extrañar, por tanto, que Dwynwen quedase abrumada de aflicción y angustia, sobre todo porque ella no había dejado de querer apasionadamente a Maelir. No sabiendo qué hacer, huyó al bosque (el bosque, ya lo hemos visto varias veces, habitual refugio de las tormentas matrimoniales) y se enfrascó en la oración.
Consumada o no, la violación de la santa no es excepción en la hagiografía de las tierras célticas. De la de Santa Nona nació nada menos que San David de Gales, así como San Cumian el largo de de la unión forzada e incestuosa del rey Fiacha con su hija. Y si Santa Dymphna se libró de la misma suerte fue porque puso tierra y mar por medio entre ella y su padre.
En la soledad del bosque, en medio de sus rezos, se le apareció Dios y le dio una bebida dulce con que la dejó completamente curada de sus amores. Le fue mostrado también cómo a Maelir se le administraba otro brebaje que lo dejó "congelado en hielo" (a'i rhewodd yn iâ").
Como se ve, Dwynwen tiene algo de Medusa cristiana, puesto que, como dice Bachelard en La terre et les rêveries de la volonté, nada más fácil que pasar de la imagen de la petrificación a la de la congelación. Jacob Boehme, citado allí por Bachelard, afirma que tos piedra es agua cuajada. 
También se asemeja esta Dwynwen a la Antinea de Pierre Benoit, que convertía a sus amantes en estatuas de un metal desconocido y más puro que el oro. 
Antinea, con cabellera y mirada de Medusa, en la película de Pabst (1932).
Medusa (como Dwynwen) era una virgen consagrada (a Atenea) y su capacidad de convertir en piedra es castigo de una violación (por Poseidón) profanadora del templo de la diosa. En cuanto a Antinea, es de todas las mujeres holladas y burladas por el arrogante varón civilizador de quien se erige en vengadora.
Freud y Ferenczi coinciden en relacionar la cabeza petrificadora de Medusa con la sorpresa y horror provocados en el niño por la visión de los genitales femeninos, que suscita el miedo a la castración. Según Freud, la multiplicación de símbolos fálicos, como aquí las serpientes, suele traducirse en la simbología inconsciente por su contrario, la castración. También, de manera más obvia, la decapitación. Medusa es la madre (etimológicamente "la que tasa, la que dicta la medida") y la petrificación representa la inconsciente afirmación autoconsoladora del atónito observador: "yo sigo siendo capaz de erección". Mediante la incorporación de la cabeza de Medusa a su escudo, Atenea se adueña de esa dimensión materna (no a pesar, sino precisamente a causa de su condición virginal, Atenea es, como Artemisa, diosa abogada en los partos y encargada de desatar el ceñidor, gesto necesario para que la mujer pueda dar a luz).
Medusa. Bronce romano.
Robert Graves supone que la faz aterradora de Medusa era, ni más ni menos, la máscara que se utilizaba en los rituales mistéricos femeninos, simbolizando por tanto los aterradores secretos de la mujer (que vienen siendo los de la Esfinge).
Mitólogos de tendencia jungiana, como Kerenyi, han insistido en la semejanza, tal vez antigua identidad, de Medusa y Deméter, diosa madre por excelencia. También con Artemisa, otra diosa que ayuda en los partos.
Erich Neumann ve en ella el arquetipo de la madre terrible, que da la muerte (nadie puede ver a la muerte sin quedarse de piedra, es decir, sin morir) en vez de la vida, como hace su reflejo la madre buena; y Gimbutas sostiene que, más allá del aspecto monstruoso que acabó adquiriendo, Medusa era ante todo la señora de la regeneración (que ¡ay! exige la muerte primero), de donde las serpientes, símbolo de resurrección. 
Dwynwen, efectivamente, petrifica o hiela a Maelir, pero es para devolverlo a una vida superior.
Medusa es un ser oceánico: es hija de los dioses marinos Forcis y Ceto ("Gran Pez", de donde cetáceo) y su destino lo dicta su unión con Poseidón, de la que nace Pegaso.  También Dwynwen se relaciona directamente con el mar. De acuerdo con una de sus leyendas, cruzó el mar caminando sobre las aguas cuando la perseguía Maelgwn Gwynedd, un rey al que San Gildas, en su De excidio Britanniae, dio muy mala fama de tirano y sodomita. 
Santa Duina o Tuina es venerada en Bretaña, donde se dice que vivía en una cueva a la orilla del mar en Plouha, en el Goëlo, y se la llama Santez Twina ar Mor, Santa Tuina del Mar.
Santa Dwyn tiene en su santuario en Anglesey una fuente milagrosa, como es frecuente; pero lo particular es que en ella habitaban unas anguilas que servían de oráculo y consultorio amoroso. Dafydd Trefor, poeta galés de principios del XVI, se refirió a este hecho en uno de sus poemas. Una anciana pitonisa sumergía un pañuelo en el agua y le daba vueltas; las anguilas acudían y según sus movimientos podía saberse si el consultante se casaría, cómo sería su novio, si su pareja le era fiel y cuestiones por el estilo.
La anguila es un pez que participa de los elementos del agua y la tierra por su aspecto serpentino y por decirse de él que se nutría de barro. Por su relación con la serpiente, sin duda, se le han conferido a menudo connotaciones sexuales.
Es el caso que, gracias al brebaje tomado en sueños, Santa Dwyn se vio libre de sus amores.
-Ya ves, Dwynwen, dilecta mía -dijo Dios-: tus plegarias han sido oídas.
-Ya... Te has pasado un poco, ¿no?
-¿Por qué?
-¡Estatua de hielo...!
-¿En qué quedamos? ¿Es que vas a dar la razón a lo de que las mujeres, cuando dicen que no, quieren decir "ya tardas"?
-Eso no.
-Mira: para que te consueles, te voy a conceder tres deseos. Piénsatelos bien.
-No hace falta: ya están. El primero, que devuelvas a Maelir Daffodril la vida y el movimiento. El segundo, que todos los enamorados de corazón sincero que acudan a Ti con sus plegarias obtengan una de estas dos cosas: o la feliz culminación de sus amores o (a unas malas) el olvido.
-No es mucho pedir. ¿Y la tercera?
-No tener que depender de un hombre ni aguantarlo. ¡Hay que ver cómo se vuelven!
-Bueno: hazte ermitaña o monja.
-Pues eso pensaba.
Dwynwen se estableció en la isla de Anglesey y allí con el tiempo surgió un importante culto y peregrinación donde solían acudir los fieles pidiendo fortuna en sus amores, Llanddwyn, o sea Iglesia de Santa Dwyn. El poeta Dafydd Llwyd, también en el siglo XV, decía con ironía que Santa Dwyn había sido una santa muy casta, pero que gracias a ella se habían llegado a cometer muchos pecados contra el sexto mandamiento.
De los que la han celebrado en sus versos es el más famoso Dafydd ap Gwilym, sin duda uno de los grandes poetas europeos de su tiempo (Dafydd ap Gwilym escribió en el siglo XIV). Enfermo de amores de su amada Morfudd, se dirige a Dwynwen pidiéndole su mediación y su intervención para impedir al burlado marido que la retenga o encierre. Así podrán disfrutar de los largos días de mayo a la sombra de los árboles frondosos. Al final del poema y hablando de los méritos de la santa, parece referirse a su martirio y en efecto era tradición que lo había padecido junto al emplazamiento de su fuente.
Luzel, el folclorista bretón, recoge en Légendes chrétiennes de la Basse-Bretagne una leyenda completamente diferente de Santa Touina.
Aquí Santa Touina es hija de un viudo rico casado en segundas nupcias con otra viuda, madre a su vez de otra hija. La hermanastra de Touina se convierte en la favorita del matrimonio y la pobre Touina en la cenicienta, hasta que un día se harta y huye al bosque donde se une a una gavilla de bandoleros (situación semejante a la de la monja fugitiva que veíamos en la entrada Un cilicio con seis patas).
Este episodio tiene cierto tufillo iniciático: el bosque es el territorio situado fuera del mundo y los bandoleros parecen esos seres asociales, marginales, que son las bandas guerreras, como los fianna de Irlanda, o que son los jóvenes en su periodo de iniciación, que no se sabe si son bestias o humanos.
La verdad es que Touina vivió como una reina durante una temporada, puesto el mundo por montera y hecha mascota de los forajidos, como si fuese Caroline Chérie entre los chuanes, en la película de Martine Carol sacada de la novela de Cécil Saint-Laurent.
Tuvo un hijo del caudillo de los bandidos y arrepentida escapó, lo dejó en casa y emprendió camino a Roma, donde consiguió el perdón del Papa, que la puso bajo la dirección espiritual de un anciano y santo ermitaño.
El ermitaño le consiguió una colocación como sirvienta en casa de una viuda rica, donde su trabajo consistía fundamentalmente en hilar. Mucho tuvo que padecer por culpa de las demás criadas, frívolas y descocadas; pero a menudo venían los ángeles y la llevaban en volandas a la iglesia, donde gozaba muchos favores de la Virgen. 
Al final el señorito de la casa se enamoró locamente de ella y como no se atrevía a confesar a su madre que quería casarse con una criada, enfermó y estuvo a punto de morir. La viuda, con intuición materna, adivinó al fin lo que ocurría y consintió en el matrimonio, si esa era la voluntad de Touina.
Touina dio el sí, el heredero la hizo su mujer y tuvieron un hijo. Éste una vez, en la fiesta de su cumpleaños, cayó de cabeza en un cacharro de leche hirviendo y se ahogó y escaldó. La madre al verlo se resignó a la voluntad divina y escondió el cadavercito en un armario para no aguar la fiesta a los invitados. Llamó entonces a la puerta un viejo mendigo de los que solían acudir a las casas ricas al olor de los festejos. 
Fiesta bretona popular. Las bodas de Constantin Guerveur, Victor-Marie Roussin.
Touina lo acogió con generosidad y respeto y le sirvió de comer en su cuarto y no en la cocina con los demás vagabundos y pedigüeños.
-Esa comida no vale para nada. 
-Diga lo que se sirve comer, hombre de Dios, y habiéndolo, se le pondrá.
-¿Prometido?
-Claro.
-Yo quiero comer de lo que guardas en el armario.
-En el armario no hay nada.
-Yo digo que sí: y mira a ver lo que tienes.
Abrieron el armario y Touina, loca de contento, encontró al niño resucitado, jugando y echando risas.
-Bueno, a ver, viejo honrado: ¿qué queremos comer?
-¿No te lo he dicho? De lo que había en el armario. Y como lo has prometido, coge un cuchillo y córtame un cuarto de niño, que me lo pongan en pepitoria.
-Pero ¿qué barbaridad es ésa?
-Ya veo que no tienes palabra.
-¿Que no? ¡No se dirá que soy una embustera! ¿Qué prefiere usted, pierna o paletilla?
-Yo mismo me corto el trozo que me guste. ¡Trae acá ese cuchillo a ver!
-Tenga: pero no quiero presenciar esta carnicería.
-¡Tonta! ¿No ves que soy el ermitaño de Roma? Me ha mandado Dios a probarte, si eres obediente y sumisa a Su voluntad. Ya se ve que sí. Menos mal, porque de lo contrario íbamos al Infierno de cabeza los dos. Y yo ahora, que he vivido mucho, me voy para el Cielo, a escape, no se lo vayan a pensar mejor arriba y me dejen otra temporada en este valle de lágrimas. Allí te espero, porque ya puedo decirte que eres santa. ¡Adiós!
El ermitaño entregó el alma al Señor y la fiesta continuó y se cerró con las exequias del santo anacoreta.  
La festividad de Santa Dwynwen, patrona de los enamorados, se celebra el veinticinco de Enero.


miércoles, 16 de enero de 2013

Un cilicio con seis patas

Foráith már ngur ngalar,
Carais már trom tredan
In grian bán ban Muman,
Íte Chluana credal.

Mucho ayudó en dolorosas dolencias,
Mucho gustó de  severa abstinencia,
El blanco sol de las mujeres de Mumu,
Ida de Cluain, la piadosa. 

El Santoral de Óengus dedica así a Santa Ida, exclusivamente, la estrofa correspondiente al 15 de Enero. Nada tiene de extrañar: Santa Ida es, probablemente, la santa irlandesa más popular y venerada después de Santa Brígida, de la que, por lo demás, era pariente lejana. Su fama se extendió más allá de su isla natal.
Santa Ida, vidriera moderna. Foto: Andreas F. Borchert.
http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons
/2/2f/Ballylooby_Church_of_Our_Lady_and_St._Kieran
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Alcuino de York, hombre en quien los irlandeses no despertaban muchas simpatías, la menciona en un poema junto a Santa Brígida:
"Brigida femina santa, simul Christo Ita fidelis"
"La santa mujer Brígida, a la vez Ida fiel a Cristo", saludando la fama de ambas santas por toda la cristiandad.
Íta pertenecía a los Déisi de Mumu; era de noble estirpe. Algunas fuentes la hacen hija del rey Cend Faeladh, de los Uí Briúin (pueblo de Connacht). Estos Uí Briúin descendían de Brión o Brian, uno de los hermanastros de Niall Noígiallach hijos de Eochaid Muigmedón y de su mujer legítima Mongfind. Brión era el preferido de su madre.
Otras fuentes aseguran que Ida era nieta por parte de madre de Dallbrónach, lo que la convierte en prima de Santa Brígida. Se dice además que Fíona, la mujer irlandesa del rey Oswiu de Northumbria y madre del gran Aldfrith (llamado en irlandés Flann Fíona mac Ossa), que reinó desde el 685 hasta el 704 ó 5, era hermana de Santa Ida.
También estaba entre sus parientes cercanos San Mochoemhóg, su sobrino, hijo de su hermana Nessa (ver El hijo más deseado).
Todo esto nos sitúa en un tiempo mítico: Santa Brígida habría vivido en la segunda mitad del siglo V, mucho antes que Flann Fíona.
Las vidas más antiguas de Santa Ida que se conservan no parecen remontarse más allá del siglo XII. De la que recoge Plummer en Vitae sanctorum Hiberniae tomaré la mayor parte de las noticias de esta entrada. 
En esa vida se afirma que los milagros conocidos de la santa son muchos menos que los realmente acaecidos, debido a que por modestia los mantenía secretos y sólo se supieron los sucedidos públicamente o propalados contra su voluntad.
Al igual que ocurrió a otros santos, cuando era niña y jovencita se vio en varias ocasiones su alcoba resplandecer como devorada por un incendio; al surgir de esa claridad, Ida aparecía adornada de tan estupenda hermosura que la gente tenía que apartar de ella la mirada incapaz de soportar tanta belleza. Luego, iba desapareciendo ese efecto y quedando Ida con su aspecto natural, que ya era bastante bonito de por sí. 
Así, le salieron excelentes partidos, conque su padre pensaba casarla magníficamente; pero entre su madre y ella pudieron persuadirlo de que le permitiese seguir su vocación monástica y la muchacha partió a tierras de los Uí Conaill Gabhra, en la orilla sur del estuario del Shannon, donde floreciera tiempo atrás San Senan.
En sueños se le apareció un ángel y le entregó tres piedras preciosas, explicándole que eran las tres Personas de la Trinidad, que siempre la acompañarían en adelante. Eeste mismo ángel la auxilió en un combate que mantuvo con el Demonio, furioso de que hubiese venido al mundo tan gran santa.
Santa Ida tenía trato habitual y familiar con su ángel. 
Aparición angélica. Miniatura mozárabe. Siglo X.
Fue él, por ejemplo, quien vino del Cielo a reprenderla por lo excesivo de sus ayunos.
-¿Qué manía es ésta de no comer?
-No es manía: es penitencia.
-¿Ah, sí? Pues hay orden de Arriba que se te traiga la comida a diario, y como no te la comas a ver qué va a pasar.
Desde aquel día, Ida sólo probó de aquel menú celestial.
Como fueron bastantes los milagros que empezó a hacer, sanando enfermos y resucitando muertos, su fama creció y se le unieron bastantes mujeres deseosas de hacer vida monacal. Pero por culpa del Demonio, que siempre está al acecho, más de una cayó en la tentación. 
Ida tenía  para detectar estos deslices una clarividencia especial que la hacía temida de las monjas.
-¿Qué haces tú todo el día metida en el establo?
-Pues echar un vistazo a las vacas y ordeñar, como se me ha mandado.
-¿Y para eso tienes que estar panza arriba en la paja con los hábitos por la barbilla? No me vengas con cuentos. ¡Si el otro día casi tiras el cubo de la leche con el pie, sin darte cuenta! ¿Quieres que te diga a quién tenías encima?
Otra de sus monjas viajaba con frecuencia a Connacht y pasaba allí temporadas largas. Ida se enteró de que allí vivía en pecado y mandó recado a San Brendan (el famoso navegante) de que se la enviase.
-Eso de que me acusas -se defendía la monja- son chismes que te habrán venido contando personas que me quieren mal.
-No son chismes. A ver si es que no tienes tú un asuntillo en Connacht...
-¡¿Yo?!
-¡No me hagas hablar! ¿O de quién es esa niña, que te pasas la vida con ella? ¿Me vas a decir que no es tu hija?
-Pues es verdad -admitió la monja, confundida-. Pero ¡si no lo sabe ni su padre!
-Pues lo sé yo. Y si te mueres sin arreglar eso ya sabes adónde vas de patas.
Infierno. Manuscrito del siglo XII. Arriba a la izquierda,
 las lujuriosas castigadas con las serpientes comiéndoles
los pechos, en la tradición de la Mater Tellus.
Aquel don de Santa Ida le valió que acudiesen a ella para resolver casos de robos y otros misterios. Una vez fue a visitarla con ese fin una comunidad de monjas.
-Antes de nada -dijo Ida-, daos un baño, que vendréis cansadas. Y dadme un beso.
La principal sospechosa del robo no se atrevía a besar a la santa. Todas las hermanas la miraban mal, aunque con disimulo porque no estaban totalmente seguras de su culpabilidad, y la infeliz estaba volada. 
-Tú ¿por qué no me das un beso? ¿Es que tienes la conciencia sucia?
-Sabe Dios que no.
-Y yo también lo sé. Por eso te digo que me des un beso.
-Pues ¿quién es la ladrona?
-La ladrona yo sé quién es, y por más señas lleva lo robado entre la piel y la camisa. Y no digo quién es porque ella misma se va a castigar yéndose del convento y llevando una vida que no se la daría ni a mi peor enemiga.
En efecto, la culpable huyó al bosque (es de creer que antes de tenerse que desnudar para el baño) y se unió a una partida de guerreros errantes que la tenían de barragana común (apud silvaticos in fornicatione constuprata permansit).
Yo no sé si estos selváticos serían una gavilla de bandoleros o una tropa de fianna, como los del célebre Fionn, Oisín y los suyos. Pero imagino que su suerte no le parecería a la monja gatuna tan lamentable como a su superiora y al redactor de la vita.
Las monjas vieron venir un día hacia su convento una procesión de frailes.
-Venimos a ver si puedes aclarar un robo sacrílego. ¡Han desaparecido las hostias consagradas de nuestra iglesia!
-No es difícil. El responsable es ese fraile anciano que viene con vosotros. Cierto día sentí un ansia vehemente de comulgar de manos de un hombre santo. Dios me transportó milagrosamente a vuestro lejano monasterio y allí cumplió mi deseo. La modestia suya y la mía le cerraron la boca a vuestro santo hermano. Ahora quisiera que dijese misa para nosotras.
-Uno de nuestros hermanos se ha quedado ciego por el camino.
-Yo le devuelvo la vista; no hay cuidado.
Al despedirse los frailes, las monjas obsequiaron al sacerdote viejo con los ornamentos que le habían dado para oficiar.
-No puedo aceptar: el abad Óengus nos lo tiene prohibido.
-Decidle al abad Óengus que haga una excepción por mí, que soy la monjita que le secó los pies una vez que fue de visita hace mucho a ver a Santa Cinrecha. Veréis como no pone pega.
Pero santa Ida tampoco era amiga de dádivas. Una vez le daban una cantidad de oro en donación y lo arrojó al suelo, apartándolo asqueada con el pie. Luego pidió con qué lavarse y estuvo un rato largo restregándose las manos.
Uno le preguntó una vez:
-¿A quién conviene más obsequiar con nuestras riquezas, a los ricos o a los pobres?
-A los dos: a unos por los beneficios temporales que les puedes sacar y a otros por los beneficios espirituales.
-¿Y si no hay para las dos cosas?
-Pues calcula: tú verás lo que te trae más cuenta.
Un hombre le pidió audiencia un día.
-¿Qué quieres tú de mí? -le preguntó.
-Mira: yo tengo yeguas y quería que pariesen muchos potros.
-Bueno.
-Pero los quería blancos con la cabeza roja.
Esos dos colores, el blanco en el cuerpo y el rojo en la cabeza o en las orejas, son característicos de los ganados mágicos, de la raza del síd o de los Tuatha Dé Danann, los antiguos dioses de Irlanda.
-Muy difícil es eso para mí, eso te lo tendría que conceder Dios.
-Sí, pero verás: yo soy un hombre rico y no me va a hacer mucho caso; y si se lo pides tú como cosa tuya hay más posibilidades.
-Tienes fe en Dios y no en la riqueza, y por eso te vas a ganar los potros.
Y así se cumplió, como había dicho la santa.
En otra ocasión, Ida reunió a todas las hermanas:
-Pasa una cosa muy seria: para deshonra de nuestra familia, hay un lobo a punto de llevarse a una de nuestras ovejas.
El lobo se lleva una oveja. Marfil del siglo XIV.
-¿Quién será? ¡No sabemos por quién lo dices!
-La que es lo sabe.
-Pues yo no he hecho nada.
-Yo no he sido.
-Yo no.
-Tú tienes mucha cara, y hoy mismo has cometido pecado contra la pureza.
-Tú ves visiones.
-Claro: por eso sé lo que me digo. Y haz penitencia antes de que sea tarde.
-Yo no hago penitencia porque no tengo de qué. Y además, para que os enteréis, en mí no mando más que yo y no tengo que dar cuentas a nadie de nada.  
-Ya te llegará la hora de rendir cuentas.
-Pues las rendiré al que tenga que dárselas y a nadie más. ¡Esta tía que siempre está metiendo las narices en donde no la llaman!... Ahí os quedáis.
Pasaron años y Santa Ida, dirigiéndose otro día a las hermanas, dijo:
-¿Os acordáis de Fulanita, que porque no quería que mandase nadie en ella se fue del convento? Pues me he enterado de que la pobre está en Connacht...
-¿La pobre?
-La pobre, sí. Resulta que está de esclava con un druida, que no sé si se la vendieron o la ganó a las tabas, y tiene que hacer todo lo que le manda el demonio del druida o si no la muele a palos y con todo el derecho, que para eso es de él. Y para colmo de desgracias le toca ocuparse de una hija pequeña, que se duda si es del druida o del que se la traspasó.
-Ella se lo buscó.
-No hay que ser así. Ella querría arrepentirse pero tiene que pecar a la fuerza cada vez que al druida se le antoja, que es seguido, seguido; porque aunque druida, no es de piedra. 
-¡Jesús, Jesús!
-Sí. Hay que rescatarla y traérselas para acá a las dos.
-Pues vaya gracia. A ver si vamos a ser igual las que nos portamos como Dios manda que las perdidas. ¡Para eso nos ponemos todas a pasárnoslo bien y luego cuando vengan mal dadas, a pedir árnica! Qué bonito.
-Acuérdate del hijo pródigo, mujer.
Santa Ida mandó a su amigo y antiguo discípulo San Brendan a que liberase (ignoro si con oro o amenazas) a la pecadora y la devolviese al convento, donde madre e hija vivieron edificantemente desde entonces.
Santa Ida tuvo escuela donde educó a varios niños que luego fueron santos. Uno de ellos fue Cummian Fada, o sea Cummian el Largo. Aquel pobre niño era hijo de su madre y de su abuelo, según se lee en el Liber Hymnorum, colección de himnos irlandeses. Concepciones incestuosas así no son raras en la mitología y folclore universales. En Irlanda, está la historia de la concepción de Cú Chulainn. Ya he contado una vez la pasión delirante del padre de Santa Dymphna (ver Piel de Asno irlandesa en Bélgica). El rey Fiacha, una noche de borrachera, había tomado por fuerza a su hija, y cuando la pobre le contó el origen de su preñez, se horrorizó como aquel que no recordaba nada de lo sucedido. Tal debía de ser la cogorza que llevaba. Y para arreglar el desaguisado, no se le ocurrió mejor arbitrio que matar a la criatura, que era Cummian. Pero en vez de ello, la llevaron discretamente a Santa Ida y sólo su madre estaba en el secreto y lo iba a visitar con frecuencia.
Una vez el niño pidió de beber y la princesa le sirvió agua en la taza de Santa Ida. Las monjas pusieron el grito en el Cielo y por poco le dan un cachete al niño. Entonces saltó su madre:
-¡Las manos quietas! ¡Este niño tiene más derecho que la propia Ida, porque es hijo y hermano de la princesa y es hijo del rey y nieto del rey!
Así se descubrió el pastel. 
Pero el favorito de Ida fue siempre San Brendan. Éste le preguntó una vez:
-¿Qué tres cosas agradan más a Dios y qué tres le molestan más?
-Que le gusten, fe con corazón puro, vida sencilla y devota, generosidad y amor al prójimo. Que le molesten, hablar mal de los demás, tener cariño a los malos y fiarse de las riquezas materiales.
San Laseriano y san Luchtigerno, un día que iban de visita a ver a Santa Ida, avisaron a un joven discípulo.
-¿Qué? ¿Te vienes?
 -No sé qué se os ha perdido en casa de esa pobre vieja. ¡Vosotros, que sois dos sabios eminentes!
-No seas tonto y vente. Esa mujer puede mucho y no te conviene estar a mal con ella.
Desde lejos, las monjas conocieron a San Luchtigerno, que era visita habitual del convento.
-Preparad el baño para tres, que además de San Luchtigerno viene también San Laseriano mac Colmáin, que es igual de santo, y sería una vergüenza no atenderle como se merece; además se han traído a un discípulo joven, aunque un poco impertinente.
Santa Ida salió a saludar a los dos santos y se encaró con el joven:
-¿Y a ti qué se te ha perdido en casa de una pobre vieja cascada y chocha?
-¡Vive Dios que esta mujer es vidente! -se dijo el mozo, asustado.
 Y por lo que pudiera suceder hizo severa penitencia con que la cosa quedó ahí.
-Y estos dos que han venido a vernos -preguntó una vez a la monja portera- ¿quiénes son?
-¡Anda! ¿Y tú que lo sabes todo, no los has conocido? ¡Si son los hermanos Menganito, que vienen muchas veces a traer limosna!
-¡Ay Dios! ¡No hay quien los conozca! Y estos dos que tanto se quieren van a acabar matándose...
En efecto, poco tiempo después le fueron a Ida con la noticia:
-Tenías razón. Aquellos dos hermanos empezaron a discutir por cualquier nadería, se enzarzaron y uno mató a otro. Pero por suerte ya lo han cazado y lo tienen en capilla.
Una lucha fratricida. Caín y Abel, marfil del siglo XI.
-¿Por suerte? Nadie ha pensado en la pobre madre. Primero un hijo le mata a otro y ahora el rey le ajusticia al que quedaba. ¡Una justicia muy meditada!
-Por la madre lo siento -le dijo el rey a Ida-. Pero comprenderás que no puede consentirse que se atropelle la ley. Eso tenía que haberlo pensado él antes de cargarse al hermano. Si no, ¿qué iba a ser esto, a ver? Pero en fin, si tú crees  que va a portarse bien en adelante, por ser un favor para ti lo perdono.
-No, señor, va a vivir malamente: fatal. Pero si lo ahorcas ahora se condena seguro. En cambio, si le das una oportunidad a lo mejor se arregla.
-Probaremos.
El rey lo soltó porque le debía muchos favores a Ida. Sus rezos eran de gran ayuda en las guerras que mantenían los Uí Chonaill Gabhra con sus vecinos. El asesino vivió largos años como un canalla redomado. Pero al cabo de muchos años, después de una sangrienta batalla, Ida dijo al capitán de los guerreros:
-Menganito el fratricida está en el campo de batalla, entre los muertos. Está malherido, pero vivo. Traedlo y lo sacaremos adelante.
-No sé si merece la pena. Es una mala persona y mejor estaría con todos los demonios.
-No digas disparates. Buscadlo y me lo traéis.
Aquel pecador criminal se salvó así por aquella vez. Como nacido de nuevo, se arrepintió del mal que había hecho y con el final de su vida compensó todas sus fechorías pasadas.
A otro criminal le prometió, si se arrepentía, que no moriría de muerte violenta; pero lo mataron en la guerra. Ida lo resucitó para que tuviera tiempo de hacer penitencia y así se cree que se salvó.
Lo mismo que otro, que antes de morir se había quedado mudo sin que le diese tiempo a confesarse. Sus padres imploraban a Santa Ida un día más de vida para él, para que arreglase sus cuentas con Dios.
-No un día: siete años, siete meses y siete días le doy. Pero ya los puede emplear en eso que decís, porque si no al cabo de ese tiempo se verá ardiendo con Satanás y los suyos.
También pasó lo contrario en otra ocasión: Santa Ida tenía una amiga llamada Santa Richena, que un día fue a visitarla en compañía de un sobrino suyo, joven aventajado que había estudiado en Iona y había llegado rápidamente a obispo.
-El motivo de nuestra visita es que tenemos una monjita muy enferma y está pasando las de Caín: que a ver si podías hacer algo por ella.
-Poder, puedo, sí; pero ¿qué queréis? Si se muere ahora va al Cielo derecha con todo lo que purifica y acendra el sufrimiento; si se cura, es fácil que vaya al Infierno andando el tiempo y ahí sí que lo va a pasar mal.
-Visto así, mejor que se muera.
-Pues eso está hecho. Y a ti te digo que menos mal que has venido acompañada por el señor obispo, porque aunque no lo sepas te anda acechando el Demonio y si hubieras venido sola te hubiera salido al camino. Los demonios se ceban en las mujeres que van de viaje solas y es cosa peligrosísima. 
Ida no sólo sabía de los secretos de tejas abajo, sino también de los ultraterrenos. Una vez llamó a sus primos que habían quedado huérfanos.
-Vuestro padre, siento decirlo, está ardiendo en el Infierno por rico avaricioso. Si queréis sacarlo no tenéis más reemedio que dar limosna durante un año para pan y mantequilla para los pobres y para cera y aceite para la iglesia.
-Bueno, qué se le va a hacer.
Así pasó el año.
-¿Está ya fuera nuestro padre?
-Sí; está ya en el Cielo; pero está desnudo, con lo que pasa una vergüenza muy grande. Y eso es por culpa de que nunca dio ropa para los pobres. Vosotros haced por él lo que él no hizo si lo queréis librar de ese bochorno.
Era Santa Ida tan modesta que se encerraba en el mayor secreto para hacer sus devociones, por miedo de que se viesen sus penitencias tremendas y los favores estupendos que Dios le concedía. Sus monjas, vencidas de la curiosidad, a veces la espiaban. Una de ellas vio en la celda de la superiora tres soles brillantísimos cuyo fulgor la arrojó de espaldas al suelo y casi la deja ciega para siempre.
Otras -se lee en una de las notas del Santoral de Óengus- descubrieron horrorizadas que la santa ocultaba debajo de la camisa un escarabajo gigantesco, del tamaño de un perro pequeño, el cual vivía agarrado a sus carnes y se sustentaba de írselas royendo, con terribles dolores y padecimientos para ella. 
Cuando después de sus oraciones la santa cayó al suelo exhausta de ese martirio, el escarabajo se bajó de sus espaldas y se fue tranquilamente a dormir su hartazga en un rincón, con el paso soñoliento de un tragaldabas gordinflón bien atiborrado. 
Seguramente sería de la misma especie que el parásito vampiro del cuento El almohadón de plumas, de Horacio Quiroga.
Las monjas, muertas de miedo y de asco, aprovecharon el momento para emprenderla a trancazos con el bicho repugnante.
-¡Toma, toma y toma!
-¡Para que aprendas a comerte a las vírgenes del Señor!
-¡Garrapata de Satanás! 
Entre todas, lo dejaron hecho papilla.
Cuando Santa Ida despertó, vio los restos espachurrados del parásito y empezó a mesarse los cabellos.
-¡Ay mi escarabajito faldero, compañero de mis plegarias, instrumento de mis penitencias! 
Ilustración de Harry Furniss para Sylvie and Bruno de Lewis Carroll (1889).
¡Ay gusanillo de mi conciencia, caricia de mis costillas, recordatorio de mis pecados, roedor de mi soberbia! ¿Quién  ha sido el inconsciente que me ha robado tus favores y beneficios? ¡Ésta sí que es una cruz que me manda el Señor!
Las monjas, con toda su buena intención, no salían de su asombro. Ida sólo se consolaba pensando que aquella pérdida había sido voluntad de Dios.
Esa actitud recuerda el cariño y familiaridad con que San Yvo Helory trataba a sus innumerables piojos (ver El justiciero). 
Aquella vez, Santa Ida tuvo la osadía de pedirle cuentas a Dios.
-Señor, ya que has tenido a bien privarme de mi mayor tesoro, tendrás que compensarme con algún don...
-Ya que te pones así, te voy a dar a cambio de ese sapillo a mi propio hijo. ¡Me parece que sales ganando!
Desde entonces, cada noche los ángeles le bajaban a Ida al niño Jesús del Cielo para que lo tuviese. De manera que si Santa Brígida fue la comadrona de la Virgen, Santa Ida fue la niñera de Jesús. Y en su honor compuso una poesía que aún se conserva y que está recogida en las notas del Santoral de Óengus. Es uno de los más célebres poemas de la literatura irlandesa medieval y es como una nana a lo divino en que se cree escuchar un eco de las de verdad, con que las madres dormirían a sus niños en aquellos tiempos tan remotos.
Cuando Santa Ida ya era muy anciana, mandó a sus monjas que prepararan gran cantidad de agua bendita.
-Tenéis que tenerla preparada para cuando lleguen por ella, que van a venir a pedirla de Clonmacnoise. La quieren para San Óengus, que se les ha puesto muy malito y creen que con ella se curará, Dios mediante. No quisiera que se fueran de vacío, aunque para mí que de poco les va a servir, pero por nosotras que no quede. Yo no voy a tener tiempo de dársela y él de tomársela tampoco...
En efecto, cuando aparecieron los enviados de Clonmacnoise, Santa Ida acababa de pasar a mejor vida. En cuanto a San Óengus, murió en su monasterio poco antes de que llegasen los monjes con el agua curativa.
La festividad de Santa Ida se celebra el día 15 de enero. 



sábado, 12 de enero de 2013

Divagaciones lusas

Ya hace bastantes días, en la última entrada del blog este, aparecía en la persona de Santa Azenor o Henori, princesa bretona, la arquetípica figura de la Diosa con la Serpiente: una de las manifestaciones, según Marija Gimbutas, de la diosa principal de la Eurasia neolítica anterior a la invasión de los indoeuropeos.
La diosa de las serpientes. Estatuilla minoica.
La serpiente, animal telúrico y casi tierra animada, representa (al remozarse periódicamente mudando la piel) la fuerza regenerativa y renovadora de la Tierra, que al igual que abriga y cocina a la simiente para devolverla en forma de planta lozana, cobija al muerto a la espera de la resurrección.
De manera que esta secuencia asociativa de imágenes nos conduce paso a paso a la de la mujer que surge triunfante del vientre de la serpiente, Santa Margarita (la suave y brillante perla encerrada en su ruda cáscara) o Santa Marina (ver El insoslayable Olibrio) y a las santas matadragones, de las que acaso la más famosa sea Santa Marta, vencedora de la Tarasca.
Ahora leo por casualidad un par de milagros relacionados con este conjunto de símbolos y que tenen lugar en tierras portuguesas. Los encuentro en el libro de Aquilino Ribeiro Geografia sentimental, libro ameno y lleno de noticias interesantes y curiosas sobre las ásperas comarcas de la Beira.
Bernardo de Brito, al que se refiere Ribeiro, narra pues en el segundo tomo, libro séptimo, de su Monarchia Lusitana las correrías devastadoras del moro Almanzor y cómo arrasó, según iba de paso desde Lamego a Trancoso, el monasterio femenino de Sismiro, junto a Aguiar da Beira. 
Allí los cristianos resistieron a los invasores e incluso, cayendo de noche por sorpresa sobre su retaguardia, estuvieron a punto de infligirles una derrota memorable. Pero la pericia militar de Almanzor no lo permitió y las monjas supervivientes del convento fueron arrastradas a Córdoba en cautividad como botín de guerra. 
Jean-Léon Gérôme, Mercado de esclavas.
Si bien Aquilino Ribeiro puntualiza que no todas, sino sólo las jóvenes y bonitas, habiendo podido las demás embreñarse en la sierra con su más preciado tesoro: la imagen de la Virgen.
Esta pequeña escultura la escondieron en una cueva o lapa formada de cuatro lajas por la naturaleza, cerca del pueblo de Sernancelhe y allí permaneció durante siglos hasta que dio con ella una pastorcilla llamada Joana, que andaba por aquellas soledades con sus ovejas.
Claro que la imagen escondida en la cueva esperando su providencial hallazgo es otra representación simbólica más, como la perla en la concha, de la chispa inmortal sepultada en las profundidades de la tierra. Y, por supuesto, de la vida latente en la gruta y horno alquímico que es el vientre femenino.
La pastorcita, como por casualidad (y dicho sea de paso), era muda. En el artículo de Freud sobre el motivo de las tres arquetas, a que me refería en esa última entrada, se recalca que la mudez es, en el código del inconsciente y de los sueños, sinónimo de la muerte, como por otro lado indica nuestra fraseología. En su inocencia, Juana se apropia de la imagen para tenerla de muñeca y la esconde en la cesta donde solía llevar la merienda.
A diario la sacaba, la adornaba con flores del campo y jugaba con ella, teniéndola en la mayor veneración.
Los vecinos empezaron a extrañarse de lo mucho que prosperaban y medraban los ganados de aquella pastora a pesar del poco caso que les hacía, constantemente jugando con su muñeca, y de que siempre los apacentaba en el mismo lugar, que era junto a la cueva en cuestión. Y como en los pueblos hay tantas envidias, iban cogiéndole ojeriza y su madre se ponía nerviosa de no entender qué estaba pasando allí.
La Historia se repite, y más en estas cosas de la hagiografía. La imagen de la Virgen tenida como muñeca no puede dejar de recordar a la emperatriz bizantina Teodora, mujer de Teófilo y venerada como santa en la Iglesia griega.
Durante los primeros tiempos de su reinado, el emperador Teófilo gobernó junto con su madrastra Eufrosine, y cuando ésta pensó que era hora de casar a su hijastro, mandó traer a la corte las jóvenes casaderas más dignas del trono que se pudiese encontrar en cada una de las provincias del imperio. 
Eufrosine lo que estaba deseando era descargarse del peso de la regencia y volver al convento de donde su difunto marido la había sacado casi a la fuerza para casarse con ella por motivos políticos.
Puso en la mano del joven una manzana de oro diciéndole que la entregase a su elegida. Las candidatas estaban en dos filas, formando un pasillo que recorrería el emperador, mirando a un lado y otro. No tardó en detenerse ante una belleza deslumbrante, que lo dejó atónito.
-¡Y que por una mujer
se echase el mundo a perder...! -le dijo.
-Fue por una mujer, sí señor;
pero de otra nació el Salvador -replicó la muchacha rápidamente.
-¡Atiza, qué aguda! Muy lista es la niña para emperatriz -se dijo Teófilo. 
-Y... ¿cómo te llamas tú, bonita?
-Casia, para servirle.
-Bien, bien.
Y pasó de largo. La manzana fue a parar a manos de otra pretendiente casi igual de bella pero menos viva y respondona. Tiempo más tarde, Casia entró en religión y se convirtió en una de las compositoras de himnos más famosas de la Iglesia ortodoxa. 
La elegida se llamaba Teodora, venía de la costa del Mar Negro y era de estirpe armenia. 
Al parecer la suegra tuvo mano en la elección. Igual que ella, Teodora era partidaria del culto a las imágenes y se oponía a la iconoclasia oficial. Era una niña y, toda una emperatriz de Bizancio jugando con muñequitas, parecía una boba de las comedias. La infantil y ñoña dama de Las muñecas de Marcela, de Cubillo de Aragón, por ejemplo (al menos al principio de la obra). Pero en realidad se hacía la tonta y al menos en eso resultó más lista que su contrincante. Las muñecas eran las imágenes de la Virgen y los santos y los juegos pueriles el ardid con el que burlaba la prohibición de su culto.
Como en la novela de Tristán e Isolda, un bufón enano se encargó de destapar ante el emperador la superchería. Teodora se defendió con unas excusas absurdas pero Teófilo, que no se chupaba el dedo, hizo como que se tragaba el anzuelo. La emperatriz hizo pagar al acusador su culpa con una azotaina memorable: tanto que, cuando después el emperador por broma le preguntaba al chivato sobre las devociones de su esposa, el bufón huía tapándose con una mano la boca y con la otra las posaderas, donde había recibido los zurriagazos.
La emperatriz Teodora (arriba, a la izquierda del ángel) proclama
el culto de las imágenes. Icono de principios del siglo XV.
Pero por volver a Joana, la pastora portuguesa, una tarde su madre la sorprendió jugando junto a la chimenea con su muñeca, y como ya estaba irritada por los cuchicheos de los vecinos, estalló.
-¡Ya está bien! ¿Toda la vida vas a estar jugando con las muñecas como una niña de cinco años? ¡Trae acá eso, mecachis!
Y arrebatándole la imagen, la arrojó a la lumbre.
-¿Qué hace usted, madre? -exclamó Juana la mudita, para asombro de la otra- ¡Que abrasa usted a la madre de Dios!
Estos casos de mudos que recuperan la palabra por un suceso traumático no son raros en las leyendas. Los hay de infantes que arrancan a hablar para reconocer a su padre verdadero (como en el milagro de San Antonio), para consolar a su madre en la tribulación, como San Budoc, o para advertir de un peligro, como en la famosa balada de la envenenadora:
"L'enfant du bré jamais ne parle, 
a bien parlé:
-Ne buvez pas de ça, mon père,
vous en mourrez"...
Uno recuerda al famoso mudo de la leyenda irlandesa, Labraid Loingsech, que recobró el don de la palabra (perdido en la matanza que acabó con sus familiares) a causa de un golpe en una pierna mientras jugaba a la pelota. Y es que resulta que Labraid Loingsech tiene algún parecido notable con el rey Mark, marido de Isolda y amo del enano delator Frocino. El principal, claro es, las orejas de caballo que tenían los dos.
La madre de Joana no tuvo mucha ocasión de alegrarse de la portentosa curación de su hija, porque a la vez se le había quedado seco a ella el brazo con el que había lanzado a la lumbre la virgen milagrosa. Y es que a los santos no les gusta que les chamusquen sus imágenes. Que lo diga si no aquel bretón de la leyenda que cuenta Anatole Le Braz, que había comprado una imagen proveniente de la desamortización de un convento para hacerla astillas y prender la lumbre. Cuando fue a coger una brasa para encender la pipa, le saltó a la muñeca la mano del santo abrasándosela y agarrándosela con tal fuerza que a duras penas pudo arrancársela y toda la vida le quedó, a modo de pulsera, la cicatriz de la quemadura.
La madre de Joana se arrepintió de su involuntario sacrilegio. La imagen se extrajo incólume de entre las llamas y ante los vecinos asombrados, que habían acudido a los gritos, se proclamó el doble milagro. La virgen se condujo en procesión a la cueva de su hallazgo. Allí entronizada, sanó el brazo de la irascible madre. Y a pesar de varios intentos de los párrocos vecinos de llevársela a sus iglesias no hubo manera ya de desplazarla. Allí mismo quedó y se venera hasta hoy. En el siguiente enlace puede verse una serie de fotografías de la aldea y del santuario
Entre ellas se encuentra la de un gran lagarto o cocodrilo que pende del techo y que, según dice Aquilino Ribeiro (buen conocedor del lugar porque, según  cuenta, estudió algunos años en la escuela que había allí), servía antaño de coco para asustar a los niños de la comarca.
Aquel dragón (démosle el rango que su función hagiográfica merece) se relaciona también con la leyenda de la pastora Joana, que continuaba con su oficio pastoril. La ocupación con que entretenía sus largos ratos de soledad mientras cuidaba del ganado era la de hilar, como solían otras pastoras santas: Margarita, Marina, Genoveva, Regina (ver El insoslayable Olibrio)... 
Ya me refería en esa entrada a que el hilado y tejido (podría añadirse la cestería), tareas femeninas en la mayor parte de las culturas, se ven generalmente asociadas al curso del tiempo y al destino. Son trabajos cíclicos, giratorios y de vaivén, como las estaciones del año y las fases de la luna. El acontecer y las que lo hilan (inglés weird) son "los que dan vueltas" (latín verto). La mujer, responsable de estos trabajos, se hace dueña de "las vueltas que da el mundo" y adquiere (o conserva) un poder temible sobre los grandes acontecimientos como el nacimiento y la muerte.
las tres parcas , por el Sodoma.
Un buen día, volviendo Joana a casa por esos montes de Dios, vio asomar apartando los matorrales entre dos peñas la cabeza del reptil monstruoso.
La miraba volviendo en sus cuencas unos ojos como tazones, bramando de una manera que ponía los pelos de punta y abriendo y cerrando con seco y amenazador chasquido unas mandíbulas provistas de dos filas de dientes como puñales. 
Confiada en la Virgen que ya le había mostrado su predilección, Joana en vez de amilanarse cogió de su cesta (la misma que había servido de cuna a la divina muñeca) lo único que tenía por arma arrojadiza, un ovillo de los que había hilado, y lo lanzó a las fauces del monstruo conservando un cabo bien agarrado en la mano. El dragón famélico engulló el hilo sin apenas enterarse y abrió la boca otra vez con el ansia de un pollo hambriento en el nido. Otro ovillo y otro más siguieron al primero y cuando los ovillos se terminaron Joana echó mano de los copos que tenía sin hilar.
Es de creer que aquellos hilos, como los de la otra tejedora famosa, Aracne, estaban dotados de alguna virtud viscosa y adhesiva porque como si tuviesen anzuelos quedaban prendidos en la panza del dragón.
No tendrá nada que ver, pero uno se acuerda, al escribir esto, de Bran mac Febal, el mítico navegante irlandés, que cuando llegó a la Isla de las Mujeres no se atrevía a desembarcar (le daban miedo, como es natural). La que mandaba en ellas le arrojó un ovillo de hilo; él lo paró instintivamente con la palma de la mano, a la que se le quedó pegado y así lo remolcaron a tierra con sus compañeros las impacientes isleñas, relamiéndose. Y es que la fuerza de atracción de la mujer es grande (ahí está el refranero para atestiguarlo) y mayor que la del Hércules galo, que arrastraba con las cadenas que salían de su boca, a decir de Luciano. (Hay traducción castellana -y gallega- del viaje de Bran en Cuentos medievales irlandeses, publicado por la editorial Toxosoutos).
Aracne es una tejedora muy femenina, que lo que teje es a sí misma, sus propias entrañas hiladas, trenzándose en la red con que atrapa a sus víctimas (y viene a sumarse en ella, por araña, el arquetipo de la hembra que devora al macho una vez consumados los amores).
Decía que la cestería es también tarea de mujeres en muchas partes, y el cesto figura del vientre de la mujer. Cesto llaman a la matriz en varias lenguas; en el criollo de Vanuatu, por ejemplo, veo ahora que se dice basket blong pikinini, o sea "cesta de niños". 
De ahí, de esa metáfora, dice Rank en El mito del nacimiento del héroe, el cesto de Moisés flotando en las aguas del Nilo. Joana se defiende del dragón con el hilo que brota de su cesto, seno en otro tiempo preñado de la muñeca sagrada.
El obrador de Aracne en el famoso cuadro de Velázquez.
Lo contrario de Aracne es Ariadna, cuyo hilo sirve para desenmarañarse de la telaraña del laberinto. Las telarañas tienen un hilo de Ariadna que no es pegajoso y que es por el que se desplaza la araña para no acabar presa de su propia trampa. Pero, en fin, si es verdad que la leyenda de Teseo representa el proceso iniciático, seguir el hilo de Ariadna es recorrer los caminos de la muerte. Y además, la pobre Ariadna acabó cayendo víctima de su hilo al abandonarla Teseo en su isla. Teseo hace al revés que Bran: a Bran la reina de las mujeres lo remolca a su isla con un hilo para quedárselo; Teseo con él escapa de la isla y se lleva a la hija del rey.
Teseo abandona a Ariadna. Fresco pompeyano.
Aquí se viene a la cabeza una reflexión curiosa.
Parece ser que entre los antiguos griegos la mujer ni cazaba ni sacrificaba ni guerreaba porque quien derrama su propia sangre (en menstruaciones y partos) no debe verter la ajena. De un modo parecido, se dedica a hilar y tejer porque ella misma no tiene textura. Los hipocráticos comparan a la mujer con el copo de lana, carente de la trabazón que le dan el hilado y tejido. Más aún: al hilo -es un decir- de su desarrollo, la carne femenina se va aflojando y como cardando, a la manera de lana de colchón que se mulle o de barbas de una pluma que se deshila. Y es precisamente esa esponjosidad lo que la convierte en un ser cíclico que periódicamente rezuma el exceso de humedad absorbido. 
Al contrario que la tela, que con una malla que se le suelte ya se va toda por ese punto, la mujer (siempre según los hipocráticos) tiene que estar suelta y expedita. Cualquier obstrucción puede conllevar asfixia. Y el suicidio natural de la mujer es por estrangulación, muerte que anuda incruenta. Todo esto lo explica el libro Hipocrates' woman de Helen King, ya citado aquí algunas veces. 
El nudo, en el amor y la guerra, es el arma de la mujer. Entre los germanos, Freija es la maestra del seidhr, la magia que ata y paraliza.
Total: se lee de santos que mataron dragones a lanzazos, con espada, a pedradas, que los sometieron con sus estolas, sus cíngulos o el poder de su palabra. Pero lo que yo no recuerdo es otro caso de dragón pescado con sedal como un pancho del puerto. 
Joana trenzó los cabos de hilo que sobresalían por entre los dientes del monstruo y tirando de la cuerda no sé si lo arrastró o le sacó los mondongos por la boca entre el espanto de los lugareños acudidos al fragor de los rugidos y coletazos de la bestia infernal.
Joana la pastora, la valiente portuguesa, nació en la época que no debía. 1498, fecha que da Brito para el hallazgo de la imagen de Nuestra Señora de la Lapa, ya no era tiempo para esas capturas de endriagos. Hubiera vivido en el siglo V o VI y tendría hoy, quién sabe, la consideración de otra Santa Marina. Hubiera estado guardando sus ovejas  en mil ochocientos y tantos y sería otra pastorcita de Fátima... Pero sin el milagro del dragón, que ya se habían extinguido entonces, es de creer, en las sierras de la Beira.
Por cierto, según Aquilino Ribeiro, que toma la noticia de otro erudito libro, el Olympo Mystico, del siglo XVIII, la bestia horrorosa que pende en el santuario de la Lapa es un señor cocodrilo cazado en el río Zambeze por un soldado portugués en tiempos de Felipe III.