martes, 9 de diciembre de 2014

La Lucía del Norte

Narra un antiguo relato alsaciano -tan antiguo que según los eruditos se remonta al siglo X- que en tiempos del emperador Childerico fue duque de Alsacia el ilustre Adalrico, también llamado Ático o Ético, hijo del mayordomo de palacio Liuterico, oriundo de las Galias.
Hay aquí inexactitud histórica: Childerico II, rey merovingio al que se refiere el cuento, nunca fue emperador. Fue hijo de santa Batilde y rey de Austrasia. Cuando los de Neustria se quitaron de encima al rey Teodorico (títere del tiránico mayordomo Ebroíno), le ofrecieron el trono a este Childerico, que era su hermano y reinó sobre  todos los francos; por poco tiempo, ya que en seguida dio muestras de ser tan caprichoso y déspota como su antecesor, de manera que un día que estaba de caza varios nobles agraviados le tendieron una emboscada y lo mataron junto a su mujer Bilichilde, que estaba embarazada. Pero de imperio nada.
Además, el mayordomo de Childerico se llamaba Wulfoaldo y de aquel Liuterico nada recuerda la Historia fuera del relato que iba diciendo.
Pues bien: Adalrico, hijo de Liuterico, dice el cuento que era hombre lleno de devoción y que había mandado a sus cazadores recorrer sus dominios en busca de un lugar adecuado para la fundación de un gran monasterio. Lo hallaron en una montaña en cuya cima, fortificada, se encontraba una ciudad abandonada, edificada en tiempos de los paganos por el rey Marceliano.
Gustavo Doré. Monte de santa Otilia y
muro pagano
.

Tampoco hay noticia de quién fuese este rey, pero los arqueólogos han descubierto en el monte restos de ocupación desde tiempos muy remotos hasta la época merovingia. En cambio, del famoso "muro de los paganos" que lo rodea se discute la antigüedad. Podría ser contemporáneo de la fundación del monasterio.
Adalrico estaba casado con la noble Persinda o Bereswintha. Unas crónicas dicen de ella que era tía del gran Leodegario (hermana de su madre santa Sigrada), otras que su sobrina, hija de una hermana suya y del conde Garín de Poitiers. 
En otras partes se lee que es este conde, san Garín de Poitiers, mártir, el que era hermano de san Leodegario y estaba casado con Gunza de Tréveris. Pero Gunza de Tréveris aparece en fuentes distintas como hija de santa Sigrada, hermana de san Leodegario y mujer de san Liutvino. Todo esto es confuso.
Prosigue la leyenda contando que Persinda y Adalrico tuvieron una hija que nació ciega. 
-Hay que borrar esta deshonra -dijo el marido.
-Esto no es deshonra ninguna, sino una desgracia.
-En mi familia no ha habido nunca ciegos y esto es castigo de Dios por algún pecado que habré cometido sin darme cuenta o del que no me acuerdo. 
-Eso es un disparate. ¿Tú no sabes eso que sale en el Evangelio del ciego que no había pecado ni sus parientes tampoco, sino que había nacido así para que se manifestase el poder de Dios en él con su curación?
-No importa. Yo no puedo soportar el bochorno de que esa niña esté viva. Es necesario que la maten o al menos que la encierren donde nadie la vea ni se sepa de ella.
-Bueno, del mal el menos -dijo Persinda-: haremos eso.
Y se le ocurrió recurrir a una antigua criada de casa: una mujer que siempre la había servido con gran fidelidad pero a la que habían tenido que echar por alguna fechoría que había cometido. Luego había encontrado marido y vivía tranquilamente con su familia
Las dos mujeres, viejas amigas, se alegraron muchísimo de volverse a ver. Dijo la sirvienta:
-No te desesperes. Las cosas de la vista a veces se curan. Yo tengo un hijo pequeño y donde come uno comen dos. Trae que la críe a mis pechos y con toda tranquilidad, que no me voy de la lengua.
-Pues no sabes el favor que me haces.
Y como intuía que la niña era una santa, le reservó para ella solita el pecho derecho, y lo llevaba reverentemente envuelto en una tela de lino limpísima.
Al cabo de un año, sin embargo, los vecinos empezaron con chismes y cotilleos y las amigas decidieron cortar aquella situación peligrosa:
-Mira: yo tengo una amiga que vive cerca del monasterio de la Balma. ¿Por qué no os vais ahí con los niños y yo me encargaré de que no os falte de nada?
-Bueno.
Así se hizo.
San Erhard en un manuscrito del siglo XI. Agrándese
para ver la estampa pedagógica en el cuadrado
inferior izquierdo.
Lejos de allí, en Ratisbona, estaba de obispo san Erhard o Eberardo. De tres vidas latinas que recogen de san Erhard las Acta sanctorum dos lo hacen irlandés; la tercera godo. Escribiendo, no es muy difícil la confusión entre "Scottus" y "Gothus". Gougaud, especialista en los santos medievales en el continente europeo en la Edad Media, no lo menciona sin embargo en sus obras. Y es que lo que afirman las fuentes es enrevesado y chocaba ya a los bolandistas: que era de familia irlandesa, de la gentilitas de los nervios y de la ciudad de Narbona. Que hubiese irlandeses viviendo en las Galias no es muy de extrañar. Pero los nervios eran una nación belga que ocupaba parte del Brabante y Henao actuales; lo que queda muy lejos de Narbona.  
A Erhard se le apareció un ángel, que le dijo:
-Hay cierto monasterio que se llama la Balma. Ve a él: encontrarás una niña ciega de nacimiento que se cría allí. Está sin bautizar aún. Bautízala tú con el nombre de Otilia y verás cómo cobra la vista.
Erhard obedeció y todo sucedió como había dicho el ángel. 
Bautismo de santa Otilia. Relieve en su sepulcro en Mont-Sainte-Odile.
La recién bautizada, además, tenía unos ojos precioso, tan bonitos como pocas veces se ven.
Lleno de júbilo, el obispo recomendó a las monjas que velasen con el mayor cuidado por aquella niña, que era persona muy especial, y besándola se despidió así:
-Ojalá nos veamos en el Cielo.
-Lo que más me dolía de estar ciega -dijo la niña después- era no poder aprender a leer y estudiar las Escrituras. Ahora hay que recuperar el tiempo perdido.
Tal vez por eso se represente habitualmente a santa Otilia con un libro en la mano, y él dos ojos.
Santa Otilia, Lucas Cranach.
Otilia, decidida a perseverar en la vida religiosa, se pasaba los días en oración, estudio, devociones y obras de caridad. Sin embargo, algunas otras monjas envidiosas procuraban hacerle la vida imposible. Ella no les hacía caso, teniendo la vista puesta exclusivamente en las cosas divinas.
Erhard envió mensajeros al duque Adalrico para informarle de todo lo ocurrido; pero fue en vano: ya se lo habían contado los ángeles. Eso no le hizo cambiar de actitud.
Otilia escribió una carta a un hermano que tenía y se la mandó mediante un peregrino, envuelta en una bola de púrpura. El joven la leyó y rogó a su padre que aceptase de nuevo a Otilia en la familia, pero como el duque no quería dar su brazo a torcer, organizó él en secreto el regreso de su hermana. Y estando un día la familia ducal reunida en su palacio, en lo más alto de la ciudad, vieron una muchedumbre arremolinada en torno a un carro que avanzaba penosamente. 
Era lo habitual que los carros fuesen tirados por bueyes y generalmente no viajaban en ellos más que las personas más débiles. El carro podía ser interpretado también como un signo de lujo o poder. 
El carro, signo de poder. Rey merovingio, ilustración del siglo XIX.
Aquella especie de manifestación popular tenía que irritar e inquietar al duque, y cuando su hijo le explicó de qué se trataba, estalló:
-¿Y cómo has sido tan tonto y tan irresponsable para organizar esto?
-Porque si se hubiera sabido que la teníamos reducida a tanta pobreza y como prisionera, hubiera sido una gran vergüenza para la casa. Ahora comprendo que he hecho mal en no haberte avisado.
-¡Pedazo de imbécil! -exclamó el duque, y en un impulso de ira le sacudió con el bastón que llevaba en la mano, con tan mala fortuna que lo derribó al suelo muerto.
Allí fueron los gritos, el mesarse los cabellos y todos los extremos de desesperación, ya inútiles. 
Adalrico se retiró a partir de entonces a hacer áspera penitencia. Algo compadecido de su hija, le puso una monja, que era por cierto britana, para que la sirviese.
Murió la buena amiga y ama de cría de Otilia, que con todo afecto se ocupó de su entierro. Y sucedió que al exhumarse el cadáver ochenta años después para enterrar a otro difunto, se lo encontró todo reducido a polvo, menos aquel pecho de donde había mamado la santa, que estaba como recién cortado de un cuerpo vivo.
Se dice también que un día entró en el convento de Otilia un rey inglés, que quedó prendado de la belleza de sus ojos. 
Es curioso que Otilia una y otra vez se encuentra en relación con personajes de las Islas Británicas: irlandés, inglés, britana... más adelante señala su Vida que se complacía en la conversación de las peregrinas que venían de aquellas partes, ya fuesen britanas o irlandesas.
Tan furioso era el deseo del rey enamorado que escribió al monasterio amenazando arrasarlo si no le entregaban a una monja que él quería. Otilia comprendió que era ella y lo que le había seducido, se sacó los ojos y se los mandó:
-Toma lo que querías y deja al convento en paz.
El rey quedó lleno de confusión y se marchó sin esperar a más.
Poco después, se le apareció un ángel a la muchacha nuevamente ciega mientras estaba rezando y le devolvió ojos y vista.
-Te has vuelto a quedar sin los ojos que te había dado Cristo -le dijo- y eran las arras de tu matrimonio. Toma estos nuevos para ver mientras no lo ves a Él eternamente, como Lo verás.
Cualquiera pensará que al autor medieval de la leyenda le pareció bien atribuir a esta santa relacionada con la vista y abogada para sus enfermedades (por motivo de su ceguera de nacimiento y milagrosa curación) un episodio bien popular de la leyenda de santa Lucía, cuya festividad se celebra el mismo día 13 de diciembre. Otilia sería pues una especie de Lucía del norte.
Pero sucede que el episodio de los ojos arrancados de santa Lucía no se encuentra hasta el siglo XV, mientras que la Vita sanctae Odiliae data del XI.
No mucho después de aquel rapto frustrado murió el duque Adalrico y, como se había merecido, fue de cabeza al Infierno. Esta desconsoladora noticia le fue revelada a su hija que, llena de dolor, se retiró a una cueva del monte donde estaba el monasterio, rezando sin cesar por el alma del condenado. Y aunque se dice que "in inferno nulla est redemptio" ("nula es retencio", como decía Sancho Panza, que bien sabía que "quien está en el Infierno nunca sale de él ni puede"), tanto oró que al final la cueva se llenó de una luz resplandeciente y una voz de las alturas anunció el perdón del condenado.
Las ideas sobre el asunto cambiaron bastante a lo largo de la Edad Media.
Otilia llegó a estar a la cabeza del convento; era abadesa de ciento treinta religiosas. Su vida era ascética. No comía más que pan y verdura, tenía por almohada una piedra y por manta una piel de oso.
Curación de un ciego por santa Otilia, Carl Jordan. 
Sin embargo, como el monasterio estaba en lugar difícilmente accesible para peregrinos y enfermos, accedió a que se trasladase al pie del monte, a un lugar ameno y abundante en manantiales.
Edificó también una iglesia consagrada a San Juan Bautista en el lugar que el propio santo le señaló, apareciéndosele una noche rodeado de un fulgor deslumbrante. En su construcción se vio el milagro de que, habiéndose precipitado al vacío un carro de bueyes desde una altura de más de setenta pies, las bestias quedaron ilesas y siguieron acarreando piedra para el templo.
Otra de las maravillas que obró esta santa fue la multiplicación del escaso vino que tenían las monjas para el convento, el cual un día hizo cundir hasta que todas tuvieron en él bebida y alimento para hartarse.  
Sintiéndose morir y deseando que el tránsito le ocurriese en soledad, mandó a sus monjas que se fuesen a la iglesia a rezar. Cuando volvieron y la encontraron sin vida, alertadas por una fragancia suavísima que se había extendido por todo el monasterio, rompieron en llantos y rezos vehementes, tanto que al final Otilia se incorporó en su lecho.
-¿Por qué me hacéis esta faena? Habéis rogado con tanto empeño y afán que Dios os ha escuchado. Yo ya me veía libre de este cuerpo y gozando lo que no podéis imaginar en compañía de santa Lucía. No me habéis hecho ningún favor con resucitarme, que lo sepáis. Y me vuelvo por donde he venido. En fin, para que os quedéis tranquilas, que me den la comunión, y así estaréis seguras de que voy a un sitio que no hay otro mejor.
Santa Otilia en su lecho de muerte, Charles Spindler.

Así que hubo comulgado, cerró los ojos, muerta ya definitivamente para este mundo.
La fiesta de santa Otilia, como queda dicho, se celebra el mismo día que la de Santa Lucía, el 13 de diciembre.