sábado, 30 de junio de 2012

El oro de San Goulven

"Glawdan, dejando su tierra natal, la de los britanos transmarinos (Britania), cruzando el mar pasó a la Letavia, que es parte de la Armórica o pequeña Bretaña con su mujer Gologwen embarazada".
Así comienza la Vida latina de San Goulven. Su autor, monje bretón nativo sin duda de la comarca de Goulven, ignoraba ya que Letavia no era una provincia, sino el nombre galés de la Bretaña, el cual significa "la llana".
La Vida de San Goulven ya es posterior al siglo XII. Se puede leer editada por La Borderie en el tomo 29 de los Bulletins et mémoires de la Société d'Emulation des Côtes du Nord, correspondiente al año 1892 (consultable en línea en Gallica, el sitio de la Biblioteca Nacional de Francia).
El matrimonio, pues, desembarca al anochecer, "tenebrescente noctis crepusculo", en unas soledades marítimas cubiertas de bosques, mágico escenario, entre los pueblos de Plouider y Plounéour. Caminan dificultosamente en la penumbra llena de espantos.
En una casa solitaria a la que llaman el dueño, o inmisericorde o asustado de los merodeadores, no quiere darles posada. El niño nace en el bosque. Por segunda vez acude Glawdan a la casa, pidiendo un poco de agua. Se la niegan. La fuente -le explican- está lejos, el agua es trabajosa de acarrear y no está para desperdiciarse. Le dan, eso sí, un cántaro y le indican el camino del manantial. Glawdan va andando por el bosque, perdido, durante horas, hasta encontrarse de nuevo junto a su mujer y la criatura, con las manos vacías.
Nacimiento de san Goulven. Moderna vidriera.
 En ese instante de desaliento, oye el alegre murmullo de un río que acaba de brotar por milagro, con cuyas aguas Gologwen -que significa Blanco Envoltorio: sin duda sería muy pálida de tez, según el canon de belleza medieval- puede refrescarse, quitarse la sed y, lo más importante, bautizar al recién nacido al que pusieron Goulven.
Esa fuente, que aún existe -dice el monje- es sagrada y no se le da ningún uso profano.
Atraídos por el milagro, acuden a ver a los recién llegados los lugareños, entre ellos uno pudiente llamado Godián, que los acoge, adopta al niño y se encarga de darle una esmerada educación. El chiquillo en pocos años no sólo descuella entre sus compañeros sino que se iguala con sus maestros, tanto en sabiduría como en la aspereza de sus penitencias. 
Andando el tiempo, muertos ya Glawdan y Gologwen, de todos los contornos venían vecinos pidiendo a Goulven consejo y la curación de sus males. Goulven, juzgando que peligraba su serenidad espiritual, huyó a hacerse ermitaño contra la voluntad de Godián, que lo había nombrado heredero universal. Levantó una pequeña celda en un paraje pantanoso y boscoso ("en un petit bois taillis", dice Albert Le Grand), magnífico para la oración, junto al mar y otro pequeño oratorio donde su madre lo había traído al mundo. Alzó también tres cruces que le servían de estaciones en un circuito que recorría diariamente rezando. 
No tenía más compañero que un criado o más bien amigo del alma llamado Maden, que le buscaba el poco sustento que tomaba y estaba todo el día colgado de sus palabras y bebiéndoselas.
Estando detenido un día Goulven en una de las cruces, vino a él el rey Even.
Según La Borderie, este Even el Grande, conde independiente de León o de Leonís (que en su época abarcaba todo el Norte de Bretaña) fue uno de los compañeros del gran duque Alain Barbetorte, Barbatorcida, que acabó con el poder normando en Bretaña en el siglo X.
 -Goulven, necesito que reces por mí. Han desembarcado piratas y mañana se disponen a darnos batalla.
-Vete tranquilo. A la vuelta, aquí mismo me encontrarás.
Gracias a las oraciones del santo, Even derrotó a los piratas; los pocos que quedaron con vida huyeron a su tierra de donde nunca más se atrevieron a salir. 
Piratas derrotados por las preces de Goulven. Moderna vidriera.
Even volvió a su corte de Lesneven donde se le preparó un gran banquete, y cuando ya se remojaba las manos sobre el aguamanil, levantándose de golpe, exclamó:
-¡Cómo somos! ¡Ya ni me acordaba del santo, y le debo la victoria!
Montó a caballo y a todo galope volvió a la estación donde Goulven seguía rezando postrado.
-Levanta, hombre de Dios. ¡Hemos vencido, mejor dicho, no hemos: tú has vencido a los piratas; pídeme lo que quieras!
-Yo no: Dios ha vencido. A él debes agradecérselo, y hazlo fundando un monasterio y dotándolo de tierras.
-Así lo haré, y el pedazo que puedas rodear en un día de marcha serán sus terrenos.
Goulven y Maden fueron andando y tras sus huellas iba alzándose milagrosamente una tapia, delimitando el territorio del monasterio.
Al olor de la santidad de Goulven volvieron a acudir los devotos y con uno de ellos, Joncor, labriego rico, Goulven hizo amistad. un día le dijo a Maden:
-Mira, vete adonde Joncor y dile que te dé para mí lo que tenga a mano y dale muchas gracias. Vente volando y tráeme lo que sea sin mirarlo.
-Como quieras.
Maden fue de una carrera a ver a Joncor, que estaba arando, y le dio el recado de Goulven. Joncor no tenía a mano nada, así que contestó al amigo:
-Pon la saya. Llévate esto en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Y le fue echando tres ambuestas de tierra en el hueco de la falda.
Maden emprendió el regreso, pero como la carga que llevaba cada vez iba pesando más, de manera que casi no podía con ella, no pudo resistir y bajó la mirada a ver qué sucedía. Tenía la saya llena de oro.
-Has mirado, no me engañes -le dijo Goulven a la vuelta.
Conversión de la tierra en oro: retablo del siglo XVIII.
-Sí, porque estaba asombrado de que cada vez me pesaba más y lo iba a tirar todo al suelo, que no podía casi con ello.
-Con este oro voy a mandar hacer tres cruces, tres campanas y un cáliz que habrá que tener buenas fuerzas para levantarlos, y todos ellos serán milagrosos y curarán a los enfermos, y las campanas con sólo oírlas.
En cuanto a las cruces, una de ellas servía para ordalías: el que juraba en falso sobre ella caía instantáneamente fulminado.
Igual que otros santos parecen pertenecer al elemento acuático: santos marineros, barqueros, constructores de presas, puentes y canales; otros más de naturaleza ígnea, que relumbran incandescentes, dominan los incendios, atraen el fuego divino, San Goulven está unido a la tierra. Su Vida comienza con un desembarco; donde aporta la barca es como si no existiese playa y hubiese arribado directamente a la espesura del bosque. Hace brotar una fuente que no sirve para beber ni para regar (los campesinos excavarán luego, en las cercanías, otra por medios naturales). Sus principales milagros son el deslinde de unos terrenos con la erección de una tapia de tierra y la transformación, casi alquímica, de la tierra en oro: milagro de gnomo o, ya que estamos en Bretaña, de korrigan, los enanos telúricos que custodian los tesoros enterrados. ¡Otros santos encuentran su oro pescando (ver La vaca de la Roja); éste arando! Cuando los piratas son vencidos por su intercesión, no lo son en un combate naval, sino tierra adentro. Y el milagro que viene a continuación se refiere a un entierro...
Vino un hombre a confesarse con él de parte de San Pablo Aureliano:
-El caso es el siguiente. Un vecino y yo hicimos voto de ir juntos en peregrinación a Roma; yo le fui dando largas al asunto y ahora se me ha muerto el vecino. ¿Qué hago?
-No pasa nada porque vaya muerto: llévatelo a cuestas y entiérralo allí. ¡No irá a pesarte hacerle ese favor a tu amigo, ya que el culpable eres tú!
-Ya, pero ya sabes que se dice: "pesa más que un muerto". En fin, si no hay otra...
Metió el muerto en una bolsa de cuero y se lo echó a la espalda. comprobó maravillado que la carga era más liviana que un saco de plumas y así pudo cumplir sin esfuerzo su voto; y en Roma todos se hacían lenguas de la santidad de Goulven. 
Cuando San Pablo Aureliano supo que estaba a punto de morir, designó a San Goulven como su sucesor a la cabeza de la sede, que entonces, según la leyenda, aún no se llamaba Saint Pol, sino Occismor. 
Naturalmente, si Goulven fue contemporáneo de San Pablo, que vivió a finales del siglo VI, no pudo serlo de Even el Grande: sin duda el autor de la Vida, muy posterior a ambos, ha mezclado dos tradiciones distintas, relativas a un gran santo y un gran caudillo de la misma región, pero de diferentes épocas. 
San Goulven, pues, que no quería hacerse cargo de la diócesis, se inventó que había hecho promesa de ir en peregrinación a Roma él también, pero no le valió, porque el pueblo estaba decidido a que la voluntad de San Pablo se cumpliese por las buenas o por las malas.
Según Albert Le Grand, los de Leonís despacharon mensajeros a Roma a todo cabalgar y anticipándose a Goulven explicaron al Papa, San Gregorio Magno, su embajada. Cuando llegó el santo bretón, el Papa lo mandó buscar con diligencia y, para desagradable sorpresa suya, lo consagró obispo.
San Goulven, obispo. Saint Goulven, Bretaña.
Tras breve tiempo al frente de la diócesis de Saint Pol de Léon, estando en Rennes para ciertas gestiones, cayó enfermo de una fuerte calentura y dijo a Maden:
-Me ha llegado la hora y no te van a dejar quedarte con mi cuerpo ni con una parte de él; por eso, coge una de las cruces de oro y que os sirva de reliquia.
La opinión de La Borderie es que Goulven huyó de Bretaña, a la que Rennes no pertenecía en su tiempo, y estuvo como ermitaño cerca de aquella ciudad. Saint-Pol de Léon no dependía para nada de la diócesis de Rennes y no se comprende qué negocio eclesiástico podía tener que resolver su obispo allí.
En todo caso, Albert Le Grand afirma que murió el 1º de julio del año 616.
Este hagiógrafo concluye con una serie de milagros realizados por San Goulven después de su muerte. Salvó algunas personas y bienes de incendios, resucitó muertos, libró de morir ahogados a algunos de sus devotos, logró que algunos ladrones restituyesen lo robado, curó enfermedades... En una ocasión, el día de su festividad, una moza presumida se disponía a acicalarse ante el espejo, pero no -precisa Le Grand- para honrar al santo, sino para gustar a los mozos y que la deseasen. Inmediatamente, en castigo de "tan siniestra intención" -son palabras de Albert Le Grand- la mano se le quedó pegada al peine y éste a la cabellera, sin que los más recios repelones fuesen capaces de desasirlos.
La desdichada, para su vergüenza, tuvo que acudir a la misa y a la romería desgreñada, con el peine hincado en los pelos y sin poderlo soltar, hasta que su sincero arrepentimiento le consiguió el perdón de San Goulven.
Más grave fue otro suceso. Existía en Saint Goulven, junto a la iglesia, un prado comunal que párroco y vecinos utilizaban conjuntamente para tener ganado pastando. 
Saint Goulven.
Un ex-soldado llegó al pueblo pretendiendo tener derechos sobre esas tierras y contrató a un jornalero para que las labrase. No bien había puesto manos a la obra cuando se levantó un violento tornado que arrebató por la región del aire a labrador, bestias y arado, dejándolos caer desde increíble altura en el mismo sitio, con tan mala fortuna que al precipitarse al suelo, el jornalero se clavó la reja del arado, pereciendo en el acto. Los caballos salieron huyendo y nunca más se los pudo encontrar; y el que reclamaba las tierras a la semana enfermó de lepra, quedando tan apestoso y desfigurado que ni sus propios criados podían soportar su aspecto ni su hedor.
Pero no bastó eso para que se arrepintiese: antes seguía tan descomedido y abusón como nunca. Un día mandó a uno de aquellos criados a casa de una vecina:
-Ve a casa de Fulana y tráete toda la mantequilla que tenga; si no te la quiere dar por las buenas, pues por las malas. No le pagues ni un real. ¡Pues hasta ahí podíamos llegar: cobrarme a mí!
Así lo hizo, y la rabiosa aldeana, entre sollozos, lanzó contra la pared una jarra que llevaba en la mano y la hizo trizas.
-Pero ¿qué es esto, San Goulven bendito? ¿Así defiendes a tus devotos?
-Con esta mantequilla -dijo el leproso a su criado- y unos huevos que vamos a ir a pedir a la granja de Fulanito verás qué tortilla nos vamos a hacer para cenar; y el resto lo untamos en pan, que lleve un dedo de ella cada rebanada...
-Mire el señor que hoy es ayuno.
-Pero ¿tú todavía respetas esas mamarrachadas de los curas para tener a los ignorantes debajo del zapato? Cómo se nota que no has salido nunca de este pueblucho... Si hubieras estado como yo en Flandes y en Milán...
El gorrón se presentó en casa del granjero, rebosando bravuconería.
-Voy a hacerte el honor de que me regales unas docenas de huevos, pero primero vamos a catarlos a ver si son tan buenos como se dice. Dile a tu mujer que saque la huevera y un alfiler, que me sorba uno...
Vendedora de huevos. Hendrick Bloemaert.
El soldado (Hervé Morvan se llamaba, que la crónica conserva su nombre para baldón eterno) miró el huevo -gordo, pesado, con una curva perfecta ribeteada de oro- al trasluz a la llama de una vela, hizo un gesto de asentimiento, lo perforó de dos piquetes precisos, se lo arrimó a los labios y en vez de sorber su contenido, sin saber por qué, se lo engulló entero con cáscara y todo. 
Se le quedó atragantado en el gaznate, sin poder pasar adentro ni afuera; no valieron palmadas; le molieron la espalda a golpetazos y nada; se ponía morado; resollaba por las narices; los ojos se le salían de las cuencas; le apretaban la garganta por debajo de donde estaba el huevo, le daban golpes secos en la boca del estómago y rodillazos encima de los riñones, tirándole de los hombros hacia atrás de golpe. Ninguna de esas torturas sirvió para nada y al cabo de media hora pereció miserablemente, entre convulsiones.
Con las tierras de San Goulven no se juega. Ya decía el autor de la Vida que la tapia milagrosa que había brotado tras sus pasos era respetada por todos, y aunque ya no había para entonces ni edificios ni ruinas en su recinto, no había quien se atreviese a coger una bellota ni a meter un animal a pastar.







viernes, 22 de junio de 2012

La vaca de la Roja y otras historias de bichos (San Moling, parte 4)

La vida taumatúrgica de San Moling, como la de tantos santos de aquellos reinos occidentales entre los siglos V y VIII, tiene mucho que ver con la fauna. Y la relación de estos santos con los animales unas veces recuerda y parece prefigurar la sensibilidad franciscana y otras una especie de animismo chamánico.
San Moling tuvo entre otras ocupaciones la de pescador, oficio evangélico si los hay, y eligió para fundar su iglesia un lugar cercano a un río y a la costa, donde el ir y venir de la marea dejaba diariamente abundante pescado.
Un día San Moling y sus monjes capturaron un impresionante salmón que, al abrirlo, mostró ocultar en la barriga un anillo de oro. No era aquél el consabido anillo para ponerse en el dedo que suelen guardar los peces de las leyendas en el vientre, sino un grueso lingote de oro en forma de anillo. Los monjes, maravillados, corrieron a enseñárselo al santo.
-Muy bien. Pues lo partiremos en tres partes iguales. Con una, que se hagan fundas de oro bien labradas a maravilla para proteger las reliquias y con otra que se haga limosna a los pobres.
Abriendo un salmón. Relieve románico.
-¿Y con la tercera?
-¡Toma! La tercera para nosotros, que para algo lo hemos pescado.
San Moling se quedaba muchas tardes meditando sentando a orillas de su canal o del río o bien en la playa y se pasaba horas contemplando la belleza de la creación. Una vez se fijó en un moscardón que andaba dando vueltas y zumbando por el aire. Le pareció que aquel insecto le era familiar y que era el mismo que solía acudir a él a diario a la hora de los maitines y a las de las vísperas, como si quisiera acompañarlo en sus rezos. Entonces apareció revoloteando graciosamente un reyezuelo. 
El reyezuelo es un pájaro que goza de gran prestigio en la tradición. Ya entre los antiguos griegos se le consideraba rey de los pájaros. Se dice de él en varios sitios que fue él quien robó el fuego del cielo (o del Infierno) para traerlo a la tierra. También que asistió a la Natividad de Jesús porque había un nido de ellos en el Portal de Belén, que aportó musgo y plumas para mullir la cuna improvisada en el pesebre y que quiso arrancar las espinas de la corona de Cristo en la pasión. 
Se considera peligroso robar o destruir su nido, porque acarrea riesgo de incendio en la casa de uno (esto se cree en Valonia). Además, la casa donde anidan se tiene por afortunada y también da buena suerte ofrendarle unas migajas de pan.
En Francia y en Inglaterra había una fiesta del reyezuelo el 26 de diciembre o el primero de enero. Se llevaba en procesión un reyezuelo espetado en lo alto de una larga vara. 
Se decía que un reyezuelo espetado y puesto al fuego giraba solo ante la lumbre.
En irlandés antiguo, el nombre del reyezuelo era dréan, lo que se interpretaba como contracción de draoi éan, "el druida de los pájaros", o "el pájaro brujo".
Es el caso que san Moling estaba encantado viendo al pajarito ir y venir danzando  mientras cazaba y se zampaba mariposas y moscas al vuelo, entre ellas el moscardón devoto.
Mas he aquí que bajó repentinamente del aire un ave de presa, milano, gavilán o lo que fuese, y como un rayo atrapó al reyezuelo en las uñas y se lo tragó en un abrir y cerrar de ojos.
Moling quedó disgustadísimo.
-¡Eh, tú, tragón! ¿Qué es lo que has hecho? ¿Cómo la tomas con una criatura de Dios tan graciosa y tan simpática? ¡Echa eso ahora mismo!
Apesadumbrada y obediente, la rapaz regurgitó al pajarito, aunque desgarrado, lleno de sangre y hecho una pena. 
Moling cogió el pequeño cadáver, lo calentó entre las manos y cuando las abrió lo depositó en el suelo entero y sano, sacudiendo las alas para desentumecerlas y sin entender bien lo que le acababa de pasar. Un momento después estaba dando saltitos de júbilo.
-¡Sí, baila, baila...! Eres muy listo tú, ¿eh? ¡A ver ese moscardón!...
A regañadientes, el pájaro abrió el pico y dejó escapar del buche al insecto, que salió haciendo eses, atontado y como borracho.
-Y delante de mí no empecéis...  
San Moling tenía poder sobre los insectos. Cuando San Gobán Saer le pidió un precio excesivo, pagable en centeno, por la construcción de la iglesia, Moling pagó a tocateja; pero al día siguiente todo el grano se había convertido en gusanos y gorgojos. 
La verdad es que la culpa no había sido de San Gobán, sino de su mujer, que era la que le había calentado la cabeza para que cobrase su trabajo tan caro.
la historia comenzó de esta manera: la mujer de San Gobán Saer, Ruadsech Derg (la Roja) que se llamaba, era una avariciosa y una impertinente. Una vez fue a ver a San Moling y empezó a hacerle la pelota: que qué monje tan sabio, tan bien plantado y tan guapo...
-Bueno, a ver, Ruadsech -la cortó el santo-: ¿qué has venido a pedir?
-Pues, ya que lo preguntas, estamos Gobán y yo sin una mala vaca, y no parece conveniente que un arquitecto de la talla de él no tenga ni para labrar un pedacito de tierra.
Relieve románico. Siglo XIII.
-Muy bien: te vamos a mandar una pareja de vacas, y las mujeres de los que están trabajando con Gobán, una vaca a cada una. ¿Qué me dices?
-Gracias; es lo justo. Con menos no podemos pasar ni sería decente.
Pero al poco tiempo vino un ladrón, un tal Grác, y le robó una de las vacas. 
Ruadsech se presentó como una tigresa en casa de Moling. La malpensada de ella suponía que el monje y el cuatrero eran cómplices.  
-No te pongas así. Voy a mandar hombres -dijo Moling- que persigan a Grác y lo maten.
-¡A mí con ésas! Ya sé yo que si por tí fuera, viviría más años que Matusalén.
-Lo mandaré echar al río.
-Para darse un bañito.
-Pagará sus culpas en la hoguera.
-Cuando haga frío, calentándose las manos y los pies. ¡Que os he calado!
-Ruadsech, Gobán es un gran santo.
-Ya lo sé.
-Pero sobre todo por aguantarte a ti. Estar casado contigo es ganarse el Cielo.
Los hombres de Moling sorprendieron a Grác con las manos en la masa. Había encendido una lumbre y se disponía a comerse la vaca con su mujer y su hijo. Al ver a los hombres armados, huyó trepando a un árbol en cuya copa se agazapó. Pero uno lo vio y lo derribó de un flechazo. Grác se desplomó sobre la hoguera y de allí rodó al río.
Así murió de la manera que había dicho Moling.
Es un ejemplo del motivo de la "muerte triple" o "sacrificio triple", que se encuentra en numerosas leyendas indoeuropeas (correspondiendo a la ideología trifuncional), y en Irlanda, por ejemplo, en la historia de la muerte de Muirchertach mac Erca, alanceado, quemado en un incendio y ahogado en un barril de vino.
Entonces la viuda de Grác, con su niño a cuestas, acudió suplicando la ayuda del santo, porque había quedado en el mayor de los desamparos.
-Mujer: tu marido ¡bonita muerte ha tenido: flechado, quemado y ahogado! Ya está en el Infierno. Se lo ha ganado a pulso. Y, como debe ser, allí donde está el marido, acabará la mujer. No te digo más.
La viuda, con aquellas palabras de consuelo, siguió su camino.
Los hombres recobraron lo que quedaba de la vaca: carne y huesos; y  Moling lió todo en el pellejo y le devolvió la vida. 
Un milagro semejante, de raigambre antiquísima, chamánica, y propio según se dice de las más arcaicas sociedades de cazadores, se le atribuye a San Kevin (ver Kevin, hermoso nacimiento)
Pero la vaca ya no era como antes: la mitad que había pasado por la olla se había hecho parda, y la otra mitad estaba blanca. El animal resucitado daba leche para henchir a doce hombres cada día y Moling decidió que Ruadsech no la merecía y que se la quedaba él.
Ruadsech se enfureció y se lo contó a su marido.
-Ahora, la vaca se la cobramos pero bien. ¡Ya lo creo que se la cobramos! Vas a cargársela en lo que le lleves por hacer la iglesia.
-Yo no puedo hacer eso. Yo no cobro nunca más que lo justo, y menos a un santo tan preclaro.
-Mientras no te pague ése la vaca, no te pago yo el débito.
-Mujer: no te pongas así...
-¿Que no? ¡Ya me conoces! 
-Vaya que si te conozco.
-Pues ya lo sabes. ¿Me defiendes tú como un hombre? Pues si no eres marido para lo uno, no eres marido para lo otro. Así que tú verás.
Y muy a pesar suyo y con harta vergüenza, San Gobán Saer cobró a Moling el precio que le pareció a Ruadsech.
Sin embargo, Moling era generoso y buen pagador. 
Este milagro lo demuestra: una vez, lo convocaron unos reyes de los O'Neill, los hijos de Aed Sláine (que eran la dinastía dominante en Tara), para dirimir un conflicto de lindes con los de Laiginn: pero con el secreto propósito de emboscarlo y matarlo por el camino (no lo lograron, porque Moling los despistó cambiando de aspecto). Una noche pidió posada en una casa donde vivía una pobre mujer. Por lo que fuese, el marido no ganaba nada e iban tirando con las labores de ella. A pesar de todo, los convidó a compartir lo que tenían: una jarra de leche y una posta de carne de caballo.
-No tengas apuro: donde comen dos, comen tres; y el caballo seguro que nos está riquísimo si Dios quiere.
Cuando llegó el hombre y se sentaron a la mesa, resultó que la jarra de leche no disminuía nunca por más que se servían. En cuanto a la tajada de caballo, al sacarla del caldero resultó haberse convertido en grandes, tiernos y jugosos pedazos de cordero.
-Y en pago de vuestra hospitalidad, os anuncio que los reyes de Laiginn serán de ahora en adelante de vuestra estirpe...
San Moling se llevaba maravillosamente con los animales. Durante una temporada tuvo treinta perros, a los que daba de comer un pan untado de mantequilla a cada uno. El santo dejaba los treinta panes juntos en un montón y cada perro comía el suyo sin tocar los demás, lo que se consideraba un notable milagro.
Otro de sus amigos era un zorro. Una vez vinieron los monjes a quejarse de que les había robado una gallina. Moling regañó al zorro delante de los otros animales. El animal salió con el rabo entre piernas y volvió al poco rato trayendo entre los dientes una gallina viva.
-¿De dónde has sacado esto? ¡Sinvergüenza! -dijo sonriendo el santo- ¡Esta gallina es de las monjitas! ¡Anda y devuélvesela! ¿Tú no ves que lo que no hay que hacer es robar?
Zorro ladrón. Relieve románico.
Sin comprender muy bien, el zorro cogió la gallina y la dejó sana y salva en su gallinero.
Otra vez llegaron los monjes ante San Moling con otro zorro cogido por el pescuezo.
-¡Lo hemos pillado con las manos en la masa, robando unos panales de miel!
-¡Ah, canalla! -dijo el santo- ¿A que vas a ser tú el que me ha robado el antifonario que me ha desaparecido?
Efectivamente, se lo había llevado a su madriguera para entretenerse royéndolo, que era de cuero y pergamino.
-Tráelo inmediatamente, y ¡como vuelvas a tocar un libro...!
La zorra volvió arrastrando el librote y se aplastó en el suelo a los pies del santo, mirándole con cara de pena.
-¡Anda, vete, que no sé cómo no...!
Y desde entonces no sólo no volvió a robar nada, sino que si, por broma, le enseñaban un libro, salía huyendo despavorido.
-Un día de éstos -anunció Moling a sus monjes en su ciudad de Ferns- van a venir unos visitantes desconocidos; y nunca han morado entre los hombres, y breve será su morada entre ellos. Alfombrad de paja limpia y mullida una estancia grande para que duerman.
Entre tanto, los lugareños de los alrededores vieron con asombro que de todas las partes del bosque y de los campos acudían muchedumbres de zorros y se daban cita en un prado, desde donde en cortejo se dirigían a la ciudad.
Entraron por las puertas libremente sin que hombres ni perros los ofendieran, pues tal era la voluntad de Dios, que temporalmente había suspendido la eterna inquina que enfrenta a esas dos especies.
La concentración de zorros fue al encuentro de San Moling haciéndole fiestas, y el santo los cogía, les daba palmadas y los acariciaba ante el estupor de las gentes.
Se les dio de comer y pasaron la noche en el hospedaje preparado para ellos; y al día siguiente volvieron a saludar a Moling, pero ya no se les veía tan alegres como la víspera: sino que unas veces parecían contentos y otras veces demostraban tristeza.
-Amigos míos -les dijo Moling emocionado-: no sé si nos veremos más. Me queda poco tiempo de estar en esta ciudad y va siendo hora de que vuelva a mi tierra. ¡Yo os bendigo!
Los zorros quedaron muy apesadumbrados y se volvieron a sus casas cabizbajos y a veces gimiendo bajito.
Y con razón, porque lo que les había anunciado su amigo el santo era que su vida en este mundo tocaba a su fin y su alma se disponía a emprender viaje a su patria celestial.
No muchos días después, partió San Moling de este mundo. 

miércoles, 20 de junio de 2012

Viéndoselas con los demonios (San Moling, parte 3)

Entre otras razones, era Moling el santo indicado para la redención del tributo bovático porque su nacimiento recuerda a los trágicos acontecimientos que dieron origen a aquel impuesto tan importante en la Historia de Irlanda.
Según se cuenta en el relato medieval El nacimiento de Moling y su vida (Geinemain Molling ocus a bhetae; se puede consultar en línea en Internet archive, con traducción inglesa) fue la mujer de Faolán, el padre de Moling, quien le sugirió a aquél que se trasladasen a la frontera de Osraige y Laiginn y allí se hiciera briugu (persona encargada de mantener una hospedería para los viajeros). 
Una hermana de la mujer, Emnat, los acompañaba. Faolán se fijó en la cuñada, que era muy guapa, y ella se enamoró de él. Pronto se dio cuenta, con vergüenza y miedo, de que estaba encinta y no se le ocurrió otra cosa que salir huyendo. Llegada a su tierra, Luachair, una noche de nevada, en pleno campo, tuvo a su hijo y resolvió darle muerte allí mismo. Pero Dios mandó una compañía de ángeles y una paloma que protegía al recién nacido dándole calor con las alas y defendiéndolo con las uñas, hasta que pasó por allí San Brendan mac Finnlugh, el famoso santo navegante,  cuando Emnat ya estaba a punto de acabar con el bebé a puros cantazos. 
La leyenda de la mujer despreciada que se ve obligada a traer al mundo, en el campo, un hijo del pecado y lo abandona (o, peor, intenta darle muerte en este caso), pero es salvado por las palomas, no puede dejar de recordar al nacimiento de Semíramis.


Al futuro Moling lo bautizaron poniéndole Tairchell (Rodeo) por las vueltas que daba la paloma a su alrededor en su intento de defenderlo.
Y aunque se lo quedó Collanach, un monje de San Brendan, para criarlo junto a muchos hijos de reyes y de príncipes que tenía a su cargo, su verdadero maestro fue Víctor, el ángel de San Patricio.   
En el Santoral de Óengus se leen otras noticas más enigmáticas sobre San Moling, el santo del que me vengo ocupando desde hace dos entradas. Habla de cierta fundación suya, llamada el Taidén, que no se sabe si era una iglesia o como dice Whitley Stokes un molino fluvial con su presa. En otros textos parece que Taidén es el nombre de un río, estrechamente relacionado con este santo, o acaso del canal que excavó con sus propias manos.
En todo caso, dice el Santoral de Óengus que durante la fundación del Taidén Moling lo pasó mal por la gran abundancia de demonios, lobos y mala gente que allí acudía. En la leyenda de San Moling a veces no se distingue bien si los malvados que aparecen son demonios, espectros (fuath en irlandés es "espectro", "odio" y "horror") o simples malhechores. El malhechor, como forajido, es el que se sitúa fuera de la sociedad y también del mundo ordenado, del cosmos: es el hombre del bosque, de la sierra. Muchas veces el bandolero adquiere proporciones sobrehumanas y diabólicas en la tradición: Roberto el Diablo, la Serrana de la Vera...
También se lee allí -en el  Santoral de Óengus- que estando el santo junto al río Garb, entre Laiginn y Osraige, solían muchos pasar de un reino a otro, y que el cruzar a Laiginn, hacia el Este, le causaba a Moling gran alivio, y en cambio el viaje a Osraige, a Poniente, le daba terror.
Esto parece tener que ver con el significado simbólico del paso del río, a que me refería en la entrada anterior, como tránsito entre este mundo y el Más Állá. Moling, como decía, tuvo el oficio de barquero. 
San Julián el Hospitalario. Siglo XIV.
No es que venga muy a cuento, pero a veces pienso en Caronte cuando me acuerdo del barquero de la canción de corro, que no cobra su óbolo a las niñas bonitas. Les cobra la niñez y la bonitura misma, porque es la Muerte para quien no hay edad ni belleza ni donaire que valga.
Por hacer de barquero (como el barquero de L'arrache-coeur de Boris Vian) Moling tiene que lidiar con mala gente, lobos y fantasmas. A cambio, es capaz de devolver la vida; y a veces, como en el caso del niño que contábamos, es el propio río el que opera la resurrección.
Claro que dentro del simbolismo cristiano no hay nada más conocido que el agua que da la vida, que es el bautismo, díctamo, antídoto y curación para el ciervo envenenado o herido. Y claro que no sólo en el cristianismo se encuentra el agua como símbolo de resurrección. 
Cuenta el Geinemain Molling un primer encuentro de Moling con uno de estos seres perversos contra los que tuvo que luchar toda su vida cuando era pequeño y estaba estudiando con Collanach. Era su ocupación entonces recorrer la comarca con un bordón y un par de alforjas recogiendo limosnas para el sustento de maestro y escolares. Aquel ser se llamaba Odio Sañudo; iba viajando con su mujer, su sirviente, su perro y nueve criados.
-¡Qué cosa más rara! -dijo Odio Sañudo a los suyos-. Nunca he hecho más que el mal y a ese chico me apetece protegerlo.
Sin embargo, se le plantó delante y le dijo:
-¿Ves esta lanza? Con ella te voy a atravesar de parte a parte.
-Será si no te doy primero un porrazo con este cacho de bordón, que no lo abarco con la mano. Pero ¡ya podrás! ¡Un forzudo contra un muchacho! ¡Debías darme por lo menos algo de ventaja!
-¿Cuánta?
-Tres pasos por ser un peregrino y otros tres por ser un loco.
-Bueno, vale. De todas maneras yo soy más rápido que un ciervo y mi perro más que el viento.
El primer paso fue un salto tan grande que Tairchell casi desapareció de su vista y el último lo llevó al coro de la iglesia, donde Collanach estaba cantando con los demás frailes.
-¿Qué ha pasado, Tairchell, que tienes la cara ardiendo como un héroe en el furor de la batalla?
Tairchell se lo contó y Collanach contestó:
-Bueno; aquí en la iglesia estás a salvo. Desde ahora te llamarás Moling (que quiere decir "mi salto").  
Entonces el maestro le reveló la historia de su nacimiento y le presentó a su madre.
-Mucho hemos sufrido tu madre y yo por tí: porque a ella todos le echaban en cara su pecado, no dudando en tirar la primera piedra, y a mí me acusaban de ser tu padre y estar conchabado con ella.
Y ese mismo día lo tonsuraron. Era el fraile más guapo que se hubiera visto jamás. 
Y emprendió viaje a la tierra donde había sido engendrado, donde construyó su iglesia sobre los cimientos de una que había dejado sin terminar San Brendán. Era aquel un lugar maldito, plagado de ladrones y criminales.
Mientras estaba cortando leña con San Gobán, le saltó una astilla a un ojo y lo dejó tuerto. Sin decir nada, se tapó el rostro con la capucha y se retiró.
El tuerto, al igual que el cojo, (ver En el país de los tuertos el cojo es el rey) es personaje que se pasea entre ambos mundos, o al menos que puede ver en ellos, es visionario y a menudo oculta su defecto, como Odín con el ala de su amplio sombrero.
Esta característica de ser tuerto se relaciona con la invisibilidad y la capacidad de cambiar de apariencia. Cuando los de Tara iban en su persecución después de haber logrado la redención del tributo (ver la entrada anterior), Moling consiguió que cada uno de los soldados enemigos adquiriese su apariencia a los ojos de los demás, y así se mataron unos a otros pensando que era al santo a quien estaban dando muerte.
Es el caso que Moling, dolorido y con la astilla clavada en el ojo, regresaba a su celda cuando por el camino, se encontró con un estudiante que le preguntó qué le pasaba.
-Nada, que se me ha metido una astilla en un ojo y estoy rabiando.
-Trae que te diga una oración que hay para eso:
¡Una rueda de molino en el ojo,
una hoja de acebo en el ojo,
todas las desazones en la mejilla,
un grifo de grandes garras en el ojo!
-¡Qué mala idea! Me has puesto mucho peor de lo que estaba....
-¡Qué cosa más rara! -rió el estudiante, que era un demonio- No suele fallar este conjuro... ¡Adiós!
Por suerte, en seguida se le apareció un ángel del Cielo que lo curó con otro conjuro, y su vista quedó mucho mejor que al principio de todo.
Oftalmología medieval. Siglo XII.
Un día le salió al encuentro un leproso pestífero, repelente y medio sin narices ni orejas pidiéndole que lo llevase un trecho a cuestas, pero quitándose la ropa primero, porque el roce con ella lo escocía horriblemente y tenía que ser piel contra piel. Luego lo hizo sonarle lo que le quedaba de nariz, y sólo podía hacerse con la boca si no quería correrse el riesgo de quedarse con el pedazo en el pañuelo o la mano (esto también se cuenta de San Winwaloe: ver Peregrinos por Europa). San Moling hizo de tripas corazón, cerró los ojos y satisfizo la petición del leproso. Cuando los abrió, el gafo había desaparecido. San Moling se escupió en la mano izquierda lo que tenía en la boca y quedó mosqueado.
-¿Qué te pasa? -le preguntó el ángel Víctor cuando bajó a hablar con él.
Moling se lo contó.
-Y si era un ángel o Cristo disfrazado para probarme, ¡aleluya!; pero si ha sido un demonio para gastarme una jugarreta, ¡maldita la gracia!
-Y ¿en qué forma te apetecería que se te apareciese Cristo, ya que eres tan remilgado?
-En la de un niño de siete años muy mono y muy rico.
Al momento, un niño así saltó a su regazo y estuvo toda la noche jugando con él. Era el Niño Jesús.   
Pero yo imagino a Moling restregándose la mano izquierda con el hábito, aún dudoso y asqueado:
-Sí, sí... pero el primero, el de la lepra... ¿sería del Cielo de verdad o sería de los otros?...
También, junto al Taidén, tuvo lugar un encuentro entre Moling y su gran amigo Mael Dobarchon, un santo del que no hay apenas noticia. Mael Dobarchon, al igual que Moling, era hijo de un briugu, y aquel día estaba buscando unos caballos que se le habían escapado a su padre.
-Aquí andamos buscando...
-Y yo buscando a Cristo.
-Qué crimen tan grande fue eso de matarlo, y qué no haríamos por salvarlo, si pudiésemos.
Moling se quitó el hábito y lo arrojó a unas espesas matas de espinos.
-Si eso fuese Cristo, ¿lo salvarías tú?
-Verás.
Y Mael Dobarchon rompió por entre los espinos y se abrazó, chorreando sangre, a la túnica del monje. San Moling gritó entonces:
-¡Eh, tú, fraile, ven acá!
Y el hábito, moviéndose por sí solo, volvió junto a él.
-Con este gesto de arrojo que has tenido -dijo Moling a su maltrecho amigo- arañándote de esta manera por amor de Cristo, te has ganado el que no te toquen un pelo los demonios en la otra vida. Les has quitado el poder sobre ti.
Allí mismo estaba sentado meditando otra tarde cuando vio acercársele a un joven apuesto y elegante, vestido de púrpura.
-Muy buenas -le saludó el joven.
-Amén.
-¿Cómo que "amén"? ¿Ésa es manera de saludar? ¿Amén a mí?
-¿A ti? Pues ¿tú quién eres?
-¿Quién voy a ser? ¡Cristo, el hijo de Dios!
-No me vengas con cuentos de camino, porque Cristo cuando baja a la tierra no va de púrpura ni de señorito como tú, sino de mendigo desharrapado y de leproso.
-Pues si no soy Cristo, ¿quién soy entonces?
-Pues mira: me da que el típico demonio tocanarices. ¿Acierto?
-¡¡Hombre de poca fe!!
-Si eres Cristo, mira lo que estoy leyendo -dijo, alzando los Evangelios en que estaba meditando.
-¡Quita eso de mi vista! Es verdad, soy el que tú creías, pero bastante desgracia tengo.
-Bueno, ¿y a qué vienes?
-A pedir tu bendición.
-Ni hablar. Primero porque no te la mereces y segundo porque no te aprovecharía nada.
-Algo haría. Es como si te metes vestido en un baño perfumado y no te restriegas ni nada: aunque no quedes limpio se te pega el buen olor.
-Nada, nada: el perfume y la roña hacen muy mala pareja.
-Bueno, pues si no me echas la bendición, por lo menos échame una maldición, por el hecho de que vengo a tentarte.
-¿No tienes bastante maldición ya?
-Sí, pero la ira es un pecado aunque sea contra uno de nosotros, y tu veneno se volvería contra ti. Pero ya veo que no hay manera contigo.
-Si hicieras alguna buena acción, aunque fuera pequeñita, Dios se apiadaría de ti.
-Soy incapaz.
-Por ejemplo, ponte a estudiar. Ahí tienes una buena acción.
-¿Estudiar? ¿Con quién te crees que estás hablando? ¡¡Sé mil veces más que tú y que el más sabio que me encuentres de vosotros!! Pero ¿qué adelanto con eso?
-Haz ayunos.
-Los demonios no comen.
-Con una genuflexioncilla, que no cuesta nada, ya valdría para empezar.
-Pero ¿tú no ves que no puede ser porque a los demonios se nos dobla la rodilla hacia atrás, como a los pollos, y no hacia delante como a las personas?
Excitación diabólica y patas de pollo. Capitel románico.
-Nunca me había fijado.
-Pues sí, hombre, sí.
-Pues, chico, ya no se me ocurre otra cosa.
-No: si es que no. Bueno, ¡hala!
Y el pobre demonio se fue entonando un himno lleno de nostalgia, donde se celebra la ventura del que está con Dios y la miseria del que está apartado de él.
El poema y el diálogo están en las notas del Santoral de Óengus.
Ahora bien, el tener pies de pájaro ya he comentado en otra ocasión (u ocasiones) que es cosa propia de seres sobrenaturales inquietantes y de diablos; también lo es el padecer una inversión en las extremidades inferiores, como tener los talones delante y los dedos detrás (esto le sucedía a Leborcham, la sirvienta de Conchobar, el rey del Ulster). Y una vez más, se trata de rasgos relacionados con la cojera y la descalcez.
Pero lo dejo por ahora, que quedan más cosas para contar otro día de este santo de Laiginn.

lunes, 18 de junio de 2012

La redención del tributo (San Moling, parte 2)

Al legendario Tuathal Teachtmhar, que reinó en Tara en el siglo primero o segundo de nuestra era, se atribuye la división de Irlanda en cinco provincias. También fue él el que impuso a la de Laiginn su oneroso tributo, llamado en irlandés bórama y en latín bovaticum, de , "vaca".
La historia (titulada Boroma, está recogida en la Silva gadelica de Standish O'Grady y en el volumen XIII de la Revue Celtique, ambas consultables en línea en Internet Archive, por ejemplo, con traducción al inglés) fue así: Tuathal Teachtmhar tenía dos hijas gemelas bellísimas, Fithir y Dáirine. Eochu mac Eochach, rey de Laiginn, le pidió una de ellas por esposa, y como no había entonces costumbre en Irlanda de que se casase la hermana menor antes que la mayor, tomó a Fithir.
Pero cuando llegó a Laiginn, le dijeron sus súbditos:
-Has hecho el tonto: te has quedado con la peor hermana.
Esto lo decían porque era ahijada del rey de Connacht, mientras que la pequeña lo era del de Ulad, más poderoso.
-Todo tiene arreglo.
Eochu volvió a Tara.
-Rey Tuathal, tu hija, mi mujer, ha muerto. Sería mi deseo que me concedieras la mano de la otra.
-¡Vaya por Dios! -dijo Tuathal-. En fin: que sepas que si fueran veintiuna mis hijas todas te las daría una detrás de otra por la gran amistad que te tengo.
-No se hable más.
Eochu se llevó consigo a Dáirine; pero cuando la princesa vio a Fithir rebosando salud y comprendió el chanchullo de su marido y consentidora hermana fue tal el bochorno que se le vino encima que se le rompió algo por dentro y quedó en el sitio. Fithir, al verla muerta por su culpa, sucumbió al dolor.
Este trágico relato se ha comparado repetidamente al mito griego de las hermanas Procne y Filomela, víctimas de otro bígamo desaprensivo, Tereo, metamorfoseadas en golondrina y ruiseñor. (Tereo, cuyo irónico nombre es "custodio", acabó convertido en la pestífera abubilla, pájaro de muy mala fama en el folklore europeo y del que se dice en varias partes que construye los nidos con las boñigas que encuentra por ahí). 
Elisabeth Jane Gardner: Procne y Filomela.
En fin: Tuathal que se enteró del fin que habían tenido sus hijas declaró la guerra a Laiginn con Connacht y Ulad por aliados. Venció al cabo la coalición y se impuso a los derrotados el asfixiante tributo anual, el bórama.
Mucho tiempo después, Fionn Mac Cumhail (el Fingal de Ossian) tomó partido por los laginienses y consiguió que se interrumpiese el pago del tributo, pero no que se apagase el odio de Laiginn contra Tara. Y así sucedió que un año los de Laiginn asaltaron la fortaleza de Tara, encerraron a tres mil doncellas (treinta princesas con cien criadas cada una) en un edificio de madera y le prendieron fuego, de manera que no se salvó ni una de las mujeres. Esto, según los Anales de los cuatro maestros, sucedió el año 241 y fue causa de que el tributo se volviese a recaudar, y en condiciones más gravosas y humillantes que al principio.
Pero corrieron los siglos y Laiginn pensó que bastaba de pagar y se alzó en armas. Esto fue en tiempos del rey de Tara Finnachta Fledach, Finnachta el Juerguista, que reinó a finales del siglo VII.
Dijo el rey de los Uí Muiredaigh, que vivían al Sur del actual Kildare:
-Nunca hemos vencido por las armas. Es mejor que enviemos a un sabio que defienda nuestra causa, aprovechando la feria anual.
En Tara, como en otras ciudades de Irlanda, se celebraba una gran fiesta con feria, asambleas y competiciones: fiesta social y religiosa.
-Pues ¿a quién mandamos? ¿Quién será nuestro emisario?
-Moling, llamarada de fuego,
ola que hinche las riberas,
será remedio de todos.
Él es el jabalí que encabeza la piara,
la rama que descuella en la copa,
¡el hijo de Faolán, el profeta!
Moling no era especialmente parcial a favor de los suyos. Cuando estalló la guerra entre Laiginn y el vecino Osraige (Ossory), desastrosa para éste, impidió con sus oraciones que los de Laiginn se llevasen su enorme botín, dejando a los de Osraige en la miseria. Los ganados que conducían se negaron a cruzar la frontera y no hubo manera humana de moverlos, hasta que ya los de Laiginn vieron que era cosa de Dios y desistieron.
Pero aquella vez el santo veía que tenían razón sus paisanos. No era justo que pagasen por un crimen de hacía siglos.   
Moling compuso un cántico de alabanza al rey Finnachta, de la familia O'Neill, y fue a pedirle audiencia, acompañado de un poeta que lo recitase por él.
El poeta resultó ser un traidor, se aprendió el cantar de memoria y huyó decidido a vendérselo al rey como obra suya.
A su llegada Tara,  los vecinos y cortesanos recibieron a Moling a cantazos y tirándole tarugos de madera y toda clase de objetos; pocos se levantaron a hacerle honra.
Pronto se demostró que Moling era muy malo para adversario. Desencadenó sobre Tara una granizada que les aguó la fiesta y les hizo suspender los juegos y carreras. Sin embargo, por donde iba el santo, un claro se abría sobre su cabeza y lo acompañaba de manera que no se mojaba aunque estuviese diluviando alrededor. Los de Tara fueron a suplicarle que les dejase disfrutar de sus juegos y que pedirían al rey que accediese a su demanda. De pronto, se oyó un gran griterío lastimero.
-¿Qué es esto? -preguntó el rey- ¿qué son esos ayes?  
-Es -dijo Moling- que ha venido corriendo un ciervo, y los jóvenes se han arrojado a lanzarle sus venablos, y uno ha alcanzado a tu hijo en la pierna y lo ha matado. 
Caza del ciervo. manuscrito del siglo XIV.
Esto ha pasado por no recibirme con los honores debidos.
-Devuélvemelo vivo y te daré lo que quieras.
-Poca cosa por ser para ti; y en esta oferta entran tres artículos: la vida de tu hijo y el paraíso para ti y (cosa que no es ninguna baratija) mi propio poema de alabanza.
-Bien, pero ¡a saber lo que pedirás por todo el lote!
-Poca cosa: que aplaces el pago del tributo de Laiginn hasta el lunes.
-¿Eso? ¡Concedido! Y ahora, empieza por el poema.
-Finnachta de los O'Neill amanece como un sol,
Es el barco sobre las olas, la ola sobre la playa...
-¡Para, para! Ese poema ya está visto. Ya lo he comprado yo a otro.
-Porque me lo robó ese sinvergüenza; y si es suyo de verdad, que salga y lo declame.
El poeta se alzó y sin querer empezó a cantar tonterías:
-Dríbor drábor, ¡Jou, jey! 
Dríbor drábor, ¡Jou, jey!
Dringuilindrámbalar, ¡Jey, jorro!
Drúbar, drúbar, ¡Jorro, jey!...
Dio una voltereta en el aire, salió corriendo como alma que lleva el Diablo (y así era en verdad) y se lanzó de cabeza a un río, donde pereció ahogado.
Luego, por las preces de San Moling, resucitó el príncipe.
Emplazamiento supuesto del antiguo salón de banquetes. Tara, Irlanda.
Moling iba ya de regreso a casa cuando los druidas fueron a preguntar al rey:
-¿Qué le has concedido a ese Moling?
-He aplazado el pago del tributo hasta el lunes.
-Pues has hecho una patochada muy grande, porque ¿no te has dado cuenta que por aquí "hasta el lunes" quiere decir también "hasta el día del Juicio"?
-No había caído.
-Pues la has hecho buena.
San Adamnán, abad de Iona, que era amigo de infancia del rey, conoció por una visión lo sucedido y fue a toda prisa a reunirse con él.
-Luego lo veo -mandó Finnachta que dijesen al abad-: cuando acabe esta partida de fidchell (el fidchell era un juego de mesa irlandés).
El rey juega. Grabado del siglo XV.
-Decidle al rey que voy a rezar cincuenta salmos. Y uno de ellos va cargado con la maldición de que sus descendientes perderán el trono de Tara para siempre.
-Me importa un bledo -dijo el rey-. Quiero acabar la partida.
-Decidle al rey que voy a rezar cincuenta salmos. Y uno de ellos va cargado con la maldición de que su muerte no se hará esperar mucho.

-Me importa un bledo -dijo el rey-. Quiero acabar la partida.
-Decidle al rey que voy a rezar cincuenta salmos. Y uno de ellos va cargado con la maldición de que Dios no tendrá piedad de él.
-Bueno, venga: a ver qué quiere ese fraile pesado.
-¿Por qué sólo me has hecho caso a la tercera? -dijo Adamnán.
-Porque si mis descendientes suben o no al trono de Tara me importa un rábano y porque morir pronto o tarde me importa otro rábano, ya que he comprado ¡y bien cara! a Moling la promesa de ir al Paraíso. Pero si tú ahora me echas la maldición de que no se apiade Dios de mí, se plantea un conflicto que no estoy seguro de cómo se va a resolver.
-¿Has visto cómo te la ha jugado ese santo de Laiginn?
-Así es. No importa: lo traeremos prisionero y le obligaremos a que reconozca su engaño y lo deje sin efecto.
-Es lo único que puedes hacer -dijo San Adamnán.
Finnachta mandó soldados en su alcance, pero Moling, con la ayuda de Santa Brígida, principal abogada de Laiginn, y otros santos, hizo bajar una niebla milagrosa que lo ocultó de sus perseguidores.
Moling combatía a los druidas con sus propias armas. Como explican Le Roux y Guyonvarc'h en su libro Les druides, éstos tenían poder de provocar aguaceros y de hacerse invisibles por medio de nieblas mágicas.
Este don de invisibilidad se relaciona (así lo señala Carlo Ginzburg) con la capacidad de traspasar la frontera del Otro mundo: la invisibilidad es un poder que pertenece ante todo a las deidades infernales. También, por cierto, el oficio de conducir un transbordador, ejercido por este santo, es simbólico de esa familiaridad con ambas riberas de la vida.