viernes, 7 de diciembre de 2012

El culebrón de la condesa.

De la popular leyenda de San Budoc no existe versión muy antigua. La que lo es más se encuentra recogida en una tardía crónica, de finales del siglo XIV y principios del XV, titulada Chronicon briocense, o sea Crónica de Saint Brieuc, obra llena de elementos fantásticos y de ficción, que permaneció inédita o sólo parcialmente editada hasta muy recientemente.
Lo relativo a este santo fue publicado en el siglo XIX por la Société d'émulation des Côtes du Nord, que no tengo a mano ni encuentro en línea en este momento.
Aunque es fama que San Budoc estuvo en Cornualles y Devon, donde le están consagradas algunas iglesias, Roscarrock, humanista del siglo XVI,  tampoco da apenas noticia de él. 
Los hagiógrafos del siglo XVII y XVIII como Albert Le Grand y Lobineau se ocuparon extensamente de este santo y de su madre y la musa popular narró su historia en un gwerz o larga canción narrativa, que luego recogería y puliría Hersart de la Villemarqué en su Barzaz Breiz (Tour an Arvor); Luzel la transcribe con más afán de exactitud en sus Gwerziou Breiz Izel (Santez Henori). Alan Stivell, el cantante bretón, reelaboró la versión de Villemarqué en su disco Legend.
Capitular de la Historia regum Britanniae. Manuscrito del siglo XII.
Dice, pues, Albert Le Grand (ampliando la Historia regum Britanniae de Monmouth), que en la famosa batalla de Langres, en la que el rey Arturo derrotó a los ejércitos imperiales de Roma, Hoel de Bretaña confió parte de sus huestes al conde Chunario de Tréguier, que otras fuentes nombran Kinmarck o Kimmarcoch y que murió de un lanzazo en la batalla. No se sabe cuántos hijos dejó, pero sí que el mayor (cuyo nombre se desconoce) a la hora de casarse, después de buscar novia cuidadosamente, se decidió por la guapísima Azenor, alta y derecha como una palmera -dice Le Grand- y aún más estimable por sus virtudes cristianas que por su belleza.
Azenor era hija del príncipe de León, lindante con Trégor, que tenía su corte en Brest: así que el conde de Tréguier no tuvo que ir muy lejos a buscarla. Pero sí que costó convencerla, ya que íntimamente había hecho voto de consagrarse a Dios.
El príncipe, o rey según las baladas populares, de Léon se negaba a forzar la voluntad de su hija, a la que quería mucho y con sobrada razón. He aquí por qué:
Según el gwerz de Santa Azenor o Henori que trae Luzel, el rey de Léon un día, encontrándose muy enfermo, mandó llamar a sus profetas.
-¡Bueno, hombre! Esto se cura fácilmente. Un poco de teta de virgen, y listo. Pero, eso sí: la virgen tiene que ser una hija tuya.
-¡Tengo tres!... Mal se tiene que dar...
Pero el rey no contaba con el motivo folclórico del rey Lear y sus tres hijas, que lo afectaba de lleno. 
De pasada mencionaba yo una vez (ver Teilo el peregrino) el importante artículo de Freud sobre el motivo de la elección entre las tres arquetas que aparece en El mercader de Venecia de Shakespeare, motivo que se relaciona con el de las dos hermanas celosas de otra tercera: Psique, Cenicienta... Freud llega a la conclusión de que las tres hermanas son las Parcas y la elección final de la Cenicienta o de Cordelia traduce la conciencia de lo ineluctable de la muerte, que es el regreso a la Tierra Madre. 
De manera que cuando acudió a las dos mayores, con buenas palabras se llamaron andana.
-¡Vaya por Dios! No me queda más remedio que recurrir a Henori, la pequeña. ¡A ver adónde me manda!
El caso era que el rey desde pequeñita había tenido manía a aquella niña y la había tratado peor que a sus hermanas. A decir verdad, se había portado muy mal con ella. La había hostigado continuamente y había acabado por ponerla en el brete de desterrarse. Vivía más que modestamente en otro país. 
Pero por muy cuesta arriba que se le hiciese a su padre no tenía escapatoria y fue a verla con las orejas gachas.
Henori no se hizo de rogar:
-¡Bendito sea Dios que me permite demostrarte mi cariño y a ti comprobarlo! Lástima que sea con tan poca cosa... Ea, coge una banqueta y ponte ahí a mis pies, que me desabrocho la pechera... pero ¡ay!...
Una serpiente tremenda, que el rey albergaba en las entrañas y lo estaba royendo por dentro, saltó como un rayo al pecho virgen y se clavó en él con tan recio mordisco que no había modo de separarlo.
¡Ñac! Muerte de Cleopatra, detalle. Giampietrino.
-¡Ahí va!..., pues ya sé de qué era el mal que tenía.
-Pues ya lo tienes solucionado. ¡A ver yo ahora cómo arreglo esto! 
Ya me he referido no hace mucho a la imagen simbólica de la mujer con la serpiente colgando del pecho, estudiada por Pamela Berger en The Goddess obscured (ver Dos ermitañas discretas). Un símbolo que, según ella, podría remontarse a la diosa neolítica con la serpiente, la diosa minoica, numen de la Tierra creadora -ya la tenemos aquí otra vez- cuyo poder (re)generativo representa la serpiente, animal telúrico y eternamente renovado mediante su cambio de piel.
Son frecuentes las representaciones antiguas de la Mater Tellus amamantando a su serpiente; perviven en la Edad Media y acaban, debido a las connotaciones negativas que adquieren tanto la serpiente como el desnudo femenino (asociados a la escena de la tentación de Eva), convirtiéndose en emblema del castigo infernal de la Lujuria.
Una versión del gwerz recogida por Donatien Laurent (y cantada por Yann-Fañch Kemener en su disco An Dorn) narra que hubo que resignarse a la ablación. Y cuando estuvo separada la sierpe, sin haber soltado su presa, apareció un ángel bajado de las alturas. Portaba un pecho de oro: un pecho maravilloso, que irradiaba esplendorosa luz "para alumbrarla y servirle de candelabro", con el cual -no hay que olvidar tampoco este aspecto- nunca volvería a ser pobre.
Otra heroína, galesa ésta, tenía un pecho de oro: Tegau Eurfron (Eurfron significa precisamente eso, "Pecho de Oro"). Perdió el suyo o en un combate o de la misma manera que Azenor, mordida por una serpiente, dfendiendo a su marido Caradoc Vreichvras.
Tropezamos aquí con otros dos motivos frecuentes: la prótesis milagrosa, como la mano de plata de Nuadu Argatlám en la mitología irlandesa -Lludd Llaw Ereint en Gales- o el hombro de marfil que los dioses implantaron a Pélope en Grecia, y el miembro luminoso, como la mano de varios santos irlandeses, que escribían en la oscuridad de la noche a su luz.
El rey, conmovido, había prometido a su hija darle en recompensa el mejor marido que se pudiese encontrar y no contrariarla nunca en esa cuestión.
Persuadida al final por su madre, Azenor se casó con el conde de Tréguier y el matrimonio vivió feliz hasta la muerte de la princesa de Léon. El príncipe se volvió a casar y las extremadas cualidades de la hijastra despertaron en su segunda esposa unos celos que no tardaron en convertirse en un odio mortal.
He aquí completado el cuadro familiar de Cenicienta, aunque aquí el matrimonio de la pequeña (al contrario que en el cuento) es anterior a la aparición de la madrastra.
La familia de Cenicienta. Estampa popular francesa.
Los trajes parecen de tiempos de Enrique IV, pero
madrastra y hermanas gastan polisón.
Según el gwerz, la madrastra habló con el conde (en el libro de Le Grand toda la comunicación, mucho menos poética, es por carta, y esta suegra calumniadora, con su pérfida correspondencia, también es un personaje conocido de la tradición: aparece, por ejemplo, en la novela medieval de Octaviano y en El caballero del Cisne):
-Hijo, como te descuides te vas a ver puesto de patas en la calle y teniendo que pasarte las noches al sereno, como los lobos, rondando a la luna.
-No sé qué habla usted.
-Que tengas cuidado no sea que el día menos pensado te pase como a unos pollos que les nace en su nido un cuco gorrón, los echa a coces abajo y todo para él. Yo me entiendo.
-¿Sabe usted algo? ¡Hable claro!
-¡Dios me libre de calumniar a nadie! Sólo digo que andes con ojo. Que después, encima de la desgracia viene la risión.
-¡Conmigo, pocas bromitas!
La cizaña de la madrastra bastó para que el conde de Tréguier empezase a sospechar de Azenor y terminase por aborrecerla y despacharla a su padre cargada de prisiones, bajo acusación de adulterio.
La suspicacia del conde no era del todo descabellada. ¿Acaso a Marcos de Cornualles y al propio rey Arturo les había valido toda su realeza para librarse de ese mal?
El príncipe de Léon, sintiéndose deshonrado al ver llegar a su hija con tanta infamia, la mandó quemar viva. A la espera de ajusticiarla, mandó que le diesen por cárcel una torre del castillo de Brest, que aún lleva su nombre.
Dicen las narraciones populares que la hoguera se negó a prender; Albert Le Grand afirma que  al conocer la sentencia Azenor reveló que estaba encinta de cuatro meses; por una causa o por otra, el caso es que la sentencia se conmutó en la de ser arrojada al mar con su criatura en el vientre, ya fuese en una embarcación sin remos o metida en un barril.
Hersart de la Villemarqué ve en este episodio el recuerdo de la leyenda de Dánae, interpolado en la leyenda por algún clérigo con lecturas clásicas. No parece necesario. La mujer abandonada en un cajón a merced de las aguas aparece en muchos mitos. Robert Graves, en Los mitos griegos, identifica a Dánae con la triple diosa lunar, es decir, una vez más, con las Parcas.
Las mujeres fatídicas, Nornas, Parcas, Moiras, Madres, asociadas a las fases de la luna, igual que las arquetas del Mercader de Venecia, supone Freud que son tres aspectos de la madre: la madre de uno, la de los hijos de uno y la madre universal que es la Muerte.
La muerte es Madre Tierra -la mujer de la serpiente- pero también Madre Mar (y aquí viene a cuento todo el simbolismo náutico-fúnebre, desde los enterramientos en barcos a la "mort vieux capitaine" de Baudelaire pasando por "la mar que es el morir" del Otro y las embarcaciones vicentinas...)
Las Nornas, en esta ilustración de Paul Thumann, como
deidades marinas, parecen suripantas de El joven Telémaco o de
La blonde Vénus, protagonizada por Nana (en la novela de Zola).
En Cornualles existe, en el pueblo de Zennor, una iglesia de Santa Senara donde se muestra un trono de piedra llamado la Cátedra de Santa Senara. En el respaldo está representada en relieve una sirena con su cola de pez mirándose el espejo. Aquí santa Azenor se asemeja a otras santas sirenas como la irlandesa Liban (ver Vida y milagros del pescador de sirenas) y a Dahut y las marimorganas bretonas.
Durante su larga travesía, un ángel venía a visitar a diario a Azenor, trayéndole víveres, consolándola y transformando con sólo su presencia aquel estrecho, lóbrego (es de creer que la luz del pecho no funcionaba allí dentro) e infecto lugar en un pequeño paraíso de delicias. Así dice Le Grand. También era visita habitual de la hermética embarcación Santa Brígida.
Llegado el tiempo del parto, Azenor dio no a luz sino a la oscuridad de su tonel un niño al que puso Budoc, "ahogado". La asistió la misma Santa Brígida, que tenía excelsa experiencia en esos casos, ya que según la leyenda había ayudado a la mismísima Virgen María en el portal de Belén. 
Eso de "ahogado" es una etimología popular; en realidad, budoc, como el irlandés buadach, significa "afortunado" o "dotado de grandes prendas". 
La infortunada lloraba por la suerte de su criatura cuando ésta, milagrosamente, habló consolándola con palabras de aliento. Y no tardó Azenor en notar que su diminuta embarcación había dejado de moverse. Era que las corrientes la habían depositado en una playa de Irlanda.
Los lugareños, al ir a abrir el tonel prometiéndoselas muy felices por lo que pesaba y creyendo que contendría vino o algún otro deleitable alpiste, se llevaron la sorpresa de su vida al oír voces en el barril.
-¡Darse prisa, borrachuzos! ¡Que no veo la hora de bautizarme!
El chasco se les volvió alborozo al ver a la hermosa madre con su criatura, a los que llevaron prestamente a la iglesia no sin antes darles un buen baño: que es de imaginar cómo habrían llegado después de la travesía.
Tal vez por este episodio se dice que San Budoc es el patrón de los naufragadores.
Azenor se quedó en el pueblo ganándose la vida (como por casualidad) de lavandera. Las lavanderas, en las leyendas de Bretaña, son seres nocturnos, fantasmales, que tienen mucho que ver con las hilanderas fatídicas de otras culturas.
Entre tanto, en Armórica, la malvada suegra enfermó, y viéndose llegada al trance de la muerte, confesó su crimen. El conde, furioso, loco de remordimientos y de rabia, quería despedazar el cadáver de su suegra y a sí mismo a puros bocados, y se arrancaba los pelos a puñados dándose cabezazos contra las paredes.
Cuando logró sosegarse, decidió echarse a la mar por si en algún lado podían darle noticias de su esposa y guiado por la providencia pronto aportó en aquél pueblo irlandés donde vivía su mujer, a la que reconoció nada más verla, aunque estaba un tanto ajada y desfigurada por los trabajos pasados. 
La felicidad le duró poco, porque debido al aire "grosero y septentrional" (son palabras de Le Grand) de Irlanda cayó enfermo y murió sin haber podido zarpar rumbo a Trégor. Azenor prefirió pasar el resto de sus días en aquella aldea de pescadores como viuda honrada y Budoc entró en religión allí mismo. 
La pobreza de Azenor era voluntaria, que es la verdaderamente meritoria. 
Budoc llegó a abad y arzobispo, que era lo mismo que ser rey en aquella provincia -siempre según Le Grand-, donde estuvo gobernando durante dos años, sin modificar su ascética manera de vivir, hasta que un ángel le ordenó marchar a la tierra de sus padres.
Y sin salir de su cama, que era una pila de piedra a modo de sarcófago, el ángel lo llevó a la mar y por ella flotando hasta el Léon.
Esta pila durante siglos se conservó en Bretaña y servía para ordalías. El que juraba en falso sobre ella podía estar seguro de morir o enfermar gravemente en el plazo de un año.
Allí, en el Norte de Bretaña, anduvo predicando a los paganos que aún quedaban y a los herejes pelagianistas, a decir de Le Grand, hasta que su fama llegó a oídos de San Maglorio, obispo de Dol, que, ya anciano, estaba pensando retirarse y lo nombró sucesor suyo.
San Budoc, obispo. Vidriera en la catedral de Dol.
Budoc, aparte de su labor de obispo, que realizó con admirable celo, puso escuela, en la que se formaron algunos de los santos más famosos de aquellos tiempos: San Iltudo, San Gwenole...
Al cabo de veinte años más o menos sintió que le había llegado su hora y convocando a sus allegados devolvió el alma a Dios. Antes de morir encargó a un amigo llamado Ilduto que le cortase el brazo y lo llevase de regalo al pueblo de Plourin, donde lo había dejado su navío de piedra.
Ilduto escondió la reliquia en un cofre entre sus ropas y se puso en marcha. Pero en una venta donde tuvo que hacer noche un mozo, inocentemente, se sentó en el cofre, y por la falta de respeto que significaba poner sus posaderas sobre el brazo sagrado, quedó paralítico y mudo.
Se indagó el asunto; se halló el miembro cortado entre las ropas; Ilduto tuvo que dar explicaciones y lo dejaron libre, pero el cura del lugar se negó a soltar la valiosa reliquia. Todo lo más, le concedieron a Ilduto permiso para adorarla, lo que aprovechó para, fingiendo besarla, arrancarle de un mordisco tres falanges, que es lo poco que pudo llegar a su destino. 
No hay certeza sobre la fecha en que se celebra la festividad de San Budoc. Le Grand la coloca el 18 de Noviembre; el 8, 9 ó 10 son los días en que se festeja en más lugares.




jueves, 29 de noviembre de 2012

Perros, dragones, caballos, serpientes y sirenas

Uno de los siete santos principales de la Bretaña es San Tugdual, también llamado Pabu.
De su vida se conservan tres versiones medievales, que editó juntas La Borderie en las Mémoires de la Société Archéologique des Côtes-du-Nord.
San Tugdual. Vidriera moderna.
A la primera, muy escueta, le atribuye el editor gran antigüedad; la última sería ya del siglo XI. A pesar de eso, es ésta la que más elementos míticos y fantásticos incorpora, y no forzosamente tan recientes como la redacción del relato.
El nombre de Tugdual o Tudgual (que es la forma etimológica) se remonta al britano *Teutoualos, que significa "jefe del pueblo". Teuto-, "nación", es palabra corriente en indoeuropeo: tudesco, por ejemplo, quiere decir en realidad "de nuestro pueblo". Valos como compuesto de nombres propios aparece con frecuencia entre los celtas. Donald, por ejemplo, viene de *Dumnoualos, "el rey del mundo", y Conall, *Cunoualos, sería el Perro Rey. El equivalente irlandés de Tudgual es el frecuente Tuathal, que en inglés se escribe Toole.
El Tugdual del que hablo ahora pertenecía a la aristocracia más selecta de Britania, como que era hijo de Pompeya, hermana de Riwall, a quien las crónicas designan como "el primer britano que cruzó la mar". Este Riwall, hijo de Deroch y padre de otro Deroch (ver El fuego libre del agua), fue, se dice, el primer rey de la Domnonia, y su reino abarcaba toda la parte de Bretaña bañada por el canal de la Mancha. 
En la segunda vida de San Tugdual se afirma que era irlandés, de acuerdo con lo que dice una vida suya "escrita en la bárbara lengua de los escotígenas"; la vida tercera lo niega explícitamente sosteniendo su origen britano; yo no sé cuál será la verdad pero sí es cierto que había irlandeses en Britania y que el mismo Brychan Brycheiniog, padre de muchísimos santos, tenía sangre irlandesa. Así que las dos cosas, irlandés y britano, podían ser a la vez.
Tugdual, desde pequeño, dio muestras de su vocación eclesiástica. Fue niño modoso y meditabundo, poco amigo de los habituales juegos infantiles, amante del estudio en que progresaba con rapidez que dejaba pasmados sus maestros. Joven aún, se hizo sacerdote y se dedicó a hacer vida penitente y retirada.
En su retiro recibió la visita de un ángel que le ordenó abandonar su patria y marchar a la Pequeña Bretaña. No se fiaba de la autenticidad de la visión, aunque se repitió al día siguiente. Al tercer día el ángel apareció irritado.
-¿Tú no entiendes bretón o qué es esto? ¿Cuántas veces va a haber que repetirte las cosas? ¿O es que quieres ver lo que pasa cuando le haces esperar a Dios?
-¡Bueno, bueno! Yo, como a veces el Demonio es muy astuto y por menos de nada...
-Ya estás tardando. Espabila.
Tugdual se apresuró a elegir setenta y dos discípulos que lo acompañasen en su viaje.
Este detalle es interesante. Si es cierto que eligió, a imitación de Jesucristo, setenta y dos compañeros, se puede pensar que al ponerse en marcha le rondaba la cabeza una idea mesiánica. Fleuriot y Kerboul apuntan a un posible intento de creación de pequeños estados teocráticos en Armórica por parte de los monjes britanos, fuente de fricciones entre los grandes abades y los jefes políticos y guerreros. El enfrentamiento entre los abades-obispos y el rey Conomor, que acabó con la excomunión de éste, ilustraría este pulso.
El puerto de Saint Pabu, donde desembarcó San Tugdual.
A diferencia de su tío Riwall, que en su migración a Bretaña llevaba pobladores de ambos sexos, en la expedición de Tugdual sólo iban tres mujeres: su madre Pompeya, su hermana Sewa y la viuda Maelhen, que servía en la abadía de Tugdual. Los setenta y seis llegaron al puerto donde les estaba esperando una milagrosa nave, tripulada por un grupo de marineros tan expertos como radiantes de hermosura, que en brevísimo tiempo los llevó al reino de Deroch. 
Apenas desembarcaron, la nave se desvaneció perdiéndose para siempre. ¿Quién duda -dice la vida tercera- que fuesen ángeles los que la conducían? 
El puerto donde tomaron tierra se llama hoy, en memoria del santo, Saint Pabu.
Por el camino, encontraron un mendigo pidiendo limosna. Estaba esquelético y abrumado, al parecer, por una grave enfermedad. San Pabu no sólo le socorrió con una limosna, sino que le devolvió la salud. Éste fue el primero de una larga serie de milagros: curaciones, exorcismos, expulsión de serpientes de territorios infestados de ellas... Enfermos y tullidos se atropellaban a esperar su paso por las encrucijadas.
La vida tercera cuenta incluso que cerca de Tréguier, en una cueva, vivía un dragón terrible que con su aliento infecto tenía el aire de toda la comarca envenenado. era de una voracidad espantosa y lo mismo engullía a los ganados que a las personas.
A ruegos de los vecinos, San Tugdual se adentró tranquilamente en su caverna, le ciñó el cuello con su estola y se lo llevó a tirones, como se hace con un perro que se ha parado a ensuciar un sitio que no debe. Así lo arrastró hasta unas rocas junto al mar. Las aguas, sólo de verlo, rompieron a hervir. Pabu le mandó saltar y el dragón desapareció para siempre entre las espumas.
Viajero infatigable, recorrió toda la Domnonia de San Ronan a Dinan. Fundó el gran monasterio de Tréguier, que aún no era sede episcopal. Y visitada gran parte de Bretaña, se encaminó a París. Por el camino, en Angers, se reunió con San Albino, que se le unió como compañero de viaje. Esto le fue de suma utilidad. En primer lugar, a decir de la vida tercera, San Albino era familiar o muy amigo del rey de los francos, Childeberto I.
Childeberto I era hijo de Clodoveo y de Santa Clotilde y era un hombre ambicioso, que no se paraba en barras. Había matado a sus sobrinos para evitar que le disputasen el trono.
Santa Clotilde reparte el reino de su difunto marido Clodoveo entre sus hijos.
Miniatura del siglo XV.
San Albino serviría para introducir a Tugdual en la corte.
Pero además, San Albino era bretón, de cerca de Vannes, y podría servirle de interprete, dice la vida segunda, de la "romana lingua". 
Este detalle es de interés. La Britania era un territorio del Imperio Romano ampliamente romanizado, como atestiguan las muchísimas palabras latinas que subsisten en la lengua galesa. Sin embargo, existían, sobre todo al Norte y al oeste, zonas que, sin duda, permanecerían impermeables a la lengua latina, de lo que es prueba la persistencia de las lenguas célticas hasta hoy. 
Pero siendo Tugdual hombre de iglesia y de tan portentosa sabiduría, aunque su lengua materna fuera el más cerrado de los britanos, ¿cómo creer que no pudiese comunicarse en latín con los francos? ¿Es posible que ya en el siglo VI hubieran evolucionado tanto los dialectos del latín que los de Britania y Francia no se entendiesen entre sí? ¿O que al que no conociese más latín que el aprendido de los maestros y de los libros le sonase a chino el otro, vulgar, evolucionado, de la vida cotidiana?
Sabemos además, por la vida tercera, que el ángel hablaba con San Tugdual en bretón, aunque -puntualiza el texto- el santo conocía los dos idiomas "por la afinidad de ambas regiones". Incluso le entregó una carta de Dios escrita con letras de oro en lengua bretona.
Decimos "bretón" a sabiendas de cometer una inexactitud, porque en aquella época el bretón, el córnico y el galés, amén de otros dialectos britanos desaparecidos, no se habían dividido aún formando lenguas aparte.
A las puertas de París, los dos santos se encontraron con el cortejo fúnebre de un noble muerto en plena juventud. Tugdual lo resucitó. Después, sanó a un paralítico: no había acudido él al santo por iniciativa propia, sino por la de sus criados, a los que traía mártires con sus manías y con sus rabietas (cujus vita domesticis habebatur odiosa). Y cuando le devolvió el movimiento, no él, sino sus familiares y criados eran los que se arrojaban de hinojos a besar las manos de Tugdual...
Tantas maravillas llegaron a oídos del rey, que lo mandó llamar. Llegado a su presencia, una blanca paloma bajó del cielo y se posó sobre los hombros del santo. Estupefactos, el rey, la reina Ultragota y la corte entera como un solo hombre se levantaron y cayeron postrados ante el santo.
Muy a pesar de Tugdual, Childeberto (rey muy religioso y devoto con todo y con sus pecados: ¿quién está libre de ellos?) se empeñó en nombrarlo obispo. Tugdual tuvo que ceder, pero puso la condición de que fuese en Bretaña (no en París como quería el rey) y allá que se volvió, a la hoy desaparecida ciudad de Lexovia (ver En el país de los cojos el tuerto es el rey). 
San Tugdual, obispo. Tréguier, Bretaña.
En la primera misa que, ya como obispo, celebró ante la corte, tuvo por monaguillos a los ángeles venidos a propósito del Cielo.
Llegado a la bretaña, Tugdual se dio cuenta de que la realidad no era tan halagüeña como tiempo atrás. El rey Conomor, mediante su malvado prefecto Ruhuto, ponía todas las cortapisas que se le ocurrían a la labor del obispo. 
No hay que olvidar que Conomor tenía especial rencor a la estirpe de Riwall, a la que pertenecía Tugdual. En el conflicto franco, Riwall apoyaba a Clotario y Conomor a su enemigo Childeberto.
Ruhuto se dedicaba a sembrar la cizaña entre Tugdual y los fieles, y la que había sido al principio auténtica adoración se había transformado en desconfianza e inquina en parte del pueblo. Al cabo de algún tiempo, el ángel volvió a visitarlo. A San Tugdual le habían dado posada en su casa unos campesinos y después de rezar sus maitines afuera, antes del alba, se sentó en el suelo contra la pared a disfrutar de los primeros rayos de la aurora y se quedó dormido con la cabeza en las rodillas. 
-Desentiéndete de estos ingratos -le dijo el mensajero divino, nimbado de glorioso resplandor- . Si quieres que vuelvan a quererte, pon tierra por medio.
-¿Y adónde voy a ir?
-¡A los santos lugares! Empezando por Roma. 
Y le entregó una carta del Cielo, escrita con letras de oro, que decía:
Romam vade cito.
Propera! Jubet hoc Deus: ito!

Vete a Roma pitando.

¡Muévete! Dios lo manda. ¡Arreando!
  
Esta vez no hubo necesidad de repetírselo. En poco tiempo, Tugdual había llegado a Roma. Él no lo sabía, pero aquel día se había de celebrar la elección de papa y no había candidato. Tugdual entró a rezar en una iglesia repleta de fieles y de nuevo una paloma blanca vino a posársele en el hombro.
-¡La han tomado conmigo los bichos estos! -le dio tiempo a pensar.
Pero ya varias manos lo alzaban sobre la multitud que lo aclamaba pontífice. A regañadientes, tuvo que aceptar, resignándose a admitir que tal era la voluntad divina. Y adoptó el nombre de León Britígena (este dato, consignado por la vida segunda, contradice la afirmación de este propio texto de que era irlandés, salvo que lo fuese de los de Britania). En todo caso, según la vida  tercera, de aquí le viene el nombre de Pabu, que es -indica- un corrupción britónica de papa.
Es extraño, pero en la lista de los papas no figura este León Britígena.
Pero como su propósito era peregrinar a Tierra Santa, durante su pontificado viajó a Jerusalén, donde visitó y adoró cuanto había que visitar y adorar.
Y en el segundo año después de ser elegido, estando una mañana en oración ante la tumba de San Pedro, en medio de una claridad refulgente le vino a ver el ángel:
-Por medio de este mensajero te ordena Dios que dejes la silla apostólica y te vuelvas a tu diócesis de Lexovia. Como te habíamos augurado, los lexovienses están arrepentidos de haberte dejado marchar y claman por su pastor. Dios se ha apiadado de ellos. 
Como si, más que obispo, Tugdual hubiera sido un soberano celta, su partida había supuesto una ruina absoluta de su diócesis: los ríos estaban secos, las mujeres, los ganados  y los campos estériles, reinaban el hambre y las epidemias...
Esta vez también hubo que repetirle las órdenes al santo:
-¡En mi vida he visto hombre más desconfiado ni más remiso en obedecer a Dios!
-Puedo haberme alucinado y es un viaje muy largo para lanzarse a él por una ventolera. 
-Por el viaje no tengas pereza: acércate al Monte del Gozo, que te estará esperando un espolique con una caballería.
En Roma, como en Compostela, el Monte del Gozo era una colina desde donde los peregrinos, ya casi tocando su meta con la mano, divisaban por primera vez las torres de la ciudad.
Allí estaba dispuesto para Tugdual un ángel con un caballo blanquísimo, que en un solo día lo condujo de Roma a Bretaña volando por los aires. Tugdual se maravillaba contemplando desde el cielo la espesura de los bosques, las cumbres de las montañas, la vehemencia impetuosa de los ríos.
Un niño que era mudo rompió a hablar anunciando haber visto la llegada del santo, que se había producido a bastantes leguas de distancia.
No bien se apeó Tugdual, el paje divino montó, alzó el vuelo y se perdió de vista en los aires.
Tugdual fue recibido con entusiasmo por el pueblo y volvió a sus funciones de obispo. A poco de llegar, estando sentado un día contemplando el mar desde una altura, vio a una pobre mujer embarazada de muchos meses que subía con penoso esfuerzo, cargada con dos cántaros de agua, la empinada cuesta. Cuando llegó arriba, junto a donde estaba Tugdual, se dejó caer sentada en una piedra para cobrar aliento.
-¿Me das un poco de agua? -dijo el santo.
La mujer no tenía fuerzas ni para hablar; dijo que sí señalando al cántaro con un gesto de la barbilla. Tugdual lo cogió.
-Mujer: ¿cómo haces eso en tu estado? ¿No ves que puede ser peligroso?
-Si no subo yo el agua, no bebemos en casa nadie. No hay otro manantial más cerca que ése de la playa.
-Bueno, pues ahora ya sí -dijo Tugdual, y vertiendo un poco del cántaro hizo brotar una fuente límpida y fresquísima, que no se agota ni en las sequías más tremendas.
No sólo la embarazada, sino todo aquel barrio quedó eternamente agradecido al santo por el suministro de agua.
Mayor favor aún fue el favos que hizo acabando con la epidemia que azotaba a la Domnonia entera, y especialmente al Léon.
Era una pestilencia de un tipo extrañísimo y la iba extendiendo un perro negro (unos manuscritos lo llaman negro -fulvus- y otros pardo -falvus-, pero me inclino por lo primero). Iba recorriendo los campos y los poblados. De pronto se detenía y miraba a alguien.La persona que recibía sus miradas podía estar segura de caer enferma. Esa misma noche empezaba a inflarse terriblemente, hasta que la piel demasiado tensa se rasgaba abriendo paso a abundante y fétida supuración. El enfermo no tardaba en morir.
El perro iba creciendo en osadía y si antes sólo actuaba en despoblado, contra los labriegos que trabajaban en los campos, pronto empezó a recorrer los pueblos. Se asomaba por las puertas y miraba a los moradores de las casas, que caían como moscas.
Bendición de apestados por un obispo. Miniatura del siglo XIV.
La gente atrancaba las puertas, no se atrevía a asomar fuera la nariz, y los cadáveres quedaban abandonados por campos y calles, descomponiéndose y corrompiendo el aire.
He dicho que opto por el color negro porque veo en este perro epidémico una aparición más de la bestia diabólica canina tan frecuente en el folklore (ver Los demonios perrunos).
Alarmado, San Pablo Aureliano convocó a San Corentín y San Tugdual para dar fin a aquella plaga.
-¿Quién de los tres se encarga del trabajo?
-Hombre: Tugdual, que es el varón de más autoridad.
-Bueno, venga; voy yo.
Tugdual subió a lo alto de una colina; una gran muchedumbre se había congregado al pie de ella para acompañarlo en sus plegarias.
Al cabo de poco tiempo se vio un espectáculo estremecedor y pavoroso: como si fuesen aves migratorias, miles y miles de féretros baratos (de los que se llamaban sandapila) cruzaban el cielo en formación, los sudarios como largas colas ondeando siniestramente al viento; y al término de su macabra procesión aérea se precipitaban a las aguas del mar. Desde aquel día no volvió a enfermar nadie ni fue visto el perro maldito. 
Todos los males del país desaparecieron, las cosechas fueron abundantes, las mujeres y los animales parieron felizmente abundante descendencia, los campos verdeantes recreaban la vista, los árboles se encorvaban bajo el peso de la fruta.
Tanta felicidad no podía durar, y no mucho después Tugdual se sintió morir y lo comunicó a sus más próximos.
-No me lloréis, que éste es el último y el mayor de los triunfos.
-¿Y qué vamos a hacer sin ti?
-Os doy un sucesor mejor que yo en Rivelino.
Al amanecer del domingo, murió Tugdual, se levantó una brisa cargada de aromas celestiales y portadora de armonías dulcísimas. Lo embalsamoron con ungüentos perfumados que había traido a tal fin desde Tierra Santa.
Desgraciadamente, no todos quisieron hacer caso de Tugdual y, no dejándole descansar ni después de muerto, le hicieron volver a resolver asuntos de la diócesis (ver Una sucesión conflictiva).
La vida tercera continúa refiriendo milagros de Tugdual después de muerto. En un ocasión un barco de peregrinos que se dirigían al santuario de San Tugdual a adorar sus reliquias se fue a pique y a todos sus pasajeros se los tragaron las olas. Se imploró y rezó al santo y la mayoría fueron devueltos por las aguas como si tal cosa. Pero faltó un joven, noble y prometedor, al que tras haberlo buscado cuatro días en vano las olas arrojaron muerto a la playa. 
Sus familiares lo pusieron en unas angarillas y lo llevaron ante el altar donde estaban las reliquias de San Tugdual. Los ánimos estaban muy encendidos.
-¡Irlandés! ¿Qué te había hecho este muchacho? ¡So irlandés! ¡Asesino! ¡Si no estuvieras muerto había que ahorcarte! 
-Irlandés tenía que ser.
Uno de los sacerdotes del santuario cogió parte de las reliquias del santo y con ellas le hizo al cadaver la señal de la cruz en la boca. El que yacía irreconocible e inflado como un odre, afeado por manchas de todos los colores, se levantó de las parihuelas con su figura elegante de siempre, su tez cuidada y su aspecto de mozo lleno de salud. Por propia voluntad se dirigió al juez y contó que estaba vivo por la protección y amparo del santo.
Otras reliquias de san Tugdual, remojadas en agua y usadas como hisopo, extinguieron un voraz incendio que había devorado media casa de labranza.
Otro día volvían unos estudiantes a casa un sábado, después de haber pasado la semana internos, como era costumbre. Iban tan animados charlando al borde del mar que no se dieron cuenta de que faltaba uno de ellos, el más joven y bonito, que se le llamaba Gwengal. Seguramente se lo habría llevado la resaca.
Entre llantos y rezos, sus compañeros lo veron salir de debajo de la aguas al cabo de largo rato. llevaba atada al pie derecho una cinta de seda.
-¡Me han cazado las mujeres marinas! -contó- Y me han arrastrado bajo los roquedales de la orilla. Me llevaban atado con cintas de seda y no me podía soltar. 
Hylas. John William Waterhouse.
Yo me desesperaba de oíros gritar y buscándome y llorar y rezar, pero hablar ni chillar no podía. Entonces llegó un venerable anciano, vestido de obispo, y a puros tirones, con una fuerza increíble me arrebató de ellas. No sé cómo, hizo debajo del mar un túnel de agua, y bajo esa bóveda líquida me condujo hasta la playa. Con su sola presencia puso en fuga a las nereidas, que se dispersaron despavoridas. En su precipitación, una de ellas se olvidó hasta de desatar la cinta, que es su ceñidor, y ahora la llevo al tobillo en testimonio de ser verdad lo que digo.
Este Gwengal era una especie de Hylas bretón, y si San Tugdual, que no era ningún Maciste, pudo lo que no pudo Hércules, es que la ayuda de Dios es lo que más vale.
La festividad de San Tugdual, patrón de Tréguier (junto a san Yves), se celebra el 30 de Noviembre.

lunes, 26 de noviembre de 2012

Dos apóstoles rivales y un par de ñapas

Interesante palabra por cierto ésta de ñapa, llapa o yapa, que de las tres maneras la recoge el Dicconario de la Real AcademiaÁngel Rosenblat trata de este vocablo en Buenas y malas palabrasEs voz quechua que significa en ese idioma "añadidura" y en castellano "adehala" o pequeña porción que el tendero regala de propina al cliente. Ñapa está en el diccionario desde 1936. Lo que no encuentro es el sustantivo ñapas, la persona que redondea sus ingresos haciendo chapuzas, o incluso vive de esos menudos trabajos, o tiene habilidad para ellos. 
Echando una ojeada por la red, se observa que no faltan hablantes que perciben un matiz despectivo (que en principio no tiene) en él. Ciertamente, la palabra no me parece muy eufónica y la proporción de las palabras despectivas entre las que empiezan por ñ- es alta.
Veo que desde el quechua la palabra se ha abierto paso hasta el portugués, gallego, catalán y, a través del criollo de Luisiana lagnap (con la aglutinación del artículo tan frecuente en esos idiomas), hasta el inglés americano, donde dicen lagniappe.
La primera ñapa que se me viene a los puntos de la pluma es para la entrada, ya vieja, En el país de los tuertos el cojo es el rey. Ahí me refería al personaje de Slupe, la Reina Negra de Sogo en Barbarella de Forest, representada en la adaptación al cine (1968) por Anita Pallenberg.
Anita Pallenberg hace de reina de Sogo en Barbarella de Roger Vadim
Reina y hampona, menudita y de armas tomar, tuerta, ingenua y prostituida, mortífera, inocente y diabólica, compartiendo muchos rasgos con la mítica Dahut de la leyenda bretona de Ys.
De seis años después data la película Thriller -en grym film de Bo Arne Vibenius. Ahí encuentro un personaje que se me antoja parecido.
Frigga es una joven campesina sueca que ha quedado muda desde niña como secuela psicológica de una violación. Mudez traumática que encontramos en algún que otro personaje mítico, tal el Labraid Loingsech de la leyenda irlandesa de Laiginn, que recuperó el habla al recibir, accidentalmente, un golpe en toda la espinilla con un artilugio deportivo semejante a un palo de hockey. La inocente Frigga un día viaja a la ciudad y (como la ingenua protagonista de alguna novela del siglo XVIII) cae en manos de un desalmado que la secuestra y hace adicta a la heroína para poderla obligar a prostituirse. Le cambia el nombre por el de Madeleine -adecuado a su nueva ocupación- y en castigo por un intento de rebelión, le salta un ojo con un bisturí. Esto, unido a otras pruebas (muerte de una amiga y de sus padres), paradójicamente le concede una clara visión de su deber y destino: la venganza fría y despiadada que se dedica a preparar, adquiriendo habilidades rayanas en lo sobrehumano, y consumar metódicamente.
Christina Lindberg haciendo de Frigga. Niña inocente y fría asesina.
Este personaje lo encarna Christina Lindberg, actriz a la que por su aire de inocencia el papel le viene pintado.
Frigga, la de la mitología, no era tuerta, pero su marido Odín sí. Y ciertamente hay algo odínico en el aspecto de esta vengadora con su parche, su melena (falta el sombrero de ala ancha) y su largo gabán. 
Frigga /Madeleine, vengadora.
Claro que el de Odín era azul y no negro, pero aquél era color de muerte entre los antiguos nórdicos como el negro entre nosotros. Y cuando toma venganza de su principal enemigo, la muerte que le da es por ahorcamiento, que era como se sacrificaban las víctimas a Odín (empezando por él mismo). Más aún: el encargado de apretar la soga es un caballo, animal estrechamente asociado con Odín. Hengist y Horsa, los caudillos anglosajones, descendientes directos de Wodan, o sea Odín, llevaban nombres que significan "caballo". Frigga, "la Amada", es ante todo esposa (es Freya, "la Noble", en cambio, la diosa amante por excelencia); pero no siempre se distinguieron bien: para traducir veneris dies, "día de Venus, viernes", los anglosajones dicen Friday, "día de Frigga".
La segunda ñapa tiene que ver con la estratagema nupcial del cambiazo, ya sea su objeto evitar o garantizar la consumación del matrimonio. Hasta ahora me habían salido ejemplos de estas regiones occidentales. Ahora se me aparece en Las mil y una noches. En la edición que manejo, que es una traducción inglesa de la francesa del doctor Mardrus, se encuentra al final: es la historia de la caída en desgracia de Yafar ibn Yahya, el valido del califa Harún al Rashid. Al Tabari e Ibn Jaldún ofrecen de ella una versión menos novelesca.
Según el cuento, Harún al Rashid no se encontraba a gusto sin la compañía de dos personas: su propia hermana Abbasa y su amigo y visir Yafar, que aparece repetidamente como personaje de Las mil y una noches. Ahora bien, no podía disfrutar de la conversación de ambos simultáneamente sin que su hermana se sometiese a las restricciones severas que regulaban el trato entre hombres y mujeres no emparentados entre sí, lo que resultaba de gran incomodidad. La solución que se le ocurrió al califa fue casar a su hermana con el visir. Siendo todos parientes, podían verse y conversar sin trabas.
La condición que puso Harún fue que los casados no se vieran más que en su presencia, porque de ningún modo aceptaría que tuviesen un descendiente que pudiese aspirar al trono. 
El arbitrio funcionó hasta que con el trato Yafar y Abbasa se enamoraron; la princesa especialmente, abrasada de pasión, importunaba y martirizaba continuamente a su marido con requerimientos que él también ardía por satisfacer, si no se lo hubiesen impedido su lealtad y terror a la cólera del califa. Yafar buscaba consuelo en los brazos de unas esclavas selectas y bellísimas que su madre le iba mandando a razón de una nueva cada jueves. Abbasa se dirigió a su suegra pidiéndole que la colase disfrazada de odalisca. 
Arreglando a una odalisca. Théodore Chassériau.
-Si no, esto va a romper por donde pueda y el estampido, ¡verás! 
Dicho y hecho. La pobre madre tuvo que resignarse.
Consumado el matrimonio, la esposa preguntó al marido, que seguía en la inopia por culpa del mucho vino que había tomado antes de acostarse:
-¿Se nota alguna diferencia, Yafar, entre una princesa y una esclava normal?
-Pues ¿qué? ¿Eres tú alguna princesa cautiva traída de algún lejano país?
-Princesa y cautiva sí; pero de lejano país, nada. Yo soy de aquí mismo: ¿o es que no te has dado cuenta?
-¡Arrea! -exclamó Yafar despejándosele de pronto las brumas del alcohol- ¿Pero tú...? ¿Pero tú te has dado cuenta de lo que has hecho?
-Vaya que sí.
-¡Anda, anda, vete... Vete, que la has liado pero bien! Quiera Dios que no nos cueste la ocurrencia más que palabras.
-Yo tenía idea de repetir... Aunque se me está pasando, porque veo que eres poco hombre...
-¡Cachis en tal!... ¿Me vas a retar tú? ¡Ea, sea como tú quieres y así se hunda el mundo!
Los encuentros entre los casados menudearon y fruto de ellos fue un hijo que la princesa tuvo y mandó criar en secreto.
El caso fue que la noticia acabó por llegar a oídos de Harún al Rashid, que ordenó decapitar instantáneamente a Yafar y ejecutar, encarcelar o desterrar a casi toda su familia. 
Ésta, la de los Barmákidas, había llegado a ser odiada de muchos por el poder y riqueza que había acumulado en poco tiempo y por ser forastera y recientemente convertida del zoroastrismo.
Abbasa y su hijo fueron enterrados vivos, juntos, en una quinta propiedad de ella, donde se había ido a refugiar.  
Harún al Rashid rinde tributo a Carlomagno. Luca Giordano.
Gracias a este cuadro que pongo sobre este renglón saltamos del mundo de las Mil y una noches al de la epopeya carolingia. 
Es sabido que el famoso califa y el emperador franco intercambiaron embajadas y regalos, entre ellos un reloj y el elefante Abu-l-Abbas que recibió éste.
Pipino el Breve, padre de Carlomagno y primero de los reyes carolingios, durante los primeros tiempos de su reinado tuvo que luchar agriamente junto a su hermano Carlomán para conservar el poder de la familia, que había de convertirse en dinastía real. 
La principal amenaza venía de los bávaros.
Carlos Martel (padre de Carlomagno y abuelo de Pipino el Breve), en su política expansionista hacia Oriente, había intervenido en los asuntos de Baviera aprovechando la guerra sucesoria de aquel ducado, que oponía a dos primos: Hucberto y Grimoaldo. Grimoaldo había sido derrotado y murió en combate; entre el botín de guerra Carlos Martel se alzó con su viuda Pilitrudis y con una muchacha sobrina suya, Swanahilda, de la que hizo su concubina.
Es de creer que se cogieron cariño, a juzgar porque al enviudar Carlos de su mujer, Rotrudis, la tomó por esposa y cuando quedó el ducado de Bavaria vacante nombró para él a Odilón, familiar de la antigua cautiva. Swanahilda dio a Carlos Martel un hijo, Grifón.
Pero los nobles bávaros, descontentos con esa designación, se alzaron y Odilón tuvo que huir buscando refugio en la corte de Carlos Martel. Allí no perdió el tiempo, sino que pronto se enamoró de la hija de su protector, Hiltrudis, y tuvo con ella un hijo al que llamaron Tasilón.
Carlos Martel, por Debay.
Carlos Martel, a su muerte, dejaba repartida la mayor parte de sus dominios entre Pipino y Carlomán, los hijos de Rotrudis. Éstos se apresuraron a aniquilar a la facción bávara que se había ido fortaleciendo en la corte. Grifón fue encarcelado y Swanahilda fue recluida en un convento, pero tuvo tiempo de advertir a Hiltrudis que huyese a Baviera con su marido.
De esto se siguió la guerra entre Odilón y sus cuñados Pipino y Carlomán, que quedó en tablas: Odilón se reconoció vasallo de los francos y éstos admitieron que continuase a la cabeza del ducado, en casi total independencia.
Para los francos era de suma importancia el control de aquellas ricas regiones orientales,   
fronterizas; para su organización y administración fue un auxiliar imprescindible la Iglesia. Evangelización y expansión del imperio franco fueron dos procesos simultáneos y mutuamente indispensables. En esta labor los francos contaron con un personaje de grandes cualidades y fuerte voluntad: San Bonifacio. San Bonifacio era inglés y su verdadero nombre Wynfrith.
Entre tanto, había llegado al reino de Pipino uno de aquellos monjes irlandeses que dedicaban a Dios su destierro voluntario. No era uno de tantos: había sido abad del importante monasterio de Achadh Bó (Aghaboe en inglés) y tenía fama de grandísimo matemático y astrónomo. Se llamaba Virgilio; a decir verdad, su verdadero nombre era Fergal (que es lo que los ingleses escriben Farrell), pero algunos Fergal clérigos tenían la coquetería de latinizar su nombre adoptando el del famoso poeta y sobre todo mago -de acuerdo con la leyenda- de la antigüedad. Y en realidad, es muy posible que el poeta Virgilio, que era de la Galia Cisalpina, llevase un nombre galo cercanamente emparentado con el irlandés Fergal.
En todo caso, parece ser que Fergal o Virgilio era hombre de trato muy agradable; hizo buenas migas con Pipino, en cuya corte permaneció dos años, y se ganó su confianza hasta el punto de que el rey le confió una misión delicada: organizar la diócesis de Salzburgo y la Carintia, a la que habían afluido numerosos pobladores eslavos huyendo del empuje de los ávaros, horda de invasores formada por turcos, mongoles, iranios y eslavos.
Salzburgo había sido fundada poco antes por San Ruperto, el evangelizador de Baviera, y era una zona superficialmente cristianizada, fronteriza, inestable y sobre la que el reino franco no era capaz de ejercer mucho control.
Virgilio emprendió la tarea con entusiasmo, pero tropezó con la personalidad voluntariosa de San Bonifacio. A éste, que se entendía mejor con el otro hermano, Carlomán, no le hizo mucha gracia el nombramiento de San Virgilio. 
San Bonifacio se llevaba mucho mejor con Carlomán.
Grabado barroco (1623)
De pronto aparecía otro valioso personaje que se interponía en sus planes de evangelización, como rebajándole el mérito a la mitad. 
Además, ya he dicho que era inglés. A los ingleses no les entusiasmaba la manera en que los  irlandeses encaraban su labor pastoral. Se buscaban entre sí y procuraban colaborar siempre con compatriotas. Los monasterios irlandeses eran pequeñas islas de cultura hibernia, apegadas a su idioma, a su escritura, a sus formas pictóricas, a su formación teológica. En suma, aunque quedaba atrás el sínodo de Whitby (ver San Colmán y los irlandeses en Northumbria), los irlandeses permanecían fieles a una identidad cultural incompatible con la idea imperial universalista y mesiánica de los carolingios. Al fin y al cabo, éstos vivían en la nostalgia de un mundo (aunque sublimado en su imaginación), el imperio romano cristiano -de Constantino por ejemplo-, al que Irlanda nunca había pertenecido. No tenían en la estima necesaria a la institución episcopal ni compartían la idea de una Iglesia administrativamente jerarquizada y centralizada a manera de un imperio a lo divino. Ciertamente, tampoco la idea del poder real que existía en una tierra políticamente desmigajada como Irlanda podía corresponder a la de un monarca universal teocrático.
San Bonifacio, con su autoridad indiscutida y ciertamente ganada a pulso, estorbó cuanto pudo el nombramiento de San Virgilio como obispo; de hecho, Virgilio no alcanzó el anillo episcopal mientras estuvo vivo Bonifacio. A San Virgilio no le importó esto demasiado: encontró un compatriota que sí era obispo y que estaba dispuesto a realizar en su lugar y a su sombra todas las funciones que requerían de la dignidad episcopal. Las crónicas lo mencionan como Dubdagrecus o Tuto Grecus, nombres extraños que camuflan el irlandés Dubh Dá Crích. Los  motivos de fricción entre ambos grandes evangelizadores fueron numerosos y al parecer fútiles, demostrando que había mar de fondo.
San Bonifacio se quejó al papa de que Virgilio se empeñaba en sembrar cizaña entre el duque Odilón y él. Yo imagino que esto debe entenderse a la luz de las tensas relaciones entre Baviera, mal sometida y siempre aspirante a la secesión, con el reino franco. Probablemente Odilón veía en San Bonifacio a un agente de sus cuñados y en San Virgilio no.
Una de las fricciones entre ambos santos fue la cuestión del bautismo. Se ve que había un cura ignorante y sin latines que andaba bautizando a la gente en nombre "de la Patria, de la Hija y del Espíritu Santo". San Bonifacio mandaba a los así bautizados que se rebautizasen, teniendo el bautismo por nulo. San Virgilio protestó al papa, sosteniendo que bastaba la imposición de manos. En una carta del año 746 el papa  (que era San Zacarías) da la razón a San Virgilio puesto que el sacerdote no había incurrido en herejía sino en un error gramatical.
Pero en otra epístola posterior, de mayor interés, probablemente del 748 (pueden leerse ambas en el volumen Epistulae de los Monumenta Germaniae Historica en línea)San Zacarías vuelve sobre la cuestión, insistiendo en que si la fórmula pronunciada en el bautismo es herética, por ejemplo no mencionando a una de las tres Personas de la Trinidad, el bautismo es nulo independientemente de la voluntad y calidad moral del que lo imparte. Y al revés: el bautizado por un pecador, si lo es mediante el rito correcto, queda bautizado. Zacarías condena expresamente al irlandés Sansón por defender que la simple imposición de manos puede sustituir al bautismo.
Esta carta deja entrever el estado de la Iglesia en la Baviera de aquellos años de cristianización imperfecta. Existían sacerdotes que sacrificaban toros y machos cabríos a los dioses paganos, que participaban en banquetes funerarios (práctica que la Iglesia acabaría aceptando como normal), que iban predicando de acá para allá doctrinas aberrantes, que se proclamaban sacerdotes y hasta obispos sin haber sido consagrados por nadie, que eran adúlteros y homosexuales afeminados (lo cual no deja de recordar antiguos ritos paganos que incluían el disfraz de mujer en los sacerdotes o los chamanes; también, más sencillamente, a fiestas de transgresión de las normas sociales, de tipo carnavalesco). ¡Tal vez, en el fondo, la fórmula bautismal ridiculizada en la carta anterior era algo más que un simple error gramatical!
Bautismo. Manuscrito del siglo XII.
Hecho más interesante aún, señala que existían esclavos o siervos cimarrones, tonsurados, que ejercían de sacerdotes, viviendo en los campos por las cabañas de los rústicos para evitar ser localizados por los obispos, sin reconocer ninguna autoridad, ejerciendo su ministerio entre los campesinos, que los amparaban.
Esto parece referirse a algún brote de herejía popular revolucionaria.
El papa Zacarías recomienda que se localice a tales falsos predicadores y se los encierre en conventos, donde acaben sus días haciendo penitencia.  
En esta misma carta se refiere, en términos muy severos, a la supuesta opinión sostenida por Virgilio de que existían antípodas y que en sus tierras, ni más ni menos que en las nuestras, había sol y luna.
Esta creencia plantea las mismas dificultades que la de la pluralidad de los mundos habitados: ¿quién creó a sus habitantes si nada de ello se dice en el Génesis? ¿Cómo pudo afectarles el pecado original? Y si les afectó como a los descendientes de Adán, ¿cómo pudieron ser redimidos por la Encarnación y Pasión de Cristo?
Zacarías manda convocar a Virgilio en Roma para que se explique y si resulta convicto de tales herejías, se le anatematice.
Parece ser que Virgilio compareció y logró convencer a sus jueces de que sus tesis no eran heréticas.
Fue enterrado en Salzburgo, su sede episcopal. Sus reliquias fueron halladas en el siglo XIII accidentalmente al venirse abajo una pared, junto a su retrato y su epitafio. Alcuino de York, inglés de Northumbria poco afecto en general a los irlandeses, también le había dedicado unos versos de alabanza.
No tardaron en empezar a producirse milagros y curaciones junto a sus reliquias y su canonización se produjo con rapidez.
La festividad de San Virgilio se celebra el 27 de noviembre.

  






domingo, 18 de noviembre de 2012

El fuego libre del agua

En una reciente película sentimental de las de mucho llorar, dos enamorados convierten en testigo, símbolo y casi tótem de su pasión a un árbol milagroso. Milagro casi de nuestro tiempo aunque de tierras exóticas el de este árbol: un espino que, a raíz del fusilamiento de unos patriotas chinos durante la ocupación japonesa, en vez de las albas flores características -"plus iert blanche que flor d'espine en la Paschor (más blanca que flor de espino por Pascua)", dice el tópico francés medieval-, las da rojas.
La película es adaptación de una novela de la escritora china Ai Mi, que ha vendido millones de ejemplares.
Este milagro chino, fruto del patriotismo y del sufrimiento colectivo pero que acaba haciéndose emblema de pasión erótica no deja de recordar al otro babilonio de Píramo y Tisbe, donde es la morera la que con el cambio de color de sus frutos deja memoria eterna de la tragedia de los enamorados:
"el blanco moral, de cuanto
humor se bebió purpúreo,
sabrosos granates fue...", dice Góngora.
Píramo y Tisbe bajo la morera. Relieve gótico.
También el sentimiento religioso es capaz de causar mutaciones así en las plantas. En el lugar llamado "Cátedra de San Maudez" -San Mandeo, Maudeto o Mandeto-, en Bretaña, entre el Goëlo y el Trégorrois, hay o hubo también un espino que, desde la muerte de aquel santo, quedó fijo en el estado que tenía, sin crecer, enfermar ni secarse; y desde entonces si se arañaba o cortaba su tronco lloraba sangre. De esto da noticia Paul Sébillot, a la vez que de otros árboles hemorrágicos, en Le folklore de France.
Es San Maudez uno de los santos más populares de Bretaña, aunque (como es el caso de otros varios santos bretones) no era nativo de ella, sino irlandés ("Lux, splendor Yberniae" lo llama un antiguo himno editado junto con sus más antiguas vidas por La Borderie (Rennes: Plihon et Hervé, 1891. Consultable en línea en Gallica). Y unas antífonas, aludiendo a su poder curativo:
"Gaudeat Hybernia, terra transmarina,
per quam morbis omnibus datur medicina"...
Esta panacea irlandesa a que se refieren los antiguos versos es la virtud sanadora de San Mandeo y no el whisky, como podría parecer a primera vista.
Por el parecido de los nombres, en Bretaña a veces se confunde a Maudez o Modez con Maurice, pero nada tiene que ver este irlandés con el  de la legión Tebana y ni era soldado, ni negro ni egipcio ni mártir.
De su vida nos han llegado tres versiones antiguas. Las dos primeras conservan elementos muy arcaicos, aunque han sido retocadas o rehechas, especialmente la segunda, cuya redacción actual no se remonta más allá del siglo XIII. Esta vida segunda, en contraste con la parquedad narrativa de la primera, es la más rica en detalles, que no forzosamente han de responder a la imaginación del redactor ni a la contaminación con otros relatos.
Cuál fuera la patria chica de San Maudez es asunto difícil de averiguar. Las vidas recuerdan el nombre de sus padres, Gentusa y Ercleo, tras el cual tal vez se esconda un Erc, nombre bastante corriente en la Irlanda medieval.
Baring-Gould supone que la emigración de la familia de Maudez fue debida a circunstancias gravísimas: una guerra o una de las asoladoras epidemias que azotaron Irlanda durante los siglos VI y VII. No creo que sea preciso suponer un motivo tan catastrófico. Entre los distintos reinos y reinecillos de aquellas tierras occidentales el movimiento de viajeros y de poblaciones enteras era frecuente.
En lo que están de acuerdo varios hagiógrafos, entre ellos el humanista Roscarrock, es en que San Maudez, camino de Bretaña, se detuvo en Cornualles, donde se lo conoce como Mawes y dejó el recuerdo de algunas iglesias y fuentes curativas.
Ya he hablado alguna vez (ver, por ejemplo, Tres fuentes que encierran sangre) de la importancia en las leyendas (no sólo hagiográficas) celtas del elemento ígneo que se encuentra encerrado en el agua. Este fuego acuático es un elemento imaginístico panindoeuropeo al que ya Dumézil dedicó su atención en un estudio famoso sobre Neptuno, el irlandés nechtan y el indio Apam Napat, recogido en Mito y epopeya.
Dos milagros de los más famosos de San Maudez se refieren a este oxímoron del fuego acuático. 
La región de Tréguier padecía periódicas incursiones de piratas (de hecho, los primeros britanos fueron, parece ser, animados a colonizar aquellas costas para garantizar la seguridad del tráfico marítimo y de las poblaciones costeras). Los vecinos acudieron una vez, llenos de aflicción, a implorar el socorro de San Maudez.
-¡Tú puedes! ¡Haz que nos sean devueltos nuestros bienes y nuestros seres queridos!
-Yo lo máximo que puedo hacer es rezar.
Los piratas, que ya se iban de vuelta a su tierra cargados de botín, se detuvieron a hacer aguada para el regreso, tan inoportunamente inspirados que se dirigieron a la fuente milagrosa de San Maudez. Cuando el primero de ellos desmontó y hundió su cántaro o barrilillo en el agua, no bien mojó en ella la punta de los dedos prendió en ella una llama vivísima que lo consumió con caballo, barril y todo, en un santiamén, como si hubiese sido de leña seca. De los demás piratas, aterrorizados, una parte salió huyendo a las naves y no regresó más por aquellas regiones; otros se resolvieron a acudir, descalzos y en camisa, ante el santo, que los absolvió con tal de que restituyeran lo robado y desistieran de su vida criminal.
El otro milagro sucedió según la primera vida "recientemente, en tiempos del conde Hoel". 
Como este Hoel es el que fue conde Hoel V de Nantes y Cornualla y después (desde 1066) duque consorte de Bretaña, podemos deducir que la primera vida fue redactada o remodelada hacia finales del siglo XI.
Hoel poseía el ducado de Bretaña por matrimonio y al quedar viudo, parte de los nobles bretones no reconocieron su derecho y se alzaron en armas.
Durante las luchas civiles que siguieron, y que acabó venciendo Hoel, un grupo de guerreros quedó acorralado sin comida ni agua. Enviaron secretamente a uno de ellos tras el cerco enemigo en busca de ella. La encontró en una fuente milagrosa de San Maudez: agua deliciosa, cristalina, fresquísima. Llenó dos odres y se los echó a cuestas. Al poco tiempo la espalda empezó a picarle, escocerle y arderle como si llevase un costal de brasas. Corriendo despavorido se unió a los suyos, que reconocieron en aquel fenómeno la fuerza sagrada del santo y su (como hoy se diría) posicionamiento a favor de Hoel, a cuyas fuerzas se sumaron.
Para esto, sin embargo, habrían de pasar varios siglos desde la muerte de Maudez, al que me había dejado recién nacido en Irlanda, con sus padres.
-Todo el mundo entrega a Dios -dijo Gentusa, la feliz madre, a Ercleo- el diezmo de lo que cosecha. Nosotros hemos tenido, gracias a la bendición de Dios, diez hijos, y es justo que Le restituyamos lo suyo.
-Es verdad, ¿qué menos?: consagrémosle a nuestro hijo pequeño, Maudez.
-Cuando tenga siete años, lo pondremos a estudiar. ¿No te da lástima que no sea un paladín que haga temblar el mundo con los cascos de su caballo? ¿Seguro?
-No sería el primer clérigo que ganase batallas. Que estudie para cura se ha dicho.
Así lo hicieron, y el joven creció tanto en sabiduría y en santidad que pronto se extendió la fama de su ciencia y de los milagros que obraba, especialmente curaciones.
A pesar de su juventud, según la segunda vida, al morir el abad del monasterio donde estaba estudiando, rápidamente lo eligieron en su lugar. No solamente por sus muchas cualidades, dice sinceramente el texto, sino porque el ser de prosapia regia era una garantía de que afluyesen limosnas al convento y no se le disputasen sus posesiones.
La vida segunda refiere aquí que se desencadenó en aquel tiempo una gran epidemia en el reino de Ercleo. Él mismo, la reina Gentusa y sus nueve hijos seglares sucumbieron, dejando al país sumido en lo que hoy llamamos "un vacío de poder".
No tardó en aparecer un ambicioso que se creía con ciertos derechos hereditarios  a la corona y cuyo intento era legitimar sus pretensiones mediante el matrimonio de Maudez con su hija, doncella bellísima por cierto.
Los próceres del reino, a la fuerza, sacaron a Maudez de su retiro con el fin de sentarlo en el trono.
Cuando, al día siguiente, lo condujeron solemnemente a presentarlo a la novia, la sorpresa fue mayúscula.
-¿Con este montón de podre queréis que me case? -dijo la muchacha- ¡Mejor mil veces la muerte!
Lo que le mostraban era un leproso cubierto de pústulas, chorreando pus y con las carnes cayéndosele a pedazos.
San Maudez se había pasado la noche rezando para que Dios lo volviese repulsivo a ojos de la hermosa princesa y sus plegarias habían sido escuchadas.
-¿Éste es vuestro flamante rey? ¿Cómo pensabais colarnos esta carroña ambulante? ¡Vamos, hija, no aguantemos ni un minuto más esta burla! 
Maudez, al día siguiente, no sólo recobró su salud y apostura de siempre, sino que las vio duplicadas en premio de su firmeza en la renuncia a las glorias mundanas. Y temiendo que su frustrado suegro volviese a las andadas tomó una barquichuela y se cruzó a Bretaña con sus queridos discípulos Bothmael y Tudy.
Maudez Llegó a Armórica, a decir de la primera vida, en tiempos del rey Childeberto II, es decir de la guerra ensañada que alimentó el odio de las cuñadas Fredegunda y Brunequilda. Childeberto II era hijo de Brunequilda, princesa visigoda. Los reinos bretones se vieron envueltos en aquella contienda, que acabó teniendo desastrosas consecuencias para ellos.
Los francos ejercían una soberanía más teórica que real sobre la Armórica, cuyos nobles eran en la práctica independientes. 
Maudez desembarcó junto a la desembocadura del río Trieux y se quedó a vivir en el yermo, comiendo plantas salvajes y bebiendo agua de los manantiales.
El río Trieux, a su paso por Pontrieux, hasta donde llega la marea.
No tardaron los ermitaños en ser detectados por los monteros del rey de Domnonia al que el autor de la vida segunda llama Conde Daeg, y que probablemente fuese Deroch II (según la leyenda, padre de otro santo: San Cenydd o Kenneth). Daeg se compadeció de los monjes recién llegados y les concedió terrenos para levantar una iglesia y convento.
Esta buena disposición creció grandemente con otro suceso. Estaban un día jugando dos hijos de Daeg a hacer puntería con sus arquitos, cuando por accidente uno mató al otro de un flechazo y, aterrorizado ante la perspectiva de una tremenda azotaina, se sumió en lo más hondo del bosque.
Ante la desesperación del rey, Maudez resucitó al muerto, que se levantó llamando a su hermano; y éste, al conocer su voz, salió de su escondite.
Una vez, Maudez recibió la visita de una delegación de los pueblos comarcanos.
-Frente a nuestras costas hay una isla que permanece inhabitable por la mucha cantidad de alimañas que la infestan. ¡Líbrala de esa plaga!
-Si lo hago, ¿me dejáis que levante unas celdas pequeñas para vivir yo y mis pocos monjes?
-No faltaba más.
Según la vida segunda, Maudez obtuvo la isla en premio por la resurrección del príncipe asaeteado. 
Ningún barquero ni pescador se atrevía a acercarles por miedo a los bichos venenosos. Los dejaron en un islote próximo desde el que se podía cruzar en marea baja. Encaramados en su peñasco, los monjes rezaron y pronto un incendio voraz acabó con toda la enmarañada vegetación de la isla y sus dañinos habitantes. Fuertes vientos soplaron llevándose la broza quemada pero dejando el terreno cubierto de una fértil capa de ceniza.
San Maudez, pues, construyó allí su iglesia y habitáculos, semejantes probablemente a humildísimos chozos de pastores. Tal vez ocurriese en aquella época lo que cuenta de él una leyenda: estaba ocupado en la construcción de una iglesia cuando se dio cuenta de que le faltaban clavos y acudió a un vecino.
-Buen hombre, ¿te sobran algunos clavos?
-¡Vaya que si me sobran! -dijo sonriendo con tristeza- ¿Qué estás: clavando algo?
-Eso es.
-Coge los que quieras de esa espuerta.
-Dios te lo pagará.
Cuando terminó la obra, San Maudez volvió a dar las gracias al vecino.
-Ya sé por qué me decías que te sobraban clavos, y vengo a asegurarte que lo que has dado por amor de Dios no te será devuelto.
Conviene saber que al referirse a los clavos, el vecino había hecho un juego de palabras con los clavos que se producen en los diviesos, molestia a la que era extraordinariamente propenso y que lo traía mártir. San Maudez premió su generosidad con curarlo para siempre, y desde entonces se lo invoca contra esta dolencia.
San Maudez. Retablo barroco. Saint Ségal, Bretaña.
Probablemente también tenga que ver con esta dimensión férrea del santo su reconocida virtud de "soltar los hierros", las cadenas y prisiones y liberar a los cautivos. El clavo es también lo que apresa, como el tópico clavo que se echa a la rueda de la Fortuna o el que, cruzado en una S (en bárbaro jeroglífico), se marcaba en la frente de los esclavos.
Maudez, como el eslabón que libera la chispa encerrada en el pedernal, es hierro que desata el fuego contenido en los cristales del agua. 
Sébillot, en su libro La petite légende dorée, donde recoge tradiciones hagiográficas populares, cuenta que San Maudez invitó a San Andrés y San Fiacrio  para celebrar el final de la construcción de su iglesia. San Fiacrio vivió casi un siglo después que san Maudez; en cuanto a San Andrés, primero de los apóstoles, no se sabe que haya viajado nunca por Bretaña, pero eso no importa para la leyenda. Casi es menos verosímil que un santo tan asceta y penitente convidase a sus colegas a una comilona opípara, encargada a una vecina famosa por su buena mano en los fogones.
-¿Vamos a dar una vueltecilla para hacer apetito? -dijo San Maudez.
-Bien.
-Yo me quedo aquí echando una cabezadita -dijo San Fiacrio-; que suelo dormir la siesta del borrego.
Mientras estaba durmiendo San Fiacrio, llegaron los albañiles y viendo la mesa puesta no pudieron resistir la tentación de modo que a fuerza de probaduras dieron cuenta de todos los platos.
Para disimular su fechoría, esparcieron un puñado de migas por la pechera del fraile dormilón y le pringaron los labios de grasa.
Los otros dos santos, a su llegada, se indignaron contra él. Fiacrio comprendió en seguida lo que había pasado pero prefirió cargar con las culpas antes que exponer a los verdaderos culpables al castigo. Sabía que no les duraría mucho el enfado a sus colegas.
Desde que se instaló en su isla limpia de serpientes y otros bichos rastreros, San Maudez no se movió hasta su muerte ni aun después porque lo enterraron en ella. 
Después, probablemente en la época de las incursiones vikingas, lo trasladaron y sus reliquias se acabaron dispersando. Su cabeza estuvo durante mucho tiempo en la abadía de Beauport, frente a la isla de San Maudez (L'île Modez).
Ruinas de la abadía de Beauport, donde se conservaba
la cabeza de San Maudez.
Lo acompañaba en su retiro un pequeño número de ascéticos monjes, entre los que se destaca a Bothmael y Tudy, los discípulos más queridos, que se suelen representar flanqueando al santo. 
Bothmael y Tudy solían acudir a estudiar juntos a una roca llamada la Cátedra de San Maudez (esta Cátedra es distinta de la otra del espino, que mencioné antes, y que se encuentra tierra adentro). Viendo un demonio esto, decidió hacerles la vida imposible y cada día venía a distraerlos y a asustarlos apareciéndoseles en figura de una pavorosa serpiente de mar. 
Sabemos el nombre de este demonio: Tuthe o Cuche. Algunos diccionarios bretones recogen la voz actual teuz con el significado de "duende, trasgo".
También él era el culpable de que las obras de la iglesia no avanzasen, porque por la noche derribaba la mayor parte de lo edificado durante el día.
Los discípulos se chivaron al maestro, que se apostó al acecho del monstruo. En cuanto lo vio acercarse, salió corriendo detrás de él y lo puso en fuga. El monstruo creía verse seguro poniendo mar por medio y nadó a toda velocidad hasta otro farallón más alejado a que trepó. y desde él hacía burla a San Maudez, que había subido también él a un picacho rocoso de su isla para ver si lo avistaba. irritado el santo, cogió del suelo una piedra y se la arrojó a la bestia con tan insospechados y sobrenaturales fuerzas y puntería que le atinó en mitad de la cabeza y dio con ella en lo hondo de las aguas, de donde nunca más ha vuelto a salir, que se sepa, a molestar a los mortales.
Es un caso excepcional entre los santos sauróctonos el acabar con su dragón a cantazos; claro que David  no vaciló en emplear tan rústica y primitiva arma contra Goliath. 
Un día le dijo San Maudez a Bothmael:
-Aprovecha la marea tan baja que está y vete a tierra firme corriendo a por lumbre, que se nos ha apagado. Mira que no te entretengas, que el mar sube rápido.
Bothmael entró en la primera casa que encontró. Había una mujer calentando leche.
-¿Qué querías, chico?
-Que soy de ahí de los monjes de la isla, que si nos da un poco de lumbre que se nos ha apagado.
-Cómo no, hijo: pon la saya que te lleno la falda de brasas.
Bothmael, en su ingenuidad, levantó la saya y la mujer, por seguir la broma, se la llenó de brasas. Pero vio estupefacta que no la quemaban, como si fuese de amianto. El chico dio las gracias y salió pitando, pero a pesar de ello lo cogió la marea a mitad de camino. Se encaramó a una roca pero las olas subían y subían. la roca no era muy alta y la marea la cubría. Como Bothmael lo sabía, se resignó a esperar la muerte orando.
Pero la muerte no llegó, porque gracias a las plegarias conjuntas de Maudez y de los dos discípulos, la roca se iba elevando sobre el nivel de las olas a medida que éstas iban hinchándose y cuando las aguas alcanzaron su mayor nivel el monjecillo no se había mojado aún ni la punta del pie. Al retroceder la marea, Bothmael regresó corriendo a la isla con las brasas aún encendidas en el regazo de la saya. De nuevo la fuerza sagrada de Maudez había triunfado sobre la enemistad del fuego y el agua.
A la tumba de San Maudez concurrían multitudes de peregrinos en busca de la salud. El poder vermífugo que le había permitido sanearla también se aplica a los que acuden a su intercesión para desembarazarse de la solitaria y demás gusanos parásitos. La receta consiste en hacer un barro con tierra  del cementerio y agua de la fuente milagrosa y untárselo:
"Terra cimiterii, fonti dum miscetur,
si pertacta fuerit, vermes expellentur".
La festividad de San Maudez se celebra el 18 de noviembre.