lunes, 25 de noviembre de 2013

Mac Leníne y el legado de la poesía

Ya hace mucho, que casi ni me acuerdo, hablaba de Caedmon, el primer poeta inglés de nombre conocido cuya obra se conserva. Se conserva al menos un pequeño fragmento de ella, que ya es bastante. Caedmon escribiría o compondría en inglés y a lo mejor lo era, pero su nombre no: su nombre, típicamente celta, lo han llevado reyes britanos: Catamanus, "bueno en el combate", que ha resultado en el galés Cadfan. Una muestra de cómo se barajaban en aquellos reinos pueblos y culturas.
La concesión divina del don de la poesía al tímido y torpe en palabras Caedmon, por medio de un ángel, no es un hecho del todo aislado entre los germanos.
Ahora, leyendo el libro de Paul Lecouteux sobre hadas, brujas y hombres lobo en la Edad Media, veo mencionado el thattr  (un thattr es una saga breve) de Thornstein el Poeta del Jarl. En este cuento se narra la larga y mortal enemistad entre Thorstein y el jarl Hákon, que se combaten implacablemente durante años por medios mágicos.
Thorstein muere a manos de un golem enviado por Hákon (y animado, gracias a la ayuda de dos oscuras diosas, mediante el corazón de una víctima asesinada) 
Magia femenina escandinava. Ilustración modernista.
y a su túmulo suele acudir un pastor a pasar la noche con su ganado. Por cierto, que la incubación en el túmulo no deja de recordar a las apariciones de hadas y otros personajes en el mundo legendario irlandés. 
Este pastor, como Caedmon, quisiera ser un gran poeta y celebrar la gloria de Thorstein (lo mismo que Caedmon la de Dios: Caedmon es un escaldo a lo divino), pero carece en absoluto de talento para ello. En sueños se le aparece no un ángel sino el fantasma del propio Thorstein, le tira de la lengua y le transfiere el don de la poesía. Desde entonces aquel pastor fue capaz de urdir las más virtuosísticas estrofas.
Si Caedmon es el primer poeta inglés, uno de los primeros conocidos en lengua irlandesa es Colmán mac Leníni (o Leníne o Lenéne). Digo uno de los primeros porque contemporáneo suyo debió de ser Dallán Forgaill, autor del Amra Coluim Cille (Elogio de San Colum Cille). También Senchan Torpeist, del que sin embargo no conocemos ninguna obra que se le pueda atribuir con seguridad.
Como veremos, la historia de Colmán es hasta cierto punto contraria a la de Caedmon.
A Colmán Mac Leníne, que fue santo, llama vehemente el Santoral de Óengus, que le dedica apenas un verso. Es irritante lo escaso de la información que tenemos sobre este personaje, cuya vida, si existió, no se conserva, pero que aparece en las de San Brendan de Clonfert y San Finbarr (no tengo manera ahora de consultar el artículo que dedicó a este poeta y a Senchan Torpeist Rudolf Thurneysen en 1933).
Sin embargo, es un santo importante por su antigüedad, la extensión de su culto y por haber fundado la diócesis de Cluain (Cloyne en inglés).
Sin duda, sus padres serían paganos, pues él fue criado como tal y no se convirtió hasta su edad madura. Fue lo que se llamaba un athlaich, un converso tardío (literalmente, un ex-guerrero). Hubo cuatro grandes santos que lo fueron: San Énda de Aran, San Colum de Inishcaltra, San Erc de Sláine en Brega y éste.
La generación de Colmán ya vivió el cristianismo con celo: sus siete hermanas fueron santas y vivieron en comunidad monástica. El nombre del pueblo de Killiney, cerca de Dublín, conserva su memoria: Cill Iníon Leníni, la Iglesia o Ermita de las Hijas de Lenín.
No sabemos cómo se llamaría este santo antes de su conversión: Colmán, Palomita, es el que se le impuso en el bautismo y es típicamente cristiano. Y muy frecuente: se cuentan por centenas los santos irlandeses que lo llevaron. A éste también se lo conoce por los diminutivos Mocholmóg y Mochonóg: "Mi pequeño Colum".  Con San Colum Cille no sólo comparte el nombre, sino su patronazgo sobre los poetas y el haberlo sido él mismo.
Un poema atribuido a San Cuimmine de Noendrim, que murió el año 658 (pero el poema no pudo haber sido escrito antes de los siglo XI o XII) lo afirma así:
Carais Colmán caomh Cluana
filidheacht tre chóir séisi;
Gach áon do mholadh gan locht
ní thiged olc dá éisi.

El bello Colmán de Cluain (Cloyne)
amó la poesía compuesta con sabia técnica;
a quien alabó sin culpa
no lo persiguió la desgracia...

Afirman los tratados genealógicos que era de sangre ilustre. Descendía, al parecer, de Lugaid Lagha, rey medio mitológico. Lugaid Lagha fue el asesino de Art mac Conn, aunque luego perteneció a la corte de su hijo Cormac mac Airt, que reinaba en tiempos de de Fionn mac Cumhaill y los famosos Fianna de Irlanda. Se dice que Lugaid fue uno de los cinco mejores guerreros de Irlanda, junto a Cú Chulainn, Lúgh Lámhfhada, Conall Cernach y el propio Fionn mac Cumhaill. Estaba casado con Uirne, tía o hermana (según las versiones) de Fionn mac Cumhaill y madre de sus dos perros de caza, Bran y Sceolaing. 
Uirne había sido transformada en perra por un maleficio y cuando volvió a su forma humana parió, aparte de varios niños, a estos dos sabuesos maravillosos.
Perros osiánicos. Nikolai Abilgaard, El espíritu de Culmin se aparece
a su madre.
Entre los ancestros de Colmán también estaba  Mogh Nuadat. Fue éste el soberano del Sur de Irlanda que intentó oponerse a la ambición de Conn Cétchathach (Conn Ciembatallas). Se trata de tiempos legendarios, donde es imposible discernir el mito de la verdad histórica, si es que hay alguna en estos relatos. 
Por esos dos rivales se llamó al Sur de la isla Leth Moga (la Mitad de Mogh) y al Norte Leth Cuinn (la Mitad de Conn). Esto significa que Colmán estaba emparentado con la dinastía reinante en sus días en Mumu, la provincia suroccidental de Irlanda: los Eoganacht. 
Sin embargo, es extraño que Colmán está muy relacionado con el Norte de Irlanda y dedicó poemas a los reyes de Tara, rival política y espiritual de Cashel, la capital del Sur. 
En la corte de esta ciudad ocupaba Colmán (aún no bajo ese nombre) una posición importante.
Se lee en la vida de San Brendan que este santo navegante quiso hacer una gira de visitas a todos los santos de Irlanda, y especialmente a San Iarlath, el santo de Tuam.
Antes de emprender viaje, fue a despedirse de su maestra Santa Ita, que lo había criado (nutrix la llama el texto) y a pedirle su bendición.
-Haces bien en querer aprender de los santos, hijo. No te entretengas con las vírgenes como nosotras, que lo que sacarías sería que pensasen mal de ti y dieses que hablar a las malas lenguas.
-Te haré caso. 
-Mira lo que te digo: tú vas a tropezarte con un laico que se contará entre los santos de Irlanda andando el tiempo; y si no acuérdate de que te lo he dicho.
Brendan creyó sus palabras, porque Ita era clarividente. Y en efecto, por el camino se encontró con este santo, que era bardo de la corte de Cashel.
-Hombre -le dijo Brendan-, haz penitencia, porque Dios te llama a la salvación, y serás paloma inocente a los ojos de Dios, y no un guerrero.
-Si tú lo dices...
-Sí, y te llamarás Colmanus, que es latín, de columba que quiere decir paloma, y manus que es mano, "mano de paloma". Porque las obras de tus manos serán tan inocentes como la paloma.
"Colmán -afirma la Vida de San Brendan- llegó a ser sobresaliente entre los santos por su vida y doctrina, fundador de la iglesia de Cluain, hoy famosa catedral en Mumu".
Cashel, capital de los reyes de Mumu.
San Brendan fue llamado a la corte de Cashel para actuar como árbitro entre dos aspirantes al trono (ambos llamados Aodh: uno perteneciente a los Dál Cais, que formaban parte de los Déisi [ver Declan y los santos pioneros], y otro a los Eóganacht, descendientes de Mogh Nuadat). En aquel litigio también participó Mac Leníne, y durante el tiempo que duró ocurrió un suceso curioso. 
El relicario que contenía las cenizas de San Ailbe o Albeo (ver Niño lobo irlandés en Roma y la entrada siguiente, que es su segunda parte) había desaparecido. Fue el caso que lo habían robado, pero la barca en que huían los ladrones con su botín, probablemente por castigo de Dios, zozobró y se fue a pique, ahogándose los sacrílegos. Cuando las reliquias fueron halladas en el fondo del lago, el hijo de Lenín fue uno de los que las rescataron. San Brendan afirmó:
-Es una desgracia muy grande que las manos que han tocado y sacado de las aguas tan grandes reliquias estén deshonradas.
-¿Deshonradas por qué?
-Por pertenecer a un pagano.
-Si es así, me haré cristiano y hasta monje.
-Bien: te pondremos de nombre Colmán, como ya te profeticé en su día.
Colmán, como he dicho, era bardo y pensó que la poesía no era una actividad digna de todo un sacerdote cristiano. Una idea extraña, puesto que empezando por el propio San Patricio y continuando con San Colum Cille, es larga la lista de los clérigos poetas en la Edad Media irlandesa. 
Por esto decía yo que la historia de Colmán es como el reflejo invertido de la de Caedmon. A éste la fe le otorgó la inspiración poética: a aquél se la extinguió. 
-¿Qué haré yo ahora con este don poético? -pensaba el recién convertido- ¡Sería una lástima que se desperdiciara...! Nada, voy a traspasarlo
Colmán tenía a su cargo un muchacho de cuya crianza se encargaba. Se llamaba Dallach y fue el elegido para recibir el legado de la poesía. Tenía un nombre bien adecuado: Dall significa "ciego" y la ceguera siempre ha sido fiel compañera de la poesía (como de la profecía), desde tiempos de Homero y Hesíodo. También el otro temprano poeta, cantor de San Colum Cille, se llenaba Dallán ("Cieguecito") Forgaill.
Bardo ciego. Ossian y Malvina, por Johann Peter Krafft
De aquel rapaz había de brotar una de las estirpes de poetas más importantes de Irlanda, si no la más importante: los Ó Dalaigh, que escribieron desde el siglo XII hasta el XVII.
Uno de ellos, Gofraid Fionn Ó Dalaigh, celebra y ensalza al santo "de melodiosa erudición, de suave y brillante mano" a quien le deben su talento. Dallach, dice, nunca se hubiera entregado a la poesía si no le hubiera traspasado su don su tutor Colmán. Y termina rogándole que le reserve al cantor, descendiente de su criado, un lugar en el Paraíso:
"Faghaibh cathair mar dhun nDé
dhúnn ar gcathaimh ar gceidré"

"Consíguenos una ciudadela, como fortaleza de Dios,
a nosotros, cuando hayamos consumido nuestro primer tiempo..."

La poesía, arguye Gofraid Fionn, no será tan mala a los ojos de Dios, cuando Él quiso que uno de sus ilustres cultivadores se convirtiese en gran santo, aunque para eso tuviese que ceder el yugo de la poesía y uncirse a otro aún más alto y honroso...
Lo cierto es que, según se desprende de los pocos versos conservados de Colmán, su actividad creativa no cesó con su conversión. 
Ahora no dispongo del breve corpus completo de la poesía de Colmán mac Leníne (ya volveré a tratar más de él cuando caiga en mis manos), pero su obra más citada, de sus tiempos de cortesano, es propia de un joven guerrero: el agradecimiento por el don de una magnífica espada.
"Lo que los mirlos a los cisnes, lo que una onza a una arroba,
las trazas de una campesina a las regias damas altivas,
los demás reyes a Domnall, el tarareo al canto del coro,
una mecha de juncos a un cirio, eso son las demás espadas a mi espada".
No es la única vez que aparece Colmán asociado con armas. Un tardío poema medieval (del siglo XV o incluso tal vez del XVI) llamado Los milagros de Senan enumera los santos que acudieron en ayuda de San Senan, a quien unos usurpadores habían arrebatado unos terrenos que le estaban consagrados. Entre ellos se contaba mac Léinín an gai géir glóin, "el hijo de Lenín, el de la lanza afilada y luciente".
Y es que aun después de adoptar su nueva fe, Colmán no debió de ser siempre una mansa paloma. Una alusión que se encuentra en la breve narración Conall Corc y los Corcu Laigde afirma en latín que "por culpa de la maldición de Colmán mac Leníne cayeron los muros de Ressad"... Ressad es una ciudad perdida, cuya ubicación se desconoce, pero que se supone estuvo en la región de Luimneach (Limerick).
La festividad de san Colmán mac Leníne se celebra el 24 de noviembre.




martes, 12 de noviembre de 2013

Príncipe irlandés en Turena

Este santo se llama de varias maneras: Macario (Machar, Magher, Maher), Mauricio, Mochumma... Mochumma es nombre frecuente entre los santos de Irlanda: hay más de treinta que lo llevan. No es de extrañar: Cumma es diminutivo de Colum Cille, segundo en popularidad, probablemente, después de San Patricio.
De este de hoy, patrón de Aberdeen en Escocia, es poco lo que se sabe a ciencia cierta. Incluso se pone en duda su existencia. Hay quien lo identifica con el famoso Kentigerno o Mungo, fundador de Glasgow. Las noticias que tenemos de él proceden casi enteramente del Breviario de Aberdeen, compilación litúrgica rica en contenidos hagiográficos, pero ya tardía, del siglo XVI. También figura su vida versificada entre las Legends of the Saints, serie de narraciones hagiográficas en dialecto escocés que se ha atribuido a John Barbour, poeta de finales de la Edad media.
Dicen pues ambas fuentes que San Macario fue hijo de un reyezuelo de Irlanda llamado Syacano y de su mujer la reina Synchena (tras estos nombres se esconden probablemente los irlandeses Fiachna y Findchoem).
Lo bautizó un santo de nombre Colmán y le impuso el de Mochumma. Fue esmeradamente educado y según la costumbre entregado a criar a un noble llamado -dice el poema escocés- Teleman. Desde su infancia dio muestras de excelsa virtud. Gozaba de especial gracia y solían visitarlo los ángeles.

Ángeles danzarines. Capitel románico.
 El rey, al pasar un día por donde vivía su hijo, vio cómo revoloteaban numerosos sobre el techo de la casa, como vencejos en verano, y algunos entraban y salían cantando dulcísimos salmos, se acercaban a la cuna del niño y caminaban o volaban en torno. "Mientras mamaba el niño santo de los pechos de su nodriza, una cohorte angélica bailaba encima del tejado por la región del aire, entreteniendo y alegrando al pequeño"; así dice el Breviario.
El padre, feliz y orgulloso, se inclinó sobre la cuna, y alzando al niño en brazos hacia el Cielo, lo bendijo y dio gracias a Dios por el hijo tan santo del que le había hecho padre.
Entre tanto, a la reina, que esperaba otro hijo, le llegó el término de su embarazo y parió una criatura muerta.
Cundió la desolación por todo el palacio de los reyes. Pero Syacano se acordó de Mochumma.
-Tengamos esperanza. ¡Venga ese niño!
-¿Qué haces? ¿Te has vuelto loco?
-Vamos a probar una cosa.
El rey salió a toda prisa con el muertecito y lo acostó desnudo en la cuna donde dormía tranquilamente su hermano, bajo las mantas, de manera que la carne cadavérica tocase la del otro, tierna y tibia. Al poco empezó el recién nacido a templarse, luego a moverse, y al cabo de un rato estaba llorando como cualquier niño.
Una vez, estando sentado en las rodillas de su niñera, oyó ésta un gran gritería que venía de fuera de la casa. Sobresaltada y presa de viva curiosidad, se precipitó a ver qué era aquello, sin acordarse de lo que tenía en el regazo. El niño salió rodando a la lumbre. La hoguera estaba en todo lo suyo y a la niñera, espantada de su propio desaguisado, no se le ocurrió más que salir despavorida pegando voces de socorro.
Cuando la oyeron y acudieron en auxilio de Mochumma, había pasado un buen rato. Entraron pensando encontrarlo hecho carbón, pero para pasmo de todos allí estaba en el hogar, jugando risueño entre las llamas.
Otro día tuvo que salir la niñera a un recado inesperado e inexcusable. Como no había nadie en la casa y no podía llevarse al niño, pero le daba miedo dejarlo solo a la vista de cualquiera, lo escondió sin que se despertase, cuidadosamente arropado, en el fondo de una tina.
Llegó un criado despistado y sin mirar adentro, cubo va, cubo viene, la dejó llena de agua hasta el borde.
-¿Dónde está el niño? -preguntó la criada desesperada al ver aquello a su vuelta.
-¿Qué niño? ¡A mí no me metas en líos! -contestó el otro, empezando a asustarse-. A mí me han dicho: "Llena la tina" y la he llenado.
-¡Desgraciado, la que has hecho! ¡Ay, la que hemos liado!
Y la infeliz se arañaba la cara, se arrancaba los pelos a puñados y se aporreaba los pechos dando gritos.
Cuando vaciaron la tina, Mochumma estaba en el fondo, no sólo tan contento como en la hoguera, sino tan seco y caliente como en su propia cuna. Porque, dice el autor del poema, El que pudo defender a Moisés de las aguas bien pudo defender también a éste.
Moisés salvado de las aguas. Vidriera gótica.
En todo caso, lo que nos parece ver en el niño es un dominio sobre los elementos que nos recuerda a los poderes de los druidas y de los chamanes.
Cuando creció algo, sus padres decidieron enviarlo a educarse con San Colum Cille, al que manifestaba un gran afecto, sentándose junto a él y bebiéndose las palabras que salían de su boca. Colum Cille le pagaba con una especial predilección, que despertaba la envidia de sus condiscípulos. Cuando Colum Cille marchó de Irlanda (Breviario y poema evitan aquí decir que condenado a destierro), su discípulo favorito se negó a abandonarlo y dejándolo todo lo acompañó en su dolorosa peregrinación:
-Porque adonde tú vayas yo voy hasta que la muerte se lleve a uno de los dos.
-Bien, hijo: pues si te llamabas Mochumma de niño, desde este momento, que has dejado de serlo con esta decisión, te llamarás Machar, que es como decir "mo chara", mi amigo.
Embarcaron hasta Í o Iona, en Escocia, donde Colum Cille fundó su famosísimo convento; a Macario lo envió a predicar a la cercana isla de Mula.
Allí se encontró con siete leprosos harapientos y sórdidos que venían por el camino y que le pidieron limosna.
-Mirad, buena gente; antes de nada, id a lavaros a ese manantial que de esta manera no estáis para hablar con nadie.
Al lavarse los gafos, quedaron limpios de su enfermedad y regresaron al santo dando brincos de alegría y bendiciéndolo.
Aparte de la predicación, el estudio y copia de manuscritos era su ocupación fundamental. En aquellos tiempos, la iluminación artificial era un martirio para la vista; los días en el norte de Escocia son muy cortos en Invierno y para aprovechar las horas de luz, como tampoco había cristales, era necesario trabajar al aire libre o junto a una ventana abierta, a riesgo de coger un tabardillo. De todas maneras, igual que otros santos de Irlanda, Macario tenía un recurso para escribir de noche: se soplaba en la punta de un dedo y ésta se encendía en una llama que daba excelente luz para escribir.
Otros frailes, envidiosos de tanto milagro, se conjuraron para darle muerte y llamaron a un chico que andaba por ahí.
-Niño, llévale esta copa a Macario, haz el favor, que tendrá sed.
-Voy.
La bebida llevaba un veneno activísimo y Macario comprendió por revelación divina de lo que se trataba.
-¡Ah, muchas gracias! Trae, trae.
Hizo la señal de la cruz sobre la copa y la inclinó, vertiendo sólo la ponzoña mientras la bebida sana, separada milagrosamente, permanecía dentro.
-¡Ah, qué fresquito! Dales las gracias a los hermanos de mi parte y toma un confite para ti.
-Esto tiene que ser cosa de hechicería -dijeron los frailes malos-. ¡Hay que delatarlo a San Colum Cille!
-Hay que decirle que o echa a ese brujo o nos vamos nosotros.
San Colum Cille puso paz entre uno y otros, pero de todas maneras recomendó a Macario que se fuese una temporada a predicar a los paganos del lugar, que eran los pictos. Los pictos son un pueblo bastante enigmático, aunque hoy se tiende a pensar que eran una federación de naciones británicas que hablaban una lengua muy similar a la de sus vecinos del Sur, cuyos últimos descendientes acabaron siendo los galeses.
San Macario embarcó con pocos compañeros fieles y llegaron a las tierras de un hombre llamado Farcare que los acogió hospitalariamente y les ofreció tierras para asentarse. Un río que vieron tenía la forma de un báculo episcopal: esto les pareció de buen agüero y allí edificaron una grande y costosa iglesia. Macario hizo brotar milagrosamente para los sedientos obreros un manantial de aguas que, encima, resultaban curativas.
No tardó en recibir la visita de San Devenick, que también andaba predicando por aquellas comarcas.
-Mira, Macario: aquí no hay trabajo para dos apóstoles. Quédate tú con esto y yo me voy a un sitio más al Norte, que le dicen Caithness, donde viven los catinios...
-Bueno, pues gracias.
-Bien: pero tú te limitas a los pictos y los catinios los trabajo yo...
-Sí, sí, no tengas cuidado...
-Eres un santo. Cuando muera, me gustaría que me enterrasen junto a ti.
En efecto, cuando aquel santo murió de vejez, hizo prometer a los suyos que lo llevasen a enterrar a una iglesia de San Macario y avisasen a aquél. Así lo hicieron. Macario se puso en marcha con ellos, apesadumbrado, pero al llegar a cierto pueblo vio una nube de ángeles revoloteando sobre la iglesia. era que la comitiva fúnebre de San Devenick se había detenido allí a pasar la noche.
-Pues éste es sin duda el lugar que está predestinado para el entierro de mi amigo. Que le den sepultura aquí.
San Macario se complacía en la compañía de los santos. Uno de sus mejores amigos fue San Tiernan, con el que mantuvo largos coloquios de teología.
Apareció en aquella época por esos campos un feroz y enorme jabalí que, con los colmillos, la jeta y las pezuñas, destrozaba todas las mieses y despanzurraba los sembrados sin que nadie se le atreviera. Se pidió el auxilio de San Macario.
-Reza a ver si se acaba esta plaga.
-Aquí no bastan oraciones.
El santo salió resuelto al encuentro de la fiera, que estaba entretenida arrasando algún alcacel o alguna mies.
-¡Quieto, bicho! Párate donde estás, que te voy a dar un toque.
Jabalí picto.
(Foto Kim Traynor. http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/3/32/
Pictish_symbol_stone_from_Dores.JPG?uselang=es
El animal, furioso, se quedó clavado donde estaba, dirigiendo venenosas miradas de impotente rabia a Macario. Éste se aproximó con toda tranquilidad y le dio con el cuento del báculo un golpecito que lo convirtió en piedra.
Quién sabe si alguno de los verracos de piedra que tanto abundan por el Oeste de Castilla y por León no será algún jabalí petrificado por un santo...
Otra vez confundió a un mago, que por prestigios iba haciendo creer a la gente que tenía siete cabezas. Al ver que las oraciones de Macario anulaban sus sortilegios, cayó a sus pies pidiendo el bautismo.
Muchos eran los milagros de Macario. Devolvió la vista a un ciego y la vida a un muerto, Synchene, que era pariente de San Colum Cille. Sembró de arena un campo y en vez de sucederle como a Góngora, que cogió vergüenza y afán, vio brotar de ella una abundante mies.
En cambio, unos clérigos que vinieron de Irlanda para estudiar con él y que, después de haber aprendido todo lo que quisieron o pudieron, lo andaban difamando y tildando de hipócrita, murieron repentinamente y fueron arrojados a una pestífera cloaca, porque no tenían amigos ni parientes que se hiciesen cargo de sus despojos.
A uno de sus enemigos, que se estaba ahogando atragantado con un hueso, se lo sacó de la garganta: arrepentido el hombre buscó su amistad y le hizo grandes donaciones.
Estando Macario recogiendo con abundancia el fruto de su predicación, apareció a verlo San Colum Cille.
-Venía a despedirme por una temporada larga, porque he decidido hacerme romero e ir a visitar las reliquias de Roma.
-¡Ah, no! Pues yo me voy contigo.
-Bueno; date prisa en preparar lo que necesites.
Ni que decir tiene que este viaje de los dos santos no está atestiguado en ninguna otra parte más que en las vidas de San Machar... Dicen que era papa entonces Gregorio, que lo fue del 590 al 604; Colum Cille murió en el 597. San Gregorio acogió a los dos peregrinos con grandes muestras de afecto.
-Ya estaba avisado de vuestra visita. y a ti, Macario, quiero conferirte el honor y la gran responsabilidad episcopal...
Difieren aquí las versiones: unas dicen que fue nombrado obispo de los pictos, que estaban sin él; otras que se le puso al frente de la diócesis de Tours. San Gregorio de Tours, el cronista tantas veces citado en estas entradas, fue obispo de la diócesis hasta el 593, sin que fuese sucedido por Pelagio I hasta el 595. De manera que si San Machar viajó de verdad a Roma, es posible que pasase por Tours con San Colum Cille estando vacante la diócesis, como dice el poema escocés.
Era una época, por cierto, convulsa para la región. El reino de Orléans, al que pertenecía Tours, había recaído, como los de Austrasia y Borgoña, en manos de Childeberto II. El hijo de éste, Teodorico II, se vio enredado en continuas guerras encuadradas en el largo conflicto entre las reinas enemigas Brunequilda y Fredegunda.
También es curioso que la festividad de San Martín se celebra el 11 de Noviembre, víspera de la de San Macario de Aberdeen. Tal vez la proximidad de las fiestas haya favorecido la creencia en el episcopado turonense del irlandés.
San Martín de Tours. Capitel románico.
En todo caso, lo que sí se dice es que con ocasión de nombrarlo obispo, el papa San Gregorio le cambió el nombre, imponiéndole el de Mauricio. San Colum Cille, estando de vigilia en la iglesia de San Martín en Tours tuvo una visión nocturna en la que se le apareció el propio santo, el que había sido gran obispo de la ciudad dos siglos antes, y le regaló una copia de los evangelios que tenía enterrada con él. Colum Cille la guardó toda su vida como un gran tesoro. Llegó la hora de que volviese a escocía, pero Dios no quería que regresase San Macario. Se despidieron con desgarro,
"For it is a full noyus thing
of dere frendis the departynge".
Y es que, en efecto, San Martín en persona, uno de los santos que más habían influido en el nacimiento y primer desarrollo de la espiritualidad irlandesa y de la inclinación hacia la vida monástica y eremítica tan característica de las Islas Británicas y Armórica, se apareció al obispo de Tours indicándole que no dejasen pasar la oportunidad de tener a San Mauricio, Macario o Mochumma por arzobispo.
En tal misión permaneció más de tres años, durante los cuales hubo prosperidad, buenas cosechas y buena pesca, sin epidemias ni mortandad de ganados.
A cabo de los tres años y medio notó una fiebrecilla como si hubiera cogido frío; seis días después estaba a las puertas de la muerte y llamó a los suyos para despedirse impartir sus últimos consejos. Junto a su lecho de muerte se vio a Jesucristo con los doce apóstoles, a San Colum Cille y a San Martín de Tours que acudían a recibirlo en el Paraíso. Una muchedumbre de ángeles se agolpaba tañendo dulcísimas armonías.
Sobre su sepulcro se edificó una lujosísima iglesia. A rezar junto a sus reliquias acudían gentes sin número, sobre todo enfermos, muchos de los cuales resultaban curados milagrosamente.
Y así termina la vida de San Macario en este siglo.




lunes, 4 de noviembre de 2013

Manantiales milagrosos y dramas sutorios

Yo no sé si se representará mucho hoy día o tendrá muchos lectores el teatro de William Rowley, autor inglés de la época llamada jacobea, correspondiente al reinado de Jaime I de Inglaterra, que abarca el final del siglo XVI y el principio del XVII. 
Si no es así, es lástima grande, a juzgar por la tragicomedia que cayó en mis manos el otro día, A Shoemaker a Gentleman, Cada zapatero un hidalgo. Se trata de una obra barroca que transcurre en distintos lugares, mezcla personajes de sangre real y ambientes áulicos con las casas y talleres de los menestrales, cuyo jugoso lenguaje y ambientes cotidianos trata de reproducir con irónico realismo (y en ello está lo más sabroso de la obra);  escenas de comicidad costumbrista y otras de batallas o martirios horrorosos, y todo ello en loor del gremio de los zapateros y de sus patrones San Hugo, San Crispín y San Crispiniano, para cuya festividad es probable que se escribiese.
San Crispín y San Crispiniano de zapateros.
El camino por el que llegó a las tablas la narración en cuestión es largo y merece la pena recorrerlo.
Yo me incorporo a él (no sé si inicia ahí o antes) en la vida de Santa Winefrida que figura en las Lives of Cambro-British Saints y que parece ser anterior al siglo XI.
Las vidas de santas en Gales no son frecuentes; probablemente existieron numerosas en tiempos medievales y se recitarían con ocasión de sus festividades en los centros de su culto; pocas de ellas han atraído tanta atención como para ser puestas por escrito. Las de los santos varones, por el contrario, ligadas a los intereses políticos de las grandes familias y monasterios, han merecido con mayor frecuencia pasar de la oralidad a la literatura libresca. Que el relato de la vida y martirio de esta santa se haya conservado, y en distintas versiones, se explica por la enorme popularidad de su fuente milagrosa y curativa como centro de peregrinaciones.
Ya ha aparecido esta santa en estas entradas al ocuparnos de San Beuno, en cuya vida también se encuentra un resumen de lo más importante de la de Winefrida, que fue su discípula.
Es sabido, por otra parte, que la abundancia de las fuentes curativas dedicadas a santos prolonga un antiguo culto precristiano y una fe y devoción no menor entre los paganos. A éstos los númenes de las fuentes, de las mismas fuentes en bastantes casos, procuraban la salud con idéntica solicitud paternal que a los otros los santos de la Iglesia.
Dice pues la Vida que en tiempos del rey Cadfan de  Gwynedd, es decir el Noroeste de Gales,(en el primer tercio del siglo VII), hubo un noble, de sangre real, llamado Teuyth ap Eylud, padre de una hija única de nombre en galés Gwenfrewi, en latín Winefrida y en inglés Winifred. Su padre, como era natural, deseaba para ella un buen matrimonio, para lo que n0 le faltaban a la muchacha nobleza, prendas ni hacienda; pero cuando le insinuó algo en ese sentido, la doncella declaró que se había consagrado a Cristo y su firme deseo de permanecer casta.
Teuyth, comprensivo, accedió a los deseos de su hija y no contento con ello le proporcionó una esmerada instrucción, tarea que encomendó al sabio y virtuoso monje San Beuno. Para que maestro y discípula estuvieran en permanente comunicación, convidó al santo a mudarse a su casa, cediéndole unos terrenos para levantar en ellos una pequeña iglesia.
Aquellos tiempos primitivos no eran aún los de Eloísa y Abelardo ni Paolo y Francesca, y la educación de Winefrida transcurrió sin amorosos sobresaltos. 
Un domingo, estando Teuyth y su mujer (de la que apenas dice nada la historia) en la iglesia donde esperaban que los alcanzase la pequeña, que se había demorado arreglando la casa y recogiendo agua, sal y lumbre para el culto, apareció de manera imprevista en el domicilio un joven y apuesto cazador, llamado, según se nos dice, Caradoc ap Elauc. Venía exhausto y sediento del ejercicio y pedía la merced de un vaso de agua.
Caza del ciervo. Manuscrito del siglo XIV.
Gentilmente, Winefrida le da de beber y con ingenuidad conmovedora justifica el corto servicio con la disculpa de encontrarse sola en la casa.
La belleza de la muchacha y lo propicio de la ocasión inflaman instantáneamente los deseos del cazador cazado, como si se tratase de unos Calisto y Melibea mil años anteriores a los de la Celestina. Pero con Caradoc no valen retardaciones ni filaterías platerescas:
-No me vengas con esos remilgos; niña de mi alma, trátame como si fuese tu novio. ¿No notas cómo te deseo con todas mis fuerzas?
-Te burlas de mí porque soy una pobre sierva -repuso ella con defensiva modestia retórica-; pero aunque hablases en serio yo ya estoy comprometida con otro.
-Mira: déjate de bobadas y de excusas que están ya muy sobadas. Más en serio no puedo hablar y para que veas estoy dispuesto a hacerte mi mujer.
-Bien, a eso no puedo resistirme: pero no me hagas pasar la vergüenza de estarte desposando con estos trapos de trajinar por casa. Una  ocasión como ésta merece solemnizarse con galas de novia, por lo menos. Déjate que me cambie, verás cómo das por buena la espera. Ahora mismo estoy de vuelta.
-No tardes, que me abraso.
Al cabo de un rato, el impaciente amador, maldiciendo la eterna lentitud e irresolución femeninas a la hora de aviarse, se resuelve a sacar su presa del mismo fondo de su madriguera, así sea de una oreja o de los pelos. Encuentra la alcoba vacía, la ventana abierta; asomándose a ella, ve a la muchacha huir desalada rumbo al convento de San Beuno.
-¿Será posible que me la haya dado con queso esta monicaca?
Furioso, Caradoc se arma, monta a caballo y sale en persecución de Winefrida. Ya la veía pisar el umbral del sagrado refugio cuando le arrojó la lanza (framea) y, por si fuera poco, llegando a ella le rebanó el cuello con tan recio tajo que la cabeza rodó dentro del templo mientras el cuerpo se desplomaba a la puerta.
Beuno, sorprendido por el alboroto, se volvió y acudió desde el altar, donde celebraba la eucaristía.
El caballero, fulminado por la cólera divina, empezó a derretirse como cera al fuego y en un abrir y cerrar de ojos quedó desleído y se lo bebió la tierra.
Beuno salió de la iglesia con la cabeza cercenada en las manos y la ajustó al cuello de Winefrida, que aún sangraba. Allí donde habían estado las manchas de sangre en el suelo, las piedras quedaron rojas, pero una fuente de agua fresquísima comenzó a brotar, y en ella abundante vegetación de ovas que exhalaban un suave perfume. 
Varios elementos aquí nos recuerdan a la leyenda de Santa Noyala (ver Tres fuentes que encierran sangre).
Además, en mitad del hervor del agua, se veían tres hermosos guijarros que subían y bajaban danzarines, como las pelotas (dice la crónica) con que juega un malabarista. Pero una vez una mujer por devoción o curiosidad robó una de ellas y desaparecieron las otras dos. Arrepentida, devolvió la que tenía y al depositarla en la fuente se perdió para siempre igual que las otras dos.
La doncella se levantó reviviendo. Una blanca cicatriz, a manera de gargantilla, recordaba la tragedia.
-¡Esta vez creí que no la contaba!
-¿Qué? ¡Menudo susto!, ¿no?
-Mis días en este mundo no tenían que acabar aún.
-Esto merece alguna recompensa -dijo San Beuno.
-¡Tu boca sea medida! -concedió la doncella resucitada.
-Poca cosa para tan gran beneficio. Cada año, hazme con tus manos un manto.
-¿Cómo haré que te llegue? Porque yo pienso volverme ermitaña.
-Toma, y yo.
 -Y no sabré de ti, ni tú de mí.
-No es difícil. Tú confía el manto a cualquier río, que con eso Dios sabrá ponerlo en mis manos.
Cada año, la noche de San Juan, Winefrida tenía el manto preparado: lo dejaba en una piedra del río y ésta zarpaba corriente abajo y, aunque fuese cruzando el mar, llegaba al lugar de meditación y retiro de Beuno. Aquellos mantos ofrecían una protección inmejorable contra el viento y eran impermeables, por lo que se llamaban Siccus, "Seco". ¡Qué buen nombre sería "Santa Winefrida" para una marca de prendas de abrigo!
Brueghel el Viejo, El misántropo.
San Beuno se fue a Roma y volvió para un sínodo convocado por Winefrida. En él, la santa defendió las excelencias de la vida cenobítica frente a la eremítica y, gracias a la esmerada educación que le había dado su maestro, brilló entre todos los teólogos por su honda doctrina.
Esta primitiva vida se completa con una colección de milagros no muy originales. Encontramos el de la cabra delatora que bala en el estómago del cuatrero que se la ha comido, el de los otros ladrones que mueren en castigo de su fechoría y los consabidos castigos a quienes desprecian el santuario: la señora tirana que queda desfigurada para siempre por levantarle la mano a su criada en el santo recinto, el dueño del campo donde se encontraba la piedra del manto de San Beuno, que le pegó una patada y se quedó cojo; la mujer de este blasfemo, que se bañó por burla en la fuente sagrada y salió de sus aguas estéril de por vida...
Otros tienen más interés. Se dice que la fuente era patriota y que conmemoraba las victorias de los galeses sobre los invasores manando leche durante algunos días. Se decía también que beber de sus aguas confería el don de profecía, lo que no deja de recordar al Pozo de la Sabiduría irlandés, que es el pozo de Nechtan (ver Antigüedad de Dahut), en cuyas aguas vivía el salmón cuyo jugo transmitió a Fionn mac Cumhail su don de visionario.
Cada vez más datos repartidos o repetidos por distintas leyendas me van convenciendo de que existe una conexión entre el mito irlandés de Nechtan y Bóand y varias leyendas hagiográficas de mártires cristianas cuya muerte se relaciona con fuentes ígneas o sangrientas.
Y no olvidemos, de paso, que en la fisiología antigua, la leche y la sangre representan dos fases en la evolución del mismo humor.
La segunda vida medieval de importancia se debe a la pluma de Roberto, prior de Shrewsbury, y se escribió hacia 1140. 
Según ésta, los hechos ocurren en tiempos del rey Eliud. Vemos allí a San Beuno que, impulsado por una misteriosa vocación divina, se acerca a visitar al noble Teuith. Como todo está ordenado por la Providencia, una gran amistad surge entre ambos y Teuith cede a Beuno unos terrenos donde construir su iglesia, mudándose él mismo a estancias desde donde puede tenerla constantemente ante los ojos. No contento con eso, eran constantes sus visitas al nuevo templo, y no sólo a las horas de culto, sino en cualquier momento del día o de la noche.
En la fatal ocasión en que el malvado Caradoc se coló en casa de Teuith, Winefrida estaba junto a la lumbre, enferma, mientras el resto de la familia asistía a la misa. 
Caradoc actúa más por la indignación de verse burlado por su víctima que por el acicate de la concupiscencia cuando persigue y decapita a la doncella. 
Cacería de una mujer. Botticcelli, Nastagio degli Onesti.
La narración elimina incoherencias como la doble muerte a lanza y espada y añade, en cambio, detalles de un realismo plástico: al salir Beuno de la iglesia, encuentra al asesino limpiando tranquilamente la espada con puñados de hierba verde. Tras volver a colocar la cabeza de la muchacha, la cubre con el manto -estaba dentro del templo- y le sopla en la nariz insuflándole la vida. 
Winefrida, apenas resucitada, el primer gesto que tiene es pasarse la mano por la frente para limpiarse el sudor de la carrera y el polvo (recordemos que la cabeza ha venido rodando por el suelo desde la puerta de la iglesia). 
La doncella, que se llamaba Brewi, conservó de aquellos trágicos sucesos una cicatriz blanca en el cuello; por eso desde entonces se le llamó la Blanca Brewi, Gwenfrewi o Winefrida en latín.
Winefrida se hace monja y el manto que cada año le envía de regalo a su salvador lo manda el uno de mayo. Tanto esta fecha, que es la antigua celebración céltica de Beltine, como San Juan, son fiestas ígneas y solares. Anualmente, las olas del mar dejaban en la playa el manto del buen monje, que desde entonces recibió el apodo de Bueno Casalsec (que es buen britano aunque parezca catalán), Capote Seco, porque a pesar de su largo viaje marino la prenda llegaba a la arena sin haber empapado una sola gota de agua.
Tiempo después, Winefrida recibió una orden del Cielo:
-Tienes que ir a Bodfari a hablar con San Deifer.
-Obedezco.
Llegado que hubo, se presentó al santo.
-Vengo a hablar contigo por mandato de Dios.
-Ya sé quién eres. El recado que tengo para ti de las alturas es que vayas a Henllan, donde está San Saturno, y hables con él.
-Obedezco.
Y a Henllan que se fue.
-Tú debes de ser -le dijo San Saturno- la virgen Winefrida.
-Así es.
-Tengo un recado de Dios para ti, y es que vayas adonde hay un grupo de monjas viviendo con Santa Teonia, que es mi madre.
-Obedezco -dijo Winefrida.
Aquella vez ya no la enviaron a ninguna otra parte y se quedó con aquellas religiosas, a cuya cabeza sucedió a Teonia. Fue un ejemplo de vida virtuosa y ascética y venían las gentes desde lejos a verla por la fama de los favores que recibía del Cielo y milagros obrados por su intercesión.
Antes de su muerte, fue avisada de su cercano tránsito. Enfermó de disentería, con tremendos dolores de barriga, y al cabo de unos días entregó el alma a Dios.
La festividad Santa Winefrida se celebra el 3 de noviembre.
El siguiente avatar que conozco de la leyenda se encuentra mucho después, en la obra de Thomas Deloney The Gentle Craft, colección de novelitas que tienen en común su relación con el oficio de la zapatería. Deloney, autor de finales del siglo XVI, dedicó otra de sus obras a los tejedores y una tercera a los sastres. Posiblemente buscaba el público de los distintos gremios.
En esta obra, pues, encontramos al noble Sir Hugh enamorado hasta los tuétanos de la no menos noble Winifred, que le paga su pasión con los más fríos desdenes. 
-Eres tan bienvenido -le decía- como lo es la tempestad para el marinero.
Sir Hugh, sin embargo, lejos de acobardarse, se enardece con tan desabridas respuestas confiado en el tópico de que la mujer, cuanto más aparenta rechazar unos amores, más los ansía en el fondo de su corazón. Y porfía y porfía dando batería a la bella desdeñosa.
Por no oírlo, ésta acaba arrancándole una tregua de tres meses, al término de la cual promete darle una respuesta definitiva. 
Con este aplazamiento, la doncella se retira a vivir junto a un arroyo, convirtiéndose casi en una ninfa de sus aguas (con Narciso, para ser más exactos, la compara el novelista). Y olvidada del mundo y del plazo que avanza inexorable, al cabo del trimestre se ve sorprendida por la llegada de un Sir Hugh lleno de rozagantes esperanzas.
El desengaño no puede ser más cruel y el despechado amante, aborreciendo por culpa de Winifred a todo el género femenino, sale huyendo vestido a manera de melancólico en pos de una tierra "donde no se críe tan corrupto ganado".
Elección absurda y propia del orate que está hecho, Sir Hugh opta por París. No tarda en darse cuenta de que no es ésa la ciudad que le conviene, y con igualmente inconcebible falta de tino, se encamina a Venecia. Allí le va aún peor y acaba por temer que las venecianas lo desplumen aunque tengan que deshacerse de él para lograrlo. 


Jan Sanders Van Hermessen, Escena de lupanar.
Conclusión: "todo el mundo está infestado de esas engañosas sirenas", así que de perdidos al río; mejor volver a Britania.
En la travesía estalla la inevitable tempestad marina, despertando en el enamorado extrañas fantasías que serían, sin duda, de interés psicoanalítico (y podrían guardar relación con el miedo a la mujer característico de Sir Hugh):
-¡Oh si la nave se hundiera y me comieran los peces, fueran ellos pescados y acabasen en la mesa de Winefrida, haciéndome yo de esa manera carne de su carne y sangre de su sangre!
Pero no tiene Sir Hugh tan venturosa fortuna sino que naufraga en una isla poblada de espantosos cíclopes. 
Como en una película de monstruos prehistóricos (nada nuevo bajo el sol) asiste agazapado al combate titánico entre un dragón y un elefante, que acaba con la muerte de ambos contendientes, y un segundo bondadoso paquidermo lo salva de perecer y lo guía a la playa.
Al final, arruinado, logra regresar a Britania donde decide ganarse la vida de zapatero.
No tarda en llegarle la noticia de la prisión y condena de Winefrida, capturada por su fe cristiana; y en aras de su amor decide sacrificarse y compartir la suerte de su adorada. Conmovida, la doncella acepta finalmente el amor, espiritual, de Sir Hugh, y le da cita en el Paraíso.
El malvado tirano idólatra condena a la doncella a morir desangrada junto a su querida fuente (recordemos el papel de la sangre en estas leyendas: la sangre es, como el vino que a menudo la simboliza, mixta de agua y fuego).
El suplicio destinado a Sir Hugh es beber la sangre de su amada, recogida en un lebrillo y mezclada con veneno. 
Ya se ve que la asimilación oral de un amado por otro no deja de aparecer en esta leyenda, ni se pueden olvidar la sangre envenenada de las lanzas infalibles de la mitología irlandesa, como la de Lugh o la de Celtchar ni las connotaciones de renovación e inmortalidad unidas a ella y que desembocan en la lanza sangrienta del Castillo del Graal (ver Caldero, sangre y lanza y El hijo del salmón) con su posterior simbolismo eucarístico. 
Sir Hugh degusta la sangre envenenada como un licor delicioso y su cadáver es colgado para pasto de las aves carroñeras. 
Un episodio que encuentra su paralelo en la leyenda galesa de Lleu (otro ilustre zapatero), que permanecía años y años pudriéndose y descarnándose en la copa de un árbol. 
Los huesos de Sir Hugh, ya santo, serán sustraídos por el gremio de los zapateros que fabricarán con ellos las herramientas de su oficio.
Vienen en este punto algunas curiosas recetas mágicas: la mezcla de sesos de comadreja con el cuajo para preservar de los ratones el queso (que preparan las mujeres), noticia que ya aparece en la Historia natural de Plinio, la aplicación de la lengua de rana para hacer confesar la verdad al que duerme, creencia que al parecer se encuentra ya en el antiguo Egipto y que Paul Sébillot atestigua en el Renacimiento francés; el poner la hierba artemisa en los zapatos para prevenir el cansancio; la siempreviva contra el rayo y la pimpinela contra  los maleficios.
La segunda novela del libro transcurre en tiempos del emperador Maximino (Hércules, sin duda), al que encontramos tramando esclavizar o desterrar a todos los britanos para reemplazarlos por colonos romanos. A la vez, se trata de desencadenar una feroz persecución religiosa que extermine o ponga en fuga a la mayoría.
Un plan que, por cierto, no tardarían en intentar aplicar de verdad los ingleses en Irlanda. Pero eso es harina de otro costal.
La cristiana reina de Logria (El antiguo reino de Arturo, que, explica Deloney, es Kent), ante tal amenaza, dispone que sus dos hijos, Crispín y Crispiano, se escondan haciéndose pasar por zapateros. Así lo hacen, entrando de aprendices en un taller, y gracias a su habilidad y buena índole consiguen hacerse proveedores de la real casa.
Taller de zapateros. Grabado del siglo XVI.
Crispín y Crispiniano, patrones de los zapateros, han sido reconocidos desde hace ya tiempo por Bernard Sergent como herederos cristianizados del dios Lug.
A pesar de su relativa suerte, los dos hermanos tienen el dolor de presenciar impotentes cómo los esbirros del emperador se llevan presa a su madre por causa de su fe.
Mientras Crispiano es reclutado para el ejército, Crispín y la princesa Úrsula se enamoran. El príncipe zapatero le confiesa su verdadera condición y como resultado de sus amores la princesa queda encinta.
Desesperado, Crispín pide auxilio a su maestro, revelándole para ello su oculto origen. La mujer del maestro zapatero urde un plan: Crispín y Úrsula deben casarse en secreto, sobornando a un fraile ciego que no pueda reconocerlos; después, un compinche distraerá a la guardia de palacio con un incendio para que el marido pueda poner a su mujer en cobro, ocultándola en el hogar de los zapateros.
Entre tanto, Crispiano, que ha combatido valientemente en Galia contra Ifícrates, rey de los persas, regresa con honores de héroe. Se da a conocer como quien es y se le concede en recompensa la libertad de su madre. Úrsula hace su aparición con su recién nacido en brazos y el rey, que de primeras rechazaba con desprecio e ira al hijo del zapatero ("Hence with the elfe!" "¡Fuera de mi vista este monstruito!"), lo acoge cariñoso al reconocer en Crispín al segundo príncipe destronado.
No existe relación argumental entre los dos relatos, fuera del patronazgo de sus protagonistas sobre la zapatería. Por cierto, ese San Hugo patrón de los zapateros ingleses, que no es San Hugo de Lincoln, no lo ha reconocido nunca Roma ni se sabe qué santo sea.
Llegamos así, tras largo rodeo, a nuestro punto de partida, la obra de Rowley, que intentará aunar ambas novelitas de Deloney en una sola acción.
Al inicio de ésta, Maximino y Diocleciano están a punto de derrotar al rey de los britanos, Allured, que llega de la batalla moribundo. La reina insta a sus hijos Elred y Offa a cambiar de nombre y esconderse -serán Crispín y Crispiano- mientras ella se queda fiel junto a su marido hasta el fin.
Los romanos se apoderan de ella, ya viuda, y le prometen, muy divertidos y harto sádicos, un amargo  destino: ser entregada al capricho de los carceleros que, tras larga prisión y cuando se aburran de ella, acabarán siendo sus verdugos. Camino de su encierro y servidumbre, hace alto con sus guardianes en la zapatería donde Elred y Offa se han asentado como aprendices. Madre e hijos se reconocen sin podérselo demostrar. 
Mientras ocurren estos trágicos acontecimientos, la princesa Winefrida hace vida retirada y casta junto a su fuente, brotada de modo milagroso y entre armonías de música celestial. Son sus aguas benéficas y curativas para el que tiene fe, y por el contrario dañinas y mortales para el que se burla de ellas, según cuenta un ángel que surge del manantial volando, por si no fuese bastante que el pozo "proclamase sus propias virtudes con un burbujeante murmullo".
El único sufrimiento de Winefrida es la tenacidad de su enamorado Sir Hugh, que no la deja ni a sol ni a sombra con sus constantes requerimientos amorosos. Ella no lo aborrece, pero no puede darle su cariño porque lo ha consagrado a Dios.
La fama de la santa doncella llega hasta los romanos, que deciden acabar con el mal ejemplo de "esa virgen supersticiosa que con sus devociones de bruja obra milagros". Los sayones enviados a prenderla se mofan de la fuente sagrada y reciben su castigo: uno de ellos pierde la vista, y aunque la compasiva Winefrida se la restituye, desagradecidos la conducen ante los jueces que, por bruja, la condenan a la hoguera.
Desesperado, Sir Hugh abandona los oropeles del siglo y decide comenzar una nueva vida como zapatero él también.
En la ciudad, gracias a su simpatía y humildad, los príncipes se hacen querer de todos, y muy en especial Crispín de la princesa romana Leonice, muchacha de buen natural pero mimada y caprichosa, sabia en toda clase de artes adivinatorias. 
Mientras Crispiano es reclutado para la guerra que Diocleciano mantiene con los bárbaros en Galia, Crispín, emboscado por amor, permanece en Britania.
En efecto, la obligada familiaridad con el zapatero que le toma las medidas y charla con ella mientras le ajusta los zapatos había abierto paso en el corazón de Leonice a una pasión verdaderamente abrasadora. ¡Oh envidiable oficio el de zapatero!, dice el dramaturgo: ¡tener los delicados pies de las mujeres entre las manos, andar metiéndolas bajo las faldas, con libertad de mirar y de palpar las medias, la molla redondeada de las pantorrillas, las ligas y a lo mejor incluso hasta más arriba! 
El desenlace de la obra coincide con lo narrado por Deloney, sólo que aquí el martirio de la reina y Winefrida se ejecutan el mismo día. Winefrida, por su nobleza, no es quemada sino desangrada y Sir Hugh, que por amor de ella se convierte al cristianismo, amén de envenenado con su sangre es martirizado con el desuello, género de muerte, como señala Bernard Sergent, que conviene a personajes del ámbito del dios Lug, y que recibieron Crispín y Crispiniano.
Aert van den Bossche, Martirio de San Crispín y San Crispiniano,
Este último detalle, que difiere de la novela de Deloney, sugiere que Rowley se inspiró, aparte de ella, en la leyenda viva en la tradición gremial de los zapateros. Uno imagina que también pertenecería a ella esa jactancia con que los personajes alardean de las libertades que pueden tomarse con las piernas femeninas. ¡Al fin y al cabo el apodo del dios Lug era Manolarga!
La vitalidad de la leyenda queda, me parece, demostrada en otra obra de la época de Isabel I,  The Shoemaker's Holiday, La feria del zapatero, de Thomas Dekker. De esta comedia, estimada (como la de Rowley) fundamentalmente por su comicidad costumbrista, están ausentes casi por completo la temática religiosa y las truculencias trágicas de batallas y martirios, pero permanecen los principales elementos estructurales de la narración.
Son aquí protagonistas Rowland Lacy y Rose Oateley, dos jóvenes enamorados a cuyo matrimonio se oponen sus familias. Rowland ha pasado algún tiempo en el extranjero, donde, aunque de noble sangre, arruinado, se ha visto obligado a aprender el oficio de zapatero.
Para evitar que los jóvenes se unan, el tío de Rowland envía a su sobrino a Francia como soldado mientras que el padre de Rose la retiene en una retirada casa de campo, lugar ameno que evoca lejanamente a la ermita de Winefrida con su fuente.
Pero burlando estos propósitos, Rowland se queda camuflado en Londres, donde entra al servicio de un acomodado zapatero haciéndose pasar por un holandés del mismo gremio. Su plan es raptar a Rose con la complicidad de Sybil, la criada, y en él contará siempre con la ayuda de sus amos, un simpático matrimonio de bondadosos y sanos burgueses.
Entre tanto, unos elegantes cazadores irrumpen en persecución de una cierva en el parque donde se encuentra Rose. Uno de ellos, Hammon, se declara cazado a su vez por los encantos de Rose y la requiere de amores, pero ella se lo quita de encima declarándole que ha consagrado su virginidad a Cristo.
Todo esto recuerda vivamente a la leyenda de Santa Winefrida.
Hammon desiste pues y decide consolarse poniéndole los puntos a Jane, una mujer que vende ropa en una tienda de Londres. Ella lo rechaza advirtiéndole que es casada y tiene a su marido, el zapatero Ralph, de soldado en Francia. El malvado Hammon la engaña entonces, haciéndole creer que Ralph ha muerto en la guerra y ofreciéndosele como marido, a lo que ella acaba por ceder. Pero Ralph ha regresado de la guerra, mutilado, y está ejerciendo su oficio en Londres mientras busca a su mujer sin poderla encontrar. Un buen día un propio le lleva un zapato de mujer para que según él haga otro par, de boda. Ralph reconoce inmediatamente un zapato que él hizo, con todo amor, para Jane, y se propone encontrarla e impedir su casamiento, si es que realmente está proyectado.
Es el motivo del reconocimiento por el zapato, motivo fundamental del cuento de la Cenicienta, leyenda antiquísima extensamente estudiada en sus ramificaciones por Carlo Ginzburg (ver En el país de los tuertos el cojo es el rey). Y es lo cierto que a lo largo de todos estos avatares, siempre encontramos la imagen del príncipe arrodillado ante la amada, probándole el zapato, como en el cuento... Aunque aquí es el príncipe el que aparece decaído de su rango merecido. Motivo edípico del que se siente desposeído de lo que le pertenece por la fuerza de un rival tiránico.
Como en un efecto de espejos, Rowland, bajo su disfraz, está a su vez probando unos zapatos a Rose en presencia del padre de la muchacha, que ni lo reconoce ni se entera del juego y discreteo amoroso de la pareja a cuenta de la prueba, el cual es preludio del rapto.
Ya advirtió Freud que todo el cuento de la Cenicienta mira al reino de la Muerte (ver Teilo el peregrino), y el disfraz, que es otro aspecto de la invisibilidad, apunta en el mismo sentido.
Descubierto el ardid, un criado confiesa bajo presión en qué iglesia esperan casarse en secreto los enamorados y los padres se apresuran a estorbar el intento.
Para su desgracia, el criado delator estaba en el ajo y mientras la pareja se está casando, los envía adonde debían hacerlo Hammon y Jane.
Este otro matrimonio tampoco tiene lugar, por la irrupción de Ralph a la cabeza de un grupo de zapateros armados. Jane se lanza en brazos de su marido redivivo y el cobarde Hammon, fracasado el vil intento de comprársela por dinero, levanta vergonzosamente el campo. 
Mutilados de guerra. Grabado de Jacques Callot 
Es entonces cuando aparecen los parientes de Rose y Rowland, que toman, cómicamente, a una pareja por otra, ya que Ralph y Jane van enmascarados (¡de nuevo el disfraz!).
La obra termina con el perdón real de Rowland, acusado de deserción, cuando el rey se muestra comprensivo ante la violencia tiránica del amor.
Un último detalle: Simon Eyre, el maestro zapatero que emplea al falso holandés Rowland, tiene un juramento favorito: "¡Por el señor de Ludgate!". No se sabe quién fuese el señor en cuestión. Ludgate era una de las puertas de Londres y según Geoffroy de Monmouth su nombre se debe al rey Lud, que la edificó. Esta etimología es casi con seguridad falsa: es lo de menos. El rey Lud es el Lludd de la leyenda galesa, fundador mítico de Londres y conocido también como Nudd (parece que el cambio de la n- por ll- se debió al efecto aliterativo de su frecuente apelación Nudd Llaw Ereint, Nudd Mano de Plata). Lludd Llaw Ereint es el equivalente galés del Nuadu Argatlám irlandés, rey de los Tuatha Dé Danann que fue sustituido por Lugh al quedar manco, y probablemente idéntico al Nuadu Necht y al Nechtán marido de la diosa fluvial Bóand (y tocayo del Neptuno romano). Todo ello nos devuelve al terreno de la antigua deidad del fuego acuático y su mujer desdichada (ver Antigüedad de Dahut, Tres fuentes que encierran sangre), el ciclo de la mártir decapitada el el manantial.