martes, 12 de noviembre de 2013

Príncipe irlandés en Turena

Este santo se llama de varias maneras: Macario (Machar, Magher, Maher), Mauricio, Mochumma... Mochumma es nombre frecuente entre los santos de Irlanda: hay más de treinta que lo llevan. No es de extrañar: Cumma es diminutivo de Colum Cille, segundo en popularidad, probablemente, después de San Patricio.
De este de hoy, patrón de Aberdeen en Escocia, es poco lo que se sabe a ciencia cierta. Incluso se pone en duda su existencia. Hay quien lo identifica con el famoso Kentigerno o Mungo, fundador de Glasgow. Las noticias que tenemos de él proceden casi enteramente del Breviario de Aberdeen, compilación litúrgica rica en contenidos hagiográficos, pero ya tardía, del siglo XVI. También figura su vida versificada entre las Legends of the Saints, serie de narraciones hagiográficas en dialecto escocés que se ha atribuido a John Barbour, poeta de finales de la Edad media.
Dicen pues ambas fuentes que San Macario fue hijo de un reyezuelo de Irlanda llamado Syacano y de su mujer la reina Synchena (tras estos nombres se esconden probablemente los irlandeses Fiachna y Findchoem).
Lo bautizó un santo de nombre Colmán y le impuso el de Mochumma. Fue esmeradamente educado y según la costumbre entregado a criar a un noble llamado -dice el poema escocés- Teleman. Desde su infancia dio muestras de excelsa virtud. Gozaba de especial gracia y solían visitarlo los ángeles.

Ángeles danzarines. Capitel románico.
 El rey, al pasar un día por donde vivía su hijo, vio cómo revoloteaban numerosos sobre el techo de la casa, como vencejos en verano, y algunos entraban y salían cantando dulcísimos salmos, se acercaban a la cuna del niño y caminaban o volaban en torno. "Mientras mamaba el niño santo de los pechos de su nodriza, una cohorte angélica bailaba encima del tejado por la región del aire, entreteniendo y alegrando al pequeño"; así dice el Breviario.
El padre, feliz y orgulloso, se inclinó sobre la cuna, y alzando al niño en brazos hacia el Cielo, lo bendijo y dio gracias a Dios por el hijo tan santo del que le había hecho padre.
Entre tanto, a la reina, que esperaba otro hijo, le llegó el término de su embarazo y parió una criatura muerta.
Cundió la desolación por todo el palacio de los reyes. Pero Syacano se acordó de Mochumma.
-Tengamos esperanza. ¡Venga ese niño!
-¿Qué haces? ¿Te has vuelto loco?
-Vamos a probar una cosa.
El rey salió a toda prisa con el muertecito y lo acostó desnudo en la cuna donde dormía tranquilamente su hermano, bajo las mantas, de manera que la carne cadavérica tocase la del otro, tierna y tibia. Al poco empezó el recién nacido a templarse, luego a moverse, y al cabo de un rato estaba llorando como cualquier niño.
Una vez, estando sentado en las rodillas de su niñera, oyó ésta un gran gritería que venía de fuera de la casa. Sobresaltada y presa de viva curiosidad, se precipitó a ver qué era aquello, sin acordarse de lo que tenía en el regazo. El niño salió rodando a la lumbre. La hoguera estaba en todo lo suyo y a la niñera, espantada de su propio desaguisado, no se le ocurrió más que salir despavorida pegando voces de socorro.
Cuando la oyeron y acudieron en auxilio de Mochumma, había pasado un buen rato. Entraron pensando encontrarlo hecho carbón, pero para pasmo de todos allí estaba en el hogar, jugando risueño entre las llamas.
Otro día tuvo que salir la niñera a un recado inesperado e inexcusable. Como no había nadie en la casa y no podía llevarse al niño, pero le daba miedo dejarlo solo a la vista de cualquiera, lo escondió sin que se despertase, cuidadosamente arropado, en el fondo de una tina.
Llegó un criado despistado y sin mirar adentro, cubo va, cubo viene, la dejó llena de agua hasta el borde.
-¿Dónde está el niño? -preguntó la criada desesperada al ver aquello a su vuelta.
-¿Qué niño? ¡A mí no me metas en líos! -contestó el otro, empezando a asustarse-. A mí me han dicho: "Llena la tina" y la he llenado.
-¡Desgraciado, la que has hecho! ¡Ay, la que hemos liado!
Y la infeliz se arañaba la cara, se arrancaba los pelos a puñados y se aporreaba los pechos dando gritos.
Cuando vaciaron la tina, Mochumma estaba en el fondo, no sólo tan contento como en la hoguera, sino tan seco y caliente como en su propia cuna. Porque, dice el autor del poema, El que pudo defender a Moisés de las aguas bien pudo defender también a éste.
Moisés salvado de las aguas. Vidriera gótica.
En todo caso, lo que nos parece ver en el niño es un dominio sobre los elementos que nos recuerda a los poderes de los druidas y de los chamanes.
Cuando creció algo, sus padres decidieron enviarlo a educarse con San Colum Cille, al que manifestaba un gran afecto, sentándose junto a él y bebiéndose las palabras que salían de su boca. Colum Cille le pagaba con una especial predilección, que despertaba la envidia de sus condiscípulos. Cuando Colum Cille marchó de Irlanda (Breviario y poema evitan aquí decir que condenado a destierro), su discípulo favorito se negó a abandonarlo y dejándolo todo lo acompañó en su dolorosa peregrinación:
-Porque adonde tú vayas yo voy hasta que la muerte se lleve a uno de los dos.
-Bien, hijo: pues si te llamabas Mochumma de niño, desde este momento, que has dejado de serlo con esta decisión, te llamarás Machar, que es como decir "mo chara", mi amigo.
Embarcaron hasta Í o Iona, en Escocia, donde Colum Cille fundó su famosísimo convento; a Macario lo envió a predicar a la cercana isla de Mula.
Allí se encontró con siete leprosos harapientos y sórdidos que venían por el camino y que le pidieron limosna.
-Mirad, buena gente; antes de nada, id a lavaros a ese manantial que de esta manera no estáis para hablar con nadie.
Al lavarse los gafos, quedaron limpios de su enfermedad y regresaron al santo dando brincos de alegría y bendiciéndolo.
Aparte de la predicación, el estudio y copia de manuscritos era su ocupación fundamental. En aquellos tiempos, la iluminación artificial era un martirio para la vista; los días en el norte de Escocia son muy cortos en Invierno y para aprovechar las horas de luz, como tampoco había cristales, era necesario trabajar al aire libre o junto a una ventana abierta, a riesgo de coger un tabardillo. De todas maneras, igual que otros santos de Irlanda, Macario tenía un recurso para escribir de noche: se soplaba en la punta de un dedo y ésta se encendía en una llama que daba excelente luz para escribir.
Otros frailes, envidiosos de tanto milagro, se conjuraron para darle muerte y llamaron a un chico que andaba por ahí.
-Niño, llévale esta copa a Macario, haz el favor, que tendrá sed.
-Voy.
La bebida llevaba un veneno activísimo y Macario comprendió por revelación divina de lo que se trataba.
-¡Ah, muchas gracias! Trae, trae.
Hizo la señal de la cruz sobre la copa y la inclinó, vertiendo sólo la ponzoña mientras la bebida sana, separada milagrosamente, permanecía dentro.
-¡Ah, qué fresquito! Dales las gracias a los hermanos de mi parte y toma un confite para ti.
-Esto tiene que ser cosa de hechicería -dijeron los frailes malos-. ¡Hay que delatarlo a San Colum Cille!
-Hay que decirle que o echa a ese brujo o nos vamos nosotros.
San Colum Cille puso paz entre uno y otros, pero de todas maneras recomendó a Macario que se fuese una temporada a predicar a los paganos del lugar, que eran los pictos. Los pictos son un pueblo bastante enigmático, aunque hoy se tiende a pensar que eran una federación de naciones británicas que hablaban una lengua muy similar a la de sus vecinos del Sur, cuyos últimos descendientes acabaron siendo los galeses.
San Macario embarcó con pocos compañeros fieles y llegaron a las tierras de un hombre llamado Farcare que los acogió hospitalariamente y les ofreció tierras para asentarse. Un río que vieron tenía la forma de un báculo episcopal: esto les pareció de buen agüero y allí edificaron una grande y costosa iglesia. Macario hizo brotar milagrosamente para los sedientos obreros un manantial de aguas que, encima, resultaban curativas.
No tardó en recibir la visita de San Devenick, que también andaba predicando por aquellas comarcas.
-Mira, Macario: aquí no hay trabajo para dos apóstoles. Quédate tú con esto y yo me voy a un sitio más al Norte, que le dicen Caithness, donde viven los catinios...
-Bueno, pues gracias.
-Bien: pero tú te limitas a los pictos y los catinios los trabajo yo...
-Sí, sí, no tengas cuidado...
-Eres un santo. Cuando muera, me gustaría que me enterrasen junto a ti.
En efecto, cuando aquel santo murió de vejez, hizo prometer a los suyos que lo llevasen a enterrar a una iglesia de San Macario y avisasen a aquél. Así lo hicieron. Macario se puso en marcha con ellos, apesadumbrado, pero al llegar a cierto pueblo vio una nube de ángeles revoloteando sobre la iglesia. era que la comitiva fúnebre de San Devenick se había detenido allí a pasar la noche.
-Pues éste es sin duda el lugar que está predestinado para el entierro de mi amigo. Que le den sepultura aquí.
San Macario se complacía en la compañía de los santos. Uno de sus mejores amigos fue San Tiernan, con el que mantuvo largos coloquios de teología.
Apareció en aquella época por esos campos un feroz y enorme jabalí que, con los colmillos, la jeta y las pezuñas, destrozaba todas las mieses y despanzurraba los sembrados sin que nadie se le atreviera. Se pidió el auxilio de San Macario.
-Reza a ver si se acaba esta plaga.
-Aquí no bastan oraciones.
El santo salió resuelto al encuentro de la fiera, que estaba entretenida arrasando algún alcacel o alguna mies.
-¡Quieto, bicho! Párate donde estás, que te voy a dar un toque.
Jabalí picto.
(Foto Kim Traynor. http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/3/32/
Pictish_symbol_stone_from_Dores.JPG?uselang=es
El animal, furioso, se quedó clavado donde estaba, dirigiendo venenosas miradas de impotente rabia a Macario. Éste se aproximó con toda tranquilidad y le dio con el cuento del báculo un golpecito que lo convirtió en piedra.
Quién sabe si alguno de los verracos de piedra que tanto abundan por el Oeste de Castilla y por León no será algún jabalí petrificado por un santo...
Otra vez confundió a un mago, que por prestigios iba haciendo creer a la gente que tenía siete cabezas. Al ver que las oraciones de Macario anulaban sus sortilegios, cayó a sus pies pidiendo el bautismo.
Muchos eran los milagros de Macario. Devolvió la vista a un ciego y la vida a un muerto, Synchene, que era pariente de San Colum Cille. Sembró de arena un campo y en vez de sucederle como a Góngora, que cogió vergüenza y afán, vio brotar de ella una abundante mies.
En cambio, unos clérigos que vinieron de Irlanda para estudiar con él y que, después de haber aprendido todo lo que quisieron o pudieron, lo andaban difamando y tildando de hipócrita, murieron repentinamente y fueron arrojados a una pestífera cloaca, porque no tenían amigos ni parientes que se hiciesen cargo de sus despojos.
A uno de sus enemigos, que se estaba ahogando atragantado con un hueso, se lo sacó de la garganta: arrepentido el hombre buscó su amistad y le hizo grandes donaciones.
Estando Macario recogiendo con abundancia el fruto de su predicación, apareció a verlo San Colum Cille.
-Venía a despedirme por una temporada larga, porque he decidido hacerme romero e ir a visitar las reliquias de Roma.
-¡Ah, no! Pues yo me voy contigo.
-Bueno; date prisa en preparar lo que necesites.
Ni que decir tiene que este viaje de los dos santos no está atestiguado en ninguna otra parte más que en las vidas de San Machar... Dicen que era papa entonces Gregorio, que lo fue del 590 al 604; Colum Cille murió en el 597. San Gregorio acogió a los dos peregrinos con grandes muestras de afecto.
-Ya estaba avisado de vuestra visita. y a ti, Macario, quiero conferirte el honor y la gran responsabilidad episcopal...
Difieren aquí las versiones: unas dicen que fue nombrado obispo de los pictos, que estaban sin él; otras que se le puso al frente de la diócesis de Tours. San Gregorio de Tours, el cronista tantas veces citado en estas entradas, fue obispo de la diócesis hasta el 593, sin que fuese sucedido por Pelagio I hasta el 595. De manera que si San Machar viajó de verdad a Roma, es posible que pasase por Tours con San Colum Cille estando vacante la diócesis, como dice el poema escocés.
Era una época, por cierto, convulsa para la región. El reino de Orléans, al que pertenecía Tours, había recaído, como los de Austrasia y Borgoña, en manos de Childeberto II. El hijo de éste, Teodorico II, se vio enredado en continuas guerras encuadradas en el largo conflicto entre las reinas enemigas Brunequilda y Fredegunda.
También es curioso que la festividad de San Martín se celebra el 11 de Noviembre, víspera de la de San Macario de Aberdeen. Tal vez la proximidad de las fiestas haya favorecido la creencia en el episcopado turonense del irlandés.
San Martín de Tours. Capitel románico.
En todo caso, lo que sí se dice es que con ocasión de nombrarlo obispo, el papa San Gregorio le cambió el nombre, imponiéndole el de Mauricio. San Colum Cille, estando de vigilia en la iglesia de San Martín en Tours tuvo una visión nocturna en la que se le apareció el propio santo, el que había sido gran obispo de la ciudad dos siglos antes, y le regaló una copia de los evangelios que tenía enterrada con él. Colum Cille la guardó toda su vida como un gran tesoro. Llegó la hora de que volviese a escocía, pero Dios no quería que regresase San Macario. Se despidieron con desgarro,
"For it is a full noyus thing
of dere frendis the departynge".
Y es que, en efecto, San Martín en persona, uno de los santos que más habían influido en el nacimiento y primer desarrollo de la espiritualidad irlandesa y de la inclinación hacia la vida monástica y eremítica tan característica de las Islas Británicas y Armórica, se apareció al obispo de Tours indicándole que no dejasen pasar la oportunidad de tener a San Mauricio, Macario o Mochumma por arzobispo.
En tal misión permaneció más de tres años, durante los cuales hubo prosperidad, buenas cosechas y buena pesca, sin epidemias ni mortandad de ganados.
A cabo de los tres años y medio notó una fiebrecilla como si hubiera cogido frío; seis días después estaba a las puertas de la muerte y llamó a los suyos para despedirse impartir sus últimos consejos. Junto a su lecho de muerte se vio a Jesucristo con los doce apóstoles, a San Colum Cille y a San Martín de Tours que acudían a recibirlo en el Paraíso. Una muchedumbre de ángeles se agolpaba tañendo dulcísimas armonías.
Sobre su sepulcro se edificó una lujosísima iglesia. A rezar junto a sus reliquias acudían gentes sin número, sobre todo enfermos, muchos de los cuales resultaban curados milagrosamente.
Y así termina la vida de San Macario en este siglo.




No hay comentarios:

Publicar un comentario