sábado, 1 de febrero de 2014

También las diosas pueden ser santas

Días atrás, cuando el espíritu navideño me hizo acabar hablando de los difuntos errantes y sus dones, había empezado preguntándome por la conversión, y todo a raíz del poeta, primero pagano y luego cristiano, Colmán mac Leníne. La familia suya, al fin y al cabo, debía de ser al menos medio cristiana. ¿No vivían en comunidad, como monjas, la mayoría de sus hermanas y para una que se casó tuvo hijos santos? ¿Daría la diferencia de religiones pie a conflictos familiares? No sabemos.
Entrevemos en los versos de Colmán posteriores a la conversión cierta nostalgia de la brillante vida profana detrás de la nueva serenidad del monje. Probablemente sean imaginaciones de uno y haya que renunciar a comprender qué es lo que pasaba dentro de aquella cabeza.
Las relaciones entre la antigua cultura irlandesa y la nueva cristiana tenían que ser difíciles. Respecto del Antiguo Testamento, el cristianismo se sitúa como meta alcanzada y cumplimiento de las profecías. El principio del fin de la Historia. Lo que las Escrituras narraban resultaba un tejido de enigmas resueltos con la vida y pasión de Cristo.
Jonás y la ballena, prefiguración de la muerte y resurrección de Cristo.
Relieve gótico. 
Drama trascendental ensayado una y otra vez a lo largo de la Historia en una serie de prefiguraciones.
La cultura clásica dota a la nueva religión de un lenguaje y los antiguos mitos de Roma se comprenden en clave simbólica.
De uno u otro modo, lo anterior se ve transformado en significante de lo nuevo. La irrupción de Dios en el mundo tiene este efecto: de pronto se comprende que todo lo existente era un anuncio y una adivinanza.
Fulgencio el mitógrafo, que escribía en África a finales del siglo V, fue probablemente el más popular de los intérpretes cristianos de la simbología mitológica.
Según Fulgencio, el juicio de Paris simboliza la elección entre
la vida contemplativa (Juno), la activa (Minerva) y la placentera
(Venus). Luca Giordano, El juicio de Paris. Obsérvese la semi descalcez
de Juno, la diosa suprema.
Los irlandeses sabían que el cristianismo no era la culminación de su propia cultura. Les llegaba de fuera, de Britania, es decir de Roma: un mundo que no era el de ellos. Además, su propia Historia no podía quedarse en una colección de fábulas, de parábolas... por muy simbólicas que fuesen. Ella era la que explicaba quién era cada pueblo, cada linaje, quién vivía y mandaba en cada sitio y por qué. También daba un sentido al territorio, al paisaje del que cada uno formaba parte.
Dos tradiciones necesarias e incompatibles no podían ser. Había que injertar una en otra. Así aparecen el druida Mog Roith decapitando a San Juan Bautista, Conchobar del Ulad sucumbiendo a la ira causada por la muerte de Cristo, Santa Muirgen o Lí Ban admiradora y contemporánea de los Fianna convertida a la fe de Cristo, los hijos de Ler bautizados por San Mochoemhóg, y de la misma manera otros personajes y episodios. Es, en el fondo, la misma intención la que lleva a entremezclar el mito celta de un caldero y una lanza mágicos, vinculados al dios Lug, con el simbolismo de la Pasión, forzando el viaje de José de Arimatea o de su allegado Bron a tierras célticas para formar el fecundo tema literario del Graal.
Llevaba casi un mes pensando (y retrasándolo siempre por pitos o por flautas) dedicar unos renglones a una de estas santas que venidas desde los tiempos mitológicos aterrizan en los albores de la Historia irlandesa. Su vida se cuenta en un relato medieval no de los más conocidos, titulado Altram tige da medar, o sea La manutención de la casa de los dos cubos. Altram es palabra que se refiere a la costumbre irlandesa de dar los hijos a criar a otras familias en cuanto alcanzaban la edad en que se tiene uso de razón.
Ahora veo casualmente que Dennis King, en su muy interesante blog Nótaí Imill (Notas al margen), se ocupa de un pasaje del relato en cuestión, y me digo que es hora de hincar el diente al asunto.
El cuento está publicado en el número 18 de la Zeitschrift für Celtische Philologie de 1930 y dos años más tarde en el 11 de la revista irlandesa Ériu, editado y traducido al inglés por Lilian Duncan. Lilian Duncan explica que ya tenía terminada su traducción cuando salió la de la Zeitschrift, obra de M. E. Dobbs, y que fue esa publicación la que la decidió a dar a la luz la suya. Hay traducción inglesa de la versión de Dobbs en The Encyclopedia of Celtic Wisdom, compilada por Caitlín y John Matthews (Shaftesbury, Dorset: Element, 1996). 
Del año 1930 es también el artículo del filólogo holandés Van Hamel (que sólo conocía la traducción de Dobbs), aparecido en la Revue Celtique, donde se trata bastante extensamente de esta narración. A Van Hamel lo que más le interesó fueron las conexiones que encontró entre este lírico relato y el ciclo del Graal.
Años después, el polifacético escritor Austin Clarke introdujo la historia de Eithne en una novela suya, El sol baila en pascua (1952). No la tengo ahora, pero cuando le ponga la mano encima me apetecería contar algo de esta versión y del autor, que fue un personaje curioso.
La acción comienza en el mundo de los Tuatha Dé Danann, los seres mitológicos que poblaban los túmulos y reinos subterráneos de Irlanda.
Entrada del túmulo megalítico de Brug na Bóinne.
 Elcmar y Oengus Óg compartían el túmulo de Brug na Bóinne, debido a que Manannán, el más poderoso de los Tuatha Dé Danann en aquella época, se había olvidado de Oengus a la hora de distribuir las moradas. 
Sucedía, por otra parte, que Oengus era hijo de Dagda -otro personaje de muchas campanillas entre los Tuatha Dé Danann- y de Bóand, y Bóand era la mujer de Elcmar. 
Para ocultar el estado de Bóand (consecuencia de sus amores), Dagda había estirado el tiempo de modo que el embarazo no durase más que un día, y cuando nació el niño su padre lo ocultó temporalmente para hurtarlo al rencor de Elcmar. 
Alcmena, madre de Heracles, se ha comparado repetidamente con Bóand,
madre de Oengus. Episodio de la infancia de Hércules (detalle) por
Bernardino Mei.
Bóand, intentando limpiar su fama, se sometió a una ordalía; pero como era culpable sucumbió (ver Antigüedad de Dahut).
Elcmar y Oengus, como puede suponerse, no se tenían gran simpatía.
Durante una fiesta organizada en el túmulo de Elcmar, Manannán se llevó aparte a Oengus:
-Mira, Oengus, aunque Elcmar sea tu padre adoptivo, yo soy tu padre porque a mí me debes la valentía en la destreza en las armas y la magia. Yo soy hijo adoptivo de Dagda, que es tu verdadero progenitor. Os quiero mucho a ti y a tus hermanos.
-Ya lo sé, Manannán. Pero ¿lo dices por algo?
-Oye, esta casa debía ser tuya y no de Elcmar. 
-¡Demasiado que puedo estar aquí viviendo!
-Pídele que se ausente un poco, hasta que tú digas, y cuando acepte (que aceptará) le dices que se espere para volver hasta que la noche se mezcle con el día y la luna con el sol. Eso no podrá ser nunca y te quedas el palacio para ti.
-No sé... Nosotros somos dioses, pero eso no nos da rienda suelta para hacer el mal a troche y moche. ¿No hay un Dios que mande en nosotros, que esté por encima?
-Ya lo creo, el que hizo a los ángeles y a los hombres, pero tú ahora de eso no hagas caso y sigue  mi consejo.
-Bueno. Pero no me parece nada bien.
Todo sucedió según el plan de Manannán y Elcmar, atónito de la jugarreta que le habían gastado, tuvo que marcharse de su casa con todos los suyos.
-Yo siento que mi desgracia caiga sobre vosotros -les dijo-, pero tened siembre presente que la culpa no es de Oengus, sino del marrajo de Manannán, que lo ha liado todo.
De hecho, Oengus salió a despedirse de Elcmar y a ofrecérsele para aliviar su suerte en lo que pudiera.
-Hijo mío, eres un calzonazos y ahora ya ¿qué vas a a hacerle? ¡Ya no tiene remedio! Desde luego, harto necio es el que se porta bien con los hijos adoptados. Luego se arriesga a estas cosas.
Tras una fiesta celebrada en el Brug na Bóinne, nacieron el mismo día dos niñas: Curcóg, hija de Manannán, y Eithne, hija de Dichu, cortesano del reino subterráneo. 
Dichu era de la casa de Elcmar pero no se había visto obligado a seguirlo porque estaba fuera cuando se consumó la artera expulsión. Lo habían enviado a por comida para el banquete. 
La fiesta había sido de aúpa, de las que hacen historia, y según refiere con insistencia Van Hamel nueve meses después nacieron, el mismo día, gran número de niñas, todas ellas muy bonitas, entre los Tuatha Dé Danann.
Eithne se crió en el servicio de Curcóg, a la que supera en hermosura y gentileza. Era el ojito derecho de Oengus. 
Pero sucedió que un día llegó un visitante, Finbarr, deseoso de conocer la belleza de las mujeres de aquella casa, que ya había corrido de boca en boca. Se las mandó llamar. 
Doncellas danzantes (¿las tres Gracias?). Relieve griego del siglo
VI a. de C.
El visitante notó que Eithne era la más hermosa, pero también que estando arrodillada se apoyaba, para mayor comodidad, sobre sus talones, lo que no hace una doncella de buenos modales. Y declaró que aquella muchacha era gentil y bella como un cisne, pero que no sabía sentarse, desmereciendo de su alto linaje.
Lo que entiende Van Hamel es que Finbarr la acusaba de ocupar indebidamente una plaza entre los Tuatha Dé Danann, porque ella pertenecía a la raza de los mortales. No parece que el texto dé pie a esa interpretación.
Eithne se puso de todos los colores al oír tal ultraje y huyó a encerrarse corriendo en sus aposentos.
Aengus hubiera dado muerte al visitante en un momento de ira; pero tiempo después hicieron las paces y las sellaron uniendo sus bocas en un beso. 
Todo volvió a ser como antes salvo que Eithne había perdido por completo el apetito. Ni un trago de agua podía pasar.
-¿No tomarías siquiera unos traguitos de leche de la Vaca Parda?
-¡Ay, eso igual sí! Pero sólo si la ordeño yo en persona en un cubo de oro...
La tal vaca parda era única o casi. Trajeron al animal con su ronzal de seda. Eithne se lavó cuidadosa y detenidamente las manos y la ordeñó en un cubo de oro. Oengus y ella bebieron de su leche.
Desde entonces, no quiso probar otro alimento, por más viandas exquisitas que le ofrecían.
-No he visto otra vaca igual. ¿De dónde la has sacado?
-La trajimos Manannán y yo cuando fuimos a ver las columnas de oro que marcan el fin del mundo por donde sale el sol. Nos trajimos cada uno una. Son de la India, ¿sabes?: país famosísimo por sus vacas... Y si ésta es parda, la de Manannán es a manchas. 
Vacas indias. detalle de una pintura de finales del siglo XVII.
También son de allí los ronzales y los cubos de ordeñar. Venían con ellas. Estas vacas dan leche aunque no tengan terneros.
-Y la leche sabe a miel y tiene un no sé qué que dá un gusto...
-¡Ah, pícara! Eso que notas es que embriaga como el vino...
-Puede: no lo he probado...
-Pues ten cuidado con ella, que pega que da gusto.
Los médicos no entendían aquella especie de anorexia de Eithne. Ni siquiera los de Emain Ablach, la capital de los Tuatha Dé Danann. La llevaron a consultar a los de Manannán.
-¿Desde cuándo te pasa esto?
-Desde el sofocón que me dio Finbarr: que si estaba mal sentada, que si era una ordinaria...
-Bueno, verás cómo aquí sí que comes.
Manannán se preciaba de ser tan buen cocinero como médico, y él y sus mujeres se esmeraron aquella noche, tanto en la selección de los ingredientes como en su preparación, y por si fuera poco añadieron polvos medicinales aperitivos, sin escatimar en sabores y especias.
Todo para nada.
-¡Bueno! Me doy por vencido. A ver si quiere tomar la leche de la Vaca Manchada...
Aquel alimento sí lo toleraba, siempre y cuando fuese ella misma la que hubiese ordeñado al animal, y es lo que estuvo comiendo mientras permaneció con Manannán.
-Me parece -dijo este al cabo de algún tiempo- que ya sé lo que le pasa a esta chica.
-¿Qué?
-Con cada uno de nosotros vive un espíritu que nos acompaña todos los días de nuestra vida.
-Así es.
-Pues el de esta infeliz, con el bochorno que pasó a causa de la imprudente observación y metedura de cuezo de Finbarr, que ya se podía haber estado calladito, se soltó de ella y salió volando; y entonces un espíritu de otra clase, llamado "ángel", se apresuró a tomar su lugar. Estos ángeles son muy buenos y no asimilan nuestra comida. Y la que dan estas vacas la pueden pasar porque son de la India, que es el país donde más se venera y practica la virtud y es mejor la gente. 
Las vacas de la India eran un gran tesoro para los Tuatha Dé Danann.
Arte Indio (Uttar Pradesh) del s VII
-¿Y qué curación tiene eso?
-Ninguna. Ya lo más seguro es que se quede así. De manera que cuando quiera puede volverse a su casa, que aquí no se puede hacer más por ella.
-Bueno, pues qué se le va a hacer.
Cuando regresó, Oengus se quedó muy triste con las noticias que le contaron.
-Y además -le dijeron- por culpa del ángel ese que se le ha colado, ya no es de nuestra gente, sino de la de un un dios que todo lo puede.
-Sí, ya he oído yo hablar de ese.
-Que mientras tanto, que siga con leche de vaca india.
Van Hamel ve en esta alimentación milagrosa y en los dos recipientes sobrenaturales un precedente céltico del Graal y el místico sustento que proporciona. Eithne pasa como por accidente de un mundo a otro y cambia un alimento sobrenatural (la bebida del Fleá Goibnid, los cerdos de Manannán: equivalentes irlandeses de néctar y ambrosía clásicos) a otro.
La permanencia en un mundo, como muy bien pudo aprender Proserpina al comer los granos de la granada infernal, depende de los alimentos que se consuman. En el caso de Eithne, ya lo vio perfectamente Manannán, el cambio de dieta es causado por el relevo del espíritu que moraba en la doncella. Su conversión y santidad ya son infalibles en ese momento.
Y así estuvo viviendo unas temporadas con Oengus y otras con Manannán desde tiempos de Eremon, hijo de Mil Espáine, el jefe de los primeros colonos que desembarcaron en Irlanda procedentes de Galicia más de mil doscientos años antes de Cristo, hasta que llegó San Patricio (o Tailginn, como lo llamaban los druidas) allá por el siglo V, reinando Loegaire mac Neill, uno de los hijos de Niall Noígiallach. 
Van Hamel apunta que Curcóg, unas veces en Brug na Bóinne con Oengus y otras veces en los mágicos reinos de allende el mar, donde habita su padre Manannán, es una especie de Proserpina irlandesa, repartida entre el reino de los muertos y nuestro mundo. Curcóg significa "colmena" y la colmena era uno de los símbolos de Proserpina, equivalente a la granada, cuyos granos se asemejan a las celdas de un panal. La importancia de la abeja como símbolo de fecundidad e inmortalidad la recalca Gimbutas; pero la miel significa también la embriaguez, al igual que la granada, cuyo vino celebra el Cantar de los cantares como símbolo de la sabiduría. ¿Sería Curcóg prima hermana de la diosa abeja de los cretenses, una de las  manifestaciones de la gran diosa primitiva de la que habla Gimbutas?
Colgante cretense. Según Gimbutas, representación de la diosa abeja.
Sucedió entonces que un día veraniego de calor agobiante las mujeres del Brug bajaron a bañarse en el río Bóand, el Boyne, y al salir del agua fueron en busca de sus ropas. Eithne no las vio secarse y vestirse y las demás por su parte no se acordaron de ella. 
Esto se debía a que el Feth Fiada había empezado a tener efecto sobre Eithne.
Pero ¿qué es el Feth Fiada? Muy fácil: es una niebla o velo (Feth Fiada quiere decir el velo, máscara o disfraz del sabio) que los Tuatha Dé Danann interponen entre sí y los hombres, para evitar ser vistos. 
No es exclusivo de ellos: San Patricio disponía del Feth Fiada y se sirvió de él cuando unos enemigos lo perseguían. Gracias a su magia, transformó a sí mismo y a sus compañeros en ciervos.
Al encontrarse sola, Eithne se vistió y empezó a caminar buscando a sus compañeras, hasta que vio a un hombre leyendo en voz alta en un libro, sentado con una caña de pescar junto a una iglesia y un camposanto.
-¿Qué hace una doncella sola por estos andurriales?
-Me he perdido; y tú ¿quién eres y qué estás haciendo?
-Yo soy un fraile discípulo de San Patricio y ¿qué voy a estar haciendo? ¡Lo que ves, rezar el salterio!
-Yo no entiendo de salterios porque hasta ahora era de los Tuatha Dé Danann; pero ahora quiero ser de los tuyos y que me enseñes a leer ese libro, porque me encanta tu canción. Cada día me darás una lección, hasta que lo pueda leer como tú.
-¿Entonces tú no eres del pueblo de Cristo?
-No, pero da igual: ¡me hago!
-Bueno, vale: en ningún sitio pone que los Tuatha Dé Danann no se puedan bautizar.
-Trae a ver ese libro...
-Con cuidadito, ¿eh?...
Para asombro del fraile, la doncella se puso a leer como si no hubiese hecho otra cosa en su vida. 
-Mira -dijo el monje, cogiendo su caña de pescar-, es hora de cenar. Cada noche, el Señor me depara un pescado. Yo echo el anzuelo al río y lo cojo. ¿Ves?
El monje se guardó el pez que había pescado.
-Con la mitad cada uno tendremos que apañarnos: no sé si nos quedaremos con hambre.
-También tendrá Dios para mí -dijo Eithne-. Vuelve a echar el anzuelo.
Aquella vez picó un salmón enorme. El monje se las vio y se las deseó para llevarlo a su celda.
-¡Qué hermoso! -exclamó el fraile asombrado-. Es el más grande que he visto en mi vida. Dios te ha tomado bajo Su protección y yo te ruego que me tomes bajo la tuya. Vamos a asar esto.
Con la cuarta parte tuvieron más que suficiente para los dos, y el sabor de su carne era de miel. 
Pescador de salmón. Relieve románico.
Volvamos a Van Hamel. Tratándose de la leyenda del Graal, a cualquiera se le ocurre relacionar al santo pescador con el Rey Pescador. Sin embargo, de pescas y pescados milagrosos está llena la hagiografía de las tierras célticas. No es un elemento original de la vida de Eithne.
Sin embargo, aquí el extraordinario salmón -que a la vez es miel- viene a sustituir a otro alimento místico, la leche (bien cargado de connotaciones eucarísticas, por cierto). Por supuesto que no se puede olvidar al Salmón de la Sabiduría de la mitología irlandesa, que confería el saber a quien lo probaba. Aquí la adquisición milagrosa de la sabiduría (de la sabiduría cristiana, la lectura del salterio) precede inmediatamente a la pesca del salmón. Pescados que sirven de alimento místico no son raros en el ciclo de José de Arimatea y el Graal. El antiguo mito irlandés coincide con el símbolo cristiano.
El monje extendió juncos frescos para que se acostase la doncella; él se hizo otra cama de lo mismo en otro lado y vivieron juntos desde entonces, entregados a la oración.
Un día la vio mirar fijamente al otro lado del río.
-¿Qué miras ahí, si no hay nada?
-Sí hay, aunque tú no lo veas. Está Oengus, de los Tuatha Dé Danann, y mi hermana adoptiva Curcóg, con otros muchos formando una brillante cabalgata. Estarán inquietos por mi desaparición y me andarán buscando. Como tienen activado el Feth Fiada, por eso no se los puede ver.
Y Eithne entonó un canto de nostalgia, recordando la gloria del reino de los Tuatha Dé Danann. Estaba emocionada y llena de tristeza al ver la angustia de todos los que la buscaban sin poderla encontrar. Pero era mucho mayor su alegría por haber encontrado la fe nueva y prefería que no diesen con ella.
-A pesar del bochorno mortal que me hizo pasar, yo ahora bendigo a Finbarr y agradezco lo que me dijo; de no haber sido por eso yo hubiera continuado como mis parientes, en esa ceguera áurea e indolente.
-Pueden mucho esos familiares tuyos...
-¡Ya te digo!
-Pues voy a pedir auxilio a San Patricio, no sea que se te lleven a la fuerza.
Providencialmente, llegaba en aquel momento el gran santo con sus monjes, a la vez que, en la otra orilla del río, se mostraba el esplendoroso cortejo del reino de los túmulos.
-¡Eh, fraile -gritó Oengus-: devuélveme a mi hija!
-¡Ya no lo es! ¡Ahora ha cambiado de padre adoptivo y ha escogido a Dios!
-¿Y tú te crees que eso se puede hacer a capricho, según las ventoleras de una chiquilla atolondrada? Yo vengo por las buenas. Si me da la gana me la llevo en tus narices y no podrás hacer nada por impedirlo.
-Más te valdría seguir el ejemplo de ella, admitir al verdadero Dios y renegar de los falsos, con que ganarás la gloria y escaparás de los tormentos del Infierno.
-¿Qué tormentos ni qué niño muerto? ¿A mí me sales con esos cuentos para asustar a viejas y a niños? Ahora, si le habéis trastornado la cabeza a la pobre chica y se quiere quedar con vosotros por su propia voluntad, yo no me voy a interponer en su camino. Vosotros con vuestra nueva religión sois una plaga. Me voy con el mayor disgusto de mi vida. ¡Maldito Tailginn, en qué hora te trajeron a Irlanda! 
Y volvieron grupas y se fueron con grandes plantos, que a todos, hasta a San Patricio, se les saltaban las lágrimas.
Pero lo de Eithne fue peor: sintió un dolor punzante como la hoja de una espada que le entraba por un pecho y se lo atravesaba y le ensartaba después el otro.  
-¡Bautismo, bautismo, que de esta no salgo! ¡Qué dolor!
Aprisa, San Patricio la bautizó con el nombre de Eithne. Y la doncella estuvo dos semanas sin levantarse, con aquellos dolores terribles.
Un brillante cortejo. E. A. Hornel, Druidas llevando
el muérdago. 

-¡Ay, las delicias del reino de los túmulos! En este mundo no tienen igual. ¡Criaturas del Cielo, acudidme, llevadme donde esté a salvo del Infierno!
San Patricio, para calmarla, le tomó la cabeza y se la posó en el regazo. Y así murió la santa de los Tuatha Dé Danann, y la enterraron al pie de Brug na Bóinne, el túmulo de Oengus, donde ella había pasado años tan felices con sus otras amigas.
El monje que la había acogido era San Ceasán o Ceathán, príncipe de Escocia y capellán de San Patricio. Aparece mencionado en varios libros antiguos, entre ellos el famoso Coloquio de los ancianos (Acallam na Senórach), donde el apóstol de Irlanda conversa con los últimos supervivientes de la tropa osiánica. Se dice que era de sangre real de Caisil, en Mumu, y que se le daba bien enseñar a leer a los niños.
No soportaba vivir donde había transcurrido su amistad espiritual con Eithne y se marchó a hacer vida de ermitaño a otro lado, que se llama Cluain Ceasáin, donde en tiempos del paganismo solían ir a cazar Fionn mac Cumhail y sus guerreros.
San Patricio le escribió unas sentidas endechas, reconociendo que Oengus había querido a la muchacha tanto como él mismo, elogiando sus virtudes y belleza y derramando toda clase de bendiciones sobre quienes narrasen la historia de la ermitaña oriunda del pueblo de Danu. ¡¡Espero que ahora me favorezcan a mí, que acabo de hacerlo!! 
Este poema fúnebre se volvió popular y ha perdurado hasta el siglo pasado, tal vez hasta el nuestro, en boca del pueblo. En la revista de folclore Béaloideas (IV), An Seabhac recogió varias versiones de él. 
An Seabhac (El Halcón), que de verdad se llamaba Pádraig Ó Siochfhradha (la versión inglesa del apellido, Shugrue, refleja más o menos su pronunciación), era un intelectual importante, militante en pro del idioma irlandés, que luchó de joven en la guerra de Independencia, fue preso e hizo carrera después al servicio del nuevo estado. Fue designado senador y ganó renombre como escritor costumbrista en la primera mitad del siglo XX. 
Sus informantes ya no entendían las desusadas palabras ni sabían quiénes eran Eithne ni Oengus. An Seabhac tampoco lo sabía: presumía que podía tratarse del rey de Caisil Oéngus mac Nad Froich -que recibió el bautismo y, por accidente, una terrible herida en un pie, de San Patricio- y una hija suya de nombre Eithne.
Eithne era un nombre muy corriente en Irlanda antes y después del cristianismo: hay al menos cinco santas distintas que lo llevan.