miércoles, 29 de febrero de 2012

En el país de los tuertos el cojo es el rey



En la anterior entrada salió a colación en estos retazos Lexobia, primera sede de la diócesis fundada en Bretaña por San Tugdual. Éste, por cierto, era remiso a ser nombrado obispo, pero fue el rey franco Childeberto quien se lo exigió a cambio de su alianza, sin duda para que sus britanos quedasen integrados en una estructura administrativa eclesiástica asimilable a la de Francia.
Los Lexovii de los autores antiguos, con su capital Noviomagus Lexoviorum (Lisieux), se sitúan justo al Sur de la desembocadura del Sena, muy al Noreste de Tréguier, centro de la actividad de Tugdual.
Magos, en galo, es "campo de la feria", y Noviomagus, "campo nuevo de la feria", implica que hubo uno viejo distinto; por tanto un desplazamiento, pero no, sin duda, uno tan largo.
Por eso una tenaz tradición bretona sostiene que hubo una Lexobia diferente, situada en Le Yaudet, en el estuario del río Léguer, cerca de Tréguier y al oeste de Lannion. En este pueblo, efectivamente, se encuentran restos de casas, fortificaciones y molinos que demuestran su ocupación continua desde el neolítico hasta hoy.
Estuario del río Léguer.
Dice la leyenda que la grande y opulentísima ciudad de Lexobia fue anegada por el océano en castigo del vicio y la corrupción que reinaban en ella: naturalmente, en el cuento influyen relatos bíblicos como los del Diluvio, la confusión de Babel y, sobre todo, la destrucción de Sodoma y Gomorra. 
El mito se repite en el de la ciudad de Ys, que ha tenido mucha más repercusión y que se ha venido utilizando reiteradamente en la música y la literatura, incluso la literatura popular.
Lexovii -dice en su diccionario galo Xavier Delamarre- probablemente significa "los Cojos" y Lexovia sería, por lo tanto la ciudad de los Cojos.
Este nombre extraño recuerda algunos hechos sobre los que llama la atención Bernard Sergent en Le livre des Dieux. Existe el relato de una danza triunfal del dios Lugh tras su victoria sobre Balor (rey de un pueblo monstruoso, los Fomoré); baile que consistía en girar en torno de las tropas saltando a la pata coja. Este baile es muy semejante al "baile de la grulla", realizado por Teseo victorioso del Minotauro.
Resulta, además, que la grulla es animal sagrado de Esus, una de las manifestaciones del dios Lug. Probablemente, los danzantes o algunos de ellos se travestían e imitaban movimientos y actitudes del otro sexo, como también sucedía al paso de las procesiones de Eleusis en Grecia.
La coincidencia de Grecia e Irlanda permite suponer que se trata de un rito muy antiguo.
Lexobia -una y otra, la real y la mítica- podrían llamarse así por ser la ciudad de los Cojos, es decir de los Victoriosos.
Ahora bien, a juzgar por el mucho mejor documentado mito de la ciudad de Ys, ya sabemos quiénes son los habitantes de la ciudad. No en vano el gran folclorista Anatole Le Braz dedica un breve capítulo de La légende de la mort a la ciudad sumergida, de la que, según algunos informantes, Lexobia no era más que un barrio.
En Ys siguen viviendo los habitantes del día de la inundación. No son otros sino los muertos.
La ciudad sumergida es otra versión de la ciudad ultramarina donde sitúan los celtas el Más Allá.
Claro que la existencia del mundo submarino, mundo repleto de riquezas fabulosas, no es propia de la imaginación europea: la encontramos en Las mil y una noches, por ejemplo en el cuento de El Abdalá de la tierra y el Abdalá del mar.
Y es que la riqueza es atributo de la tierra de los difuntos. Plutón significa el Rico y no hay más que acordarse de todos los tesoros que custodian bajo tierra los gnomos, dragones y otros seres oscuros y terribles para comprenderlo.
Lexobia es la ciudad hundida, la de la opulencia y de los placeres, del mismo modo que el Más Allá de los celta se llama tanto Annwn (en galés "lo profundo") como Mag Mell (en irlandés "la llanura de las delicias").
las delicias de Ys en el cómic de Auclair Bran Ruz.
Es también la ciudad de los juguetes de Pinocho, versión infantil de Tír na nÓg, donde en vez de no haber vejez ni enfermedad ni muerte, faltan la escuela, los deberes y los castigos.
 Una interpretación futurista e interplanetaria de la leyenda aflora en Barbarella, el cómic de Forest y Losfeld llevado al cine por Roger Vadim. Allí es la ciudad de Sogo, gobernada por su caprichosa y tiránica Reina Negra (Anita Pallenberg en la película) la que acaba sucumbiendo a la inundación apocalíptica.
La Reina Negra.
La reina de Sogo -Slupe- no es coja ni mucho menos, pero sí tuerta: y en la mitología irlandesa Balor, adversario de Lugh, también lo es. Tuerto, también, el propio Lugh, además de cojo, durante su baile. Y el hijo de Lugh, Cú Chulainn, en sus momentos de furor heroico, otro tanto. Igual que entre los germanos Odín, otro dios equivalente según el libro de Sergent.
Huyendo de la ruina de Sogo.
Como Teseo,  Barbarella tiene que pasar la prueba del laberinto (del que escapa con la ayuda de un ser alado como Dédalo... y ciego como Eros).
La cojera y la ceguera se dan juntas a veces en el héroe. Es Edipo el caso que primero se ocurre.
Como ha estudiado Carlo Ginzburg en su libro Historia nocturna, hay una conexión repetida una y otra vez entre la cojera, el ir medio descalzo (o a la pata coja) y el viaje al más allá.
Jasón, que viaja al gélido Más Allá que es la Cólquide resulta el prototipo del héroe con un solo zapato.
Con un zapato sí y otro no aparecen representados los aspirantes a iniciarse en los misterios de Eleusis (ceremonia que incluía una larga procesión, símbolo del viaje al más allá: el viaje de Proserpina y el de Deméter en su busca).
Entre los antiguos germanos, se enterraba a los muertos "de a pie" con un buen par de zapatos, llamados "los zapatos de Hel", y es sabido que Hécate, diosa infernal de los griegos, gastaba sandalias de bronce. Pero entre Deméter, Proserpina y Hécate se adivina una identidad en su origen. 
No es casualidad que Lleu -la variante galesa legendaria de Lug- fuera zapatero, al igual que lo fueron sus sucesores cristianos, San Crispín y San Crispiniano; y si San Gangulfo (otro heredero de la figura de Lug) no ejerció el oficio, no por ello deja de ser patrón de quienes sí lo hacen.
El que lleva sólo un zapato tiene un pie en cada orilla, pertenece a dos mundos entre los que puede circular a su antojo. El dios apolíneo -sigue diciendo Sergent- es el rey de los pasos, de las puertas. 
Ni falta, lejos de ello, la descalcez a medias en las diosas.
No sólo se trata de Nike, tantas veces representada sobre un solo pie, o con un pie oculto, como la de Samotracia, la de Epidauro en el museo de Atenas
Victoria de Epidauro.
http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/3/30/NAMA_159_Nike_Artemis_Temple_L_2.JPG
o la más que famosa Victoria descalzándose del templo de Atenea Nike en Atenas. 
http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/5/54/ACMA_973_Nike_sandale_1.JPG.
Nike, al fin y al cabo, es una diosa muy relacionada con Apolo, por un lado, y con Atenea por otro, y como señala Sergent, equivalente griego de la Mórrígan irlandesa.
También participa de la misma actitud Afrodita, que aparece una y otra vez descalzándose 
Afrodita descalzándose.
o descalza, amenazando a un sátiro con su famosa sandalia de oro.
Lo mismo que hacía Ónfale a Hércules cuando no hilaba a gusto de ella.
Y, por supuesto, para diosas semidescalzas (ya que entramos en el espacio doméstico), está Cenicienta. En Cenicienta, el zapato perdido representa la repentina caída de un mundo a otro pero también la prenda y la llave que permite el regreso al olimpo arrebatado de las manos.


Cenicienta se prueba el zapato perdido. Ilustración de Gustavo Doré.
Llamo Diosa a Cenicienta y es que no en vano tiene por auxiliares a tres hadas que son como las tres Parcas, las tres Greas, las tres Nornas o las Madres de la religión gala. 
Cenicienta sufre su período de destierro, al igual que Psique en la famosa leyenda narrada por Apuleyo, a causa de haber transgredido una prohibición: ésta cede a la curiosidad, aquélla se pasa  del tiempo permitido en el palacio principesco.
Como Psique, Cenicienta es víctima de la astucia envidiosa y perversa de sus hermanas, despechadas por haber sido rechazadas donde ella fuera escogida.
Como señala Freud en un artículo que ya cité hace unos días (ver Teilo el peregrino) el tema de la elección entre tres mujeres o tres diosas es el mismo del juicio de Paris y se repite con frecuencia en leyendas, cuentos y mitos. Para Freud, las tres mujeres entre las que se plantea la elección son tres aspectos de lo femenino o tres visiones de la madre. 
En ellos se reconocen las fases de la Luna y son los tres rostros de la Diosa Blanca de la que hablaba Robert Graves.
En suma, las tres hadas de Cenicienta son el reflejo de la tríada formada por ella misma y sus hermanas.
De éstas, decía Freud, la elegida (¡qué remedio!) es la más inquietante: la silenciosa, la oscura, la cenicienta, que representa a la muerte.
El destierro de Psique y el purgatorio de Cenicienta hasta la llegada del Príncipe son trasunto del período iniciático durante el cual el neófito atraviesa la muerte para renacer enaltecido.
Y aquí vuelven a venir a cuento las grullas. Porque las grullas son a la vez  aves cojas como en la danza de Teseo y aves renacientes, que simbolizan con su regreso anual la victoria sobre la muerte (como, en general, todas las aves migratorias). Apolo y Lug comparten la afinidad con las grullas, si es cierto que es Lug Esus, el dios asociado al toro de las tres grullas (Tarvos trigaranus) en el pilar de los nautas de París. 
La cojera se asocia de nuevo al ave migratoria en el tema de la mujer cisne. La mujer cisne aparece con cierta frecuencia en la épica irlandesa: es el triste personaje de Derbforgaille, por ejemplo. 
Pero es entre los germanos donde Perchta o Berta, resplandeciente unas veces (eso significa su nombre) de belleza o blancura, otras vieja, fea y desastrada, se relaciona con la cojera (tiene un pie mayor que el otro: Berthe au Grand Pied) y con el cisne u otra ave palmípeda: se trata de la famosa Reina Pie de Oca (Reine Pédauque) que tenía sus baños en Toulouse y cuyo recuerdo se encuentra esparcido acá y allá por esa ciudad. 
Una piadosa leyenda decía de ella que era una joven princesa pagana bautizada por San Saturnino (otra figura "taurina", que murió arrastrado por toros) y San Marcial.
A ella se atribuía el acueducto, del que no quedan hoy apenas vestigios, que atravesaba el río, y del que bien entrado el siglo pasado se veían restos en el Garona.
Capitel de Saint Sernin en Toulouse: los personajes con un pie calzado y otro no. Las patas de ave asoman detrás.
Esta reina simboliza a la sabiduría, pues no es otra sino la Mamá Oca sabedora de todos los cuentos. Es ella la que vela sobre la buena conducta de las muchachas y en particular se preocupa de que sean hacendosas e hilen cuanto tienen que hilar... Se lee en la Enciclopedia  francesa (s.v. Reine Pédauque) que en el siglo XVI los tolosanos juraban "por la rueca de la Reina Pedauca". La misma vigilancia que Ónfale con su sandalia inminente sobre Hércules. Pues Berta la reluciente -tan reluciente que en algunas regiones la confunden con Santa Lucía, la abogada de la vista- , versión meridional, popular y rústica de la diosa nórdica Frigg, mujer del tuerto Odín, es especialista en el hilado. 
Frigg como hilandera. Ilustración de John Charles Dollman.
Especialidad que, por cierto, comparte con las Parcas...  Pues bien: la visita de inspección anual de la laboriosidad de las muchachas, que en unos sitios es tarea de Santa Lucía, lo es en otras de su paisana Santa Águeda -ya lo mencioné hace unos días en la entrada que dediqué a esa santa-, llamada por esos pagos Santo Gato. Pero ¿no es el gato el animal nictálope por excelencia? ¿El cazador nocturno? Y el equivalente mamífero de la lechuza (chat-huant, "gato aullador" en francés), animal emblemático de Atenea.
Por supuesto que el Cazador Nocturno es un personaje mitológico que se identifica con Odín -marido de Frigg- y que su presa son los difuntos que se lleva al Más Allá... 


martes, 28 de febrero de 2012

Una sucesión conflictiva

El Santoral de Óengus menciona entre los santos del 28 de Febrero a un abad del importante monasterio de Bangor y a "diez santas vírgenes hermosas": deich nóebóga delbdai. No sabemos, ni nos aclaran las notas, de cuáles se trata, aunque las Acta sanctorum de este día incluyen a varios grupos de mártires, unos en Alejandría y otros en lugares inciertos, que ya figuran en el muy antiguo Martirologio Jeronimiano. Los autores de las Acta señalan que diferentes martirologios confunden a unos mártires de este día con otros y varían sin motivo claro su número y su sexo.
Varios santorales bretones dedican el día de hoy a San Ruelino o Rivelino, santo britano que desembarcó en Bretaña Armoricana en la expedición del mucho más famoso San Tugdual o Pabu, fundador de la diócesis de Tréguier. 
Casi todo lo que sabemos de San Rivelino proviene de las dos Vidas más tardías de San Tugdual, publicadas por la Borderie y consultables en Gallica
Acompañaban a San Tugdual, junto a Ruelino, otros santos como Loenan, Gwevroc y Briac.
La bahía de Blancs Sablons en Le Conquet, posible lugar de desembarco de Rivelino con San Tugdual.
http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/c/c2/Kermorvan3.JPG
Rivelino lleva un nombre típicamente britano, que se remontará a una forma como *Rigobelinos, "Rey Brillante", así como existió Cunobelinos, "Perro -o lobo- Brillante": el Cymbeline de la obra de Shakespeare.
San Rivelino llevó durante años una vida monástica. Era uno de los discípulos predilectos de San Tugdual. Fue nombrado abad de Trecor (la abadía fundada por Tugdual en Tréguier) y con la autoridad que ello le confería fue él quien concedió a otro venerado santo bretón, San Maudez o Modez, unas tierras donde establecer su retiro eremítico (según leemos en la vida de éste por Albert Le Grand).
Llamo a San Modez bretón porque es en Bretaña donde pasó la mayor parte de su vida, pero por su nacimiento era irlandés, según dicen los relatos hagiográficos, y de sangre real.
Según la leyenda, la sede de Tugdual no estaba en la actual Tréguier, sino en la cercana Lexobia, aunque es más fácil que la Lexovia de las fuentes antiguas sea la Lisieux de hoy, la capital de los Lexovii, el pueblo de los Cojos. Parece raro este gentilicio pero no lo resulta tanto teniendo en cuenta las connotaciones religiosas de la cojera, estudiadas por Carlo Ginzburg y por Bernard Sergent. 
La Lexobia mítica era una especie de Jauja donde la riqueza corría y la gente nadaba en la abundancia, con la propensión al vicio que confiere la opulencia sin trabajo. La ciudad estaba bajo la perpetua amenaza de los embates del mar, de los que se defendía mediante unas grandes compuertas de hierro que un día cedieron por permisión divina, como castigo de sus pecados. El oceáno se precipitó sobre la ciudad y no dejó de ella más que el recuerdo.
Esta leyenda es la misma que se cuenta de la (más célebre) ciudad de Ys.
San Tugdual. Pencran (Bretaña).
Se ha imaginado que a lo largo de los tiempos pueden haber ocurrido maremotos de tales proporciones que hayan impresionado duraderamente la memoria colectiva. También es cierto que la línea de la costa ha variado desde los inicios de la Edad Media y que hoy día los arqueólogos excavan pueblos y puertos sepultados por las dunas o incluso sumergidos.
Estando Tugdual próximo a morir -corría el año 564-, una gran zozobra se apoderó de los Lexovienses, que no sabían a quién encomendarse, y a pesar de que el santo no estaba para preocupaciones de este mundo, le rogaron que dejase puesto un sucesor y designó a Rivelino, con satisfacción casi unánime.
San Rivelino.
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Sin embargo, el arcediano Pergato o Perbogato, aunque no se había atrevido a decir "esta boca es mía" en presencia del venerable moribundo, se reconcomía de despecho, porque hacía años que bebía los vientos por ser obispo. Y así, a la chita callando, malmetiendo a unos, sembrando cizaña, sobornando a otros con dinero y promesas, en poco tiempo levantó una facción que no reconocía por obispo a Rivelino y le era favorable a él. 
Unos y otros se concentraron a las puertas de la catedral para dirimir sus diferencias y era de prever que llegaran a las manos. 
Y cuando más encrespados estaban los ánimos hizo su aparición en el atrio el mismísimo San Tugdual, que llevaba ocho días muerto, y después de tranquilizar a los congregados para que no se asustasen, dijo:
-¿Qué esto: es que yo no hablo bretón, o qué? ¡He dicho que Rivelino!
Y encarándose a Perbogato:
-Y tú, envidioso, inflado de veneno, ¿cómo te atreves? ¿No te das cuenta de que te viene muy grande el cargo? ¡Anda: reconoce a Rivelino a ver si te perdona Dios!
Con esto, desapareció.
Perbogato había caído al suelo temblando y llorando arrepentido de su audacia. Para que se consolase, le dieron tres iglesias y vivió haciendo penitencia. Tanto que también él llegó a santo. En el pueblo de Pouldouran tiene una fuente milagrosa donde se ha colocado su imagen con vestiduras de obispo, porque lo fue durante unas horas y reconocido sólo por sus partidarios.
Sin embargo -una de cal y otra de arena- tal vez para escarmiento de aquellos humos, Dios tuvo la humorada siguiente: en la segunda mitad del siglo XIX mandó a Pouldouran un cura muy pagado de su poco de latines (y que no conocería la Vida de San Tugdual). El nuevo párroco pensó que ese "Pergat" al que estaba dedicada su iglesia parroquial era un santo inexistente y fingido por la ignorancia de sus rústicos feligreses. Dándole vueltas al nombre se le ocurrió que no podía ser sino una deformación de "Petrus ligatus", quedándose con las sílabas tónicas. 
Y decidió que desde ese momento la iglesia de San Pergato sería de San Pedro In Vinculis.
Rivelino, segundo obispo de Tréguier, fue longevo: sabemos que en 615 asistió a las exequias de San Sansón de Dol.



lunes, 27 de febrero de 2012

La cabeza del Bautista

"Airecc cinn Iohannis", el descubrimiento de la cabeza de Juan, menciona en este día el Santoral de Óengus. Y añade una nota: "Aquí se conmemora la primera invención de la cabeza de Juan el Bautista doscientos sesenta años después de su degollación por Herodes". Tras una mención de la cabeza de San Pablo, incluye una estrofa de interpretación algo dudosa:


Tri fichit bliadan buan bil
Dá cét tría riaglaib rimthir
Iar fell forargtais in fir,
Cenn Eoin Baptaist fo dichill.


Sesenta largos años
y doscientos más se cuentan según la regla,
Con la traición que los hombres usaban [?],
La cabeza de San Juan Bautista escondida. 


La Iglesia Ortodoxa conmemora el 24 de este mes la primera y segunda invenciones de la cabeza del Bautista.
Cabezas del Bautista se veneran en varios lugares de la Cristiandad y del Islam, lo que ha dado pie a chistes como la de que una, más chica, es del santo cuando era niño y otra ya de mayor.
La verdad es que las cabezas del Bautista que se veneran en distintas partes son fragmentarias.
Durante el reinado del emperador Juliano el Apóstata, las supuestas reliquias de San Juan, que se conservaban en un monasterio de Sebaste (Palestina), fueron profanadas y quemadas. Unos monjes de Jerusalén salvaron lo que pudieron de la quema, y estos restos fueron repartidos entre los patriarcas de Alejandría -San Atanasio- y Jerusalén. 
Parece ser que la comunidad de los monjes que las rescataron había abrazado la herejía de los macedonios y tuvo que abandonar Constantinopla y trasladarse a Cilicia. 
Algunos de los macedonios eran semiarrianos (sostenían que el Hijo era de naturaleza semejante a la del Padre, aunque distinta); todos afirmaban que el Espíritu Santo no era divino, sino creado y una especie de arcángel. De ahí su otro nombre de pneumatómacos o "impugnadores del Espíritu".
Los monjes se llevaron consigo la cabeza de San Juan, pero cuando esto llegó a oídos de Valente, el emperador, mandó que fuese inmediata y solemnemente devuelta a la capital. 
Cabeza de emperador. Valente u Honorio.
Al paso del cortejo por un pueblo llamado Cosilaos, las caballerías que tiraban del carro se detuvieron sin que hubiera fuerza humana capaz de moverlas. Se decidió dejar allí el relicario, considerando que tal era la voluntad del santo Precursor. 
Tiempo después, el emperador Teodosio I, por mandato de Dios o del propio Bautista, se presentó en Cosilaos y se hizo con la cabeza, que estaba custodiada por  un presbítero persa llamado Vicente y una santa mujer, Matrona. Ambos adeptos de la herejía pneumatómaca. Esto cuenta Sozómeno (Historia eclesiástica VII, XXI), y muy santa debía de ser en verdad aquella mujer cuando un autor tan severo con los heterodoxos no le escatima elogios.
Traslación de reliquias ante los emperadores Teodosio II y su hermana Pulqueria. A la izquierda, dos obispos en un carro de mulas llevan el relicario sobre las rodillas. Marfil de Tréveris.
http://ru.wikipedia.org/wiki/Файл:Elfenbeintafel_mit_Reliquienprozession,_Konstantinopel,_5._Jahrhundert.jpg
Es de creer que el emperador no quería emplear la fuerza sino la persuasión en un asunto así. El persa Vicente se convirtió a la fe de Nicea y consintió el traslado de la cabeza, pero la mujer ni una cosa cosa ni otra, por dádivas que se le ofreciesen ni castigos con que se la amenazase.
Al final se dejó vencer (aunque a regañadientes) por el siguiente argumento: la cabeza estaba en el pueblo porque San Juan no había permitido que pasase de allí; luego si Teodosio conseguía moverla no podría ser sin la anuencia del santo.  
Matrona dio su permiso para la traslación, pero se mantuvo en sus trece respecto del dogma. Dice Sozómeno que en sus tiempos (medio siglo más tarde) vivían en Cosilaos muchas mujeres de resplandeciente virtud debida al ejemplo y enseñanzas de Matrona.
Al fin, Teodosio depositó la reliquia en un suntuoso templo edificado a tal fin junto a Constantinopla, en el barrio Hebdomon.
Teodosio fue muy devoto de la cabeza de San Juan, pero eso no le impidió -antes al contrario- trocearla y repartirla. Distintos fragmentos de ella fueron a parar a Milán, otra de las capitales imperiales, y su región. Otros acabaron en Siria, donde el floreciente monacato tenía al Bautista por precursor y modelo.
Y aquí ocurre la segunda invención de la cabeza de San Juan. Quien la narra es el Conde Marcelino, en su crónica.
El Conde Marcelino, ilirio por su nacimiento, vivió y escribió en la corte de Bizancio a principios del siglo VI.
Cuenta, pues, el Conde Marcelino que en el año 453 San Juan reveló a dos monjes orientales peregrinos en Jerusalén el lugar donde estaba enterrada su cabeza en el palacio de Herodes y les ordenó exhumarla. La encontraron liada en una alforja basta y se la llevaron consigo de regreso. Los acompañaba un pobre alfarero de la ciudad siria de Emesa (hoy desgraciadamente de actualidad, porque no es otra que la destrozada Homs), al cual, en un sueño, San Juan mandó coger el bulto con su cabeza (sin saber lo que contenía) y huir de los monjes. "Con su leve y santa carga" el alfarero volvió a Emesa y al morir legó a su hermana la reliquia metida en una vasija cerrada, sin decirle lo que llevaba dentro, puesto que tampoco lo sabía. La mujer a su vez dejó a sus herederos la vasija, que andando el tiempo llegó a manos de un tal Eustoquio, presbítero, tipo avispado.
Eustoquio no tardó en darse cuenta de las virtudes milagrosas  de la vasija y atribuyéndoselas a sí mismo empezó a hacer curaciones, probablemente por dinero. Tiempo después fue expulsado de la ciudad, no por su superchería, sino porque se descubrió que era arriano en secreto. Al partir tomó la precaución de enterrar la vasija en una cueva, pero por el motivo que fuese no volvió por ella.
Cuevas junto al monasterio de Santa Tecla en Maalula, Siria.
La gruta fue después ocupada por unos monjes cuyo superior Marcelo, hombre de santa vida, recibió del propio San Juan la revelación de lo que había enterrado en su habitáculo y lo descubrió. 
Esto fue un 24 de Febrero y reinando los emperadores Marciano y Valentiniano III. 
Época desastrosa para el Imperio de Occidente, donde los hunos y los vándalos saquearon Italia y Galia, pero próspera para Oriente. Marciano y Pulqueria, su mujer, son santos para la Iglesia Ortodoxa. 
La reliquia se conservó y veneró en Emesa hasta que se perdió de nuevo. En tiempos 
del Islam hubo una nueva revelación milagrosa del paradero de la cabeza del Bautista, en Damasco (en cuya mezquita Omeya se dice también que están los restos del santo), a la que siguió otra al patriarca de Constantinopla, ya en el siglo IX.
La historia de las reliquias de San Juan se resume en este valioso artículo, del que tomamos la información esencial de la entrada.

domingo, 26 de febrero de 2012

Santos enigmáticos

Togairm Alaxandri
I sossad sanctorum,
For óenlíth, lán tene,
Gene Tarcellorum.


La llamada de Alejandro
A la morada sanctorum (de los santos);
En la misma fiesta, plenitud de fuego,
El nacimiento de los Tarcelos.

Así reza la estrofa del santoral irlandés del siglo IX Féilire Óengusso.
nada tiene de extraño la mención de Alejandro: se trata de Alejandro de Alejandría, uno de los principales impugnadores de la doctrina arriana, impulsor del concilio de Nicea, que tenía por diácono y sucesor a San Atanasio, más célebre que él como campeón de la ortodoxia frente al arrianismo. San Alejandro era ya anciano y murió pocos meses después del concilio.
Ahora bien, nada se sabe de esos Tarcelos a los que Óengus dedica la segunda parte de su estrofa.
Otros santos conmemorados hoy comparten con los Tarcelos ese carácter misterioso por varios motivos. 
Diversos santorales mencionan hoy a San Moenna, sobre el que se ha discutido mucho. Posiblemente fuese su nombre Enda (el Mo-, "mi" es un prefijo cariñoso) y de él se dice que, aun habiendo vivido en Irlanda, era britano. Fue, según se dice, obispo de Clonfert (Cluain Fearta "el Prado del Túmulo Funerario"), sede fundada por el celebérrimo San Brendano.
San Brendano de Clonfert fue el famosísimo santo viajero de cuyo maravilloso periplo tantas veces fue traducida la narración a distintas lenguas durante la Edad Media. El relato en latín se encuentra en el anterior enlace, mientras que Vidas irlandesas, con traducción inglesa, se encuentran editadas por Charles Plummer (Bethada Náemh nÉrenn) y pueden consultarse en Internet, por ejemplo en Internet Archive. Una edición antigua de la versión latina y en francés medieval en este otro enlace.
Tal vez alguno de los personajes que aparecen en el grabado arrodillados junto a San Brendano sobre el lomo de Iasconius -así se llamaba el gigantesco pez- sea el San Moenna que hoy se conmemora.
Parece ser que una vez acudieron unos peregrinos bretones a visitar a san Brendano y uno de ellos enfermó y murió. Había por aquellos días, sobre el año 551 ó 553, una gran pestilencia en Irlanda, llamada samtrusc, que se traduce como "lepra veraniega" o "ronquera veraniega", y ésta fue la que se llevó al joven britano o bretón.
San Brendano le dio su báculo a San Moenna con orden de colocarlo sobre el lecho de muerte del peregrino, que resucitó. Después, el santo abad envió a su discípulo a Bretaña. Tampoco es seguro si se quedó allí para siempre o retornó a Irlanda.
El erudito Dom Lobineau (según leo en las Vidas de santos irlandeses de O'Hanlon) advierte que no debe confundirse a este Moenna con otro santo discípulo de San Sansón de Dol y de nombre bastante ridículo en francés: Saint Conard Méen.
En todo caso, parece que este san Moenna tuvo un criado, no inferior a él en santidad, llamado Talmach, que también se celebra en el día de hoy. 
De este santo se cuenta que una noche que andaban de viaje San Brendan y los suyos por los caminos de Irlanda en plena nevada, llegaron a un monasterio donde a voces pidieron cobijo. Pero una voz desde dentro les contestó:
-¡Si merecéis entrar, vuestros propios méritos que os abran las puertas!
Caspar David Friedrich: Paisaje invernal con iglesia.
Inmediatamente, la nieve dejó de caer sobre las cabezas de los monjes, aunque alrededor de ellos no disminuía la ventisca. Y a una orden de San Brendano, San Talmach extendió el brazo y las puertas se abrieron solas ante ellos. También a petición de San Brendano este mismo santo convirtió en dóciles animales de compañía a unas fieras salvajes que hacían estragos en los ganados. Era una hembra con sus cachorros y al parecer se encariñó con San Talmach y lo seguían a todas partes jugando con él como unos perrillos.
Existe un San Talmach ermitaño que cedió su iglesia con las tierras donde se encontraba al gran San Barr Find (Barry en inglés): se ignora si se trata del mismo.
Celebran hoy también los calendarios a una Santa Etne desconocida. Etne era un nombre corriente en Irlanda y lo llevaron varias santas. Algunos autores suponen que la de hoy es la misma que unos llaman Etne Alba y otros Etne Rufa (Etne la Blanca o Etne la Pelirroja), una de las dos princesas a las que San Patricio bautizó, cediendo a su caprichosa insistencia infantil, y que subieron al Cielo inmediatamente después de su bautismo.
Por último, entre los varios santos de hoy no quisiera dejar de mencionar a San Dionisio o Zósimo de Augsburgo (hay quien dice que se llamaba Zósimo antes del bautismo y en él se puso Dionisio).
Dionisio era cretense, hermano y socio de Hilaria, la cual emigró a Augusta Vindelicorum (Augsburgo) donde abrió una pequeña casa de trato, en la que trabajaban su hija y otras tres mozas. 
Laura Teresa Alma-Tadema: Las mujeres de Amphyssa
San Narciso, que estaba de paso por la ciudad, entró en el establecimiento y por obra de sus santos consejos muchachas, dueña y socio se convirtieron y murieron mártires poco después.


sábado, 25 de febrero de 2012

Las monjas visionarias

Aunque se la conozca como "la isla de los santos y de los sabios", Irlanda no sólo exportó en la alta Edad Media evangelizadores y clérigos: también guerreros y diplomáticos.
Uno de ellos, en opinión de algunos autores (irlandeses en especial, como John Lanigan, historiador de la Iglesia de Irlanda, a principios del siglo XIX), fue Madelgario o Maldegario (nacido hacia el año 615), 

Madelgario. talla del siglo XVII o XVIII.
http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/8/8f/Buste_de_Saint-Vincent_de_Soignies.jpg


que vino al continente europeo a poner su espada al servicio del rey franco Dagoberto I.
Dagoberto, rey de Austrasia (el reino más oriental de los francos) primero y de todos los francos después, es probablemente el rey merovingio que más huella ha dejado en la tradición popular.
Dagoberto I accede al trono de Francia. Miniatura del siglo XIV.
Se dice que Dagoberto encomendó a Madelgario cierta misión diplomática en Irlanda, cuya naturaleza se desconoce, y que a su regreso de la isla el enviado llevó consigo a Francia un plantel de clérigos, como San Fursa, San Ultan y otros, estableciendo así una cabeza de puente de la cultura irlandesa en el norte de Francia. Partiendo de ella, el cristianismo monacal de origen hibernio se abriría paso por Luxemburgo y el Sur de Alemania, evangelizando aquellas regiones: de manera que la iniciativa de Madelgario habría sido de gran trascendencia histórica.
Satisfecho con sus servicios, el rey nombró a Madelgario primer conde de Henao, según afirma Jacques de Guyse en la Crónica del Henao, en el siglo XV. No contento con ello, lo casó con una joven de las más resplandecientes virtudes y de la más alta nobleza, Waldetrudis (en francés Waudru), hija de Santa Bertilia (princesa de Turingia) y hermana de la no menos egregia princesa Aldegunda.
Se trataba de una familia llena de santidad: la prima hermana de Santa Waldetrudis fue Santa Austregilda, que casó con San Hidulfo (el cual a su vez era su pariente, aunque no tan cercano). 
Waldetrudis, pues, y Madelgario, andando los años, abrazarían el estado monástico en el que llegarían a santos. Madelgario, como vencedor de las vanidades del siglo, adoptaría el nombre de Vincentius o Vincent en francés, por el que es más conocido.
Pero entre tanto, tuvieron una progenie de lo más ilustre: Landerico y Dentelino, varones, y Madelberta y Aldetrudis, mujeres. 
Waldetrudis con sus dos santas hijas. Miniatura del siglo XV.
Todos ellos santos.
Santa Aldetrudis se celebra el 25 de Febrero.
La niña Aldetrudis se crió desde la cuna en el monasterio fundado por su tía Santa Aldegunda, en Maubeuge .
De estos tiempos infantiles se cuenta el milagro de que, habiéndole mandado que fundiese en una cacerola varios recortes sobrantes de cera para hacer de ellos una sola masa, los leños de la lumbre se rularon y la criatura, ni corta ni perezosa, metió las manos entre las llamas y sacó la cacerola al rojo llena de cera hirviendo sin que se quemasen ni ella ni sus ropas.
Varios milagros o visiones de esta santa se relacionan con las abejas, la cera y el fuego. 
Las abejas son animales sagrados, y se las reconoce como signo de una gracia especial. La miel, como alimento embriagador, es la llave de realidades superiores; la cera es el pábulo de la luz y las abejas, como animales voladores, señalan a la capacidad de elevarse libremente a las alturas. 
Una de las monjas de su convento vio una noche cómo una multitud de estrellas bajaban y subían adonde estaba Aldetrudis durmiendo y le pedían que se apresurase a las bodas del Señor.
En otra visión, otra monja la sorprendió conversando familiarmente con San Pedro junto al altar, y pudo ver que Aldetrudis tenía entre los labios un panal de miel que manaba luz y a su lado se alzaba una escala que llegaba hasta el Cielo y por la que intentaba trepar.
Una tercera visión la mostró volando agarrada al ala derecha de un águila y perseguida por otra; cuando las tres penetraron en los cielos una voz proclamó: "¡Tus oraciones han sido escuchadas!"
A cierto presbítero se le mostró en sueños la noche de la Epifanía lo siguiente: un hombre delgado, con una cabellera magnífica, venía a semejanza de uno de los Reyes de Oriente, portador de tres varas de flores que entregaba a la santa, diciéndole la frase del salmista: "Tú los regirás con vara". Y los tallos en la mano del Rey de Oriente crecían y crecían hasta llegar a los Cielos. 
Al oír referir este sueño, Aldetrudis quedó como en trance, temblorosa y hecha un mar de lágrimas.
Símbolos, ya se ve, tan susceptibles de traducción mística como psicoanalítica.
Soñó que se encontraba sola en una plaza y al mirar al sur vio una esfera gigantesca de cristal que pasaba ante ella sin darle tiempo a tocarla con la mano, como pretendía. Sin embargo, despertó llena de una gran alegría, diciéndose: "¡Éste es el cristal limpísimo, clarísimo, que yo quería ver!"
En otra ocasión se oyeron junto a ella unas voces misteriosas que decían: "Porque reina serás y serás unida al rey Eterno".
Estando sola otro día en el atrio de la iglesia, oyó un gran trueno acompañado de un relámpago que la llenó de pavor; pero al encomendarse a Cristo vio a un joven bellísimo que la consolaba: "Yo te protegeré".
Santa Aldetrudis sucedió a su tía Aldegunda a la cabeza del monasterio y lo gobernó por espacio de doce años. Murió un veinticinco de Febrero.
Su vida y la relación de estas visiones las encontramos en las Acta sanctorum correspondientes a este día.




  

viernes, 24 de febrero de 2012

San Ke, sobrino de Arturo

Malo-Joseph de Garaby, canónigo y profesor de retórica de Saint Brieuc, en su libro de vidas de santos y beatos bretones (1839), pone el 24 de febrero la festividad de San Ké, conocido también por Kea, Cynan y Collodoc o Collodán.
Varios son los santos de nombre Cynan, que es el mismo que Conán y significa "perrito".
Éste es un santo cuyo culto, a pesar de que aún hoy existe en el pueblo de Cléder una fuente sagrada dedicada a él, está bastante venido a menos.


Fuente de San Ké en Cléder (Bretaña), con la estatua del santo.
http://fr.topic-topos.com/image-bd/france/29/fontaine-saint-ke-cleder.jpg
El folclorista Anatole le Braz , a finales del siglo XIX, cuenta que antes de ser sustituido por San Pedro como patrón de la iglesia de Cléder era el intercesor preferido por las madres para proteger a sus hijos de las enfermedades infantiles y que por eso su capilla siempre estaba atestada de gorritos y capotas de niño que se le ofrecían como exvotos. Después de su exilio, le quedaba la protección del ganado porcino.
No es esto cosa de poco, porque aparte de ser el santo del cerdito (San Antón, generalmente) un celícola importante en todo el mundo rural, el porquero es una figura que desempeña un papel misterioso, un personaje medio sobrenatural, en la mitología celta. 
La existencia de una obra teatral en córnico, Beunans Ke, escrita hacia el 1500 y descubierta (aunque incompleta) en el 2000 atestigua la importancia temprana del culto de este santo en la otra orilla del Canal de la Mancha.
La vida de San Ke nos lleva derechos a la leyenda artúrica. Según el hagiógrafo Albert Le Grand, que escribe en el siglo XVII (pero dice transcribir el manuscrito, anterior, de Mauricio, vicario de Cléder), el padre de Ke era Ludun, que el erudito Baring-Gould identificó con Lleuddun Lwydog, personaje semilegendario que es en la literatura el rey Lot, casado con la hermana Ana (o Morgausa) de Arturo y rey de Lothian y de las Orcadas. 
El rey Lot.
http://www.lancelot-project.pitt.edu/LG-web/Arth-ME-SV/BNFfr95-SV-ff162v-354v-1600-LGP/BNFfr0095-SV-f0181r-CP-01-1600.jpg
San Ke, sería, por lo tanto, hermano de Don Galván (Gauvain). 
Ke, pues, que había llegado a obispo, decide retirarse con un puñado de compañeros y un ángel le manda hacerse con una campanilla que le indicaría, poniéndose a sonar sola, el lugar de su retiro. Así lo hizo: el artífice de la campana fue el mismísimo San Gildas y donde la campana sonó construyó Ke -o Cynan- su monasterio.
Aquel lugar estaba en los dominios de Teodorico (ver la entrada San Fingar y setecientos setenta mártires).
Una vez, yendo de cacería el mal rey y persiguiendo a un ciervo, el pobre animal se acogió al asilo del monasterio; San Ke lo amparó  (un gesto semejante se relata también de San Gil). 
San Gil acogiendo al ciervo. Siglo XIV.
En represalia Teodorico se llevó consigo todas las bestias de labor de los monjes. Pero los ciervos, agradecidos, acudían a labrar las tierras de los frailes (un milagro semejante aparece en la vida de San Ethchen, ver la entrada Los ciervos blancos). Esto enfureció al tirano, que de una bofetada partió un diente a Ke. ¡Nunca tal hubiera hecho! Dios le mandó una grave enfermedad, y aunque pidiendo perdón al santo logró curarse no le sirvió de gran cosa, puesto que días después, ya repuesto, en otra cacería, cayó del caballo y se partió el pescuezo.
En cuanto a Ke, la fuente donde se enjuagó la boca tras el bofetón de Teodorico quedó por siempre dotada de poderes curativos para el dolor de muelas.
Engrandecido su monasterio gracias a las interesadas, aunque para él inútiles donaciones de Teodorico, Ke resolvió partir rumbo a Bretaña.
No teniendo ni una moneda para su viaje, pidió limosna a un rico labrador que estaba cerca de la mar en plena siega. Aquél, por irrisión, le señaló una parva inmensa:
-Todo ese trigo es tuyo, pero con la condición de que te lo lleves de una vez sin dejar una espiga.   
Ke y sus monjes se embarcaron mohínos y burlados, pero cuando estaban en alta mar vieron venir por el mar una extraña nube que resultó ser la parva, que los seguía volando, se posó junto a su nave y los acompañó hasta su destino (que fue en la playa de Cléder, un poco al oeste de Roskoff) sin mojarse lo más mínimo.
Ké fundó en Cléder un monasterio que prosperó rápidamente, pero no habría de durarle mucho la tranquilidad. 
Pronto recibió la llamada de auxilio de los obispos de Britania.
Aprovechando la ausencia de Arturo, que estaba en el continente, su sobrino Morded se pretendía alzar no sólo con el trono de Lloegr (el reino de Arturo), sino con su mujer Ginebra.
El incesto se estilaba mucho en aquella familia.
En previsión de la reacción de Arturo, Mordred había buscado la alianza de los paganos sajones de Childerico (tocayo del rey franco padre de Clodoveo).
Arthur Rackham. Combate de Arturo y Mordred.
Los obispos encomendaban a Ke la dificilísima misión de mediar entre tío y sobrino, acaso porque Mordred y Ke eran hermanos o al menos medio hermanos (según la versión, más tardía, de acuerdo con la cual Mordred no era hijo de Lot, sino de Arturo y su hermana Morgausa).
Nada pudo hacer Ke ante lo irrefrenable de la guerra sino aconsejar a Ginebra que abandonase el siglo, recomendación que de hecho siguió. 
Y el santo se volvió a Bretaña donde poco tiempo después falleció en su monasterio.



jueves, 23 de febrero de 2012

San Fingar y setecientos setenta mártires

En la Patrologia Latina de Migne (tomo CLIX), entre las austeras y geométricas páginas de San Anselmo (aunque marcada con la tilde de incertus) se entromete la piadosa narración de San Guigner y sus compañeros, obra de Anselmo, sí, pero no el famoso teólogo de Canterbury, sino un fraile mucho menos célebre, probablemente del Monte San Miguel en el extremo de Cornualles. Su título Passio Sancti Guineri, Fingaris, Pialae et sociorum. Título algo engañoso: Guinerus y Fingar son el mismo santo. 
Dice el cuento que cuando San Patricio recibió de boca del ángel la orden de regresar a Irlanda para predicar la fe de Cristo, se corrieron las voces entre los irlandeses; de manera que le salieron al encuentro, con intención hostil, siete reyes con sus sátrapas, los pontífices de sus ídolos y una gran muchedumbre.
De entre tanta gente, sólo rindió los debidos honores al santo el príncipe Fingar, hijo del más poderoso de los siete monarcas, el rey Clito.
Éste, enfurecido por la benevolencia de su hijo ante aquél que venía a revolucionar y poner patas arriba las costumbres ancestrales de la isla, lo desheredó.
Fingar, acatando el decreto paterno, se desterró acompañado de un grupo de amigos de su edad, pertenecientes a la más alta nobleza del reino. Y cruzando la mar, aportó en Bretaña. 

Emigrando en barco. escultura gótica en Guimiliau (Bretaña).
El Juez que mandaba allí lo mandó llamar y acogiéndolo con la mayor hospitalidad le concedió tierras (cuanto pudiese un caballo recorrer en un día); los nuevos colonos confraternizaron con la población local.
Esto del Juez es un detalle curioso, porque en las genealogías de los reyes de Cornualla (Bretaña) aparecen en los primeros tiempos de su pequeño reino Iahan Reith y Lex o Regula. Ahora bien, Reith significa lo mismo que Lex -"ley"- en bretón de aquella época (es el equivalente del latín rectus) y se ha pensado que se trata de un título y no de dos nombres de persona. Y eso coincide con que la autoridad a la que se enfrenta Fingar lleve el título de juez.
Yendo, pues, un día de cacería Fingar (o Guigner, que es en bretón lo mismo que Fingar en irlandés) se separó de los suyos persiguiendo un ciervo. 

Caza del ciervo. Manuscrito del siglo XIII.
Cayó la niebla y se perdió del resto de los cazadores. Alcanzó al ciervo, lo mató y desolló; y no encontrando dónde limpiarse la sangre de las manos, hincó el cuento de la lanza en el suelo, de donde brotó una clara fuente. Pero al agacharse para lavarse en ella, se vio tan bello reflejado en su espejo que maravillado por la perfección de las obras de Dios resolvió dedicar la vida a Su servicio. Y fiándose al capricho de su caballo se dejó llevar hasta una cueva que se abría al pie de un roble con cuyas bellotas se estuvo sustentando varios días.
El juez de Bretaña y los demás exiliados lo buscaron como locos hasta dar con él y, vista su determinación, le establecieron un monasterio en aquellos parajes.
Tiempo después, por orden de un ángel, volvió a su tierra natal, donde había muerto entre tanto el rey Clito y sus súbditos pretendían que ciñese la corona. Fingar declinó la oferta, pretendiendo abdicar en su hermana Ciara (Piala en bretón), que podía casarse con alguno de los ilustres y nobles del reino.
Mas he aquí que Piala, sin decirlo a nadie, se había bautizado y consagrado a Dios como su hermano. De manera que Fingar y ella, con setecientos setenta compañeros, entre ellos siete obispos ordenados por San Patricio, se hicieron a la mar.
Una doncella, llamada Hía, se retrasó y al llegar a la playa observó, desolada, las velas de las naves que se alejaban hacia el horizonte. Mientras lloraba amargamente, vio nadar sobre las olas una hojilla y sin saber por qué empezó a jugar con ella procurando acercársela con una varita que llevaba. ¡Oh maravilla!: según movía la punta de la varita sobre la superficie de la hoja, ésta se agrandaba cual imagen en tableta; y cuando alcanzó las dimensiones de una alfombra pequeña, Hía se montó encima y la hoja la llevó prestamente donde iban los barcos. Haesitandum non est de operibus Dei, dice Anselmo. 
San Guigner. Vidriera en Sainte Anne d'Auray.
Desembarca la expedición en Cornualles, en la bahía de Hayle, donde son saludados por cierta ermitaña a la que no quieren estorbar y continúan camino (no sin haber hecho brotar una fuente milagrosa) hasta Conetconia, generalmente identificada con  el pueblo de Lelant. Allí los acogió una pobre mujer llamada Coruria, que subsistía gracias a una sola vaca que tenía. Llena de caridad, para que los viajeros durmiesen cómodos, arrancó la paja del tejado y la extendió por el suelo; por si fuera poco mató a la vaca para que  se la cenasen junto con una cacharra de leche. Con el hambre que traían no dejaron más que la piel y los huesos. Pero el santo envolvió éstos en aquélla y devolvió la vaca a la vida, bendiciéndola además para que ella y sus descendientes diesen tres veces más leche de lo acostumbrado. Además, a la mañana siguiente la casa apareció con el tejado como nuevo.
Este tipo de resurrección de un animal a partir de la piel y los huesos se encuentra extendidísima por las leyendas de numerosos pueblos y se remonta a la idea chamánica de la muerte, despedazamiento del cuerpo, viaje al mundo sobrenatural y vuelta a la vida. Todo este complejo de mitos ha sido estudiado por Carlo Ginzburg en su Historia nocturna (sobre todo en el capítulo final, "Huesos y pieles").
Reinaba entonces en Cornualles un rey malvado y según Anselmo pagano llamado Teodorico. 
Conocemos a este Teodorico por otros textos, como la Historia Francorum de Gregorio de Tours, que no lo pintan tan feroz. Era hijo del rey Budic, a cuya muerte fue traidoramente destronado por Macliau. Tras unos años de exilio en tierras de los francos, regresó y recuperó el trono de su padre. Es, en todo caso, un personaje histórico. Pero no es de creer que fuese pagano, aunque puede que no viese con buenos ojos la llegada de una inmigración masiva.
Lo que parece deducirse es que reinaba a la vez sobre las dos Cornuallas, la de Gran Bretaña y la de Armórica. esto no era excepcional, según León Fleuriot, estudioso de los orígenes de Bretaña.
Parece que Fingar salió de Cornualla en tiempos de Budic y regresó reinando ya Teodorico. Budic murió en el 577.
En la Vida de San Fingar se dice que Teodorico cayó como un león sobre los recién llegados e hizo una terrible matanza de ellos. San Fingar, que estaba algo alejado de los suyos, al oír el fragor del ataque se apresuró a reunirse con ellos, y allí, plantado el báculo en el suelo, se arrodilló para ser decapitado por el propio tirano.
El báculo creció hasta hacerse un gran árbol; en cuanto al santo, recogió su cabeza, se levantó y se dirigió a la ciudad más próxima. 
Al llegar a ella oyó un tumulto: eran unas mujeres que se estaban peleando y arrancando el moño.
-Aquí, en esta tierra tan follonera, no me paro yo -dijo Fingar para sí-. Que sea maldita y que sus habitantes no paren de pelearse y de ponerse pleitos unos a otros hasta el día del Juicio.
Y así ha sido.
Siguiendo su camino, Fingar se detuvo un momento a lavar la sangrienta cabeza en un arroyo que quedó enriquecido con poderes curativos y siguió su marcha.
Después se le apareció en sueños a un tal Gur, pidiéndole que le diese sepultura. Gur lo consultó con su mujer, que le prohibió hacer nada al respecto, no fuese a incurrir en la ira de Teodorico.
Pero estando en el campo, Gur presenció una escena milagrosa: venía una jauría de perros en persecución de un ciervo, y el animal, de pronto, detuvo su carrera y se echó a descansar como si hubiese alcanzado un lugar de asilo. 
Perro persiguiendo a un ciervo. san Ambrosio de Milán. Siglo XI
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Los perros, en efecto, se pararon, y en vez de ladrar meneaban el rabo y daban signos de veneración. Gur se dispuso a averiguar qué era aquello y encontró el cuerpo de Fingar, al que ya no dudó en enterrar, así como al resto de los mártires.
Anselmo cuenta algunos milagros de San Fingar después de muerto.
En una ocasión, dos soldados, por burla, se pusieron a orinar en una piedra que había servido de ancla a la nave del santo y que se tenía por reliquia. Al momento, unos demonios los poseyeron y el uno se cortó la lengua con los dientes, la masticó y se la comió, mientras el otro expulsó las vísceras espurriadas "per postrema" y murió de una muerte horrible.
Otro burlón (más por blasfemia que por perversión insólita, es de suponer) tuvo la ocurrencia de acostarse con su amante sobre el sarcófago de un obispo que había sido de la corte del rey Clito. Los pecadores se quedaron pegados "in ipso opere turpitudinis" a manera de canes sin que hubiese medio de separarlos hasta que los llevaron a la tumba del santo y los pudieron destrabar por los méritos del mártir y la intercesión de los fieles.