jueves, 9 de febrero de 2012

Teilo el peregrino

Cuenta el Libro de Llan Dâv que allá por el siglo V Britania sufría la invasión de ciertos pueblos paganos de Escitia que llegaban por mar, llamados Pictos "o bien por sus vestidos estampados o porque se pintaban los ojos". Se trata de irlandeses y por la tal Escitia se debe comprender Scottia. Estos invasores o colonos, dice, se introducían más por la astucia y valiéndose del natural amable y pacífico de los habitantes que por las armas. Pero tropezaban con la eficaz resistencia pasiva de monjes de gran prestigio como San David y San Teilo. De manera que decidieron acabar con este obstáculo quebrantando su autoridad moral, y para ello su caudillo les envió unas mozas de su casa (pedisequas, criadas que acompañaban a la señora a pie) a ver si los seducían con mimos y garatusas (fatuis motibus sui corporis et meretriciis blandimentis).
No sabe uno cómo imaginar esto, si como el baile de Ygerna (Katrine Boorman) en la película Excalibur o como las extravagantes contorsiones de alguna Salomé de la Edad Media.




El caso fue que la seducción no resultó y, al contrario, los pictos se hicieron cristianos. 
Tiempo después, San Teilo, con su amigo San David y San Paterno, emprendió la peregrinación a Jerusalén (viaje que parece puramente legendario) a instancias de un ángel que se le apareció.
En Jerusalén les fueron presentadas a los santos sendas sillas, dos hechas de metales preciosos y una de palo, para que eligiesen cada uno la la suya. El humilde Teilo escogió la de madera y con ello alcanzó la supremacía sobre los demás, pues aquélla había sido ni más ni menos la cátedra donde se sentaba Cristo para predicar. 
Este episodio es una variante a lo divino del de la elección de las tres arquetas que utiliza Shakespeare en El mercader de Venecia, al que dedicó por cierto Sigmund Freud un famoso (e inquietante) artículo en 1913: la elección de la arqueta esconde según él la atracción espantosa e irresistible de la muerte.
Los santos salieron de Jerusalén con grandes regalos: a Teilo le cayó en suerte una campana que tocaba sola y daba el son más dulce y melodioso que se pudiera imaginar.
Regresó Teilo a Gales a tiempo que reinaba allí una epidemia terrible: la peste amarilla. Aquella pestilencia recorría el país en forma de una nube con dos cabezas, de las que una barría el suelo y la otra flotaba por los aires. Al que rozaba no le quedaba salvación. 
De nuevo el ángel ordenó a Teilo partir, esta vez a Bretaña, donde se instaló en Dol junto a su amigo San Sansón, obispo de la ciudad, y la libró de un dragón con alas y plumas que vomitaba fuego, al que arrojó al mar.
Reinaba entonces en aquella parte de Bretaña el rey Budic, que era cuñado de Teilo (casado con su hermana Anauved, a la que había conocido durante una época de exilio en Gales). Budic era también suegro del gran Conomor (seguramente este Conomor era el rey Mares, el tío de Don Tristán en la leyenda artúrica y acaso su padre en la Historia).
Teilo permaneció en Bretaña siete años durante los cuales recibió de su ángel el don de un caballo celeste y el privilegio para el país de que los bretones fuesen por siempre maravillosos jinetes. Aquí Teilo recuerda a Belerofonte y a Perseo, también matadores de monstruos y dueños de caballos divinos.
De vuelta en Gales, San Teilo siguió haciendo milagros. Está escrito que enloqueció a un reyezuelo que se había atrevido a violar el asilo de su iglesia (bachatus est, como poseído por Baco) y que disolvió (liquefacta) a una pecadora.
Se le representa montado en un ciervo porque estos animales en ocasiones le sirvieron dócilmente como bestias de carga.




Una vez, por el camino, encontró a un hombre con un sospechoso saco a cuestas. Resultaba que su mujer había tenido siete hijos de un parto y el buen señor los llevaba a ahogar al río como gatitos sobrantes. El santo los adoptó y los sacó adelante, pero no pudieron comer en su vida otra cosa que no fuese pescado.
A su muerte, tres iglesias se peleaban por sus reliquias y hete aquí que cuando iban a llegar a las manos se encontraron con tres santos cuerpos iguales. Teilo había multiplicado milagrosamente sus restos por tres para evitar disputas.
El agua de la fuente milagrosa de Llandeilo es magnífica para la tos ferina y afecciones respiratorias; pero para que haga efecto hay que beberla en la calavera del santo. El valor salutífero y vigorizante de la calavera como vaso de beber entre los celtas (como entre otros pueblos) ha sido estudiado por el celtista belga Stercx. Se viene a la cabeza inmediatamente la estampa de Rosamunda obligada a beber en la calavera de su padre Alboíno, entre los longobardos...


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