sábado, 28 de febrero de 2015

Pesadas y vampiresas

En la naturaleza, según dicen, nada sale de la nada; y en la literatura irlandesa, pues tampoco.
Hace tiempo me estaba yo ocupando en estas entradas de las novelas de Austin Clarke The Sun Dances at Easter (1952) y  The Bright Temptation (1932).
Veinte años antes de publicarse esta había aparecido la de James Stephens La olla de oro (The Crock of Gold, 1912). James Stephens había nacido en 1880; pertenecía a la misma generación que los más jóvenes dirigentes de la revolución de 1916 como su amigo Thomas MacDonagh (1878-1916) y Pádraig Pearse (1879-1916).
En La olla de oro puede verse el mismo interés por el mundo mítico y legendario de la época precristiana y de las creencias populares, a través de las cuales se atisbaba la esencia espiritual de Irlanda, que se encuentra en autores del renacimiento cultural irlandés como AE, Lady Gregory o Yeats. Una visión de ese antiguo olimpo celta teñida de misticismo esotérico y neopaganismo teosófico. Los dioses, los Tuatha Dé Danann y otros pobladores sobrenaturales de Irlanda son, de acuerdo con ella, la manifestación local de seres, razas y fuerzas universales: los mismos que retratan, a su manera, los textos homéricos o la literatura religiosa de la antigua India.
Espíritu de Irlanda. Óleo de AE.
James Stephens, por cierto, siempre estuvo interesado en la espiritualidad oriental, pero ese interés fue creciendo con el tiempo y se deja notar más en obras más tardías.
Aparte de la fascinación ejercida por esas sabidurías asiáticas en la religiosidad esotérica del siglo XIX (debido en gran parte a la autoridad que emana de la venerable antigüedad que les era atribuida), hay que tener en cuenta que bastantes de los indoeuropeístas que redescubrieron los mitos irlandeses estaban también vivamente interesados en los pueblos arios.
No hace mucho me refería a Maud Joynt, editora del relato sobre Guaire y los poetas gorrones, que, nacida en la India, antes conoció el sánscrito que el gaélico. Maud Joynt es un personaje representativo de esta actitud de síntesis. Se buscaban todas las posibles coincidencias entre las tradiciones conservadas en los extremos del mundo indoeuropeo, en pos de una aspiración romántica: la de reconstruir en lo posible una sabiduría mucho más antigua, y por lo tanto más pura, genuina y valiosa que la de las civilizaciones centrales, mediterráneas (amalgamadas en la cultura judeocristiana).
Aquellos escritores del renacimiento cultural irlandés (un movimiento, por cierto, que surge sobre todo entre autores de procedencia y tradición cultural no gaélica) tampoco habían creado su mundo folclórico-mitológico a toque de varita mágica, que lo habían aprendido en las páginas de precursores como Samuel Ferguson y Standish O'Grady y de su boca. De manera que cuando asoma a los puntos de la pluma de Clarke ya va acarreando una rica tradición.
Las dos novelas citadas de Clarke son relatos de viaje al término del cual, como en la Demanda artúrica, está el hallazgo de la sabiduría. Sabiduría que se identifica con el amor y la sexualidad.
Camino  también el de los personajes de La olla de oro en busca del conocimiento, simbolizado por el tesoro enterrado de los leprechaunsErnest Jones, psicoanalista galés al que volveré a referirme en seguida, insiste en el carácter universal de la metáfora que asocia oro y sabiduría.
También coinciden Stephens y Clarke en la importancia que conceden entre los demás dioses a Oéngus Mac Óg, que aparece en ambos como un Apolo céltico rico de muchos matices pánicos: de un Pan que no deja de aparecer en la novela, más parecido al del simbolismo y la Légende des siècles de Victor Hugo que al de la Antigüedad clásica. 
Burne-Jones (padre), El jardín de Pan.

Tan llamativa en uno como en otro de los novelistas es esa impresión de hormigueo y efervescencia de una naturaleza superpoblada, auténtico hervidero de dioses, duendes, hadas y otras razas por el estilo. Ambos autores comparten ese sentimiento lírico y panteísta en consonancia, supongo que intencionada, con la poesía naturalista de la Irlanda medieval.
¿Qué fue, entonces, lo que hizo tan intolerable para la censura irlandesa la narrativa de Clarke (cosa que no ocurrió con la de Stephens)? Se me ocurre que la irrupción de lo legendario cristiano y su equiparación funcional con la fantasía precristiana y mitológica.
Sea de esto lo que sea, en esa población fantástica que escarabajea y rebulle por cada palmo de Irlanda llama la atención la casi total ausencia de criaturas tan frecuentes en casi toda Europa (y más allá de ella) como las pesadillas y los vampiros.
En Irlanda debió de existir esa tradición, ya que la pesadilla se dice tromluí, algo así como "pesado de yacer".
William Butler Yeats asegura que el pariente irlandés, no muy cercano, de la familia de las pesadillas es el púca. No deja de ser significativo, sin embargo, que estas criaturas lleven un nombre no irlandés, sino germánico, que es el del famoso duende Puck de Shakespeare.
Oberon, Titania, Puck y hadas, por William  Blake.

El púca tiene muchos y grandes parecidos con la pesadilla y los duendes llamados lutins en Francia. Se trata de su relación con el agua y con los caballos. El púca puede adoptar figura equina o humanoide. Su fechoría más frecuente es inducir a los incautos a cabalgar a lomos suyos, para luego emprender una vertiginosa carrera y acabar hundiéndose en cualquier río o lago donde se ahogan.
Sin embargo, carecen de las obvias connotaciones sexuales de las pesadillas y tampoco se relacionan directamente con el sueño, como ellas, ni, hasta donde yo sé, con el vampirismo.
Estos son elementos fundamentales para la definición de la pesadilla, según Ernest Jones. 
Este recoge opiniones de médicos que asocian la pesadilla (enfermedad eminentemente femenina) con la salud sexual, al menos desde el siglo XVII. Burton, por ejemplo, le daba por terapia el matrimonio. Y así entraría en la categoría de males como la histeria o la opilación.
No era una idea universal, ni siquiera mayoritaria. Entre los que le suponían un origen interno, rechazando la intervención de seres sobrenaturales, eran más los que se inclinaban por darle como causa trastornos respiratorios o digestivos. Así, el padre Fuentelapeña en El ente dilucidado, de 1676. Fuentelapeña creía que los duendes eran animales corpóreos invisibles, pero no que fuesen los causantes de las pesadillas, parálisis ni opresión durante el sueño y menos que apareciesen en forma de diablos, hombres negros ni animales monstruosos o no.
Ernest Jones defiende con argumentos sólidos la estrecha relación que se establece en la imaginación de muchos pueblos europeos entre la "mara", "alp" o como se denomine al espíritu maléfico de la pesadilla y los vampiros y hombres lobo. Por vía de estos, la mara queda emparentada con el perro infernal, del que he hablado en alguna ocasión (ver Los demonios perrunos), ser tan antiguo e importante mitológicamente que es el trifauce Cerbero. El perro era el animal que se sacrificaba a la diosa infernal Hécate; Apolo no le hacía ascos, y Bernard Sergent estudia esta coincidencia con Lug, muy relacionado con los perros. Tanto que es padre (entre otros) del más famoso perro de la épica irlandesa, Cú Chulainn. Tampoco Drácula, no lo perdamos de vista, desdeñaba revestir la forma de perro negro.
El vampiro griego y balcánico lleva el nombre de "brucolaco" o "brucolaque", que tuvo cierto uso por acá antes de imponerse el término actual, y en el que se reconoce, deformada, la raíz eslava de "lobo", que se dice volk en esloveno, vuk en serbio, vulk en búlgaro (donde se llama vulkolak al hombre lobo).
El hombre lobo remite a su vez al Cazador Nocturno y su jauría, y el cortejo de este a las mascaradas carnavalescas y otras fiestas parecidas, como las lupercalia romanas, de las que nuestros carnavales son herederos en muchos aspectos.
Andrea Camassei, Las lupercalia.
Mira por donde, se dice Ernest Jones, las lupercalia se celebraban en honor de Fauno, que "medio hombre medio fiera" (como decía Góngora) era un dios sexualmente pujante y agresivo, el cual tenía por pasatiempo, con sus faunos, meter algún susto a las ninfas, que se iban a refugiar a las fuentes, cuya agua limpia 
"les cache au creux de ta source
fuyantes le satyreau 
qui les pourchasse à la course" 
("las esconde en el seno de su manantial cuando huyen del satirillo que les da caza a la carrera") como evoca Ronsard.
Stuck, Ninfa y faunos.
Fauno Luperco, dios de las lupercales, era un dios lobo, identificado con la loba romana que crió a Rómulo y Remo y al que se le sacrificaban cabras y perros.
Fauno se confundía con otro dios, Februo, numen febril y no menos relacionado con las lupercalia, al que se debe el nombre del mes en el que aún estamos.
El mundo se purifica, pues eso dicen las fuentes que significa februare -y februa los instrumentos rituales que se usan en en la purificación-, pero se libra de los viejos males como el enfermo de calentura: agitándose y sudando y casi bailando la tarantela. Se acrisola a zurriagazos y en el desmadre y la transgresión.
El lobo excita la imaginación lúbrica: ahí están el lobo feroz de Caperucita, el licántropo o monstruo -la Bestia- del Gévaudan y mil ejemplos. La loba, más. Loba ya era sinónimo de "prostituta" en latín y según Ernout y Meillet está atestiguada la palabra en esta acepción antes que en la de "hembra del lobo". Mesalina, en sus correrías por los lupanares (o "loberíos") de Roma adoptaba el nombre de guerra de Licisca, que es "loba" o "perra loba" en griego. La sabiduría popular le atribuye a la loba, por lo demás, un gusto deplorable, puesto que, como ya apunta el Arcipreste de Hita, elige al lobo más astroso que encuentra. Según Sebastián de Horozco en el Teatro universal de proverbios esta particularidad la comparte el género humano: 
"La mujer
es loba en el escoger".
Si el hombre lobo es en el fondo (como dice Ernest Jones) muy parecido al vampiro, la mujer loba es la vampiresa.
Parece que en inglés el término vamp, para referirse a la mujer que estruja y exprime al hombre hasta la extenuación física, moral y económica, data de los años diez del siglo pasado. El origen directo está en el cuadro de Burne-Jones hijo El vampiro (perdido hoy), de 1897, donde una joven de aspecto ojeroso y enfermizo pero triunfal acaba de saciar su hambre vampírica en la víctima que yace inconsciente a su lado, un joven imberbe y descamisado con pinta de artista bohemio.
Burne-Jones, The Vampire.

Se dijo que la vampiresa del cuadro era retrato de una famosa actriz de la época, Pat Campbell, que despertó grandes pasiones.
Aquí se da una relación paradójica, puesto que el demonio femenino o súcubo está dominando al varón infeliz y haciendo de íncubo sentada encima de él (o casi).
Claro que este tipo femenino es mucho más antiguo, como puede verse en el libro de mario Praz La carne, la morte e il diavolo. En Los misterios de París, de Sue, que es de principios de los años cuarenta (del XIX), ya aparece explícitamente designada como vampira la criolla Cécily. 
Cécily. Ilustración del siglo XIX.

Esta laberíntica novela (tan laberíntica como la propia ciudad en la que se desarrolla su acción) tiene también su propia Loba, pero que lo es más por la ferocidad que por la lujuria. 
Y cómo no traer aquí  a colación a la vampiresa de Baudelaire (Les métamorphoses du vampire), que ahoga al hombre entre sus temidos brazos o que le sorbe el tuétano de los huesos, mujer multiforme que puede mostrarse ya como la pudorosa que devuelve al anciano la risa infantil, ya como la lujuriosa que se retuerce a manera de de serpiente entre brasas, amasándose los pechos realzados por las ballenas del corsé y ofreciéndolos a la mordedura de su amante.
La muerte y el corsé.

Más o menos por la misma época, en 1863, Léon Valade (el poeta que se sienta a la derecha de Rimbaud, según mira el espectador, en el célebre cuadro Coin de table de Fantin-Latour) y Albert Mérat publicaron el libro Avril, Mai, Juin. En uno de sus sonetos se dibuja una escena mundana: del brazo de un caballero rubio, entra en un baile una mujer negra alta y grande, imponente. Su paso despierta gestos y comentarios de burla entre algunos de los asistentes, a los que ella contesta con unas miradas cargadas de fuego. ¿Quién sabe -se pregunta el poeta- qué filtros y hechicíaers conoce la negra, ni si tiene el poder de chupar las fuerzas del que caiga en sus brazos hasta dejarlo aniquilado?
En todo caso, el cuadro de Burne-Jones inspiró un poema -también titulado The Vampire-  de su primo Rudyard Kipling: una y otra obra se ilustraban mutuamente. El poema alcanzó gran popularidad, tanto que en 1907 un autor teatral americano, Porter Emerson Brown, desarrolló su asunto en una obra que llevaba por título su primer verso: A Fool there was
El drama fue llevado al cine en 1915, con la actriz Theda Bara haciendo de vampiresa (puede verse en línea en archive.org ) y, al cabo de siete años, se estrenó una nueva versión protagonizada por Estelle Taylor. 
Vampiresa y víctima: Theda Bara en A Fool there Was.
El vampirismo ha llegado a perder todo asomo de literalidad convirtiéndose en puro símbolo de la codicia y afán de dominio y en jeroglífico de todo cuanto la mujer tiene de aterrador (aunque Lacan diría que lo que la mujer tiene de aterrador es lo que no tiene y sí es). Pero el caso es que de un modo u otro los ancestrales arquetipos continúan funcionando latentes en la imaginación individual y colectiva.
Sucede que el buen sentido popular intuye a veces, como hará Ernest Jones en forma más científica, que esos monstruos de pesadilla no son más que la proyección de unos deseos o de unas frustraciones eróticas.

martes, 24 de febrero de 2015

Enredos, caballos y pesadillas

Hace algo más de un año (ver Refrigerio para sombras), a propósito de los Reyes Magos, me acordaba yo de la diosa germana Holda, culpable de los nudajos que se producen en el cabello, y de cómo Mercucio, en Romeo y Julieta de Shakespeare, atribuye al hada Mab y su séquito enredador y bromista la misma jugarreta. 
Mab, por Füssli.
Mab es, como es sabido, la Medb de las antiguas leyendas irlandesas, reina de Connacht y máxima enemiga del Ulster en la Táin bó Cuailngé.
La creencia en el origen sobrenatural de esos enredos se manifiesta en el nombre que se les da en inglés, elflocks, o sea "nudos de los elfos". El alemán echa la culpa de ellos a otros seres más o menos maléficos, como la Mare, responsable de las pesadillas.
En España, nuestra pesadilla era originalmente un ser mítico, como se ve con toda claridad en el tratado mágico de Virgilio Cordobés, escrito, según dice el texto, en 1290 en árabe y vertido después al latín. Aunque esta obra se presenta como traducción, menciona a la pesadilla por el nombre romance de Pesada. De manera que a lo que se refiere es a una tradición hispánica. 
Mucho después, en el siglo XVI, Jean Bodin (en el Coloquium Heptaplomeres) cuenta que la monja visionaria cordobesa Magdalena de la Cruz, que tuvo fama de santa y acabó severamente condenada por la Inquisición a pesar de su ancianidad, había cohabitado durante treinta años con el demonio llamado Efialte. Efialte no es ni más ni menos que "pesadilla" en griego, y significa "el que salta encima, el que aplasta". También se refiere el mismo humanista a un monje suizo que fue quemado por tener amores con Hyfialte, que no dice si era diablo o diablesa. Jerónimo Gracián, el gran mísitico carmelita, se preciaba de su experiencia e intuición en el examen de conciencia de monjas visionarias y lunáticas. Escribió un libro, que no he visto, sobre el Efialtes, dice él, al que tituló Higuera loca. Higuera loca es la datura, planta utilizada tradicionalmente, como es sabido, por sus efectos estupefacientes y tóxicos.
La pesadilla no era pues, o no solo era el sueño terrorífico, angustioso: era también la criatura que lo provocaba sentándose encima de su víctima durmiente, como en el famosísimo cuadro de Fuseli o pisoteándola como indica la etimología del francés cauchemar, "pesadilla". Lo mismo que asegura la Philosophia, el libro del Virgilio Cordobés.
Léon Valade, poeta simbolista, evoca en un poema titulado Soir d'Automne un paisaje nocturno que instila una sensación de desazón y angustia y cuya aparente calma es "l'immobilité morne / d'un homme dont l'effroi veille, les yeux fermés". El poeta se siente identificado con ese callado horror de la naturaleza, pues también él sufría, aquella noche, el peso de la dura pesadilla, semejante a la agonía, sobre su flanco atormentado".
En diversas regiones de Francia son los duendes llamados lutins los enredadores de cabelleras humanas, pero sobre todo de crines equinas. 
Füssli, La pesadilla abandona el lecho de dos doncellas.
Lutin parece que viene del nombre del dios romano Neptuno y efectivamente, como él, se relacionan estrechamente con el agua y con los caballos. También tienen la fama de ser criaturas muy lujuriosas. Las pesadillas, sus causantes y los deseos sexuales suelen andar siempre juntos. Dice Shakespeare que Mab y su séquito son las que enseñan a las doncellas, durante el sueño, cómo habérselas con un hombre.
La pesadilla se retira triunfante. Detalle de un dibujo del mismo autor y
asunto que el cuadro anterior.
En esto insiste mucho Ernest Jones. Para él, el origen de la pesadilla (y de todos los sueños de angustia) está en los deseos sexuales de la infancia -especialmente los incestuosos-, imposibles de desarraigar del inconsciente y frente a los que el yo alza el escudo del horror. En esto no hace más que insistir en lo que había dicho Freud y desarrollarlo.
Para Ernest Jones, el origen de los horrores oníricos no está en los mitos, sino al revés. En su opinión, son los sueños el hilo de que se tejen aquellos.

viernes, 6 de febrero de 2015

Claridades primaverales

En mi última entrada hablaba de Otilia, la santa alsaciana que se sacó los ojos para regalárselos a un bárbaro admirador de su belleza y dispuesto a gozarla por las buenas o por las malas: obsequio que consiguió el efecto deseado de espantar para siempre al galán.
Sacrificio y restitución milagrosa de la vista y sus órganos se encuentran, claro, en la leyenda más conocida, pero mucho más tardíamente atestiguada, de la siciliana Santa Lucía.
Tampoco falta en tierras celtas (y recordemos que santa Otilia tenía abundantes y estrechas relaciones con religiosos y religiosas venidos de Irlanda y Gran Bretaña).
Benvenuto Tisi. Santa Lucía.
El poeta galés Iorwerth Fynglwyd escribe a principios del siglo XVI un poema en honor de santa Ffraid en el que cuenta cómo a la joven santa, al comunicársele que le habían buscado marido (cuando ella pensaba consagrarse a la vida religiosa) se le saltó un ojo espontáneamente de su cuenca, con lo que evitó el matrimonio. Más tarde lo recobró. Otras versiones de la leyenda dicen que el ojo se  lo sacó de un guantazo su hermano al ver la resistencia de la santa a someterse a los planes de casamiento que había trazado para ella su padre.
Ya hemos visto varias veces que el ser tuerto es, muchas veces, señal de santidad.
Ahora bien: santa Ffraid no es otra sino santa Brígida de Kildare, llamada con aquel nombre en Gales como se la llamaba Berc'het (y otras variantes) en Bretaña. Y viene bien, porque su festividad se ha estado celebrando estos días en Irlanda. La fiesta de Santa Brígida, que corresponde a la precristiana de Imbolc, duraba tres días seguidos, del 1º al 3 de Febrero, y en el calendario irlandés marca el inicio de la primavera.
Santa Brígida, como corresponde a la fecha, es una santa muy relacionada con el fuego, el sol y la luz. A manera de antiguas vestales, las monjas del monasterio fundado por ella mantenían un fuego perpetuo. Y de ella dicen que en vez de cuerda usaba los rayos del sol para tender la ropa. Lóchrann geal na Laighneach, "antorcha luciente de los de Leinster", la llama un conocidísimo himno irlandés.
Ahora no es cuestión de entrar en la vida de esta santa, de que hay numerosas versiones medievales, unas de ellas en latín y otras en irlandés, alguna muy temprana. El cuento sería muy largo y nos llevaría muy lejos.
Resulta, pues, que de los tres días consagrados a la celebración de Santa Brígida el primero le corresponde propiamente a ella; el segundo, día dos, es la Candelaria (Lá fhéile Muire na gCoinneal), fiesta tan luminosa como su nombre y en que se bendicen las velas. Esta ceremonia litúrgica se remonta a la alta Edad Media, pero la festividad (ya se celebre la purificación de la Virgen, ya la presentación de Jesús en el templo) es más antigua aún.
Y el día tres de febrero corresponde a la festividad de santa Caolainn, que significa algo así como "delgadita". Su padre se llamaba Caol, "delgado", y posiblemente fuese hermano suyo otro santo, Caolchú -Delgado Perro- hijo de Caol. Parece ser que pertenecían al pueblo de los Ciarraige, que dio nombre al actual Kerry, pero no a esa rama meridional, sino a otra que se asentó en Connacht, en el el actual Ros Comáin (Roscommon).
Lo curioso es que la leyenda cuenta de ella el mismo milagro de los ojos que se atribuye a santa Otilia y santa Lucía. Y, según dice Pádraig Ó Riain en su Dictionary of Irish Saints, s.v. Caolainn, también a santa Brígida.
La conexión etimológica entre el irlandés súil "ojo" y la raíz indoeuropea que designa al sol es hoy discutida. Pero en todo caso es indudable la conexión semántica y metafórica. Y cósmica. Ya pueden venir temporales, que vienen (como atestigua el refranero irlandés): estamos en días que invitan a la celebración de la luz.
Hans Memling. San Blas.
Nosotros también tenemos el día tres a nuestro propio santo luminoso: san Blas, al que, sobre todo en el centro de Europa, se representa con dos velas cruzadas: velas benditas con que se curan las afecciones de la garganta.
Ser san Blas santo introductor de la primavera bien lo enseña el famoso refrán de "por san Blas la cigüeña verás". Y el carácter inaugural de esta temporada lo muestra a las claras esa relación con la cigüeña. ¿Qué otro animal tiene más que ver con el nacimiento? La cigüeña ¿no es ave de Juno, la diosa que manda en los partos? La cigüeña, pues, viene trayendo esa criatura, el año nuevo, que se inicia en el antruejo -introitum- (en irlandés inid, del latín initium).
El Breviario de Aberdeen (Breviarium Aberdonense), que puede leerse en línea en Internet archive -libro tan útil como antipático de consultar para quien, como uno, no esté acostumbrado a la escritura gótica y sus abreviaturas ni familiarizado con la liturgia católica- menciona además a santa Triduana y santa Monena.
Ambas fueron princesas de Irlanda, ambas pasaron a Escocia y fueron requeridas de amores por sendos príncipes. El de Triduana se llamaba Nechtán (Nechtanevo según el Breviario de Aberdeen), que es propiamente el nombre del Neptuno celta, dios, como descubre Dumézil, más que del mar y de las aguas del fuego que está encerrado en ellas. Este Nechtán enamorado de Triduana fue luego rey y más tarde, desengañado, abrazó la vida religiosa y alcanzó la santidad.
Pero de joven, tenaz admirador de la bella Triduana, la persiguió hasta Escocia. Y como se le ocurrió declarar que lo que le había enamorado de ella eran sus preciosos ojos, ella se los regaló pinchados en un palo a modo de brocheta.
Alguna versión de la leyenda dice que la princesa en su huida trepó a un espino, y que una de sus púas fue le sirvió para espetar los ojos que tan gran pasión habían despertado.
El espino, con su flor tan blanca, es emblema de pureza y virginidad. Pero es también una planta cargada de simbolismo solar. Se cree que protege contra el rayo, como el laurel apolíneo (Sébillot recoge la creencia en varios puntos de Francia). Se dice que la corona de espinas de Cristo (otro símbolo solar: la rueda radiante) se hizo de él o que la Virgen María se sentó a su sombra. En irlandés, uno de los nombres de la planta es bláth bán na Bealtaine, "flor blanca del primero de mayo". Bealtaine era una de las cuatro fiestas principales de los antiguos irlandeses, correspondiente a tantas otras por toda Europa, como las nuestras de los mayos, de las Cruces o de Santiago el Verde, tan popular en Madrid en otros tiempos.
John Collier. Queen Guinevere's maying. Aparece aquí
la reina como maya, con sus ramas florecidas de espino.
En Irlanda solían encenderse pares de hogueras por entre las cuales se hacía pasar al ganado para preservarlo de mal. Hoy día, para expresar indecisión, se dice en irlandés "estoy entre dos hogueras de Bealtaine". Y, como en Francia, Inglaterra y otras partes de Europa, se cortaban ramas floridas de espino con que se engalanaban las personas y las casas.
Más problemática es Monena, en quien parece que se mezclan leyendas de varias santas, como varios son sus nombres: Modwenna, Medina, Medana, Monina y Darerca entre otros. Existen bastantes versiones medievales de su vida, en latín, irlandés y hasta una en verso francés. Dos de ellas se recogen en las Acta Sanctorum. Se la menciona también en la Orkneyinga Saga como Trollhaena: allí devuelve la vista a un obispo ciego.
Como por casualidad, de ella se dice que fue discípula y muy amiga de santa Brígida. De su vida y milagros, algunos muy pintorescos, tal vez hable otro día porque merece la pena.
Tras el episodio de los ojos arrancados, recobró la vista gracias a una fuente milagrosa. El manantial de santa Modwenna fue un centro de peregrinación importante en Escocia. Aunque su santuario sufrió las iras de los anticatólicos durante las luchas religiosas del siglo XVI, todavía en tiempos recientes, y acaso aun hoy día, acudían enfermos de la vista por hallar remedio en sus aguas.
A las fiestas luminosas y solares de estos días hay que sumar santa Águeda el 5 de febrero. Igual que santa Brígida trae la primavera en Irlanda, santa Águeda lo hace en otras partes, como atestigua el refrán del Ariège:
"Per santo Gato,
semeno la pourato
tire l'aigo del prat,
que l'hiber es passat".

"Por santa Águeda
siembra el puerro, 
saca el agua del prado
que el invierno es pasado".

El día de santa Águeda, como el de santa Caolainn en Irlanda, está prohibido trabajar: en especial los trabajos domésticos están vedados, porque es día grande de las mujeres. Las mujeres mandan en santa Águeda en varias partes; en Irlanda eso sucede un mes antes, por Reyes, que allí llaman la Navidad de las Mujeres (Nollaig na mBan). Fiestas de transgresión, del mundo-al-revés y preludio de la gran subversión carnavalesca.
Por una coincidencia, en zonas occitanoparlantes "santa Águeda" suena como "santa Gata" (Santo Gato) y se cree que santa Águeda, a la cabeza de un cortejo de mujeres, en forma de gata, se cuela por las cerraduras y verifica si se ha trabajado ese día, si se ha hilado bastante durante el año, si la casa está arreglada y cosas semejantes, recompensando a las mujeres hacendosas y castigando a las descuidadas y holgazanas.
Correrías gatunas de santa Águeda. Grabado del
siglo XIX.
Cualquiera que lea el libro de Ernest Jones sobre la pesadilla se dará cuenta de que muchas de estas acciones atribuidas a santa Águeda lo son en otras partes a las brujas o a las maléficas criaturas nocturnas culpables de las pesadillas.
Santa Águeda, santa ígnea, protege de los volcanes (era siciliana) y de los incendios y es patrona de los horneros y panaderos, gentes que trabajan con fuego. Forma pareja inseparable con su compatriota santa Lucía, otra santa de la luz. Lo más llamativo iconográficamente de ella son los pechos que presenta en un plato, como santa Lucía los ojos. Arrancados y renacidos. Unos y otros son simbólicamente equivalentes, como representaciones solares: del sol que diariamente muere y resucita. Ojos, luz, pechos y leche. 
Santa Águeda.
¿No decimos en castellano un rayo de leche al chorro que arroja el pezón? 
Del cardo mariano, planta eminentemente solar, se dice que su virtud procede de haberse sentado la Virgen junto a ella para dar la teta al niño Jesús y algunas gotas de leche le cayeron encima. Por eso al partirlo su tallo mana una especie de savia lechosa. Imbolc, la fiesta que heredó santa Brígida, no solo inaugura la primavera: está estrechamente unida a la lactancia y ordeño de las ovejas. Santa Matilde de Magdeburgo, que como san Bernardo probó la leche de María, cuenta que era en la boca una luz líquida y dulce. La leche es sangre purificada según la fisiología antigua y medieval. En varias pasiones de vírgenes se lee que al decapitarlas en vez de sangrar vertían leche, símbolo de su pureza. Siendo sangre, la leche es vino ("el vino es la leche del viejo", decía el refrán castellano citado por Gracián en El criticón); y siendo vino es fuego y luz: sol.