viernes, 17 de febrero de 2012

San Fintan de Cluain Endech y sus profecías

San Colum (no el famoso Colum Cille, evangelizador de Escocia, sino otro del mismo nombre, Colum mac Crimthainn) fue pionero del monacato en las tierras del Loch Dearg, en el río Shannon. Sucedió allí a San Mac Creiche, figura más mitológica que histórica, y tuvo a su vez por sucesor a San Fintan.
Una vez iba este san Colum con Fintan y otros dos discípulos buscando un lugar donde edificar un nuevo monasterio, cuando encontraron un grupo de pastores con sus ovejas, mudo uno de ellos. Le devolvieron el habla por un momento para preguntarle e iluminado por el Espíritu les dijo que siguieran su camino y que cada uno encontraría un lugar diferente para esperar la Resurrección. Prosiguieron camino, pero al volver la vista atrás Colum se puso a llorar.
-¿Por qué lloras, Colum?
-Por habernos ido de donde estaban los pastores; y ahora mirando allá veo una muchedumbre innumerable de ángeles que allí moran y suben y bajan al cielo constantemente. ¡Que vaya Fintan a establecerse allí, ya que es un joven señalado por la Gracia!


Efectivamente, ya antes de nacer Fintan se habían manifestado en él los favores divinos. Cuando a su madre se le acercaba el parto, había venido a ella un ángel y le había ordenado que se retirase de la sociedad humana. La mujer, Findath ("Color Blanco"), se había embreñado en el bosque y al pie de un árbol sagrado se había pasado una semana ayunando, hasta que tuvo al hijo. A éste lo adoptaron los monjes para criarlo y desde la niñez había mostrado poseer dones proféticos.
Fintan descendió pues al valle donde estaban los ángeles y fundó un monasterio llamado Cluain Endech ("El Prado de la Hiedra", en inglés Clonenagh). Era un monasterio de la observancia más estricta. Estaba prohibido el ganado, tanto para la labranza como para la alimentación; los monjes no podían aceptar limosnas de mantequilla ni de leche si alguno la introducía clandestinamente se le derramaba y se le rompía la cacharra "por voluntad divina". 
Hasta los otros santos de Irlanda acudieron a él en comité para rogarle que se dejase de tanta exageración: que era un suicidio. Prevenido por un ángel, huyó al bosque para evitar recibirlos y perseveró en su penitencia severísima. 
-Preparáos -dijo una vez a sus monjes porque nos llegan invitados, y uno de ellos ha de ser un gran santo.
Pero lo que les vino era una gavilla de guerreros que acababan de emboscar a unos enemigos y cortarles las cabezas, las cuales traían de recuerdo con mucha risa.


Theodor de Bry. Hombre picto. 1588


Los monjes los acogieron como a huéspedes escogidos y al marcharse, los guerreros les preguntaron qué podían darles en pago. 
-Las cabezas.
-¿Eso? ¿Para qué lo queréis?
-Para darles sepultura en el cementerio nuestro.
-Bueno... ¡para lo que les va a aprovechar...!
-Pues mucho -replicó San Fintan-, porque la cabeza es la parte principal del hombre, y enterradas aquí se aprovecharán de los rezos de todos los que acudan a orar al monasterio, que son muchísimos; de manera que el Día del Juicio no padecerán tormento, sino irán a la diestra de Cristo.


Lanloup, Bretaña. Cajas para calavera sobre los doseles. Gozan de la protección del lugar sagrado y de los santos.


Casi todos los mesnaderos se tomaron la salida a broma, pero uno quedó tan impresionado que decidió quedarse en el convento, ya que tanta garantía de salvación proporcionaba; y vivió y murió santamente como había profetizado Fintan.
Este episodio es revelador del valor que le daban a la cabeza los antiguos irlandeses como sede de la fuerza vital. Se arrebataba las cabezas de los enemigos muertos (y se trataba de recuperar a toda costa las de los del propio bando) en la convicción de que su pérdida debilitaba al pueblo que la sufría. Claude Sterckx, celtista belga, ha estudiado estas creencias que explican el trato cruel y espeluznante que daban a veces los celtas a sus prisioneros.
En los relatos legendarios, a menudo la cabeza de un caudillo enterrada o expuesta junto a una frontera servía de protección a un territorio, deteniendo las invasiones enemigas.
En Bretaña, las calaveras se conservaban hasta no hace mucho en cajas decoradas en las iglesias. Se decía que en ciertas ocasiones, como la noche de Difuntos, cobraban el don de la palabra y mantenían animadas tertulias sobre la vida y la muerte de los vecinos de la parroquia. Todavía se pueden ver algunas, viejas, en pueblos y ciudades.
En otra ocasión, viajaba San Fintan en su carro cuando, al paso de un hombre que iba andando por la carretera, lo mando parar y se apeó, postrándose ante el caminante. 
-¿A qué viene esto?
-A que tú vas a ser un gran santo y te he visto en compañía de los coros angélicos. Te suplico que tomes el hábito de monje.
-Ya querría yo, pero verás: tengo doce hijos y siete hijas, una mujer estupenda a la que quiero mucho y una numerosa servidumbre que vive a mi sombra en paz y prosperidad. No sólo es que me parezca mal dejar a tanta gente en la estacada; es que además tengo apego a todo eso, cariño a los míos y (en suma) me es imposible separarme de ellos.
-Si cambias de idea, ven a verme.
Una semana después, el rico labriego estaba ante San Fintan.
-No sé que ha pasado -le confesó-, que desde que nos encontramos no he podido parar de pensar por qué me habrías dicho aquello. No concilio el sueño por las noches, venga a dar vueltas. No me deja sosegar la idea de que mi destino sea hacerme fraile. Se ha convertido en una obsesión. Me has fastidiado. Creo que no me curaré como no te haga caso y me meta monje de verdad.
Así hizo poco después y murió en opinión de santo.
San Fintan intervino a veces en acontecimientos políticos y bélicos de su tiempo. Liberó milagrosamente a Cormac mac Diarmada, príncipe y futuro rey de Laiginn del Sur, que estaba preso de Colm mac Cormaic, rey de Laiginn del Norte.
Según su Vida, era Fintan hombre de faz recolorada, de ojos brillantes y de pelo cano y escaso.
Una noche, uno de sus monjes decidió salir a espiarlo a ver a qué devociones secretas se entregaba mientras todos dormían. Lo encontró en el cementerio, envuelto en una luz cegadora cuyo fulgor lo lanzó a tierra hacia atrás. A la mañana siguiente, le dijo el santo, muy enfadado:
-¡Inconsciente! Sólo te ha salvado tu buena intención. San Pablo vio la lumbre del Cielo y quedó ciego una temporada larga. Tú, que no eres precisamente San Pablo, ¿qué quieres: perder la vista para siempre o quedarte tieso del fogonazo?
El monje escarmentó. 
Y es que san Fintan gozaba de especialísimos favores divinos. En una ocasión, cierto monje de San Colum Cille de Escocia, que tenía que partir hacia el Laiginn, dijo muy apesadumbrado a su superior:
-¿Cómo voy a arreglármelas sin tu magisterio? Pues no me imagino la vida sin confesarte a ti mis pecados.
-No te preocupes: cuéntaselos a Fintan y él me los dirá a mí. ¡Nos vemos todos los domingos por la noche en el tribunal de Cristo!
El joven refirió esto en confesión a San Fintan, a quien no le sentó nada bien. La cara -dice su Vida- se le puso como el fuego.
-¡Ese boceras de Colum Cille! ¡No repitas eso a nadie o me enfadaré de verdad!


Hasta aquí las maravillas de san Fintan de Cluain Endech. Versiones diferentes de su Vida se encuentran en los Acta Sanctorum (tomo III de Febrero) y en las Vitae sanctorum Hiberniae  de Charles Plummer. 






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