Una vez San Patricio y sus clérigos, que iban predicando por donde se juntan la provincia irlandesa del Ulster y la de Connaught, se disponían a cenarse tres ciervos y un jabalí,
invitados por un rico de aquella parte (Dobtha se llamaba). Cayó la noche y resultó que no había en toda la casa lámpara, vela ni candil con qué alumbrarse. Viendo la vergüenza de su anfitrión, San Patricio ordenó al sol retroceder mientras se preparaba la comida. Dobtha, maravillado, pidió el bautismo. San Patricio, para disgusto suyo, no pudo complacerle, porque no le estaba destinada esa honra a él sino a un santo aún por nacer y del propio linaje de Dobtha.
Linaje de lo más ilustre, ya que se remontaba a Eochaid Muigmedón, padre de aquel Niall Noigiallach que fundara la poderosa dinastía de los O'Neill.
Sólo que Dobtha venía siendo de la otra rama de la familia, menos famosa aunque mas legítima que los O'Neill.
Hay que saber que el tal Eochaid -dice la leyenda- estaba casado con Mongfind ("Cabellos Rubios"), de la que tenía tres hijos; pero a la vez había tomado por amante a una cautiva raptada en sus correrías por Britania: Cairenn Casdubh ("Carina Rizosnegros").
Mongfind (que aparte de todo era una hechicera terrible) hizo a Cairenn blanco de su inquina, la relegó al último rango entre las esclavas y le encomendaba las tareas más ingratas y duras; especialmente cuando conoció que estaba esperando un hijo de Eochaid, con la esperanza de que malpariese. El niño (Niall) nació en el campo, junto a la fuente donde su madre iba a diario a coger agua, pero en vez de morir como quería la reina, fue recogido y criado por un bardo y andando el tiempo acabaría alzándose con el cetro; y sus descendientes los O'Neill reinaron durante siglos en el Norte y Centro de Irlanda.
Los hijos legítimos, en cambio, darían origen a las dinastías de Connachta y Airgialla.
De Brian, uno de los hermanastros de Niall, descendía en línea directa Dobtha.
Aquel Dobtha vivió muchos años y sesenta después de la visita de Patricio recibió el bautismo de un tataranieto suyo, Berach.
La Vida de San Berach se encuentra en dos versiones, irlandesa y latina, ambas editadas por Charles Plummer; aquélla en Bethada Náem nÉrenn y ésta en Vitae sanctorum Hiberniae. Ambas colecciones se pueden encontrar en Internet, por ejemplo en Internet Archive.
San Berach fue natural de Gort na Luachra ("El Juncal"), lugar cercano a la ciudad de Cluain (Cloone en inglés).
La noche que nació, se vio un globo de fuego bajar del cielo sobre su casa, y un tío suyo, hermano de su madre, sacerdote cristiano, supo que había venido al mundo un santo.
Lo llamarían Berach ("Agudo") por lo listo que demostró ser (en realidad Biracus es un nombre que ya se estilaba entre los galos y que significa "bajito").
A los siete años lo enviaron a educarse con el obispo Daigh y comenzó a hacer milagros. Una vez lo mandaron al molino a moler urgentemente unos sacos de grano para la cena. Aunque había gente haciendo cola,
Berach se puso delante y echó el grano a moler. Una mujer que estaba esperando con su hijo se levantó y le regañó por colarse. El niño se cayó a la aceña y se ahogó. A la madre le dio un ataque y cayó muerta. La gente se alzó enfurecida contra el monjecillo y todos en castigo quedaron tullidos o paralíticos.
Oyendo estas noticias, el dueño del molino acudió implorando la clemencia del santo niño y obtuvo la vida y la salud de todos.
Después Berach entró al servicio del gran San Caomhghinn (Kevin). Kevin estaba criando a un niño que le habían encomendado.
Aquel pequeño era un príncipe y tenía por madrastra a una bruja que veneraba a los ídolos y pretendía matarlo para que su propio hijo subiese al trono.
Como los monjes de San Kevin no tenían mujeres consigo la criatura mamaba de una cierva que venía milagrosamente a darle de comer varias veces al día. Pero hete aquí que salió un lobo y se zampó al cervatillo que tenía la cierva, de manera que dejó de dar leche. Berach ordenó al lobo que deshiciese el entuerto, y fue así: el lobo acudía mansamente con la cierva, que se ponía a lamerlo, y con esos cariños le venía la leche a las ubres y mamaba el niño.
También sabía Berach hacer brotar acederas de las piedras para hacerle un puré y de los sauces manzanas para postre.
Tiempo después, vio a la madrastra con otras hechiceras entregadas a sus nocturnos ritos diabólicos en la cima de una colina para dañar al príncipe con sus maleficios: se le agotó la paciencia e hizo que se las tragase la tierra.
Al cabo de siete años, Berach se despidió de San Kevin para fundar su propio monasterio. Cargó sus libros en un carro al que unció un ciervo y partió acompañado de un criado, Maolmothlach ("Mozo-Greñas"), decidido a instalarse donde se parase el animal.
El ciervo fue a tumbarse en mitad de un campo de batalla.
Estaba repleto de cadáveres y heridos a los que el santo devolvió la salud y la vida y que se fueron a sus casas contentísimos jurándose amistad, escaldados por lo que habían visto en el Infierno.
Pero lo peor era que el campo tenía dueño, un poeta pagano. Berach y él decidieron remitirse al arbitraje de algún hombre de reconocido juicio, pero todos escurrían el bulto: a Berach lo temían; al poeta también.
Un poeta irlandés, con una sátira bien afilada, podía deformar el rostro de una persona llenándolo de bultos y pústulas y cubrirla de vergüenza para siempre.
Berach hizo tantos milagros que le concedieron el terreno. De sus ocupantes, a los que quisieron marcharse los dejó ir; a los que no, les permitió quedarse; pero, eso sí, como no se lo esperaban: se abrió la tierra y los engulló.
Al poeta, en cambio, lo dejó mudo y le profetizó la muerte en el plazo de un año.
Había en aquellos tiempos un rey llamado Aed el Negro. Era tan feo, negruzco y canijo que no se mostraba en público de pura vergüenza ni podía encontrar ningún sosiego ni descanso como no fuese con la cabeza oculta en el regazo de Santa Samanta, entre los pliegues de su saya. Y todo su pío era hacerse un monarca guapo y apuesto.
Santa Samanta (impaciente de esta situación, es de suponer) lo encomendó a Berach.
-¡Hijo, qué cosa más rara me pides! ("Fili, rem insolitam tibi petis a nobis dare") -dijo el santo al rey-. Pero en fin, Dios todo lo puede.
Berach le prestó al rey su cogulla,
prescribiéndole dormir con ella puesta. A la mañana siguiente se había producido la transformación. El Negro estaba hecho el guerrero más hermoso del mundo, y ni los demás lo reconocían ni él mismo creía ser él. Desde entonces ya no fue Aed el Negro sino Aed el Hermoso.
¡Cómo cambian los tiempos! Hoy a nadie le parecería raro, como a Berach, el afán del rey por mejorar su apariencia; y aun recurriendo a métodos mucho más agresivos y traumáticos...
Al cabo del año se presentó el poeta emplazado burlándose de Berach. Había pasado todo aquel tiempo escondido encomendándose a sus dioses. Estaba vivo y sano.
-Ten cuidado, que quedan unas horas para que pase el año -dijo el santo-. Para mayor seguridad, vete a la iglesia y te encierras.
Esto le metió algo de inquietud en el cuerpo al pagano, que siguió el consejo del monje. Minutos antes de vencer el plazo, salió del bosque un ciervo perseguido por un grupo de cazadores chillando y tocando sus cuernos de caza.
El poeta se asomó a la ventana de la iglesia a ver qué griterío era aquél, con tan mala fortuna que el venablo arrojado por uno de los cazadores le atravesó la garganta y lo dejó en el sitio.
Uno de los monjes de San Berach, un jovencito, desafiando su prohibición, escapó del monasterio. No tardaron en alcanzarlo.
-Es que yo tengo que irme a cualquier precio -explicó- porque he hecho voto de no morirme sin ver Roma con mis propios ojos.
San Berach, entonces, bendijo los aires de tal modo que se le ofreció la visión de Roma como si estuviera en ella y contempló todos los santos lugares que deseaba y había prometido visitar. Después la visión se desvaneció y el monje viajero, satisfecho, se quedó en su monasterio sin moverse más.
Muchos son los milagros de San Berach, -dice su Vida- "como las arenas de la mar y las estrellas del cielo, las briznas y hierbas que brotan de la tierra y las gotas de rocío que brotan en las briznas y las hierbas o se posan en ellas".
Allí no se recogen todos ni yo he contado todos las que se relatan en ella.
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