Tri fichit bliadan buan bil
Dá cét tría riaglaib rimthir
Iar fell forargtais in fir,
Cenn Eoin Baptaist fo dichill.
Sesenta largos años
y doscientos más se cuentan según la regla,
Con la traición que los hombres usaban [?],
La cabeza de San Juan Bautista escondida.
La Iglesia Ortodoxa conmemora el 24 de este mes la primera y segunda invenciones de la cabeza del Bautista.
Cabezas del Bautista se veneran en varios lugares de la Cristiandad y del Islam, lo que ha dado pie a chistes como la de que una, más chica, es del santo cuando era niño y otra ya de mayor.
La verdad es que las cabezas del Bautista que se veneran en distintas partes son fragmentarias.
Durante el reinado del emperador Juliano el Apóstata, las supuestas reliquias de San Juan, que se conservaban en un monasterio de Sebaste (Palestina), fueron profanadas y quemadas. Unos monjes de Jerusalén salvaron lo que pudieron de la quema, y estos restos fueron repartidos entre los patriarcas de Alejandría -San Atanasio- y Jerusalén.
Parece ser que la comunidad de los monjes que las rescataron había abrazado la herejía de los macedonios y tuvo que abandonar Constantinopla y trasladarse a Cilicia.
Algunos de los macedonios eran semiarrianos (sostenían que el Hijo era de naturaleza semejante a la del Padre, aunque distinta); todos afirmaban que el Espíritu Santo no era divino, sino creado y una especie de arcángel. De ahí su otro nombre de pneumatómacos o "impugnadores del Espíritu".
Los monjes se llevaron consigo la cabeza de San Juan, pero cuando esto llegó a oídos de Valente, el emperador, mandó que fuese inmediata y solemnemente devuelta a la capital.
Cabeza de emperador. Valente u Honorio. |
Tiempo después, el emperador Teodosio I, por mandato de Dios o del propio Bautista, se presentó en Cosilaos y se hizo con la cabeza, que estaba custodiada por un presbítero persa llamado Vicente y una santa mujer, Matrona. Ambos adeptos de la herejía pneumatómaca. Esto cuenta Sozómeno (Historia eclesiástica VII, XXI), y muy santa debía de ser en verdad aquella mujer cuando un autor tan severo con los heterodoxos no le escatima elogios.
Es de creer que el emperador no quería emplear la fuerza sino la persuasión en un asunto así. El persa Vicente se convirtió a la fe de Nicea y consintió el traslado de la cabeza, pero la mujer ni una cosa cosa ni otra, por dádivas que se le ofreciesen ni castigos con que se la amenazase.
Al final se dejó vencer (aunque a regañadientes) por el siguiente argumento: la cabeza estaba en el pueblo porque San Juan no había permitido que pasase de allí; luego si Teodosio conseguía moverla no podría ser sin la anuencia del santo.
Matrona dio su permiso para la traslación, pero se mantuvo en sus trece respecto del dogma. Dice Sozómeno que en sus tiempos (medio siglo más tarde) vivían en Cosilaos muchas mujeres de resplandeciente virtud debida al ejemplo y enseñanzas de Matrona.
Al fin, Teodosio depositó la reliquia en un suntuoso templo edificado a tal fin junto a Constantinopla, en el barrio Hebdomon.
Teodosio fue muy devoto de la cabeza de San Juan, pero eso no le impidió -antes al contrario- trocearla y repartirla. Distintos fragmentos de ella fueron a parar a Milán, otra de las capitales imperiales, y su región. Otros acabaron en Siria, donde el floreciente monacato tenía al Bautista por precursor y modelo.
Y aquí ocurre la segunda invención de la cabeza de San Juan. Quien la narra es el Conde Marcelino, en su crónica.
El Conde Marcelino, ilirio por su nacimiento, vivió y escribió en la corte de Bizancio a principios del siglo VI.
Cuenta, pues, el Conde Marcelino que en el año 453 San Juan reveló a dos monjes orientales peregrinos en Jerusalén el lugar donde estaba enterrada su cabeza en el palacio de Herodes y les ordenó exhumarla. La encontraron liada en una alforja basta y se la llevaron consigo de regreso. Los acompañaba un pobre alfarero de la ciudad siria de Emesa (hoy desgraciadamente de actualidad, porque no es otra que la destrozada Homs), al cual, en un sueño, San Juan mandó coger el bulto con su cabeza (sin saber lo que contenía) y huir de los monjes. "Con su leve y santa carga" el alfarero volvió a Emesa y al morir legó a su hermana la reliquia metida en una vasija cerrada, sin decirle lo que llevaba dentro, puesto que tampoco lo sabía. La mujer a su vez dejó a sus herederos la vasija, que andando el tiempo llegó a manos de un tal Eustoquio, presbítero, tipo avispado.
Eustoquio no tardó en darse cuenta de las virtudes milagrosas de la vasija y atribuyéndoselas a sí mismo empezó a hacer curaciones, probablemente por dinero. Tiempo después fue expulsado de la ciudad, no por su superchería, sino porque se descubrió que era arriano en secreto. Al partir tomó la precaución de enterrar la vasija en una cueva, pero por el motivo que fuese no volvió por ella.
Cuevas junto al monasterio de Santa Tecla en Maalula, Siria. |
Esto fue un 24 de Febrero y reinando los emperadores Marciano y Valentiniano III.
Época desastrosa para el Imperio de Occidente, donde los hunos y los vándalos saquearon Italia y Galia, pero próspera para Oriente. Marciano y Pulqueria, su mujer, son santos para la Iglesia Ortodoxa.
La reliquia se conservó y veneró en Emesa hasta que se perdió de nuevo. En tiempos
del Islam hubo una nueva revelación milagrosa del paradero de la cabeza del Bautista, en Damasco (en cuya mezquita Omeya se dice también que están los restos del santo), a la que siguió otra al patriarca de Constantinopla, ya en el siglo IX.
La historia de las reliquias de San Juan se resume en este valioso artículo, del que tomamos la información esencial de la entrada.
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