martes, 6 de marzo de 2012

Donde se prosiguen la vida y milagros de San Ciaran

Después de la conversión de Oengus Mac Noid Froích, San Ciaran continuó su vida de abad sin que le afectara mucho el cambio religioso del país, aunque con más trabajo, porque como se lee en su Vida, recayeron sobre él las tareas de consejo y adivinación que venían realizando los druidas.
Por ejemplo, en una ocasión desaparecieron los tañedores de arpa que solían acompañar al rey cantando las gestas de los héroes. 
Se les había perdido la pista cuando viajaban por tierras de los Muscraige, al Noroeste de la ciudad actual de Cork. Ciaran supo, por alguna inspiración, que habían sido atacados y asesinados y sus cuerpos arrojados a un lago. A orillas de él se puso a ayunar y a rezar hasta que se desecó y en el fondo aparecieron los bardos cubiertos de limo como figuras de terracota. Llevaban un mes en el agua; pero eso no importó. Gracias a las oraciones de San Ciaran volvieron a la vida, tomaron sus arpas, que sus atacantes habían tenido el cuidado de dejar colgadas de unos árboles, y tañeron una música tan suave y dulce que rápidamente el rey y su mesnada cayeron profundamente dormidos.
Arpista. Capitel románico.


En Irlanda un buen músico tenía que dominar tres géneros: la música del sueño, la música del llanto y la música de la risa.
En el mismo territorio de los Muscraige sucedió otra aventura. Iba patrullando un oficial del rey con sus hombres cuando se cruzaron con una gran piara de cerdos y les pareció una buena idea enriquecer su rancho con un poco de carne; cogieron un puerco, lo mataron y se disponían a asarlo cuando cayeron sobre ellos los enemigos y, pillándolos por sorpresa, los mataron sin dejar uno.
San Cartago, sobrino del rey y discípulo predilecto del santo, acudió a su maestro para que lo ayudase a recoger los muertos y enterrarlos cristianamente, no se los fuesen a comer los animales del bosque.
Cuando llegaron, comprobaron que la matanza había sido mayor de lo supuesto y no les bastaba el carro que llevaban para transportar los cuerpos.
-¡Muchachos! -dijo el santo- ¡Sois muy jóvenes para que os lleven: levantad el lomo del suelo y venid conmigo!
Obedientes, los soldados se levantaron, ya no muertos sino redivivos, y siguieron al abad a su convento, donde se hicieron frailes.
Ciaran no se olvidó de resucitar al cerdito, que salió corriendo jubilosamente a los rebaños de su dueño.
San Ciaran tenía especial cariño a una mujer que había sido niñera suya y se llamaba Santa Cuinche en irlandés (Concha en latín). A ésta todos los años le mandaba unas yuntas de bueyes para que le arasen sus tierras: iban y venían solos larguísimo trecho, sin nadie que los condujese. 
Toro. Relieve picto, siglo VII.
También solía transportarse por medios milagrosos y desconocidos el santo hasta el monasterio de Santa Concha para decir la misa del gallo por Navidad y a la mañana siguiente estaba de regreso. Y navegaba sobre una enorme piedra que había junto al monasterio de aquella mujer y que le servía de barquichuela.
El rey de Osraige (provincia oriental de Mumu, lindante con Laiginn o Leinster) organizó un gran festín al que invitó al rey de Mumu y su mujer Ethne. A la reina de Mumu ya le gustaba bastante el rey de Osraige antes de aquello, pero durante la fiesta concibió por él una pasión abrasadora. Y para poder verse con él a solas ideó fingirse indispuesta, de manera que cuando los demás invitados saliesen a cualquier distracción ella se quedase en el castillo y el rey también para atenderla.
-Esto ya me ha dado otras veces -dijo la reina- y no hay manera de que se me pase más que a fuerza de paciencia o comiendo moras.
Era un remedio imposible porque faltaba casi un año para que fuese el tiempo de ellas.  
El rey de Osraige comprendió lo que pasaba pero no quería ni desairar a la reina ni ofender al rey. Pidió consejo a San Ciaran, que para eso era paisano suyo, de Osraige. San Ciaran ya había previsto un año antes todo el enredo y había mandado cubrir unas zarzas con unas sábanas blanquísimas. Al destaparlas, resultaron llenas a reventar de unas moras gordas y dulces como la miel, de las que le entregaron a la reina un gran cuenco colmado. Comió de ellas y dijo:
-Ahora sí que estoy curada, porque no comprendo cómo he podido perder el juicio y todo freno por ese hombre, por guapo que sea, y ésa era mi verdadera enfermedad.
-Ethne, no es por presumir, pero te he salvado el alma -dijo Ciaran-, pero el cuerpo no puedo. Y es que dentro de poco volverá a haber guerra entre Mumu y Laiginn y moriréis en ella tu marido y tú a manos de el rey de ellos, o sea Inland Mac Dunlainge. Yo he hecho lo imposible para poner paz entre los dos reinos, pero no hay manera. De todos modos, irás al Cielo.
-¡Del mal el menos!
San Ciaran varias veces había impedido combates separando a los contendientes con bosques que hacía brotar milagrosamente, ríos que hacía desbordar de sus cauces y barreras de fuego celeste que interponía entre los ejércitos.
Aquella reina, Ethne hUathach, dice la Vida de San Ciaran pagó las culpas de su padre, que en la batalla de Ochae había dado muerte al rey de Irlanda Ailill Molt, se había alzado con el trono y había avasallado a los de Laiginn, que después se vengaron.
Pero aunque efectivamente Ailill Molt murió en esa batalla, es muy dudoso quién fue el vencedor y los historiadores no se ponen de acuerdo sobre ese punto.
En asuntos amorosos como aquel de la reina intervino varias veces Ciaran. Ya conté en la entrada anterior el rescate de la monja Bruineach. 
Pues sucedió que otra de las monjas de Liadan, la madre de San Ciaran, era una muchacha de extraordinario talento, aparte de nada fea, y para cultivarlo la pusieron a estudiar con el prometedor San Cartago. De sus sesiones de estudio brotó vivísimo afecto a la vez espiritual y carnal, conque buscaron una ocasión para consumar sus amores. Y ya estaban a punto de ello y en el mismo lecho cuando cayó del cielo entre los dos una bola de fuego que a punto estuvo de abrasarlos. 
Fuego divino: santa Hildegarda de Bingen.
Huyeron despavoridos; ella ciega del resplandor, que nunca recuperó la vista; él chamuscado y avergonzado. San Ciaran le puso por penitencia desterrarse a Roma, donde permaneció años estudiando.
Al cabo de los años, vino un peregrino a visitar a San Ciaran. El santo lo convidó a compartir durante su estancia su vida ascética, una de cuyas prácticas consistía en estar rezando largo rato sumergido en el agua helada de un río. El peregrino quiso imitarlo al principio, pero poco rato después no soportaba más y se lo dijo.
-Es la fe la que calienta el agua: verás -dijo el santo, y metiendo la punta de un dedo en ella la dejó como un agradable baño.
-Y ahora, mira ese pez enorme que baja por el río: de ahí comen tres. Cogélo, haz el favor.
Miniatura gótica. Siglo XV.
El peregrino, sin salir de su asombro, echó mano del pez, que se dejó atrapar.
-Hoy disfrutaremos una cena especial en honor de un amigo mío, que ha estado haciendo penitencia en Roma. Dios le ha perdonado sus pecados y está de camino.
Esa misma tarde vieron venir a San Cartago, redimido de su culpa, y estuvieron cenando el pescado tan alegres.
San Ciaran tenía una idea muy alta de la hospitalidad, como buen irlandés.
Una vez organizó una cena de santos para celebrar un acontecimiento. Era que un rey tirano tenía preso a un santo tocayo suyo, San Ciaran de Cluain Fearta (Clonfert en inglés), y lo había soltado por burla bajo el juramento de regresar en cierto plazo y darse preso o entregar veinte vacas calvas con el cuerpo blanco y la cabeza roja.
El convite era causa de desesperación para el hermano cocinero:
-¡No tenemos más que un trozo de tocino rancio, y para eso no podemos tocarlo, que es vigilia!
-Tú prepáralo, que un día es un día -dijo Ciaran.
Bajo las manos del cocinero, el tocino se fue convirtiendo en pescados y mariscos exquisitos, langostas, ostras, lampreas, congrios, frutas de mil variedades, requesones, miel, pasteles y toda clase de primores permitidos en tiempo de ayuno.
Todos los convidados se pusieron las botas excepto uno que no probaba bocado:
-Eso no viene siendo más que tocino disfrazado y yo en conciencia no puedo tomarlo.
-Tú eres más mirado que nadie, ¿eh? -contestó San Ciaran- Pues mira lo que te digo: tú vas a colgar los hábitos, y vas a hartarte de carne hasta en cuaresma, y vas a vivir enredado con mujeres y malamente, y no vas a conseguir estar a gusto de ninguna manera, y en medio de todo ese desmadre un día te matarán de mala manera, degollado, sin confesión, ¡y de cabeza al Infierno! Para que veas.
Fraile lujurioso y su cómplice en el Infierno. Mural italiano. Siglo XI.
Y todo se cumplió.
Y después de comer estaban paseando para bajar la comida y en un prado vieron pastando veinte vacas gordas y lustrosas, pelonas, de cuerpo blanco y de cabeza roja como una granada.
-Mira qué vacas tan majas, ¡y que no tienen dueño!
¿Quién lo ha dicho? -dijo San Ciaran de Cluain Fearta: y se las llevó consigo para comprar su libertad.
Eran, en realidad, vanas sombras de vacas con apariencia real, y en cuanto el santo estuvo libre y seguro desaparecieron en el aire como burbujas.
Con San Ciaran de Cluain Fearta venía en aquella ocasión un frailecillo niño muy trasto, que ya lo conocían y temían de otras veces los de Ciaran de Saighir; y por hacer una diablura, les apagó el fuego. Y tenía Ciaran de Saighir la costumbre de que en su monasterio se encendía el fuego el día de Pascua y se mantenía encendido todo el año, sin que se pudiese encender otro ningún otro día, sino toda la lumbre se prendía del fuego pascual. Así que cuando le contaron al abad la fechoría del niño:
-¡Dios lo escarmiente! -dijo, enfadadísimo.
Y mientras esto estaba diciendo, allá lejos, en su propio convento, los lobos salieron y devoraron al travieso, que lo habían mandado con las ovejas.
El otro San Ciaran sabía lo que había pasado y se encaminó al monasterio de Saighir a ver si lo arreglaba. Era un día de nevada terrible.
Los monjes de San Ciaran el Viejo (el de Saighir) lo recibieron afectuosamente y le hicieron sentarse a la mesa, sin ponerle un plato delante.
-Aquí dentro hace más frío que fuera -dijo el invitado restregándose las manos.
-Es que no tenemos fuego, porque nos lo apagó algún hijo de Satanás, y por eso mismo tampoco tenemos qué llevarnos a la boca, como no sean cosas crudas.
-¡Venga, tocayo, no seas así: que son cosas de chicos!
-Bueno: espero que haya aprendido la lección.
Extendió las manos y un globo de fuego bajó del cielo y prendió todas las lumbres; cuando ya estaba la comida preparada, vieron venir al niño malo corriendo, que había resucitado y se lanzaba a la comida, que no la había catado en el tiempo que había pasado muerto.
Este episodio y otros semejantes son los que han hecho suponer que tras Ciaran se esconde una deidad del fuego precristiana. Sacaba lumbre de las piedras con bendecirlas, llevaba brasas en la mano y en la casulla sin quemarse.
De San Ciaran se dice que vivió trescientos años y que era tan humilde que siendo ya viejísimo iba a aprender de otros santos más sabios que él y se sentaba a su pupitre junto a los chiquillos y hacía los deberes.
Su festividad está en los santorales irlandeses el 5 de Febrero.




Un sitio con información geográfica y genealógica sobre la Irlanda medieval, para orientarnos entre tantos nombres de pequeños pueblos y reinos. 

1 comentario:

  1. Parece un sitio muy interesante este del mapa medieval irlandés. ¿Se podría poner donde los enlaces?

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