domingo, 26 de mayo de 2013

Donde menos se piensa...

En las literaturas medievales de los países célticos (tanto en latín como en sus lenguas vernáculas) abundan las vidas de santos; sin embargo, escasean las vidas de santas. La vida de Santa Brígida, por supuesto, fue tratada repetidamente por los hagiógrafos. Santa Ita o Ida, la santa más venerada en Irlanda, probablemente, después de aquélla, también tiene su biografía. Pero en cuanto a la mayor parte de las santas, lo que conocemos de su vida nos llega en relatos tardíos o en la tradición folclórica, cuando no indirectamente, a través de las leyendas de otros santos. Así sucede con Santa Dymphna, Santa Trifina, Santa Noyala, Santa Nona y tantas otras.
De Santa Melángela, ermitaña y cenobita de Gales, hubo una leyenda medieval, hoy sólo accesible a través de versiones recogidas en manuscritos de los siglos XVI y XVII. 
Ilesia de Pennant Melangell, Powys (Gales).
La Historia Sanctae Monacellae, que de todas maneras no parece remontarse en su redacción más antigua más atrás del siglo XV fue publicada por Edward Lhwyd, el gran polígrafo galés de finales del XVII y principios del XVIII y más tarde en la Archaeologia Cambriae en 1848 (puede leerse aquí). Está recogida (en traducción inglesa) en el interesante volumen Celtic Spirituality de Oliver Davies.
Baring-Gould señalaba la dificultad de hacer derivar el galés Melangell del latín Monacella. En efecto, éste hubiera debido resultar en *Monagell o algo semejante. Pero los nombre propios tienen a veces evoluciones sorprendentes. Se me ocurre que podría haber intervenido la influencia de las palabras mêl ('miel') y ángel ('ángel').
Dice, pues, la vida que en el año 604 reinaba en Powys (la parte central del Gales interior) un príncipe llamado Brochfael Ysgithrog, que tenía su corte en Pengwern Powys ("la cabeza de los Pantanos de Powys"), en Salop, que hoy día queda fuera de Gales y es el Shropshire, al Oeste de Inglaterra.
Brochfael no es ningún desconocido en la literatura hagiográfica galesa: es el padre de San Tysilio y de San Suliac (ver La inversión de los pollinos). Su sobrenombre de Ysgithrog, "el Colmilludo" lo relaciona con el perro o el jabalí, animales sagrados y relacionados con la casta guerrera y con la soberanía, que el paganismo asociaba al dios Lug. Murió en la batalla de Chester contra los ingleses de Northumbria. Era su misión proteger a los doscientos monjes de Bangor que habían acudido a rezar por los ejércitos britanos desde lo alto de una colina. Los germanos consideraron a los monjes como combatientes que empleaban la magia en vez del hierro; rompieron con ellos, masacrándolos. Dice Beda el venerable que Brochfael no se portó como era debido y huyó desamparando a los religiosos.
El nombre Brochfael quiere decir algo así como "Señor Tejón", animal que aparece con cierta frecuencia en la onomástica, como en el rey Brychan Brycheiniog, padre de muchísimos santos y santas y santo él mismo.
Estaba el rey Brochfael de caza un día por los alrededores de Pennant, caza modesta, pues a diferencia de lo que suele suceder en estas leyendas no era ningún ciervo, ni blanco ni rojo, ni otra pieza de caza mayor lo que andaban siguiendo los perros rastreadores 
Pisanello, San Huberto (detalle).
(odorissequi), sino una humilde y huidiza liebre. Escapando, escapando, el animal buscó refugio en la espesura de un zarzal intrincado, extenso y erizado de espinas.
Brochfael se metió en él de cabeza en pos de los perros y encontró escondida en su centro una doncella que lo asombró con la belleza de su cara.
Es el motivo de la perla encerrada en la aspereza de las conchas, de la rosa defendida por las espinas como la Valkiria por las llamas.
Cuál no sería la sorpresa del rey al toparse allí embebecida en profunda oración a la muchacha  y a la liebre, que había buscado asilo bajo sus faldas, tumbada asomando la cabeza con aire burlón.
-¡Cogedla, perritos, cogedla! -los azuzaba Brochfael.
Pero cuanto más les gritaba, más se arredraban ellos con gemidos, aterrorizados por la presa indefensa. 
Sólo entonces prstó atención el atónito rey a la muchacha.
-¿Qué haces aquí tú, en medio de este zarzal?
-Vivo aquí.
-¿Tú sola en este yermo?
-Eso es.
-Y ¿hace cuánto?
-Quince años, y en ellos es la primera vez que me echo un hombre a la cara.
-¿De quién eres o de dónde?
-Yo soy irlandesa, de buena sangre, hija del rey Jowchel.
No recuerdo haber leído nada de este rey fuera de la leyenda de Santa Melangell. Hay que tener en cuenta que no sólo los viajes por mar entre Irlanda, Gran Bretaña y Armórica eran habituales y corrientes, sino que ni siquiera hubiera sido necesario a la joven embarcar, puesto que había asentamientos irlandeses en lo que hoy día son Escocia y Gales. Tal vez este Jowchel fuese un régulo de los irlandeses de Britania.
-Y como mi padre -continuó la joven ermitaña- pretendía darme marido, aunque se trataba de un novio noble y rico, salí huyendo de mi patria y he venido aquí, guiada por Dios, para servirlo a Él y a Su madre no solamente con un corazón virgen, sino también con un cuerpo sin mancilla.
-Ah, estupendo. Y ¿cómo te llamas?
-Yo, Monacilla.
De manera que aquí tenemos otra vez a la mujer que, por evitar el matrimonio (o a consecuencia de algún problema conyugal), huye al bosque: figura que ya nos hemos encontrado repetidamente en estas entradas: Noyala, Ricarda, una noble señora en la vida de San Gerardo de Braga... 
Pero el bosque de Melangell tiene más de bosque de cuento de hadas, con ese zarzal de dimensiones tan prodigiosas que puede servir de ermita y escondite a la fugitiva 
-Bueno, Monacilla; ya veo que eres una criada devotísima del Señor. Por tus méritos esa pobrecilla liebre ha conseguido asilo y amparo del ataque y persecución de nuestros perros ansiosos de arramblar con ella e hincarle el diente... ¿de qué te ríes?
-De que dices todas las cosas de dos en dos.
-Es lo que se lleva ahora en retórica, y a veces hasta de tres en tres. Pero déjame acabar y dar fin a lo que te estoy diciendo. Digo, pues, que por esos mismos méritos te regalo estas tierras y hago donación de ellas para que sean de ahora en adelante asilo, refugio y puerto de salvación. Que nadie, ni príncipe ni rey, sea tan osado ni tan poco temeroso de Dios que se atreva a arrebatar de este sagrado a ningún fugitivo, hombre o mujer, que haya acudido a tu protección y tutela. Eso siempre que no ultraje ni ofenda a tu santuario. Pero, eso sí: en el momento que ponga el pie fuera de sus lindes, que se le pueda perseguir y castigar.
-Bueno.
Melángela o Monacella, como se prefiera, quedó muy contenta de la donación real y vivió en aquel desierto durante treinta y siete años. Durante todo aquel tiempo, se hizo amiga de las liebres y otras bestezuelas silvestres, que acudían a jugar con ella y a comer de su mano con toda familiaridad, como si fuesen domésticas.

(Imposible que no se venga a la memoria la imagen de Blancanieves en la película de Walt Disney de 1937. Imagen donde por cierto se recrea el carácter contradictorio de Artemisa, protectora de la maternidad -todos los animales parecen cachorros- a la vez que de la virginidad. Por lo mismo es llamativo el parecido con alguna representación mariana: ver la de Tiziano más abajo).
Pero por volver a Santa Melangell, también en todo aquel tiempo se multiplicaron sus milagros y favores a todos los que acudían a pedir su auxilio: desgraciadamente, sobre esto no da la vida más detalles. 
Melángela acogió a otras doncellas en su compañía, convirtiéndose en fundadora y abadesa de una comunidad monástica.
A poco de su muerte, como si su presencia hubiese sido un escudo protector de aquellas monjas, se presentó en el monasterio cierto malvado, llamado Elise, con el propósito de "estuprar, violar y mancillar" a las vírgenes. No fue capaz de perpetrar su crimen porque murió repentinamente y de mala manera, ya que casi siempre -dice el autor de la vida, aunque da a entender que alguna excepción hubo- la venganza divina cae sobre el que se atreve al monacal refugio.
Melángela se ha convertido en patrona de las liebres y conejos (el conejo, para los antiguos, como Plinio, era un tipo de liebre), que una prohibición o tabú tradicional prohibía cazar en los términos de Pennant. Y los habitantes de aquella parte recibian el apodo de Liebres, como si fuesen éstas su animal totémico.
Esta protección a liebres, conejos y animalillos pequeños tiene su originalidad. Las mujeres huidas al bosque en las leyendas que nos han ido apareciendo suelen relacionarse con osos y ciervos: animales de caza mayor que caen en la esfera de Artemisa (ver Huyendo al bosque, La emperatriz y los osos, Más de princesas y osos). El animal perseguido por los cazadores que busca el amparo del ermitaño suele ser, en la literatura hagiográfica, el ciervo.
Mucho más simpática (a la vez que simbólica) es la estampa de la liebre asomando la cabeza bajo las faldas de la doncella, con temblor de las orejas y del hociquillo rosado. 
Sin duda, la liebre era un animal sagrado para los antiguos indoeuropeos. Probablemente por eso carece de un nombre común a todas las lenguas de esa familia: no debía de ser fausto nombrarla. El germano (como en inglés hare) parece que alude al color grisáceo, nombre hermano del latín canus (hay quien afirme que al carácter saltarín); el francés hase, que se refiere sólo a la hembra, tiene esta misma raíz. El latín lepus (de donde el castellano liebre) es importado, se cree, de alguna lengua desconocida. De Sicilia posiblemente. El griego lagōs quiere decir "orejas flojas": el primer elemento del nombre es el irlandés lag, "débil", el latín laxus. Los galeses la llaman ysgyfarnog, "orejotas". Los irlandeses, más curiosamente, la denominan giorria, "ciervo corto". 
La liebre es animal lunar y su carácter lunático ha hecho que se la considere loca (la famosa liebre de Marzo de Alicia en el país de las Maravillas).
Muchos pueblos ven en las sombras de la luna a la liebre que allí habita o sus huellas. Según Gilbert Durand, simboliza a la deidad mesiánica, intermediaria entre los hombres y los dioses, hijo y amante de la diosa luna, que permite mediante su sacrificio la resurrección cósmica.
En muchas partes de Europa la liebre encarna al espíritu del grano, numen que se sacrifica en la siega para renacer en la mies del año siguiente. El inicio de la siega se acompaña de lamentos por la muerte del espíritu. La rama dorada de Frazer se ocupa de esto extensamente. La tal liebre se cree que es (o que mora en) la última gavilla que se siega.
Así, se ha concedido la liebre como atributo a la antigua diosa germánica Eostre (de donde el inglés Easter, "pascua"), diosa primaveral que representa el renacimiento de la naturaleza (Eostre tendría la misma raíz que aurora, siendo la primavera el amanecer del año) y a la que, aunque es cuestión que se discute, se ha identificado con Freyja, diosa del amor. 
Por eso también entre los griegos vemos a la liebre retozar entre las pezuñas de los caballos de Hades, que se lleva raptada a Perséfone (en quien se personifica la resurrección vernal).
 
Crátera griega, siglo IV antes de Cristo.

De ahí que en el mundo anglosajón el conejo forme parte importante de la iconografía popular pascual. En este mismo sentido se ha interpretado la presencia simbólica del  conejo en el cuadro de Tiziano La Virgen con el Niño y Santa Catalina.
Tiziano, La Virgen con el Niño y Santa Catalina. Muerte y resurrección se ven
simbolizadas en la manzana y racimo del cesto, a los pies de la Virgen.
Pero la liebre es también símbolo de la lascivia, especialmente por su posibilidad, muy comentada entre los naturalistas antiguos, de concebir estando preñada. Así, dice Apollinaire:
"Ne sois pas lascif et peureux
comme le lièvre et l'amoureux.
mais que toujours ton cerveau soit
la hase pleine qui conçoit".
Esto la ha convertido en uno de los animales favoritos de Afrodita y de su hijo Eros. Una liebre era entre los griegos un delicado obsequio de enamorados.
Es de notar que el único milagro mencionado en la Historia es precisamente el castigo de un intento de  atentado a la virginidad de las monjas, lo que entra en el ámbito de lo erótico, pero parece más propio de Artemisa que de Afrodita.
Francesco del Cossa. Alegoría del mes de abril o Triunfo de
Venus.
Adviértase la fálica y daliniana rocalla que sirve de
mirador a una pareja de conejos.
La liebre es uno de los animales favoritos de las brujas, en el que suelen transformarse para ir a robar leche o beberla directamente de las ubres de las vacas, según el folclore de muchas regiones de Europa. Marija Gimbutas señala que, como el erizo y otros bichejos, también se ha tomado como símbolo de la matriz. Lo que casa bien con su contradictoria valoración como crisol de refundición: algo tiene que deshacerse para que otra cosa nueva sea formada en su lugar. La gloria de la resurrección exige el trance de la muerte (nada deseado en general). 
No hay acuerdo sobre la fecha de la festividad de Santa Melangell: unos la celebran el 30 de mayo, otros el 27. También el 31 de Enero, lo que la sitúa entre santos anunciadores de la primavera, como Santa Brígida el 1º de Febrero y San Blas -la cigüeña verás- el 3.