sábado, 17 de octubre de 2015

El dragón estandarte

Entre las obras de Luciano de Samosata que tuvieron mayor difusión en la Edad Media y el Renacimiento se encuentra el breve tratado Cómo escribir historia. Por lo que en él se lee, las campañas victoriosas del Imperio Romano contra el Imperio Parto en los años 160 a 167 dieron pie a una rclosión de obras históricas, muchas de ellas en tono panegírico. Al entusiasmo patriótico el asunto añadía el interés del exotismo pintoresco que también había probado su éxito en los relatos de la vida de Alejandro, por ejemplo. 
Los escitas y otras gentes orientales vistas por
un inglés del siglo XIX. En la fila superior
puede verse un estandarte serpiente.
Me llama ahora la atención un pasaje del opúsculo de Luciano. En él se critica a cierto historiador que, sin haber salido de Corinto, hablaba de los lejanos escenarios de la guerra presumiendo de haberlos visto con sus propios ojos, precursor en esto de un Verne o un Salgari. Y así da testimonio del siguiente prodigio: que en Persia, allende la Iberia, vivían unos grandes dragones que los persas solían capturar para atarlos a largas astas, enarbolándolas a manera de estandartes, cuya visión sembraba el pánico en el enemigo.
No es privativo de los indoeuropeos (a los que pertenecían -concretamente a los iranios- partos y escitas), pero sí muy frecuente en ellos, el recurso militar al pánico que paraliza o pone en fuga al enemigo y que se provoca por medios mágicos. Es la magia femenina odínica del seidhr entre los escandinavos; la fuerza paralizante de la mirada de Medusa en el escudo de Atenea o la de la gran diosa hindú (ver Ojos de pez, vista de pájaro).
De hecho, dragón es nombre que se refiere a la mirada, a la mirada mortal. Está emparentado con el galo derco, 'ojo' y con el irlandés radharc, 'vista'.
A decir del historiador en cuestión, los persas soltaban a continuación sus dragones, que causaban un gran estrago en las tropas romanas, engullendo a los soldados o asfixiándolos y aplastándolos entre sus anillos. 
Es decir, dos maneras de matar asociadas con lo femenino, al menos en el mundo griego, especialmente la segunda: la mujer mata y se mata con los lazos, ahorcándose, que es una muerte sin efusión de sangre.
Según Luciano, todo esto de los dragones es pura invención y nacida del nombre de "dragón" que recibía entre los partos cierta unidad militar.
Mucha imaginación supone esto en el fantasioso historiador para habérselo inventado de cabo a rabo y la sensación que le da a uno es la de que ha reseñado una creencia de los iranios, partos o escitas, tomándola por hechos reales.
Existe una insistente conexión entre los escitas y las serpientes. El nombre de los sármatas o saurómatas, pueblo escítico, se relacionó con saurio, bien precisamente por estos estandartes serpiente, bien por las armaduras de escamas solapadas que gastaban.
Los dragones desempeñan un papel importante en las creencias de los escitas, como que son ellos mismos algo dragones al descender de una criatura medio mujer medio serpiente, una de esas melusinas. El cuento lo trae Herodoto y también alude a él Valerio Flaco en las Argonáuticas. Es el caso que Hércules, conduciendo los ganados de Gerión, acertó a pasar por el país que luego sería Escitia. Hacía un frío terrible. Hércules desunció a las yeguas de su carro y se envolvió para pasar la noche en su piel de león. Al despertar, vio que las yeguas habían desaparecido. Busca que te buscarás, llegó a una cueva donde vivía un extraño ser, mujer de cintura para arriba y serpiente de cintura para abajo.
-¿Qué, no habrás visto por aquí unas yeguas sueltas?
-Las tengo yo bien guardadas.
Mujer escita ordeñando una yegua. Delacroix, Ovidio entre
los escitas
(detalle).
-Pues dámelas, que son mías.
-Muy bien, pero con una condición, si te parece: que te acuestes conmigo.
-De acuerdo: me parece un trato muy razonable.
Hércules cumplió su parte, aunque la mujer reptil no le debía de resultar muy escitante, y pasó una larga temporada con ella aunque no pensaba más que en volver a casa. Al final, se lo dijo directamente.
-Yo encontré -dijo ella- tus yeguas y las guardé. Ese servicio tú me lo compensaste como habíamos acordado. Me has dado tres hijos: me considero pagada. Ahora dime: cuando haya criado a esos niños, ¿qué prefieres, que se queden aquí en Escitia o que te los mande?
-Vamos a hacer una cosa: voy a dejarte mi cinto, con una taza colgada como suelo llevarlo, y un arco. Cuando puedan ceñirse el cinto, que prueben a tensar el arco. El que lo consiga, que se quede. El que no, me da igual lo que sea de él.
De los tres hijos, solo uno -el pequeño- fue capaz de tensar el arco: Escites, primer rey de los escitas. A los otros dos la madre los desterró y no se supo más de ellos. Y desde aquellos tiempo, los escitas siempre llevaban una tacita colgada del cinturón o de la faja.
Hay en todo esto algo familiar. 
Bernard Sergent ha estudiado detenidamente los paralelos irlandeses de los trabajos de Hércules, encontrando grandes semejanzas entre ellos y el relato de La muerte de los hijos de Tuirenn. El trabajo de los bueyes de Gerión, por otra parte, no puede dejar de recordar al género de los robos de ganado que tanta importancia adquiere en la épica irlandesa.
Lucas Cranach, Hércules y los ganados de Gerión.
Pero otros parecidos creo encontrar con un famoso cuento de Cú Chulainn: el Tochmarc Emire. En él, para conseguir la mano de la bella Emer, el joven Cú Chulainn tiene que ir a aprender las artes bélicas con Scáthach (la Sombría), famosa guerrera, en cuya familia causa estragos. Primero cae presa de sus encantos la hija que, bien educada, pide permiso a su madre para dormir con el joven huésped. La madre se lo concede, cosa que la hija -Uathach (la Horrible o Majuelo) le paga revelando a Cú Chulainn cómo debía arreglárselas para obtener que Scáthach le sirviese a la vez de maestra y de amante. Tampoco requería mucha astucia: poniéndole una espada en el pecho. Por último, la tía, Aífe, a la que Cú vence en combate mediante el ardid, no más sutil, de estrujarle los pechos por sorpresa, y perdona la vida a condición de que le para un hijo.
Cú Chulainn marcha dejando encinta a Aífe y le da un anillo para que el niño lo lleve cuando crezca.
En ambos cuentos, el protagonista lo es también de un episodio de robo de ganados. Ambos transcurren en un misterioso y oscuro país al Norte. En el cuento escita tiene amores con una mujer que le da tres hijos; en el irlandés con tres mujeres, una de las cuales le da un hijo. Estos amores y sus frutos son resultado de un pacto o contrato. En el cuento irlandés el hijo es desterrado al crecer; en el escita, el hijo menor y favorito permanece, siendo desterrados sus hermanos. En la narración de Herodoto, Hércules enseña a la mujer cómo manejar un arma, en el cuento irlandés la mujer instruye en el manejo de las armas a Cú Chulainn.
Incluso puede verse que la trinidad de amantes de Cú Chulainn responde a la división trifuncional descubierta por Dumézil: Uathach representa a la juventud y la belleza, Scáthach es profetisa e Aoife, principalmente guerrera, es derrotada en combate.
Pero la cosa viene de bastante más atrás. En un libro ya clásico, How to Kill a Dragon, Calvert Watkins llama la atención sobre un mito hitita en el que el dios de la tormenta se ve vencido por el dios serpiente, Illuyanka, que le arrebata el corazón y los ojos. El dios de la tormenta tiene un hijo, al que casa con la hija del dios serpiente a fin de recobrar los órganos robados, lo que consigue. 
El dios de la tormenta luchando con la serpiente Illuyanka. relieve hitita.
(Foto de JoJan tomada de Wikimedia)
Restablecida su integridad, lucha de nuevo con el dios serpiente y lo vence y mata esta vez. Pero se ve obligado a dar muerte también a su propio hijo, que pertenecía ya a la familia serpiente y se había hecho culpable de varias transgresiones.
Watkins señala notables paralelos con otra narración épica medieval irlandesa relacionada también con ganados y con dragones: La saga de Fergus mac Léti.
De hecho, los estandartes serpiente dotados de vida propia también aparecen en la épica irlandesa; y como no es verosímil que se trate de una innovación venida de Oriente, con toda probabilidad están allí desde los tiempos más remotos.
La palabra irlandesa que los designa es onchú, compuesta de , 'perro' y otro elemento de dudoso significado. Con onchú  se refieren tanto al estandarte como a un monstruo acuático que, por lo que dicen los textos, más recuerda al dragón que al perro.
El relato Caithréim Ceallaigh (El desquite de Cellach), narra el combate del príncipe Cú Coingelt con uno de estos onchú, monstruo voraz y venenoso que vive en el fondo de un lago y que es capaz de engullir a nueve hombres de una sentada.
Calvert Watkins, al que mencionaba más arriba, señala que el combate subacuático con el dragón es uno de los elementos más antiguos y fundamentales del mito.
El investigador Dennis King, en una entrada de su interesante blog Nótaí imill (Notas al margen) identifica el onchú estandarte con las representaciones que aparecen en miniaturas medievales y relieves romanos antiguos, correspondientes al oriente del Imperio. 
Trofeo de los ejércitos romanos: armas y
estandartes tomados a los dacios. Cuatro
estandartes serpiente.
Se trataba de una manga cónica rematada en una feroz cabeza -de aspecto canino o lobuno por cierto- cuyas fauces mantenían abierto el estandarte de manera que al avanzar el viento, metiéndose en él, le daba volumen y consistencia.
La propiedad de cobrar vida o permanecer inerte al servicio de su vencedor y dueño también la tienen, como los estandartes escitas, los dragones irlandeses. En el relato Táin bó Froéch, el héroe Conall Cernach, perteneciente a la Rama Roja o conjunto de paladines del Ulster, persigue a los ladrones de los ganados de Froech y raptores de su mujer Findabair hasta un lejano país más allá de los Alpes, tierra lóbrega y helada (un viaje, por tanto, en la misma dirección y con un destino similar al de Hércules en el mito contado por Herodoto.
Cerca ya de su meta, Conall Cernach es atacado por un feroz dragón tan voraz que ya lleva devoradas varias naciones enteras. Pero el paladín del Ulster consigue enredárselo en el cinto, donde lo mantiene preso hasta que decide devolverle la libertad. El dragón entonces se marcha sin hacer caso de Conall que, por su parte, tampoco hace nada por apresarlo o darle muerte.
En todo esto se nota cierto aire de familia con el material escita. El cinto atrapadragones de Cernall nos recuerda al cinto de Hércules en el relato de Herodoto, un cinto del cual pende una taza misteriosa cuya función mal se nos alcanza, pero que era a decir del historiador un complemento característico del atuendo escita.
En ambas narraciones se trata de robos de ganado, en ambas está en juego una esposa. En la saga irlandesa se trata de Findabair, hija de los reyes Ailill y Medb de Connacht. Su conducta es puesta en tela de juicio una y otra vez y los compañeros de Froech, el esposo ultrajado, expresan repetidamente sus dudas de que Findabair sea una mujer de fiar. Ciertamente, su conducta anterior en Táin bó Froéch la muestra como mujer audaz y capaz de decisiones e iniciativas en lo amoroso; pero es la Táin bó Cuailge (cuya acción es posterior a la de Táin bó Froéch: se trata, como se dice hoy con horrendo palabro, de una precuela) donde se revela su carácter en toda su fuerza. Medb, su madre (Findabair tiene a quién salir), la usa como cebo para atraer a su causa a un guerrero tras otro y convencerlos de combatir contra el terrible Cú Chulainn, lo cual acabará por provocar una verdadera batalla entre pretendientes en el propio bando de Connacht.
Es curioso que el nombre de Findabair es el equivalente irlandés del de otra famosa reina, infiel a su marido: Ginebra, Gwennhwyfar en galés.
Tanto en Findabair como, más claramente aún, en Medb, se ven rasgos de una antigua diosa de la soberanía, que la confería a los reyes por matrimonio. Hay que advertir que en el libro de Herodoto es también su mujer melusina la que convierte a Hércules en raíz de la monarquía escita.
Un príncipe iranio mata a un dragón. El rey Bahram
Gur.
Irlanda parece haber conservado vestigios de un antiquísimo mito indoeuropeo donde aparece el combate con un dragón, la muerte del hijo del héroe causada por la transgresión de un tabú, el robo de ganados y un país frío y oscuro situado al Noreste. El dragón, tanto en Irlanda como en Escitia, puede cobrar vida a voluntad de quien lo vence y servir como estandarte animado capaz de intervenir en la batalla si se le da suelta.
De ser así, se trataría de un caso más de coincidencia entre dos puntos muy alejados y casi extremos del espacio indoeuropeo: el extremo occidente céltico y las estepas iranias.