sábado, 23 de marzo de 2013

El fin de la roca de oro

San Aed Mac Caorthainn, Macartano o Macartino en latín, es un santo al que su Vida nos presenta ya de viejo. Es un relato muy corto y parece que el principio se perdió; pero yo, independientemente de los azares de la transmisión, prefiero mirar el cuento, así como nos ha llegado, como una obra completa.
Lo recogen las Acta sanctorum  del 15 de Agosto y alguna otra noticia sobre el santo se puede espigar acá y allá en otras fuentes.
Los tratados genealógicos señalan que pertenecía a los Dál nAraide, pueblo que tenía a gala su origen picto y moraba en el centro del Ulster. El Martirologio de Donegal le atribuye una muy ilustre prosapia al hacerlo descendiente de Eochaic mac Muiredach, el mismo Eochaid Muigmedón con el que nos hemos tropezado repetidas veces, padre de Niall Noígiallach y de los reyes de Connacht. Por otra parte, el Santoral de Óengus afirma en una de sus notas que Macartino fue uno de los diecisiete hijos obispos de Darerca, la hermana de San Patricio. Añade que tuvo un abuelo de nombre Aithmet y que antes de llamarse Macartino se lo conocía por Fer Dá Crích, es decir, "el varón de los dos territorios". Efectivamente, los Dál nAraide ocupaban dos territorios distintos, pero me gusta creer que, tratándose de un santo, el nombre alude a la pertenencia a dos mundos: este nuestro y el superior y sagrado, el de Dios. 
El nombre primero era el de Aed, que se refiere al fuego y más concretamente a la llama sagrada (latín aedes).
Otro biógrafo de San Patricio, Tírechán, menciona a un Mac Cairtinn tío materno de Santa Brígida. Podría tratarse del mismo personaje, aunque el nombre de Macartino no era único: entre otros lo llevó un antiguo rey de Laiginn.
Según indica James F. Kenney, en este nombre no se alude a ninguna filiación: es un nombre precristiano que significa "Hijo del Serbal", que era un árbol mágico para los irlandeses precristianos. El héroe Cú Chulainn, por ejemplo, tenía prohibido comer nada cocinado en fuego de serbal (la transgresión de ese tabú lo llevó a la muerte). 
San Macartino es un santo importante: en Irlanda lo son todos aquellos cuya antigüedad se remonta a tiempos patricianos. El Martirologio de Donegal nos informa de que Macartino era el "hombre fuerte" (tréinfher) de San Patricio. Ese cargo incluía el honor de llevarlo a cuestas a la hora de atravesar vados o trechos peligrosos. Y es cierto que podía haber sirvientes que cargasen a los viajeros, como se lee del Perú en tiempos recientes en las novelas indigenistas, pero no dejará de sumarse a la literalidad de esa función una lectura simbólica: San Cristóbal llevando a hombros a Jesús, Eneas a Anquises (sacralizado por su unión con Venus), Atlas al mundo. El hombre espiritual soportando el peso de su relación con la realidad más sagrada, superior. Carga no siempre grata y aun odiosa a veces, como en el cuento de Simbad, en las Mil y una noches, obligado a servir de montura al anciano tiránico a quien aupó a sus hombros por caridad. 

Simbad con el viejo a las espaldas,
ilustración de Arthur Rakham.
Estaré mezclando asuntos que no tienen nada que ver. No importa: tienen que ver desde el momento en que se agolpan a la cabeza como las cerezas del cesto. Dice Gilbert Durand (y ya Freud) que entre la experiencias que más honda huella dejan en la persona y mayor ansia de elevación (en sentido espiritual) le confieren es la de verse elevado del suelo y como volando durante la primera infancia, en brazos de sus allegados y cabalgando sobre ellos. Tal vez ése sea el prototipo de todos los Pegasos e hipogrifos de la literatura. 
Cuenta, pues, la vida del santo, y también la de San Patricio por Jocelin que un día que había cruzado Macartino un vado al apóstol, al depositarlo en la arena de la orilla, dejó escapar un suspiro de esfuerzo.
-¿Qué es esto, Macartino? ¡Tantas veces me has llevado por terrenos escabrosos y resbaladizos, y nunca te había oído resollar como ahora! ¿Estás enfermo?
-La enfermedad son los años. ¿De qué te asombras? Ya no tengo las fuerzas que tenía. ¿No me ves todo el pelo blanco? Y no es que me queje, pero a otros servidores tuyos de mi quinta ya hace tiempo que los has jubilado concediéndoles terrenillos donde poner algún monasterio y ser útiles a Dios de manera más acorde a sus años. Yo en cambio estoy al pie del cañón y no me quejo, pero no aguantaré toda la vida ni aunque me empeñe. Necesito descanso.
-Yo te daré lo que pides, aunque echaré mucho de menos tu servicio. Te quiero cerca de mí, o sea de Armagh; pero no tanto que cuando yo llegue a faltar alguno de mis sucesores, envanecido por tener la sede más importante de Irlanda, quiera hacer y deshacer en la tuya, tentación que sería muy fuerte si te tiene al alcance de la mano. ¿Qué te parecería Clogher?
-Clogher está muy bien.
-Pues coge y vete a Argialla y a su corte, Clogher, y en la mismísima plaza, frente por frente del palacio real, levantarás tu monasterio y allí puedes pasar el resto de tu vida en oración y esperar la resurrección de la carne. Te nombro obispo de esa nueva diócesis. Y escucha mi profecía: el reino de Airgialla no tardará en hundirse, y sin embargo tu monasterio prosperará y prosperará y se convertirá en una antorcha para los irlandeses. Me despido de ti; no sé si nos volveremos a ver. De recuerdo te dejo estas reliquias: mi báculo, unos cabellos de la Virgen y una astilla de la Vera Cruz, amén de otras de los apóstoles y otros santos. Toma, mételos en esta arqueta que es obra divina y me ha sido entregada por manos angélicas mientras navegaba rumbo a Irlanda.
La arqueta, que hoy se conserva en el Museo Nacional de Irlanda (y en que la tradición ve la auténtica de San Macartino), data del siglo XIV. Se la conoce como Domhnach airgid (Iglesia de plata) En ella se ve, entre otras figuras, a San Patricio entregando la arqueta a Macartino y, a la derecha, Santa Brígida.


Los santos Patricio Macartino y Brígida en el Domhnach Airgid.
© National Museum of Ireland.
Ya que se trata de un milagro, tampoco me parece inconcebible que un santo pudiese regalar un objeto que se fabricaría nueve siglos mas tarde, especialmente si a él le había sido entregado por los ángeles.
Cuando llegó a Clogher, Macartino no fue bien acogido por Eochaid, que reinaba allí y que era pagano. Con razón, porque en su capital se encontraba uno de los santuarios más importantes del culto precristiano irlandés. Tanto, que era él el que le daba nombre a la ciudad: Cloch óir, "piedra de oro". 
Vallancey, curioso y un tanto extravagante anticuario del siglo XVIII, identifica en su Collectanea de rebus hibernicis el cloch óir con las piedras oraculares de los antiguos griegos y con los arim y tumim de la Biblia. No andaba tan desencaminado, puesto que Bernard Sergent ha demostrado la relación entre Lug y Apolo como dioses relacionados tanto con los oráculos como con el culto de grandes piedras. De hecho, el parecido del culto de Airgialla con el oráculo apolíneo no se les había pasado por alto a los eruditos irlandeses.
El Santoral de Óengus añade más precisión, y el autor de la nota correspondiente, que afirma haber visto la piedra con sus propios ojos, ya despojada de su oro, en la catedral de Clogher, la describe como redonda y baja. Indica incluso el nombre del demonio que hablaba en ella: Cemand Cestach, nombre ambiguo, derivado de ceist, "pregunta", y que puede significar Cemand el Solucionador o Cemand el Enredador. En todo caso, se trataba del ídolo de más rango en todo el Norte de Irlanda.
Para empezar, Eochaid, rey de Clogher, le negó a Macartino permiso para que su vaca pastase en los reales prados y mandó que fuese atada a una estaca. El pobre animal, hambriento, mugía lastimeramente.
-¡Buena la has hecho! -dijo al rey uno de sus druidas- has de saber lo que está escrito: que el dominio del obispo se extenderá hasta donde puedan ser oídos los mugidos de su vaca. ¡Y mira que muge fuerte la condenada!
-Con estos cristianos es mejor tratar por las buenas. Se las saben todas. Voy a mandar a mi hijo Coirpre a ver si lo convence de que ahueque el ala.
-Coirpre, pobre hijo mío -dijo al príncipe la reina madre-, ¡qué mala suerte has tenido en esta vida, que te haya tocado un padre tan gallina! te manda a ti por delante por si hubiera algún peligro, y es que lo hay. Toma esta preciosa manzana y llévasela al santo de regalo; no es nada, pero agradecerá el detalle.
Por el camino, el niño perdió la manzana. Se puso a buscarla y no aparecía por ninguna parte. Tanto tiempo transcurrió que le entró sueño y se quedó dormido en la hierba.
Quiso la mala suerte que justo por allí tenía que pasar una compañía de soldados. Pasaron los jinetes, pasaron los peones, y todos sin darse cuenta pisoteando al pobre niño que, sorprendido en su sueño, no tuvo tiempo mi de despertarse.
En la corte, al no haber noticia del principito, a la alarma habían sucedido los llantos porque, pasadas las horas, ya no se tenía esperanza de encontrarlo con vida.
A la mañana siguiente, Coirpre se presentó como si tal cosa a las puertas del palacio.
-¡He encontrado la manzana!
-¿Qué manzana?
-La del santo, la que se me había perdido...
El príncipe explicó lo que le había sucedido: que durante su sueño se le había aparecido un anciano diciéndole cómo se había quedado en medio del paso de los soldados, pero que con la protección de su manto no le sucedería nada malo. Ambos se cubrieron con él (que, por cierto, exhalaba un maravilloso aroma) y las tropas pasaban a su lado y a través de ellos como si fuesen sombras. Luego se había despedido el viejo y el príncipe se había vuelto a dormir hasta el amanecer. Tenía la manzana al lado a su despertar.
Aquel Coirpre se hizo cristiano andando el tiempo, heredó el trono de Clogher y se dice que fue bisabuelo de San Enda, el gran monje maestro de las islas Aran.
-Hay veces que te matas a buscar una cosa -dijo, asombrado aún, Coirpre- y no hay manera; sin embargo, la tienes delante... ¿verdad?
-Sí, hijo, sí. No me pilla esto de sorpresa -dijo el rey-. ¡Son las acostumbradas brujerías y diabluras de los cristianos, maldita sea su estampa!
-Prudencia -dijo el druida-: no emplees la violencia, que ya has visto el avisito que te ha mandado.
-Nada; en la plaza delante de palacio está prohibido encender fuego. Eso no es violencia, es aplicar la ley. Que apague la lumbre y si tiene frío que se vaya adonde dejen hacer hogueras.
Calentándose a la lumbre. Manuscrito del siglo IX.
Los guardias llegaron adonde estaba acampado el santo, con no muy buenos modos, como tenían por costumbre.
-¿Con qué permiso se ha encendido una fogarata en este prado? De momento, esa lumbre fuera; luego... ¿Eh? Pero ¿qué es esto?
-¡Mis manos! -exclamó otro guardia.
A todos los que habían ido en aquella misión se les habían quedado engurruminadas las manos y sin fuerza ni movimiento. 
-¡Quítanos este hechizo! ¡Nosotros somos unos mandados!
-Pero ¿qué pasa? ¿Aquí no se obedece o qué? -exclamó el rey que oportunamente apareció furioso blandiendo la espada.
Pero apenas la asestó al santo, se quedó mudo y tieso con ella en alto como la estatua de Daoiz.
La reina, que había corrido desesperada a ver si llegaba a tiempo de detener a su real esposo, se encontró con el cuadro espeluznante de los soldados sollozando con las manos engarabitadas, su marido fijo en actitud teatral revolviendo los ojos con furia, que era el único movimiento que le quedaba, y el santo calentándose tranquilamente al fuego.
La pobre mujer cayó de hinojos llorando ante el anciano: que si iba a pagar ella por el pronto de su marido, que qué futuro le esperaba de reina viuda con un principito pequeño y rodeada de cortesanos ambiciosos sin escrúpulos...
El santo se apiadó, la mandó por agua bendita e hisopándolos con ella los devolvió a su estado normal.
El rey, que había visto en sus propias carnes el poder del santo, se convirtió y le hizo grandes donaciones de tierras.
Probablemente, fue Macartino quien, al fundar la iglesia de Clogher, acabó para siempre con el oráculo de la piedra. El rey tenía dos hijos: Coirpre, que se hizo cristiano, y Bressal, que continuó apegado al paganismo y fue maldito por San Patricio. 
Éste se entrevistó con el rey Eochaid una vez:
-¿Para qué me has pedido audiencia?
-Para hablar de tu hija, la princesa Cinnia. ¿Qué has pensado para su futuro?
-No es difícil: un partido inmejorable para ella, es decir Cormac Cáech, hijo de Coirpre y nieto de Niall Noígiallach, para que se case con ella.
-Yo he hablado con ella y quiere un partido mejor, un esposo eterno que no se muera. Ése es Cristo. Yo la he bautizado y sólo necesitamos tu permiso.
-Yo no pienso soltar a mi hija, que es un tesoro, sin una buena dote, porque la vale. Lo que pido como precio de la chica es el Cielo, pero sin bautizarme porque eso no se ha hecho nunca aquí y no me da la gana. Que se bautice una niña, bueno; pero todo un rey, comprenderás que no es serio.
-Es muy difícil lo que me pides, pero te lo concedo.
Cinnia se hizo monja y de tan santa vida que subió a los altares.
Pasaron los años y a Eochaid le llegó su hora.
-¡Que no se os ocurra enterrarme sin que me vea primero San Patricio, que tenemos una cuenta pendiente!
El asunto le fue revelado al santo, que llegó a Clogher cuando ya llevaba Eochaid un día muerto.
-¿Qué pasa, Eochaid? ¡Levanta de entre los muertos, anda!
El rey se sentó en la cama como despertando de su sueño.
-Eres un tramposo. Me prometiste el Cielo sin bautizo y ahora resulta que de eso nada.
-Mentí por una buena causa. ¿Quieres que te bautice ahora?
-¡Cualquiera no se bautiza!
Y contó a todos los presentes las penas horribles de los condenados, que había presenciado.
-Mira -dijo San Patricio-: para compensarte de la mentirijilla piadosa te ofrezco un regalo: quince años de vida. Yo te bautizo ahora y dentro de quince años te vas al Cielo derecho.
-Ni hablar. Más vale pájaro en mano que ciento volando. Yo hinco el pico y me voy al Cielo ahora mismo, que igual que he visto los tormentos del Infierno, he visto las delicias del Paraíso y no las quiero perder. Mira, quince años son muchos años y puede pasar de todo; y hasta condenarme. 
-¿No te digo que no?
-También decías que me colabas sin bautizo, y ahora mira. Yo lo que te digo, y no te ofendas, es que los cristianos sois unos marrulleros y todavía me estoy acordando de la vaca de Macartino. ¡Qué tío!
Vaca, escultura gótica. Bretaña.
Aquella pobre vaca de Macartino había sido a menudo fuente de problemas.
Un día que el viejo obispo iba de viaje caminando con ella atada de una soguilla, se cansó y se detuvo a reposar un rato. No tardó en aparecer un paisano enfurecido.
-¡Eh, tú, el de la vaca! ¿Qué te crees, que este pasto sale así de jugoso y de rico de la tierra, que dan ganas de ser rumiante, nada más que porque sí?
-Pues claro.
-Pues estás muy confundido, que me cuesta abonarlo y trabajarlo como un esclavo... para que luego venga un zángano con su cara bonita y ¡a disfrutar de mi trabajo se ha dicho! Anda, quita esa vaca. A pastar a la cuneta.
-Hombre, pero ¿qué cantidad de hierba va a comer el pobre bicho en un rato?
-Nada, nada: una brizna que coma es mía y yo no regalo nada a vagabundos.
-¿Sabes lo que te digo? Que te quedes con tu hierba y que te aproveche. Pero oye una cosa: no sé de dónde vienen ni adónde van, pero están de camino hacia acá nueve hombres con unos cuchillos así de grandes y su destino es degollarte a ti. Que lo sepas. Y está escrito que todas tus tierras serán mías.
-¡Te me vas de mi prado echando leches, pajarraco de mal agüero!
Fue el caso que al cabo de nueve días apareció una partida de hombres armados y rebanaron el pescuezo al dueño del prado. Le cortaron la cabeza y la metieron en un zurrón, para trofeo. Pero al poco tiempo les debió de pesar, o juzgaron que era poca víctima para que mereciese la pena conservar la cabeza y la dejaron tirada al borde del camino. No se volvió a saber de ellos.
Nadie se apenó mucho, porque aquel paisano era un tipo atrabiliario que se había malquistado con todo el vecindario.
Cuando San Macartino apelaba a la caridad del prójimo, no lo hacía por necesidad, como demuestra el siguiente suceso: una vez le anunciaron la visita de unos monjes forasteros y se daba la circunstancia de que el monasterio de Clogher estaba sin recursos para acogerlos. El abad obispo se recogió en oración y no tardó en empezar a llover del cielo un diluvio de trigo que no escampó hasta el siguiente amanecer. Por si aquello fuera poco, en las proximidades del monasterio brotó milagrosamente una fuente de agua fresca y limpísima.
Hemos visto hace días que el beato Mariano Escoto, el escriba de Ratisbona, trabajaba por las noches a la luz de sus dedos llameantes como candelas. San Macartino, que era otro santo pensador y estudioso, disponía de un método más cómodo: un haz de luz, como un reflector no menos resplandeciente que el sol diurno, brotaba del cielo por la noche y enfocaba al lugar donde Macartino estuviese trabajando.
A pesar de sus muchos años, era un trabajador infatigable. A veces se le veía comenzar un sermón con el alba y no concluirlo hasta que apuntaba el nuevo día.
Curación de una endemoniada. Capitel románico.
A los lados del exorcista (sin cabeza),  una figura
 masculina y la endemoniada, convulsa.
No abundan en la breve vida de San Macartino las curaciones milagrosas. Se lee en ella, sin embargo, la historia de una mujer en cuyo cuerpo se metió un demonio a atormentarla. Su marido, que lo había intentado todo inútilmente para curarla, desesperado, se resolvió a encadenarla en un sótano donde no pudiese hacer daño a los demás ni a sí misma. Pasaron los años, el hombre conoció a otra mujer y decidió rehacer con ella su vida. La energúmena no se ponía buena, pero se había vuelto mansa y se la podía tener por la casa, aunque atada con una cadena larga para que no se fuese a escapar y cometer cualquier disparate. Estaba sumida en profunda melancolía. La vida le resultaba un suplicio.
Una noche, al irse a acostar, se vio rodeada por una luz de brillo casi insoportable. En el centro de aquel fulgor había un hombre resplandeciente como el hierro candente, que con una sonrisa se le metía en su alcoba.
-¿Quién eres tú, hombre ascua, y qué es lo que quieres de mí?
-Yo soy el obispo Macartino, que vengo a librarte de ese espíritu inmundo que te está atormentando hace tantos años.
-¿Qué tengo que hacer?
-Nada: dormirte. Mañana por la mañana, cuando amanezcas, al demonio lo habré echado y te sentirás como una rosa.
-Dios te oiga.
-Me oye, me oye.
La mujer se despertó fuerte y alegre, llena de salud y energía. El demonio había desaparecido y sus prisiones, desatadas, estaban abiertas por el suelo a un lado de la cama. Nunca volvió a recaer y las dos mujeres vivieron felices en adelante con su marido.
San Macartino se celebra en dos días diferentes: el 24 de Marzo y el 15 de Agosto.


  

sábado, 16 de marzo de 2013

Caldero, sangre y lanza (otra vez a vueltas con ellos)

Robert de Boron en el Roman du Saint Graal cuenta que cuando Pilatos quiso lavarse las manos en descargo de cualquier responsabilidad en la muerte de Cristo, un mozo judío le presentó el agua en el Graal de la Última Cena, y que cuando José de Arimatea fue a pedirle como favor el cuerpo del Crucificado, le regaló aquel sagrado recipiente -"escodilla", dice la versón castellana del libro de José de Arimatea-  de propina porque no quería conservar ni recuerdo ni prueba que lo relacionase con la inicua ejecución.
Y como al desclavar a Jesús de la cruz y lavarlo, sus heridas se abrieron y sangraban, en el mismo Graal recogió hasta la última gota de aquella sangre.
En las representaciones del Descendimiento y Entierro de Cristo, José de Arimatea, judío notable, miembro del Sanhedrín y amigo de Pilatos, suele aparecer con vestiduras más suntuosas que Nicodemo, y al cargar el cuerpo de Cristo, él es el que está del lado de la cabeza, mientras que Nicodemo coge las piernas.
Entierro de Cristo. San José de Arimatea a la cabecera y Nicodemo a los pies.
Plougastel-Daoulas, Bretaña.
Después, José fue encarcelado por los judíos bajo la acusación de haber robado el cuerpo de Cristo; en su prisión se perdió el Graal y Cristo se lo devolvió apareciéndosele en su celda. 
Síguese la historia del cáncer o lepra de Vespasiano en la antigua y fecunda tradición del ciclo de Pilatos, con su curación por el paño de la Verónica (Verrine en Boron), que por primera vez aparece en estos apócrifos. 
El emperador adora el paño de la Verónica. Grabado en madera del siglo
XV para La destrucció de Jerusalem. 
El ciclo es tan antiguo que parte de él debe de remontarse al siglo II, aunque la historia de la muerte de Pilatos y la destrucción de Jerusalén sean más tardíos. La narración, ya popular, adquirió aún más difusión al incorporarse a la Leyenda áurea de Jacobo de Voragine.
Tras la destrucción de Jerusalén, José de Arimatea funda con sus judíos cristianos, empezando por su hermana Enyseus y Bron (o Hebron), su cuñado, una colonia próspera al principio, pero que andando el tiempo cae en la miseria por culpa del pecado de lujuria. Para remedio, José prepara una mesa a imitación de la de la Última Cena, con el Graal en el centro. Bron debe coger un pez para servirlo a la mesa. Deberán sentarse a ella los que sientan en sí la gracia que se lo permite; los demás dispersarse por el mundo. Un asiento queda vacío en memoria de Judas, el traidor.
A Bron y Enyseus les nacen doce hijos; Alein es designado para ser cabeza de todos sus hermanos; Petrus, otro discípulo de José, es enviado a predicar a las tierras occidentales:
"En la terre vers occident
Ki est sauvage durement".
A Bron se le encomienda la custodia del Graal, con el título de Rico Pescador.
En el siglo XIV, Juan de Glastonbury dice que fue el apóstol San Felipe, cuando estaba predicando en Galia, quien envió a José a evangelizar Gran Bretaña. La tradición medieval, pero algo tardía, señala a Glastonbury como la primera sede y cabeza de puente de José y los suyos en tierras británicas.
En Francia la creencia más extendida era que José de Arimatea había acompañado en su travesía maravillosa del Mediterráneo a las Santas Marías, Lázaro, Santa Marcela, Santa Sara, San Celedonio (el ciego de nacimiento sanado por Cristo) y toda una serie de personajes evangélicos embarcados en una nave sin timón ni remos por orden del emperador romano. La nave tocó tierra cerca de Marsella. 
Lestoire del Saint Graal del Lancelot en prosa dice, en cambio, que José de Arimatea partió con los suyos llevando el Graal a la ciudad de Sarras, de donde proceden los sarracenos. Allí a su hijo Josefo le encomienda Dios la custodia del Graal entre visiones de ángeles portando objetos místicos; le entrega algunos de ellos y lo unge como obispo.
En Sarras reina Evalac el Desconocido, francés de Meaux  entregado de niño al emperador romano, que tras vencer a sus enemigos con la ayuda de Dios y los cristianos se convierte y bautiza con el nombre de Mordrain. Para eso primero tiene que renunciar a una imagen de madera que tenía, "la más bella que nunca se había visto, en forma de mujer, con la que el rey yacía carnalmente y la vestía lo más ricamente que podía".
Aventuras como ésta ocurrían en aquellos tiempos y tenían su grandeza mágica. Hoy se prestan a burlas como en la película de Berlanga y Azcona Tamaño natural
El alcaide de Colombe hizo pacto con Satanás para que le entregase a cambio de su alma a Flegentina (mujer de Mordrain), a la que amaba en secreto y con desesperación desde hacía años. A la hora de la verdad se entregó a sí mismo engañosamente revestido de la forma de la inocente Flegentina. Una versión más del motivo del Cambiazo de la Novia, que nos ha ido apareciendo repetidas veces en estas entradas (ver El cambiazo de la novia).
Nasciano, cuñado de Mordrain y antepasado en línea directa de Lanzarote del Lago y Galaad, es arrebatado a Occidente, a la Isla Giratoria, y su mujer Flegentina (hermana de la de Mordrain, Sarracinta) sale en su busca. En el océano, a bordo de un barco construido por el rey Salomón con madera del árbol del paraíso, Nasciano se reúne tras mil peripecias con su hijo Celedonio y su cuñado.
Tan unidos estaban Nasciano, Flegentina y Sarracinta que, ya muy ancianos, morirían el mismo día.
José de Arimatea, su hijo Josefo, Bron y toda su familia cruzan el mar a pie enjuto; José valiéndose de una camisa de su hijo, que se va ensanchando a medida que van embarcando en ella pasajeros y les sirve de navío como la hoja de Santa Hía (ver la entrada San Fingar y setecientos setenta mártires).
Así llegan a la Gran Bretaña, donde tiempo después se les reúne Nasciano, luego Mordrain y Flegentina. 
A la vejez José de Arimatea y su mujer tienen otro hijo al que ponen Galaad. 
Mordrain quedará cegado y tullido por haber desobedecido a Dios en su afán de acercarse al Graal más de la cuenta. Se retira del mundo a una abadía en la que permanecerá hasta la llegada de Perceval y del segundo Galaad (triunfador de la Demanda).
Galaad, Bors, Perceval y el Graal. Dante Gabriel Rosetti.
Estos efectos de la fuerza sagrada o "mana" del Graal ya se habían producido en Tierra Santa según el libro de Boron y se repetirán en el lanzazo recibido en una visión (pero con consecuencias reales) por el rey Alphasem. Tienen su precedente bíblico en el poder mortal del Arca de la Alianza.
Alano, uno de los doce hijos de Bron, es nombrado Rico Pescador y Rey del Graal (títulos que heredarán sus sucesores hasta los tiempor de la Tabla Redonda). Del linaje de los Reyes Pescadores nacerá Elena, madre del segundo Galaad, el que culminará la Demanda, hijo de Lanzarote del Lago.
Pedro, otro de los compañeros de José de Arimatea, que repartió entre el pueblo de José de Arimatea la carne inagotable de un pescado milagroso, casará con una hija del rey de Orcania y será cabeza del linaje de Lot, el cual con la hermana de Arturo, Morgausa, tendrá a Don Galván (ver la entrada San Ke, sobrino de Arturo). De manera que éste desciende en línea directa de José de Arimatea.
Lo mismo que Yván hijo de Urien, que desciende en línea directa del rey Galaad, hijo menor y heredero de José de Arimatea.
Y Lanzarote desciende de Celedonio, hijo de Nasciano. La Historia del Santo Graal del Lanzarote en prosa se cierra con un hecho prodigioso acaecido al rey Lanzarote, abuelo del famoso Lanzarote. Lanzarote (el rey) amaba casta y limpiamente a la mujer de su primo. Éste, importándole poco la limpieza y castidad de tales amores, presa de los celos lo descabezó cuando se agachaba a beber a una fuente. La cabeza cayó al agua, que de fresca se volvió hirviente y escaldó las manos del asesino, que se había aventurado a sacar la cabeza del manantial.
Traigo este milagro a cuento de varias cosas: el valor sagrado de la cabeza cortada en primer lugar; pero sobre todo la ordalía de la fuente, semejante al episodio de la vida de San Gangulfo en que la mujer de éste, adúltera, mete las manos en una fuente de la que, por ser culpable, las saca despellejadas. Este prodigio remite, ya lo hemos visto, a la mitología irlandesa de Nechtan y Bóand, y a la leyenda etiológica del nacimiento del río Boyne (ver la entrada Antigüedad de Dahut).
Aquellos comienzos legendarios de la cristiandad británica no se producen sin guerras ni lances caballerescos. Los ermitaños, semejantes a monjes guerreros de una orden militar, emprenden una verdadera cruzada: de hecho, los nativos de Gran Bretaña son sarracenos. En la épica francesa, como se sabe, los paganos y los sarracenos no se distinguen.
Alfred Nutt, en un libro ya antiguo pero aún valioso (Studies on the legend of the Holy Grail, with special reference to the hypothesis of its Celtic origin), señaló que en toda esta leyenda del Graal se han fundido dos ciclos narrativos diferentes: el de la antigua historia del Graal y su custodia por José de Arimatea y el de la Demanda emprendida por Perceval. La fusión, que aún no se da en el Perceval de Chrétien de Troyes, ya está en la obra de Boron, así que debió de producirse a finales del siglo XIII en el Norte de Francia (que es donde Boron vivió y escribió). La imbricación de ambos ciclos se ve facilitada porque en uno y otro se encuentran símbolos parecidos que están amplísimamente difundidos por distintas culturas. Y no se hace de una sola vez: Nutt observa que en las versiones más antiguas la evangelización de Britania y la custodia del Graal se encomiendan a Bron; la presencia de José de Arimatea en tierras britanas es una innovación.
Probablemente la aceptación entusiasta de esta innovación entre los ingleses responde (al menos en parte) a designios ideológicos y políticos. Los reinos hispánicos contaban con Santiago; Pedro y Pablo santificaban a Italia, Francia tenía su convoy de desterrados evangélicos con San Lázaro y sus hermanas a la cabeza... Inglaterra y su iglesia necesitaban una piedra angular de prestigio evangélico en que fundar su legitimidad sacra.
Aunque el nombre de Bron adoptase a veces el maquillaje bíblico de "Hebrón", Nutt señala su parecido con Bran, que es como se llama una figura importante (o varias) de la mitología celta. El Bran irlandés es un navegante, como Bron, que viaja por distintas tierras fantásticas, se encuentra con Manannán mac Lir, el dios marino y vive un largo tiempo en la Tierra de las Mujeres (que no deja de recordar a la aventura del Castillo de las Mujeres donde para Galván en la Demanda). El Bran galés, Bendigeit Vran, Bran el Bendito, es según un antiguo texto hijo de Llyr (que es el Ler irlandés, padre de Manannán) y evangelizador de Britania (lo mismo que el Bron de Boron). También, por cierto, hermano de Branwen, heroína tocaya de la criada algo torpe de Isolda que confunde los filtros de su ama, la Brangäne de la ópera de Wagner.
Bendigeit Vran  es un gigante que, como Orión, cruza los mares a pie. Al final, muere herido por una lanza envenenada; es decapitado según su propio consejo y su cabeza permanece mucho tiempo viva dando apoyo a su pueblo y asesorándolo. 
También era dueño de un caldero de regeneración al que eran arrojados los guerreros malheridos o muertos y que, hervidos en su vientre, los devolvía sanos y salvos.
Es obvia la presencia de los dos elementos fundamentales de la demanda: la lanza y el recipiente vivífico (ver El santo de los calderos). La lanza que dejó medio muerto o muerto en vida al rey del Castillo del Graal y el Graal de cuya visión se mantiene y sustenta.
El caldero inagotable es imagen del vientre generador, de la tierra fructífera, de la ubre que amamanta. No en vano en la mitología griega Perséfone porta el cuerno de la abundancia y tiene por planta emblemática a la sangrienta granada, cuyo seno encierra un apretado enjambre de innumerables criaturas.
La fuerza de la tierra aúna dos temas diferentes: el de la abundancia y el de la regeneración.
Una tríada irlandesa del siglo IX dice: "Trí aithgine in domuin: brú mná, uth bó, ness gobann" (Tres renacimientos del mundo: vientre de mujer, ubre de vaca, molde de herrero). Lo del vientre y el molde (donde el metal fundido adquiere nueva forma, vida nueva) se entiende más, pero ¿la ubre? La ubre alimenta, pero regenerar...
Stercx, a cuyos estudios me he referido varias veces, explica esta dificultad: en la leche reside (según los antiguos celtas) la energía vital que la mujer transmite mediante la lactancia, de manera que como la tierra, a la vez nutre y regenera. 
Fuerza regeneradora de la primavera y del pecho femenino.
Benno Elkan, Proserpina.
Y como la sangre de que supuestamente se sustenta el feto en el vientre materno. Al fin y al cabo, en la leche la fisiología intuitiva de muchos pueblos no ve otra cosa sino sangre purificada por una más larga y mejor cocción (como en el esperma, por cierto: pero, como advierte Sterkx, los celtas intuían una estrecha relación entre la base de la cabeza y los testículos, probablemente unidos una y otros por el conducto de la médula espinal, en la generación y transmisión de la energía vital).
Y así resulta que el Castillo del Graal o del Rey Pescador, o el de las Mujeres visitado por Galván, son todos moradas del Más allá, del mundo de los muertos. A veces, señala Nutt, habitado por doncellas-cisne (que, como diría Gimbutas, son figura de la diosa-pájaro, símbolo de la eterna renovación del cosmos, del ciclo de muerte y resurrección ya que los cisnes se van cada año para regresar infaliblemente al año siguiente...)
Los muertos son los mudos, por eso su encantamiento se rompe hablando, que es precisamente lo que no hace Perceval y por eso pierde su oportunidad. 
Este motivo del silencio inoportuno, causa de que un encantamiento no se deshaga, no es desconocido en el folclore bretón. 
Un motivo extraño es el del pescado, que se repite una y otra vez en este ciclo simbólico de la Demanda. Uno intuye que el episodio evangélico de la multiplicación de los panes y los peces, aun a pesar de sus interpretaciones eucarísticas, el símil del evangelizador como pescador de almas o el pez como símbolo de Cristo no bastan para explicar todo lo que representa esta constelación de imágenes en la leyenda del Graal, especialmente con la figura del Rey Pescador.
Nutt pone en relación a este personaje clave con el druida de la leyenda de la infancia de Fionn mac Cumhail, que se pasó la vida en la inútil "demanda" del Salmón de la Sabiduría (cuando al fin lo pescó, fue para Fionn). De hecho, no faltan faltan paralelos -que Nutt señala- entre las vidas de Perceval y Fionn mac Cumhail, especialmente en sus mocedades.
Por otra parte, la doncella con su graal ante la mesa del rey es estampa evocadora de otra figura bíblica: Salomé con su bandeja preparada para recibir la cabeza cortada del Bautista. 
Con su intuición poética, Valle Inclán las pone en relación en un poema titulado La rosa pánida. La "rosa pánida" es la voz de la energía erótica del cosmos, en que se unen el aspecto más espiritual y elevado y el más instintivo y carnal:
"¡Flor de Herodías
y del Grial!"
Degollación de San Juan, Maestro de Cubells. Salomé con la bandeja
preparada.Según la tradición, el verdugo fue un irlandés, Mog Roith.
Karl Simrock, el erudito poeta alemán del siglo XIX, muy reacio por cierto a reconocer elementos célticos en la leyenda del Graal, señalaba la relación entre ambas narraciones. 
Nutt, en cambio, recogiendo este parecido, llamaba la atención sobre la cabeza cortada de Bran. 
La función nutricia y regenerativa de la sangre vertida por San Juan (como precursor de la Pasión) se ve reforzada por el hecho de que Herodías era el nombre que recibía a veces entre los germanos la conductora de la montería nocturna, la misma Venus de Tannhäuser, otras veces conocida como Abundia, lo que vuelve a remitir a Perséfone y su cuerno de Abundancia. Al fin y al cabo Perséfone es mujer de Plutón, el más rico de los dioses.
Perséfone es otra vez el caracter cíclicamente renacido de la naturaleza, el triunfo anual de la primavera...
Por supuesto, nada más fácil para Boron que reinterpretar todos estos símbolos dentro del plan divino de redención de la humanidad.
José de Arimatea es recordado sobre todo como una figura fúnebre, presente en el descendimiento y entierro de Cristo. Como guardián del Graal o de la sangre derramada en la Cruz se convierte en fuente de vida y renovación cósmica.
Su festividad se celebra el 17 de marzo.

domingo, 10 de marzo de 2013

Bajo el rey Constantino (nuevas divagaciones sobre el penitente voraz)

1. La dama Gwendolaine, ardiendo en pasión por el caballero Sampeur, escapa de las ofensas de su brutal marido Sir Torm. Sampeur, tan enamorado de ella como virtuoso, en un desgarrador sacrificio la convence de regresar al domicilio conyugal, a pesar de sus conmovedoras súplicas. Irrumpe el marido ultrajado y mata a Sampeur, que, moribundo, tiene tiempo sin embargo antes de expirar de reiterar sus edificantes consejos a Gwendolaine. Ésta pide y obtiene el perdón de Sir Torm. El matrimonio, reconstruido, dura felizmente largos años.
John William Waterhouse, Lamia y el soldado.
2. El caballero Kathanal, para huir de su amor apasionado de Leorre, mujer de Sir Reginault, emprende la Demanda del Santo Graal. Orgullosa de él, Leorre le confiesa en el momento de la partida que ella también lo ama. Tras una vida de oración y combates, Kathanal alcanza la mística visión del Graal. Muy lejos, en su castillo, esto le es revelado a Leorre, que se ve henchida de una paz y una alegría sobrenaturales.  
3. El joven escudero Christalan, huérfano del caballero Noel (muerto en plena juventud) es enviado a la corte real para dar cima a su ardiente vocación caballeresca. Por desgracia, la víspera de velar las armas les es devuelto a su madre (Agathar) y hermana (Greane) en lamentable estado. En un combate, por tomar la defensa de un caballero bellacamente atacado, ha resultado malherido e impedido de por vida para llevar las armas. Un día, distrayendo su pesar como solía por las soledades del bosque, sorprende la conversación de unos malandrines que pretenden dar muerte al rey a traición. Es descubierto, pero al tomarlo por un ángel o espíritu, los conjurados huyen despavoridos. Sacando fuerzas de flaqueza, Christalan corre a prevenir al rey en un supremo esfuerzo que le cuesta la vida. Cae exhausto a los reales pies, pero expira con la satisfacción (para él y su familia) de verse armado caballero in articulo mortis.
He aquí los argumentos de los tres poemas narrativos Sampeur, Kathanal y Christalan que  forman el libro Under King Constantine, de Katrina Trask.
No deja de ser curiosa la función del amor y de la mujer en cada uno de ellos. En el primero, en el camino de perfección caballeresca, es tentación y obstáculo que debe salvarse mediante el sacrificio y a costa de la vida.
En el segundo, donde vuelve a ensalzarse la abnegación y la renuncia, la mujer es por el contrario el acicate que espolea al héroe por el camino de la demanda y caballería a lo divino. 
William Dyce, La partida de los caballeros en demanda
del Santo Grial
(detalle).
En el tercero, la mujer (desdoblada aquí en madre y hermana), totalmente sublimada, se aleja por completo de lo erótico. La madre, semejante a la de Perceval en la leyenda artúrica, vive para honrar la memoria del marido muerto y en el perpetuo temor (y orgullosa certeza) de que su destino se repita en el hijo, mientras que la hermana, varón frustrado, se resigna a que su condición femenina le vede vivir plenamente los ideales caballerescos. Una y otra están para sostener, cuidar y alentar al varón de la familia, abrumado por el infortunio y convertido en una especie de Rey Pescador adolescente (anulado por tanto como caballero y hombre hasta que, una vez más, el sacrificio de la vida le devuelve su plenitud).
De manera que para ser buen caballero no hay más remedio que renunciar al amor y estirar la pata, ya sea literalment, ya de modo figurado muriendo para el siglo y consagrándose a la Gran Obra que es la Demanda. No sin razón dice el estudioso Alan Lupack que los poemas están pidiendo a gritos una interpretación psicoanalítica. 
Fue éste el primer libro de su autora, aunque no el primero en ser publicado. Katrina Trask, de soltera Nichols, fue una muchacha de familia adinerada. Su primer marido, un importante banquero e industrial en distintos campos, desde la prensa a la electricidad, siempre la apoyó en su actividad literaria y filantrópica. También el segundo, con el que casó años después de que el primero muriese en un accidente ferroviario.
El segundo marido había sido socio y amigo del anterior. Todos pertenecían al mismo medio de industriales ilustrados y progresistas estadounidenses.
Yo no sé si hoy día tendrán muchos lectores las narraciones caballerescas de Trask. 
Su dependencia de las poesías de tema artúrico de Tennyson está clara, especialmente en la discusión mantenida en el último poema por Christalan y su hermana Greane acerca del personaje de Elaine, la dama de Shalott, a la que Christalan defiende frente a su hermana. Greane censura la audacia de Elaine al confesar su amor a Lanzarote. El amor, arguye Christalan, es a las mujeres lo que la gloria a los varones: valor digno de dar por él la vida.
La trágica historia de la dama de Shalott aparece ya en el Novellino y en La mort le roi Artus en el siglo XIII, aunque hasta Le Morte d'Arthur de Thomas Malory en el XV no recibe la desesperada doncella el nombre de Elaine.
Fue éste uno de los episodios de la leyenda artúrica favoritos de los artistas y poetas de la época victoriana. Por un lado muestra y ensalza una devoción amorosa mantenida con firmeza fatal hasta la tumba; por otra parte defiende unos valores morales tradicionales, a pesar de la desenvoltura de Elaine: al fin y al cabo son los amores adúlteros de Lanzarote los que le impiden fijarse en la muchacha que con tanta abnegación  le hizo de enfermera. Un episodio tópico, por cierto, el de la enfermera enamorada, que encontramos desde la leyenda de Tristán hasta la novela histórica de nuestro Romanticismo (en Los hidalgos de Monforte, de Benito Vicetto, por ejemplo). Además, la leyenda de Elaine es rica en símbolos: es el principal el barco que Elaine convierte en ataúd y en el que se deja arrastrar aguas abajo hasta Camelot y hasta la muerte. El barco, como ya se ha señalado en repetidas ocasiones, es trasunto evidente del seno de la madre (como lo son el cesto de Moisés, el cofre de Dánae). 
Elaine es, en el poema de Tennyson, tejedora por excelencia: 
..."There she weaves by night an day
a magic web with colours gay"
(ya he hablado también repetidamente de la tejedora), pero aquí se produce un barroco juego de reflejos: la doncella, encerrada en su torre como una nueva Dánae, no ve el mundo más que a través de un espejo, en forma de sombras: "per speculum in aenigmate", como dice San Pablo en 1 Corintios, 13, sombras que traslada a su tapiz, haciendo de él un espejo del espejo. De modo que la tejedora (figura del destino) es presa entre las mallas de otro hado tejido por poderes que la superan; y cuando en un relámpago de glorioso sobresalto y terror descubre a la vez el mundo y a Lanzarote, comprende su destino: "The curse is come upon me!" "¡Me ha alcanzado la maldición!"
Enredada en su propia tela. Elaine mirando
a Lanzarote
. John William Waterhouse.
Yo no sé, digo, si habrá mucha gente hoy que lea estas leyendas de Katrina Trask, que en lo convencional, almibarado y profuso de sentimientos elevadísimos supera con creces a su modelo (lo cual no deja de tener su encanto). 
Como ya dice el título del libro, las andanzas de sus refinados y exquisitos caballeros y damas transcurren bajo el reinado de Constantino, sucesor del rey Arturo que, aunque no se le iguala (¡hasta ahí podíamos llegar!),
..."deserved his right to wear
The crown he wore; for he is brave and strong,
Mighty in battle, bountiful in peace"...

..."se ganó el derecho a llevar la corona
que aquél llevó, pues es valiente y fuerte,
poderoso en la guerra, dadivoso en la paz"... 
y aseguró tiempos de sosiego y prosperidad a su reino.
Lo cierto es que este rey Constantino no siempre tuvo tan buena prensa.
Gildas, que lo menciona como contemporáneo suyo en De excidio et conquestu Britanniae, escrito a mediados del siglo VI, lo cita entre los tiranos que asolaban Britania. Después de saludarlo con el apelativo de "cachorro tiránico de la leona inmunda de Dumnonia"(la Dumnonia abarcaba la Britania del Suroeste, Devon y Cornualles), cuenta de él que disfrazado de fraile asesinó a lanza y espada a dos niños príncipes, refugiados en el regazo de su madre y acogidos al asilo de la Iglesia, a pesar de haberles jurado inmunidad. La sangre de las víctimas mancilló los altares del santo sacrificio. Se veía venir tanta maldad en un vicioso que había repudiado a su mujer para entregarse a placeres perversos y bestiales, al que Gildas compara con Gomorritas y Sodomitas.
Monmouth, ya en el siglo XII, explica los hechos con más detalle, aunque no sin cierta confusión. Según él, hubo tres reyes Constantinos en Britania.
Contantino I es el gran emperador Constantino, hijo de Santa Elena. 
Constantino II, hermano del rey de Bretaña, fue padre de tres hijos: Constante, Ambrosio Aurelio y Uterpendragón (futuro padre de Arturo). Murió apuñalado a traición por un picto. Esto planteaba un problema sucesorio, puesto que los dos hijos menores eran pequeños y el primogénito era monje. Con todo, el monje se coronó, alentado por el ambicioso Vortigerno ("Superseñor" en britano) que hizo de él su títere y finalmente se las arregló para que le dieran muerte unos mercenarios pictos y así, no contento con el gobierno real, adquirir también el cetro.
Vortigerno es el monarca tristemente célebre por haber llamado a los anglos y sajones a Britania, según la leyenda.
Los otros hijos de Constantino II se refugiaron en Bretaña junto al rey Budic (ver Teilo el peregrino y San Fingar) y regresaron andando el tiempo para vengarse de Vortigerno, al que abrasaron dentro de uno de sus castillos.
Baring-Gould identifica a Constantino II de Britania con la figura histórica de Constantino III, que fue emperador romano desde 407 hasta 411 y también tuvo un hijo llamado Constante. en las crónicas galesas se llama al padre Cystennin Fendigaid (Constantino Bendito) y al hijo Cystennin Fychan o Cystennin Llydaw (Constantino el Chico o Constantino de Bretaña).
Constantino III (de Britania, no el emperador romano al que acabo de referirme), hijo de Cador de Cornualles, fue el sucesor designado por Arturo. Según Monmouth subió al trono en 542, lo que cuadra con las fechas de Gildas.
El enemigo de Arturo, Mordred, había muerto en la guerra contra el rey. Recordemos que según Monmouth Mordred era hermano de Galván (hijos ambos de Lot y Anna, la hermana de Arturo). Pero Monmouth es confuso respecto de la escurridiza Anna. En otro lugar la hace mujer no de Lot, sino de Budic de Bretaña. Y afirma también que era hermana de Uterpendragón y de Ambrosio Aurelio. Por tanto, hija de Constantino II y no hermana sino tía de Arturo.
Este carácter borroso da que pensar si no se oculta detrás del personaje una de esas antiguas deidades de la soberanía, identificadas con su territorio, tan frecuentes en la leyenda irlandesa y galesa. Especialmente cuando pensamos en la diosa irlandesa Anu, difícilmente distinguible de Danu, a quien deben su nombre los Tuatha dé Danann.
El rey lo es porque se desposa con la soberanía: por eso no es de extrañar lo que Monmouth indica, que Mordred, además de disputarle el reino a Arturo, le arrebató a Ginebra, con quien vivía abiertamente en adulterio.
En crónicas y novelas posteriores, Mordred es hijo de Morgausa (que así se llama en éstas la mujer de Lot) y de Arturo. Hijo incestuoso puesto que Morgausa es hermana de madre de Arturo (hija de Yguerna o Ygraine y Gorlois).
De todas maneras, también Constantino III estaba estrechamente emparentado con Arturo, puesto que su padre Cador era hijo de Gorlois e Ygraine, hermano pues de Morgausa.
Muerto Mordred, sus hijos continuaron la guerra aliados con los sajones. Constantino II los persiguió y les dio muerte en sendas iglesias donde estaban refugiados. Éstos son los príncipes a que se refiere Gildas, sin duda.
Algunos antiguos cronistas, escoceses sobre todo (Hector Boece, George Buchanan), sostienen que siendo Anna hermana de Arturo, su hijo Mordred tenía efectivamente derecho a la sucesión (y tras él sus hijos), y no Constantino III. Los escoceses, porque Lot, marido de Anna, es el rey epónimo del Lothian, la región de Edimburgo.
Buchanan, incluso, recurre a un barroco expediente para explicar la confusión de Annas: había una, hermana de Uterpendragón y madre de Mordred, y otra del mismo nombre, hija bastarda de Uterpendragón, habida en una concubina.
La venganza divina por el sacrilegio alcanzaría a Constantino años más tarde; Monmouth no dice cómo.
Según distintas fuentes galesas e irlandesas, el arrepentimiento y conversión del rey Constantino ocurrieron por los años 587 a 589. La Vida de San Petroc, recogida en las Acta sanctorum el 4 de junio, narra cómo estando un día San Petroc en oración, fue interrumpido por los monteros de un hombre rico que venían en persecución de un ciervo. 


Caza del ciervo. Fresco románico.
El hombre rico se llamaba Constantino, pero no se dice que fuese rey. Como el ciervo buscó la protección de Petroc, los cazadores no se atrevieron a hacerle daño y refirieron todo el suceso a su amo, que, furioso, se precipitó espada en mano contra Petroc. Una brusca parálisis frenó en seco su ataque y Constantino quedó sin movimiento hasta que se lo devolvieron las oraciones del santo. Ésta fue la ocasión de la conversión.
El Breviario de Aberdeen, ya del siglo XVI (puede leerse en línea), da un motivo menos milagroso, pero no menos romántico: Constantino, hijo del rey Paterno de Cornubia, estaba casado con la hija del rey de la pequeña Bretaña, o sea Bretaña armoricana. Al morir ésta, Constantino sufrió una honda crisis espiritual que lo llevó a abandonar su reino y marchar a Irlanda, donde se hizo monje.
La mayoría de los textos, sin embargo, afirma que antes de cruzar a Irlanda pasó una temporada en el monasterio de San David de Gales. 
En Irlanda, el lugar que eligió para quedarse fue Rathin, el monasterio fundado por San Mochuda: "Constantin rí Rathin", lo menciona el Santoral de Óengus (San Constantino rey, de Rathin). Por su modestia, se quedó en el convento como hermano lego.
En el Breviario de Aberdeen se lee que a Constantino le dieron en Rathin la pesada tarea de moler el grano, labor penosa que llevaba con paciencia. Pero en una ocasión, un monje que se había quedado a solas con él sin que él se diese cuenta le oyó exclamar:
-¡Ah! ¿Y yo soy Constantino, el gran Constantino, el poderoso rey de Cornubia? ¿Yo, que ahora llevo la tonsura, soy el que tantas veces he llevado el yelmo en la batalla y yo que visto estos hábitos soy el que tantas veces he revestido los arneses guerreros? No, no puede ser: yo no soy aquél.
El monje escondido no perdió un minuto en revelar lo que había escuchado y a Constantino se le hicieron los honores que merecía su rango: se le ordenó sacerdote y se le envió a predicar a los paganos.
El  Santoral de Óengus añade algún detalle curioso. Dice, por ejemplo, que tenía un apetito tan voraz que se comía la ración de cien y se le daban, además, los restos de todo el convento. San Mochuda le hizo la señal de la cruz sobre la boca y se le curó aquella bulimia.
En realidad, este rasgo nos recuerda a algunos seres mitológicos de prodigiosas tragaderas, como Thórr, Gargantua o, en Irlanda, el mismo Dagda. Personajes que casi en los tiempos actuales, sin su carga sagrada, sobreviven en héroes de la cultura popular como Obélix o los Taurus y Goliath de los tebeos españoles.
Gustave Doré, La infancia de Pantagruel.
De todo esto ya he hablado en una entrada dedicada a San Constantino (ver El penitente voraz; pero ver también El santo de los calderos).
El Santoral de Óengus y otros santorales irlandeses están bastante confundidos con este santo, al que unas veces hacen hijo del rey Fergus, de los pictos, discípulo de San Columba en Iona, amigo de san Mungo o Kentigerno de Glasgow...
Parece que se han mezclado en uno sólo distintos personajes del mismo nombre (Constantino era bastante frecuente) o que se le han atribuido rasgos tomados de figuras legendarias.
Por ejemplo, ya hemos mencionado la bulimia y el caldero gigante (ver El penitente voraz). Pero un detalle curioso es que de San Constantino se cuenta que murió desangrado al haberle cortado un brazo los piratas (vikingos según algunas versiones). Ahora bien, si pensamos en la mitología irlandesa no puede dejar de venírsenos a la cabeza el rey Nuadu de los Tuatha dé Danann, que perdió el trono al haberle cortado un brazo los Fomoré, criaturas maléficas y monstruosas que venían de allende los mares... Como es sabido, Nuadu tuvo más suerte que Constantino, porque el protésico de los Tuatha dé Danann le implantó momentáneamente un brazo de plata que funcionaba como uno de verdad y más tarde se le regeneró uno de carne y hueso.
En consonancia con este prestigio mitológico, del rey Constantino, sucesor de Arturo, se dice que está enterrado en Stonehenge, el monumento construido por el mismísimo Merlín.
Constantino, como sucesor de Arturo, ha aparecido repetidamente como personaje en numerosas producciones literarias desde el Romanticismo y sigue apareciendo hoy día. A través de la guía Guide to arthurian Literature and Legend de Alan Lupack se le puede ir siguiendo la pista a través de la literatura contemporánea y especialmente en la novela popular. Katrina Trask, que me servía para comenzar esta entrada, es un ejemplo entre muchos, que abarcan desde la poesía más o menos lírica o filosófica a la novela para público juvenil o la fantasía heroica de espada y brujería.
La fiesta de San Constantino varía según los calendarios; el Santoral de Óengus la sitúa el 11 de Marzo.

sábado, 2 de marzo de 2013

Una viajera bizantina

De los dos grandes generales del emperador Justiniano fue uno Narsés, a quien se debió en gran parte la recuperación de Italia para el Imperio.
Cuando este personaje aparece mencionado por primera vez, en el año 530 (se refiere a él Procopio en la Historia de las guerras), ya ocupa un alto cargo relacionado con la administración y la hacienda. Narsés, que era eunuco, pertenecía a una familia de ascendencia persarmenia y no se sabe nada de los inicios de su carrera política.
La Persarmenia era una región que hoy está al Noroeste de Irán, en la orilla occidental del lago Urmia.
Durante el terrible motín de Nika, en el año 532, que estuvo a punto de dar al traste con el trono de Justiniano, la firmeza de la emperatriz Teodora y la habilidad de Narsés fueron cruciales para salvar la corona. Entonces se revelaron las dotes estratégicas y diplomáticas de Narsés y comenzó su carrera militar.
Justiniano y su corte. Mosaico de san Vital de Rávena. El personaje que
asoma la cabeza bajo la M de MAXIMIANVS se cree que es Narsés.
No era un hombre seductor por su aspecto ni por lo brillante de su ingenio, su erudición ni su oratoria. Pero era fuerte, inteligente y solía conseguir lo que se proponía.
Narsés fue enviado a Italia en el 538 para hacer frente a la amenaza de los godos. Su rivalidad con el otro gran caudillo militar imperial, Belisario, retrasó el resultado victorioso de la guerra, pero finalmente una serie de campañas brillantes acabó con el poder gótico en Italia.
Según sus contemporáneos, era Narsés hombre profundamente devoto. Paulo Diácono, el historiador de los longobardos, dice que ganaba las batallas más con la oración que con las armas; consultaba sus dudas estratégicas con la Virgen y siempre seguía sus instrucciones.
Narsés, enemigo de godos y francos, tenía muy buenas relaciones con los longobardos y los hérulos.
La desaparición de los godos dejó un vacío que intentaron ocupar los francos, derrotados a su vez por Narsés. No tardarían los longobardos en adueñarse de la mayoría de Italia, probablemente con la aquiescencia de los bizantinos, que estaban más ocupados en hacer frente a otros peligros mayores en Oriente.
Narsés decidió no regresar a Constantinopla y se quedó en el Sur de Italia, donde murió ya de avanzada edad. No se sabe con exactitud la fecha de su muerte, ocurrida entre el 566 y el 574. Es posible, por tanto, que asistiese a la fundación del ducado longobardo de Benevento.
Tenía Narsés un hermano en Constantinopla. Así lo afirma la leyenda de Santa Artelais, de la que se nos han conservado al menos tres versiones medievales. Dos de ellas, más breves, se encuentran en las Acta sanctorum. Yo voy a seguir la otra, más larga, firmada por el diácono Hilario y editada a mediados del siglo XVIII por el cardenal Stefano Borgia en sus Memorie istoriche della città di Benevento (que se pueden leer en línea).
El hermano de Narsés, dice esta obra, se llamaba Julio, su mujer Antusa, y tenían una hija cuya belleza no pasaba desapercibida, de nombre Artelais. Julio ejercía el importante cargo de procónsul.
La fama de la muchacha llegó a oídos del impío emperador Justiniano. Impiedad le achaca Antusa y el cardenal Borgia justifica su severo juicio en la herejía manifiesta del emperador, que había mantenido la impasibilidad e incorruptibilidad del cuerpo humano de Cristo ya antes de la resurrección: en suma, que no era un verdadero cuerpo humano hecho de la misma carne que la del resto de los hombres. Es decir, que Justiniano se había convertido a la herejía de los monofisitas aftartodocetas, encabezados por Juliano de Halicarnaso.
Justiniano codició la belleza de Artelais, o para sí o para alguno de sus cortesanos; Julio al saberlo escondió a su hija. El emperador, irritado por la desobediencia, envió un pelotón de treinta hombres armados para llevársela por fuerza.
-Madre -dijo Artelais-: aquí no van a tardar en encontrarme. Será mejor poner tierra por medio. ¿Por qué no voy a pedir asilo al tío Narsés, que en Italia es como un rey y nadie le tose? Con tres eunucos me basta para hacer el viaje y allí estará a salvo mi virginidad.
Julio aceptó ese arbitrio y con un pequeño ejército de cuatrocientos hombres acompañó a su hija hasta el puerto de Bulona (la actual Budva, en Montenegro, según Stefano Borgia). Allí se separaron con lágrimas.
Justiniano, furioso, mandó apresar y decapitar a Julio dondequiera que pudiese ser habido; pero el procónsul buscó la protección de Justino, sobrino y futuro sucesor del emperador, que le dio amparo en su casa.
Entre tanto, como en una novela bizantina, cerca de la ciudad de Bulona una partida de bandoleros cayó sobre la expedición de los fugitivos, dispersando a los eunucos, que se acogieron despavoridos a una iglesia, y apresando a la doncella.
Llegó el domingo y una muchedumbre de mendigos, ciegos, tullidos y enfermos, se agolpaba a las puertas del templo: los eunucos les dieron abundante limosna y uno de ellos,   que era el mismo Cristo en figura de mendigo, les dijo:
-Lo que habéis hecho por uno de mis hermanos pobres, lo habéis hecho por mí.
Los bandoleros tenían encerrada a Artelais, pero arredrados por una fuerza misteriosa, no se atrevían a entrar donde estaba, no ya para ofenderla, sino ni siquiera para llevarle de comer y de beber. Afortunadamente, un ángel venía de las alturas trayéndole sustento celestial, y así durante una semana.
Ángel bizantino. Marfil del siglo X.
La noticia de la captura de su hija llegó a Julio, que, impotente, se reconcomía reducido a la oración como único remedio.
-¿Qué vamos a hacer con ésta? -se preguntaban los bandidos-. Aquí no nos sirve de nada y es un estorbo y un peligro.
-Lo mejor será venderla. La chica es mona y los dueños de cualquier burdel la comprarían a buen precio.
-Es verdad. Además que es un crimen tener esa hermosura bajo llave sin que la aproveche nadie. No se hizo la lámpara para ponerla debajo del celemín.
-Quedaos unos cuantos vigilándola y los otros nos vamos a negociar por las puterías del sector a ver quién da más.
-Sin entretenerse mucho, ¿eh?
Nada más salir de su guarida los emisarios, surgió un demonio que los arrebató al Infierno, dejando sus cuerpos muertos tendidos por el suelo. Los guardianes no tuvieron mejor suerte: Dios envió un ángel que los exterminó hasta el último y salió volando al Cielo.
-Estamos arreglados -pensó Artelais-. ¿Y a mí quién me saca de aquí?
La infeliz acabó por quedarse dormida. A media noche, la despertaron un gran estruendo y una claridad cegadora. Las puertas de su mazmorra y del refugio de los ladrones se habían venido abajo con parte de las columnas y paredes y fuera esperaba Cristo con sus ángeles.
-Artelais, hija, vete con tus eunucos adonde te parezca, que estoy contigo y no te dejaré de mi mano.
Con estas palabras, desaparecieron de su vista.
No tardó Artelais en encontrar a sus eunucos, que estaban muy tristes deplorando su pérdida, y con grandes abrazos y muestras mutuas de cariño se encaminaron a la costa donde embarcaron rumbo a Tesalónica.
Larga y extraña travesía cuando su destino era Benevento, en mitad de la Península Itálica, retroceder hacia el Asia rodeando toda Grecia. Tal vez, al fin y al cabo, el erudito cardenal Borgia erró en la localización de Bulona o está confundido el relato de Hilario.
No podía faltar en una de estas narraciones la tempestad marina que estuvo a punto de hacerlos naufragar; las plegarias de Artelais aplacaron la furia del mar y el barco llegó a puerto con hombres y cargamento incólumes.
Julio el procónsul también tenía un pariente en Tesalónica y a él acudió Artelais.
-Hermano, ¿me puedes decir de qué manera se llega a Benevento?
-¿Tú quién eres?
-Yo soy la hija de Julio el procónsul.
-¡Hombre, Julito! ¿Y ésos que van contigo?
-Ésos podría decirse que son mis hermanos y mis padres.
-Bueno: en casa me lo cuentas mientras comemos.
Los fugitivos estuvieron tres días disfrutando de la generosa hospitalidad de aquel hombre y al tercero se marcharon. Uno de los eunucos, Porfirio, cayó enfermo en medio del campo con un fuerte tabardillo. A ruegos de la santa bajó un ángel y lo dejó curado con echarle su bendición. Pero fue curarse Porfirio y enfermar Florencio, otro de los eunucos, que también recobró la salud con las plegarias de la muchacha.
Por el camino venían unos hombres.
-¡Eh tú, chica! ¿Y tú no serás Artelais?
-Yo, sí. ¿Qué pasa?
-Nuestro amo, que está atormentado hace tiempo por un demonio, y ahora ha dicho por su boca el espíritu malo que como no lo venga a sacar Artelais que no se marcha. Por ese motivo y razón vamos buscando a Artelais como locos.
-Pues ya la habéis encontrado; pero yo, una pobre chica, ¿qué poder tengo para expulsar demonios?
-Nosotros, lo que él dice. Más no sabemos.
-Venga, vamos -dijeron los eunucos-. Peor que está el pobre hombre no lo vamos a poner.
Iban para la ciudad y se tropezaron con la comitiva que transportaba al energúmeno, encadenado y maniatado.
-¡Socorro, socorro! -gritaba- ¡Sacadme este demonio de dentro, que me mata!
-¡Espíritu inmundo, salte de este desdichado que es de Dios!
El endemoniado se enrollaba sobre sí mismo como un bicho bola, se estiraba como una ballesta y echaba espumarajos por la boca, de un modo tan espantoso que la muchedumbre que lo conducía se dispersó aterrada como disolviéndose en el aire.
La joven santa se puso a rezar y de allí a poco bajó el ángel y sanó al endemoniado.
-¡Gracias, gracias! Ya hacía dieciocho años que me tenía atormentado ese diablo y no había manera de echarlo. 
Y la fama de Artelais se extendió por toda la ciudad, donde pretendían hacerla quedarse. Pero los viajeros se encaminaron a Durrës, desde donde se embarcaba a Siponto, actual Manfredonia.
A la orilla del mar encontraron un barco donde yacía un marinero enfermo.
-¿Quién va en esta nave?
-Este pecador. ¿Adónde vais?
-A Siponto.
-Yo os llevaría de buena gana, si no estuviese como veis.
-Dios te devuelva la salud -dijo Artelais imponiéndole las manos.
Milagrosamente curado el marino, embarcaron todos y zarparon. Poco tiempo después, el marino desde su cofa divisó una vela sarracena.
-¡Reza, reza, muchacha santa, que si no te escucha Dios nos cogen los piratas y nos pasan a cuchillo! ¡Maldita sea mi suerte! Más me valía haberme muerto tranquilamente en Dürres que aquí en manos de esos salvajes.
Combate entre griegos y sarracenos. Manuscrito del siglo XI.
Pero Dios sí la escuchó y una espesa nube negra fue tomando cuerpo entre el barco de Artelais y sus perseguidores, ocultándolo a sus ojos y permitiéndole escapar.
Llegados a Siponto, sin perder tiempo se dirigieron a la Catedral, donde entregaron ofrendas y dieron abundantes limosnas a los pobres que se agolpaban en el atrio. Un hombre que estaba entre ellos se dirigió a Artelais.
-Yo, piadosa muchacha, estoy haciendo a mi costa y con la caridad de los fieles unas obras en un monte sagrado que hay aquí cerca. Se llama Gargano y el santuario está consagrado a San Miguel. Allí se han producido y siguen produciéndose estupendos milagros.
-Muy bien: yo quiero ver eso con mis propios ojos.
Fue a visitar el monte y los trabajos y satisfecha, dio treinta monedas de oro al hombre. 
Es curiosa esta expedición al santuario dedicado a San Miguel, simétrico del otro monte San Miguel de Francia, vinculado a la leyenda de Gargantua (y al monte San Miguel de Cornualles). El santuario del monte San Miguel de Francia se fundó más o menos por los años en que Artelais estaba en Benevento, y a imitación del italiano. De hecho, su fundador, San Alberto (Aubert) de Avranches, envió una delegación a Gargano para inspeccionar iglesia y cueva y construir a imagen de ellas el templo normando. Los emisarios volvieron trayendo, ¡cosa maravillosa!, algunas reliquias de San Miguel.
El santuario de Gargano en la Apulia data del 492; pero allí ya existía en la más remota antigüedad un lugar de culto pagano.
Aparición de San Miguel en el monte Gargano el
año 492. Fresco austríaco, 1778-79.
A Dontenville, el estudioso de la mitología francesa, no se le pasó por alto el parecido entre los nombres de Gargano y Gargantua, que le dio a pensar en la existencia de un antiguo dios (de carácter solar) no sólo precristiano, sino preindoeuropeo, al que se habría rendido culto en ambos lugares y en otras muchas montañas sagradas por toda Europa y parte de Asia. El culto sería cristianizado por el expediente de la lucha con San Miguel, héroe luminoso vencedor de otro adversario luminoso (Lucifer, portador de luz).
Ésta de gargo es una palabra bien atestiguada en la antroponimia gala. Delamarre cree que significaba "feroz", como el irlandés garg, y que está emparentada con el griego gorgos, "terrible", es decir con el nombre de las Gorgonas. 
A su regreso, en la iglesia de San Marcos de Siponto, la joven viajera encontró a un anciano que le dijo:
-Artelais, no sigas viaje. Quédate aquí que yo me encargo de ir a Benevento y traerte a Narsés.
-¿Cómo sabrá éste quién soy yo y a lo que vengo? ¡Tiene que ser un ángel de Dios! ¡Dios mío, no me dejes de tu mano y ten siempre uno de tus ángeles amparándome, y si pudiesen ser más de uno, mejor.
Entre tanto, Narsés había tenido en sueños la visión de un anciano que le había advertido:
-Despierta, Narsés, y sal a recibir a tu sobrina, la hija del Lucio, que viene huyendo del emperador Justiniano, que la quería secuestrar.
Narsés, como hombre piadoso, obedeció, y no terminaba de salir de su casa cuando, corroborando el mensaje del sueño, un enviado de su sobrina le anunciaba su visita.
Narsés, con un séquito de hombres a caballo, se encaminó a Siponto.
-Una muchacha forastera recién desembarcada, ¿sabéis dónde para?
-En la iglesia de San Marcos, si es la que dices, y es la joven más limosnera que hemos visto en la vida.
Narsés entró en la iglesia y esperó a que la muchacha dejase de rezar. Cuando se volvió y lo vio, corrió a sus brazos.
-¡Tío, tío!
-Tú debes de ser mi sobrina, pero ¿cómo te llamas, que aún no lo sé?
-Artelais.
-Artelais... Bueno, vas a quedarte en casa, pero como vendrás cansada será mejor partir el viaje en dos y parar en Lucera.
En aquella ciudad se encontraron a gusto y se detuvieron varios días. Era la Providencia lo que los detenía allí, porque el hijo del que mandaba en la ciudad cayó enfermo de una gran calentura y, desahuciado ya por los médicos, declaró como en trance:
-Si queréis que viva, traedme a la virgen Artelais.
-¿Y dónde la vamos a encontrar a esa tal Artelais?
-A la puerta de la ciudad con el patricio Narsés.
El pobre padre fue adonde su hijo le decía y se llevó una sorpresa bastante grande al comprobar que allí estaba la muchacha.
-¿Podrías -le dijo- venir a mi casa? Tengo un hijo que se está muriendo sin remedio y te ruega que lo vayas ver. ¡Si vieras!... Su madre está de pie a su cabecera, y tiene en la mano un cuchillo que no hay manera de quitárselo, y dice que en el mismo momento que se muera el chico, que se corta ella el pescuezo.
-¡Qué barbaridad! 
-Si no nos damos prisa, no llegamos a tiempo.
-Eso no, porque Dios está en todas partes y lo mismo da rezar aquí.
Estaba ella en oración cuando llegó a todo galope un criado anunciando la curación del joven. El alcalde quería recompensar a Artelais con buena cantidad de plata, pero ella no quiso aceptar nada.
Luego, de camino, curó a un paralítico que llevaba doce años amarrado a una silla porque no se podía levantar y si lo soltaban se caía al suelo.
La noticia de estas maravillas corrió más veloz que los viajeros y cuando llegaron a Benevento había salido a recibirlos una muchedumbre cantando himnos. Repicaban las campanas de las iglesias de la ciudad Era día de Santiago. Artelais y Narsés oyeron misa y, tomando el patricio a su sobrina de la mano, la condujo a su casa entre muestras de entusiasmo popular.
La alegría no duró mucho: a la semana murieron Porfirio y Florencio, eunucos de Artelais. La joven, acaso impresionada por esta doble desgracia, comenzó a mortificarse con grandes ayunos y penitencias.
Cuando Narsés se dio cuenta de la áspera vida que llevaba, comentó a sus amigos:
-Esta muchacha es una santa; aquí en esta casa no pinta nada. ¿Qué hago con ella?
-Llévala donde una viuda que se llama Sofía, que al morir el marido ha convertido su casa en reclusión; es ahí junto a San Lucas, al lado de la puerta de la muralla.
A las dos les pareció bien. Artelais fue endureciendo más y más sus penitencias y ayunaba todos los días de la semana excepto el domingo. Comía sólo de lo que le mandaba su tío porque se había prohibido cualquier otra actividad que no fuese la oración.
Con tan áspera vida, poco tiene de extraño que muriese a los dieciséis años y tres meses. Según el texto de Hilario, vivió en Benevento seis años tres meses y ocho días, donde se ve que llegó con diez años, el día exacto de su cumpleaños.
El de su muerte se sintió presa de una fiebre altísima y dijo al que quedaba de sus eunucos:
-Ya ves: me muero.
El eunuco se desesperaba:
-¿Y ahora qué hago? ¿Adónde voy yo? No sé dónde ir. ¿Por qué no habré muerto cuando mis otros dos compañeros, para no ver este día?
La muerte, acontecimiento multitudinario.
Dormición de la  Virgen
, marfil de los siglos X-XI
Y todas las mujeres de la ciudad, enteradas de la desgracia, sollozaban y se arrancaban los pelos a puñados, considerando su santidad y su belleza.
Quiso oír misa en San Lucas. Al acabar la ceremonia y sin dares tiempo a salir del templo, apareció su tío corriendo y la abrazó con lágrimas. Toda la muchedumbre lloraba a mares. De la mano la llevó Narsés a su palacio, donde descansó algo; pero Narsés comprendió que el final llegaba irremisiblemente. Por eso mandó hacer un ataúd de bronce con el nombre de Artelais escrito y una lápida de mármol y cavar una fosa junto a la iglesia donde solía ir a rezar, a un paso de su casa. Sobre la sepultura mandó construir un panteón o capilla funeraria.
Llama la atención el cardenal Borgia sobre el hecho de que en Benevento en aquella época no existía la costumbre de enterrar en las iglesias, sino alrededor de ellas, al pie de sus muros.
Narsés acudió con el eunuco y otros muchos, hechos un mar de lágrimas, a la cabecera de la enferma. A la media noche, Artelais pidió que viniesen unos sacerdotes y se confesó en presencia de todos. Entonces dijo:
-¿Por qué no os calláis, si hacéis el favor, a ver si puedo coger un rato el sueño?
Debía de ser un martirio estar acostada en la alcoba atiborrada de gente, con el calenturón y medio Benevento apretujado alrededor de la cama, gimiendo, rezando y rasgándose las vestiduras.
Se volvió hacia Oriente y se encomendó a Dios: fueron sus últimas palabras. Entonces redoblaron los llantos de la multitud. 
Era el día tres de marzo.
La embalsamaron con ungüentos y la llevaron a enterrar, y era tan intenso el perfume que exhalaba la tumba que se olía a dos estadios, unos trescientos metros. 
El eunuco de Artelais, desolado, pidió licencia a Narsés para volver a su tierra. Al salir de la ciudad, sintió el impulso de dar un último adiós a Artelais y, agotado, se quedó dormido sobre la tumba.
En su sueño se le apareció Artelais rodeada de vírgenes coronadas de flores y portadoras de ramos de rosas y azucenas.
Vírgenes del Paraíso. Detalle del Cordero místico de Van EickAñadir leyenda
-Hilario -le dijo-: escribe mi nombre y mis milagros y proclámalos en mi tierra natal.
Entonces comprende el lector quién es el narrador de la biografía que tiene entre manos y por qué nunca se ha mencionado en ella el nombre del tercer eunuco.
-Has de saber -prosigue la difunta- que mi padre acaba de morir; está en el Cielo gracias a mis oraciones. Un día después que mi padre murió mi madre, que también está en el paraíso.
Y se desvaneció la visión.
Hilario volvió por donde había ido años atrás: Siponto, Durrës y Tesalónica. Allí unos viajeros de Constantinopla le confirmaron las noticias de Artelais. Hilario se quedó en la ciudad y obediente a la petición de su ama escribió su vida y milagros, colocando el manuscrito en el altar de San Juan. Tiempo después, Pedro, presbítero de Dürres, lo tradujo al latín.
Según testimonio de ambos, fueron muchas las curaciones milagrosas que se produjeron por intercesión de la Santa en Tesalónica, Benevento y todas las ciudades por las que había pasado en su viaje.