sábado, 23 de marzo de 2013

El fin de la roca de oro

San Aed Mac Caorthainn, Macartano o Macartino en latín, es un santo al que su Vida nos presenta ya de viejo. Es un relato muy corto y parece que el principio se perdió; pero yo, independientemente de los azares de la transmisión, prefiero mirar el cuento, así como nos ha llegado, como una obra completa.
Lo recogen las Acta sanctorum  del 15 de Agosto y alguna otra noticia sobre el santo se puede espigar acá y allá en otras fuentes.
Los tratados genealógicos señalan que pertenecía a los Dál nAraide, pueblo que tenía a gala su origen picto y moraba en el centro del Ulster. El Martirologio de Donegal le atribuye una muy ilustre prosapia al hacerlo descendiente de Eochaic mac Muiredach, el mismo Eochaid Muigmedón con el que nos hemos tropezado repetidas veces, padre de Niall Noígiallach y de los reyes de Connacht. Por otra parte, el Santoral de Óengus afirma en una de sus notas que Macartino fue uno de los diecisiete hijos obispos de Darerca, la hermana de San Patricio. Añade que tuvo un abuelo de nombre Aithmet y que antes de llamarse Macartino se lo conocía por Fer Dá Crích, es decir, "el varón de los dos territorios". Efectivamente, los Dál nAraide ocupaban dos territorios distintos, pero me gusta creer que, tratándose de un santo, el nombre alude a la pertenencia a dos mundos: este nuestro y el superior y sagrado, el de Dios. 
El nombre primero era el de Aed, que se refiere al fuego y más concretamente a la llama sagrada (latín aedes).
Otro biógrafo de San Patricio, Tírechán, menciona a un Mac Cairtinn tío materno de Santa Brígida. Podría tratarse del mismo personaje, aunque el nombre de Macartino no era único: entre otros lo llevó un antiguo rey de Laiginn.
Según indica James F. Kenney, en este nombre no se alude a ninguna filiación: es un nombre precristiano que significa "Hijo del Serbal", que era un árbol mágico para los irlandeses precristianos. El héroe Cú Chulainn, por ejemplo, tenía prohibido comer nada cocinado en fuego de serbal (la transgresión de ese tabú lo llevó a la muerte). 
San Macartino es un santo importante: en Irlanda lo son todos aquellos cuya antigüedad se remonta a tiempos patricianos. El Martirologio de Donegal nos informa de que Macartino era el "hombre fuerte" (tréinfher) de San Patricio. Ese cargo incluía el honor de llevarlo a cuestas a la hora de atravesar vados o trechos peligrosos. Y es cierto que podía haber sirvientes que cargasen a los viajeros, como se lee del Perú en tiempos recientes en las novelas indigenistas, pero no dejará de sumarse a la literalidad de esa función una lectura simbólica: San Cristóbal llevando a hombros a Jesús, Eneas a Anquises (sacralizado por su unión con Venus), Atlas al mundo. El hombre espiritual soportando el peso de su relación con la realidad más sagrada, superior. Carga no siempre grata y aun odiosa a veces, como en el cuento de Simbad, en las Mil y una noches, obligado a servir de montura al anciano tiránico a quien aupó a sus hombros por caridad. 

Simbad con el viejo a las espaldas,
ilustración de Arthur Rakham.
Estaré mezclando asuntos que no tienen nada que ver. No importa: tienen que ver desde el momento en que se agolpan a la cabeza como las cerezas del cesto. Dice Gilbert Durand (y ya Freud) que entre la experiencias que más honda huella dejan en la persona y mayor ansia de elevación (en sentido espiritual) le confieren es la de verse elevado del suelo y como volando durante la primera infancia, en brazos de sus allegados y cabalgando sobre ellos. Tal vez ése sea el prototipo de todos los Pegasos e hipogrifos de la literatura. 
Cuenta, pues, la vida del santo, y también la de San Patricio por Jocelin que un día que había cruzado Macartino un vado al apóstol, al depositarlo en la arena de la orilla, dejó escapar un suspiro de esfuerzo.
-¿Qué es esto, Macartino? ¡Tantas veces me has llevado por terrenos escabrosos y resbaladizos, y nunca te había oído resollar como ahora! ¿Estás enfermo?
-La enfermedad son los años. ¿De qué te asombras? Ya no tengo las fuerzas que tenía. ¿No me ves todo el pelo blanco? Y no es que me queje, pero a otros servidores tuyos de mi quinta ya hace tiempo que los has jubilado concediéndoles terrenillos donde poner algún monasterio y ser útiles a Dios de manera más acorde a sus años. Yo en cambio estoy al pie del cañón y no me quejo, pero no aguantaré toda la vida ni aunque me empeñe. Necesito descanso.
-Yo te daré lo que pides, aunque echaré mucho de menos tu servicio. Te quiero cerca de mí, o sea de Armagh; pero no tanto que cuando yo llegue a faltar alguno de mis sucesores, envanecido por tener la sede más importante de Irlanda, quiera hacer y deshacer en la tuya, tentación que sería muy fuerte si te tiene al alcance de la mano. ¿Qué te parecería Clogher?
-Clogher está muy bien.
-Pues coge y vete a Argialla y a su corte, Clogher, y en la mismísima plaza, frente por frente del palacio real, levantarás tu monasterio y allí puedes pasar el resto de tu vida en oración y esperar la resurrección de la carne. Te nombro obispo de esa nueva diócesis. Y escucha mi profecía: el reino de Airgialla no tardará en hundirse, y sin embargo tu monasterio prosperará y prosperará y se convertirá en una antorcha para los irlandeses. Me despido de ti; no sé si nos volveremos a ver. De recuerdo te dejo estas reliquias: mi báculo, unos cabellos de la Virgen y una astilla de la Vera Cruz, amén de otras de los apóstoles y otros santos. Toma, mételos en esta arqueta que es obra divina y me ha sido entregada por manos angélicas mientras navegaba rumbo a Irlanda.
La arqueta, que hoy se conserva en el Museo Nacional de Irlanda (y en que la tradición ve la auténtica de San Macartino), data del siglo XIV. Se la conoce como Domhnach airgid (Iglesia de plata) En ella se ve, entre otras figuras, a San Patricio entregando la arqueta a Macartino y, a la derecha, Santa Brígida.


Los santos Patricio Macartino y Brígida en el Domhnach Airgid.
© National Museum of Ireland.
Ya que se trata de un milagro, tampoco me parece inconcebible que un santo pudiese regalar un objeto que se fabricaría nueve siglos mas tarde, especialmente si a él le había sido entregado por los ángeles.
Cuando llegó a Clogher, Macartino no fue bien acogido por Eochaid, que reinaba allí y que era pagano. Con razón, porque en su capital se encontraba uno de los santuarios más importantes del culto precristiano irlandés. Tanto, que era él el que le daba nombre a la ciudad: Cloch óir, "piedra de oro". 
Vallancey, curioso y un tanto extravagante anticuario del siglo XVIII, identifica en su Collectanea de rebus hibernicis el cloch óir con las piedras oraculares de los antiguos griegos y con los arim y tumim de la Biblia. No andaba tan desencaminado, puesto que Bernard Sergent ha demostrado la relación entre Lug y Apolo como dioses relacionados tanto con los oráculos como con el culto de grandes piedras. De hecho, el parecido del culto de Airgialla con el oráculo apolíneo no se les había pasado por alto a los eruditos irlandeses.
El Santoral de Óengus añade más precisión, y el autor de la nota correspondiente, que afirma haber visto la piedra con sus propios ojos, ya despojada de su oro, en la catedral de Clogher, la describe como redonda y baja. Indica incluso el nombre del demonio que hablaba en ella: Cemand Cestach, nombre ambiguo, derivado de ceist, "pregunta", y que puede significar Cemand el Solucionador o Cemand el Enredador. En todo caso, se trataba del ídolo de más rango en todo el Norte de Irlanda.
Para empezar, Eochaid, rey de Clogher, le negó a Macartino permiso para que su vaca pastase en los reales prados y mandó que fuese atada a una estaca. El pobre animal, hambriento, mugía lastimeramente.
-¡Buena la has hecho! -dijo al rey uno de sus druidas- has de saber lo que está escrito: que el dominio del obispo se extenderá hasta donde puedan ser oídos los mugidos de su vaca. ¡Y mira que muge fuerte la condenada!
-Con estos cristianos es mejor tratar por las buenas. Se las saben todas. Voy a mandar a mi hijo Coirpre a ver si lo convence de que ahueque el ala.
-Coirpre, pobre hijo mío -dijo al príncipe la reina madre-, ¡qué mala suerte has tenido en esta vida, que te haya tocado un padre tan gallina! te manda a ti por delante por si hubiera algún peligro, y es que lo hay. Toma esta preciosa manzana y llévasela al santo de regalo; no es nada, pero agradecerá el detalle.
Por el camino, el niño perdió la manzana. Se puso a buscarla y no aparecía por ninguna parte. Tanto tiempo transcurrió que le entró sueño y se quedó dormido en la hierba.
Quiso la mala suerte que justo por allí tenía que pasar una compañía de soldados. Pasaron los jinetes, pasaron los peones, y todos sin darse cuenta pisoteando al pobre niño que, sorprendido en su sueño, no tuvo tiempo mi de despertarse.
En la corte, al no haber noticia del principito, a la alarma habían sucedido los llantos porque, pasadas las horas, ya no se tenía esperanza de encontrarlo con vida.
A la mañana siguiente, Coirpre se presentó como si tal cosa a las puertas del palacio.
-¡He encontrado la manzana!
-¿Qué manzana?
-La del santo, la que se me había perdido...
El príncipe explicó lo que le había sucedido: que durante su sueño se le había aparecido un anciano diciéndole cómo se había quedado en medio del paso de los soldados, pero que con la protección de su manto no le sucedería nada malo. Ambos se cubrieron con él (que, por cierto, exhalaba un maravilloso aroma) y las tropas pasaban a su lado y a través de ellos como si fuesen sombras. Luego se había despedido el viejo y el príncipe se había vuelto a dormir hasta el amanecer. Tenía la manzana al lado a su despertar.
Aquel Coirpre se hizo cristiano andando el tiempo, heredó el trono de Clogher y se dice que fue bisabuelo de San Enda, el gran monje maestro de las islas Aran.
-Hay veces que te matas a buscar una cosa -dijo, asombrado aún, Coirpre- y no hay manera; sin embargo, la tienes delante... ¿verdad?
-Sí, hijo, sí. No me pilla esto de sorpresa -dijo el rey-. ¡Son las acostumbradas brujerías y diabluras de los cristianos, maldita sea su estampa!
-Prudencia -dijo el druida-: no emplees la violencia, que ya has visto el avisito que te ha mandado.
-Nada; en la plaza delante de palacio está prohibido encender fuego. Eso no es violencia, es aplicar la ley. Que apague la lumbre y si tiene frío que se vaya adonde dejen hacer hogueras.
Calentándose a la lumbre. Manuscrito del siglo IX.
Los guardias llegaron adonde estaba acampado el santo, con no muy buenos modos, como tenían por costumbre.
-¿Con qué permiso se ha encendido una fogarata en este prado? De momento, esa lumbre fuera; luego... ¿Eh? Pero ¿qué es esto?
-¡Mis manos! -exclamó otro guardia.
A todos los que habían ido en aquella misión se les habían quedado engurruminadas las manos y sin fuerza ni movimiento. 
-¡Quítanos este hechizo! ¡Nosotros somos unos mandados!
-Pero ¿qué pasa? ¿Aquí no se obedece o qué? -exclamó el rey que oportunamente apareció furioso blandiendo la espada.
Pero apenas la asestó al santo, se quedó mudo y tieso con ella en alto como la estatua de Daoiz.
La reina, que había corrido desesperada a ver si llegaba a tiempo de detener a su real esposo, se encontró con el cuadro espeluznante de los soldados sollozando con las manos engarabitadas, su marido fijo en actitud teatral revolviendo los ojos con furia, que era el único movimiento que le quedaba, y el santo calentándose tranquilamente al fuego.
La pobre mujer cayó de hinojos llorando ante el anciano: que si iba a pagar ella por el pronto de su marido, que qué futuro le esperaba de reina viuda con un principito pequeño y rodeada de cortesanos ambiciosos sin escrúpulos...
El santo se apiadó, la mandó por agua bendita e hisopándolos con ella los devolvió a su estado normal.
El rey, que había visto en sus propias carnes el poder del santo, se convirtió y le hizo grandes donaciones de tierras.
Probablemente, fue Macartino quien, al fundar la iglesia de Clogher, acabó para siempre con el oráculo de la piedra. El rey tenía dos hijos: Coirpre, que se hizo cristiano, y Bressal, que continuó apegado al paganismo y fue maldito por San Patricio. 
Éste se entrevistó con el rey Eochaid una vez:
-¿Para qué me has pedido audiencia?
-Para hablar de tu hija, la princesa Cinnia. ¿Qué has pensado para su futuro?
-No es difícil: un partido inmejorable para ella, es decir Cormac Cáech, hijo de Coirpre y nieto de Niall Noígiallach, para que se case con ella.
-Yo he hablado con ella y quiere un partido mejor, un esposo eterno que no se muera. Ése es Cristo. Yo la he bautizado y sólo necesitamos tu permiso.
-Yo no pienso soltar a mi hija, que es un tesoro, sin una buena dote, porque la vale. Lo que pido como precio de la chica es el Cielo, pero sin bautizarme porque eso no se ha hecho nunca aquí y no me da la gana. Que se bautice una niña, bueno; pero todo un rey, comprenderás que no es serio.
-Es muy difícil lo que me pides, pero te lo concedo.
Cinnia se hizo monja y de tan santa vida que subió a los altares.
Pasaron los años y a Eochaid le llegó su hora.
-¡Que no se os ocurra enterrarme sin que me vea primero San Patricio, que tenemos una cuenta pendiente!
El asunto le fue revelado al santo, que llegó a Clogher cuando ya llevaba Eochaid un día muerto.
-¿Qué pasa, Eochaid? ¡Levanta de entre los muertos, anda!
El rey se sentó en la cama como despertando de su sueño.
-Eres un tramposo. Me prometiste el Cielo sin bautizo y ahora resulta que de eso nada.
-Mentí por una buena causa. ¿Quieres que te bautice ahora?
-¡Cualquiera no se bautiza!
Y contó a todos los presentes las penas horribles de los condenados, que había presenciado.
-Mira -dijo San Patricio-: para compensarte de la mentirijilla piadosa te ofrezco un regalo: quince años de vida. Yo te bautizo ahora y dentro de quince años te vas al Cielo derecho.
-Ni hablar. Más vale pájaro en mano que ciento volando. Yo hinco el pico y me voy al Cielo ahora mismo, que igual que he visto los tormentos del Infierno, he visto las delicias del Paraíso y no las quiero perder. Mira, quince años son muchos años y puede pasar de todo; y hasta condenarme. 
-¿No te digo que no?
-También decías que me colabas sin bautizo, y ahora mira. Yo lo que te digo, y no te ofendas, es que los cristianos sois unos marrulleros y todavía me estoy acordando de la vaca de Macartino. ¡Qué tío!
Vaca, escultura gótica. Bretaña.
Aquella pobre vaca de Macartino había sido a menudo fuente de problemas.
Un día que el viejo obispo iba de viaje caminando con ella atada de una soguilla, se cansó y se detuvo a reposar un rato. No tardó en aparecer un paisano enfurecido.
-¡Eh, tú, el de la vaca! ¿Qué te crees, que este pasto sale así de jugoso y de rico de la tierra, que dan ganas de ser rumiante, nada más que porque sí?
-Pues claro.
-Pues estás muy confundido, que me cuesta abonarlo y trabajarlo como un esclavo... para que luego venga un zángano con su cara bonita y ¡a disfrutar de mi trabajo se ha dicho! Anda, quita esa vaca. A pastar a la cuneta.
-Hombre, pero ¿qué cantidad de hierba va a comer el pobre bicho en un rato?
-Nada, nada: una brizna que coma es mía y yo no regalo nada a vagabundos.
-¿Sabes lo que te digo? Que te quedes con tu hierba y que te aproveche. Pero oye una cosa: no sé de dónde vienen ni adónde van, pero están de camino hacia acá nueve hombres con unos cuchillos así de grandes y su destino es degollarte a ti. Que lo sepas. Y está escrito que todas tus tierras serán mías.
-¡Te me vas de mi prado echando leches, pajarraco de mal agüero!
Fue el caso que al cabo de nueve días apareció una partida de hombres armados y rebanaron el pescuezo al dueño del prado. Le cortaron la cabeza y la metieron en un zurrón, para trofeo. Pero al poco tiempo les debió de pesar, o juzgaron que era poca víctima para que mereciese la pena conservar la cabeza y la dejaron tirada al borde del camino. No se volvió a saber de ellos.
Nadie se apenó mucho, porque aquel paisano era un tipo atrabiliario que se había malquistado con todo el vecindario.
Cuando San Macartino apelaba a la caridad del prójimo, no lo hacía por necesidad, como demuestra el siguiente suceso: una vez le anunciaron la visita de unos monjes forasteros y se daba la circunstancia de que el monasterio de Clogher estaba sin recursos para acogerlos. El abad obispo se recogió en oración y no tardó en empezar a llover del cielo un diluvio de trigo que no escampó hasta el siguiente amanecer. Por si aquello fuera poco, en las proximidades del monasterio brotó milagrosamente una fuente de agua fresca y limpísima.
Hemos visto hace días que el beato Mariano Escoto, el escriba de Ratisbona, trabajaba por las noches a la luz de sus dedos llameantes como candelas. San Macartino, que era otro santo pensador y estudioso, disponía de un método más cómodo: un haz de luz, como un reflector no menos resplandeciente que el sol diurno, brotaba del cielo por la noche y enfocaba al lugar donde Macartino estuviese trabajando.
A pesar de sus muchos años, era un trabajador infatigable. A veces se le veía comenzar un sermón con el alba y no concluirlo hasta que apuntaba el nuevo día.
Curación de una endemoniada. Capitel románico.
A los lados del exorcista (sin cabeza),  una figura
 masculina y la endemoniada, convulsa.
No abundan en la breve vida de San Macartino las curaciones milagrosas. Se lee en ella, sin embargo, la historia de una mujer en cuyo cuerpo se metió un demonio a atormentarla. Su marido, que lo había intentado todo inútilmente para curarla, desesperado, se resolvió a encadenarla en un sótano donde no pudiese hacer daño a los demás ni a sí misma. Pasaron los años, el hombre conoció a otra mujer y decidió rehacer con ella su vida. La energúmena no se ponía buena, pero se había vuelto mansa y se la podía tener por la casa, aunque atada con una cadena larga para que no se fuese a escapar y cometer cualquier disparate. Estaba sumida en profunda melancolía. La vida le resultaba un suplicio.
Una noche, al irse a acostar, se vio rodeada por una luz de brillo casi insoportable. En el centro de aquel fulgor había un hombre resplandeciente como el hierro candente, que con una sonrisa se le metía en su alcoba.
-¿Quién eres tú, hombre ascua, y qué es lo que quieres de mí?
-Yo soy el obispo Macartino, que vengo a librarte de ese espíritu inmundo que te está atormentando hace tantos años.
-¿Qué tengo que hacer?
-Nada: dormirte. Mañana por la mañana, cuando amanezcas, al demonio lo habré echado y te sentirás como una rosa.
-Dios te oiga.
-Me oye, me oye.
La mujer se despertó fuerte y alegre, llena de salud y energía. El demonio había desaparecido y sus prisiones, desatadas, estaban abiertas por el suelo a un lado de la cama. Nunca volvió a recaer y las dos mujeres vivieron felices en adelante con su marido.
San Macartino se celebra en dos días diferentes: el 24 de Marzo y el 15 de Agosto.


  

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