sábado, 2 de marzo de 2013

Una viajera bizantina

De los dos grandes generales del emperador Justiniano fue uno Narsés, a quien se debió en gran parte la recuperación de Italia para el Imperio.
Cuando este personaje aparece mencionado por primera vez, en el año 530 (se refiere a él Procopio en la Historia de las guerras), ya ocupa un alto cargo relacionado con la administración y la hacienda. Narsés, que era eunuco, pertenecía a una familia de ascendencia persarmenia y no se sabe nada de los inicios de su carrera política.
La Persarmenia era una región que hoy está al Noroeste de Irán, en la orilla occidental del lago Urmia.
Durante el terrible motín de Nika, en el año 532, que estuvo a punto de dar al traste con el trono de Justiniano, la firmeza de la emperatriz Teodora y la habilidad de Narsés fueron cruciales para salvar la corona. Entonces se revelaron las dotes estratégicas y diplomáticas de Narsés y comenzó su carrera militar.
Justiniano y su corte. Mosaico de san Vital de Rávena. El personaje que
asoma la cabeza bajo la M de MAXIMIANVS se cree que es Narsés.
No era un hombre seductor por su aspecto ni por lo brillante de su ingenio, su erudición ni su oratoria. Pero era fuerte, inteligente y solía conseguir lo que se proponía.
Narsés fue enviado a Italia en el 538 para hacer frente a la amenaza de los godos. Su rivalidad con el otro gran caudillo militar imperial, Belisario, retrasó el resultado victorioso de la guerra, pero finalmente una serie de campañas brillantes acabó con el poder gótico en Italia.
Según sus contemporáneos, era Narsés hombre profundamente devoto. Paulo Diácono, el historiador de los longobardos, dice que ganaba las batallas más con la oración que con las armas; consultaba sus dudas estratégicas con la Virgen y siempre seguía sus instrucciones.
Narsés, enemigo de godos y francos, tenía muy buenas relaciones con los longobardos y los hérulos.
La desaparición de los godos dejó un vacío que intentaron ocupar los francos, derrotados a su vez por Narsés. No tardarían los longobardos en adueñarse de la mayoría de Italia, probablemente con la aquiescencia de los bizantinos, que estaban más ocupados en hacer frente a otros peligros mayores en Oriente.
Narsés decidió no regresar a Constantinopla y se quedó en el Sur de Italia, donde murió ya de avanzada edad. No se sabe con exactitud la fecha de su muerte, ocurrida entre el 566 y el 574. Es posible, por tanto, que asistiese a la fundación del ducado longobardo de Benevento.
Tenía Narsés un hermano en Constantinopla. Así lo afirma la leyenda de Santa Artelais, de la que se nos han conservado al menos tres versiones medievales. Dos de ellas, más breves, se encuentran en las Acta sanctorum. Yo voy a seguir la otra, más larga, firmada por el diácono Hilario y editada a mediados del siglo XVIII por el cardenal Stefano Borgia en sus Memorie istoriche della città di Benevento (que se pueden leer en línea).
El hermano de Narsés, dice esta obra, se llamaba Julio, su mujer Antusa, y tenían una hija cuya belleza no pasaba desapercibida, de nombre Artelais. Julio ejercía el importante cargo de procónsul.
La fama de la muchacha llegó a oídos del impío emperador Justiniano. Impiedad le achaca Antusa y el cardenal Borgia justifica su severo juicio en la herejía manifiesta del emperador, que había mantenido la impasibilidad e incorruptibilidad del cuerpo humano de Cristo ya antes de la resurrección: en suma, que no era un verdadero cuerpo humano hecho de la misma carne que la del resto de los hombres. Es decir, que Justiniano se había convertido a la herejía de los monofisitas aftartodocetas, encabezados por Juliano de Halicarnaso.
Justiniano codició la belleza de Artelais, o para sí o para alguno de sus cortesanos; Julio al saberlo escondió a su hija. El emperador, irritado por la desobediencia, envió un pelotón de treinta hombres armados para llevársela por fuerza.
-Madre -dijo Artelais-: aquí no van a tardar en encontrarme. Será mejor poner tierra por medio. ¿Por qué no voy a pedir asilo al tío Narsés, que en Italia es como un rey y nadie le tose? Con tres eunucos me basta para hacer el viaje y allí estará a salvo mi virginidad.
Julio aceptó ese arbitrio y con un pequeño ejército de cuatrocientos hombres acompañó a su hija hasta el puerto de Bulona (la actual Budva, en Montenegro, según Stefano Borgia). Allí se separaron con lágrimas.
Justiniano, furioso, mandó apresar y decapitar a Julio dondequiera que pudiese ser habido; pero el procónsul buscó la protección de Justino, sobrino y futuro sucesor del emperador, que le dio amparo en su casa.
Entre tanto, como en una novela bizantina, cerca de la ciudad de Bulona una partida de bandoleros cayó sobre la expedición de los fugitivos, dispersando a los eunucos, que se acogieron despavoridos a una iglesia, y apresando a la doncella.
Llegó el domingo y una muchedumbre de mendigos, ciegos, tullidos y enfermos, se agolpaba a las puertas del templo: los eunucos les dieron abundante limosna y uno de ellos,   que era el mismo Cristo en figura de mendigo, les dijo:
-Lo que habéis hecho por uno de mis hermanos pobres, lo habéis hecho por mí.
Los bandoleros tenían encerrada a Artelais, pero arredrados por una fuerza misteriosa, no se atrevían a entrar donde estaba, no ya para ofenderla, sino ni siquiera para llevarle de comer y de beber. Afortunadamente, un ángel venía de las alturas trayéndole sustento celestial, y así durante una semana.
Ángel bizantino. Marfil del siglo X.
La noticia de la captura de su hija llegó a Julio, que, impotente, se reconcomía reducido a la oración como único remedio.
-¿Qué vamos a hacer con ésta? -se preguntaban los bandidos-. Aquí no nos sirve de nada y es un estorbo y un peligro.
-Lo mejor será venderla. La chica es mona y los dueños de cualquier burdel la comprarían a buen precio.
-Es verdad. Además que es un crimen tener esa hermosura bajo llave sin que la aproveche nadie. No se hizo la lámpara para ponerla debajo del celemín.
-Quedaos unos cuantos vigilándola y los otros nos vamos a negociar por las puterías del sector a ver quién da más.
-Sin entretenerse mucho, ¿eh?
Nada más salir de su guarida los emisarios, surgió un demonio que los arrebató al Infierno, dejando sus cuerpos muertos tendidos por el suelo. Los guardianes no tuvieron mejor suerte: Dios envió un ángel que los exterminó hasta el último y salió volando al Cielo.
-Estamos arreglados -pensó Artelais-. ¿Y a mí quién me saca de aquí?
La infeliz acabó por quedarse dormida. A media noche, la despertaron un gran estruendo y una claridad cegadora. Las puertas de su mazmorra y del refugio de los ladrones se habían venido abajo con parte de las columnas y paredes y fuera esperaba Cristo con sus ángeles.
-Artelais, hija, vete con tus eunucos adonde te parezca, que estoy contigo y no te dejaré de mi mano.
Con estas palabras, desaparecieron de su vista.
No tardó Artelais en encontrar a sus eunucos, que estaban muy tristes deplorando su pérdida, y con grandes abrazos y muestras mutuas de cariño se encaminaron a la costa donde embarcaron rumbo a Tesalónica.
Larga y extraña travesía cuando su destino era Benevento, en mitad de la Península Itálica, retroceder hacia el Asia rodeando toda Grecia. Tal vez, al fin y al cabo, el erudito cardenal Borgia erró en la localización de Bulona o está confundido el relato de Hilario.
No podía faltar en una de estas narraciones la tempestad marina que estuvo a punto de hacerlos naufragar; las plegarias de Artelais aplacaron la furia del mar y el barco llegó a puerto con hombres y cargamento incólumes.
Julio el procónsul también tenía un pariente en Tesalónica y a él acudió Artelais.
-Hermano, ¿me puedes decir de qué manera se llega a Benevento?
-¿Tú quién eres?
-Yo soy la hija de Julio el procónsul.
-¡Hombre, Julito! ¿Y ésos que van contigo?
-Ésos podría decirse que son mis hermanos y mis padres.
-Bueno: en casa me lo cuentas mientras comemos.
Los fugitivos estuvieron tres días disfrutando de la generosa hospitalidad de aquel hombre y al tercero se marcharon. Uno de los eunucos, Porfirio, cayó enfermo en medio del campo con un fuerte tabardillo. A ruegos de la santa bajó un ángel y lo dejó curado con echarle su bendición. Pero fue curarse Porfirio y enfermar Florencio, otro de los eunucos, que también recobró la salud con las plegarias de la muchacha.
Por el camino venían unos hombres.
-¡Eh tú, chica! ¿Y tú no serás Artelais?
-Yo, sí. ¿Qué pasa?
-Nuestro amo, que está atormentado hace tiempo por un demonio, y ahora ha dicho por su boca el espíritu malo que como no lo venga a sacar Artelais que no se marcha. Por ese motivo y razón vamos buscando a Artelais como locos.
-Pues ya la habéis encontrado; pero yo, una pobre chica, ¿qué poder tengo para expulsar demonios?
-Nosotros, lo que él dice. Más no sabemos.
-Venga, vamos -dijeron los eunucos-. Peor que está el pobre hombre no lo vamos a poner.
Iban para la ciudad y se tropezaron con la comitiva que transportaba al energúmeno, encadenado y maniatado.
-¡Socorro, socorro! -gritaba- ¡Sacadme este demonio de dentro, que me mata!
-¡Espíritu inmundo, salte de este desdichado que es de Dios!
El endemoniado se enrollaba sobre sí mismo como un bicho bola, se estiraba como una ballesta y echaba espumarajos por la boca, de un modo tan espantoso que la muchedumbre que lo conducía se dispersó aterrada como disolviéndose en el aire.
La joven santa se puso a rezar y de allí a poco bajó el ángel y sanó al endemoniado.
-¡Gracias, gracias! Ya hacía dieciocho años que me tenía atormentado ese diablo y no había manera de echarlo. 
Y la fama de Artelais se extendió por toda la ciudad, donde pretendían hacerla quedarse. Pero los viajeros se encaminaron a Durrës, desde donde se embarcaba a Siponto, actual Manfredonia.
A la orilla del mar encontraron un barco donde yacía un marinero enfermo.
-¿Quién va en esta nave?
-Este pecador. ¿Adónde vais?
-A Siponto.
-Yo os llevaría de buena gana, si no estuviese como veis.
-Dios te devuelva la salud -dijo Artelais imponiéndole las manos.
Milagrosamente curado el marino, embarcaron todos y zarparon. Poco tiempo después, el marino desde su cofa divisó una vela sarracena.
-¡Reza, reza, muchacha santa, que si no te escucha Dios nos cogen los piratas y nos pasan a cuchillo! ¡Maldita sea mi suerte! Más me valía haberme muerto tranquilamente en Dürres que aquí en manos de esos salvajes.
Combate entre griegos y sarracenos. Manuscrito del siglo XI.
Pero Dios sí la escuchó y una espesa nube negra fue tomando cuerpo entre el barco de Artelais y sus perseguidores, ocultándolo a sus ojos y permitiéndole escapar.
Llegados a Siponto, sin perder tiempo se dirigieron a la Catedral, donde entregaron ofrendas y dieron abundantes limosnas a los pobres que se agolpaban en el atrio. Un hombre que estaba entre ellos se dirigió a Artelais.
-Yo, piadosa muchacha, estoy haciendo a mi costa y con la caridad de los fieles unas obras en un monte sagrado que hay aquí cerca. Se llama Gargano y el santuario está consagrado a San Miguel. Allí se han producido y siguen produciéndose estupendos milagros.
-Muy bien: yo quiero ver eso con mis propios ojos.
Fue a visitar el monte y los trabajos y satisfecha, dio treinta monedas de oro al hombre. 
Es curiosa esta expedición al santuario dedicado a San Miguel, simétrico del otro monte San Miguel de Francia, vinculado a la leyenda de Gargantua (y al monte San Miguel de Cornualles). El santuario del monte San Miguel de Francia se fundó más o menos por los años en que Artelais estaba en Benevento, y a imitación del italiano. De hecho, su fundador, San Alberto (Aubert) de Avranches, envió una delegación a Gargano para inspeccionar iglesia y cueva y construir a imagen de ellas el templo normando. Los emisarios volvieron trayendo, ¡cosa maravillosa!, algunas reliquias de San Miguel.
El santuario de Gargano en la Apulia data del 492; pero allí ya existía en la más remota antigüedad un lugar de culto pagano.
Aparición de San Miguel en el monte Gargano el
año 492. Fresco austríaco, 1778-79.
A Dontenville, el estudioso de la mitología francesa, no se le pasó por alto el parecido entre los nombres de Gargano y Gargantua, que le dio a pensar en la existencia de un antiguo dios (de carácter solar) no sólo precristiano, sino preindoeuropeo, al que se habría rendido culto en ambos lugares y en otras muchas montañas sagradas por toda Europa y parte de Asia. El culto sería cristianizado por el expediente de la lucha con San Miguel, héroe luminoso vencedor de otro adversario luminoso (Lucifer, portador de luz).
Ésta de gargo es una palabra bien atestiguada en la antroponimia gala. Delamarre cree que significaba "feroz", como el irlandés garg, y que está emparentada con el griego gorgos, "terrible", es decir con el nombre de las Gorgonas. 
A su regreso, en la iglesia de San Marcos de Siponto, la joven viajera encontró a un anciano que le dijo:
-Artelais, no sigas viaje. Quédate aquí que yo me encargo de ir a Benevento y traerte a Narsés.
-¿Cómo sabrá éste quién soy yo y a lo que vengo? ¡Tiene que ser un ángel de Dios! ¡Dios mío, no me dejes de tu mano y ten siempre uno de tus ángeles amparándome, y si pudiesen ser más de uno, mejor.
Entre tanto, Narsés había tenido en sueños la visión de un anciano que le había advertido:
-Despierta, Narsés, y sal a recibir a tu sobrina, la hija del Lucio, que viene huyendo del emperador Justiniano, que la quería secuestrar.
Narsés, como hombre piadoso, obedeció, y no terminaba de salir de su casa cuando, corroborando el mensaje del sueño, un enviado de su sobrina le anunciaba su visita.
Narsés, con un séquito de hombres a caballo, se encaminó a Siponto.
-Una muchacha forastera recién desembarcada, ¿sabéis dónde para?
-En la iglesia de San Marcos, si es la que dices, y es la joven más limosnera que hemos visto en la vida.
Narsés entró en la iglesia y esperó a que la muchacha dejase de rezar. Cuando se volvió y lo vio, corrió a sus brazos.
-¡Tío, tío!
-Tú debes de ser mi sobrina, pero ¿cómo te llamas, que aún no lo sé?
-Artelais.
-Artelais... Bueno, vas a quedarte en casa, pero como vendrás cansada será mejor partir el viaje en dos y parar en Lucera.
En aquella ciudad se encontraron a gusto y se detuvieron varios días. Era la Providencia lo que los detenía allí, porque el hijo del que mandaba en la ciudad cayó enfermo de una gran calentura y, desahuciado ya por los médicos, declaró como en trance:
-Si queréis que viva, traedme a la virgen Artelais.
-¿Y dónde la vamos a encontrar a esa tal Artelais?
-A la puerta de la ciudad con el patricio Narsés.
El pobre padre fue adonde su hijo le decía y se llevó una sorpresa bastante grande al comprobar que allí estaba la muchacha.
-¿Podrías -le dijo- venir a mi casa? Tengo un hijo que se está muriendo sin remedio y te ruega que lo vayas ver. ¡Si vieras!... Su madre está de pie a su cabecera, y tiene en la mano un cuchillo que no hay manera de quitárselo, y dice que en el mismo momento que se muera el chico, que se corta ella el pescuezo.
-¡Qué barbaridad! 
-Si no nos damos prisa, no llegamos a tiempo.
-Eso no, porque Dios está en todas partes y lo mismo da rezar aquí.
Estaba ella en oración cuando llegó a todo galope un criado anunciando la curación del joven. El alcalde quería recompensar a Artelais con buena cantidad de plata, pero ella no quiso aceptar nada.
Luego, de camino, curó a un paralítico que llevaba doce años amarrado a una silla porque no se podía levantar y si lo soltaban se caía al suelo.
La noticia de estas maravillas corrió más veloz que los viajeros y cuando llegaron a Benevento había salido a recibirlos una muchedumbre cantando himnos. Repicaban las campanas de las iglesias de la ciudad Era día de Santiago. Artelais y Narsés oyeron misa y, tomando el patricio a su sobrina de la mano, la condujo a su casa entre muestras de entusiasmo popular.
La alegría no duró mucho: a la semana murieron Porfirio y Florencio, eunucos de Artelais. La joven, acaso impresionada por esta doble desgracia, comenzó a mortificarse con grandes ayunos y penitencias.
Cuando Narsés se dio cuenta de la áspera vida que llevaba, comentó a sus amigos:
-Esta muchacha es una santa; aquí en esta casa no pinta nada. ¿Qué hago con ella?
-Llévala donde una viuda que se llama Sofía, que al morir el marido ha convertido su casa en reclusión; es ahí junto a San Lucas, al lado de la puerta de la muralla.
A las dos les pareció bien. Artelais fue endureciendo más y más sus penitencias y ayunaba todos los días de la semana excepto el domingo. Comía sólo de lo que le mandaba su tío porque se había prohibido cualquier otra actividad que no fuese la oración.
Con tan áspera vida, poco tiene de extraño que muriese a los dieciséis años y tres meses. Según el texto de Hilario, vivió en Benevento seis años tres meses y ocho días, donde se ve que llegó con diez años, el día exacto de su cumpleaños.
El de su muerte se sintió presa de una fiebre altísima y dijo al que quedaba de sus eunucos:
-Ya ves: me muero.
El eunuco se desesperaba:
-¿Y ahora qué hago? ¿Adónde voy yo? No sé dónde ir. ¿Por qué no habré muerto cuando mis otros dos compañeros, para no ver este día?
La muerte, acontecimiento multitudinario.
Dormición de la  Virgen
, marfil de los siglos X-XI
Y todas las mujeres de la ciudad, enteradas de la desgracia, sollozaban y se arrancaban los pelos a puñados, considerando su santidad y su belleza.
Quiso oír misa en San Lucas. Al acabar la ceremonia y sin dares tiempo a salir del templo, apareció su tío corriendo y la abrazó con lágrimas. Toda la muchedumbre lloraba a mares. De la mano la llevó Narsés a su palacio, donde descansó algo; pero Narsés comprendió que el final llegaba irremisiblemente. Por eso mandó hacer un ataúd de bronce con el nombre de Artelais escrito y una lápida de mármol y cavar una fosa junto a la iglesia donde solía ir a rezar, a un paso de su casa. Sobre la sepultura mandó construir un panteón o capilla funeraria.
Llama la atención el cardenal Borgia sobre el hecho de que en Benevento en aquella época no existía la costumbre de enterrar en las iglesias, sino alrededor de ellas, al pie de sus muros.
Narsés acudió con el eunuco y otros muchos, hechos un mar de lágrimas, a la cabecera de la enferma. A la media noche, Artelais pidió que viniesen unos sacerdotes y se confesó en presencia de todos. Entonces dijo:
-¿Por qué no os calláis, si hacéis el favor, a ver si puedo coger un rato el sueño?
Debía de ser un martirio estar acostada en la alcoba atiborrada de gente, con el calenturón y medio Benevento apretujado alrededor de la cama, gimiendo, rezando y rasgándose las vestiduras.
Se volvió hacia Oriente y se encomendó a Dios: fueron sus últimas palabras. Entonces redoblaron los llantos de la multitud. 
Era el día tres de marzo.
La embalsamaron con ungüentos y la llevaron a enterrar, y era tan intenso el perfume que exhalaba la tumba que se olía a dos estadios, unos trescientos metros. 
El eunuco de Artelais, desolado, pidió licencia a Narsés para volver a su tierra. Al salir de la ciudad, sintió el impulso de dar un último adiós a Artelais y, agotado, se quedó dormido sobre la tumba.
En su sueño se le apareció Artelais rodeada de vírgenes coronadas de flores y portadoras de ramos de rosas y azucenas.
Vírgenes del Paraíso. Detalle del Cordero místico de Van EickAñadir leyenda
-Hilario -le dijo-: escribe mi nombre y mis milagros y proclámalos en mi tierra natal.
Entonces comprende el lector quién es el narrador de la biografía que tiene entre manos y por qué nunca se ha mencionado en ella el nombre del tercer eunuco.
-Has de saber -prosigue la difunta- que mi padre acaba de morir; está en el Cielo gracias a mis oraciones. Un día después que mi padre murió mi madre, que también está en el paraíso.
Y se desvaneció la visión.
Hilario volvió por donde había ido años atrás: Siponto, Durrës y Tesalónica. Allí unos viajeros de Constantinopla le confirmaron las noticias de Artelais. Hilario se quedó en la ciudad y obediente a la petición de su ama escribió su vida y milagros, colocando el manuscrito en el altar de San Juan. Tiempo después, Pedro, presbítero de Dürres, lo tradujo al latín.
Según testimonio de ambos, fueron muchas las curaciones milagrosas que se produjeron por intercesión de la Santa en Tesalónica, Benevento y todas las ciudades por las que había pasado en su viaje.


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