domingo, 24 de febrero de 2013

El santo de los calderos

Desgraciadamente, no ha llegado hasta nosotros, si es que alguna vez se escribió, la Vida de San Cianán (Keenan en inglés). Lo que sabemos de ella hay que irlo espigando en biografías ajenas y tratados genealógicos.
Según éstos, Cianán pertenecía a los Cianachta de Brega, pueblo que habitaba en las cercanías de la actual Dublín, al Noroeste y no lejos de la costa, en torno a la ciudad de Duleek, (en irlandés Dom Liac, Casa de Piedra). Pero entonces todavía no se llamaba así la ciudad, porque la casa de piedra a la que su nombre se refiere es precisamente la iglesia edificada por ese santo, que fue, según la tradición, la primera que se construyó de piedra en Irlanda. Las tierras de los Cianachta pertenecían a la región de Brega, limitada por el mar y los ríos Lífe (Liffey) y Bóand (Boyne), ilustrísima por encontrarse en ella la sagrada colina de Tara.
Los Cianachta de Brega, como otras ramas de la familia, descendían de Cian, nieto de Mog Nuadat, personaje éste medio histórico medio mitológico que a veces se ha identificado con el dios Nuadu Argatlám (Mano de Plata), el rey de los Tuatha Dé Danann que tuvo que dejar el trono al perder una mano, que le fue sustituida por una prótesis de plata. 
Ángel. Libro de Kells, siglos VIII-IX.
Se cuenta en la leyenda de San Patricio, recogida en su biografía conocida como Vita Tripartita (acccesible en línea) que el Apóstol de Irlanda, cuando a instancias de Víctor, su ángel, escapaba de la cautividad en que lo tenían sus captores irlandeses (y el horror de la esclavitud le daba alas, dice el hagiógrafo), se vio interceptado en su huida por el río Bóand y allí lo encontró un tal Cianán el Viejo.
-¿Quién eres tú, chico?
-Yo...
-¿No dices nada? ¡Para mí que tú eres un esclavo escapado! ¡Muy bien: lo que uno se encuentra es de uno...! Algo me darán por ti, aunque la verdad es que estás bastante esmirriado.
Es de creer que Cianán el Viejo tenía prisa por deshacerse del zagal, no fuesen a venir reclamándolo sus verdaderos amos, así que se lo cambió a unos vendedores ambulantes por un "vas elixationis": un pote de hacer el caldo. ¡Un vaso de elección contra un vaso de elijación!, dice escandalizada la Vita. Cierto que el pote o caldero era de bronce; pero no sería muy grande cuando Cianán, al llevarlo a su casa, lo colgó de la pared.
La venta del muchacho no quedó, sin embargo, sin castigo: y fue que una vez puesto el caldero en su sitio, Cianán notó con sorpresa primero, con horror después, que las manos se le habían quedado pegadas a él tan firmemente que no podía despegarlas por más tirones que daba.
-¡Aquí me voy a dejar el pellejo pegado al caldero este de las narices...! ¡Mujer, mujer!
-¿Qué quieres?
-Mira qué cosa tonta; que se me han quedado las manos pegadas a este caldero que he comprado nuevo, y no sé qué tendría untado el demonio de él, ¡y que no me puedo soltar! Mira a ver si me ayudas, anda.
-Hay que ver qué hombres: no valéis ni para colgar un cacharro. Ni para eso valéis. A ver, trae... ¡Leñe: ¿sabes que pega esto?! Jolín que si pega. Oye, que no puedo soltar la mano. ¿Ves la que has liado?... Nada: que no. ¿Para qué te haré caso? ¡Moza, moza!... Anda, hija, tira de ese caldero, que mira qué gracia, que está todo pegajoso, y lo ha comprado el señor, y nos hemos quedado aquí encolados que no hay manera. ¡Todavía me estoy acordando de la vez que me viniste con aquel perro tuerto. ¡Lo que a tí no te coloquen...!
-¡Ya ves, me colocaron a ti...! ¡Mozo, chico!: a ver, tú que tienes más fuerza, tira a ver de ese caldero, mira si lo despegas, haz el favor.
Enmarañados. Libro de Kells, siglos VIII-IX.
No tardó mucho tiempo en verse toda la casa hecha un compacto racimo que tenía por núcleo el caldero del pecado, como hidra de tentáculos que se retorcían y agitaban con rabia y desesperación, hasta que el amo cayó en la cuenta de lo ocurrido.
-Esto ha sido por vender al huido ese. ¡Pobre chico: era para haberle ayudado a escapar!... A ver si queda alguien suelto por ahí, que vaya por los mercadantes, si acaso nos quieren descambiar este caldero infernal... La avaricia rompe el saco, está visto.
El arrepentimiento pudo lo que no habían podido los tirones y al instante se vieron sueltos amos y criados. Los mercaderes recobraron muy contentos el caldero a trueque del muchacho enclenque que para poco les valía y Ciarán se apresuró a devolverle la libertad.
La llamada Vita quarta de San Patricio precisa que los mercaderes eran los mismos que iban en el barco en el que luego zarparía el fugitivo a su tierra. Dice que el caldero, que era enorme, quedó pegado no a la pared, sino a las espaldas de Cianán, que lo llevaba a cuestas, y que éste y su familia, adheridos todos al caldero como una especie de centolla o anémona humana, tuvieron que acudir en maraña al barco, pateando y dando gritos desoladores de socorro, a implorar la piedad de Patricio.
Y éste continuó su fuga rumbo a la libertad, decidido firmemente a no volver a poner los pies en Irlanda.
Pero ¿qué?: el hombre propone y Dios dispone. Andando el tiempo, Patricio volvió a Irlanda para evangelizarla y a su paso por otro Cianachta, el actual Keenaght en el Ulster, conoció al matrimonio formado por Séadna y Ethne, que estaba entonces esperando un hijo. marido y mujer se convirtieron y San Patricio los bautizó.
-Séadna, bendigo el vientre de tu noble mujer.
-Noble y nobilísima -dijo el orgulloso marido-, porque es descendiente de Eogan Mór.
Eogan Mór, fundador de la dinastía Eoganachta, que mandaba en la mitad meridional de Irlanda, era hermano de Cian, el antepasado de los Cianachta.
Aquel niño aún por nacer era el futuro obispo San Cianán.
Según el diccionario hagiográfico de de Pádraig Ó Riain, a pesar de la incoherencia cronológica, detrás de estos dos Cianán se oculta el  mismo personaje.
San Patricio, según se lee en una de las vidas de San Columba (Betha Colaim Chille) era amigo de San Cianán y como -esto lo añade el Santoral de Óengus- tenía mucho peor letra que él, le encargó una copia de las Escrituras (o de su regla monástica); San Cianán le pidió otra de su puño y letra a cambio, por veneración.
Sabemos por la vida de San Albeo que Cianán, de niño, estuvo educándose con aquel santo. En una ocasión, San Sinchell el Encorvado, que estaba de viaje, pidió posada a San Albeo y éste le cedió su monasterio entero, desplazándose con sus monjes a otra parte mientras se quedase allí su huésped. Cianán, no por maldad ni por codicia, sino por travesura de crío -"pueriliter agens"-, robó un recipiente pequeño de bronce que pertenecía a Sinchell. A San Albeo no le fue revelado el hurto hasta que llevaban largo trecho recorrido.
-Muchacho, ¿cómo se te ocurre coger lo que no es tuyo?
-No sé...
-¿No sabes? Trae acá ese cacharro. ¿Ahora qué? Tenemos que desandar cinco leguas para restituir esa perola: ¡ya ves la gracia que has hecho!
Pero cuando el niño dejó el recipiente en el suelo, vinieron los ángeles y por el aire se lo llevaron a su dueño (ver El niño lobo en su patria).
Más tarde, cuando San Cianán ya era mayor y había construido la famosa iglesia de piedra llamada Damliac, fue a visitarlo otro santo, San Cairnech. Así cuentan las notas del Santoral de Óengus esa visita:
"Le fueron a preparar un baño. La tina estaba desfondada. 
—Esto es una vergüenza —dijo Cianán.
—¿Qué? —dijo Cairnech.
—La tina, que está desfondada —dijo Cíanan.
—Llenadla de agua —dijo Cairnech— y vamos a lavarme.
Dos en la tina. Capitel románico.
Allí dentro fueron echando agua y no se salía ni una gota.
—Cairnech, ¡a la bañera! —dijo Cianán.
—¡Vamos los dos juntos!
Y allá que fueron.
—¡Qué bonito cuerpo tienes, hermano! —dijo Cairnech.
—Hasta ahora, sí: no está mal.
—¡Pues suplico a Dios —dijo Cairnech— que tal como ahora está siga para siempre, sin corromperse ni pudrirse, hasta que venga Cristo a la gran asamblea del Juicio Final! 
Y así se ha cumplido."
Cianán murió, según los Anales des Ulster, en el año 489. Hasta tiempos de Adamnán, cada año por Jueves Santo un obispo de rango superior le cortaba el pelo y las uñas. El obispo Adamnán fue a la tumba con ganas de ver el cuerpo con sus propios ojos y de cerciorarse de su estado tocándolo. Al momento, perdió la vista de los ojos. Desolado,  se quedó allí mismo, decidido a no probar bocado hasta que San Cianán lo perdonase. Y así le fueron sanados los ojos. Desde entonces, nadie es osado de entrar en la tumba.
La iglesia de piedra, prodigio arquitectónico en la Irlanda de su tiempo, fue consagrada por otro santo amigo de San Cianán: San Mochua. Resultaba que los albañiles decían que en tiempo de lluvia había que parar la obra; por eso San Cianán iba pidiendo a todos los santos de Irlanda, uno detrás de otro, que rogasen a Dios buen tiempo para seguir los trabajos. Uno le conseguía un mes de bonanza, otro una semana, el de más allá quince días... A fuerza de oraciones y ayunos, Cianán consiguió que le fuese revelado qué santo podía granjearle más tiempo de sol: ¡un año entero, un milagro de los más grandes para Irlanda! Se trataba de San Mochua, y la condición que éste le puso fue que sería él quien celebrase la consagración del templo maravilloso. 
San Cianán había ido a ver a San Mochua con quince de sus monjes y a la vuelta se tropezaron con un río crecido imposible de vadear. Mochua, que los había acompañado hasta allí, tendió sobre las aguas su manto, sobre el cual, como si fuese una tabla, se subieron los quince (aunque es de suponer que un tanto apretados) y cruzaron el río. La prenda recobró luego su blandura original. Ni siquiera se había mojado.
San Columba fue otro de los santos que tuvieron gran admiración a Cianán, que había vivido tiempo antes que él.
Un día que San Columba -o Colum Cille- estaba de paso por Dom Liac, entró a recogerse en la iglesia de piedra. Allí estaba enterrado Cianán y Colum Cille se quedó meditando sobre su tumba. De pronto, ¡oh prodigio!, la mano del santo inhumado, perforando la tierra, surgió del suelo tendida, como diciendo al apóstol de los pictos:
-¡Vengan acá esos cinco!
Con la serenidad que confiere la santidad, en vez de salir despavorido como hubiera hecho cualquier mortal, San Columba estrechó la mano de la momia amistosa. Desde entonces, San Cianán no ha vuelto a tolerar que nadie toque su cuerpo. 
Pádraig Ó Riain, cuyo diccionario he citado más arriba, fijándose en la similitud entre el nombre del santo y el de su nación, los Cianachta, conjetura que este personaje enmascara a algún antiguo ser mitológico, dios epónimo de su pueblo.
Otro de los motivos que lo llevan a esta hipótesis es la constante asociación de Cianán con calderos de todos los tamaños.
Se ha observado repetidamente en la épica irlandesa que ciertos personajes son trasunto humano de dioses, como Nuadu y Nuadat, que decía al principio de esta entrada. Así, Cú Chulainn lo es de su padre Lug, al igual que varios Lugaids, y lo mismo se ha sugerido de Fionn mac Cumhail, el máximo héroe ossiánico.
Ahora bien, Cianán es diminutivo de Cian (que resulta de un antiguo vocablo celta, *cennos, "largo", atestiguado en antropónimos y gentilicios galos) y Cian  es un personaje muy conocido en la mitología irlandesa: como que es el padre del propio Lug.
Uno de los mitos irlandeses más famosos es que tiene por héroes a los hijos de Tuirenn. En él, Cian es asesinado a pedradas por los hijos de su enemigo Tuirenn. La ley permite que los culpables se libren de la venganza a cambio de una compensación. Arteramente, Lug exige en pago del crimen una serie de objetos mágicos casi imposibles de conseguir y cuya búsqueda supone una muerte segura. Lug tiene en su mano -en su larga mano- la posibilidad de librar de ella a los hijos de Tuirenn, merced precisamente a uno de los talismanes que ellos mismos le han pagado. Pero, rencoroso, se niega a cedérselo y todos, padre e hijos, mueren a la vez. 
En la épica irlandesa (y en la galesa) aparecen una y otra vez dos objetos simbólicos relacionados entre sí y cargados de complejos significados: la lanza y el caldero. Así, Celtchar mac Uthechar tenía una lanza tan maligna y mortífera que debía permanecer sumergida en un caldero de veneno si no se quería que empezase a alancear espontáneamente a diestro y siniestro.
La importancia del caldero en la religión celta salta a la vista con echar un vistazo al extenso artículo que dedica a ese objeto el Dictionary of Celtic Myth and Legend de Miranda J. Green.
A cualquiera se le vienen a la cabeza los dos objetos místicos que le son exhibidos a Perceval en la narración artúrica: la lanza sangrante y el graal.
La doncella del Graal en la película de Eric Rohmer
Perceval le Gallois (1978)
En Irlanda, de estos dos objetos es la lanza la que principalmente corresponde a Lug. Pero tampoco está del ausente la conexión entre Lug y el caldero.
Bernard Sergent ha estudiado la notable similitud entre el Lug celta y el Apolo griego. Y Apolo sí que se relaciona con diferentes calderos. El caldero délfico, ante todo, pero no sólo él. Por ejemplo, en la ciudad de Krannon se paseaba en procesión en honor de Apolo un caldero al que iba atada una pareja de cuervos (aves sagradas de Lug, por cierto, igual que de Apolo).
El caldero de Apolo, indica Sergent, es símbolo de regeneración, de muerte y resurrección, y es por tanto un símbolo iniciático. Como el caldero donde fue guisado y resucitado Pélope; y, en Irlanda, el caldero de los Tuatha Dé Danann, en cuyo seno los guerreros heridos recuperaban la salud... igual (se puede añadir) que los niños de varios milagros obra de santos cristianos, como San Vicente Ferrer en Morella. Y, por supuesto, el Graal cristianizado, que es instrumento de regeneración de toda la humanidad gracias al sacrificio divino.
Naturalmente, este símbolo se encuentra incluso más allá de la ideología indoeuropea (y muy en particular en las creencias chamánicas) porque es una metáfora que se ocurre a uno con facilidad la de la regeneración espiritual como transformación culinaria. En el caldero se echan en agua los alimentos crudos y troceados, y gracias a la acción del fuego resurgen transmutados en delicioso cocido. Maravillosa alquimia la del caldo.
Y como este mundo es un bosque de símbolos, el caldero se convierte también, para la imaginación, en el vientre de la mujer donde se hornean a fuego lento los nuevos seres y en el vientre de la tierra que transforma a la simiente en mies, cuya digestión produce el oro y demás metales y en cuyo seno esperan los muertos la resurrección.
Y así, agricultura, preparación del pan, metalurgia, alfarería y la reproducción de los animales (nosotros incluidos) vienen a ser distintas formas de la misma actividad cósmica. Claro que todo tiene su reverso y (como indica Erich Neumann, el mitólogo jungiano al que me he referido ya varias veces) el ambivalente caldero es también el de la destrucción, el caldero infernal y el de las brujas (las brujas de Macbeth por ejemplo). 
Fra Angelico, El juicio final (detalle).
Por otra parte (pero no tan por otra parte) el caldero entre los irlandeses es símbolo de soberanía. Es famoso el relato la ceremonia de entronización irlandés que se encuentra en la obra de Giraldus Cambrensis, donde el futuro rey se baña en el caldo de una yegua sacrificada ritualmente. Por supuesto que el rey tiene que ver con la muerte y resurrección cíclica de la naturaleza (puesto que es él quien la asegura y ésa su más importante función). Pero es que además el rey es el dador por excelencia: por eso le pertenece el caldero de donde fluyen como de un cuerno de la abundancia los bienes que obsequiar.
Recordamos el enorme caldero de Guaire, que protagonizó una extraño viaje aéreo (ver Un precursor).
Sin embargo, la Soberanía es mujer (y el rey sólo lo es mediante su unión con ella) porque el pote y la tahona universales son, para el mundo simbólico, el vientre femenino.
En la antigua Irlanda los reyes delegaban esta función de distribución de riquezas en el "hospitalario" (briugu) que tenía a su cargo un establecimiento donde se repartía toda clase de bienes (lo que a veces terminaba en la ruina absoluta del hostelero).
Muchos santos irlandeses heredan esta prodigalidad del rey, imagen de la de la Naturaleza, en milagros de multiplicación increíble de alimentos.
El caldero y la taza de la soberanía aparecen en la narración titulada Baile an scáil, en la que Lug se aparece al rey Conn Cétchathach y le muestra a la Soberanía en forma de una bella joven junto a esos objetos destinados a que el rey cumpla su función de repartidor de bienes. Según los Anales de los cuatro maestros, Conn comenzó a reinar en el año 123 de nuestra era; y por cierto, era de la familia de Cianán, puesto que su antepasado Eogan el grande, fundador de la dinastía de los Eoganachta, era su nieto.
Otros dioses irlandeses aparecen relacionados con calderos, como el médico Dian Cecht (ya lo hemos visto) y el dios marino Manannán mac Lir. Pero el que más constante y estrechamente se asocia con ese recipiente es Dagda o Eochaid Ollathair. El caldero de Dagda no tiene fondo (como el cuerno inagotable del que dieron, en el mito nórdico, a beber a Thórr, dios del que se han señalado varios parecidos con Dagda). 
Ahora bien, como advierten Stercx y Bernard Sergent (éste en una nota de su Celtes et Grecs I: le livre des héros, con referencia a aquél), los textos medievales irlandeses apuntan (e incluso uno del siglo X afirma explícitamente) la identidad de Dagda y de Cían, padre de Lug.
Cianán, el santo -Cíancito-, habría sido por tanto, antes de su cristianización, un trasunto humano del Dagda, importante divinidad de la Irlanda pagana e identificada a veces con el galo Sucellus.
El dios galo Sucellus.
Aunque San Cianán suele celebrarse el 25 de Febrero, el Santoral de Óengus lo menciona el 24 de noviembre:
"La Cíanan Doim Liacc,
Cain dias dian tuirinn..."
"Con Cianán de la Casa de piedra,
Hermosa espiga de nuestra mies"...
Espiga y mies, símbolos de resurrección y abundancia, símbolos eucarísticos también. Pero ¿será casual la elección del nombre Tuirenn, que coincide con el del enemigo de Cían, muerto víctima de la venganza implacable de Lug?

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