Por los años en que Mariano Escoto partía rumbo a Alemania (por 1068) nacía en Borgoña Enrique, futuro conde de Portugal. Y menos de dos décadas después, en 1082, en el reino de Galicia, en el lugar llamado Ganfei, un niño al que sus padres -Oveco y Eugenia- pusieron Teotonio.
Ganfei está cerca de Tuy, a cuya diócesis pertenecía, en la orilla opuesta del Miño.
La Vida de Teotonio, escrita en latín en el siglo XII, poco después de su muerte, fue recogida por Alexandre Herculano en el tomo I de sus Portugaliae monumenta historica (donde se puede leer en línea) y traducida más tarde, en el siglo XV, al portugués.
Oveco y Eugenia, viendo en su hijo disposición para el estudio, lo enviaron con su tío Don Cresconio, obispo de Coimbra, y el sabio arcediano Don Tello.
Interior de la catedral vieja de Coimbra. http://commons.wikimedia.org/wiki/File: Sé_Velha_de_Coimbra_ou_Igreja_da_Sé_Velha_10.jpg |
Encantaba su tono, dulce y grave, tan distinto de las habituales exageraciones efectistas de los predicadores; con su habla suave y paternal consolaba al afligido y conmovía al pecador. Hablaba llanamente y sin afectación; incluso cuando prior de una importante comunidad monástica siempre tuvo por mejores el sentido común y la palabra sencilla que la mundana filosofía y la retórica.
Comía frugalmente y a menudo eran su almuerzo unas cebollas con sal. Así disfrutó de salud y rehuyó cuanto pudo a los médicos. En su vida consintió sangría ni purga, puntales de la terapéutica en su tiempo.
Este semblante de serenidad alejada de todos los extremos supo darle a la expresión del santo el autor del San Teotonio que se encuentra en el Museo de Arte Antiguo de Lisboa, atribuido a Nuno Gonçalves. En ese cuadro parece un labriego vistiendo el hábito monacal por alguna promesa y que posa solemnemente, rígido, en el estudio de un fotógrafo donde hubiese ido a retratarse para conservar el testimonio de su voto cumplido.
Sentado en el canto de su banco de madera, empuña el báculo como una pértiga para impulsar alguna barca. Va tocado con su mitra -San Teotonio como prior de Santa Cruz tenía derecho a uno y otra aun sin ser obispo ni abad- como si no le perteneciese, con el aire de leve incongruencia con que llevaría una chistera quien no está acostumbrado a ella.
En Viseu, San Teotonio no tardó en ganarse aprecio universal y fama de sanador milagroso y debelador de diablos.
Esta virtud nunca lo abandonó. Ya siendo prior de Santa Cruz acudió en auxilio del monje inglés Samuel, que como otros muchos cruzados había venido a la reconquista de Lisboa. Samuel cayó enfermo y se le aparecían unos demonios muy negros que lo atormentaban pinchándolo con lanzas. Los diablos eran invisibles salvo para el infeliz Samuel, pero todos lo veían gritar y retorcerse por obra de las lanzadas. Era aparecer Teotonio y huir los diablos como una nube de mosquitos; pero en cuanto se daba la vuelta caían otra vez sobre el monje con renovada saña.
Lo mismo sucedió a otro lego: a éste el Demonio se le aparecía también en forma de un negro, pero que lo asaeteaba con un arco. Y como los anteriores, huía de Teotonio.
-Amigo -dijo el prior al lego-, curarte está en tu propia mano; pero algo te tiene que costar. Y ese algo es que tienes que renunciar a esa amiga tan cariñosa que tienes y a la que quieres tanto para no volverla a ver en tu vida. Porque es el demonio de la lujuria el que te atormenta y eso quiere decir la flecha.
-Pero ¿quién ha dicho?... ¡Eso es mentira!
-Tú sabes mejor que yo la verdad que hay en ello, y si no quieres más flechazos, confiesa y despídete de la moza. Las dos cosas van una con otra: si quieres amiga, apenca con el negro.
-Pues no tendré más remedio, pero la pena de la renuncia no sé si es mejor o peor de sufrir que los flechazos.
Demonios sagitarios. Miniatura del siglo XII en el Hortus Deliciarum de Herrada de Landsberg. |
Ahora bien, la blandura de Teotonio no era incompatible con la severidad cuando la censura se imponía. A una mujer, bellísima, que prendada de sus encantos lo agobiaba con sus requerimientos no dudó en escupirle públicamente a la cara. Otra distinta, más audaz aún, lo atrajo a su confortable morada (Teotonio, en cambio, vivía con ascética parquedad: no tenía bancos ni sillas en su casa) y en ella a una privada recámara donde era su plan "abrandarlo con coças e luxuriosos afagos" "como hüa luxuriosa besta". Como era en el estío y el calor apretaba, quiso primero descalzarlo y descansarle los pies con un baño, mas no con buenas intenciones, porque "o queria certamente provocar". Comprendiendo (no requeriría gran penetración psicológica) de lo que se trataba, el prometedor clérigo salió despavorido a acogerse en sagrado, donde lo vieron todos los fieles huyendo descalzo iglesia adelante.
Insisto otra vez en la descalcez (especialmente si, no como aquí, se trata sólo de un pie). No hace mucho hablaba de San David de Gales, cuando para salvar a San Maedog salió de la cama con un zapato solo. No se trata sencillamente de un detalle indicador de la prisa o vehemencia de la reacción, sino de una marca de sacralidad. En Anatole le Braz leemos repetidamente que en ciertas ceremonias especialmente solemnes, y en particular las que tienen que ver con las almas en pena, el sacerdote debe ejercer su sacro oficio descalzo, tiene que ser "prêtre jusqu'à la terre", sacerdote hasta la tierra. Es el contacto directo con la energía telúrica (la conexión con el Cielo está garantizada por su condición sacerdotal) lo que le confiere eficacia a su mediación entre dos mundos.
Pero no se crea que Teotonio tronaba solo contra unas pobres mujercillas fascinadas por su personalidad.
A la mismísima Doña Teresa, madre del rey de Portugal Afonso Henriques, la echó con cajas destempladas de su iglesia, donde había tenido la osadía de presentarse acompañada de su amante Don Fernán Pérez de Traba. En otra ocasión la reprendió públicamente porque le metía prisas para que se ventilase a la carrera una misa o algún otro acto litúrgico.
Ciertamente, influyen en esta severidad los motivos políticos, ya que Portugal se dividía entre los partidarios de la viuda Doña Teresa (y tras ella la influencia del poderosísimo conde de Traba) y los defensores de su hijo Afonso Henriques: tensiones que acabaron en guerra. Pero también es verdad que Teotonio también supo regañar, cuando hizo falta, a la reina consorte Doña Mafalda, mujer de Afonso.
Es de suponer que uno de los motivos de la admiración con que la gente veía a Teotonio era el haber hecho la peregrinación de Jerusalén; y estando ya de regreso en Viseu sintió nuevamente el afán de visitar los santos lugares y por segunda vez marchó a Oriente.
La vida de San Teotonio incluye una relación bastante detallada de su periplo que constituye un interesante documento de aquellos viajes en el siglo XI y que nos permite hacernos una idea del de Clemente, el fraile irlandés compañero de Mariano Escoto, que lo precedió en unos años (ver la anterior entrada).
Comenzaba la peregrinación por tierra hasta Bari, donde se embarcaba con destino a Jaffa. La travesía duraba tres semanas y los navegantes se exponían a numerosos riesgos. En su estudio sobre el miedo en Occidente, Jean Delumeau se extiende sobre el horror al mar, en particular a la tempestad, cuya descripción se convierte en tópico casi infalible de toda narración de un viaje marítimo, con idénticos elementos que se repiten a través de los siglos (las olas convertidas en montes cristalinos y movedizos, la nave zarandeada vertiginosamente por las olas entre las arenas del fondo y las estrellas que parecen tocarse con la mano, la desesperación de los pasajeros y marinos que se confiesan unos a otros a voces en medio del fragor de la tormenta...) Desde la novela bizantina hasta, por lo menos, la descripción entre romántica y simbolista de Hugo en El hombre que ríe, ya del 1869, nos los encontramos con más o menos variantes.
La Vida de San Teotonio introduce una no del todo excepcional en la tempestad que se abate sobre el barco de los peregrinos a la altura del cabo Maleas, la punta más extrema al Sureste del Peloponeso: la aparición repentina de una bestia terrible entre las olas:
-¡Éste es dragón! -decían unos.
-¡No, no: es monstruo marino! ¿No lo veis?
-¡Dejaos de cuentos: es el Demonio, el Demonio en persona que viene por nosotros!
Monstruo marino. Ilustración de Gustavo Doré para el Orlando Furioso. |
El autor de la vida, que conocía estos detalles de labios del propio San Teotonio, dice que lo que más le llamaba la atención al santo peregrino eran los ojos de la bestia llameantes como antorchas.
Gracias a las oraciones de Teotonio, se aplacó la furia de las olas y llegaron sanos y salvos a Jaffa.
La primera etapa del "tour" de los santos lugares era la tumba de San Jorge mártir en Lydda, hoy Lod. De ahí continuaba por Nazaret, el monte Tabor, Sebaste de Samaria, donde se visitaban las tumbas de los profetas San Juan Bautista, Eliseo, y Abdías, el pozo de la Samaritana y finalmente tras la acostumbrada oración en el Monte del Gozo, Jerusalén.
Hecho el recorrido de los santos lugares jerosolimitanos continúa el viaje por Betania (casa y tumba de Lázaro), Belén, el río Jordán, Jericó, Cafarnaún y el lago Tiberiades.
De regreso a Jerusalén, los monjes de la comunidad del Santo Sepulcro lo invitan a quedarse en su compañía. A pesar de sus propios deseos de permanecer en la ciudad santa, Teotonio siente una imperiosa vocación de regresar a Portugal por un tiempo y emprende el regreso prometiendo a los monjes de Jerusalén que su ausencia no será larga.
En efecto, regresado a Viseu al término de un largo y fatigoso viaje, comienza a hacer los preparativos de su tercera y definitiva peregrinación.
Sin embargo, sus proyectos quedaron frustrados al acercársele once santos varones de Portugal y manifestarle su propósito de formar una comunidad monástica, con el ruego de que se dignase presidirla. Ya estaban incluso adquiridos los terrenos para la construcción del edificio en Coimbra, junto a los Baños Reales.
Teotonio se dejó convencer por lo que veía ser voluntad divina y el año de 1132 se fundó la orden de la Santa Cruz, regida por la regla agustina.
Tanto viaje a Jerusalén, el nombre adoptado por la orden, el número inicial de doce miembros (como los doce apóstoles) y el de los que finalmente la fundaron, setenta y dos (como los setenta y dos discípulos) tienen un aire decididamente mesiánico y apocalíptico.
El culto de la Cruz y de su invención no deja de evocar a Santa Elena y Constantino, del mismo modo que la batalla de Ourique, momento fundacional de la monarquía portuguesa, con la visión del rey Afonso Henriques y la intervención de aliados sobrenaturales, parece remedo de la batalla del puente Milvio librada por aquel emperador.
No hay que olvidar que se estaba asistiendo al nacimiento de un reino y de un reino que necesitaba mostrar al mundo unos triunfos (en el terreno de la sacralidad) comparables a los de la Galicia de la que se desgajaba, con el importantísimo centro jacobeo.
San Teotonio siempre fue defensor de la nueva monarquía. Ayudó con sus rezos al rey en las batallas y en la enfermedad; a la reina en sus partos.
Afonso Henriques yace sepultado en la santa Cruz de Coimbra. |
Ya he dicho que su admiración a Afonso Henriques (de quien era amigo) no le impidió enfrentarse con él y con la reina, y aun reprenderlos. Así sucedió cuando liberó por su cuenta a los cautivos mozárabes traídos a rehala entre los moros como botín de una algara en el reino de Sevilla. A pesar de la renuencia del rey (probablemente temeroso de descontentar a los guerreros que se habían arriesgado en el raid), los mozárabes no sólo quedaron horros sino que a los que no quisieron regresar a sus casas se les concedieron terrenos cercanos a Coimbra.
Mostró una vez la reina Doña Mafalda la curiosidad de ver las partes del monasterio de Santa Cruz vedadas por la clausura.
-Lamentablemente, ahí no se puede pasar.
-Pues ¿quién me lo va a prohibir a mí, que soy la reina?
-Otra Reina más poderosa hay, que reina en esos sagrados a los que nos acogemos los que huimos del siglo.
-Bueno: yo paso; ya me sabrá Ella perdonar.
-No sé: lo que sé es que a Osías, por quererse meter en el Templo cuando no debía, le mandó Dios la lepra; yo no me arriesgaría en tu lugar. Eso está en la Biblia, ¿eh? ¡Que yo no me invento nada!
Doña Mafalda, acobardada, se fue refunfuñando. Con aquello Teotonio se ganó el resentimiento de la reina.
Como contribución a la construcción del monasterio de San Vicente en Lisboa envió Teotonio una cantidad de dinero al cargo de un anciano monje. En mitad del camino lo emboscaron unos almogávares de los moros y lo apresaron con su precioso envío. Pero poco tiempo después se le vio aparecer de nuevo, con su misión cumplida.
-¡Esto ha sido un milagro! ¡Un milagro de Dios! -excalmaba Teotonio.
-Bueno, milagro...Él me ha ayudado sin duda ninguna, ¡bendito sea Su Nombre! Pero la verdad es que he engañado al moro y lo he despistado.
-¿Y te parece poco milagro engañar a un moro de éstos, que se las saben todas?
-Ya… Éste en particular era medio tonto.
-Pues más a mi favor: porque es milagro salir tonto un moro y más aún que para uno que hay lo pongan a vigilar a un cautivo con tan suculento botín.
No sólo era San Teotonio frecuente visionario, sino que aparecía en las visiones ajenas. A un anciano se le mostró en el Cielo, vestido de ropas blanquísimas y rodeado de otros bienaventurados; entre tantos santos era a él a quien Dios distinguía con su mayor estima y hacía más honra.
El anciano hizo pública su visión, para gloria y vergüenza del modesto Teotonio.
Otro monje, del ilustre monasterio de Claraval, contempló un gran prado amenísimo, de un verde fresco y brillante, que se extendía a modo de isla en medio del mar (lo que recuerda vivamente el mundo imaginístico de los periplos celtas al Más Allá (immrama) y los mágicos archipiélagos que salpican los mares de las novelas caballerescas): un prado como el de Manannán mac Lér, que era el mar mismo. Por la muelle hierba paseaban hombres vestidos con largas sayas cándidas. La visión le dio una gran sensación de bienestar y sosiego. Sin embargo, la isla (transparente simbolismo) estaba vallada y no se podia aportar a ella.
Cuando llegó una vez a Coimbra y conoció el monasterio de Santa Cruz, quedó atónito:
-¡Yo conozco a este hombre! -dijo señalando a Teotonio-; él es el superior de la isla verde de mis sueños; a él se dirigen todos con reverencia, estudian, celebran y obedecen sus consejos. Yo he de caer de rodillas y besarle los pies.
-¿Nunca habías visto al santo prior Teotonio?
-Nunca por nunca, lo juro: salvo en mis sueños nada más.
San Teotonio tenía una gran admiración a la reforma cisterciense y poseía como un gran tesoro un báculo obsequio de San Bernardo de Claraval.
Pasaban los años, envejecía San Teotonio y con la vejez le invadió una dolorosa saudade del Paraíso. Sus allegados se preocupaban viendo que aquella aspiración acabaría por consumarse más pronto que tarde.
San Teotonio tuvo una noche, en sueños, otra visión. Se hallaba en lo alto de una elevada torre que se erguía en mitad del claustro de Santa Cruz de Coimbra. Simbolismo evidente: el claustro representa el Paraíso terrenal, en cuyo centro se cruzan los cuatro ríos. El Paraíso terrenal es el paraíso perdido, por lo tanto el tiempo anterior al Tiempo, y en la historia de cada uno el mundo prenatal. La torre simboliza la voluntad de alzarse, de trascender la realidad habitual en pos de otra más sagrada. La torre es el vínculo entre tierra y cielo. En su sueño, el anciano monje estaba armado de una larga lanza sin hierro. Sin hierro, dice el autor de la vida, por la mansedumbre con que siempre luchó contra Satanás y sus tentaciones. Ante sí tenía a un anciano muy reverendo, envuelto en resplandecientes vestiduras.
Un abad frente a San Pedro. Manuscrito del siglo XI. |
Torre, lanza… por si esto fuera poco, Teotonio ve el símbolo más inequívoco, la escalera que asciende hasta los Cielos… El anciano se le presenta: es San Pedro, enviado por Dios para anunciarle su pronta partida de este siglo.
Todo el mundo estaba ya convencido de su próximo paso al Reino de Los Cielos. La víspera de su muerte se vio en el claustro “un muy grande ayuntamiento de estrellas brillantísimas”, que el propio santo reconoció, con tranquilidad y alegría, como signo de su inmediato pasamiento. A prepararse para él dedicó sus últimas horas.
Cuando tuvo lugar, por su actitud y gestos fue evidente a cuantos lo presenciaban que había acudido una delegación angélica a recibirlo y escoltarlo, aunque los ángeles en sí no fueran visibles. Y uno de los monjes cayó víctima de espantosas convulsiones, retorciéndose y echando espumarajos como hombre energúmeno. El ataque duró media hora. Se conjeturó que el Demonio, incapaz de hacer presa en el alma del santo prior, ciego de despecho se había precipitado sobre la primera víctima que había encontrado a mano, el alma de aquel pobre fraile distraído tal vez, o mancillado por algún pecadillo. Pero al final no había tenido más remedio que soltarlo también a él de entre las uñas.
La festividad de San Teotonio, patrón de Viseu, se celebra el 18 de febrero.
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