jueves, 31 de mayo de 2012

El defensor de los bosques

El día 22 de julio mencionan algunos santorales irlandeses a San Moronoc, que asistió en los últimos momentos de su vida en este mundo a San Senan (ver San Senan y su isla). Moronoc viene de Mo Ruadán Óg (la -d- entre vocales se había debilitado hasta desaparecer), forma cariñosa de Ruadán, "pelirrojo", que significaría "Mi Pequeño Pelirrojo".
Así se explican los varios nombres de este santo, que aparece también como Moruan, Ruan, y con otro diminutivo Ronan, Renan e incluso Cronan. 
Moronoc o Ronan, pues, obispo ya en Irlanda, fue uno de los compañeros que viajaron junto a San Senan a Cornualles y luego a León de Bretaña, a principios del siglo VI. Si San Senan (Sané en bretón) fundó su iglesia en Plouzané, Ronan es patrón del vecino pueblo de Loukournan (Saint Renan en francés).
San Ronan. Locronan, Bretaña.
Dice la leyenda, recogida por Anatole Le Braz, que San Ronan vino desde Irlanda navegando montado en una roca alfombrada de algas desconocidas, aromáticas, enfrascado en profunda oración.
Una Vida medieval de San Ronan, escrita en el siglo XI por un clérigo de Quimper, puede leerse, traducida al francés, en el tomo XVI del Bulletin de la Société Archéologique de Finistère (consultable en línea en Gallica, el sitio de la Biblioteca Nacional de Francia).
Tiempo después de haberse instalado a hacer vida eremítica en la provincia bretona de Léon (en el actual Saint Renan), comenzaron a hacerse famosos su santidad y poderes taumatúrgicos, conque la afluencia de suplicantes en demanda de curación le impedía por completo dedicarse a la oración. 
Decidió huir al sur (acompañado por su mula de piedra, que no era otra sino la que lo había traído desde Irlanda y ahora le servía para cargar sus pocos enseres).  Cada vez que hacía un alto, Ronan clavaba el báculo en el suelo. En una de aquéllas, se transformó en una cruz de piedra y el santo comprendió que había llegado a su destino. La mula se acostó y se quedó quieta para siempre, convertida en una roca normal.  Sólo que al amanecer relinchaba y le servía de despertador.
Esta roca milagrosa fue visitada durante siglos por las mujeres que querían quedar embarazadas. Se tumbaban sobre ella o se restregaban con ella la barriga y esto les confería la deseada fertilidad.
San Ronan encontró nueva morada junto a la de un hombre solitario que vivía en el bosque de Nemet con su mujer, Keban, y su hija, elección nada casual sin duda: Nemet se remonta a nemeton, "bosque sagrado" de la religión gala.
La tradición popular explica de otro modo la mudanza del santo: los habitantes de aquella costa debían la mayor parte de sus ingresos al noble oficio de atraer barcos a los escollos y hacerlos naufragar. San Ronan dispuso varias campanas como aviso sonoro para navegantes y los naufragios disminuyeron radicalmente, así que los lugareños no tardaron en advertir al santo que se marchase con la música de las campanas a otra parte; de otro modo, que lo echarían ellos por las malas.
No es que tuviera miedo Ronan ni poca fe; era que quería evitar a aquellas pobres gentes engañadas por Satanás un terrible castigo divino, caso de que se le atreviesen.
En aquella época el cristianismo no había calado aún por aquellas comarcas y la mayoría de los campesinos eran paganos.
Fuente sagrada en Locronan, cerca de donde instaló su ermita San Ronan,
Pero Ronan no podía escapar tan lejos que no lo alcanzase su fama y así empezaron a acudir fieles también hasta aquel nuevo retiro, entre ellos el propio rey, que era entonces Gradlon el Grande (ver La revancha de Dahut), y que sacaba el mayor provecho y disfrute de sus coloquios con el santo.
Los lugareños, cristianos o no, estaban especialmente agradecidos a San Ronan por su protección contra los lobos. Estas alimañas tan temidas le obedecían y restituían las ovejas robadas cuando el santo se lo pedía.
También enseñó a las gentes a cultivar y tejer cáñamo y lino y muchos se enriquecieron fabricando velas para la construcción náutica.
La que no estaba tan contenta era la mujer del florestero, que la tenía completamente olvidada desde que el santo había llegado embobándolo con sus sermones y vida ejemplar. 
El Romanticismo de Hersart de la Villemarqué, el gran poeta bretón, ha transformado a Keban, la florestera celosa, en una especie de druidesa maléfica y feroz.
Las escenas de celos eran constantes, a pesar de que Ronan trataba de apaciguarla asegurándole que no tenía la menor intención de inmiscuirse en aquel matrimonio. 
-Pero mira: -le dijo- a mi ermita no te acerques porque me estorban mucho las mujeres en mi oración.
-Pues a mi marido lo tienes aquí todo el día metido.
-He dicho que me molestan las mujeres.
-Tú, por lo que dices, lo que eres es un maricón viejo, robamaridos.
-Tú por si acaso no intentes pasar de ahí, de esos acebos porque no te obedecerán las piernas.
Así fue, Keban permanecía paralizada cuando intentaba cruzar la linde trazada por el santo y eso aumentaba cien veces su rabia.
La verdad era que Ronan suscitaba sentimientos muy distintos. Ronan, dice la leyenda (no así la Vida) era tan amigo de las bestias que podía transformarse en cualquiera de ellas para compartir sus juegos. Dedicaba gran parte de su tiempo a soltar a las moscas que habían caído presas en las telarañas. 
Hasta a las plantas protegía.
En cambio, era huraño y no le gustaba el trato con la gente. Si algún descuidado se cruzaba en su camino mientras paseaba, interrumpiendo sus meditaciones, le lanzaba tal mirada que lo dejaba estupefacto y atontado durante varios días.
(He aquí, en versión atenuada, el motivo de la mirada mortal que poseían algunos seres mitológicos celtas, como el irlandés Balor o el galés Yspaddaden Penkawr).
También se rumoreaba que era tempestario y que podía conjurar la tormenta y el granizo y descargarlos donde se le antojase.
Una vez vio a un hombre cortando un roble del bosque.
-¿Qué te ha hecho a ti ese pobre árbol para que lo tronces a hachazos?
-Nada, pero ¿que? Necesito las tablas para un cobertizo.
-Deja en paz a esa criatura de Dios.
-Primero será la gente que los árboles, ¡digo yo!
-Ahora veo que sí que vas a necesitar las tablas, pero no para un cobertizo.
-¿Ah, no?
-No.
El roble se vino en ese momento encima del talador y su madera sirvió para hacerle el ataúd.
El mismo Corentin, hombre de gran santidad, vino a visitarlo un día y se encontró la puerta de la ermita precintada por una gran telaraña. Intentó desgarrarla, pero aquello se resistía como si fuese de goma y Corentin comprendió que no era bien recibido y se fue por donde había venido (una variante del motivo de la cueva oculta por las telarañas, ver Cambiazo y telarañas).
Keban, harta de Ronan y de su creciente popularidad, ideó entonces una calumnia singular: que el ascendente de Keban sobre los lobos se debía a que era licántropo. Muchos de los destrozos que se les atribuían a las alimañas del bosque eran obra, decía, del propio forastero.
Por supuesto, el de transformarse en animal, y particularmente en lobo, es un poder que se atribuye a brujos y santos desde tiempos antiquísimos. Carlo Ginzburg, tantas veces citado en estas entradas, relaciona estas transformaciones con el viaje chamánico al reino de los muertos, a los que se trata de arrebatar cosechas y ganados: he ahí el motivo del rescate de las ovejas por San Ronan.
No es Ronan el único santo irlandés relacionado con los lobos: San Ailbhe, una especie de Mowgli hibernio, fue criado por ellos.
Keban iba propalando que las dos únicas maneras de librarse del hombre lobo eran quemarlo o hacer que lo expulsase del pueblo una jauría de perros.
Hombre lobo. Grabado alemán del siglo XVII.
También es propio de la tradición que el perro sea el animal enemigo del lobo por excelencia: el perro representa a la civilización, al mundo ordenado, mientras que el lobo pertenece al caos, a las sombras, al bosque.    
Por si no bastase con las acusaciones que ya había difundido, Keban escondió a su hija pequeña, de cinco años, en un arcón. La leyenda conserva el nombre de la chiquilla: Soazik, o sea Paquita. Le dejó un pedazo de pan y una jarra de leche y la encerró con llave. A continuación, simulando buscarla desesperadamente, fue recorriendo los pueblos de los alrededores y a quien quería oírla le decía que se la había raptado Ronan, en su personalidad lobuna, para comérsela.
-¿Qué dices, loca perdida? -se defendía Ronan- Los cristianos no nos comemos a nadie. Tenemos un mandamiento: que no se puede matar al prójimo. Menos aún comérselo. Hasta comerse los pellejos de los dedos de uno mismo es pecado.
-¿Cómo te metes con el santo de los lobos -protestaban algunos paisanos- que tanto bien ha hecho? ¡O cierras el pico o te lo cerramos nosotros a cantazos!
-¡Embrujados os tiene! ¿No os dais cuenta? Aquí se va a hacer justicia aunque tenga que oírme el mismísimo rey.
Y Keban se fue a arrojar a los pies de Gradlon como una loca furiosa.
-¡Justicia, justicia! ¿Cómo se consiente que venga de fuera un caníbal y se instale en nuestra tierra a llenarse la panza con la carne y la sangre de nuestros propios vecinos y familiares?
-¿Qué hablas?
-¡Ese protegido tuyo, Ronan, que ha hecho de mi marido su amiguito, es hombre lobo y por las noches se transforma y se come a los ganados y ahora encima a la gente! ¡A mi propia hija se la ha comido sin dejar ni los rabos! ¡Pero que, por lo menos, sea la última! ¡Gran rey, coge una tropa de soldados y acaba ahora mismo con ese brujo del demonio!
-No me parece que Ronan haya hecho nunca más que rezar y portarse bien con los vecinos; pero de todas maneras vamos a aclarar este asunto. Que venga Ronan a ver qué responde a tus acusaciones.
 -¿Qué va a decir? ¡Negarlas! -protestó la mala mujer.
-No le será tan fácil, porque vamos a someterlo a prueba -declaró Gradlon-. Has de saber que yo tengo, para casos como éste, una pareja de perros muy fuertes y feroces. Si ven a un criminal, se arrojan a él y lo deshacen a dentelladas. Pero si se trata de un inocente, se lo comen a lametones y se restriegan con él y le hacen toda clase de fiestas.
La mujer estuvo de acuerdo con la ordalía: conociendo la afinidad de Ronan con los lobos y la aversión y ojeriza de los perros a sus primos salvajes, no dudaba que lo harían jirones.
Ronan, que ya era hombre viejo y había hecho un largo viaje a pie hasta la corte del rey Gradlon, se sentó a rezar en una piedra. 
Su aspecto era realmente el de uno de esos ermitaños medio hombres, medio alimañas, de los que se lee en la leyenda de los padres del desierto, y daba pie a que se lo tomase por hombre lobo.
Aquel fue el momento elegido para soltarle los perros por sorpresa. Los furiosos animales se precipitaron a él con rabia, pero a mitad de camino, cuando le vieron hacer la señal de la Cruz, se amansaron y acudieron moviendo el rabo y dando muestras de alegría y sumisión.
San Ronan y los perros. Ilustración de Juan Vila para Almas celtas
de Adèle Reynès-Montlaur (1910).
Gradlon se apresuró a saludar al santo, que les estaba acariciando el lomo y palmoteando la cabeza.
-Comprendo que no sólo eres inocente de lo que te han acusado, sino un santo, porque eso los perros lo huelen y lo notan como ninguna persona.
Bernard Sergent llama la atención sobre el hecho de que el papel que desempeña el lobo en la mitología y la imaginación de la antigua Grecia lo viene a ocupar el perro entre los irlandeses (distinguiéndose entre el perro feroz y el manso). El nombre tradicional indoeuropeo del lobo (*wlkwos ha pasado a designar entre los irlandeses al mal: olc. No hay en celta muchos nombre de persona que incluyan el del lobo, como en Grecia (Licomedes, Licurgo) o entre los germanos (Úlfr, Wolfgang, Raúl); pero sí el del perro (Conchobar, Conomor, Maelgwn). 
El triunfo de Ronan sobre los perros, aparte de la dimensión infernal que adquiere aquel animal con frecuencia y a la que ya nos hemos referido varias veces  (ver Los demonios perrunos) inevitablemente recuerda a la hazaña inicial de Cú Chulainn, el héroe del Ulad (Ulster): la victoria sobre el perro terrible de Culann el herrero (un perro de origen mítico). El héroe pagano, que triunfa sobre la bestia feroz gracias a la protección de Lugh, se ve sustituido por el santo que amansa a los perros salvajes gracias al poder de la Cruz. 
Keban, en todo caso, no se daba por contenta con la ordalía.
-¡No te dejes embaucar, rey Gradlon! -chilló llena de ira- Este santurrón es un antropófago que se ha zampado a mi hija.
Gradlon debía ser sensible a estos lamentos pues, como hemos visto, profesaba a su propia hija un mimo, un amor excesivo, que llegó a ser catastrófico para su reino.
-Tu niña, para que te enteres -respondió Ronan-, está muerta: pero no se la ha comido nadie, sino que ella estaba comiendo. Su cadáver lo tienes intacto en el arcón donde tú la has encerrado. La pobre hija se ha atragantado con un bocado del pan que le dejaste y ahí se ha quedado tiesecita, ahogada. Eso te pasa por utilizarla para tus propias fechorías.
La gente ya empezaba a recoger cantos para lapidar a la calumniadora, cuando Ronan salió en su defensa.
-¡Quietos! ¿No veis que ese disparate de meter a la hija en un cajón no se le ocurre más que a una loca de remate? ¡Bastante desgracia tiene con haberse cargado a su propia hija inocente!
-Es verdad, es verdad -dijo ella aprovechando la ocasión-; y como tú mismo has dicho que la pobrecita no tiene arte ni parte, lo que deberías hacer es resucitarla. Y a mí perdonarme, si es verdad la misericordia que predicas.
-Tienes razón, ¡a la iglesia!
Posaron a la muertecita en el suelo al pie del altar y Ronan, a su lado, postrado en oración. Pronto se dio cuenta de que sus plegarias habían sido escuchadas, cogió a la niña de la mano y uno y otra se pusieron en pie; la criatura corrió a abrazar a su madre.
A pesar de este beneficio tan grande, ni estaba  Keban arrepentida, ni agradecida, ni había amainado lo más mínimo su inquina contra Ronan. Y la siguiente calumnia que se empeñó en esparcir fue que el buen viejo la atosigaba a requerimientos amorosos. Calumna más hábil que la primera (dice la Vita) cuanto más frecuente y cotidiana es la lujuria que el canibalismo.
Aquí Ronan se dio por vencido.
-Yo, con la ayuda de Cristo, de dos dogos ferocísimos he hecho un par de conejillos para poder jugar cualquier niña con ellos; pero el rencor femenino es hueso más duro de roer. Aquí no hay más que poner pies en polvorosa.
-¿Tan poca fe tienes?
-Dios mismo, por boca de Salomón (Eclesiástico, 25), dice que no hay ser más iracundo que una mujer ni serpiente que tenga peor veneno que una de ellas, si está encabronada. Antes vivir con un león o con un dragón, que con una mujer mala. Te lo digo que es así. ¡Yo me doy la del humo! Esa bruja se ha salido con la suya, pero ya tiene su castigo, porque aunque ella no lo sabe, anida en su cuerpo la lepra, y ya se le manifestará, ya; y no sólo ella está manchada de ella, sino toda su posteridad.
-¿La niña del arcón? ¿Y ésa que ha hecho?
-Se siente.
Y Ronan, que ya conocía el Leonís y la Cornualla, se encaminó a la Domnonia, tercera provincia de la Pequeña Bretaña (correspondiente a la parte Noreste). Encontró otro anfitrión, un bretón hospitalario que le dio cobijo en Hillion, junto a Saint Brieuc, que le ayudó a levantar su ermita y le llevaba la comida todos los días a la celda donde había de pasar sus últimos años, pues no tardó en morir. 
Su muerte vino acompañada de tinieblas, de formación de extrañas nubes en los cielos, de la aparición de una columna de humo blanquísimo ascendiendo por los aires.
Cuando una mañana su amigo lo encontró muerto, arrodillado como si orase, resplandeciente y flameante, ni corto ni perezoso tiró de cuchillo, le cercenó un brazo y se lo llevó a casa, depositándolo en lugar digno con las mayores muestras de veneración. Sabía que grandes señores y poderosos monasterios se disputarían sus reliquias y no quería quedarse sin su parte. 
Esa noche lo despertó un vivo dolor. Junto a él, en su cama, veía su propio brazo derecho cortado por el hombro. A las grandes y desesperadas voces que dio acudió gente con luces.
Ante todos, el mutilado confesó merecer su desgracia y el sacrilegio cometido por exceso de devoción; y el pueblo en procesión acudió portando la reliquia robada al oratorio donde yacía Ronan. ¡Oh milagro! Al pasar por la puerta, el brazo se les escapó de las manos y fue espontáneamente a colocarse y pegarse en su sitio. Los lugareños se prosternaron maravillados y se pusieron a orar pidiendo perdón al santo. Todos menos el ladrón del brazo, que sintió cómo lo invadía un letargo invencible y caía dormido a pesar de todos sus esfuerzos. Durante su sopor, el brazo que le había sido arrancado, como antes había hecho el del santo, vino a reimplantársele por sí solo, sin que le quedase cicatriz ni marca alguna.
Tal como había supuesto el compañero de los últimos años de Ronan, los señores de Domnonia, Cornualla y Venedocia (Vannes) se disputaron el cuerpo de Ronan y se decidió, para evitar un derramamiento de sangre, que Dios decidiese. Ni el señor de Domnonia ni el de Vannes fueron capaces de mover el cuerpo un milímetro. El de Cornualla, en cambio, que era manco, recobró el uso de los brazos oportunamente y depositó el santo cuerpo en un carro tirado por bueyes indómitos que, solos y por propia voluntad (conducidos por ángeles), devolvieron el cuerpo a la ermita del bosque de Nemed, donde había padecido la persecución de Keban. 
Parece que ésta celebró con regocijo la muerte del santo y que durante el cortejo fúnebre estuvo insultándolo y ultrajando a sus reliquias hasta que se abrió la tierra y se la tragó. 
El escupitajo que arrojó Keban a la cara de Ronan muerto se dice que vuelve a aflorar cada siete años en su estatua yacente, y es costumbre (o al menos lo era en tiempos de Le Braz) entre las muchachas de la comarca acudir a besarlo con mucha devoción.
En torno a la ermita y debido a la afluencia de peregrinos fueron surgiendo el pueblo de Locronan y un monasterio que se enriqueció a base de donaciones de los duques de Bretaña en agradecimiento por favores recibidos del santo.
Las reliquias de éste hubieron de ser trasladadas en la época de las incursiones vikingas y se depositaron en Quimper. 
Lo que no pudieron los vikingos, esparcir los restos de Ronan, lo consiguieron los revolucionarios franceses en 1794. El magnífico relicario gótico y la capilla que lo albergaba, así como por supuesto el santo cuerpo (con excepción de un brazo: ¿sería el mismo que cortó el paisano de Hillion?), fueron deshechos.
Locronan conserva, con todo, una de sus costillas y una magnífica sepultura encargada por una hija de la buena duquesa Ana, última soberana independiente de Bretaña, allá por el siglo XV.
Cenotafio de San Ronan en Locronan. Siglo XV.
La leyenda, mucho más poética, dice que cuando los bueyes que transportaban al santo se detuvieron, el cuerpo sagrado se hizo piedra y es el sepulcro que hoy se ve; y los árboles del bosque se hicieron columnas y a partir de ellas surgió milagrosamente la colegiata de San Ronan que está en Locronan. 
la festividad de San Ronan se celebra en Bretaña el 1º de junio. En Julio, en cambio, tiene lugar la Troménie, una peregrinación que recorre el camino por donde solía pasear a diario el santo. Esta romería se celebra con el tiempo que sea: una vez que se suspendió por culpa de la lluvia, bajó el propio San Ronan a presidirla, y el cortejo que lo seguía iba formado exclusivamente por ánimas del Purgatorio. Exclusivamente porque en los años normales se dice que éstas también participan al lado de los vivos y a veces aprovechan para aparecérseles. Doué da bardono d'an Anaon!

    




viernes, 25 de mayo de 2012

Concepciones y partos raros

Hablaba hace días del parto monstruoso de Calsia, reina de Galicia (o, como diría Benito Vicetto, de la Galicia Bracarense), que trajo al mundo nueve infantas destinadas al martirio y a los altares.
Por estas fechas aparecen otros santos prodigiosos por su concepción o su nacimiento.
El mismo día 22 de mayo, festividad de Santa Quiteria, el Santoral de Óengus menciona a 
"...in fer cain clandach,
Báithéne macc Findach"
"El varón brillante y fértil,
Baoithin, hijo de Findach". 
El calificativo de "fértil" -clandach, derivado de cland, "descendencia"- resultaría extraño referido a un hombre de cuya vida sólo sabemos que vivió retirado del mundo si no fuera porque se utilizó en sentido figurado: "que dejó importantes obras, gran huella", y en este sentido se aplicó al propio Cristo.
Más adecuado, sin embargo, hubiera parecido decirlo de Findach, padre del santo y descendiente del héroe del Ulster Conall Cernach, que de su hijo. Tampoco hay que olvidar que cland, esa palabra tan gaélica (de donde nuestro español clan) es un préstamo del latín planta y conserva el sentido de "brote, germen", conque etimológicamente clandach significaría "el de las plantas".
Pero dejo la palabra al clérigo que puso la nota correspondiente a esta estrofa del Santoral:
"Baoithin de Inis Baoithin en Dál Mesincorp, al Este de Laiginn. Y Trea, hija de Ronan, rey de Laiginn, fue la madre de Baoithin mac Findaigh.
"Y así es como nació Baoithin: sucedió que un día un ladrón, Findach, estaba subido a un espino junto a una fuente para robar y desvalijar la iglesia. En éstas, llegó Credha a lavarse las manos a la fuente, y Finnach, al verlo, la deseó con tal ansia que se derramó su simiente encima de los berros que crecían allí. Después, la doncella comió de los berros sobre los que había caído, y así fue engendrado el imperecedero Baoithin: de modo que todo vino por un milagro de Dios".
Princesa, fuente y mirones. Xilografía del siglo XV.

A continuación se cita un poema:
"Creda, que fue buena mujer, 
Hija de Ronan, rey de Laigin,
En su limpia iglesia de siempre,
Madre de Baoithin mac Findaigh.

Findach el ladrón estaba robando,
en el espino, sobre la fuente;
el deseo de su cuerpo se derramó
sobre los berros de tiernas puntas.

No bien puso los ojos el ladrón
en la hija de Ronan, tan gentil,
que había ido a lavarse las manos,
Cred, hija de Ronan, duro aguijón.

La doncella comió el brote
donde estaba la simiente,
de donde, hermoso combate,
se engendró el imperecedero Baoithin.

El mirón en el árbol no deja de recordar al enano fisgón de la leyenda de Tristán y a Mordred, que espiaba a Ginebra, en el idilio de Tennyson, trepado a la tapia del huerto y agazapado entre las hojas, por si la pillaba in fraganti con Lanzarote.
No hay ni que señalar la carga simbólica erótica y sagrada a la vez del espacio en que se desarrolla la concepción milagrosa: la fuente donde la doncella se lava, con su árbol y su iglesia.
Gaston Bachelard, en El agua y los sueños, señala cómo el manantial evoca de por sí la desnudez femenina, desnudez espontánea y pura como el agua que brota de la piedra.
¿Qué tiene el berro? a uno se le ocurre en seguida la canción tradicional francesa:
"Quand j'étais chez mon père
Petite à la maison
J'allais à la fontaine
Pour cueillir du cresson"...
Total: que la moza se cae al agua y aciertan a pasar por allí tres galanes que se ofrecen a sacarla de apuros. Pero no de balde; una recompensa le piden:
"Ce sont vos amourettes,
Si nous les méritons..."
(una salvedad muy de agradecer, ciertamente). Y el estribillo anima a la muchacha:
"Tant dormir, dormir, belle,
Tant dormir n'est pas bon..."
Se imagina uno la luz verdosa de las fuentes que pinta Courbet, con sus bañistas solitarias (y aquí es el espectador el que imaginariamente adopta el papel del curioso escondido entre la fronda). 
Courbet. bañista en el manantial.
O la verde luz apacible del soneto del Durmiente del valle, de Rimbaud, a quien los frescos berros le sirven de almohada.
Pero a lo que iba.
La concepción por vía oral no es nada rara en el mundo legendario irlandés; Cú Chulainn y Conchobar son dos hijos concebidos de esa manera. El motivo de la fecundación por el esperma derramado encuentra claros paralelos fuera de Irlanda. 
Cuando Hefaistos intentó en vano violar a Atenea y ésta se limpió con un vellón de lana el esperma con que la había pringado el dios cojo, o bien lo arrojó al suelo y la Tierra concibió de él, o bien de la propia guedeja se engendró Erictonio, futuro rey de Atenas, el cual tenía, en prueba de su origen ctónico, medio cuerpo de serpiente. Atenea lo había dado a guardar metido en un cesto a las hijas de Cécrope con prohibición de que mirasen el contenido, pero pudo más la curiosidad. 
Rubens. Las hijas de Cécrope descubren a Erictonio.
Si no acabó con ellas la serpiente que descubrieron, enloquecidas o por el susto o por venganza de la diosa se arrojaron desde la acrópolis y murieron despeñadas.
Agdistis, deidad hermafrodita, nació de la simiente derramada de Zeus; de la sangre de Agdistis castrado nació un almendro, uno de cuyos frutos engendró a Atis en la hija del rey Sangario.
Claude Stercx, al ocuparse de estas fecundaciones de doncellas en distintas culturas, alude al mito de Dánae, que nos permite enlazar con otro santo de estos días: el famoso britano San Dubricio (Dyfrig en galés), arzobispo de Caerleón en tiempos del rey Arturo. Existe una Vita Dubricii, obra de Benito de Gloucester, ya influida por Geoffroy de Monmouth, y otra Vida latina anterior en el Libro de Llan Dâv, consultable en línea. La mayor parte de este texto está constituida por una lista de donaciones a San Dubricio que dan fundamento a la propiedad de la Iglesia de Llandaff sobre determinados terrenos. Pero también encontramos allí la leyenda del santo, muy cargada de elementos mitológicos.
El carácter acuático de Dubricio lo indica ya su propio nombre, que dubro- es "agua" en la lengua de los britanos, resultando en dwfr en galés, dour en bretón.
Hubo un rey de Ergyng, pequeño reino britano que abarcaba lo que hoy es la parte de Inglaterra lindante con el Suroeste de galés, llamado Peibio Clavorawg, lo cual (según se explica en la propia Vita) significa Peibio el Espumoso. Y es que este rey padecía una desagradable enfermedad que le hacía estar echando constantemente espumarajos por la boca. Tenía permanentemente a dos criados que se turnaban en enjugársela con unas toallas de mano y ni aun así daban abasto.
Peibio tenía una hija cuyo nombre era Ebrdil. Una vez, a su regreso de una expedición bélica, el rey pidió a su hija que le lavase la cabeza. Acudió Ebrdil como  hija buena y obediente y al verla caminar, Peibio adivinó por lo tardo y torpe de sus andares que estaba embarazada. Furioso, la condena a ser arrojada al río metida en un odre, para que la corriente la arrastre adonde sea su capricho, como una Dánae britana. Una y otra vez, las aguas compadecidas la devuelven a la orilla. Desistiendo de su primer plan, Peibio recurre a otro más expeditivo y la manda quemar viva en la hoguera.
Al día siguiente, envió a un par de criados al lugar de la ejecución:
-Mirad a ver si han quedado entre las cenizas algunos trozos de hueso de esa infeliz.
Pero lo que encontraron fue a Ebrdil viva, sentada plácidamente entre los rescoldos, apoyada la espalda en una piedra y jugando con su hijo que braceaba acostado en su regazo.
Nada dicen las crónicas sobre el padre de aquel niño, lo que (unido a la protección de los elementos) inclina a pensar que algo misterioso y maravilloso había habido en su concepción, que no había menoscabado la inocencia de la princesa.
Genoveva de Brabante. Grabado romántico.
Conducida la joven a presencia de su padre, la fuerza de la sangre ablandó la severidad del justiciero, que de rugiente león se convirtió en manso corderillo, a decir de la Vita. Peibio mandó que le dejasen tener en brazos al recién nacido. El niño, con sus manitas, daba de cachetes a su abuelo. Al cual, por extraña inversión del orden natural, en vez de caérsele la baba (que siempre se le caía en forma de espuma), dejó de manarle y quedó para siempre curado de aquella molestísima afección que venía sufriendo.
Loco de contento como náufrago que llega a puerto, perdonó a Ebrdil. 
-¿Cómo le vamos a poner a este bandido?
-¿Qué te parece Dubricio?
-¿Dubricio? Bueno.
El lugar de la hoguera fue llamado Matle, "Buen Sitio" y el pequeñuelo se convirtió en el favorito de su abuelo. Como desde chico mostraba inclinación a las letras, lo mandaron a estudiar con los más sabios doctores, a los que pronto superó en doctrina; y de toda Britania y aun de allende los mares venían a escuchar sus lecciones incluso ancianos doctísimos que se habían pasado toda la vida estudiando.
Un buen día, un ángel se le apareció en sueños y le dijo:
-Ya es hora de que fundes tu propio monasterio.
-Sí; pero ¿dónde?
-Yo te diré: donde veas una cerda blanca dando de mamar a sus lechoncillos. Ésa es la señal.
Dubricio saltó de la cama, despertó a varios de sus monjes y se pusieron a buscar febrilmente, hasta que encontraron lo que ángel había dicho.
-Esta abadía se va a llamar Mochros, que quiere decir Lugar de Cerdos.
-No sé si va a atraer a mucha gente ese nombre...
-Es igual: creo que es voluntad de Dios.
En su monasterio, Dubricio se dedicó a su vida ascética y continuó sanando a los enfermos. Una de sus curaciones más sonadas fue la de la hija del rey Gwidgwentiwai, que estaba endemoniada y había que mantenerla atada bien fuerte porque los diablos que tenía dentro porfiaban por despeñarla o arrojarla al agua o al fuego (dos elementos de los que se había salvado el propio Dubricio). Su locura suicida era tan incontrolable que cuando se le estorbaba quitarse la vida de otra manera, intentaba destrozarse a puros bocados. 
Dubricio logró expulsar a los demonios que la atormentaban y la princesa, sanada, buscó el sosiego y la paz del claustro.
Según Godofredo de Monmouth, fue el rey Aurelio de Britania quien propuso a Dubricio para el arzobispado de Caerleón. A la muerte del rey Uter Pendragón, fue Dubricio quien coronó al rey Arturo, que a la sazón no tenía más que quince años, y lo acompañó a las batallas que sucedieron inmediatamente a su subida al trono, arengando una y otra vez a las tropas y enardeciéndolas en la fe (los sajones, enemigos de Arturo, eran paganos en la época).
Las bodas de Arturo y Ginebra, con San Dubricio en el centro.
Manuscrito de finales del siglo XIII.

http://www.lancelot-project.pitt.edu/LG-web/Arth-
ME-SV/BNFfr95-SV-ff162v-354v-1600-LGP/BNFfr0095-SV-f0273r-CP-01-1600.jpg
Y fue también Dubricio quien lo casó con Ginebra(no muy afortunado matrimonio), episodio recordado en los hermosos versos de Tennyson en los Idilios del rey (The coming of Arthur). Casa bien su cita con este luminoso día de mayo que disfrutamos hoy:

 Far shone the fields of May through open door,
The sacred altar blossomed white with May,
The Sun of May descended on their King,
They gazed on all earth's beauty in their Queen,
Rolled incense, and there past along the hymns
A voice as of the waters, while the two
Sware at the shrine of Christ a deathless love:
And Arthur said, "Behold, thy doom is mine.
Let chance what will, I love thee to the death!"
To whom the Queen replied with drooping eyes,
"King and my lord, I love thee to the death!"
And holy Dubric spread his hands and spake,
"Reign ye, and live and love, and make the world
Other, and may thy Queen be one with thee,
And all this Order of thy Table Round
Fulfil the boundless purpose of their king!"

Según el Libro de Llan Dâv, el nombramiento de Dubricio como arzobispo de Caerleón se produjo a instancias de San Germán de Auxerre, enviado a Britania por el Papa para frenar la herejía pelagiana. esto es, por supuesto, un gran anacronismo, ya que san germán murió a mediados del siglo V y para Dubricio se supone la fecha de 612.
Harto de tanta actividad difícilmente compatible con la vida contemplativa, Dubricio acabó por retirarse a una isla remota y malamente accesible, isla -dice el Libro de llan Dâv- donde no se crían serpientes ni ranas y cuyos moradores mueren de viejos, hartos de años.
La festividad de San Dubricio se celebra el 29 de Mayo.




















martes, 22 de mayo de 2012

La antirrábica

La leyenda de Quiteria y de sus ocho hermanas, vírgenes y mártires como ella, es de las más repetidas en nuestra hagiografía y encuentra su autoridad en los cronicones de Dextro y de Julián, fuente de tantos fantásticos relatos piadosos.
Seguiré a uno de los primeros que lo refieren, Juan de Marieta en su Historia eclesiástica y flores de santos de España (1594).
En época desconocida (otros historiadores precisarán que en tiempos del emperador Adriano), era gobernador en Galicia "con veces y corona de rey" un pagano llamado Cathelio; Lucio Catelio Severo, precisará Pedro de Rojas en la Historia de la nobilísima, ínclita y esclarecida ciudad de Toledo.
Rodrigo Caro y Juan Tamayo de Salazar en su Anamnesis sive commemorationes sanctorum hispanorum medio siglo después, seguramente encontrando extraño el nombre, supusieron que se trataba no de Catelio, sino de C.Atilio, es decir Cayo Atilio.
Sin embargo, el nombre de Catelio no es excepcional en la onomástica latina ni, por cierto, en la materia de Bretaña. Un rey de ese nombre aparece en Monmouth y Catelio se llamó el fundador del reino británico de los Votadinos del Sur. Catelio, como Catulo, remite al mundo canino (al igual que los Maelgwn, Cynfael, galeses o el Conomor bretón), lo cual no es irrelevante, como luego se verá.
El gobernador Catelio, "ciudadano de Braga" donde estaba la capital de su virreinato (como dice el ingenioso Renales) busca una mujer de noble sangre y de altas prendas, Calsia (Casia, Calcia o Calpe en otras fuentes), de sangre real, y el matrimonio se traslada a Belcagia, después llamada Estuciana, ciudad cercana a Tuy, más agradable para vivir, que todos coinciden en identificar con Bayona, donde tenía, a decir de Renales, su audiencia: ciudad "populosa, fuerte, rica y bien abastecida".
Vista de Tuy. Grabado del siglo XIX.
Allí se produce la gran catástrofe cuando Calsia da a luz a nueve niñas de su primer parto. Podrá parecer raro, dice Marieta, pero ¿qué tiene de extraño para Dios hacer nueve hijas iguales si hizo nueve coros de ángeles en sólo un día? 
La mujer se ve enormemente abochornada, bien fuera por haber parido "tanta muchedumbre de mujeres" y ningún varoncito, bien por la creencia de que los embarazos múltiples eran consecuencia del adulterio, creencia nada extraña en la época medieval (como puede verse en esta correspondencia de Inocencio III en el siglo XIII) y mucho después, ya que Joseph Renales en Las nueve infantas de un parto se cree obligado a refutarla aún en 1736.
Y creencia muy antigua. Timothy Taylor, arqueólogo estudioso de los rituales funerarios, en su libro The buried soul apunta la sospecha de que algunos enterramientos prehistóricos que se han descubierto corresponden a personas sacrificadas por su parecido -gemelos, por ejemplo-, considerado como monstruoso o aciago para su comunidad. 
El de la madre que, avergonzada por un parto múltiple y la sospecha de adulterio correspondiente, abandona a sus hijos es un motivo folclórico que, con variantes, se repite frecuentemente. Es la leyenda del Caballero del Cisne, la del origen de la familia de los Güelfos (así llamados porque los llevaban a ahogar recién nacidos como cachorros, whelps  en inglés), se encuentra en el lay de Fresne de María de Francia... Existe un artículo de Samuel Armistead, "La tradición épica de las Mocedades de Rodrigo", donde se toca este asunto. 
Esto de ahogar a los perritos trae a la cabeza la tremenda maldición irlandesa: "Bás na piscíní ort!" ("¡Así tengas la muerte de los cachorros!") 
Las fuentes españolas sobre Catelio y Calsia se hacen eco repetidamente de la leyenda de Margarita de Holanda, que riñó a una mendiga por haber tenido gemelos, tildándola de promiscua, y en castigo parió ella trescientos sesenta y cinco niños de un parto.
Todos los varones fueron bautizados como Juan y las niñas como Isabela, pero tanto ellos como la madre murieron en veinticuatro horas.
¡Enhorabuena! Ha tenido usted 365 niños y niñas... Leyenda de
Margarita de Holanda. Grabado popular.
Calsia decide, pues, mantener su parto en secreto y ahogar a "toda aquella pequeña compañía", de lo que encarga a la partera (Sila, según las demás fuentes: Marieta no dice su nombre). 
Renales, en su libro, que es una colección de ejemplos y curiosidades mucho más amena de lo que podría temerse, afirma que tanta crueldad no se explica por motivos naturales, sino porque el Diablo, previendo la santidad de la prole, turbó la mente a Calsia para que abortase cuanto antes tan terrible peligro para el Infierno.
El libro del ingenioso Renales digo que está bien; pero es exagerado lo que se lee en un poema de sus preliminares:
"Digno es de eterna memoria
El ingenioso Renales,
Y la fama en sus anales
le cantará la victoria."    
Dice, pues, Renales que en el Ulla es donde habían de acabar su breve vida, pero como cae bastante lejos de donde sucedió el alumbramiento, es más probable que las quisieran echar al Miño, si estaban en Tuy o al Miñor si en Bayona. 


El río Miño por Tuy.
Pero Sila es cristiana y compadecida de las niñas las bautiza y las reparte entre distintas amas de "un barrio de cristianos" (es curioso cómo Marieta imagina la ciudad tardorromana de Belcagia como una ciudad medieval castellana, con su judería, su barrio morisco...).
Las niñas reciben los nombres de Geníbera (Ginebra, como la mujer de Arturo), Liberata (Librada, patrona de Bayona y de Sigüenza), Victoria (identificada por otros con Santa Victoria de Córdoba), Eumelia, Germana, Gema o Marina (pero no Santa Margarita ni Santa Marina la penitente, que engañó a todo el mundo haciéndose pasar por hombre durante su vida entera, como creen algunos modernos por despiste), Marcia o Marciana, Basilia o Basilisa y, por fin, Quiteria, que es la santa que me ocupa hoy. 
Las nueve princesas, nueve dechados de virtudes y hermosuras, se educan cristianamente, encomendadas a los cuidados de San Adón (nada sé de este supuesto obispo) y de San Ovidio, tercer obispo de Braga (esta noticia se encuentra, al menos, en Joseph Renales y Pedro de Rojas. 
San Ovidio de Braga. 
Y así transcurre apacible su infancia hasta que se desencadena una terrible persecución contra los cristiano y las nueve gemelas, famosas en toda la ciudad como es normal, son convocadas a la presencia de su padre, a quien le revelan su condición. Sorprendido como se puede imaginar y tan contento por conocer a sus nueve hijas como afligido y rabioso por encontrarlas cristianas y reas de muerte, llama a Calsia, la cual confiesa de plano y acoge a las hijas con extremos de emoción y amor materno. Pero las hijas no dejan de recordarle: 
-"¡Miserablemente nos echaste para que fuésemos manjar de los peces!"
Y los padres, enfurecidos, las mandan encerrar para que recapaciten.
En su prisión, Quiteria recibe la visita de la Virgen, que la consuela y anima y, según Tamayo de Salazar, le regala varios objetos: un vaso de esencias, una cruz, un anillo de pudor. Además, le concede el don de hacer curaciones milagrosas.
En medio de una luz cegadora, las puertas de la cárcel se abren y los prisioneros escapan, incluidas las nueve hermanas: no por miedo al martirio, que deseaban, sino (dice Marieta) para ahorrarles a sus padres el pecado que iban a cometer con su muerte.
Las hermanas se dispersan y Quiteria permanece en un monte, el monte Oria u Orial, cercano a Bayona, haciendo oración, hasta que un ángel se le aparece ordenándole marchar al valle de Eufrasia, Eufragia o Aufragia, que resulta estar en el reino de Toledo.
Santa Quiteria. paso procesional en Sorihuela de Guadalimar, Jaén.
Véase el perrito a sus pies. 
Entre tanto, Catelio y Calsia, hartos de las murmuraciones a que dan pie tantas visitas diurnas y nocturnas de Quiteria al monte, deciden casarla y optan por un pretendiente llamado Germán (o Gernado según el Flos sanctorum  de Villegas).
Llegada a Aufragia, Quiteria recibe nuevas revelaciones de su ángel. Se le dice que sufrirá martirio allí, que será enterrada en el Monte Columbino y que tendrá una horrenda visión donde se le aparecerá un ángel en figura de un noble anciano, un demonio en forma de perro para llevarse el alma del rey (¡otra vez los perros en la leyenda de esta santa! En cuanto al perro como animal demoníaco, ver Los demonios perrunos) y una fiera de tres cabezas (que no deja de recordar al perro infernal más famoso, Cerbero).
El valle de Aufragia pertenecía, según Tamayo de Salazar, al reino de los carpetanos, donde reinaba a la sazón Ludiván (según Marieta: Leuciano según las demás fuentes), al que le perdía la avaricia. Tenía, dice Marieta, una casa bajo las aguas de un río y en ella conservaba todos los tesoros de que había expoliado a los cristianos.
Quiteria, con un séquito de treinta mujeres vírgenes y ocho mozos, pide audiencia a Ludiván, que al enterarse de su religión los manda meter presos.
Las mazmorras se llenan de luz y de una fragancia exquisita, las gentes empiezan a concurrir por curiosidad y atraídos por los rumores de que allí se operan maravillas y se cura a los enfermos. Los carceleros se convierten, las cadenas se rompen, las puertas se abren y Ludiván, inquieto por tal desmadre, acude a tomar las riendas de la situación, pero queda ciego y sordo.
A la cabeza de miles y miles de seguidores, Quiteria regresa al valle de su futuro martirio, donde hace brotar una fuente de propiedades milagrosas.
Ludiván se rinde a la evidencia, se convierte y, lo que más le cuesta, devuelve a los cristianos sus bienes confiscados.
Mas como la felicidad nunca es duradera, hete aquí que se presenta Germán, el prometido de Quiteria, al mando de numerosa hueste, con el fin de llevársela y celebrar el matrimonio o darle muerte.
De entre los capitanes de Germán fue Dormián el que encontró a la santa, que estaba rezando metida en el agua de un arroyo hasta los pechos, como los ascetas irlandeses  (detalle que apunta Tamayo de Salazar). Furioso, le espetó:
-"¡Endemoniada rabiosa, epiléptica, yo te mato!"
Y de un golpe le cortó la cabeza.
Estas frases no son gratuitas porque Santa Quiteria es abogada contra la rabia y mordeduras de animales rabiosos, en lo que insiste Villegas. 
Llegaron en seguida los ángeles y le dijeron a la mártir:
-Levanta, vamos a tu sepultura. No seas despistada, no te vayas a dejar la cabeza.
La santa tomó la cabeza en las manos y salió caminando rumbo al lugar de su reposo en el Monte Columbino. Cristóbal Lozano y la mayoría de los españoles están de acuerdo en que el lugar de su sepultura es la actual Marjaliza (Toledo).  Otros sin embargo, como Marieta y Villegas, creen que está enterrada en Francia, en Aire sur l'Adour, lo que supone una marcha cabeza en mano mucho más considerable.
Aire sur l'Adour.
Santa Quiteria despierta más devoción en tres zonas: la del Sur de Galicia y Norte de Portugal, la del Reino de Toledo, que se extiende al Este hasta Sigüenza y la aquitana y Pirenaica.
Lo más sorprendente es la afirmación de Cristóbal Lozano en El grande hijo de David más perseguido y otros autores que se ocupan de este martirio: que tan sólo se lee de esta santa y de San Dionisio de París el haber caminado portando su cabeza, prodigio que bastantes santos han llevado a cabo.
No se aplacó con la muerte de Quiteria la furia de los paganos, que cometieron una auténtica matanza de cristianos por aquellos montes, hasta que colmada la paciencia divina los ejércitos enloquecieron, empezando los soldados a revolcarse por el suelo, a devorarse a sí mismos, "asombrados como si la Muerte se les apareciese delante" (Marieta).
Después, el ángel se le apareció a un hombre, llamado Estrancho, y le comunicó la masacre que acababa de ocurrir y que Dios le había hecho a él la merced de que enterrase a los difuntos.
Es de esperar que Estrancho fuese cristiano y devoto, porque si no maldita la gracia que debió de hacerle la merced divina.
Cuenta Pedro de Rojas que, andando el tiempo, también se convirtieron a la fe de Cristo y fueron mártires y santos Germán y su padre, Catelio y Calsia. Sila fue capturada y martirizada en la ciudad portuguesa de Tomar.
La leyenda de las santas nueve hermanas también se encontrará en la Antigüedad de la ciudad y Iglesia de Tuy de Prudencio de Sandoval y en los Anales de el reyno de Galicia de Francisco Xavier de la Huerta y Vega.
Todos estos libros de los que me he servido pueden consultarse en línea.

sábado, 19 de mayo de 2012

El justiciero

En Bretaña, donde se rinde culto a tantos santos de épocas misteriosas y legendarias, también conoce la devoción popular santos más modernos como San Vicente Ferrer, San Juan Discalceato (el Santito Negro), San Guillermo Pinchon, o el que probablemente sea más venerado dentro y fuera del país, San Erwan Helory de Kermartin, Yves en Francés.
San Ivo. Le Folgoët, Bretaña.
La vida de San Erwan, Yves o Ivo abarca toda la segunda mitad del siglo XIII y la rebasa. Fue canonizado cuarenta y cuatro años después de su muerte; ya antes de ella gozaba de extendida fama de santidad por sus obras y vida ascética. Fue santo de tejas abajo y no dudó en encabezar una revuelta popular en la ciudad de Tréguier en contra de una subida de impuestos que pretendía imponerse a sus vecinos (incluida la Iglesia).
Era orador infatigable y allí donde veía un corrillo se acercaba y empezaba a predicar con brío contra los vicios de su tiempo. Las gentes, en vez de arrojarle cualquier troncho o marcharse a otra parte, lo escuchaban con atención, viniendo multitudes desde lejos a sus sermones, y eran muchos los pecadores que se convertían y abominaban de sus malas costumbres.
Con motivo: estaba un día predicando San Ivo en una plaza cuando cruzó un hombre a caballo que iba a sus asuntos sin hacer caso de sermones.
-¿Veis ése que pasa de largo? -dijo San Ivo- ¡Bien se pararía si en vez de estar yo predicando la palabra de Dios estuviesen cuatro fulanas meneándose y tocando las panderetas de Satanás! Pero ya se parará, ya... 
Efectivamente, días después le dio un ataque y quedó paralítico.  
San Ivo, que tan duramente juzgaba a las bailarinas callejeras, años más tarde acogería en su casa, una noche de invierno, a la familia del juglar Riwallon, su mujer, música y algo bruja, sus hijos que tocaban el biniou y la bombarda y sus dos preciosas hijas que deleitaban a los espectadores con sus bailes y lo que hiciese falta (dice Le Braz, el gran folclorista bretón).
Juglar y bailarina. Manuscrito de principios del siglo XIV.
 Les abrió su puerta para que pasasen la noche y allí quedaron más de diez años como huéspedes y sirvientes de San Ivo, al menos hasta 1303. Este episodio lo narró en verso el poeta bretón Tiercelin, en su libro Les cloches (Las campanas).
Los Acta sanctorum recogen el el día 19 de Mayo un resumen de su proceso de canonización, en un sabroso latín repleto de galicismos, así como una Vita más amplia obra del franciscano Mauricio Galfrido.
Como abogado que fue, el pueblo ensalza a San Ivo por su imparcialidad, honestidad a toda prueba y defensa de los desfavorecidos. Anatole Le Braz afirma que la nación bretona entera, como tal, se identifica con el pobre que suele acompañarle en las imágenes, mil veces avasallado y curtido en sufrir injusticias, para quien es causa de asombro la defensa que el santo abogado toma de él.
Y así se le ensalza en estros tres versos latinos:
Sanctus Yvo erat Brito,
Advocatus et non latro,
Res miranda populo!


San Ivo era bretón,
Abogado y no ladrón,
¡Cosa asombrosa para el pueblo!
san Ivo entre el rico y el pobre, cuyo memorial
acepta, escuchándolo con atención.
La Roche-Maurice, Bretaña.
La representación más frecuente, la que se encuentra en muchas iglesias y hogares por toda Bretaña, es la que lo muestra entre el pobre, que le ofrece un memorial que el santo recibe con gesto benévolo y el rico, que le tiende la bolsa con el soborno que el santo rechaza.
Su fama se debe también a sus obras de caridad. En su casa encontraban techo y comida los pobres; se quitaba el pan de la boca para darlo a los hambrientos; en ocasión que dos mujeres escandalizadas lo denunciaron por andar casi desnudo por la calle, se supo que había repartido sus vestiduras (irritante limosna, como se verá) entre los ateridos enfermos de un hospicio. Es cierto que en esto recibía auxilio divino; que panes y verduras se multiplicaban milagrosamente cuando los repartía; que lo que daba de limosna le era a veces devuelto por el Cielo, que de allí bajaban los ángeles con comida para que la diese a los pobres, cuando a él le faltaba.
Ivo había nacido en una familia noble y acomodada, sin ser de las más ilustres de su país. Viendo su aptitud para las letras, quisieron ponerle un maestro; pero el único que juzgaban adecuado tenía escuela lejos de donde vivían y su madre, mimosa, exigía que el niño hiciese las comidas en familia. No importó: por medios sobrenaturales el pequeño iba y venía puntualmente a sus lecciones para asombro de todos.
Aprendidas las primeras letras, estudió derecho en las universidades de París y Orléans, acompañado de su amigo de infancia y primer maestro Juan de Kergoz, y regresó a Bretaña donde, en Rennes y Tréguier, ejerció como abogado, se ordenó sacerdote y se le encomendaron dos parroquias.
En su proceso de canonización se refieren como milagros sucesos que, en todo caso, demuestran un extraordinario dominio psicológico. Una vez acudió a juicio una pareja. El hombre sostenía que ella era su mujer legítima; ella, que no estaban casados. El tribunal se inclinaba por fallar a favor de la mujer.
-Lo que tiene que hacer es irse con su marido -Dijo San Ivo.
-¿Qué pruebas tienes de que lo sea?
-¿Pruebas? Su propia declaración. A ver: ¿quién es este señor?
-Mi marido -afirmó ella.
Pero luego volvió a desdecirse. En el momento del juicio, San Ivo le preguntó:
-¿Estás soltera?
-No, señor: casada.
-¿Con quién?
-Con ese señor, mi marido -respondió señalando al otro pleiteante.
-¿Estás segura de que es tu marido?
-¿No voy a estar segura? Mi marido es, no he tenido otro ni creo que lo tenga nunca.
Cada vez que se le preguntaba sin estar delante San Ivo, lo negaba; pero en su presencia, como si la verdad escapase de su boca, la admitía bien a su pesar.
Ama de casa con su criada. Siglo XVI.
Otro caso sonado fue el de una mesonera a la que unos clientes, mercaderes, le dejaron a guardar una talega de gran peso cuidadosamente cerrada.
-¿Podrías tenernos esto hasta que volvamos? Nosotros vamos de ciudad en ciudad y no es seguro viajar con todo eso. Pero mira que no lo abras ni se la des a ninguno de los dos no estando el otro delante.
Cinco días más tarde, aparecieron los mercaderes en compañía de otros tres o cuatro.
-¡Ea, posadera, prepáranos de comer bien para esta noche, que vendremos a la cena!
Pero un rato después, llegó uno de los dos:
-¿Has comprado para la cena?
-Aún no.
-¡Menos mal! Venía a cancelarla. Hemos resuelto los asuntos que teníamos y vamos a aprovechar el viaje de unos paisanos que vuelven a casa. En estos tiempos, es mejor viajar muchos juntos. Pero se van ahora mismo ¿Me das la talega, que los tengo esperando? 
La ingenua posadera le dio la talega y al cabo de poco tiempo apareció el segundo mercader preguntando por su compañero.
-¿Has visto al otro que venía conmigo?
-¡Claro: y le he dado la talega!
-¿La talega? ¡Dios mío, me has matado!¡Mis mil doscientos escudos de oro! ¡Échales un galgo! Pero ¿no te habíamos dicho que no se la dieses a ninguno de los dos si no estaba el otro?
-Ya; pero yo... Como tenía prisa...
-¡Y tanta! Ahora: esto no se queda así... 
El comerciante la demandaba y le pedía la restitución de los mil doscientos escudos y un pico por otros efectos que contenía la bolsa.
En el juicio, a punto ya de dictarse sentencia, intervino San Ivo.
-¡Un momento! Aquí no hay caso, porque mi defendida ha recobrado la bolsa y está dispuesta a entregarla.
-¡La talega! ¡No puede ser! -exclamó el otro.
-Muy bien -dijo el juez-: hágasele entrega de ella a su dueño.
-Eso no: porque ella se ha comprometido a entregarla sólo si están los dos; y que comparezca el otro y la entregará. 
-¡Señoría, esto es un farol! ¡Son dilaciones para no pagar! -protestó el hombre.
Y empezó a ponerse tan nervioso y descompuesto, a temblar y a hacer tales visajes que el juez sospechó que había gato encerrado. Se tomaron nuevas declaraciones y el mercader confesó que la bolsa contenía clavos y chatarra vieja y que todo había sido combinado para timar a la posadera.
El frustrado estafador fue  debidamente ahorcado en la ciudad de Tours. 
No faltan en las actas sucesos de índole más sobrenatural. Estando a la mesa un día, recibió la visita de un pájaro maravilloso, de magnífico plumaje blanco y verde, de especie nunca vista, que estuvo jugando con él mientras duró la comida de los demás, porque el santo, como hipnotizado, no tenía ojos más que para él; y afirma el testigo que aquel ave no era cosa de este mundo. Otra vez sentó a su mesa a un pobre harapiento y sórdido ("todo podrido de lepra", añade Albert Le Grand) y lo convidó a comer de su propio plato. Al marcharse el mendigo, ya en el quicio de la puerta, se volvió y apareció radiante de belleza, luminoso, envuelto en una túnica como la nieve.
Con ocasión de la revuelta a que me refería antes, es sabido y así lo dicen los testigos en su proceso de canonización que mantuvo una conferencia en la catedral con el mismísimo San Tugdual, fundador de la diócesis.
A la manera de Moisés, separaba las aguas de los ríos crecidos para cruzarlos; alargaba con sus oraciones las vigas de madera; apagó un gran incendio con una jarrita de leche.
Eran prodigiosos los ayunos y otras mortificaciones que se imponía San Ivo. Muchas veces dormía en el suelo; otras muchas, que era mayor tormento, en una cama que se había hecho como obra de cestería de varas torcidas y nudosas. Muchas veces mojaba la ropa antes de irse a dormir con ella puesta.
Gastaba debajo de la camisa y sobre la piel una túnica de crin, a manera de cilicio que daba horror verla (quod horror erat inspicere) -dice la testigo Dathovada, hija del juglar Riwallon- por la infinita cantidad de piojos que vivían en ella. Los piojos eran para San Ivo sus amigos e instrumentos de mortificación y la tal camisa era un hervidero de ellos. Cuando San Ivo descubría que alguno se pretendía escapar, lo cogía delicadamente y lo devolvía con cuidado a su hábitat. Una vez alguien, en un gesto seguramente inconsciente, le quitó uno de aquellos piojos exploradores y aventureros y se lo aplastó: el santo le riñó agriamente. Tenía cariño a aquellos mordicantes huéspedes y a la camisa donde vivían la llamaba "garenna pediculorum", "el conejar de los piojos". Decía que le servían, devorándolo en vida, para no olvidar que se lo comerían los gusanos después de muerto.
En general, la limpieza de la ropa era un lujo sospechoso para San Ivo. Sabemos por el testimonio de su cuñada que cuando le lavaban la ropa y quedaba demasiado limpia a su juicio, se la regalaba a algún pobre.
Pobre. le Folgoët, Bretaña.
Este santo caritativo y bondadoso tiene, sin embargo, su cara severa y de echarse a temblar. No le gusta andarse con bromas. Cuenta Sébillot en La petite Légende Dorée de la Haute Bretagne que cierta criada del pueblo de Landezais, joven, mona, presumida y desparpajada, apostó un delantal de seda a que iría de noche a una capilla de San Ivo y se llevaría la imagen del santo. A la mañana siguiente lo único que se encontró de la moza fueron la cabellera, colgando atada a la rama de un árbol, los zapatitos al pie.
A San Ivo se recurre en última instancia cuando se tienen pleitos peliagudos. Se le invoca con la fórmula: "Fuiste justo en vida, sé justo después de muerto". Se peregrina o peregrinaba (cuenta Le Braz, que hizo esa romería) a una capilla suya perdida en el monte, caminando con una moneda, que se le ofrendaba luego, en el zapato. O se arrojaba la moneda a los pies del contrario.  También ejerce su poder cuando uno sospecha que le han robado algo. En Bretaña, cuando alguien acudía a esta intercesión, lo pregonaba o anunciaba con un pasquín en la puerta de la iglesia: si no había restitución, el ladrón se secaba y consumía e hincaba el pico antes de un año.
Escandalizado por esa costumbre, un párroco mandó derribar la fatal capilla y guardar la imagen vengativa en un almacén. Una mañana amaneció estrangulado en su cama. Dijo el ama que aquella noche había oído unos pasos extraños subiendo las escaleras hacia la alcoba del cura: pasos como de un hombre de palo.
A la muerte de San Ivo, se le edificó un suntuoso sepulcro en la catedral de Tréguier. El magnífico monumento gótico fue destrozado por los "azules", los soldados de la República, durante la encarnizada guerra de la chouannerie, en 1793.
Hoy se levanta en su lugar una reconstrucción de finales del siglo XIX. 
Reliquias de San Ivo. Catedral de Tréguier.
Es un cenotafio: al excavar para erigirlo no se halló ni resto del cuerpo. Se veneran, en cambio, las reliquias separadas de él antes de su inhumación: la calavera y dos fragmentos de hueso largo.