miércoles, 24 de julio de 2013

Declan y los santos pioneros

Entre los varios pueblos que habitaban en Irlanda en la época de los grandes santos uno de los más importantes era el de los Déisi.
Había Déisi en la Irlanda central (en Brega y Tara) y en la Irlanda meridional. Éstos eran los más destacados. De entre ellos salieron los aventureros que fundaron sus colonias en el actual Gales, que se fundieron con la aristocracia britana y dieron varios reyes y santos.
repetidamente han ido apareciendo a lo largo de estas entradas. De los Déisi que se quedaron en Irlanda, andando el tiempo, nacería el gran rey Brian Ború, que unificó la mayor parte de la isla bajo su cetro y dejó herido de muerte al poder vikingo  en ella con la derrota de Cluan Tairbh (Clontarf) en 1014.
El principal santo de los Déisi, y uno de los mayores de la antigua Irlanda, fue San Declan. El Santoral de Óengus le dedica una vibrante estrofa:
Mad toich duit, a Hére,
dot chobair cing báge,
táthut cenn céit míle,
Declan Arde máre.

¡Si te corresponde, Irlanda,
un paladín que te proteja,
tuyo es el caudillo de cien mil hombres,
Declan de Ardmore!

Según el Santoral de Óengus, Declan era descendiente en línea directa de Brecc mac Airt Chorpa, rey de los Déisi en la época en que comenzó la larga epopeya de este pueblo. Todo comenzó con el rapto de Forach, sobrina de Brecc, por Conn, hijo del rey de Irlanda Cormac mac Airt (el que reinaba en tiempos de Fionn mac Cumhail y Oisín: Fingal y Ossian en la poesía de Macpherson). Esta fechoría desencadenó una interminable enemistad entre los Déisi y los reyes de Tara. El relato medieval La expulsión de los Déisi (del que existen varias versiones) narra las andanzas y tribulaciones de este pueblo errante.
La vida de San Declan, sin embargo, refiere que la ofensa inicial consistió en que el hijo de Cormac mac Airt, Cellach (y ya no Conn), sacó los ojos a un protegido de Óengus, rey de los Déisi.
De la vida de San Declan existen dos relatos latinos y uno irlandés, que parece ser traducción del latín.
Fuego y ángeles sobre una villa. Ilustración moderna de Claude Auclair en la novela gráfica Bran Ruz.
Cuando, pues, vino Declan al mundo, eran aún los tiempos de los paganos, pero -dice la vida- había algunos pocos cristianos en Irlanda, y nadie les molestaba por causa de su fe.
Al nacer la criatura, no sé si por descuido o por cuál otra causa cayó de cabeza contra una gran piedra. 
Para asombro de todos los presentes, no se la despachurró sino que la roca se ablandó milagrosamente y recibió como si fuera de cera el frágil colodrillo del recién nacido. Vuelta luego a su naturaleza dura y pétrea, conservó el hueco, y el agua que dejaba en él la lluvia se recogía con veneración para remedio de toda clase de enfermedades.
Se dejó ver un globo de fuego cerniéndose sobre la casa. Los ángeles jubilosos subían y bajaban del Cielo para visitar al niño, con cánticos maravillosos, que aquello parecía la escala de Jacob. También apareció por allí, guiado por inspiración divina, San Colmán, uno de aquellos primeros cristianos, que bautizó al niño y profetizó las grandes obras que llevaría a cabo.
Declan se crió en casa de un tío suyo, Dobrán, hasta los siete años, en que se le confió a San Dima para su educación. Tenía por compañero a otro niño, San Cairpre mac Coluim. Vivían en un lugar llamado Mag Sceith, Campo del Escudo, y siete lugareños, que habían visto el globo de fuego, comprendieron por iluminación del Espíritu de qué se había tratado y dejaron el siglo para vivir religiosamente junto a ellos. Fueron santos los siete: Mochellog, Beán, Colmán, Caemán, Lachnáin, Mobi, Finnlog. Y no fueron más que los primeros, que a lo largo de los años que estuvo Declan estudiando en Campo del Escudo, fue congregando en torno a sí una numerosa grey de discípulos.
No tenía mayor deleite el joven que ahondar los secretos de las Escrituras y cuando vio que en Irlanda no progresaba todo lo que ansiaba, decidió marchar a Roma. Allí se encontró con otro irlandés, San Ailbe o Elvis, como se dice en inglés, que le sirvió de guía. Los romanos lo acogieron magníficamente pues era un joven de excelentes prendas y además gran hacedor de milagros.
Cuando, ya consagrado obispo, Declan regresó a Irlanda,  muchos romanos lo acompañaron, entre ellos Lunano, el hijo del rey. Por el camino, aún en Italia, se encontró con San Patricio, que iba a Roma. Ambos santos se saludaron y se despidieron como grandes amigos. Un día, estando en la iglesia, Declan vio entrar volando por la ventana y quedarse suspensa en el aire ante él una pequeña campana de un metal negro como el azabache. Comprendió que era un regalo del Cielo y se la dio a guardar con toda veneración a Lunano. Y aquella campana les sirvió en adelante de protección contra los ataques de bárbaros y bandoleros.
Llegada al Canal de la Mancha, la comitiva de Declan se encontró con una desagradable sorpresa: los patrones de los barcos que cruzaban a las islas se habían confabulado unos con otros para subirse a la parra tan abusivamente que al santo no le llegaba para el pasaje de los suyos.
Se llegó a la playa y empezó a tocar la campana, pidiendo ayuda a Dios. No tardó en ver venir sobre las olas una nave vacía, que navegaba sin remos ni velas. Embarcaron resueltamente y la embarcación los transportó a Britania antes de desaparecer por donde había venido, que nunca se supo.
Ya en Irlanda, San Declan comenzó a predicar la fe de Cristo, bautizando a bastantes paganos. Había otros tres obispos sembrando la misma simiente: San Ailbe, San Ciarán y San Ibar, y los cuatro eran grandes amigos. Cuando San Ailbe, que era algo más viejo, estuvo a punto de morir, unos ángeles vinieron a avisar a San Declan y a él para que se despidieran hasta el otro mundo, y así lo hicieron, con tanta alegría como tristeza.
Pero a pesar del loable esfuerzo de estos primeros apóstoles, la conversión de toda Irlanda estaba reservada a San Patricio. 
No todo fue tan fácil al principio. Ailbe y Ciarán inmediatamente reconocieron la primacía de Patricio, como enviado papal que era. Ibar, en cambio, montó en cólera (hoy diríamos que por nacionalismo): se negaba a admitir que un britano tuviese la primacía sobre todos los obispos irlandeses. Ibar y Patricio se enfrentaron agriamente. Tuvo que intervenir directamente un ángel del Cielo y bajar a poner las cosas en su sitio; entonces dio Ibar su brazo a torcer. Declan no tenía ese tipo de problemas. Era muy amigo de Patricio desde sus tiempos de Italia, pero no le cabía en la cabeza que tuviese ninguna superioridad sobre él, ya que ambos venían a Irlanda con misión papal. También fueron necesarias las dotes persuasivas del ángel para que Declan se convenciese.  
San Declan fue a predicar a Cashel, corte de Mumu (Munster), donde reinaba a la sazón un rey célebre e ilustre, Óengus mac Nad Froich. 
Se ha dicho que este Óengus pudo ser el famoso rey Anguis de la leyenda artúrica, padre de la princesa Isolda o Iseo, la enamorada de Don Tristán de Leonís. 
Isolda (aquí en un cuadro de Herbert James Draper) se dice que si fue hija
de Óengus mac Nad Froích.
Dos de los príncipes de Cashel, Colmán y Eochu, eran hermanos de madre de Declan, según se decía. Colmán se había hecho cristiano, convertido por San Ailbe, pero Eochu no había querido adoptar la nueva fe, por si ello le causaba dificultades a la hora de subir al trono de Mumu. En cuanto al rey, tampoco estaba por la labor:
-Que predique Declan libremente y que nadie le moleste. Pero yo no dejo que me bautice porque, queráis o no, sería colocarme bajo su autoridad. Y como Declan es de los Déisi por los cuatro costados, ¿qué iba a decir nuestra gente? Ya sabéis que nosotros, los Eoganachtaí, que reinamos en Cashel, tenemos ancestral enemistad con los Déisi. Este hijo Declan ha convertido a tantos de ellos en tan poco tiempo que ya la gente ve a la religión nueva como cosa de los Déisi... Yo, personalmente, no tengo nada contra ellos: que ya veis, hasta vuestra madre era de los Déisi... pero para el pueblo sería una china mala de tragar. ¡Además, que no! Ningún irlandés está por encima de un Eoganacht y yo no inclino la cabeza ante ninguno.
-Padre, esa soberbia es muy poco cristiana.
-¿Y qué? Yo no estoy bautizado. No me pidas valores cristianos mientras no lo sea.
-¿Y si Declan fuera de otro país?
-Eso sería harina de otro costal.
De hecho, Óengus mac Nad Froich acabó cristiano, pero no lo bautizó ningún irlandés sino un britano, San Patricio.
San Declan estuvo en Roma varias veces: por lo menos tres. Una de ellas, a su regreso, pasó cuarenta días de visita en su monasterio de Gales con San David, y ya embarcado rumbo a Irlanda echó de menos su campana milagrosa.
-Lunano, hijo, tráeme la campana.
-La tiene Mac Testa. ¡Mac Testa, la campana milagrosa!
-¡Adiós, que se me ha quedado en Gales! La dejé puesta encima de una piedra de la playa mientras cargábamos el equipaje y a la hora de la verdad... pues que no me acordé de la campana.
-Hijo mío, Dios te bendiga, no me podías haber dado mayor disgusto. 
-¿Y ahora qué podemos hacer?
-Aguantarnos y dar gracias Dios, Él sea loado. Venga, vamos a rezar. A ver si me consuelo.
Los rezos de Declan y sus monjes llegaron a las Alturas. Milagrosamente, la peña, con su campana por sombrero, se despegó de la costa y comenzó a navegar a toda prisa hasta adelantar a la nave de los frailes, que la vieron pasar de largo velozmente.
-¡Padre, tu campana!
-¡Qué mecha lleva!
-¡Bendito sea Dios! -dijo el santo- Ella sea nuestra guía. Sigámosla y donde toque tierra fundemos un monasterio y será cabeza de mi diócesis. Ése será el lugar de mi muerte, de mi sepultura y de mi resurrección.
-Será hecho así.
Ruinas de la catedral vieja de Ard Mór.
Campana y navío llegaron a una isla pequeña, coronada por un monte llamado el Alto de las Ovejas (Ard na gCaorach), porque allí pastaban las de la hija del rey.
-Este altozano es muy pequeño para todos los monjes que vamos a ser aquí -dijo uno del séquito de Declan.
-No digas eso: es un alto grande (ard mór) -dijo el santo.
Y con ese nombre, Ard Mór, se quedó desde entonces.
La verdad era que a los monjes no les hacía ninguna gracia que la fundación estuviese en una isla, y tener que ir y venir en barco cada vez que necesitasen algo. A los lugareños tampoco porque para ellos eran pastos comunes. De manera que cuando Declan pidió al rey aquellos terrenos y le fueron concedidos cundió el descontento.
-Pues si ésas tenemos -dijeron los vecinos-, nos tendremos que aguantar, pero nadie nos manda ponérselo fácil. Digo que escondamos todas las barcas y nos neguemos a pasarles y si quieren isla, que se remojen y vayan nadando.
-Eso, eso.
Declan se empeñaba en que Dios le había señalado aquel terreno y no otro.

-¿Cómo queréis que desobedezca al Señor?
-Pues haz como Moisés cuando cruzó el mar rojo y deja un pasillo por lo menos para poder pasar andando.
-Yo a Dios no lo molesto por una minucia que se arregla cogiendo una barca.
-Sólo te pedimos que des un golpecito de nada al agua con el báculo. ¿qué te cuesta?
-Bueno: por no oíros.
Apenas rozó el báculo las olas cuando se apartaron con tal rapidez que los peces tenían que huir a toda prisa si no querían quedar en seco, y muchos quedaban brincando y bailando desesperados en el barro del fondo. Allí asomaban monstruos marinos nunca antes vistos ni oídos y ponían espanto con su horroroso aspecto y sus voces descomunales. 
Aquellos mares estaban infestados de monstruos.
Especialmente a un frailecito joven, llamado Manchín, que rogó a Declan:
-Para ya, padre, que se nos van a zampar vivos los monstruos estos.
El mar se paró al instante.
Declan, enfadado, le dio un moquete con el revés de la mano al rapaz en las narices.
-¿No te podías callar, cacho de tonto? ¡No era yo, sino Dios, el que estaba apartando las aguas, y Él sabe lo que se hace! Ahora has dejado el trabajo a medias. 
Declan, viendo que con el cachete había hecho sangrar al mozo, se arrepintió y lo bendijo. Tres gotas que habían caído de su nariz a la arena se convirtieron en tres fuentes curativas, y de tarde en tarde, mirando atentamente sus aguas cristalinas, se ve la sangre luciendo como una brasa en el fondo.
Hago aquí un paréntesis para recordar que la idea esta del fuego que se oculta en el agua y le confiere su fuerza vivificadora es antiquísima y compartida por los pueblos indoeuropeos desde la India a Irlanda, pasando por Persia y Roma (ver Tres fuentes que encierran sangre, El fuego libre del agua). 
El terreno que quedó descubierto milagrosamente en aquella ocasión es prodigiosamente feraz y de lo que allí se planta se alimenta el convento.
A Declan los animales lo obedecían. Una vez que iba de viaje y se le quedó cojo un caballo por culpa de algo que había pisado, mandó venir un ciervo del monte, lo enganchó a su carro y se sirvió de él durante todo el día, con gran gusto del animal. Llegado a su destino, lo despidió y el ciervo se marchó feliz de haber servido a tan gran santo.
Aunque Declan había convertido a muchos de los Déisi, el rey, Lebano, seguía aferrado al paganismo. Cuando llegó San Patricio por allá, se negó a darle hospedaje ni comida. Un ángel voló a avisar a Declan:
-Anda con ojo, que san Patricio está a punto de echar una maldición al reino de los Déisi; y como lo haga, ya sabes que no puede echarse atrás. 
Declan corrió a ver a su amigo y lo apaciguó; después se entrevistó con el rey, pero no consiguió más que atizar su indignación contra San Patricio. No veía en él más que a un extranjero metomentodo que venía a subvertir el país con costumbres y creencias extravagantes y exóticas.
-Vas a conseguir que eche una maldición a todo el reino.
-No me quitan el sueño las maldiciones de ese britano.
-No sabes lo que dices y me obligas a lo que voy a hacer.
Declan, que era de sangre real, habló con los jefes guerreros y con los labriegos. Los asustó con la maldición de San Patricio y consiguió que le retiraran el poder real a Lebano y lo aclamasen a él como cabeza del reino. Lebano marchó al exilio y nunca se supo más de él. Lo primero que hizo Declan fue rendir pleitesía a Patricio. Después, triunfante el golpe de estado, concedió la corona a Fergal mac Cormaic, con el aplauso de todos y satisfacción de Patricio, que más tarde declaró en Cashel, cantando en irlandés:
"Declan es el Patricio de los Déisi 
y los Déisi serán de Declan por siempre".
Estando en aquellos momentos de incertidumbre política, sucedió que Declano, al ir apresuradamente de un sitio a otro, pisó un hierro viejo que andaba tirado y se atravesó el pie de parte a parte. Sangraba abundantemente y no sólo no podía andar, sino ni siquiera tenerse en pie. San Sechnall, y San Ailbe fueron a avisar a San Patricio que con un toque de sus manos cerró y sanó la herida.  
Ya varias veces hemos visto el valor simbólico de la cojera como muestra de la fuerza sagrada que asiste a algún hombre. En este caso es obvio el parecido entre lo ocurrido a Declan y la desventura de Óengus mac Nad Froích, rey de Mumu, al que durante su bautizo Patricio atravesó involuntariamente el pie con el cuento de hierro puntiagudo de su báculo.
Otra vez, a uno de su comitiva que se había caído al suelo le pasó la rueda de un carro por encima y le segó una pierna limpiamente por la pantorrilla.
-Juntadle el pedazo y andando, que no hay tiempo que perder -dijo Declan.
Nadie del séquito se atrevía a hacer aquello, de la grima que les daba. Sólo un tal Dualach tuvo estómago para coger el pie y atárselo al muñón, y encima iba haciendo bromas:
-¡Paso al médico! ¡Verás qué pierna te voy a dejar! Te la voy a quedar para romper las piedras a patadas. Yo soy el rey de los reimplantes.
El caso fue que cuando llegaron a su destino y descubrieron la herida de la pierna, el miembro se había soldado y no quedaba ni la cicatriz.
-Tú decías -dijo Declan a Dualach- lo del médico por chiste: pero de hoy en adelante queda en ti, por valiente, la virtud de curar; y la heredarán tus descendientes.
Iba de viaje Declan cuando vio venir hacia sí una muchedumbre alegre con risas, gritos y cantos.
-¡Alto! -les dijo-: a ese niño quiero bautizarlo yo.
-¿Cómo sabes que llevamos un recién nacido a bautizar?
-Porque lo sé.
-Pero no tenemos pila ni sal.
-Para pila vale el río y sal ¿quién ha dicho que no hay?
Cogió Declan un puñado de tierra, escupió encima, lo estrujó entre las manos y al abrirlas apareció un puñado de sal blanquísima.
-A este niño vamos a ponerle Ciarán, y sabed que será un gran santo y una columna de la fe. 
(Hay que saber que se cuentan hasta siete santos Ciaranes en Irlanda)
-¡No podía dejar pasar -explicó Declan- la ocasión de bautizarlo, con la gran honra que eso supone para mí!
En aquellos días primeros del cristianismo de Mumu se abatió sobre la región una terrible epidemia que primero ponía a la gente ictérica y luego acababa rápidamente con ella. 
El rey tenía en palacio siete rehenes, hijos de siete reyes vasallos, y los siete murieron en una noche. Óengus estaba muy preocupado temiendo que esa muerte fuese causa de alborotos y revueltas entre aquellas naciones. Por eso recurrió angustiado a Declan.
-Van a decir que han enfermado por negligencia mía y esto será causa de muchas muertes de hombres.
-En la vida y la muerte no manda más que Dios. Recemos, que es lo que podemos hacer. Estos cuerpos ya están azules. Mala cosa...
Declan pidió a Dios que los muertos volviesen a la vida para poder recibir el bautismo y hacer una gran labor entre sus pueblos en pro de la fe. pronto comprendió que sus súplicas habían sido escuchadas. Al poco tiempo, los resucitados empezaron a mover los párpados y no tardaron en incorporarse de sus lechos mortuorios.
-Ahora voy a bendecir el reino para que se vaya la epidemia esta con viento fresco,
Declan, haciendo la señal de la Cruz en dirección a los cuatro puntos cardinales, limpió de enfermedad al reino y se fue a su tierra entre enormes muestras de gratitud.
No fueron éstos los únicos resucitados de San Declan. También sacó de entre las fauces de la muerte a Balín, discípulo de San Patricio, que se había ahogado en un río, y lo sacaron ya hinchado y morado como una ciruela. Y si cuando se ahogó estaba pachucho y achacoso, cuando resucitó lo hizo rozagante y en plena salud.
Declan solía alojarse en casa de Dercán (Ojito), un amigo suyo pagano y bromista.
-Vamos a gastarle una buena a este cristiano sabelotodo -dijo-. Vamos a cebar un perro, el mayor que encontremos, y la próxima vez que venga por aquí lo matamos y se lo asamos como si fuera cordero.
Sentados a la mesa de Dercán los monjes, empezó a aromar la estancia un perfume sublime de carne bien asada. Los estómagos ronroneaban y las bocas se hacían agua. Se sacó la carne a la mesa solemnemente. ¡Qué aspecto delicioso! Todos estaban impacientes por que Declan bendijese la comida y más Dercán y los que estaban en el ajo. Pero Declan, que ya era algo viejo, se había quedado traspuesto. Lo despertaron al fin, y no acababa de despabilarse y rezar la bendición.
-Padre, ¿qué esperas? ¡Que eso si se enfría no vale nada!
Bendición de la mesa. Tapiz de Bayeux, siglo XI.
-Es que estoy viendo no sé por qué alguna obra diabólica en esta mesa.
-Aquí lo único que hay es un cordero, animal nada diabólico sino muy suculento, diciendo "comedme". Ten compasión de nosotros y adelante con las preces.
-Yo sólo bendigo y como cordero con pezuñas, y no de éste que tiene dedos con uñas.
-¡Inútiles! -exclamó Dercán por lo bajo- ¡Os había dicho que enterraseis la cabeza y las patas!   
-No la tomes con ellos, Dercán; ha sido un milagro. Ellos enterraron las patas, pero Dios puede más. Tú... no digo dónde tienes la gracia.
-Hombre, era una broma, para echar unas risas.
-Esa broma era muy pesada, porque no sé si sabes que para nosotros es un pecado grave comer perro y nos cuesta una penitencia muy áspera aunque haya sido sin querer.
-No hay mal que por bien no venga, porque advirtiendo tu clarividencia, que excede a lo humano, en este mismo instante te pido el bautismo. Y bendice alguna cosa de aquí en memoria de esta cena felizmente frustrada. Vosotros, amigos, no temáis, que no soy tan pobre que no encuentre algo que llevarnos a la boca que aventaje al cordero ladrador. 
Declan bendijo una roca y le dio la virtud de que los ejércitos de los Déisi, cuando al ir a la batalla desfilaban en torno de ella, se tornaban invencibles.
Verdaderamente, Dercán no sabía hasta qué punto se la había jugado. Declan era severo castigando. 
A una mujer, que le robó al descuido un objeto difícil de identificar, llamado habellumkabellum o tabellum (¿acaso una tablilla de escribir, que podían ser muy valiosas?), y se lo escondió entre las ropas, se la tragó la tierra, que poco después, como si fuera el hueso de una fruta, escupió el habellum petrificado.
Como el monasterio de San Declan estaba junto al mar, un día llegaron piratas paganos a saquearlo.
-¡Padre Declan, padre Declan! ¡Que vienen los piratas! ¡Haz algo!
-Estoy haciendo otra cosa.
-¡Pero que lo talan y lo queman todo, arramblan con lo de valor, fuerzan a las mujeres y las llevan a vender, esclavizan a los hombres, degüellan a los enfermos y a los viejos inútiles, profanan los sitios sagrados...!
-Ya: que se encargue el hermano Ultan, que les haga la señal de la cruz.
Fueron desalados al monje en cuestión, San Ultan (pero no San Ultan el peregrino, del que he hablado hace poco, compañero de San Fursa, sino otro que se llamaba igual) y le reiteraron la misma angustiada llamada de auxilio.
-No puedo hacer la señal de la Cruz. ¿No veis que tengo ocupada en otra cosa la mano derecha?
-Pues con la izquierda, ¡caramba! ¡Que ya casi están tocando la playa!
San Ultan hizo la señal de la cruz con la mano izquierda y toda la flota invasora se hundió en las aguas. Los piratas surgieron luego de entre ellas, pero convertidos en peñascos.
San Ultan y San Declan discutían luego, cediéndose mutuamente el mérito del milagro, y quedó como proverbio "la izquierda de San Ultan" para referirse a un favor que parece pequeño pero que es de mucha ayuda.
Evariste-Vital Luminais: Ataque de piratas normandos
en el siglo IX.
Una vez, andando por Osraige, que viene siendo lo que hoy se llama Ossory en inglés, en el centro de Irlanda, un terrateniente no sólo no le dio posada a san Declan sino que lo mandó echar a palos de su casa. Esa noche, de sesenta personas que vivían en ella, murieron repentinamente cuarenta y ocho. Los restantes fueron a contar la tragedia a Declan.
-Ya lo sabía. Para que aprendan. Vosotros os habéis librado porque os pesó del mal proceder de vuestro amo.
Otra vez que pidieron posada en otra casa los mandaron a dormir a un establo viejo y ruinoso, gélido. Declan mandó a un frailecillo:
-Diles que te den por lo menos unas ascuas para hacer lumbre, que aquí nos helamos.
El chico volvió con las orejas gachas:
-Dice que no tienen lumbre ni para ellos.
-Están de enhorabuena, porque la van a tener pero bien.
Aquella misma noche, se declaró en la casa un voraz incendio que la dejó hecha cenizas y todos los que había dentro murieron miserablemente abrasados.
En cambio, otra vez que iba de camino vio de lejos el castillo de un amigo suyo, llamado Cainech, ardiendo por los cuatro costados. El edificio apenas se veía, pero por el resplandor  sangriento que enrojecía el horizonte, Declan comprendió lo que pasaba. Arrojó entonces como jabalina su báculo, que llevado como por milagrosas alas recorrió la enorme distancia por la región del aire hasta caer a hincarse en medio del edificio en llamas. Inmediatamente se apagaron éstas y todo el castillo quedó incólume, como si no se hubiera prendido en él ni una pequeña hoguera.
San Declan tenía en Ard Mór un pequeño reducto secreto donde se había mandado construir una pequeña ermita. Allí se refugiaba y escondía de la muchedumbre de fieles que  venían en busca de su santidad y poderes taumatúrgicos. No es de extrañar, ya que, según dice el autor de la vida, la mano se cansaría de poner por escrito las innumerables curaciones milagrosas que hizo, dando la vista a ciegos, el oído a sordos, la limpieza y salud a leprosos, el movimiento a paralíticos, cojos y mancos. 
La situación de la ermita estaba cuidadosamente estudiada. Quedaba oculta a las miradas, acurrucada en el fondo de un ameno bosquecillo por donde un arroyo corría a arrojarse en el mar, que se ofrecía a la vista en amplio y tranquilizante panorama.
Cuando sintió que le llegaba la hora, Declan mandó que lo llevasen a su deleitoso escondrijo. De entre todos sus discípulos, escogió para que lo acompañase en ese trance a San Mac Liach, pero antes quiso predicar una vez más al pueblo de la ciudad, que lo despidió con grandes muestras de duelo.
La festividad de San Declan se celebra el 24 de Julio. 



miércoles, 17 de julio de 2013

Un experto en el trasmundo y unas reliquias asendereadas

Hace días que debía haber sido publicada esta entrada; los duendes del despiste han hecho que se quedase escondida en el seno del blog y ahora sale con retraso y con una ñapa de compensación.
Asegura el antiguo erudito François Duine, estudioso de los santos de la Domnonia (es decir la parte septentrional de la Bretaña al oeste de Léon) que los bretones identifican a San Suliac (ver La inversión de los pollinos) con San Turiaf, que es el mismo al que los galeses conocen como San Tyssilio.
De San Turiaf existía una vida antigua, conservada en San Germán de los Prados de París, que era la que habían recogido las Acta sanctorum, más tarde ampliada retóricamente por algún clérigo, a decir de Duine, lenguaz y cansino. A fuerza de cansar bibliotecas eclesiásticas, Duine dio en Clermont-Ferrand con otra biografía del santo, que según todos los indicios se remonta al siglo IX.
San Tyssilio era galés, hijo del rey Brochmael de Powys. De Turiaf, sin embargo, dice su vida que era armoricano, del Poutrécoët: vasto territorio de la Bretaña que se extendía desde cerca de Rennes hasta Rostrenen ocupando una amplia franja de las tierras interiores o Arcoat, "el bosque". Su padre se llamaba Leilliau y su madre Matgeen, campesinos acomodados.
Según la vida parisina, cuando fue algo mayor, espontáneamente, abandonó a sus padres y su futura herencia, no desdeñable y se lanzó a los caminos sin rumbo ni otro propósito que el de servir a Dios. Un día, estando cerca de la ciudad de Dol, un paseante se lo encontró durmiendo tranquilamente.
James Thornhill, El sueño de Jacob (detalle).
No sé por qué me recuerda este episodio al comienzo de El licenciado Vidriera...
-¿Qué haces ahí tumbadazo? ¿No tienes oficio?
-Pues... No, señor.
-¿Quieres hacer para mí de vaquero? Pago lo que se acostumbra...
-¿Por qué no? Yo no quiero más paga que aprender las letras...
¡Otro parecido con la novela de Cervantes, donde el futuro Vidriera asienta con su amo "por sólo que le diese estudios"...
Ya hemos visto muchas veces que este oficio de pastor frecuentemente es antesala de la santidad, acaso por el mucho tiempo que deja al hombre a solas consigo mismo, sin que le falte tiempo para meditar. El hagiógrafo dice que se trataba de una prefiguración, ya que Turiaf habría de ser gran pastor de hombres... También Tomás Rodaja, el futuro chalado cervantino, dijo a los que iban a ser sus amos aquello de que "de los hombres se hacen los obispos", y quién sabe si no hubiera acabado él así de no cruzársele la fatal "mujer de todo rumbo y manejo"... 
En todo caso, el joven Turiaf recibió unas tablillas de estudiante y mostró gran talento para aprender por sí solo las letras y la gramática; después, destacó también en la música (tenía una voz preciosa), tanto que llamó la atención del obispo de Dol, que lo animó a hacerse sacerdote y religioso y hasta lo adoptó como hijo...
En la versión de Clermont-Ferrand, el pequeño Turiaf hacía de pastor por cuenta de sus padres cuando se le apareció un ángel:
-Turiaf, déjate de rebaños, que eso no es para ti. Vete al monasterio de Ballon y que te enseñen las letras.
Abandonando el ganado a su suerte, Turiaf corrió adonde estaba su padre y le pidió licencia para ir a estudiar.
-Ya tenía yo, hijo -se apresuró a contestarle- la intención de mandarte, porque el ángel me ha venido también a mí con el mismo recado.
Turiaf era menudo de cuerpo -dice la vida de Clermont-, pero de noble mirada, de bello y augusto semblante, de blanca tez, de manos finas y dedos largos. Joven de buenas costumbres, de expresión modesta, parco en el comer (no probaba la carne y apenas el vino), sobrio en el vestir, ahorrativo para sí, largo en hacer caridad, estudioso hasta pasarse largas noches en vela y de lágrima abundante y frecuente, señal de santidad.
Vino a morir el obispo (Wurwal según Clermont, Tigernmayl según la la vida de París; nombres distintos, pero de significado parecido: "Superseñor" aquél, "Señor príncipe" éste) y el clero reunido en sínodo lo aclamó por sucesor.
Fueron muchísimas las curaciones milagrosas que hizo, devolviendo el movimiento a paralíticos, el habla a mudos, la vista a ciegos, la razón a locos y la vida a difuntos (hasta tres muertos resucitó, según la vida parisina). Y, a decir de la vida, hasta el que se llegaba  a él estando sano, se iba mucho mejor de lo que había venido. Muchísimas veces hizo brotar manantiales hincando el cuento de su báculo en el suelo. 
El cariño que le tenían los fieles era tal que se sentían en su ausencia -dice la vita con símil psicoanalítico- como un niño si lo quitan de la teta (sicut tristatur parvulus subtractus ab uberibus). Y es que como en la Bretaña de la época la autoridad del obispo iba mucho más allá de lo puramente religioso (lo que era causa de constantes tensiones entre nobles y reyes por un lado y abades y obispos por otro), las gentes veían en él un señor que despertaba los sentimientos contrarios de ternura y terror (tampoco hace falta ser psicoanalista para reconocer a la figura paterna). 
San Turiaf hubo de vérselas con el poder de los nobles. El célebre príncipe Riwallon, por ejemplo, lo hizo víctima de sus correrías y le quemó algún monasterio.
Riwallon fue un señor muy famoso, de cuya estirpe dicen descender algunas de las más linajudas familias bretonas, como los Rohan y los Chateaubriand.
Indignado, San Turiaf se encaminó a pie con doce de sus monjes a presencia del príncipe. Riwallon, al oír que el obispo venía indefenso y a pie, se aterrorizó ante tamaña osadía.
El encuentro se produjo en el lugar llamado Camfrut, que quiere decir Río de Muchas Vueltas.
-Señor obispo, ¿cómo a pie ante nosotros?
-Sacrílego, impío, malísima persona: ¿cómo te atreves a incendiar el monasterio de san Maoco? ¿Tú no ves, salvaje, que eso es como si molieses e hicieses harina el mismísimo brazo incorrupto de San Sansón? 
-No te pongas así -dijo temblando-. Por cada cosa que haya roto repondré siete. Lo prometo. Pero que Dios me dé vida para cumplirlo.
-Muy astuto eres tú. Pero con Dios no valen tahurerías. ¿Y si te mueres mañana? ¡Vas de patas al Infierno!
En ese momento, para sorpresa de todos, bajó una paloma blanca del cielo y posándose en el hombro de Turiaf le metió el pico en la oreja.
-¡Mira! Me dice este pajarito que, ya que todo lo vas a restituir multiplicado por siete, siete años de vida se te conceden.
-¿Ah, sí? ¿Y qué pajarraco es ése que tanto sabe?
-Ese pajarraco es el arcángel San Miguel, ¡Abombado! Y tú sigue haciéndote el gracioso: ya verás lo que consigues.
La paloma se perdió volando en los cielos, dejando perplejo y arrepentido al tirano.
En el incendio de ese monasterio de San Maoco sucedió un milagro singular. Toda la biblioteca del convento estaba hecha un globo de fuego cuando un evangeliario, intacto, salió volando por encima de las llamas, aleteando con sus hojas como un ave, y se mantuvo en vuelo mientras duró el incendio, aplacado el cual se fue a posar en el huerto de los monjes.
Allí se acercó a husmear un zorro hambriento y no tardó en despertarse en él  vivo interés por las letras evangélicas: no por aprenderlas, sino por masticarlas (con estas palabras lo dice la vida). Pero -prosigue el texto-, quieras que no aprendió en ellas la ciencia de la muerte. Porque fue todo uno hincarle el colmillo al volumen y estirar la pata el sacrílego zorro, como uno de los frailes de El nombre de la rosa
Zorro muerto. Mosaico del siglo XIII.
Cuando fue hallado el libro en las fauces del pobre bicho, los monjes lo recuperaron con veneración y les servía pata el juicio de Dios: quienquiera que juraba en falso sobre él, sufría la misma suerte del zorro famélico. 
Solía recorrer su diócesis predicando y allí donde se detenía era su costumbre sacar de la tierra seca algún manantial.
San Turiaf llegó al río Rance, a cuyas orillas lo esperaba una muchedumbre de fieles ávida de sus palabras. El santo empezó a predicar. El caudal del río iba creciendo y los clérigos que acompañaban al obispo se iban poniendo cada vez más nerviosos y le metían prisa, porque todo hacía temer que la riada acabase por impedirles el paso.
-No seáis pelmazos y dejadme terminar. ¿No veis que esta gente ha venido de muy lejos para oír la palabra de Dios? Plantad ese báculo en el río y tened por seguro que el agua no se atreve a cubrirlo.
Y sucedió que las aguas se retiraron y se pudo hincar el báculo en el centro del cauce. El santo terminó su sermón y atravesó con los suyos vadeando, como un nuevo Moisés. Llegado a la otra orilla:
-¡Vosotros! ¡Apartaos, que en el momento que quite el báculo las aguas van a volver por todo lo suyo!
Y al salir el báculo de la arena del lecho, las aguas reprimidas se abalanzaron con furia desbordando el cauce, como sale el toro del toril.
Una tarde de gran calor, los que habían acudido a oírle se morían de sed y le pedían agua.
Dio a uno de sus monjes el báculo:
-Mira a ver si ves por ahí tres matas de juncos, y planta el báculo en medio; saldrá una fuente de agua muy rica.
Así se hizo. Pero a la mañana siguiente lo que tenían los fieles era hambre. El santo dijo al mismo monje:
-Vete a la fuente de ayer y verás en el agua tres pececillos. Los coges, que se dejarán. Tráelos que son el desayuno.
Y con aquellos tres peces dio de comer a la muchedumbre. Este milagro se repetió por tres días consecutivos.
Entre los fieles que venían a escucharlo había uno muy enfermo una vez. Se le antojaron fresas.
-Mirad que puede ser mi último deseo. Id a Turiaf a ver si es capaz de darme el capricho.
-¿Fresas? -dijo el obispo cuando le fueron con el antojo- ¿En enero? Pero ¿qué se ha creído vuestro pariente que soy yo? ¿Mago? ¿Y no podía pedir algo normal, como ponerse bueno? Andad, id en buen hora y decidle que voy a rezar por su salud. Pero lo que son fresas...
Anocheciendo, paseaba San Turiaf cuando vio entre unas matas, no fresas, sino una fresa: pero una fresa enorme, gigantesca, como un melón. La cogió y se la mandó al enfermo.
-Que ya puede morirse a gusto, que otra fresa como ésta no la iba a catar así viviese mil años.
Pero en cuanto le hincó el diente a la fruta prodigiosa, no se sabe si del gusto o de que estaba bendecida por San Turiaf, recuperó además la salud.
-¡Mirad, mirad! -exclamó otro día de pronto ante la multitud- ¿No lo veis? ¡Los cielos se han abierto y he aquí a los ángeles portadores del Arca de la Alianza! ¿No veis a Dios padre en su trono y Jesucristo sentado a su diestra, que vienen como jueces?
Pero la visión desapareció.
-¡Que labren una gran cruz de madera y la erijan aquí, en memoria de esta señaladísima visión y maravilla del Señor!
Cosa extraña, el santo mandó plantar también junto a la cruz un roble conmemorativo que alzaba sus ramas sagradas junto al otro monumento cuando se redactó la vita. ¡Qué singular coexistencia del culto a los árboles, de aspecto pagano, y del culto a la Cruz!
El roble, árbol sagrado de los celtas. Bosque druídico, ilustración romántica (1845).
La vita de Clermont no menciona este roble y dice que la cruz era de piedra y que acudían a ella los enfermos para sanar de la calentura.
En todo caso, Turiaf solía predicar a la sombra de un roble, y mientras lo hacía a veces bajaba una paloma blanca y se posaba en una de las ramas más altas. Cuando terminaba el sermón, la paloma se iba volando. Después el roble se taló y con él hicieron una viga y de ella un altar, que tiene la virtud de sanar a los enfermos.
Esto sucedía -dice la vita de Clermont- en tiempos del buen rey Gradlon el Grande. 
Lo cierto es que eso no puede ser porque Gradlon, si es que existió, vivó a finales del siglo IV y la diócesis de Dol no la fundó San Sansón hasta el VI. Por lo demás San Turiaf debió de vivir en el VIII o el IX.
-¡Turiaf, Turiaf! -le dijo otra vez otro ángel- ¡Es voluntad de Dios que levantes una iglesia a San Pedro a orillas del río Oust!
El río Oust cerca de la abadía de Ballon.
Turiaf obedeció. Se alquilaron carros, se adquirieron herramientas, se reunieron obreros y se puso la cuadrilla en marcha con entusiasmo. Por el camino se cruzaron con otro cortejo, mucho menos animado ya que era la comitiva fúnebre de una doncella, Meldoc hija de Quoidwal, que llevaban a enterrar. La madre de la difunta, que vio de lejos a San Turiaf, acudió a todo correr a postrarse a sus pies.
-¡Sólo te pido que eches una bendición al cuerpo de mi hija! ¡Mi única hija!
El santo empezó a verter abundantes lágrimas, pues no podía ver a un desdichado llorando sin romper él a llorar a su vez. Se arrojó al suelo, donde quedó en éxtasis (motu spiritu, es decir que su alma se había ido a otro lado, dejando abandonado como un trozo de carne su cuerpo: esta expresión choca extraordinariamente al comentador bolandista, que la enmienda como si se tratase de un error del copista) hasta que la muchacha volvió a la vida. 
El santo ya sabía dónde había estado ella, pero de todos modos Meldoc se lo contó tiempo después:
-Señor Turiaf, por amor tuyo y por tus ruegos el Señor me mandó que volviese a este siglo. Desde entonces no he tomado más alimento que la comunión y un poco de leche.
(El estudioso Duine, extrañado por este detalle de la leche, alimento por cierto de tanta carga simbólica, se pregunta si no estaremos ante el vestigio de alguna antigua herejía céltica... Los estudios de Sterckx han demostrado la importancia simbólica que tenía la leche, entre los britanos, como vehículo de la energía vital entre las generaciones).
El rey Gradlon la mandó llamar para saber de sus labios lo que había visto.
-Rey Gradlon, he visto un trono que te tienen preparado en el Infierno; he visto en cambio un trono preparado en el Cielo para Constantino de Cornualles, hijo de Paterno (ver El penitente voraz). Si tú te portas como él, también tendrás su misma suerte. Donde no...
Los reyes no se libran. Escultura gótica. Catedral de Reims.
Turiaf gozaba una visión sobrenatural de lo que pasaba en el otro mundo. Advertía a veces a los monjes: 
-Rezad por el hermano Fulano, que acaba de morir en este momento.
Una vez, quedó sobrecogido:
-¡Oh, hermanos, ayudadme! Mi amigo Gereint, que vive del otro lado del mar, en Britania, acaba de morir. Los ángeles lo llevan al Cielo, pero los demonios van detrás de ellos en su alcance, pisándoles los talones. Recemos todos.
A medida que rezaban, los demonios perdían terreno hasta que tuvieron que renunciar a su presa.
Después, se envió recado a Britania a averiguar qué se sabía del caso y se halló que Gereint había muerto a la vez que Turiaf tenía la visión.
Por eso, cuando le llegó la hora, tuvo conocimiento de ello con antelación y se lo dijo a su confesor, San Budogán.
-Estoy muy preocupado. Sé que me voy a morir pero lo que no puedo saber y me tiene muy preocupado, a pesar de todos los esfuerzos que he hecho en mi vida para ganarme el Paraíso, es si me voy a salvar o no. Eso no lo puede saber nadie por santo que sea.
-Una obra muy buena que da muchos puntos es ganar un alma para el Cielo. ¿Por qué no me llevas contigo?
-¿Y tú querrías?
-De cabeza.
Volvió al monasterio y estuvo un año preparándose a bien morir. Se despidió familiarmente de todos sus monjes y falleció. Los frailes tocaron las campanas de Dol y lo enterraron en la iglesia de Santa María, actual catedral. A la vez, en su monasterio de Lisbican o Inisbican (Fuerte Chico o Isla Chica, que se duda el nombre), moría San Budogan.
La fiesta de San Turiaf se celebra el 13 de Julio, día en que las Acta sanctorum recogen el manuscrito de saint-Germain-des Prés de su vida.
Vaya ahora la propina hagiográfica.
No hace muchos días (ver Los sueños de San Gobán) hablaba de los primeros misioneros irlandeses en tierras del norte de Francia y Flandes, de San Fursa, san Faolán y sus compañeros, como el propio San Gobán.
Uno de aquéllos, dicen las crónicas, fue San Fredegando, llamado Fridigand en flamenco y Frégand o Frégaud en francés.
Lo ponen entre aquellos hibernios, principalmente, los hagiógrafos compatriotas suyos, como Colgan. Otros dudan de ese origen, y no sin razón: el nombre de Fredegando no tiene nada de irlandés y sí es típicamente germano. Está atestiguado, de hecho, entre los anglosajones.
Esto da fuerza a quienes sostienen (como la vida suya que recogen las Acta sanctorum) que fue nativo de un país germano, concretamente de Flandes, donde se desarrolló su vida de asceta y evangelizador.
Sin embargo, ante la insistencia de la otra tradición, que lo hace hijo de Irlanda, cabe pensar varias posibilidades: que lo de Fredegando fuese traducción o adaptación de algún nombre irlandés o, por ejemplo, que el santo partiese en misión desde Irlanda pero fuese de nación germana: era frecuente que anglosajones o francos se desplazasen a Irlanda para profundizar sus estudios y progresar en la vida espiritual. Alguno de ellos, estando en Irlanda, sintió la vocación de predicar el evangelio en el Continente.
Si San Fredegando perteneció a aquella compañía de santos a la que también San Gobán, cuando se separaron emocionados en Corbie, se encaminó al Norte y a la costa, donde habitaban los frisones, gente belicosa y cuya conversión acababa de empezar.
San Fredegando se instaló en la población llamada hoy Deurne. Hoy día Deurne es un barrio de Amberes. Pero según la vida y otras fuentes antiguas, en tiempos de San Fredegando el río de Deurne permitía la entrada de grandes barcos; y la ciudad, fortificada,  era mayor y más poblada que la propia Amberes.
Deurne sufrió en la Edad Media las incursiones vikingas, de las que no levantó cabeza. 
En el siglo XVI, era un pueblo tranquilo donde se puso de moda, entre los patricios de Amberes, construirse comfortables y lujosas casas de recreo, de las que alguna subsiste hoy. De aquella misma época data la iglesia de San Fredegando, edificio al parecer de interés pero más visitado a causa de su romántico y melancólico camposanto, embellecido por abundantes esculturas funerales.
Las Acta sanctorum, con su crítico racionalismo contrarreformista, han rechazado por fabulosas, y lo indican explícitamente, muchas de las leyendas que se contaban sobre San Fredegando. Se decía, por ejemplo, que había tenido que vérselas con jayanes que campaban en sus días por la región.
La verdad es que la tradición de esos gigantes está muy arraigada allí. La leyenda refiere que uno de ellos, Druon Antígono, se había apostado en un paso del río Escalda y cobraba un peaje abusivo a los viajeros, hasta que un yerno de Julio César, Silvio Brabo, lo venció y le cortó la mano, que arrojó al río. En este episodio se encuentra una explicación del nombre de la ciudad -Antwerpen-, que provendría de Hand werpen, "arrojar la mano" en flamenco.
La gran estatua de Silvio Brabo con la mano del gigante adorna la plaza mayor de la ciudad.
Otra de las fantasías de que se burlan los comentaristas de las Acta sanctorum es que San Fredegando padeció bajo los hunos, los mismos que martirizaron a Santa Úrsula y su comitiva.
Martirio de Santa Úrsula. Maestro
de la vida de Santa Úrsula, siglo XV.
Naturalmente, esto no casaría con la cronología de San Fursa, muy posterior a la invasión de los hunos. Sí da que pensar que existía la tradición, probablemente mitológica, de una población maléfica en esas regiones medio terrestres medio acuáticas del delta del Escalda y del Rin. Los pantanos, por su caracter ambiguo, que no son ni una cosa ni otra, se han considerado a menudo por distintos pueblos como lugares de tránsito, o por el contrario, tierras de nadie entre este mundo y el mundo sobrenatural.
Otras fuentes sobre San Fredegando nos hablan de arrianos y de sarracenos: éstos nos chocan menos; los sarracenos son los paganos de le épica francesa medieval.
Todo lo que se refiere a San Fredegando es muy confuso. Para algunos fue obispo, lo que niegan los bolandistas. Para otros fue monje benedictino y fundador de la abadía de Kerkelodoor. Se cuenta que fue amigo de otros dos grandes santos de la región, San Rumoldo y San Gomaro, con los cuales pasaba largos ratos de conversación espiritual; pero que siendo mucho mayor que ellos, murió también antes. Es cierto, dicen las Acta sanctorum, que en estos relatos medievales "no es raro inventar coloquios entre distintos santos de todas las épocas".
La vida ofrece el dato de que San Fredegando vivió en tiempos de Pipino; pero no se especifica si era Pipino el Breve, padre de Carlomagno, en el siglo VIII, Pipino de Herstal, en el VII (por el que se inclinan las Acta sanctorum, ya que se menciona su amistad con San Wilibrordo, que vivió por entonces) o incluso su abuelo Pipino de Landen en el siglo VI.
Parco en detalles y episodios de la vida de Fredegando es el texto; no conocemos sus milagros ni sus mortificaciones. Sabemos que dio ejemplo de santa vida y que convirtió a numerosos frisones a la fe de Cristo.
A la muerte de San Fredegando su cuerpo fue conservado con gran veneración en Deurne durante siglos. Llegaron las espantosas incursiones vikingas, flagelo con que Dios castigaba los pecados de los pueblos que las padecían. Deurne no se libró del asedio de los hombres del Norte.
-Es cuestión de tiempo -se dijeron los vecinos- que los bárbaros entren la ciudad. A toda costa tenemos que salvar de su furia sacrílega el cuerpo del santo.
-Sí; saquémoslo, pongámoslo en salvo.
Lo que no sabían los lugareños era que aquella reliquia era la última y eficacísima protección de la ciudad, la fuerza sagrada que contenía y tornaba impotente la furia vikinga. Dios, padre severo en su benevolencia, quería aplicar el duro, pero salutífero escarmiento a los pecadores de Deurne: por eso les inspiró la piadosa idea de resguardar a San Fredegando. Y en el momento en que los santos despojos cruzaron las puertas de la ciudad, se abatieron sobre ella los vikingos no dejando piedra sobre piedra, pasando a cuchillo a la mitad de la población y reduciendo a esclavitud a la otra mitad.
El culto a las reliquias de San Fredegando perduró durante toda la Edad Media, pero fue al final de ella, en tiempos del emperador Maximiliano I, cuando adquirió nuevo esplendor y popularidad, debido a una gran pestilencia que azotó a Amberes y su región. No sabiendo ya la gente a qué santo encomendarse, se recurrió a Fredegando y fue su intercesión la que acabó con la epidemia. Desde entonces creció su fama de santo sanador, especialmente de las enfermedades contagiosas y de la calentura. Su cuerpo estaba custodiado entonces en Moustier sur Sambre, cerca de la ciudad de Namur -o Namurco según dicen nuestros autores del siglo XVI-, en el gran convento de canonesas regulares que da nombre a la ciudad.
Antoine Caron, Quema de imágenes y reliquias por los calvinistas en Lyon.
Llegaron las convulsiones religiosas del siglo XVI y el celo de los reformados se desató en furia contra las imágenes y reliquias. Y, como dice Antonio de Yepes en la crónica de la orden benedictina (año 648), "con entradas de franceses, queriendo los naturales esconder su cuerpo, le han perdido y no se sabe ni hay memoria de dónde estén sus santas reliquias".
En todo caso, la festividad de San Fredegando se celebra el 17 de julio.

miércoles, 3 de julio de 2013

El sueño de Máximo y la pesadilla de Vortigerno


En el siglo VI, después de que las guerras con Justiniano dieran fin al poder de los godos en Italia, un nuevo pueblo germánico, los longobardos, irrumpió en ella creando una monarquía y multitud de pequeños estados.
Es poco lo que se sabe de los longobardos antes de su entrada en Italia. Paulo Diácono, ya en el ocaso de la dominación longobarda, escribió su historia, libro de amenísima lectura, inspirándose en fuentes perdidas hoy en gran parte. 
Parece ser que el solar de los longobardos estuvo al sur de Escandinavia, junto a la desembocadura del río Elba. Eran vecinos de los sajones. Se dedicaban a la agricultura, eran muy devotos de Odín, el dios barbudo al que acaso deban su gentilicio. Paulo Diácono le da otra explicación legendaria: habiendo de combatir contra un enemigo muy superior en número, los longobardos, aún no llamados así, recurrieron a la estratagema de que sus mujeres se atasen las trenzas debajo de la barbilla, para ser confundidas de lejos con guerreros barbudos. La treta tuvo éxito y los enemigos cedieron el campo. 
Astucia de las mujeres longobardas. Ilustración de principios del siglo XX.
Parece que hablaban un idioma que evolucionaría de modo muy parecido al alto alemán. De hecho, hay quien piensa que un par de dialectos alemanes del Norte de Italia son vestigios de la lengua de los longobardos.
En los primeros siglos de nuestra era, iniciaron la migración que los llevaría, Elba arriba y con algunas vueltas y desvíos, hasta Italia. En su camino, se forjaron como pueblo guerrero viéndoselas con vecinos hostiles, como los hunos, que los tuvieron sometidos durante algún tiempo.
Antes de que las agotadoras luchas entre godos y bizantinos les diesen la oportunidad de hacerse con Italia, los longobardos habían permanecido largo tiempo asentados en la Panonia, provincia de la cuenca del Danubio que se extendía por lo que hoy es el Norte de Serbia y Croacia. 
Por allí estarían cuando San Patricio emprendió la evangelización de Irlanda.
Todo esto viene a cuento de que una de las hermanas de San Patricio, (Lupatia o Darerca, que en esto no se aclaran las fuentes, pero si fue Darerca fue en segundas nupcias), casó con un longobardo -un longobardo de Letha, para ser más precisos-, llamado, al parecer, Conis (salvo que Conis fuese el primer marido, a veces mencionado como Chonas) cuando era pagano y que, al bautizarse, adoptó el nombre latino de Restituto. 
Este matrimonio es importante porque tuvo muchos hijos, varones y niñas, los Macu Baird ("hijos del longobardo"), obispos y santos casi todos, de los que el más famoso es probablemente San Sechnall.
Como no hay trazas de que la familia de San Patricio visitase la Panonia y como por otro lado Letha es la palabra que en la Edad Media designaba en irlandés a la Bretaña y la costa atlántica de Galia, donde no se sabe que hubiese longobardos en el siglo V, se ha supuesto que todo lo de este matrimonio es una lucubración tardía. Baring-Gould, por su parte, supone que los Uí Baird (es decir, los Macu Baird) eran un antiguo pueblo de Bretaña, antepasado de los modernos Bigouden (en el Suroeste de la Cornualla) a los que se atribuía un origen racial mongoloide. Con los calmucos, concretamente, los relaciona Baring-Gould.
Tipos "bigouden" a principios del siglo XIX. La altísima cofia hoy
característica del traje femenino bigouden no se empezó a llevar
hasta el siglo XX. 
Esta idea peregrina procedía de la creencia en que la raza amarilla había precedido en Europa a la raza blanca, dejando como vestigios a los fineses, lapones y otros pueblos dispersos acá y allá. También en Galicia Martínez Murguía creía reconocer en algunos tipos humanos los descendientes de aquella primitivísima población. 
Charles Le Goffic, poeta bretón de finales del siglo XIX y principios del XX, escribió el poema Les bigoudèns, haciéndose eco de esta creencia del origen oriental de los bigouden. Lo traigo a cuento porque casualmente me ha venido ahora a la mano. Le Goffic, a decir verdad, no es un gran admirador de la belleza de los y las bigouden, gentes según él "de ojos vagamente tibetanos", caras chatas y sin relieve, cráneos estrechos, pecho liso (las mujeres) y cuerpo rudo y basto. Sólo se salvan la tez nacarada y las negras cabelleras de reflejos azulados. 
En la cofia de las bigouden ve una representación del falo, lo que podría ser cierto a tenor de lo afirmado por Julio Caro Baroja sobre el tocado de las vizcaínas. Pero Le Goffic se expresa de una manera extraña:
"Et [c'est] lui" -dice-: "lui" es "el viejo Oriente fatalista estancado en sus estrechos cráneos",
"Et lui qui sur le front de nacre
des vierges encor dans l'avril,
plante l'obscène simulacre
d'un minuscule nerf viril"...
Evolución de la cofia bigouden: de 1907 (Lucien Simon, Recogida de la patata)...
Nervio ya es sinécdoque atrevida, pero minúsculo ¿por qué? Debe de ser alguna fantasía racista del poeta...
...a los años cuarenta (plato propagandístico del gobierno de Vichy,
cerámica de Quimper).
Según él, los bigouden descendían de algunos supervivientes de los hunos derrotados en Galia, que buscaron refugio en las remotas tierras del Finisterre cornuallés.
Mal cuadra esto con la teoría de Baring-Gould, porque entonces resultaría que los Macu Baird serían unos recién llegados a Armórica en tiempos de San Patricio, que fue contemporáneo de Atila. 
Antepasados de los bigouden, según Le Goffic. Las hordas de Atila invadiendo Italia, por Delacroix.
El erudito Alfred Anscombe, en un artículo de 1908, sugiere que  el letha de los Macu Baird se refiere no a una región -Letavia, es decir Bretaña- sino a los laeti, bárbaros que recibían del Imperio Romano un terreno para asentarse; no sería imposible -apunta- que hubiesen existido asentamientos así de longobardos en las costas de Galia, donde se confiaba a contingentes extranjeros la protección del tráfico marítimo del Canal de la Mancha, o en la propia Britania, siempre expuesta a incursiones hostiles y a trastornos internos que requerían la frecuente presencia de refuerzos.
Otro de los hijos de Restituto fue San Mogornón o Mogormán. Restándole al nombre el prefijo cariñoso mo-, queda Gormán, en que los tratadistas irlandeses vieron una adaptación gaélica del latín Germanus. Germanus era nombre frecuente y que llevaron varios santos: entre los más influyentes en el nacimiento y desarrollo de la cristiandad irlandesa San Germán de Auxerre, al que la tradición (muy antigua: ya desde la Vida de San Patricio de Muirchú en el siglo VII) conoce como maestro y aun pariente de San Patricio. Varios de estos Germanes se entremezclan y se confunden en la leyenda. De la vida de San Germán de Auxerre, que además de obispo y teólogo fue un político y militar de la mayor importancia (En Britania no sólo estuvo combatiendo a los pelagianos en la controversia teológica, sino también a los sajones en el campo de batalla), se desprende que Galia y Britania estaban estrechamente relacionadas en su época (aunque la administración imperial romana se había retirado de la isla) y que el Canal de la Mancha no era una frontera sino un lugar de paso entre dos partes de la misma entidad cultural y política: lo que explica la importancia de mantenerlo abierto y seguro.
De la familia del propio San Patricio dicen algunas fuentes que estaba repartida en ambas orillas del Canal. 
Sin embargo, es difícil que San Germán de Auxerre, maestro de varios santos, como San Brioc, San Iltudio y San Patricio, fuese el mismo Mogormán sobrino del Apóstol de Irlanda. Baring-Gould sostiene que el Germán maestro de San Brioc sí era el hijo de Darerca; sin embargo, su discípulo Patricio no era el evangelizador de Irlanda, sino un sobrino y tocayo de aquél, hijo de su hermano el diácono Sannan. Este Germano habría acompañado a San Patricio a Irlanda y a su regreso habría partido de Wexford (Loch Garmán -el Lago de Germán- en irlandés) rumbo a las colonias irlandesas en Gales y de ahí a la Galia, donde habría ejercido su magisterio.
La sospecha del origen bigouden de San Germán le viene a Baring-Gould de lo muy extendida que está la devoción a San Germán y a sus discípulos por aquellas tierras del suroeste cornuallés. 
San Germán, patrón de Pleyben, Cornualla (Bretaña).
Siempre según Baring-Gould, este Germán (distinto del de Auxerre, pues) viajó también a Britania donde se encontró con su tío San Patricio hacia el año 460. Se lee en la Vida de Santa Ninoc, en el cartulario de Quimperlé, que Germán había sido enviado por su tío San Patricio en misión al reino de Brychan Brycheiniog, en el actual País de Gales, y que allí fue el encargado de la delicada mediación entre el rey y su hija la princesa Ninoc. Pues aquél quería casarla con algún príncipe de sangre real y ésta pretendía (como hizo al fin) pasar a Bretaña y dedicarse allí a servir a Dios.
Es de este San Germán armoricano, hijo de Darerca del que (según Baring-Gould) habla con cierta extensión y de modo un tanto confuso la Historia Brittonum, del siglo IX. 
El compilador de la Historia Brittonum se basaba en dos fuentes principalmente. Una era la Vita beati Germani, biografía de San Germán de Auxerre escrita por Constancio de Lyon a instancias de Paciente, obispo de la misma ciudad y amigo de San Fausto de Riez, detalle de cierta importancia según se verá. Otra, siempre según el mismo Baring-Gould, era una vida, hoy perdida, del otro San Germán, el sobrino de Patricio. La Historia Brittonum los mezcla y los confunde.
Cuenta la Historia Brittonum que llegó a oídos del santo la mala fama de un tirano llamado Benlli -Benlli Gawr, Benlli el Gigante, según la tradición- y que Germán acudió a su corte con un puñado de monjes a predicarle. Benlli les negó la entrada en la ciudad y uno de sus criados, que vivía extramuros, acudió a saludarlos haciéndoles gran honra, por su propia cuenta, y les dio cobijo por aquella noche.
Se trataba de un portero (portarius), per Baring-Gould supone que este detalle puede proceder de un error de lectura y el texto original decir porcarius, "porquero". En varios relatos medievales insulares o bretones es el porquero, personaje singular y mágico en las leyendas celtas, el que cumple esta función de información e introducción ante el rey.
-Amigos, no tengo más que una vaca con su ternera; pero por tan nobles huéspedes no me duele ningún sacrificio. ¡Que maten la ternera para la cena!
-Un detalle que te honra -le dijo el santo.
Y a continuación ordenó a los de su séquito: 
-Comed todo lo que queráis, pero tened buen cuidado de no estropear los huesos, que me hacen falta para una cosa.
Así lo hicieron, y a la mañana siguiente vieron con asombro y alegría que la ternera, viva y coleando, jugaba junto a la madre en su pradito.
Aunque el libro no lo dice explícitamente, es obvio que se trata del difundidísimo milagro chamánico de la reconstrucción de un cuerpo a partir de su esqueleto y piel (ver San Fingar y setecientos setenta mártires) al que dedica tanta atención Ginzburg en Historia nocturna.
Alboreaba. Se pusieron a rezar ante las murallas, rogando al Cielo que el tirano les franquease la entrada, cuando vieron venir a un hombre bañado en sudor, que cayó de hinojos ante ellos.
-¿Qué quieres de nosotros?
-¡El bautismo!
-¿Crees acaso en Dios Uno y Trino?
-Por supuesto.
-Pues ven: yo te bautizo en Su nombre.
-¡Qué júbilo, qué felicidad!
-Y aún no sabes lo mejor: que antes de una hora vas a reunirte con Él.
-Vaya.
-Ya están los ángeles (puedo verlos) revoloteando en los cielos a la espera de tu llegada. ¡Menuda recepción te tienen preparada! ¿No te alegras?
-Es que me pilla así un poco de sopetón... ¡A lo mejor te estás confundiendo! Bueno, me voy, que se me hace tarde...
Al cruzar la puerta, lo agarraron los sayones de Benlli.
-¿De dónde vienes tú, turista? ¿De paseo?
-No, yo...
-¿Se nos han pegado las sábanas? ¿Hemos tenido una nochecita agitada?
-Es que...
-¿Tú no sabes lo que está mandado, que en cuanto sale el sol tiene que estar todo el mundo a su trabajo, pena de la vida, que aquí no se mantienen vagos?
- Sí; si yo...
-Venga, que le corten la cabeza aquí al diletante; lleváoslo.
-¡Cómo se las gasta este Benlli! -pensó San Germán.
Allí estuvo todo el día rezando con sus monjes sin que nadie viniese a abrirle la puerta; y era que el tirano, poco amigo de sermones, tenía dada orden de que no le dejasen entrar así se pasase veinte años al pie de las murallas.
Llegada la noche, volvieron a la casa de aquel hombre hospitalario.
-¿Tienes familia en la ciudad? -le preguntó Germán.
-Bastante: nueve hijos.
-Pues tráetelos; y si tienes algún amigo, tráetelo también.
Estaban los monjes y los allegados de su huésped reunidos, de sobremesa, cuando de repente una inmensa bola de fuego se abatió sobre la ciudad, haciéndola cenizas en un abrir y cerrar de ojos con toda la gente que tenía dentro. Los amigos, salvados de la quema, estaban con los pelos de punta.
-Si es que tenía que pasar una cosa así.
-Estaba visto.
San Germán bautizó a aquellos paganos buenos, imponiendo al dueño de la casa el nombre de Catel Drunluc. Catel, que es palabra latina, quiere decir "cachorrillo de perro" y Drunluc, a decir de Baring-Gould, "Puño Negro". Y le anunció:
-Tú serás rey desde ahora: no de la ciudad, que quedará arrasada por los siglos de los siglos, sino del país entero. Y después de ti, reinarán tus descendientes. 
El país era el reino de Powys, en el Este de Gales, y los reyes en cuestión la dinastía Cadelling que permaneció en el trono hasta mediados del siglo IX.
Según otra versión de la leyenda, que nos ha llegado en una crónica tardía, del siglo XVI, la ciudad no fue destruida por el fuego, sino que se la tragó la tierra, apareciendo un lago en su lugar.
Era ésta la época en que el rey britano Vortigerno, según cuenta la leyenda, se enfrentaba a la amenaza de los sajones a los que él mismo había llamado a Britania y que se habían rebelado contra su autoridad. Era el principio de la invasión inglesa. El rey se encontraba en una situación muy delicada e incómoda, ya que estaba profundamente enamorado de su mujer, que era hija de Hengist, el caudillo de los sajones. 
Hengist, suegro de Vortigerno, y Horsa emprenden
la conquista de Britania. Grabado del siglo XVII.
A Vortigerno lo perdía la sensualidad y estaba siempre rodeado de concubinas, una de las cuales era su propia hija, que le acababa de dar un hijo-nieto, llamado Fausto.
San Germán había convocado un sínodo para censurar la conducta escandalosa del rey, pero éste le tenía preparada una teatral sorpresa. Cuando el santo acudió a su presencia, mandó pasar a su hija, que entró con el pequeño en brazos.
-¡Cobarde! ¡Sinvergüenza! -le gritó la princesa a San Germán- ¿No quieres reconocer a tu pobre hijito? ¡Por lo menos míralo! Que no tienes corazón ni lo que hay que tener. ¡Poco hombre!
-Trae acá a ese infeliz, que yo lo criaré bien y no consentiré que le falte nada. Y dadme peine, tijeras y navaja para que le hagamos el primer corte de pelo.
San Germán cogió al niño y le puso en la mano las artes de afeitar que le entregaba un criado.
-¡Anda, rico, dale esos chismes a tu papá para que te corte el pelito! 
La criatura recién nacida tendió los utensilios resueltamente al rey hablando con voz bien clara:
-¡Papá, papá! ¡A cortar pelo, a cortar pelo!
Germán, a pesar de todo, cumplió su promesa; se quedó con el niño y lo educó. Le esperaba un gran futuro, puesto que llegaría a ser el gran asceta, teólogo y santo Fausto de Riez.
Confundido, el rey se dio a la fuga con su corte y serrallo, pero los obispos lo perseguían intentando que se comprometiese a reformarse. Cada vez iba el réprobo buscando refugio en fortalezas más remotas e inaccesibles; pero el tesón de San Germán siempre lo encontraba sin darle tregua. Allá donde estaba Vortigerno, plantaban Germán y los descontentos sus reales orando y ayunando. Eran la prefiguración de los indignados campistas, una verdadera obsesión, una pesadilla para el rey.
Al cabo de varios castillos, la paciencia de Dios se colmó y la última fortaleza fue fulminada por una bocanada de fuego exhalada del cielo. No quedaron huellas del edificio ni mucho menos de ningún ser vivo que hubiese en él. Otros dicen, sin embargo, que el rey pudo huir, único superviviente de la venganza divina, y que se lo tragó la tierra o que vivió vagabundo y miserable, pero impenitente, hasta que le llegó su hora.
Existe otro documento del siglo IX, contemporáneo grosso modo de la Historia Brittonum: la inscripción de la columna de Eliseg. Se trata de una columna de sección elíptica erigida cerca de la ciudad de Llangollen y de la abadía, hoy en ruinas, de Valle Crucis: de hecho, el nombre de la abadía se debe a la columna. 
Ruinas de Valle Crucis. Ilustración de principios del siglo XX para Wales,
de F.-M. Wilmot-Buxton.
La inscripción ya no es legible, pero lo era en parte aún en el siglo XVII, cuando la copió el gran erudito Edward Lhuyd. En ella se declara que el rey Cyngen de Powys erigió el monumento a la memoria de su bisabuelo el rey Elise, restaurador del reino. Su contenido es fundamentalmente genealógico y en ella aparece mencionado el rey Vortigerno y su hijo, "al que bendijo San Germán". Sólo que aquí ya no se llama Fausto (nombre que permite establecer la conexión entre Vortigerno y San Germán, obispo de Auxerre), sino Brydw. No aparece alusión alguna al incesto, como es natural; por el contrario, se identifica a la madre del príncipe, que fue Sevira -es decir, Severa-, hija del rey Máximo, el que mató al rey de los romanos". Información muy curiosa por cuanto se trata de un personaje conocido en las leyendas galesas y bretonas: el emperador de Occidente Magno Máximo, que efectivamente mandó matar al emperador Graciano antes de ser preso y ajusticiado él mismo por Teodosio. Macsen Wledig, el señor Macsen, como se le llama en el relato galés medieval, estaba casado con Elen Llwyddog y era cuñado de Conan Meriadec, al que puso al frente de la Bretaña armoricana, fundándola así como unidad política.
Aquí se difuminan los límites de la Historia, la leyenda y el mito.
Macsen, emperador de Roma, durante una cacería, se quedó dormido y soñó que viajaba a un lejano, desconocido y maravilloso país donde en un fantástico palacio encontraba a la doncella más bella del mundo, sentada frente a un hermoso joven ante un tablero de ajedrez. Era Elen. Ya despierto, emprendió su búsqueda y cuando dio con ella, en Britania, le ofreció hacerla su emperatriz, lo que ella aceptó. 
Jugadores de ajedrez, Francesco di Giorgio Martini, siglo XV.
En cualquier caso, dice la tradición que terminada su labor en Britania San Germán acudió a la llamada de su tío San Patricio, que solicitaba su colaboración en la consolidación de la Iglesia en Irlanda. Según una de las vidas del evangelizador, la de Joscelyn, San Patricio había vivido una temporada en la isla de Man (que por ese motivo había llegado a llamarse isla de San Patricio) y decidió convertirla en diócesis y poner a la cabeza de ella a su sobrino, "hombre sabio y santo". Germán aceptó y, acompañado según se dice por San Brioc, se instaló en la isla, de la que fue primer obispo y donde murió en 474.
La fecha que le está dedicada en man es el 3 de julio; en otros lugares se lo conmemora en días distintos. Este San Germán armoricano, si es que realmente existió (autores de la talla de Joseph Loth no lo creen), ha tenido mala fortuna: en muchos pueblos se ha visto confundido con la figura de su tocayo más famoso, el de Auxerre, y absorbido por ella. La celebridad de San Germán de Auxerre se debe en gran parte a la gran popularidad de la biografía de Constancio de Lyon. Y ésta a que se trataba de una obra de polémica teológica dirigida principalmente contra los arrianos, auspiciada por personajes de la mayor relevancia política en la Galia de su tiempo (finales del siglo V) y cuya razón de ser estaba en su difusión.