viernes, 21 de noviembre de 2014

Diosas marinas y fenómenos de feria

Acaban de caerme en las manos dos continuaciones del Lazarillo editadas juntas, una anónima y otra la de Juan de Luna. La primera se dedica principalmente a contar las andanzas de Lázaro en el mundo de los atunes, transformado en atún él mismo. El editor se fija en el parecido de estas aventuras con algunos lances de las novelas caballerescas. Y, en efecto, su episodio principal, el rescate por Lázaro, a la cabeza de una tropa de descontentos, de su amigo y benefactor traidoramente calumniado ante el rey y a pique de ser ajusticiado, nos trae a la memoria otro del Lancelot en prosa, donde se produce un levantamiento para salvar a dos príncipes cautivos del injusto rey Gaunas. Tampoco en este falta el elemento sobrenatural de la metamorfosis, ya que los jóvenes pueden huir transformados en perros por las artes mágicas de la Dama del Lago mientras dos lebreles de Gaunas adquieren temporalmente el aspecto de los príncipes.
El disfraz animal ya fue usado por grandes santos, entre ellos el mismo san Patricio, que se transformó en ciervo junto con sus monjes para escapar de la emboscada tendida por sus enemigos. Y ya que estamos en el mundo legendario irlandés, los perros humanos más famosos que por él corren y cazan son los favoritos de Fionn mac Cumhail, Bran y Sceolang, hijos de la tía del héroe, Tuiren, y por tanto primos suyos.
Perros ossiánicos. Abildgaard, El fantasma de Culmin.
Pero de los santos irlandeses al que más nos recuerda la continuación anónima del Lazarillo es a san Comgall de Bangor, que pescó a la mujer pez Lí Ban y la bautizó como Muirgen o Muirgeilt (es difícil no relacionar a esta Muirgen con la Marimorgane, sirena de Bretaña) tras haberla sacado a tierra firme en un gran barril o tina llena de agua. Una gran muchedumbre se agolpaba en la orilla para presenciar el prodigio (ver Antigüedad de Dahut), exactamente como a Lázaro. 
Las historias se separan aquí: Muirgeilt opta por morir inmediatamente tras recibir el bautismo, ganándose así un lugar en el paraíso, mientras a Lázaro se le devuelve su apariencia y naturaleza humana arrancándole la piel de atún que lo envuelve.
Claro que esto es un motivo folclórico más, y no sin sus paralelos septentrionales. Las leyendas escocesas de los silkies o "sedosos", medio hombres medio focas, mencionan una y otra vez los extraños y magníficos abrigos que gastan estas gentes marinas y que no son sino la forma que adquieren sus pieles de foca cuando ellos adoptan el aspecto humano. Privar a un silky de su abrigo es tanto como desterrarlo (desmarearlo) de su mundo nativo. 
Javier Cardeña, en su libro La bruja del mar (ameno y muy interesante), nos ofrece unas cuantas de estas leyendas de silkies traídas del repertorio del gran narrador oral Duncan Williamson, al que tiene profundamente estudiado.
Esto de los abrigos no es una cuestión sin importancia. Cuando pescaron y sacaron a tierra a la que había de ser santa Muirgeilt, ella, desde su barril, se quedó mirando el hermoso manto que llevaba un elegante de entre los muchos espectadores que habían acudido atraídos por la curiosidad. El joven, seguramente halagado por la insistencia de las miradas de la sirena, se lo ofreció con galantería, y ella le contestó que no era que le gustase en particular la prenda:
-Es que el día de la riada, en que yo me convertí en pez, mi padre llevaba uno igualito... 
Podría compararse la catástrofe de aquella riada con la debacle militar que da origen a la metamorfosis marina de Lázaro. En todo caso, al regresar la sirena del mundo subacuático su atención se fija en la envoltura artificial, en el vestido humano.
Pero esto de la piel (o, en sentido inverso, la ropa) robada es un riesgo que los silkies comparten con las razas híbridas de las mujeres-pájaro y los hombres lobo. 
Claude Lecouteux, en su libro sobre brujas y hombres lobo medievales, trata este asunto suponiendo que en este caso las ropas representan al cuerpo, que queda sumido en un estado de letargo mientras su doble se desplaza, como en los viajes chamánicos.
La leyenda bretona de Mari Morgane está relacionada con la de la ciudad inundada de Ys, cuya actividad se supone que continúa bajo las aguas como antes del gran cataclismo que la sumergió. Pero los mundos submarinos también aparecen en Oriente. Fue narrada una y otra vez en la Edad Media la excursión de Alejandro Magno al fondo del mar en una especie de batiscafo. 
Alejandro Magno descubriendo que el pez gordo se come al chico.
Miniatura del siglo XIV.
Lo que descubre Alejandro es la gran semejanza entre el mundo submarino y el nuestro, ya que, a decir del Libro de Alexandre castellano, 
"non vive en el mundo ninguna criatura
que non cría el mar semejante figura": 
idea, por cierto, bastante extendida en la Edad Media y que se encuentra, por ejemplo, en los Otia Imperialia de Gervasio de Tilbury, según el cual existen peces frailes, peces guerreros, peces reyes, peces perros y peces puercos. En el siglo XIV, el Perceforest vuelve a narrar el paseo de Alejandro bajo el mar, refiriendo la existencia de peces caballeros con la cabeza en  forma de yelmo, dotada de una espada natural, y el lomo defendido por un fuerte escudo. Una imagen que no deja de recordar al Lázaro pescado, convertido en héroe civilizador de los atunes a los que enseña a manejar la espada con la boca.
Señala Hélène Bellon-Méguelle en un artículo que veo ahora aquí (y donde encuentro estas noticias sobre Gervasio de Tilbury y Perceforest) que la similitud del mundo submarino con este se extiende en el Roman d'Alexandre francés (y otro tanto en el castellano, añadiremos) a las relaciones sociales, que es lo que permite al autor convertir el episodio submarinístico en un "espejo de caballería". Y esto es exactamente lo que hace la continuación anónima del Lazarillo: valerse de la fantasía subacuática para exponer su sátira moral, defendiendo por cierto valores poco o nada innovadores para su tiempo.
La civilización de los hombres marinos tampoco falta en Las mil y una noches. En el cuento de Abdallah del mar y Abdallah de la tierra, el pescador Abdallah se hace amigo de un tocayo suyo habitante del mundo del mar, que lo colma de presentes y le sirve de guía por su reino. Los hombres de mar tienen cola de pescado y se asombran de la anatomía de los terrestres. Abdallah, antes de entrar en el agua, tiene buen cuidado de enterrar su ropa para que no se la roben (lo que parece un vestigio del tema que antes comentaba acerca de silkies y hombres lobo). Y, como en los relatos sobre Alejandro, no deja de aparecer la reflexión sobre cómo el pez grande se come al chico. 
Al contrario de lo que sucede en las continuaciones del Lazarillo, en Las mil y una noches es  en el mundo marino donde el hombre es causa de admiración y objeto de la pública curiosidad.
En la época en que aparece la continuación anónima del Lazarillo el hombre marino está de moda. Pero Mexía les dedica un capítulo de su Silva y representaciones de monstruos mixtos de hombre y pez empiezan a aparecer en cuadros y grabados. El tríptico de El carro de heno, de El Bosco, retrata a uno de ellos con espada al cinto (como el Lázaro atún), una cáscara de gamba protegiéndole el lomo y, detalle para mí significativo, con una pierna calzada y otra descalza, que suele ser señal, como hemos visto otras veces, de tener un pie en este mundo y otro en otro.
Detalle de El carro de Heno. El Bosco.
Indica Baltrusaitis que el epicentro de estas representaciones fantásticas y grotescas se encuentra en Flandes, que es precisamente donde se publica y tal vez se haya escrito la continuación del Lazarillo.
Tiempo después, en La tempestad, de Shakespeare, el espíritu Ariel se refiere a una transformación marina ocasionada también, como la de Lázaro, por un naufragio, que convierte a la víctima en una especie de retrato manierista arcimboldesco:
"Full fathom five thy father lies;
Of his bones are coral made;
Those are pearls that were his eyes:
Nothing of him that doth fade
But doth suffer a sea-change
Into something rich and strange".
Arcimboldo: El agua.
En esta extraña obra de Shakespeare el personaje más afín a los hombres marinos es Caliban, misterioso hijo de Sycorax. Caliban es hombre pez: lo delata hasta el olor. Pero también comparte muchas características con el hombre salvaje; y no sólo con el salvaje mitológico, espíritu del bosque y frecuente personaje heráldico del gótico, sino con el salvaje verdadero, el hombre supuestamente primitivo con el que se tropieza la asombrada Europa en la época de los descubrimientos.
Se ha señalado la semejanza del nombre Caliban con caníbal. Del salvaje tiene Caliban la lujuria desenfrenada (los salvajes se suelen confundir a veces con los sátiros con los que tienen en común la afición a perseguir a las ninfas) tanto como la ingenuidad que cae en el ridículo.
El espacio virgen de la isla es terreno propicio a las utopías, como muestra el discurso de Gonzalo, el viejo filósofo lleno a la vez de ilusiones y de desengaños; pero hay que ver que, en un espíritu plenamente colonialista, son los forasteros los que quieren implantar la sociedad ideal sin más proyecto para los calibanes locales que el de esclavizarlos cada uno a su modo.
Es lo que hace con Caliban Próspero, que por otra parte tanto recuerda a los desterrados calderonianos (ver La desdicha de moverse). 
Hogarth, personajes de La Tempestad. A la derecha, Caliban, con pies
palmípedos y aletas en los hombros.
A Caliban los marineros que lo encuentran lo comparan de inmediato con un indio y el primer proyecto que se les ocurre es domesticarlo y lucrarse vendiéndolo a algún emperador o enseñándolo por los pueblos como prodigio de circo.
La exhibición del alienígena tiene su función religiosa (caso de santa Muirgelt), política, como ostentación del poder imperial (Zumthor menciona estas procesiones de salvajes al principio de la era de los descubrimientos, no muy distintas en su función de las exposiciones coloniales de fines del XIX) y su utilización comercial. Porque, como dice Shakespeare, hay quien no daría un céntimo a un pobre que le pidiera limosna pero pagaría gustosamente mucho más por ver el cadáver de un indio en una feria. También este uso circense se prolongaría mucho: no hay más que acordarse del espectáculo de Buffalo Bill con sus pieles rojas.
La conexión entre el hombre salvaje y el hombre marino se establece naturalmente: el mar y el bosque son medios equivalentes, que corresponden al fondo de caos tachonado de islas de cosmos ordenado, unidas entre sí por redes de caminos o derroteros.
Fray Antonio de Guevara, al presentar a su villano del Danubio, refleja su naturaleza anfibia. Vestido de piel de cabra y ceñido de juncos marinos, relata el bárbaro cómo su pueblo ripario o ribereño es capaz de aprovechar las ventajas de la tierra seca o del agua húmeda para protegerse en una de las amenazas de la otra. La caverna es un espacio mixto o compartido en que participan elementos del agua y de la tierra. 
Lo que el marinero Stefano se propone hacer con Caliban en La Tempestad es lo que en efecto llevan a cabo con Lázaro los pícaros de la continuación del Lazarillo, pero ya no la anónima, sino la de Juan de Luna. Estamos en una época más barroca que la de aquella primera y lo que se exhibe ya no es un prodigio, un monstruo de la naturaleza, sino un engaño artificioso. Y es curioso que el disfraz de Lázaro consiste principalmente en una peluca, bigote y barba postizos de moho (hemos de entender "musgo", según la definición de  Covarrubias). Los pies van envueltos en espadañas, que aluden más al medio acuático, recordando a esos personajes grotescos de la escultura del Renacimiento cuyas piernas rematan en volutas vegetales. Viene envuelto en hojas como un pescado, como una "trucha montañesa", pero más parece "salvaje de jardín": un árbol podado en forma de salvaje, opina nuestro editor. Los salvajes míticos iban cubiertos de su propio pelo y este hombre de musgo evoca más a los hombres vegetales del folclore europeo, espíritus de los bosques, silvanos, númenes nemorosos de Mannhardt y de Frazer.
Mujer a hombros de un tritón. Relieve renacentista.
Roger Bartra, en sus estudios sobre los salvajes, recuerda la importancia del elemento celta, del loco del bosque irlandés y galés en la configuración del mito artístico y literario medieval del salvaje. Que el salvaje lo puede ser de bosque o de mar lo demuestra un hecho: frente a Suibhne Geilt, el loco boscoso por excelencia de la literatura irlandesa, relacionado con san Marbán por un lado, con Merlín por otro, surge de entre las olas la santa Muir-geilt, "la loca del mar".

viernes, 7 de noviembre de 2014

Claro del bosque

Ahora se ha cruzado en el camino un santo del que poco se sabe y se cuenta, muy venerado sin embargo, pero que no destaca por lo original de su vida y milagros.
Es un tópico más que secular, de hecho, al hablar de san Claro (que este es el santo), comentar que todo lo que tuvo él de claro en el nombre, figura y virtudes, lo tienen de nebuloso y oscuro las circunstancias de su vida.
Y es que Claro fue un santo de suma modestia, que siempre procuró huir del peligroso trato de los hombres y más del de las mujeres.
Como si hubiese querido perderse entre la multitud, lleva un nombre frecuente en la hagiografía, de manera que a menudo se lo confunde con uno u otro de sus tocayos. Este de que me voy a ocupar es san Claro de Epte, venerado principalmente en Normandía.
San Claro, pues, aparece mencionado en el martirologio de Usuardo, de época carolingia, lo que atestigua que su culto ya estaba bien vivo en Normandía en el siglo IX. Dice allí que vivió "in pago Vilcassino", es decir en la comarca normanda del Vexin, nombre debido a la tribu gala de los Velliocasses, que pudiera significar "los de buenos rizos".
Pero así como no cabe duda de que allí vivió y murió mártir, más incierto es el lugar de su nacimiento.
La vida más antigua de este santo, obrita muy breve, data de época medieval. Las Acta sanctorum no se atreven a datarla con más precisión que suponerla posterior al IX y anterior al XIII; probablemente sea obra de finales del XI o ya del XII. En ella se menciona como su lugar de nacimiento la ciudad, desconocida, de Orchestria, en Inglaterra: ¿Rochester? ¿Worcester? 
Rochester a mediados del siglo XIX. Paisaje de Frederick Nash.
Lo ignoto de aquel lugar ha permitido que hagiógrafos de distintas naciones se lo apropiasen. Thomas Dempster, en su Historia ecclesiastica gentis scotorum, lo hace escocés; y Juan Tamayo de Salazar, agarrándose a cómo suena lo del pago Vilcassino, lo hace carpetano de Villacastín.     
Según esa Vida antigua, Claro nació en tiempos del rey Edmundo. De ese nombre ha habido más de un rey en Inglaterra, pero todos demasiado tardíos para el Martirologio de Usuardo. El rey san Edmundo el Mártir, de East Anglia, murió decapitado por invasores vikingos, tras haber sido torturado y asaeteado. Cuando se recobró su cuerpo para enterrarlo, la cabeza cercenada se había perdido por el bosque. 
Apoteosis de san Edmundo Mártir.
Miniatura del siglo XII.
Fue un lobo quien reveló su paradero, gañendo: "¡Hic, hic, hic! (¡Aquí, aquí, aquí!)". Es curioso que aquella alimaña políglota utilizase el latín. Pero es el caso que se encuentran en el relato de este martirio algunos elementos que comparte el de san Claro: el bosque, la decapitación, el destino extraño de la cabeza, la relación con ritos funerarios.
De san Claro se lee en una versión de la vida de san Nicasio de Rouen (Passio Nicasii) que fue él  quien ayudó a santa Piencia a recoger y sepultar los restos de aquel mártir, al que la tradición eleva (sin fundamento histórico) al rango de primer obispo de Rouen. San Nicasio es uno de esos mártires decapitados que caminaron con la cabeza en la mano hasta el lugar predestinado para su sepultura y culto. Suele representársele, sin embargo, solo con la parte superior de la cabeza, tocada con su mitra, en la mano. 
También a San Claro, por cierto: y es que la vida de este santo normando se inspira y toma muchos elementos de la de su predecesor. El motivo de tan peculiar cefaloforia lo explica la leyenda: sobrecogido por el pecado que estaba a punto de cometer, el verdugo falló el golpe y en vez de herir en el cuello lo hizo en el colodrillo.
Este es el san Nicasio que los habitantes de Leganés, en Madrid, eligieron por patrón, pidiendo su intercesión con ocasión de alguna pestilencia. Por lo que veo en Internet, las imágenes de Leganés lo representan con traje episcopal y antes de su martirio, con la cabeza en su sitio.
San Nicasio de Rouen. Estatua en Leganés.

Pero es obvio que el martirio de san Nicasio no cuadra con la fecha de ningún rey de Inglaterra, ya que para entonces, en tiempos del papa san Clemente, no habían asomado aún los ingleses por Britania. Esto ha dado pie a variadas conjeturas.
En todo caso, en tiempos de aquel rey Edmundo, dice la Vida de san Claro, había en Orchestria, Inglaterra, un noble señor llamado Eduardo que no conseguía tener hijos en su matrimonio, hasta que, después de muchas oraciones, su mujer (cuyo nombre no conserva la Historia) le dio uno. Y fue un niño tan hermoso, tan resplandeciente de tez y de tan esplendorosa belleza, que le pusieron Claro. Dempster, al que hemos mencionado antes, afirma sin embargo, sin que se sepa el porqué, que el nombre que le dieron fue el de Guillermo y que solo después adquirió el de Claro. 
Claro fue un niño y un joven sabio, descolló en los estudios. Algo escamado por esta inclinación, su padre decidió casarlo cuanto antes, buscando para ello a una noble doncella de las más altas prendas. Comunico su designio a su hijo que, obediente y de buena gana, aceptó la decisión paterna.
Claro fue un santo que no se dejaba llevar por sus primeros impuls0s. Empezó a rumiar las consecuencias del paso que iba a dar y se convenció de que era un error. Se entregó a la oración y un ángel del Cielo le habló aconsejándole la huida y encaminándolo a la costa, donde un barco preparado por medios sobrenaturales lo esperaría para conducirlo a Neustria, región donde florecía esplendorosamente la fe.
Pierre Mouffle, modesto dramaturgo francés del siglo XVII autor de una tragicomedia sobre este santo, Le fils exilé ou le martyre de Saint Clair (1647), añade el detalle de que la voluntaria desaparición del joven se produjo la misma noche del banquete nupcial. Ninguno de los autores que trataron de san Claro, ni la Vida ni el muy posterior Denyaud en una biografía harto más extensa pero poco más informativa, del siglo XVII, se interesan por el destino de la ilustre novia abandonada casi ante las gradas del altar. Mouffle, en cambio, le presta un sentido monólogo donde, tras expresar su decepción y su congoja, se resigna y desengañada del mundo decide hacerse religiosa como su voluble prometido.
San Claro. Imagen popular bretona
(san Claro no fue obispo).
Según la Vida antigua, Claro zarpó solo. Denyaud sospecha que lo acompañaban tres compatriotas: Cirino, una especie de fiel criado, y otros dos clérigos decididos a hacer vida de ermitaños en lejanas tierras.
Claro desembarcó en Cherburgo y se adentró en la espesura del bosque. En el camino se encontró con un mozo caído, herido mortalmente. Era el criado de unos ermitaños de aquellos bosques, que lo habían enviado a mendigar comida; unos bandoleros lo habían asaltado y, rabiosos de no encontrarle nada de valor encima, le habían dejado por muerto de un hachazo. No fue difícil a Claro sanarlo.
-Pero no le digas a nadie lo que ha pasado, que la gente es muy amiga de hablar lo que no debe.
-Descuida.
Naturalmente, al mozo le faltó tiempo para contar lo ocurrido a los ermitaños.
Claro no debía de encontrarse preparado del todo para la vida eremítica, porque en primer lugar se digió a cierta abadía llamada Malduin, cuyo abad era Odeberto, santo que no aparece mencionado en ninguna otra fuente medieval. Allí se presentaron al poco tiempo los ermitaños con el mozo, admitiendo por maestro, a pesar de su juventud, a Claro y venerándolo de rodillas. Lo habían reconocido, sin haberlo visto antes nunca, por la expresión alegre y serena de su rostro. Otros dicen que estos discípulos eran los que habían pasado la mar con él. 
Claro buscó un lugar adecuado para instalarse en una ermita junto a un río, pero no vivía en total aislamiento sino que se comunicaba regularmente con sus compañeros y Odeberto. Sin embargo, como dice Mouffle, buscaba la soledad de "les bois les plus touffus de leurs feuillages verts" ("los bosques de más espesas frondas verdes"), como quien sabía que
"les druides gaulois et tous les autres sages
qui nous ont précédés ne se voyaient jamais
que pour dogmatiser ou pour donner des lois"
("Los druidas galos y demás sabios que fueron antes que nosotros no se veían nunca, a no ser para dogmatizar o legislar").
No deja de ser curioso cómo este san Claro, visto por un autor barroco, considera a los druidas unos sabios precursores y no, como hubiera hecho el san Claro medieval, unos sacerdotes del Demonio.
Antes de que partiese de la abadía, san Odeberto le dirigió un discurso de despedida advirtiéndole que huyese del agradable trato de las mujeres. Pues hasta por los lugares más recónditos y solitarios sopla el espíritu inmundo del Demonio y so capa de devoción monta un armadijo al más advertido.
-No vaya a ser que después de haber huido de casa y dejado a la novia plantada al pie mismo del altar, ahora que has llegado a puerto vayas a ser presa de Satanás por medio de una de esas encantadoras sirenas...
-No temas.
Dos años permaneció haciendo allí vida retirada. Fueron bastantes los milagros que hizo: expulsaba demonios, sanaba enfermedades e incluso resucitó a un niño, hijo de una pobre viuda.
Tanto se extendió la fama de su santidad que llegó a oídos de una mujer de lo más rico, noble y hermoso de aquellas partes. Según Mouffle, era nada menos que la mujer del duque que mandaba en toda la región.
En versiones modernas de la vida del santo, se lee que era una princesa galesa, precisión que no se encuentra en las antiguas. Probablemente se trate de una confusión con la novia frustrada que se dejó en Inglaterra.
El caso es que al verlo quedó prendada de sus encantos y resuelta a gozarlos al precio que fuese. No hay ni que decir que tropezó con el muro inexpugnable de la castidad de Claro. 
Lievem van Lathem. Tentación de san
Antonio
.
Y no es que la bella desvergonzada no emplease todos los medios a su alcance. Porque, dice Denyaud, el amor es ingenioso, máxime cuando se ha adueñado del corazón de una mujer, trapacera por naturaleza... 
Claro, viendo lo mal que pintaba aquel negocio, pensó que el mejor consejo era darse a la fuga. Entonces comenzó su verdadera vida eremítica y de hombre del bosque. 
Ciertamente, Claro se zambulle en el bosque huyendo de la sociedad humana con sus peligros y tentaciones. Pero no se percibe en la vida de este santo el horror de ese espacio dejado de la mano de Dios, donde el orden Divino parece suspendido y habitan salvajes y solitarios que son casos límites de la humanidad. Ese bosque espantoso de los cuentos que no deja de causar su efecto (estoy pensando ahora en la reciente serie de películas Wrong turn, que cuentan los horrores de los bosques norteamericanos, con ogros y todo).
De hecho, ya se ve que la vocación de Claro no es la de la absoluta soledad. Cuando puede, busca el consejo de un abad y la sociedad de otros espirituales. No le hace ascos a la presencia femenina, cuando no advierte en ella grave peligro de pecado. 
Abochornada y rabiosa por el desdén de Claro y, según Mouffle, también irritada por los juiciosos consejos de su camarera, la enamorada se volvió una auténtica fiera. Mandó llamar a dos criados de toda su confianza.
-Traedme a ese Claro a mi cama por las buenas o por las malas. Pero si veis que no podéis de ninguna manera, dejadlo tieso. ¡Que no haya nadie que pueda ir dándoselas de haberme dicho que no a mí!
Soldado por el bosque. Rinaldo, por Edward Hooker.
Esta decisión furiosa es lo que la camarera de la duquesa, en la obra de Mouffle, llama no sin indulgencia  "jouer un tour", "gastar una jugarreta".
Acompañado de san Cirino, ya hubiese venido con él de Inglaterra o fuese el criado salvado del hachazo, san Claro estuvo ocultándose por lo más profundo de los bosques, viviendo en cavernas y madrigueras. Anduvo por parís, por Pontoise y al final se instaló en Gisors. Allí es donde se hizo amigo de santa Piencia, que fue para él, dice Denyaud, lo que santa Tecla para san Pablo o santa Eustoquia para san Jerónimo.
Como decíamos, santa Piencia, según la tradición fue convertida por san Nicasio, de manera que para coincidir con san Claro tenía que haber vivido siglos. No importa: Denyaud resuelve la dificultad con elegancia. Simplemente, hubo en la Historia dos santas Piencias. La primera fue virgen, y fue la que sepultó a san Nicasio, presbítero y no obispo de Rouen, como dice equivocadamente la tradición. La segunda fue matrona, vivió siglos después de la anterior, y también se distinguió por la veneración y culto a las reliquias de san Nicasio. 
San Nicasio de Rouen.
escultura gótica francesa.
Pero en este caso de san Nicasio, obispo de Rouen, que debe ser distinguido del primero. ¿Cuál de ambas fue la amiga de san Claro? ¡Las dos!, responde Denyaud. Porque también hubo dos santos Claros. Dos Claros, dos Piencias y dos Nicasios, mártires los seis... Al cabo de los seis o siete siglos, no solo la Historia, sino los nombres de sus protagonistas se repetían en una refutación borgiana del tiempo...
En fin, volviendo al Claro de Orchestria, del que ahora hablamos, los sicarios enviados por la ardorosa duquesa, hartos de buscar sin éxito, se resignaron a volver con las manos vacías. Ya emprendían el regreso cuando vieron a un ermitaño labrando su pobre huerto.
-Vamos a hacer un último intento.
-Ea.
-¡Eh, hermano,  Ave María Purísima!
-Sin pecado concebida. Ustedes dirán.
-Digo... ¿Le sonará a usted por casualidad un compañero de usted así... guapo, de fuera, con acento como de Inglaterra, llamado Claro?
-Ni idea. No le he oído nombrar en mi vida.
-Era por probar -dijo uno de los asesinos-. Gracias. Vamos -le dijo a su cómplice-, que cuanto más tardemos peor.
-Verás la duquesa cómo se va a poner.
Pero cuando ya se perdían de vista en el camino, oyeron las voces a su espalda:
 -¡Eh, eh, vosotros: volved acá!
-¿Qué pasa ahora?
-Que ese Claro que buscáis soy yo. Y lo he pensado dos veces y no quiero parecer san Pedro, que por ser tan gallina hasta le cantaban los gallos.
-¿Que tú eres el Claro que andaba predicando con san Odeberto ahí atrás?
-En efecto.
-Pues tienes que venirte con nosotros adonde nuestra ama. No tengas miedo, que no te quiere hacer mal: al revés. Y si no, si no vienes, tenemos orden de cortarte el pescuezo. Tú verás.
-Esto es para hablarlo con más calma.
-Si ya vamos mal de tiempo. Coge tus cosas, lo imprescindible, y andando. O si no, trae esa garganta.
-Si tiene que ser así...
-Cura chiflado, ¿tú sabes lo que pagarían muchos por eso que tú le haces ascos?
-Esos querrían ir al Infierno pagando el billete de su bolsillo.
-Pues vamos que nos vamos. Siéntate ahí.
-No, no; yo quiero morir y que me entierren en aquel convento que veis allá.
-No enredes, que cuanto antes empecemos antes acabamos.
Y sin más palabras, le cortaron la cabeza, que cayó rodando por el suelo.
-¡Mirad cómo me habéis dejado de sangre y barro! ¿No podíais poner más cuidado? No hay respeto ni para los muertos.
Una fuente milagrosa de san Claro en
Bretaña: Limerzel en el Morbihan.

Claro cogió la cabeza y echó a andar con ella en las manos. Se dice que por todo el camino fueron haciéndole cortejo Piencia, Cirino y un nutrido coro de ángeles. la cabeza cortada de Claro se unía a sus cánticos. Llegó al monasterio y en una fuente que había allí, se la lavó cuidadosamente. 
Piencia y Cirino le dieron sepultura.
Tres años después, un ciego que estaba durmiendo junto a ella recibió la revelación de que si se untaba los ojos con barro de la tumba, recobraría la vista, como comprobó al ponerlo por obra.
Aquí dio comienzo la gran pujanza del santuario de San Claro como centro de peregrinación, especialmente para los enfermos de la vista. El propio Denyaud, biógrafo del santo, escribió su obra en agradecimiento por haberlo curado san Claro de su ceguera. La devoción de San Claro, como abogado de estas dolencias, se extendió mucho por Bretaña, donde son varias las fuentes curativas consagradas a este santo.
El martirio de San Claro tuvo lugar el 4 de noviembre, día en que se celebra su festividad.