Hubo una noble mujer llamada Begnat entre los Corcu Duibne, pueblo que habitaba en el extremo suroeste de Irlanda y que alardeaba de descender del gran Cónaire Mór, el rey legendario que murió abrasado en el hostal de Dá Derga, como se cuenta en el relato medieval Tógáil Bruidne Dá Derga. Begnat, pues, vio una vez en sueños un pez del color del oro rojo que se le acercaba volando desde oriente, se le colaba por la boca y se le alojaba en las entrañas.
Visión que no tiene nada que envidiar en cuanto a lo simbólico al famoso buitre de La virgen con el niño Jesús y Santa Ana de Leonardo Da Vinci, estudiado por Freud, pero que a mi juicio poéticamente lo supera con creces.
Esto dicen sus vidas latina e irlandesa. El Santoral de Óengus trae una versión algo distinta, según la cual la concepción fue obra de un salmón mientras Begnat se bañaba en un lago. El poeta citado por el Santoral compara a Begnat con María y asegura que su hijo fue concebido por obra del Verbo divino, aunque pocos versos más adelante sólo afirma que Dios fue su padre adoptivo.
Erich Neumann, mitólogo jungiano al que ya me he referido varias veces, se refiere en su libro La Gran Madre a concepciones como ésta. La Madre Virgen que concibe al Hijo Luminoso (y eso significa Finán) lo hace por obra de un principio masculino cósmico, por esto la fecundación se efectúa por medios insólitos como el oído, la boca, una caricia, un beso, una mirada u otros.
Como el antepasado de los suyos, muerto en un apocalipsis de llamas, Finano aparece muchas veces relacionado con la luz y el fuego. También impide la lluvia y la nieve, aleja las tempestades... Con las manos fundía y amasaba el hierro como si fuese arcilla; lo mismo hacía con el barro cocido y así arreglaba los cacharros rotos sin lañas: era como el fuego del horno o de la forja. Cierto que, como tantos otros, hizo brotar fuentes, pero no hay que olvidar el elemento ígneo que percibían los celtas, como los indoeuropeos en general, en el agua viva y saltarina que mana entre centellas cristalinas (ver Tres fuentes que encierran sangre, El fuego libre del agua)...
Tan extraña concepción merecía consulta y Begnat habló con San Critan (no sé cuál, pues existen varios santos de ese nombre) que le profetizó un gran porvenir de renombre y santidad para su hijo, a quien pusieron Finán, latinizado en Finano.
Fionn mac Cumhail, al que me refería antes, adquirió sus dones sobrenaturales al comer de un salmón, pez primordial de la sabiduría, cebado de las avellanas de árboles que hundían sus raíces en lo más hondo de los tiempos. Finán, que es diminutivo de Fionn, resulta en cierto modo ser el pez mismo, transformado en niño en el vientre materno, o al menos su hijo. Fionn se semonta al celta vindos, que significa "blanco, brillante". En Fionn se ha visto un equivalente humano del divino Lugh.
Ya desde su gestación mostró el niño Finano sus maravillas. Tornó medicinal y curativa la saliva de su madre, a quien aseguraba amparo contra las inclemencias del tiempo; durante su embarazo nunca llovía ni nevaba por donde pasaba. La limosna que daba, por pequeña y desabrida que fuese, saciaba y deleitaba como el más abundante y exquisito manjar.
Cuando Finano era pequeño, les anunciaba su futuro sin equivocarse, como se comprobó después, a sus compañeros de juegos y los curaba milagrosamente si enfermaban o se hacían alguna herida.
Ya de mayor, San Finano comprendió que muchas veces estos milagros no son lo que parecen.
Una mujer pobre le llevó una vez una cebolla pidiéndole que la bendijese, pues padecía muchísimos achaques y estaba en un grito; confiaba curarse con la cebolla bendita por el santo. A la mañana siguiente, recogió la cebolla, la puso en lugar honroso en su casa y efectivamente se curó.
-La ha curado su propia fe -explicó después a sus monjes- porque, a decir verdad, yo estaba ocupado y me olvidé de la cebolla de la pobre mujer. No la bendije ni siquiera puedo asegurar que se llevase la misma que trajo u otra cualquiera ni que la suya no acabase en nuestro hervido.
El caso es que tantas maravillas como se contaban del niño Finano llegaron a oídos de San Brendan, el navegante, que quiso conocer a la criatura.
-Tenéis aquí un crío que destacará ante los hombres y ante Dios.
-Si te es simpático, ¿por qué no te lo quedas?
-No querría otra cosa, si me lo dejáis.
-Todo tuyo.
Finano no era, con todo, un niño perfecto. Como a todos, le encantaba jugar y perder el tiempo en frivolidades pueriles. Un día volvió al convento con un magnífico palo que había encontrado por el bosque.
-¿Te parece serio andar jugando con palitroques como un crío cualquiera? ¡Trae acá!
Y San Brendán le quitó el palo y lo arrojó a la lumbre.
Pero las llamas no sólo lo respetaron, sino que lo transformaron en un báculo perfecto, con su cabo retorcido y todo, como salido de las manos de un ducho artesano.
Otra vez fue el pan lo que se le cayó en el fuego.
-Hijo, hay que tener cuidado con la comida, que cuesta mucho ganarla.
-No pasa nada.
Finan metió la manita entre las llamas y la sacó ilesa con el pan no hecho carbonilla sino tostado a punto de comerse.
Una vez que tenían visitas, San Finan empezó a hacer muecas y a bizquear por hacer gracia y por patochada. Esto sentó mal a San Brendan.
-¿Quieres dejar de hacer memeces? ¡Pues para que te acuerdes, te vas a quedar así para siempre, por atontado!
Y efectivamente Finan se quedó bizco para toda la vida, que por eso se le llama Finan Cam, el bizco. Pero hay más misterio en esta bizquera que el desproporcionado castigo de una broma pueril. Porque el bizco, como el tuerto, es el que tiene, como algunos peces que saben ver por encima y por debajo del agua, la mirada repartida entre ambos mundos, posición ambigua que volveremos a encontrar en Finán.
Y entre los personajes de la irlanda precristiana, es inevitable recordar a Lugh y a Cú Chulainn, con su ojo reventón grande como un caldero y el otro, diminuto y hundido en el cráneo.
Lugh y Fionn tuvieron adversarios tuertos, y el de aquél, Balor, era además su abuelo.
Mascarilla britana hallada en un santuario de Bath. |
uno de ellos estaba agonizando y pedía la comunión de manos del joven santo.
-Ahora no puede ser, que estoy liado con la comida de todos. Ve y dile al alma de ese hermano de mi parte que se quede donde está, que no se mueva mientras no vaya yo.
El monje permaneció, pues, en la agonía toda la noche. A la mañana siguiente, Finano acudió a visitarlo y a llevarle la comunión; no bien la hubo tomado, expiró.
Otra vez los monjes se vieron sorprendidos por unas grandes llamaradas que envolvían a la tahona del monasterio. Todos se precipitaron al lugar del incendio, sabiendo que dentro estaba Finano encargado aquella noche de hacer el pan.
-¡Quietos, hijos! -dijo San Brendan- Ahí no hay incendio que valga, sino la gloria de Dios resplandeciente en Finano, loemos al Señor.
-Hijo mío -le dijo después a Finano-: tú tienes que ser abad y mandar en monjes y no obedecer a un abad tú. Yo me voy a ir a fundar un monasterio a otro sitio.
-No: quédate tú aquí, que yo me iré: para eres tú el mayor; pero dame una señal de dónde debo asentarme.
-Hacia el monte Bladma, donde veas una manada de jabalíes.
Así se asocia a Finano con el personaje del porquero, al que ya hemos visto repetidamente adquirir una dimensión sagrada, sobrenatural. El propio San Patricio fue porquero durante sus días de esclavitud.
En el lugar donde los vio, Todavía en Mumu pero ya lindando con Laiginn, fundó su nuevo convento, al que pronto acudieron muchos fieles deseando hacerse monjes.
También acudieron otros con peores intenciones, como un pelotón de soldados exigiendo comida un día.
-Esperad un poco, que está el abad terminando de decir misa.
-Que lo deje, que el hambre aprieta.
Ante el aspecto amenazador de los soldados, el monje se atrevió a molestar a Finano.
-¡Déseles de lo que haya y no nos aburran más!
-Si es que no hay casi de nada y no se van a dar por contentos.
-Yo tengo -dijo una mujer que había allí- nueve panes y nueve cuadrados de mantequilla.
-Bueno, pues que se arreglen con eso.
Los guerreros -¡qué remedio!- se contentaron con lo que había. Comían bromeando y armando bulla y haciendo guerra de bolitas amasadas de mantequilla y miga de pan.
-Vergüenza debería daros tirar la comida que tenemos para limosna de los pobres y jugar con ella como críos.
-Vergüenza te va a dar a ti lo maja que te voy a poner la cara, bacín. ¡Toma y toma!
-Déjalos estar -dijo Finano al monje que acudía a él, quejoso y maltrecho-: pasado mañana estarán criando malvas, menos dos que están en su rincón sin meterse con nadie.
Y así se cumplió como lo había dicho. Por eso desde entonces los soldados tenían por cosa de mala suerte comer de lo que les diesen en aquel monasterio y lo evitaban aunque lampasen de hambre.
La ayuda de Dios siempre distinguía a Finano. Una vez mandó a sus monjes construir un gran barco para regalarlo al rey de Laiginn. Pero cuando estuvo hecho cayeron en que el mar estaba a muchísima distancia y ¿cómo harían para botarlo?
-Teniendo fe -dijo Finano.
Y los ángeles bajaron, lo cogieron en hombros como costaleros y lo llevaron volando al mar.
Iba de camino san Finano un día y el campesino que lo albergó, agradecido por el honor de su visita, mató para él su único ternero.
-Has hecho mal no pensando en el sufrimiento de la madre -le dijo Finano- aunque te agradezco la cortesía, y Dios os dará un ternero nuevo.
Y no bien terminaba de hablar, cuando venía corriendo hacia ellos un ternerito blanco con las orejas coloradas, como son los del otro mundo.
Perdió el santo un caballo, fuese que lo robasen los cuatreros o que se le partiese una pata y hubiese que matarlo (existen las dos versiones). Dios le mandó, como sustituto, a un caballo acuático, salido de las aguas de un lago, que le estuvo sirviendo durante tres años. Al cabo de ellos, el santo lo despidió.
Caballos y unicornio marino en una alegoría de James Thornhill (siglo XVIII) |
Y el caballo, contento, se adentró en el lago, en cuyas aguas se perdió para siempre.
El caballo marino, al que Borges dedica un capítulo de su Libro de los seres imaginarios, es frecuente en las leyendas irlandesas y escocesas.
Una vez que tenía invitados, Finano dijo a su monje cocinero:
-Prepáranos pescado.
-¿Y de dónde lo saco?
-Eso es cosa tuya.
El cocinero salió al campo pensando que se tendrían que contentar con las acostumbradas hierbas y raíces, pero sobre el brillante verdor del prado vio resplandecer la piel de tres magníficos peces que saltaban alegremente entre la hierba.
Finano sacaba criaturas terrestres del agua y criaturas acuáticas de la tierra.
Con su carro, Finano rodaba a veces sobre las aguas, como Lér, el dios del mar, y si algún árbol se había caído interrumpiéndole el paso le mandaba levantarse y prender donde había estado plantado toda la vida.
Los hechos de San Finano tienen a veces un aspecto claramente chamánico, como en sus resurrecciones de animales.
San Cristóbal (detalle). El Bosco. |
Nechtan, rey de los Uí Fidgenti, que vivían al norte de Mumu, invadió a los Corcu Duibne, del Sur.
Será casual, pero Nechtan llevaba el mismo nombre de una deidad acuática de los antiguos irlandeses, y más precisamente del dios del fuego que está encerrado en el agua: el Neptuno latino y el Apam Napat de los indo-iranios (como dejó claro Dumézil).
Los paisanos de Nechtan acudieron a él.
-No os preocupéis, no hay riesgo.
En la primera batalla, cayeron treinta de los invasores; en la segunda, otros treinta, sin bajas por parte de los Corcu Duibne.
Fintan fue a ver al rey.
-Las cosas no te están yendo bien. Retírate cuando todavía puedes salvar lo principal.
-¡Jamás!
-Pues prepárate a verte sin trono, arrastrado por los tuyos, mendigando la caridad de tus enemigos, miserable, cargando leña como un pobre florestero.
En efecto, su ejército, irritado por las derrotas, estalló en un motín que lo destronó. De pronto, en una alucinación, los guerreros creyeron ver sus casas cómo ardían en sus pueblos natales y salieron despavoridos en desbandada, arrastrando al rey en la debacle.
Nechtan vivió en la miseria y oculto de sus propios ex-súbditos durante una temporada. Una vez, los guardias del nuevo rey lo obligaron, como a todos los campesinos pobres, a acarrear leña para la leñera real. Allí comprendió que se había cumplido todo lo anunciado por Finano. Al cabo de siete años, arrepentido, volvió a pedir el perdón del santo abad. Tiempo después recobró el trono y reinó largos años con paz y prosperidad.
Otro que acudió al santo fue su hermano, que debía de ser un bala.
-Me he metido en un lío y si dentro de unos días no pago una deuda de siete esclavas estoy perdido. Si tú no me remedias, me tendré que tirar por un precipicio.
Finano no le hizo el menor caso. La desesperación del endeudado aumentaba de día en día en día y con ella la batería que le daba al santo.
-Mira, hermanito -le dijo una noche Finano-: vete a la piltra y mañana será otro día; no me des más la brasa. ¡Ya está bien!
-Algún día te acordarás de tus palabras y te dolerá haberlas pronunciado -contestó el otro lúgubremente.
Y se fue a acostar. La desdicha a veces da sueño y el infeliz cayó dormido profundamente. Cuando despertó estaba lejos del convento, en su casa y en su propia alcoba. A la cabecera de su cama, un talego con el dinero adeudado.
-Ya que arreglas cosas de éstas -le dijeron los Corcu Duibne- a ver si nos consigues del rey una rebaja de impuestos
Failbe Fland era el rey de Mumu entonces. Un rey importante, que logró derrotar al poderoso Guaire de Connacht. Murió el año 637 ó 639.
Finano fue a ver a su tesorero.
-Yo os entiendo pero el reino no se financia solo dijo el ministro-
-Las guerras cuestan mucho dinero. ¿Preferís que nos invadan los vecinos? Entonces sabríais lo que son impuestos. Tenemos que arrimar el hombro todos.
-¿Es tu última palabra?
-Sí.
-No lo sabes tú bien. Ahora, una cosa: ten cuidado, que tienes la casa ardiendo. ¿Ves qué globo de fuego cae del cielo? ¡Mira cómo te la deja hecha pavesas en menos que se dice un Ave María!
El hacendista quiso poner el grito en el Cielo, pero se había quedado completamente mudo.
Al enterarse el rey de la doble desgracia, perdonó el impuesto a los Corcu Duibne y el tesorero recuperó la palabra, pero no la casa, que había quedado en cenizas.
El propio hijo de Failbe Fland probó esa medida de presión de la mudez y gracias a ella Finano salvó la vida de un condenado a muerte.
San Finano fue de visita al monasterio de San Mochellog y le extrañó que tenía dos vacas con sólo un ternero, al cual vigilaban constantemente los monjes con gran celo.
-Cada vaca tenía su ternero -explicó el otro santo-; pero los lobos se comieron uno. Gracias a Dios, con el que queda basta para que las vacas den leche. Por eso lo vigilamos tanto, porque si se lo llegan a llevar los lobos nos morimos de hambre.
-Pues por unos días podéis descansar, porque mientras esté aquí nuestro padre San Finano no hay peligro de lobos -dijo uno de los monjes, entusiasta de su abad.
Efectivamente, aprovechando la falta de vigilancia, bajaron los lobos y se comieron al ternero restante en tres bocados.
-¡Ya ves la gracia! -dijo San Mochellog.
-No te preocupes. ¡Lobo, lobito...!
El lobo acudió a la voz de San Finano y las vacas, queriéndolo como a ternero, lo lamían y volvían a dar leche (este mismo milagro lo hizo San Laseriano, cf. El aleph en Irlanda).
-Muy buen milagro, sí señor -dijo Mochellog-; pero nosotros preferíamos el ternero biológico a este adoptivo. Aunque desde luego esto es mucho más original, pero nosotros somos unos pobres monjes chapados a la antigua.
-Bueno.
Allí llegó corriendo y triscando el consabido ternero blanco de orejas rojas.
-¡Esto, esto! -dijo Mochellog entusiasmado.
-Sí, pero este ternero es prestado. Cuando llevéis las vacas al toro y paran los suyos, volverá por donde ha venido. Pero una cosa: ya no tendréis que mataros vigilando a éste ternero ni a los que vengan, porque le voy a mandar al lobo que se encargue él.
Cuando ya era viejo San Finano y se acercaba su hora, su cuerpo se deterioró bruscamente y quedó claro que el fin era inminente.
-Me muero -dijo-; pero voy a aguantar hasta que llegue una muchachita que traen en angarillas a que la cure y no quiero que hayan hecho el viaje en balde.
Llegó la enferma; recibió la bendición y se levantó sana de sus parihuelas; el abad sonrió satisfecho y cerró los ojos. El cortejo angélico que solía descender a acompañar a los santos ya dejaba sentir su presencia con coros y cánticos sacros.
He dejado para el final un aspecto que resalta más el Santoral de Óengus.
Cuenta las vidas de San Finán que uno de los enfermos que acudían a él estaba aquejado de agudísimos dolores por todo el cuerpo y llevaba tres años sin pegar ojo por culpa de ello. El santo lo curó casi totalmente y Carataco (que así, o Carthach, se llamaba) se tiró tres días seguidos durmiendo. Pero los dolores persistían en los pies.
-Eso lo permite Dios para que tengas temor de Él.
-Yo no dejaré de tenerlo porque me deje de doler.
-Vamos a hacer una cosa: ponte esta zapatilla (ficonem) y verás cómo te alivia; pero el día que no te la calces, ponte a bien con Dios porque tienes las horas contadas (en la versión irlandesa se trata de un calzón ceñido, triubhas, que es el origen del inglés trousers, aunque a su vez posiblemente provenga de algún nombre germánico).
El hombre siguió con éxito las instrucciones; pero un día la zapatilla no le entraba y no se la pudo poner; se sentía mal y tuvo que quedarse en cama, donde no tardó en expirar.
Tropezamos otra vez con el motivo de la semidescalcez, del único pie calzado, que ya nos ha ido saliendo aquí y allá en estas entradas.
Evangelista. Miniatura del siglo VII u VIII. |
En todo caso, el medio par de zapatos concuerda con la bizquera del santo: es tener un pie o tener un ojo en cada mundo.
Semidescalcez y santidad: detalle de la miniatura anterior. |
Pero, además, estos zapatos le sirvieron a Finán para introducir en Irlanda el trigo. José Manuel Pedrosa en el libro Gilgamesh, Prometeo, Ulises y San Martín, al que ya me he referido hace mucho (cf A vueltas con las abejas) estudia amplia y detenidamente este motivo del héroe civilizador que roba el secreto del cereal y pasa de contrabando algunos granos en los zapatos: en el País Vasco suele atribuírsele la hazaña a San Martín. Claro que no deja de recordar este caso de espionaje agrícola al robo del fuego por Prometeo, ni se le pasa a nadie por alto el carácter fálico de ambos escondites: el zapato de los santos y el bastón hueco de Prometeo (entre otros pueblos el ladrón esconde los granos bajo el prepucio).
Freud, en un artículo de 1932 sobre la conquista del fuego por el hombre y el mito de Prometeo, ve en éste una lucha de elementos: agua contra fuego. La represión del impulso de extinguir el fuego regándolo abre la puerta a su dominio, y eso es lo que simboliza el robo en la vara hueca. En todo caso, la lucha de agua y fuego está presente de manera reiterada en la leyenda de San Finán.
Un santo en cuya vida no faltaron luchas y sonados conflictos. No en vano dice de él el Santoral de Óengus en la estrofa correspondiente al 7 de abril:
"Fínan camm Cunn Etig
Imma mbí már ndelbae"
"Finano el bizco de Cinn Etig,
que levantó tanto ruido"...
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