miércoles, 17 de abril de 2013

Los viejos roqueros nunca mueren

Ya hace bastante tiempo apareció por estas entradas San Vicente Madelgario, el mercenario irlandés que cruzó la mar no como peregrino sino para poner su espada al sevicio de los francos pero que acabó su vida en santidad, primero dentro del matrimonio y luego en el seno de un monasterio. Fue conde de Henao y marido de otra santa, Waldetrudis, que se dice en francés Waudru, y santa fue su progenie.
En realidad, es muy difícil discernir lo que es historia de lo que es leyenda en este santo:
Gougaud, especialista en la labor de los cristianos irlandeses en el continente, no se ocupa siquiera de él en sus libros, hasta donde se me alcanza. Parece ser, además, que mucho de lo escrito sobre San Vicente Madelgario (o Mauger en francés) obedece a las posteriores aspiraciones y rivalidades de las abadías fundadas por él entre sí y con otras fundaciones monásticas. 
Procesión. Pieza de tejido altomedieval encontrada en el relicario de San Vicente Madelgario. Resultan enigmáticas las manos, que en monumentos galorromanos simbolizan al dios Lug.

Lo que sí está claro es que ya en tiempos merovingios existía un culto de peregrinación en la zona, y no sería de extrañar que prolongase alguna manifestación religiosa pagana.
Su primogénito fue llamado Landerico: nombre no insólito a juzgar porque al menos tres santos lo llevaron. Landerico, o sea Landry, se llama también el pueblo de la canción, donde las mozas,  por lo pobre y aislado que está, no encuentran partido para casarse y piden a sus madres cuartos para comprarse puntillas y lazos a ver si así hay manera:
"A Landry, petit village,
y a des filles à marier;
y a des filles à marier dans la misère,
qui voudraient s'y marier mais comment faire?"
Pues aquel Landerico, hijo de Vicente Madelgario, dio a su padre un buen disgusto cuando le manifestó su firme deseo de sufrir la tonsura y entrar en religión. Hubiera querido San Vicente tener en él un digno heredero de sus dominios, casarlo y tener nietos. 
Landerico, aparte de inteligente y estudioso, era sano y buen mozo.
-Eso es una chiquillada tuya -decía-, y suele pasar que los muchachos se dejan arrastrar por ventoleras así, de manera que luego se arrepienten y tiran de los pelos por el tiempo y las ocasiones perdidos.
-Que no, que no, que esto es serio.
Así que  consultó con sus barones y todos le aconsejaron que se alegrase con la vocación divina de su hijo y eso hizo. Probablemente pensaría que gran parte de la culpa era suya, ya que de acuerdo con su mujer lo había puesto a estudiar desde niño con doctos clérigos que lo instruyesen en los arcanos de la fe y doctrina. No con el propósito de que fuese hombre de iglesia, sino de que al empezar su carrera militar y caballeresca lo hiciese con la prudencia y sabiduría de las letras bien asentada. Si lo hubiera avezado desde el principio a la vida guerrera, tal vez otro gallo hubiera cantado. 
-Que sepas que para mí, dejarte meter cura es tan penoso como para Abraham el sacrificio de Isaac. Pero, en fin, sea lo que Dios quiera.
¡Qué paradoja! -dice el autor de la vida: Cuando son tantísimos los que adoptan esa vida y ministerio a palos y domeñados por los vergajazos de sus maestros, éste la abrazaba voluntariamente y teniendo que someter él la voluntad contraria de su padre.
Dice la tradición que Landerico llegó a obispo de Metz, creencia que ya los propios Bolandistas dan por altamente improbable en la erudita introducción a su vida. Otros lo han supuesto obispo de Meaux, de Grandmetz y de otras ciudades. En todo caso, lo que no es de extrañar es que, dada su condición principesca y sangre real, su carrera eclesiástica fuera rápida. Y en cambio su biógrafo se asombra de que las muchas riquezas que llegaban a sus manos a causa de su misión episcopal no iban a parar a sus arcas sino que se repartían entre los pobres, mientras que Landerico llevaba una vida de estudio, austeridad y penitencia ascética, sirviendo a Dios con todos sus sentidos.
Entretanto, San Vicente había fundado los monasterios de Hautmont, donde se retiró a hacer vida monástica, y Soignies, que escogió para su sepultura; cuando se vio anciano y cercano a su fin, mandó venir a sí a su hijo Landerico.
Landerico quedó doblemente impresionado por la alegría de volver a ver a su padre y por la pena de verlo con un pie en la tumba, de manera que cuando, poco después, se produjo la muerte del conde resolvió renunciar a su obispado y permanecer en los lugares tan queridos para San Vicente Madelgario. Los monjes se alegraron sumamente de que quedase a su cabeza el hijo de su fundador y allí permaneció hasta el fin de sus días.
Desde luego, Landerico, como sacerdote y obispo, tendría otra autoridad sobre sus monjes que Madelgario, simple lego que había aportado las tierras y bienes necesarios a la creación de los monasterios.
Después de su muerte, Landerico hizo varios milagros. Castigó con enfermedades a los que se habían adueñado inicuamente de los bienes de su abadía. En una ocasión en que se llevaba en procesión el ataúd que contenía sus reliquias, como uno de los portadores era un hombre indigno, la caja saltó de su hombro, debido a la irritación del santo, y se mantuvo flotando en el aire, mientras el atrevido caía fulminado de cabeza al suelo. 
Traslación de unas reliquias. Manuscrito bizantino del siglo X.
Se cantaron himnos y plegarias al santo y el desmayado volvió a la vida a la par que el ataúd bajaba a posarse sobre los hombros de sus legítimos portadores. 
Los lugareños de un pueblo cercano a Soignies querían, para edificar de una iglesia, remover una peña de enorme tamaño y peso. Habían aplicado a la tarea todo su esfuerzo e ingenio, empleando diversas máquinas pero todos sus sudores habían sido en vano. La roca era inamovible. Sucedió que pasaban por allí unos monjes llevando el féretro de San Landerico a lugar seguro, porque en Soignies lo amenazaba algún peligro (que el autor de la vita no precisa). Cansados, se detuvieron a reposar junto a los trabajadores, dejando el sagrado ataúd sobre la gran piedra. Cuando los frailes decidieron reanudar el traslado y los cavadores su tarea, los obreros se arrodillaron a orar encomendándose al santo. Para su asombro, la roca antes firmísima se movía con la mayor facilidad, bastando pocas manos para levantarla y removerla, cosa imposible antes para una cuadrilla de forzudos con máquinas y animales de tiro.
Que existió un culto precristiano al que se superpone el de San Landerico lo dejan sospechar varias tradiciones. Cuenta Otto von Reinsberg-Dürinsfeld, autor de un libro sobre el folklore de Bélgica, que en el pueblo de Crayenhoven, cerca de Bruselas, solían acudir al alba a la capilla de San Landerico numerosos peregrinos que recogían el agua de una fuente supuestamente milagrosa contra la fiebre. La virtud del santo consistía en atar a la calentura y por eso se le ofrendaban ligas, que se dejaban colgadas a la puerta de la capilla. Se decía que, perdido una noche en el bosque, San Landerico oyó el canto de un gallo, indicio de que por allí había alguna granja.
Gallo. Manuscrito mozárabe.
 Tranquilizado, se echó a dormir allí mismo y en torno a aquel lugar se edificó luego la capilla. Junto al altar del santo se mantenía en ella a un gallo vivo, como se hace en Santo Domingo de la Calzada. Se decía también que por donde había pasado San Landerico las mieses crecían más vigorosas y cargadas de grano.
El dios Lug (como el Mercurio galo), al igual que Apolo, según señala Bernard Sergent, era el gran protector de las cosechas; tenía entre sus animales predilectos al gallo y el amanecer le estaba consagrado. Y tanto uno como otro están estrechamente relacionados con las ataduras y lazos.
Tal vez el episodio más significativo resulte el de la peña que se volvió liviana. En su libro sobre las semejanzas entre los dioses griegos y los celtas, Sergent dedica un capítulo a la litolatría apolínea y sus paralelos en el culto de Lug, aspecto de este dios que encuentra pocos paralelos en Irlanda. Sin embargo, Lug realiza también una proeza consistente en mover un enorme peñasco a su llegada a Tara para ser aceptado entre los Tuatha Dé Danann y Sergent señala el paralelo entre esta hazaña y la construcción de las murallas de Tebas por Anfión. Las grandes rocas desplazadas maravillosamente por estos prsonajes mitológicos tienen a menudo un caracter central, como el ónfalos de Delfos, o fundacional. Esto es lo que le sucede al peñasco de San Landerico, en torno al cual, transformado en altar, se construirá una nueva capilla. Sucede, por otra parte, que el milagro ocurre en una carretera, cuando Lug y Apolo son los dioses que abren camino, a cuyo paso se crean, diríamos que brotan, las carreteras.
Un último detalle: se lee en el sitio hagiográfico de Internet Santi, beati e testimoni (http://www.santiebeati.it/dettaglio/94431) que en Italia San Landerico se ha convertido en patrón de los queseros. Nada trae la vida del santo que lo relacione con ese gremio. Sin embargo, Lug (al igual que Apolo) era un dios relacionado con el dominio de la putrefacción, al que dentro de la gastronomía pertenece el queso.
Aunque la palabra con que se designa al queso en los idiomas germánicos y celtas actuales es de origen latino, los antiguos irlandeses fabricaban quesos y cuajadas de distintos tipos con leche de cabra, de oveja y de vaca. Lo que se desprende del completo libro Early Irish farming, de Fergus Kelly, es que no consideraban que todos los quesos formasen parte de una categoría común.  
Lisa M. Bítel, en Land of women, indica que todo lo relativo a la elaboración de la leche y los lacticinios, desde el ordeño, formaba parte de las tareas y responsabilidades femeninas de la casa (nada tiene de raro que lo lácteo se asignase a la mujer); probablemente la más importante junto al vestido. En una de las vidas de San Kevin un monje pregunta a unas mujeres que se encuentra por el camino qué llevan cuidadosamente protegido bajo los mantos. 
-¡Copos de lino!
-¡Copos de lino para hilar! 
En realidad llevaban unos quesos frescos a vender. Pero temerían que el monje, pedigüeño y goloso, se interesase demasiado por ellos y no les quedase más remedio que regalárselos.   San Kevin apareció por allí y castigó su embuste transformando los quesos en piedras, que todavía se enseñaban como muestra del milagro, dice el autor de la vida
La anécdota recoge las dos principales actividades económicas femeninas de la antigua Irlanda. Probablemente sería lo mismo en muchas partes de Europa.
La preparación del queso era tarea de mujeres.
Manuscrito italiano del siglo XIV
En el pastoreo, sin embargo, el ganado vacuno correspondía al hombre (buachaill, "vaquero", sigue hoy día significando "mozo"), el porquero ya hemos visto repetidamente que era una figura sagrada y vinculada al otro mundo, y el ganado ovino era cosa de la mujer, aunque resalta Bítel que esta oposición tenía más de simbólico que de real y práctico.
Uno se pregunta si no habrá tras ella una correspondencia con las tres funciones de Dumézil, correspondiendo el toro a lo bélico, el puerco a lo sagrado y la oveja a lo productivo y generativo.
En todo caso, la gran fiesta ovina y láctea era para los irlandeses el imbolc, que hoy día corresponde a Santa Brígida, primero de Febrero, y que ya antiguamente se relacionaba con la gran diosa Brigit. Era la gran fiesta de la fertilidad y de la regeneración cósmica. 
El queso es alimento lunar y que se relaciona con los misterios de la reproducción. A los niños anglosajones les cuentan que la luna está hecha de queso. En varias culturas se asocia el cuajarse la leche con el concebir la mujer y formarse el embrión en su vientre. Y en varias partes existe la prohibición de trabajar en la elaboración del queso para las mujeres menstruantes.
La reina Medb, otro avatar de la diosa de la soberanía y de la fertilidad, murió de un quesazo. Sucedió que un día su sobrino la vio (sin conocerla) desnuda bañándose y comentó  su belleza a los que estaban con él.
-¿Te gusta? ¡Es tu tía! ¡La hermana de tu madre!
-¡No me digas!
Aquel muchacho sabía que Medb había mandado matar a su madre cuando él aún no había nacido. Lo habían sacado del vientre materno abriéndolo a punta de espada. 
Al ver ante sus ojos a la asesina, cogió lo que tenía en la mano: un pedazo de queso que estaba royendo, lo puso en una honda y se lo disparó. Le acertó en la coronilla y la dejó en el sitio.
Esta historia reúne a la Diosa, el queso y el misterio del nacimiento.
El queso es leche cuajada, la leche es sangre purificada por la alquimia fisiológica femenina; el mayor calor del cuerpo masculino la transformará (dice Aristóteles) en esperma; y sangre es el alimento del feto... 
Este largo rodeo acerca de los quesos viene a cuento de la feminidad que la imaginación tradicional asigna al producto. 
Bítel supone que en el milagro de San Kevin mencionado atrás, aparte de su atractivo gastronómico, los quesos significan la tentación de la mujer y que su textura, blandura elástica y suavidad serían parte a despertar deseos lascivos en el pobre cenobita.
Ahora me trae el azar a la vista un cuadro de Lucas Cranach el Viejo llamado El matrimonio desigual o algo así.
Lucas Cranach el Viejo, Matrimonio desigual.
Este cuadro tiene un contenido simbólico obvio. La moza, de buen ver pero de calculador mirar, pesa el oro de su propio precio; el viejo lujurioso (cazado como con la escopeta que pende de la pared, como las aves que enmarcan su figura) alza los ojos embelesados hacia la felicidad celestial que se promete; pero su mirada tropieza en la cornamenta que se le tiene dispuesta... 
La moza expone sus armas y trofeos: aves que son atributo de la primitiva Diosa, y perdices que auguran el mutuo desplume (vestimentario y melibeo para ella, crematístico en el caso de él).
La fruta de la mesa es jeroglífico de la tentadora y generosamente expuesta belleza de la novia. La granada, fruto infernal por cierto, es sanguínea y evocadora de la fertilidad por la multiplicidad de los granos enjambrados en su interior; lo mismo el racimo, que, por si fuera poco, remite a la embriaguez y por tanto al éxtasis erótico... Un exuberante despliegue en contraste con la parquedad elemental que acompaña al novio: pan, vino blanco. El objeto piramidal que preside a tal explosión de pujanza femenina y que parece una torre de Babel en miniatura es, al parecer, un gran trozo de queso.
Detalle de la ilustración anterior.
Y siendo todo esto así, he aquí otro elemento que acerca a Landerico a Lug el que sea el santo de los quesos: porque Lug, al igual que Apolo, es un dios andrógino, sobre lo que llama la atención Sergent (del mismo modo, su hermana Artemisa -de Apolo, no de Sergent- tiene muchos rasgos antifemeninos: virginidad, actividad cinegética...).
No sé (ni me preocupa mucho) si será verdad, pero me gusta pensar que San Landerico, el antiguo monje irlandés (si es que lo fue), heredó parte de la devoción, de la fe y de las creencias que los antepasados de sus fieles dedicaban al dios ancestral de los caminos, de las rocas y de la aurora... ¡Tan ancestral que ya existía cuando no se le conocía por Apolo en una punta de Europa y por Lug en la otra! 
la festividad de San Landerico se celebra el día 17 de abril.





No hay comentarios:

Publicar un comentario