viernes, 16 de marzo de 2012

El pescuezo blindado o Una triquiñuela con historia

Con el cuento Lost face Jack London abre el libro del mismo título, publicado en 1910
En el cuento, Subienkow (refinado aristócrata polaco al que  un novelesco destino ha acabado por convertir en ladrón de pieles en Kamchatka) está a punto de enfrentarse sin posibilidad de salvación a la venganza de sus antiguas víctimas. Los indígenas y las indígenas (éstas más aún) están diabólicamente avezados en el arte de la tortura.
Mujeres de Kamchatka (pueblo Koryak) hacia 1900. 
El prisionero, en un intento desesperado de salvarse, promete al jefe indio revelarle, a cambio de su vida, el secreto de un ungüento de invulnerabilidad. Para que no quede duda de su eficacia, se brinda a que lo prueben en sus mismas carnes: se unta con él el cuello y lo ofrece al filo del hacha. Ya pueden golpear con todas sus fuerzas, que no harán mella en su piel. El indio descarga el golpe, la cabeza rueda; Subienkow se ha librado de la tortura. 
Pocos años antes, en 1894, aparecía en el libro Cuentos nuevos, de Emilia Pardo bazán, el titulado La hierba milagrosa, que de entrada nos sitúa en un mundo prerrafaelita, en una ciudad de tabla flamenca y ante una protagonista de mística belleza gótica, Albaflor (por cierto, Floralba se llamaba la de cierta leyenda de Benito Vicetto, pero eso es harina de otro costal). 
Edward Burne-Jones, Anunciación, 1879.

Albaflor rinde un culto obsesivo a la trasparencia, la blancura, la claridad y esto se extiende a la virginidad y pureza. En su alcoba todo es inmaculado: marfiles y cristal, pieles de armiño y de corderillo, azucenas, palomas como la nieve.
Su ciudad ideal sufre un día una invasión bárbara y un guerrero irrumpe en su cuarto, destroza todo y se arroja a hollar su castidad.
Aquí, pues, ya no se trata de evitar el dolor, sino de preservar la virginidad. Se han invertido los papeles; el agresor es ahora el hombre, la astuta la mujer.
Un único vestigio (tal vez) de este motivo de la virginidad en el cuento de London es la condición que pone Subienkow de que, aparte de su vida, le sea concedida como esposa la (físicamente repelente) hija del jefe; pero en Subienkow se trata simplemente de dar verosimilitud a su patraña y valor a su falsa medicina poniéndole un precio altísimo a juicio de los nativos.
La doncella -volviendo a Pardo Bazán- viéndose ya atropellada por el bárbaro (aguzado el ingenio por la desesperación) recurre a la estratagema de la hierba que torna invulnerable, con la garantía de la prueba. La eficacia de la hierba, dice para asegurarse de cualquier intento de engaño por parte del agresor, está vinculada a su virginidad; perdida ésta, deja de funcionar el talismán. 
Un detalle realista, plástico: la joven aconseja al bárbaro que se enrolle su larga mata de pelo dorado a la muñeca, para que no resbale el filo...  
En una carta dirigida al director de El Liberal en 1892, que antepone al cuento, Pardo Bazán ofrece un premio a quien acierte la fuente, muy conocida, del relato; y en una posdata revela que se trata de la Instrucción de la mujer cristiana de Vives.
Allí, efectivamente, en el capítulo XII se menciona a Brasilla, "virgen muy noble y aun de las principales de la ciudad de Durazo", la cual en poder de un soldado invasor "que ya estaba para poner mano en su virginidad" echó mano de la treta en cuestión y el ingenuo soldado "cortó y llevóle la cabeza a cercén".
En 1819 Gaetano Cioni publicó las novelas de Giraldo Giraldi (atribuidas por él al Quattrocento, apócrifas en realidad), de las que la V relata la historia de una pescadora de Cerdeña, Gostanza di Rossello, raptada por el berberisco Samelic y conducida para concubina a Túnez. Gostanza finge resignarse a su suerte y hasta algerarse de ella, pasada la primera impresión del secuestro y a la vista de las riquezas que se le ofrecen. Pero pone como condición a su raptor que se unte la consabida medicina de invulnerabilidad. De ese modo, le dice, la unión le resultará moralmente aceptable ("allora a me pulcella cristiana disconvenevole cosa non sarà teco giacermi"). 
Chassériau, Interior oriental, 1850.
En casa del pirata, en un jardín ameno y en una atmósfera de erotismo abrasador para Samelic, Gostanza es ataviada de suntuosos paños turquescos y se realiza la prueba del medicamento, con el resultado habitual.  
Brasilla de Durazzo aparece mencionada por Lucrezia Marinella (ya en 1600) en el capítulo V de La nobiltà e l'eccelenza delle donne  y antes en las adiciones de Giuseppe Bettussi al libro de Boccaccio De mulieribus claris traducido al italiano (1545-1547). Lodovico Domenichi también la menciona en La nobiltà delle donne (1549), donde dice (sorprendentemente para el lector de hoy) que Brasilla, al serle cercenado el cuello del primer golpe, "si liberò di pericolo e d'infamia". ¡Di pericolo!
Marcin Kromer, historiador polaco, narra el mismo suceso acaecido en 1326 con un invasor lituano a una monja de Mazovia, que gracias a su treta "evitó un torpe estupro con una muerte honrosa" (De origine et rebus gestis polonorum). Otros cronistas, al parecer, de las cruzadas de los caballeros teutones, como Dusburg, Jeroschin, Dlugosz, se hacen eco de la heroicidad de esta monja.
Pudo tomar Vives la anécdota de Brasilla del veneciano Francesco Barbaro en su De re uxoria (II, vi), escrito hacia 1415 y traducido a varios idiomas, que se da como fuente de un episodio del Orlando furioso, al que también alude Pardo Bazán en la carta introductora a La hierba milagrosa. Francesco Barbaro incluye el nombre del frustrado violador: Cerico, e insiste en la alta cuna y extremada belleza de la doncella.
En el Orlando, pues, en el canto 29, Rodomonte ha encontrado a Issabella, que tras la muerte de su amado Zerbino se propone hacerse monja, y se enciende en deseos de poseerla. Un ermitaño, que la acompaña trata en vano de templar la furia lasciva del guerrero, excesivo en todo. Rodomonte lo agarra por el cuello y lo lanza al mar, donde no se vuelve a saber de él; comienza entonces la conquista de Issabella, que el sarraceno intenta de primeras por la seducción y no por la fuerza, aunque la muchacha "qual topo in piede al gatto si vedea". En efecto, poco le dura la cortesía al sarraceno cada vez más inflamado. Issabella propone entonces su trato: su honra contra el ungüento de invulnerabilidad. Acepta Rodomonte contentísimo, como que no piensa respetar el trato una vez el fármaco en sus manos, y sediento se hincha de vino, al que por su ley no está acostumbrado (este detalle, que justifica la audaz credulidad del sarraceno, lo recoge el pseudo-Giraldo Giraldi). Hace la prueba sobre la doncella, dejándola descabezada de un tajo, y queda desesperado, especialmente cuando a la mañana siguiente se le ha pasado la cogorza. 
El mismo ardid del bálsamo mágico tuvo también su aplicación entre cristianas de Oriente, según cuenta el cronista árabe cristiano Al-Makin, muerto en 1302, en su libro traducido como Historia saracenica (II, 2). Relata éste que en tiempos de la guerra entre Marwan y As-Saffah, que acabó con el poder omeya en Bagdad y llevó al califato a los Abasíes, Marwan entró en Egipto a sangre y fuego, raptó a unas monjas de un convento copto y las llevó a sus tiendas con el fin de violarlas. Una de ellas utilizó el engaño del ungüento, demostrando a Marwan con su muerte que había preferido perecer a sufrir la mancilla de su cuerpo, "cosa que lo llenó de asombro".
Cautivas en un óleo de Otto Pilny.http://djillalimehri.com/photosg/migrations/or141.jpg

De finales del siglo XIII data la Historia eclesiástica de Nicéforo Calisto, bizantino, que en el capítulo XIII del libro VII cuenta la muerte de Santa Eufrasia, virgen, en Nicomedia. Ésta, durante la persecución de Diocleciano, por negarse a sacrificar a los ídolos, fue entregada a unos hombres desenfrenadamente viciosos para ser ultrajada de todas las maneras que se les ocurriesen y antojasen. Camino de la ejecución de la sentencia se tropezó con el obispo Antimo. A preguntas de ella, le confirmó que por preciosoque fuese el don de la virginidad, no debía defenderse a cualquier precio y menos al de la fe. ¡Cualquier cosa antes que la apostasía! Pero como de todos modos Eufrasia no se resolvía a sacrificar ni fe ni virtud, ideó la estratagema que sabemos, y untado el cuello con una mezcla de cera líquida y aceite, lo entregó a la decapitación.
Nicéforo Calisto toma la narración casi exactamente de Jorge Cedreno, que escribe a mediados del siglo XI y que a diferencia de Nicéforo, calla el nombre de la astuta mártir.
Las Acta sanctorum recogen el texto de Cedreno el día 19 de Enero, aunque la página hagiográfica de Internet Santi, beati e testimoni conmemora a esta santa el 13 de marzo, probablemente atraída por su tocaya Santa Eufrasia (o Eupraxia) de Constantinopla, virgen también, que fue monja en la Tebaida y prodigiosa exorcista (a la que pone, sin embargo, el 24 de julio). Esta página añade el detalle de que el encargado de ejecutar la sentencia contra Eufrasia era "un bárbaro", como en Pardo Bazán (no está esa circunstancia, que añade un punto más de morbo al cuento, en los otros hagiógrafos). 
En el siglo XVI es el berberisco o sarraceno quien hace las veces de bárbaro. El señor de Brantôme pone en boca de un ex-cautivo de Turquía, en Les dames galantes, la noticia de que allá la violación, prolongada hasta la muerte, es en sí el martirio.  En el Norte, lo hemos visto, hacía de bárbaro el lituano: pronto será el piel roja.
Civilización, barbarie y erotismo. Paul Jamin, El Brenn y su parte del botín (1893). Brenn era una supuesta palabra que nunca existió y que significaba "jefe galo".
No menciona Pardo Bazán la obra de Antonio Nanclares La hechicera del Cielo, comedia medio de santos medio de magia sobre Santa Eufrasia, publicada en la Parte veinte y una de comedias. No la puedo consultar ahora y me quedo con las ganas de saber si incluye la estratagema de la hierba. 
El Padre Pétin en su Dictionnaire hagiographique de 1850, hablando de Santa Eufrasia, aumenta el número de las mártires a siete y también el de los verdugos ("une troupe de libertins"), pero sustituye la novelesca invención de la pócima por una milagrosa conversión de los viciosos, que se vuelven castos de repente. No consiguiendo tampoco que las prisioneras se conviertan en sacerdotisas de Diana -a lo que se las pretendía forzar-, las autoridades optan por echarlas a un lago con piedras atadas al cuello.
Este intento de racionalización es característico de la hagiografía del siglo XIX, algo acomplejada siempre ante lo maravilloso, como si no fuera tan inverosímil la repentina transformación moral de los pervertidos como la ingenua credulidad del bárbaro que descarga el hachazo.

Saco la mayor parte de las referencias de esta entrada del libro de Pio Rajna Le fonti dell'Orlando Furioso y del artículo de G. Voigt "Die lucretia-Fabel und ihre literarischen Verwandten, en Berichte über die Verhandhungen der Königlich sächsischen Gesellschaft der Wissenschaften zu Leipzig, 1883. Ambos accesibles en Internet Archive.


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