lunes, 12 de marzo de 2012

San Pablo de Leonís

La narración más antigua de la vida de San Pablo Aureliano (Vita Sancti Pauli Aureliani domnonensis) es obra de Wrmonoc, monje de Landévennec que escribía a finales del siglo IX.
Distintas versiones de esta biografía han sido publicadas en las Analecta Bollandiana y en la Revue celtique (V, pp. 414 ss.), que es la que consulto, accesible en Internet Archive (en este enlace).
Sabemos por ella que San Pablo era britano-romano, hijo de Porfirio Aureliano, hombre de elevada posición. Nació en el pequeño reino de Penychen (al Sureste de Gales), nombre que según Wrmonoc significa Cabeza de Buey y se debe a que en tiempos de los paganos tenían una por ídolo. Baring-Gould, estudioso de la Historia de la Iglesia, lo identifica con el actual Cowbridge.
Tuvo ocho hermanos y tres hermanas, que fueron santas. De todos ellos Wrmonoc confiesa ignorar el nombre, salvo de los hermanos Notolio y Potolio y de la hermana Sitofolla (Sidwell es la forma actual del nombre). 
Otras fuentes nombran a Wulvella (Gulval) y Jutwara, conocida en Bretaña como Santa Alda -Aude-, en galés Aed Wyry o "Virgen Aed" (a decir de Baring-Gould). Ésta es protagonista de una curiosa leyenda folclórica que a lo mejor otro día hay ocasión de contar.
La familia de San Pablo no debía de ser un modelo de armonía. Porfirio se había casado en segundas nupcias; su nueva mujer no soportaba a las hijastras y se dedicaba a malmeter a los hermanos contra ellas, en particular al llamado Gurguy, un polvorilla incontrolable.
Para colmo de males, la madrastra pertenecía a la herejía pelagiana y aborrecía la firmeza de las hijas de su marido en la fe ortodoxa.
 En cuanto a Pablo, eran constantes sus discusiones con su padre, que no le quería consentir que se hiciese monje, como era su vocación desde niño.
Contra los deseos de Porfirio, Pablo entró a los estudios de San Illtud, donde tuvo condiscípulos tan ilustres como San David de Gales, San Sansón de Dol y San Gildas de Rhuys.
Allí hizo el milagro que andando el tiempo se haría popularísimo en España, en una canción folklórica -pero atribuido a San Antonio de Padua-, de reducir a su mandato las aves silvestres a un corral para evitar que se comiesen lo sembrado. 
San Francisco predica a los pájaros. Maestro de San Francisco, siglo XIII.
"Cui crepitans paret densis exercitus alis
indomitas ita oves qui quasi clausit aves."
"A éste la tropa [de las aves] obedece entre un murmullo de alas sin holgura
Y así encerró a los pájaros silvestres como ovejas" -dice en verso latino Wrmonoc.
José Manuel Pedrosa (ya citado aquí en la entrada A vueltas con las abejas), en un erudito artículo sobre ese episodio milagroso y otros asuntos más, acierta pensando que el origen de tal motivo está en la hagiografía céltica, aunque no da con el precedente exacto. San Pablo Aureliano es el precedente de San Antonio, pastor de pájaros. 
Entre ayunos y mortificaciones pasó, pues, los primeros años de su juventud, hasta que la fama de su santidad y ciencia llegó a oídos del rey Marco Conomoro ("Perro Grande"), que lo llamó a su presencia.
Este Marco Conomoro era, probablemente el rey Mares de la leyenda de Tristán (ver la entrada Teilo el peregrino) y reinaba tanto en Cornualles como en Armórica.
Pablo se enfadó con el rey por culpa de una campana que Conomor no quiso regalarle (y es que cualquiera que lea Là-bas, de Huysmans, sabe que una campana no es ninguna fruslería) y decidió cruzar el mar a Bretaña, haciendo una parada para visitar a su hermana Sitofolla. El convento donde ésta vivía andaba algo escaso de terreno y San Pablo se lo aumentó haciendo retroceder el mar.
-Ve cogiendo unas chinas -le dijo el santo-; las que te quepan en las dos manos.
-¿Para qué?
-Para ponerle una linde a las olas.
Las chinas que la monja iba tirando al suelo crecían y crecían hasta convertirse en unos farallones que sirven de muro de contención a las mareas.
Éste es uno de esos milagros como los que mencionaba ayer, donde se atribuye a un santo o personaje legendario la formación de un accidente geográfico.
A imitación de Jesucristo, San Pablo Aureliano llamó a doce hombres para que lo acompañasen en su viaje y tras una breve temporada en la isla bretona de Ouessant pasó a tierra firme y se instaló en el lugar después llamado Lampaul-Ploudalmézeau, de donde tuvo primero que echar a un búfalo pesado que salía todos los días de la espesura del bosque a beber en la fuente de los frailes y con los cuernos y las pezuñas les derribaba todo lo que habían construido en el día. 
San Pablo expulsa al toro. Vidriera moderna. Saint Pol de Léon, catedral.
Deseoso de hacer más fundaciones, San Pablo Aureliano siguió camino haciendo brotar manantiales milagrosos, limpiando la comarca de animales feroces y dañinos y devolviendo la vista a ciegos y el habla a mudos.
Entonces encontró a un porquero (ya dije que el porquero es un personaje importante en la mitología céltica y muchas veces un enviado del otro mundo: ver la entrada San Ke, sobrino de Arturo) que le aconsejó pedir audiencia al duque Withur, que era quien mandaba en aquellas tierras y moraba en la isla de Batz, y se ofreció a acompañarlo.
La isla de Batz.


San Pablo premió su amabilidad regalándole una jabalina con sus lechones, que se volvió dócil y doméstica a un ademán del santo, y unos panales de abejas silvestres que daban una cantidad prodigiosa de miel. Unos y otros hallados impensadamente en las ruinas de una ciudad abandonada.
 A la llegada de San Pablo, Withur estaba enfrascado en la copia de unos Evangelios. Cuando alzó la cabeza del pergamino, ¡cuál no sería su sorpresa y la del santo al reconocerse, porque eran primos! 
Estaban hablando de la familia y del pueblo cuando apareció un pescador dispuesto a mostrarle al duque una gran maravilla: un salmón gigantesco recién pescado que tenía en la garganta una campana de hierro toda cubierta de caracolillos, lapas y concreciones de bichejos marinos.
San Pablo la tocó y a su son empezó a reír.
-¿De qué te ríes, primo?
-De que esta campana era del rey Conomor; no me la quiso dar y por eso me enfadé con él y me vine aquí. Y ahora viene sola a mis manos. ¿Me la das tú?
-Bien tonto sería, después de lo visto, si me negara: ya se ve que está de Dios que sea tuya la campana.
Una muestra más del motivo folclórico del objeto (anillo, llave) perdido y encontrado casualmente en el vientre de un pez, como el anillo de la princesa de Connachta en El robo de las vacas de Fróech o en la leyenda de san Kentigerno.
La campana de San Pablo se conserva en la catedral de Saint Pol de Léon. Se dice que, poniéndosela como un yelmo, es excelente para todos los males de la cabeza y que no se paran ahí sus poderes curativos, sino que hasta ha resucitado muertos.
No todo eran alegrías en aquellas tierras: había por allí una gigantesca serpiente que devoraba hombres y ganados. Carecía de patas, pero las costillas le hacían las veces de ellas; con ellas caminaba, apoyando los costados en el suelo alternativamente, y no como los gusanos que proceden contrayendo y estirando sus anillos. Las escamas le servían de uñas para agarrar. Podía subir cuestas y lanzas y flechas rebotaban en su lomo más duro que la concha de una tortuga. Atacaba a empujones, a coletazos, a mordiscos y echando su aliento venenoso.
El dragón hollado por San Pablo Aureliano. Catedral de Saint Pol de Léon.


El duque y su hijo habían intentado varias veces acabar con ella y habían tenido que darse siempre por vencidos. ¡Se consideraban afortunados con haber salvado la vida!
Sin miedo, San Pablo acudió adonde vivía el monstruo, que por primera vez, sorprendido y asustado de su propio miedo, se escondió en su madriguera ante un humano.
Pero el santo le hizo asomar la cabeza, le ciñó el cuello con su estola, ató ésta a su báculo y sacó a la serpiente como quien saca un bígaro de su concha, llevándolo a rastras hasta la playa.
-Ahora métete al mar y lárgate; y no vuelvas a molestar a la gente.
Allá que se fue el dragón silbando y echando espumarajos de rabia.
-¡Eh! ¡Y devuélveme mi estola, que está nueva!
Ante el pasmo de los presentes, que habían acudido consternados y seguros de la muerte de San Pablo, volvieron a Batz con el santo en triunfo y celebraron grandes regocijos. Withur regaló a su primo la isla de Batz con su palacio ducal y el precioso evangeliario que estaba copiando.
Hubiera querido dedicarse San Pablo a la vida contemplativa, pero primero el rey lo convenció de que aceptase convertirse en obispo de aquellas gentes septentrionales, que no tenían pastor que se ocupase de ellas. 
La cátedra estuvo al principio en la ciudad semi-legendaria de Occismor; después en Saint Pol de Léon. 
Luego, tuvo que encargarse de algún asunto penoso, como el de su hermano Gurguy, que sin tener culpa había matado a su hermana Jutwara y acudía a pedir perdón, después de haber hecho larga penitencia. San Pablo vio una gran llamarada sobre la cabeza de su hermano, señal de que su pecado había sido expiado, y lo perdonó cambiándole el nombre de Gurguy en Tanguy (tan en bretón quiere decir "fuego").
Aquí la leyenda bretona difiere de la británica en que según los bretones Alda y su hermano no eran hijos de Porfirio ni parientes de San Pablo.
Precisamente uno de los últimos actos de San Pablo Aureliano antes de su tránsito de este mundo fue una conferencia con Tanguy, ya convertido en monje que sería elevado a los altares.
Resultó que una flota de mercaderes de aquellas partes (que llaman nuestros libros de caballerías Leonís), que habían estado comerciando en Egipto, regresaba con la cabeza del apóstol San Mateo birlada allí sutilmente (en palabras de Albert Le Grand) y tan contentos con su botín cuando al doblar la punta de Penn Ar Bed, que significa "Cabeza del Mundo", tropezaron inexplicablemente con un escollo desconocido.
Veían que se iban a pique y ya encomendaban las almas a Dios cuando el arrecife se abrió en dos dejándoles el paso libre para poder acogerse a la bahía de Le Conquet.
Pensaron entonces que San Mateo había decidido que aquel promontorio extremo del mundo fuese el destino final de su reliquia y decidieron construir allí una iglesia para su culto.
Ruinas del monasterio de San Mateo, donde estuvo la cabeza del apóstol.
San Tanguy, sin embargo, no se atrevía a confiar tan preciosa joya a un terreno tan expuesto a las intemperies y a las incursiones piratas y quiso consultar la cuestión con San Pablo Aureliano.
La cabeza se quedó allí donde estaba, pero mientras estaban conferenciando los dos santos, un ángel bajó del cielo para avisarles de que sus días estaban a punto de tocar a su fin y de que en breve tiempo les esperaba la Gloria.
Ambos abades durmieron en el Señor el mismo día.
La cabeza permaneció durante siglos en un monasterio construido en aquella punta del mundo, hasta que al parecer la robaron los normandos y la llevaron a Italia, aunque no terminaron allí sus viajes.
Dice Albert Le Grand que San Pablo Aureliano vivió ciento dos años y murió el doce de marzo del 594; Baring-Gould da, en cambio, la fecha de 579.









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