lunes, 19 de marzo de 2012

San Lactino el lácteo.

MoLachtóc la Grigoir
In grádgreit as díxu,
Ioseph, ainm as úaisliu,
Aite álaind Íssu.

Molachtóg con Gregorio,
El más alto campeón del amor;
José, el más noble nombre,
Bello padre adoptivo de Jesús.

Una nota correspondiente al 19 de Marzo en el Santoral de Óengus identifica a este Molachtóg ("Mi Pequeño Lacht") con San Lactino, abad fundador de Achad Úr en el reino de Osraige, en el centro de Irlanda, entre las provincias de Connacht y Laiginn.
San Lactino fue sucesor de San Mo Lua en Cluain Fearta (Clonfert). San Dagano, que había ido de visita, se lo profetizó así a Mo Lua, y lo llenó de alegría, porque era un buen sucesor y amigo. 
Al monje Mo Lua, muchos años atrás, se le había aparecido un ángel y le había revelado:
-Va a nacer un hombre que será compañero y amigo tuyo. Se llamará Lactino.
-¿Y cuándo va a nacer?
-Dentro de quince años.
-¿Y me lo dices ahora? -exclamó el santo¡Menudas prisas!
A San Mo Lua, santo de vida penitente y austera, no se le había visto reír nunca ni se le vio hasta que le llevaron la noticia del nacimiento de Lactino, y ésa fue la primera vez.
San Lactino era del Sur de Irlanda; nació cerca de Cork. Según su Vida, recogida en las Acta Sanctorum, su padre se llamaba Torphuro y su madre Senecha. Eran de los Múscraige, una nación cuyas distintas ramas habitaban en el Suroeste de Irlanda, al Noroeste de Cork.
Antes de nacer el santo, Senecha devolvió la vista a un viejo ciego, San Mohemeth, fregándole los ojos con la leche de sus pechos (¡no en vano lacht significa "leche" en irlandés!), milagro que también se lee de San Mochoemhóg (ver la entrada El hijo más deseado). 
Curación de un ciego. Siglo X.
Pero el milagro de San Lactino fue mayor que el otro, porque el anciano no sólo recobró la vista de las cosas normalmente visibles, sino que pudo ver en todos sus detalles la ciudad de Roma, a la que ansiaba ir en peregrinación sin que su mucha edad se lo permitiese. Esto fue posible gracias a "la radiación de un fulgor milagroso".
Andando el tiempo, Senecha enfermaría de un cáncer de pecho que su hijo le curaría milagrosamente sin que le quedara señal de él, tan sólo acariciándoselo con la mano.  
Y eso que la enfermedad ya le tenía las carnes roídas y deshechas en llaga pestilente.
Ambrogio Lorenzetti, Virgen de la Leche. Siglo XIV.
Varios milagros de Lactino tienen que ver con la leche y la lactancia.
San Mohemeth se disponía a bautizar al niño y no encontraba agua por ningún lado: había una tremenda sequía en la comarca. Cogió la manita de Lactino y trazó con ella  en el suelo una cruz, de la que brotó un abundante manantial. 
Tenía Lactino un mes cuando se abatió sobre su pueblo una gran calamidad: se estropeó la cosecha con una plaga que volvía la harina amarga y venenosa; el que la comía se deshacía en vómitos. Tan sólo permanecía inmune Lactino, que seguía zampando sus papillas con el mayor gusto, así que se decidió repartir entre todos los vecinos la harina de las papillas del niño y mezclarla con la otra, que al momento perdió el amargor y pudo comerse sin daño.
También -la mala suerte se cebaba en aquella región- se declaró una epizootia que acababa con las vacas. Incluso murió la que daba la leche para San Lactino, una vaca blanca de cabeza roja. Esa raza vacuna mágica es la del síd, el mítico país de los Tuatha Dé Danann, los antiguos dioses, pero de nada le valió al pobre animal. En cambio, el poder taumatúrgico de San Lactino la revivió con sólo la presencia del niño. La ordeñaron entonces y dieron a beber su leche a las demás vacas de la región, con lo que se extinguió la peste vacuna aquella.
Santa Brígida de Kildare ordeñando. Relieve gótico. Glastonbury Tor.


A los quince años, su ángel de la guarda -Uriel- le dijo a Lactino que se fuese a estudiar a Bangor con San Comgall. Lactino hizo caso al ángel, con quien se comunicaba familiarmente y con frecuencia. 
San Comgall lo puso a estudiar con San Mo Lua. Y así empezó a cumplirse la profecía de su cariño mutuo y entrañable amistad.
Bangor era un monasterio de reciente fundación y ya estaba toda Irlanda llena de su fama. Estaban todavía terminando de construir el muro exterior y los demonios, irritados del mucho mal que se les seguiría de aquella fundación, andaban revoloteando por allí como avispas enfurecidas, y por las noches echaban abajo lo que los monjes con tanto trabajo levantaban durante el día.
San Comgall había puesto una guardia de treinta monjes que se pasaban toda la noche rezando y cantando salmos por turnos de a cinco, pero era inútil: no podían con aquella turbamulta de demonios.
Cuando le tocó el turno a Lactino, lo acompañaban cuatro frailes muy amigos suyos, y él se ofreció a hacer la guardia por todos. Pero en vez de ponerse a rezar como los otros, dijo a sus compañeros:
-¿Qué? ¿Vamos a ser nosotros más poderosos que la Cruz? ¡Es soberbia pensarlo!
Y, colocando en la muralla una cruz de oro que tenía, la tapó con su capote.
-Ya está. Ahora vámonos a dormir tranquilamente, que lo que no pueda ésta no lo vamos a poder nosotros.
Así hicieron y a la mañana encontraron el muro intacto. Y desde entonces no molestó más aquel enjambre de diablos.
Quince años después de entrar en el convento, a los treinta de su edad, Lactino ya había llegado a la cumbre del saber.   
Una vez, compadecido de San Cartago o Mochuda (que aún no lo habían expulsado de Rathin) por su mucha pobreza, fue a visitarlo. Llevaba en su comitiva dos pastores conduciendo treinta vacas y un toro, pero para ver qué haría el otro santo los escondió en un bosque y él, fingiéndose enfermo y necesitado, mandó pedir a San Mochuda algo de leche por amor de Dios.
Mochuda se vio en un  gran aprieto, porque era paupérrimo; pero ordenó traer una cacharra de agua, la bendijo y la convirtió en apetitosa leche espumosa gorda y como recién ordeñada.
Cuando se la llevaron a San Lactino, se dio cuenta de lo que había pasado y con otra  bendición devolvió la leche a su estado original.
-¡Que he pedido leche y no agua! Y esto que me traes es agua disfrazada. Dile a Cartago que es un buen monje, pero que sus sucesores estarán más boyantes, que no tendrán que andar dando agua por leche.
-Haznos la caridad de tomar lo que tenemos, que otra cosa no podemos dar.
-No tomaré nada en este monasterio si no me prometéis aceptar la limosna que os dé.
-¡Prometido! Aquí se coge lo que sea. ¿No lo ves cómo estamos?
Entonces San Lactino mandó que saliesen las vacas que tenía escondidas. Esto lo había hecho porque sabía que San Mochuda tenía voto de no poseer vacas, que eran el bien más preciado en la antigua Irlanda.
-¡Me la has jugado pero bien!
Una de las cosas a que más temían los irlandeses era verse atrapados entre dos juramentos contradictorios, incompatibles. Situaciones como ésas habían causado la muerte de los héroes Cú Chulainn, Diarmuid, Conaire el Gande...
-Ahora no tienes más remedio que quedártelas.
-¡Por ser tú! Porque te estimo y porque te tengo más miedo...
-Pues tengo que darte una mala noticia: no está lejano el día en que te echarán de aquí, de este monasterio de Rathen. Pero no te preocupes: vas a fundar otro mucho mejor, en el que nunca más volverás a carecer de nada.
-Sea lo que Dios diga.
Casi todo lo que se sabe de San Lactino se refiere a su infancia y juventud: por eso los estudiosos han supuesto que se ha perdido el final de la única vida de este santo que se conserva. Pero ¿acaso no es propio de un santo con este nombre que todo cuanto se narra de él sea infantil, inicial?
Todo lo de San Lactino es precoz, tiene la espontaneidad de la fuente que brota, la sorpresa inaugural de la luz que se hace, la blancura aérea del rayo de leche que cae de la ubre en el cubo, esponjándose en espuma. Hasta el milagro de Rathin, ya de su edad viril, parece travesura de críos, que recuerda a las trastadas del pequeño Hermes.
Hay que comprender la actividad taumatúrgica de san Lactino desde el punto de vista de la "imaginación material", como decía Gaston Bachelard. "Toda agua es leche: más precisamente, toda bebida feliz es leche materna", dice este filósofo en L'eau et les rêves. También llama la atención sobre la conexión que se establece en los Vedas entre la leche dulce y nutricia, el agua que limpia y la luz que alumbra el mundo. 
Tintoretto, La Vía Láctea.
San Lactino, niño, quita la amargura de la comida humana y la transforma en la dulzura untuosa de las papas. Quita la podredumbre de la carne enferma y le devuelve la suavidad, "la ternura visible del seno femenino: lo que tan suave encuentra el niño, amparo, tibieza y reposo" (Michelet, citado por Bachelard). 
Quita la adustez meditabunda del viejo asceta y le arranca la carcajada saltarina.
La leche es la sabiduría asimilada por el ávido estudiante que se enchufa a las ubres del saber con el deleite del lactante. Es la limosna, la primera dádiva gratuita del nacido. Es el maná que hace de una tierra yerma (como la del niño Lactino) otra de promisión, que rezuma leche y miel.

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