lunes, 5 de marzo de 2012

Milagros de San Ciaran

Uno de los más antiguos santos irlandeses es San Ciaran de Saighir. Se trata de uno de los llamados santos prepatricianos, es decir anteriores a la misión de San Patricio en Irlanda.
Existe el relato de su vida en versión latina (Vita Sancti Ciarani Episcopi de Saighir) e irlandesa.
San Ciaran era de Mumu, el reino suroccidental de Irlanda, y pertenecía por parte de su padre, Lugna, a los Osraige (el pueblo más oriental del reino) y por parte de madre, Liadan, a los Corcu Loigde (los más occidentales). 
Una noche, dice un poema citado en el Santoral de Óengus, a Liadan le sucedió una extraña aventura:
"Estaba Liadan durmiendo
En su lecho —no hay mal en decirlo—
Cuando volvió la cara al cielo:
Le cayó una estrella en la boca".
Consultados los druidas sobre el asunto, anunciaron que Liadan había concebido un hijo de la estrella y que sería un niño maravilloso y sobresaliente en santidad. 
Charles Plummer, estudioso de la primitiva Iglesia irlandesa, intuye por varios episodios de su vida que el personaje de San Ciaran se superpone a una antigua deidad del fuego. 
Prosigue el poema:
"De ella nació el nacido prodigioso,
Ciarán de Saigir —¡proclama su nombre!—
Por esto, no produce orgullo decirlo,
Negó Lugna que fuese su hijo".

Camposanto en Cléire.

El pequeño fue criado en Cléire (en inglés Cape Clare Island), se dice que por los ángeles. Desde pequeño mostró gran bondad y talento. Una vez hizo a un milano que devolviese a su nido a un pájaro que había robado y lo curó milagrosamente.
Hasta los treinta años, Ciaran fue pagano; entonces, habiéndole llegado noticias vagas del cristianismo, decidió viajar hasta Roma para instruirse en él. En Roma se bautizó y se dedicó al estudio de las Escrituras durante otros veinte años, al cabo de los cuales lo nombraron obispo y lo enviaron a Irlanda.
Por el camino se encontró con San Patricio, que estaba entonces en Italia, y éste le dijo:
-Adelántate, sí: que yo te alcanzaré en Irlanda dentro de treinta años. Busca una fuente que está en la linde entre los irlandeses del Sur y los del Norte, que es donde tienes que instalarte.
-¿Y cómo la voy a encontrar, si yo no sé qué fuente es ésa?
-No te preocupes. Toma esta campana que te doy, y cuando se ponga a tocar sola verás la fuente y es ahí. Es una campana muy buena: se la hicieron especial a San Germán, mi maestro.
Ciaran encontró el manantial, que estaba en lo más espeso de un bosque. Fue atacado por un jabalí feroz pero luego hizo amistad con él, con un zorro, un lobo, un tejón y una cierva. Le ayudaron a edificar su pequeña ermita, le hacían compañía y compartían su vida eremítica.
Jabalí. Escultura románica.
Pero a la zorra le pudo su naturaleza y harta de ayunos le robó al monje los zapatos y se los llevó a su madriguera para roerlos allí a gusto. El ermitaño no tardó en echarlos de menos y mandó en su busca al tejón, que tirando de ella por el rabo, las orejas y los pelos, la llevó a rastras ante Ciaran.
-¡No se roba! -le dijo el santo-. Si tienes que comer carne, porque lo manda tu naturaleza, arranca unas cortezas de los árboles y Dios, que todo lo puede, las convertirá en carne para ti.
Entre tanto, el cristianismo empezaba a florecer en Irlanda y Liadan, la madre de Ciaran, acudió a él con deseos de hacer santa vida. Ciaran le aconsejó fundar un convento de mujeres cerca del suyo.
Entre las monjas de Liadan había una preciosa llamada Bruineach, hija de un jefe de los más importantes de Mumu. El rey de los Cenel Fiacha (otro pueblo vecino del centro de Irlanda) oyó hablar de ella y le picó la curiosidad; luego la vio, se dio cuenta de que no exageraban su belleza los rumores y, con audacia, la raptó y la tomó por concubina a la fuerza. Estaba tan encaprichado de la monjita que no había noche que pudiera pasar sin ella.
Miniatura gótica. Alrededor de 1400.
Este desafuero ya estaba durando mucho tiempo cuando Ciaran se enteró de él e, indignado, fue al palacio de Dima exigiendo que devolviese a la muchacha.
-Yo te la devolveré cuando vengan a despertarme las cigüeñas por la mañana.
Como estaban en lo más crudo del invierno, aquella noche hubo una nevada terrible y a la mañana siguiente todo el campo estaba cubierto de una espesa capa de nieve excepto un trozo pequeño, donde no había caído ni un copo: y en medio de él, en lo alto de un árbol, una cigüeña castañeteando alegremente con el pico.
A la vez, una voz del cielo le gritaba al raptor:
-¡Suelta a la chica!
Dima, aterrorizado, dejó ir a Bruineach; pero la muchacha iba con Ciaran cabizbaja y como de mala gana.
-¿Qué pasa? ¡Parece como si te gustase estar viviendo esclava de ese mal hombre!
Entonces Ciaran reparó en la tripa de Bruineach, que se empezaba a inflar visiblemente.
-Ya veo lo que te pasa.
-¿Y ahora qué voy a hacer yo?
-Ní annsae (no es difícil) -dijo Ciaran-. Tú no te preocupes que no miro.
Y trazó la señal de la cruz sobre el lugar del crimen ("signo sante crucis benedixit vulvam illius"). En el mismo instante, la criatura que llevaba la mujer en el vientre se deshizo (partus in utero evanuit), quedándole la barriga tan lisa como antes de su rapto. 
Tiempo después, le contaron a Bruineach que a Dima se le había pasado la impresión de las cigüeñas y venía a llevársela al frente de su mesnada, a despecho de Ciaran, de su madre y de Dios.
Bruineach, al enterarse, se llevó tal soponcio y tal susto que cayó al suelo muerta.
¡Cuál no fue la sorpresa y la congoja de Dima al encontrarla así!
-¡Fraile maldito!, ¿por qué me has matado a mi mujer, que ni ella conocía otro hombre ni yo quería otra esposa, sino casarme con ella como está mandado? ¡Vete con tu convento a otra parte antes de que pierda los estribos y te mate!
-Yo estoy aquí por mandato de Dios y no me voy a ir porque me lo ordenes tú.
-Ya veremos. 
Cuando iba llegando a su palacio, Dima lo vio que ardía por los cuatro costados; y sus hijos pequeños estaban dentro. Desesperado, dio media vuelta; Ciaran le perdonó y entre los escombros humeantes aparecieron los niños sanos y salvos.
-Ahora -dijo Ciaran a su madre- voy a resucitar a Bruineach. 
-¿Sí?
-Si no estuviera seguro de que Dima ha escarmentado la dejaba donde está; pero ahora no hay cuidado.
Bruineach salió de entre los muertos y vivió muchísimos años después de su aventura.
Entonces reinaba en Mumu Oengus Mac Noid Froích, antepasado de los Eóganacht de Cashel, una dinastía que dio numerosos reyes al Sur de Irlanda. Fue él el rey de Cashel (la capital de Mumu) que se convirtió al cristianismo, bautizado por San Patricio. Se dice que también fué él quien cedió a San Enda las islas Aran para establecer su monasterio. A pesar de su conversión, son muchos los rasgos de paganismo que conservó, y según dice la tradición lo enterraron de pie, bajo el lecho de los reyes de Cashel. Era amigo de consultar a los druidas y de valerse de su ayuda mágica en las batallas.
Después guerreando murió en combate y sus enemigos también acabaron con su mujer.
Sus relaciones con San Ciaran no siempre fueron amistosas.
Apenas bautizado el rey, (ceremonia a la que asistió una muchedumbre y en la que se dio cita gran parte de la aristocracia del reino) un tal Mac Erca, aprovechando la confusión, birló el caballo de San Patricio.
El castillo de Cashel, en la actualidad. Muy posterior a San Ciaran, está en el emplazamiento del antiguo fuerte sagrado de los reyes de Mumu.
No tardaron en detenerlo y condenarlo a muerte; pero Mac Erca era de Osraige, es decir medio paisano de Ciaran, y el santo fue a interesarse por él. No logró que le perdonasen la vida más que a cambio de una multa elevadísima, que el santo pagó (no podía ser de otro modo) religiosamente. Y cuando quedo libre y a salvo el reo, la indemnización que había puesto San Ciaran se desvaneció en el aire.
-¿Qué es esto, Ciaran? ¿Yo te entrego un hombre de carne y hueso y tú me das a cambio oro y plata fantasmáticos?
-Así es toda la riqueza del mundo: vanidad y nada más que vanidad.
-¡Pues ya te voy a dar yo a ti vanidad!
Ante la amenaza, el santo extendió la mano y Oengus cayó al suelo, ciego y retorciéndose de dolor.
-Para que aprendas.
Uno de los monjes favoritos de Ciaran era el futuro San Cartago o Carthach; y como era sobrino del rey Oengus, intercedió para que fuese perdonado.
-Sufrirá ceguera hasta la muerte -dijo Ciaran- y dolor; pero no te preocupes, porque le queda poco sufrimiento. Está en las últimas.
Cartago insistió e insistió y San Ciaran acabó devolviendo la vista y la salud al rey, que desde entonces fue su amigo.









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