domingo, 18 de marzo de 2012

El cauce desviado

San Finnian de Moville fue el famoso maestro de San Columba que visitó Roma y regresó a Irlanda con un ejemplar de la Vulgata. El pillo de su discípulo pirateó el códice, según la leyenda, copiándolo en una sola noche. La copia pirata según se dice es el famoso manuscrito llamado Cathach, que aún se conserva. 
A este San Finnian (no es el único santo de su nombre) se le ha identificado repetidamente con otro irlandés, San Frigidiano, pero ya a principios del siglo XIX Lanigan, historiador de la Iglesia irlandesa, dejó patente la imposibilidad de que fuese la misma persona.
De San Frigidiano se cuentan hechos que no corresponden en absoluto a la vida de San Finnian.
Fra Filippo Lippi. la Virgen con ángeles, San Frigidiano y San Agustín. San Frigidiano, arrodillado a la izquierda del espectador.
San Frigidiano era del Ulster, como San Finnian, pero afirman sus biógrafos que era hijo de rey y que sus padres era paganos. Paul Guérin en Les petits bollandistes dice que su padre era el rey Ultache, que debe de ser confusión con el adjetivo ultach, "del Ulster". Otros le laman Ultonio, que es lo mismo pero en latín.
Según aquel mismo libro, se bautizó en secreto y peregrinó a Roma; a su regreso obtuvo de Dios la resurrección de su hermana muerta, lo que causó la conversión de sus padres, y fundó un monasterio cuya fama se extendió rápida y ampliamente. Tanto que, imposibilitado de continuar en Irlanda la vida recoleta a que aspiraba, por segunda vez puso el mar por medio y se retiró a Italia, donde se estableció en las soledades de una sierra a hacer vida de ermitaño.
Allí en aquellas no muy ásperas sierras, a decir verdad, tampoco tuvo suerte, que los lugareños, admirados de su santidad, solicitaron del Papa que se lo concediera por obispo. Y lo lograron.
Era Luca, en la Toscana, la diócesis.
Frigidiano se resignó a su suerte y aceptó como un sacrificio esa responsabilidad. Habría de cargar con ella durante veintiocho años.  
No eran tiempos fáciles. Luca tuvo que soportar las guerras entre los bizantinos y los godos y después la invasión de los longobardos, en parte paganos.
Frigidiano fue un gran constructor de iglesias: es fama que edificó veintiocho, una por cada año que estuvo en la cátedra episcopal. Él mismo trabajaba con sus propias manos: en una ocasión levantó con fuerzas sobrenaturales una piedra descomunal, que varios hombres a una eran incapaces de mover un milímetro.
Varios milagros suyos tienen que ver con las crecidas terribles del río Serchio, a cuyas orillas se alza la ciudad. Una vez, durante una de esas avenidas, aseguró a unos barqueros que fiándose en su garantía podían pasar el río, que con furia arrastraba hasta peñascos. Lo cruzaron, milagrosamente, sanos y salvos. Más de una vez amansó el ímpetu de las aguas haciendo ante ellas la señal de la Cruz.
El río Serchio a su paso por Borgo a Mozzano (Lucca)
Pero el milagro más famoso del santo lo narra San Gregorio Magno en sus Diálogos (III, 9). Desde siempre se había intentado canalizar el Serchio para alejar de las murallas de la ciudad su curso, indomable y de caudal caprichoso e imprevisible. Todos los trabajos que se habían emprendido para ello habían sido en vano. San Frigidiano, cansado de esta situación, se recogió un día en oración, caminó provisto de un rastrillo que él mismo se había fabricado hasta un codo del río, lo hincó en la corriente y la arrastró tirando de ella hasta donde le pareció que ya no era una amenaza para los muros de la ciudad. Allí lo soltó y su cauce quedó modificado para siempre desde entonces.
San Frigidiano arrastra el curso del Serchio. Predela del retablo Barbadori. Atribuido al Pesellino.
San Frigidiano, o Freddiano, como dicen los habitantes de Luca, murió un 18 de marzo, aunque la fiesta que más solemnemente y con más regocijo se celebra en la ciudad es la de la invención y traslación de las reliquias del santo, el 18 de Noviembre. 
Sucedió esto en tiempos de Carlomagno, y fue el caso que, recién enterrada en una iglesia una joven difunta, se la oyó gritar:
-¡Eh, eh! ¡Vosotros! ¡Sacadme de aquí!
Grande fue la alegría de todos, pero les duró poco, porque la muchacha les dijo:
-No echéis las campanas al vuelo, que no vengo a quedarme en este mundo. Sólo he vuelto a la vida para decir que me saquen de esta tumba y me pongan en otro sitio.
-¿Hasta después de muerta vas a estar con tus caprichitos? ¡Qué niña ésta! Pues ese sitio ¿qué tiene de malo?
-Lo que es el sitio en sí, nada. Pero me habéis colocado encima de un santo que no sufre apreturas ni es decente que esté yo echada encima de él.
-Si es verdad, lleva razón la chica.
-¡A ver! -dijo ella- Y que es San Frediano. ¡Ahí es nada!
Exhumada, se comprobó que estaban debajo las reliquias del santo irlandés y se las trasladó solemnemente.

   

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