martes, 22 de mayo de 2012

La antirrábica

La leyenda de Quiteria y de sus ocho hermanas, vírgenes y mártires como ella, es de las más repetidas en nuestra hagiografía y encuentra su autoridad en los cronicones de Dextro y de Julián, fuente de tantos fantásticos relatos piadosos.
Seguiré a uno de los primeros que lo refieren, Juan de Marieta en su Historia eclesiástica y flores de santos de España (1594).
En época desconocida (otros historiadores precisarán que en tiempos del emperador Adriano), era gobernador en Galicia "con veces y corona de rey" un pagano llamado Cathelio; Lucio Catelio Severo, precisará Pedro de Rojas en la Historia de la nobilísima, ínclita y esclarecida ciudad de Toledo.
Rodrigo Caro y Juan Tamayo de Salazar en su Anamnesis sive commemorationes sanctorum hispanorum medio siglo después, seguramente encontrando extraño el nombre, supusieron que se trataba no de Catelio, sino de C.Atilio, es decir Cayo Atilio.
Sin embargo, el nombre de Catelio no es excepcional en la onomástica latina ni, por cierto, en la materia de Bretaña. Un rey de ese nombre aparece en Monmouth y Catelio se llamó el fundador del reino británico de los Votadinos del Sur. Catelio, como Catulo, remite al mundo canino (al igual que los Maelgwn, Cynfael, galeses o el Conomor bretón), lo cual no es irrelevante, como luego se verá.
El gobernador Catelio, "ciudadano de Braga" donde estaba la capital de su virreinato (como dice el ingenioso Renales) busca una mujer de noble sangre y de altas prendas, Calsia (Casia, Calcia o Calpe en otras fuentes), de sangre real, y el matrimonio se traslada a Belcagia, después llamada Estuciana, ciudad cercana a Tuy, más agradable para vivir, que todos coinciden en identificar con Bayona, donde tenía, a decir de Renales, su audiencia: ciudad "populosa, fuerte, rica y bien abastecida".
Vista de Tuy. Grabado del siglo XIX.
Allí se produce la gran catástrofe cuando Calsia da a luz a nueve niñas de su primer parto. Podrá parecer raro, dice Marieta, pero ¿qué tiene de extraño para Dios hacer nueve hijas iguales si hizo nueve coros de ángeles en sólo un día? 
La mujer se ve enormemente abochornada, bien fuera por haber parido "tanta muchedumbre de mujeres" y ningún varoncito, bien por la creencia de que los embarazos múltiples eran consecuencia del adulterio, creencia nada extraña en la época medieval (como puede verse en esta correspondencia de Inocencio III en el siglo XIII) y mucho después, ya que Joseph Renales en Las nueve infantas de un parto se cree obligado a refutarla aún en 1736.
Y creencia muy antigua. Timothy Taylor, arqueólogo estudioso de los rituales funerarios, en su libro The buried soul apunta la sospecha de que algunos enterramientos prehistóricos que se han descubierto corresponden a personas sacrificadas por su parecido -gemelos, por ejemplo-, considerado como monstruoso o aciago para su comunidad. 
El de la madre que, avergonzada por un parto múltiple y la sospecha de adulterio correspondiente, abandona a sus hijos es un motivo folclórico que, con variantes, se repite frecuentemente. Es la leyenda del Caballero del Cisne, la del origen de la familia de los Güelfos (así llamados porque los llevaban a ahogar recién nacidos como cachorros, whelps  en inglés), se encuentra en el lay de Fresne de María de Francia... Existe un artículo de Samuel Armistead, "La tradición épica de las Mocedades de Rodrigo", donde se toca este asunto. 
Esto de ahogar a los perritos trae a la cabeza la tremenda maldición irlandesa: "Bás na piscíní ort!" ("¡Así tengas la muerte de los cachorros!") 
Las fuentes españolas sobre Catelio y Calsia se hacen eco repetidamente de la leyenda de Margarita de Holanda, que riñó a una mendiga por haber tenido gemelos, tildándola de promiscua, y en castigo parió ella trescientos sesenta y cinco niños de un parto.
Todos los varones fueron bautizados como Juan y las niñas como Isabela, pero tanto ellos como la madre murieron en veinticuatro horas.
¡Enhorabuena! Ha tenido usted 365 niños y niñas... Leyenda de
Margarita de Holanda. Grabado popular.
Calsia decide, pues, mantener su parto en secreto y ahogar a "toda aquella pequeña compañía", de lo que encarga a la partera (Sila, según las demás fuentes: Marieta no dice su nombre). 
Renales, en su libro, que es una colección de ejemplos y curiosidades mucho más amena de lo que podría temerse, afirma que tanta crueldad no se explica por motivos naturales, sino porque el Diablo, previendo la santidad de la prole, turbó la mente a Calsia para que abortase cuanto antes tan terrible peligro para el Infierno.
El libro del ingenioso Renales digo que está bien; pero es exagerado lo que se lee en un poema de sus preliminares:
"Digno es de eterna memoria
El ingenioso Renales,
Y la fama en sus anales
le cantará la victoria."    
Dice, pues, Renales que en el Ulla es donde habían de acabar su breve vida, pero como cae bastante lejos de donde sucedió el alumbramiento, es más probable que las quisieran echar al Miño, si estaban en Tuy o al Miñor si en Bayona. 


El río Miño por Tuy.
Pero Sila es cristiana y compadecida de las niñas las bautiza y las reparte entre distintas amas de "un barrio de cristianos" (es curioso cómo Marieta imagina la ciudad tardorromana de Belcagia como una ciudad medieval castellana, con su judería, su barrio morisco...).
Las niñas reciben los nombres de Geníbera (Ginebra, como la mujer de Arturo), Liberata (Librada, patrona de Bayona y de Sigüenza), Victoria (identificada por otros con Santa Victoria de Córdoba), Eumelia, Germana, Gema o Marina (pero no Santa Margarita ni Santa Marina la penitente, que engañó a todo el mundo haciéndose pasar por hombre durante su vida entera, como creen algunos modernos por despiste), Marcia o Marciana, Basilia o Basilisa y, por fin, Quiteria, que es la santa que me ocupa hoy. 
Las nueve princesas, nueve dechados de virtudes y hermosuras, se educan cristianamente, encomendadas a los cuidados de San Adón (nada sé de este supuesto obispo) y de San Ovidio, tercer obispo de Braga (esta noticia se encuentra, al menos, en Joseph Renales y Pedro de Rojas. 
San Ovidio de Braga. 
Y así transcurre apacible su infancia hasta que se desencadena una terrible persecución contra los cristiano y las nueve gemelas, famosas en toda la ciudad como es normal, son convocadas a la presencia de su padre, a quien le revelan su condición. Sorprendido como se puede imaginar y tan contento por conocer a sus nueve hijas como afligido y rabioso por encontrarlas cristianas y reas de muerte, llama a Calsia, la cual confiesa de plano y acoge a las hijas con extremos de emoción y amor materno. Pero las hijas no dejan de recordarle: 
-"¡Miserablemente nos echaste para que fuésemos manjar de los peces!"
Y los padres, enfurecidos, las mandan encerrar para que recapaciten.
En su prisión, Quiteria recibe la visita de la Virgen, que la consuela y anima y, según Tamayo de Salazar, le regala varios objetos: un vaso de esencias, una cruz, un anillo de pudor. Además, le concede el don de hacer curaciones milagrosas.
En medio de una luz cegadora, las puertas de la cárcel se abren y los prisioneros escapan, incluidas las nueve hermanas: no por miedo al martirio, que deseaban, sino (dice Marieta) para ahorrarles a sus padres el pecado que iban a cometer con su muerte.
Las hermanas se dispersan y Quiteria permanece en un monte, el monte Oria u Orial, cercano a Bayona, haciendo oración, hasta que un ángel se le aparece ordenándole marchar al valle de Eufrasia, Eufragia o Aufragia, que resulta estar en el reino de Toledo.
Santa Quiteria. paso procesional en Sorihuela de Guadalimar, Jaén.
Véase el perrito a sus pies. 
Entre tanto, Catelio y Calsia, hartos de las murmuraciones a que dan pie tantas visitas diurnas y nocturnas de Quiteria al monte, deciden casarla y optan por un pretendiente llamado Germán (o Gernado según el Flos sanctorum  de Villegas).
Llegada a Aufragia, Quiteria recibe nuevas revelaciones de su ángel. Se le dice que sufrirá martirio allí, que será enterrada en el Monte Columbino y que tendrá una horrenda visión donde se le aparecerá un ángel en figura de un noble anciano, un demonio en forma de perro para llevarse el alma del rey (¡otra vez los perros en la leyenda de esta santa! En cuanto al perro como animal demoníaco, ver Los demonios perrunos) y una fiera de tres cabezas (que no deja de recordar al perro infernal más famoso, Cerbero).
El valle de Aufragia pertenecía, según Tamayo de Salazar, al reino de los carpetanos, donde reinaba a la sazón Ludiván (según Marieta: Leuciano según las demás fuentes), al que le perdía la avaricia. Tenía, dice Marieta, una casa bajo las aguas de un río y en ella conservaba todos los tesoros de que había expoliado a los cristianos.
Quiteria, con un séquito de treinta mujeres vírgenes y ocho mozos, pide audiencia a Ludiván, que al enterarse de su religión los manda meter presos.
Las mazmorras se llenan de luz y de una fragancia exquisita, las gentes empiezan a concurrir por curiosidad y atraídos por los rumores de que allí se operan maravillas y se cura a los enfermos. Los carceleros se convierten, las cadenas se rompen, las puertas se abren y Ludiván, inquieto por tal desmadre, acude a tomar las riendas de la situación, pero queda ciego y sordo.
A la cabeza de miles y miles de seguidores, Quiteria regresa al valle de su futuro martirio, donde hace brotar una fuente de propiedades milagrosas.
Ludiván se rinde a la evidencia, se convierte y, lo que más le cuesta, devuelve a los cristianos sus bienes confiscados.
Mas como la felicidad nunca es duradera, hete aquí que se presenta Germán, el prometido de Quiteria, al mando de numerosa hueste, con el fin de llevársela y celebrar el matrimonio o darle muerte.
De entre los capitanes de Germán fue Dormián el que encontró a la santa, que estaba rezando metida en el agua de un arroyo hasta los pechos, como los ascetas irlandeses  (detalle que apunta Tamayo de Salazar). Furioso, le espetó:
-"¡Endemoniada rabiosa, epiléptica, yo te mato!"
Y de un golpe le cortó la cabeza.
Estas frases no son gratuitas porque Santa Quiteria es abogada contra la rabia y mordeduras de animales rabiosos, en lo que insiste Villegas. 
Llegaron en seguida los ángeles y le dijeron a la mártir:
-Levanta, vamos a tu sepultura. No seas despistada, no te vayas a dejar la cabeza.
La santa tomó la cabeza en las manos y salió caminando rumbo al lugar de su reposo en el Monte Columbino. Cristóbal Lozano y la mayoría de los españoles están de acuerdo en que el lugar de su sepultura es la actual Marjaliza (Toledo).  Otros sin embargo, como Marieta y Villegas, creen que está enterrada en Francia, en Aire sur l'Adour, lo que supone una marcha cabeza en mano mucho más considerable.
Aire sur l'Adour.
Santa Quiteria despierta más devoción en tres zonas: la del Sur de Galicia y Norte de Portugal, la del Reino de Toledo, que se extiende al Este hasta Sigüenza y la aquitana y Pirenaica.
Lo más sorprendente es la afirmación de Cristóbal Lozano en El grande hijo de David más perseguido y otros autores que se ocupan de este martirio: que tan sólo se lee de esta santa y de San Dionisio de París el haber caminado portando su cabeza, prodigio que bastantes santos han llevado a cabo.
No se aplacó con la muerte de Quiteria la furia de los paganos, que cometieron una auténtica matanza de cristianos por aquellos montes, hasta que colmada la paciencia divina los ejércitos enloquecieron, empezando los soldados a revolcarse por el suelo, a devorarse a sí mismos, "asombrados como si la Muerte se les apareciese delante" (Marieta).
Después, el ángel se le apareció a un hombre, llamado Estrancho, y le comunicó la masacre que acababa de ocurrir y que Dios le había hecho a él la merced de que enterrase a los difuntos.
Es de esperar que Estrancho fuese cristiano y devoto, porque si no maldita la gracia que debió de hacerle la merced divina.
Cuenta Pedro de Rojas que, andando el tiempo, también se convirtieron a la fe de Cristo y fueron mártires y santos Germán y su padre, Catelio y Calsia. Sila fue capturada y martirizada en la ciudad portuguesa de Tomar.
La leyenda de las santas nueve hermanas también se encontrará en la Antigüedad de la ciudad y Iglesia de Tuy de Prudencio de Sandoval y en los Anales de el reyno de Galicia de Francisco Xavier de la Huerta y Vega.
Todos estos libros de los que me he servido pueden consultarse en línea.

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