viernes, 11 de mayo de 2012

El mártir de su mujer

Mucho se ha escrito de San Gangulfo, en particular desde que Stercx y Sergent llamaron la atención sobre los numerosos elementos que la leyenda de este santo ha heredado de las antiguas creencias sobre el dios celta Lugu.
En estas entradas ya lo he mencionado repetidamente.
Lugu es el equivalente celta de Apolo (asegura Sergent), dios muy relacionado con los lobos; Gangulfo significa "Andar de lobo", exactamente como Wolfgang, que es el mismo nombre al revés.
Este santo se celebra el 11 de mayo.
La Vida de San Gangulfo, recogida en las Acta Sanctorum, según los recopiladores se remonta al siglo XI.
Hroswitha, la autora teatral de que ya he hablado (ver Cara sucia y mano limpia) le dedica un largo poema.
Según éste, Gangulfo, nacido de ilustre familia borgoñona, heredó la profunda fe de los suyos, puesto que "colgado de los pechos de su madre, cada vez que chupaba la leche, iba adquiriendo, reclinado sobre ellos, los misterios de la fe, mientras vivía de lo que tragaba".
Era esto durante el gobierno de Pipino, padre de Carlomagno.
Pipino el Breve. Miniatura del siglo XII.
Ya de mozo, mostró su aversión a los juegos, espectáculos lascivos y parrandas propios de su edad, así como su inclinación a la vida de soldado, por lo que, dadas sus prometedoras cualidades, Pipino le regaló una primorosa y valiosísisima armadura, no tan fuerte y preciosa -dice la Vida- como la armadura espiritual, interior, que lo defendía de la tentación y el pecado.
Lo casaron con una mujer de prendas comparables a las suyas por su sangre, hacienda y belleza, llamada Ganea. 
Cuando no estaba guerreando, se dedicaba al ejercicio de la caza en los espesos bosques de sus dominios.
Regresando una vez de una campaña militar, cansado y acalorado, encontró una fuente transparente y fresca como el hielo, que brotaba entre mullidas hierbas a la sombra de unos árboles, invitando al reposo. Allí se tendió, dejando pastar a su caballo, cuando se le acercó un paisano.
Rafael: el sueño del caballero (detalle).
-¿Qué, se está a gusto?
-En la gloria, sí, señor. El que tenga esta fuente (si es que tiene dueño) tiene un tesoro.
-No crea usted. Esta fuente es mía y de tesoro nada. Malamente vamos tirando. Mejor sería tener unas perras.
-Fácil: ¿por qué no me la vende?
-Hecho.
El campesino quedó contentísimo comprendiendo que aquél era un soldado forastero que estaba de paso y se iría para no volver, dejándole dineros y fuente. Pero no le salieron las cosas como pensaba, porque al marcharse Gangulfo el manantial se secó.
Cuando Gangulfo vino contando el negocio que había hecho, su mujer se tiraba de los pelos:
-¡Pero tú estás atontado! ¿Qué habré hecho yo para que me casen con semejante bobo? Y ¿cuándo vamos a ir a beber del agua, me quieres decir? ¿O la vas a mandar traer en cántaros? ¿O poner una cañería?
Pero una vez que hizo falta el agua, Gangulfo plantó un báculo en el suelo y al sacarlo, del hueco brotó la fuente. Se sabía que era la misma que había comprado por la frescura, claridad y sabor, que en toda la comarca no había otra igual.
Aquella fuente, que dicen que aún existe, tiene eficaces propiedades medicinales.
Su mujer despreciaba a Gangulfo por santurrón y por no hacerle ni caso con tanta cacería y llegó a aborrecerlo con toda su alma.
Cierto capellán de la casa, al que no le habían pasado desapercibidas las muchas cualidades de la señora, supo aprovechar la oportunidad. 
Surgió la pasión. A hurtadillas al principio. Pronto, la mujer, sin poder contenerse, iba gritando su felicidad a los cuatro vientos. 
Tanto que el marido no tuvo más remedio que enterarse. El dilema en que se encontraba era tremendo. La adúltera era merecedora de castigo, pero vengándose como era su deber, Gangulfo propalaba su deshonor, ya bastante divulgado, y por si fuera poco se hacía responsable de una muerte.
Una vez, paseando solo con ella por el campo, le dijo como quien no quiere la cosa:
-¿Sabes que las malas lenguas van diciendo de tí unas cosas horrorosas?
-Pues ¿qué cosas?
-Nada: que estás liada con el cura y que os veis abiertamente y lo sabe todo el pueblo.
La mujer, oyendo esto, empezó a lamentarse de la desconfianza de Gangulfo, que daba crédito a tan infames chismorrerías, y a protestar de su inocencia y de su honor, con toda clase de juramentos y batimanes, como es costumbre de las mujeres ("more muliebri").
-Entonces te dará igual hacer una pequeña prueba -dijo Gangulfo-: meter la mano en esa fuente y sacar del fondo una piedrecita; si lo consigues, comprenderé que no se te ha pasado por la cabeza hacer nada malo.
-¡Ahora mismo!  
Esto recuerda vivamente a la ordalía que dio origen, en Irlanda, al río Bóand, de la que hablé en la entrada Antigüedad de Dahut. Paul Sébillot en su magno libro sobre el folklore de Francia reseña varias fuentes que conservaban en sus tiempos este mismo carácter judicial para determinar la inocencia de las mujeres en tales deslices.
La mujer culpable, pues, metió el brazo hasta el codo en el agua, pero he aquí que al sacarlo la piel se le fue desprendiendo de la carne, como un guante, hasta quedar colgando de la punta de los dedos.
Por este motivo, San Gangulfo es patrón del gremio de los guanteros y zapateros. Una más de las semejanzas, añadida a la de su infelicidad conyugal, de Gangulfo con Lugu, que según el Mabinogi estuvo ejerciendo durante algún tiempo ese oficio. Otros santos zapateros y herederos de Lugu son Crispín y Crispiniano.
Tampoco hay que perder de vista los contenidos sexuales implícitos tanto en el guante como en el desuello (dígalo Gilda).
Si las sirenas llevasen guantes...
Dibujo publicitario de finales del siglo XIX.
Ganea ya se veía pasada a cuchillo, pero para su alivio y sorpresa, Gangulfo sentenció:
-Merecerías que te matase, pero no me voy a manchar las manos con un crimen por ti. Quédate tu dote y buen provecho te haga: no quiero nada tuyo. No me volverás a ver el pelo.
Recogió Gangulfo sus cosas y emigró a otra provincia donde se dedicó a sus buenas obras.
Ganea y su amante, libres del marido, se entregaron a sus amores con mayor fuego y libertad que antes, pero sin poderse librar de una sorda inquietud. ¿Y si al abobado de Gangulfo se le encendía una lucecilla de inteligencia y volvía a vengarse?
-Mientras esté vivo ese besugo no voy a vivir tranquila. Si me quieres, líbrame de este peso.
-Pero ¿cómo?
-¡Hijo! Pues dándole mulé... ¡¿Te lo piensas!?
-No, no... No hay más remedio.
El capellán se enteró bien de las costumbres de Gangulfo y de su servidumbre. Una noche que el desdichado estaba durmiendo solo, se introdujo en su alcoba y descolgando la espada  que pendía a la cabecera, descargó un golpe terrible sobre él. Pero Gangulfo despertó y se incorporó sobresaltado, conque el tajo, en vez de cortarle la cabeza, le hirió profundamente en un muslo. La herida en el muslo, sustituto eufemístico de la castración, tiene abundantes paralelos en la literatura artúrica desde el Libro del Graal, donde aparece una y otra vez.
El rey pescador herido en el muslo. Miniatura del siglo XIV.
El cobarde del cura, sin pararse a comprobar el éxito de su crimen, huyó a todo galope.
La herida era mortal pero Gangulfo pasó varios días de suplicio antes de morir mártir.  
Ganea y su cura celebraron por todo lo alto la hazaña del malvado clérigo. El capellán se encontró de pronto algo cansado y con necesidad de retirarse un momento; y mientras Ganea lo esperaba en su mullido lecho, arrojó (como el heresiarca Arrio) las entrañas mezcladas con un chorro de sangre y podredumbre, de modo que (dice la Vita) muriendo inconfeso cayó derecho de la letrina de la casa a la cloaca del Infierno.
Muerte del antipapa León, defensor del arrianismo, que sufrió el mismo
fin que el hersiarca. Mientras los demonios le sacan el alma por la boca,
expulsa las entrañas por el otro extremo. Semur-en-Brionnais.

http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/4/4b/F09.Semur-en-Brionnais.0350.JPG?uselang=es 

Entre tanto, conocido el asesinato del pobre Gangulfo, tan querido en su tierra natal, se le organizaron solemnes exequias a las que asistió una gran muchedumbre atraída por la santidad del mártir.
A una de las criadas de la viuda inconsolable (por la muerte del cura), en su ingenuidad, se le ocurrió comentarle a su ama lo emocionante del acto y la multitud que había acudido conmovida al sepelio del santo, a quien ya se le atribuían milagros.
-Ese tarado -dijo furiosa-, para que lo sepas, era tan santo y tan milagroso como mi culo.
Y al pronunciar esta última palabra "dedit sonitum turpe modulamine factum" (en palabras de Hroswitha), es decir que  se le escapó un retumbante viento. Y este fue el castigo de su sacrilegio; porque desde aquel día, cada vez que abría la boca le sucedía lo mismo.





No hay comentarios:

Publicar un comentario