jueves, 11 de febrero de 2016

Santidad, sexualidad y muerte (The singing-men at Cashel)

A fin de cuentas, si la reacción del rey Cormac mac Cuilleanáin ante el espectáculo nunca visto de la desnudez femenina fue un tanto exagerada, que cogió las de Villadiego corriendo a macerarse las carnes en la soledad de su oratorio (ver El terror a la mujer...), ¿seremos nosotros quién para echarle su miedo en cara? 
Ya se lo dice a sí mismo Brassens en la canción de La première fille (La primera mujer): 
"On a beau faire le brave, quand elle s'est mise nue
Mon coeur, t'en souviens-tu, on n'en menait pas large" 
("Ya puede uno ir de valiente: cuando se desnudó,
corazón mío, ¿te acuerdas?, no le llegaba a uno la camisa al cuerpo"...) 
El terror de Sigfrido ante Brunilda. Ilustración
de Arthur Rackham.
Si el mismísimo Sigfrido, ilustre matadragones, quedó temblando como una hoja ante el pecho descubierto de Brunilda -"Das ist kein mann! (¡Esto no es un hombre!")"-, bien podemos dar la razón a Karen Horney cuando afirma que ese terror es de los más universalmente repartidos. Porque además, añade, la mujer ante el varón teme por su integridad física, pero la herida del varón es en el orgullo. Y esa humillación al agriarse produce resentimiento y hostilidad.
Los santos de Irlanda no podían constituir una excepción.
Adán y Eva. Relieve en la cruz de Kinnity, erigida
probablemente por Flann Sína, el padre de la reina Gormlai.
Foto: zepherb, procedente de Wikimedia Commons.

En aquel mismo Glendalough donde tuvo lugar el primer traumático encuentro de la reina Gormlai, la mujer de Cormac mac Cuilleanáin, con el sexo varonil, el fundador de la que llegaría a ser verdadera ciudad monástica (como aparece en la novela The singing-men at Cashel, de Austin Clarke), san Kevin -Caoimhghin en irlandés-, se había instalado siglos atrás en una pequeña y eremítica celda. Pero sucedió que una mujer se enamoró de él; y la manera que se le ocurrió de demostrarle su cariño a aquel tipo hirsuto fue acudir regularmente a adecentarle y humanizar su morada anacorética y ferina.

Esto ya lo he contado en otro sitio hace poco (ver La mujer pez entre India e Hibernia), pero es una de mis leyendas preferidas. Continúo.
Yo no sé si las lugareñas de Glendalough desplegaban el celo limpiador de la arquetípica mujer actual. Pero me la imagino zorreando los pocos y pobres enseres del santo sin miramiento para los valiosos códices, sacando brillo a alguna antigua calavera de meditar y levantando nubes de polvo con la escoba sin dejar de tararear algún cantarcillo de la época, como aquello de: 
"Críde é,
daire cnó,
ógán é,
pógán dó!",

(Él, mi corazón,

bellota del robledal,
es un mocito:
¡un besito para él!)
Tentaciones de San Antonio,
Lieven van Lathem
Todo ello, como se ve, incompatible con el recogimiento y la oración. El solitario, sabedor de que algo tentador y diabólico acecha siempre agazapado en la feminidad, le prohibió ásperamente que volviese a dar la lata, pero ella se marchó sin dar su brazo a torcer y pensando que de cuándo acá es pecado la limpieza.
Cuando otro día san Kevin, de regreso del gélido lago donde pasaba largas horas en remojo rezando los salmos se la encontró haciéndole la cama con una canción en los labios, le dijo hoscamente:
-Anda, hija, quítate la ropa y túmbate en la cama. 
Ella obedeció presurosa.
-Fan go bhfeicfidh tú (Espera verás). ¡Esto va a ser mano de santo!
Y agarrando un manojo de ortigas que tenía en un rincón para sus penitencias, le aplicó unas vigorosas friegas sin dejarse conmover por sus quejas y protestas.
-Vuelve por otra.
-Este santo -rumiaría ella camino de casa, restregándose y con lágrimas en los ojos- está resultando durillo de pelar, pero como me llamo Catalina -Caitlín se llamaba, en efecto- que cae. ¡Vamos, que cae!...
Aquí viene el brusco y lamentable desenlace. Porque al poco tiempo, al levantar la vista de su lectura, san Kevin se la topó de nuevo. Yo la veo pasando el polvo de algún estante, acaso restregando la madera con enérgicos meneos
Esa vez el santo no dijo nada: la agarró sin más y la arrojó al lago. Nunca se la volvió a ver con vida ni sin ella, aunque dicen que a veces se la oye cantar y se adivina en el agua el reflejo de sus ojos.
Pues de esta escuela salía el el sabio, el espiritual e inocente marido de Gormlai...
Más atrevido fue san Brendan, como cuenta el Martirologio de Oéngus
San Brendan supo que otro santo, san Suithin o Scuithin, dormía cada noche con dos doncellas "de pechos puntiagudos" (chorrchíchecha). ¡Serían como la de nuestro romance: "las teticas agudicas / que el brial quieren romper"...! 
Y sin embargo, noche tras noche quedaba intacta siempre su pureza. 
Brendan quiso probar fortuna.
Scuithin lo acogió amablemente y mandó que le preparasen la cama donde solía acostarse él. Brendan se retiró y aparecieron al poco tiempo las risueñas muchachas con el cuenco de las faldas lleno de brasas que esparcieron por el suelo de la estancia. Sus vestidos no se habían chamuscado siquiera, signo milagroso de castidad.
-¿Qué hacéis? ¿Esto para qué es?
-No sabemos -contestaron ellas-. Esto lo hacemos todas las noches. ¿Vamos a la cama?
Brendan se acostó con una doncella a cada lado y no podía pegar ojo con el calentón (lasin elscoth). ¡Venga a dar vueltas!... ¡Venga a dar vueltas!
-¡Pero, padre! -dijeron las mozas- ¡Esto no está bien! Ese que duerme aquí todas las noches ni se entera de que estamos nosotras y se queda frito como un bebé. ¿No quieres darte un chapuzoncito en la tina de agua helada que tiene ahí para sus oraciones? ¡Igual te venía bien! Él se mete dentro muchas veces a rezar...
-¡Bah, no vale la pena, hijitas! ¡Para estar padeciendo...! ¡Quién me mandaría a mí!... Mejor dejarlo. ¡No hay duda de que es mejor santo Scuithin que yo!
Al despedirse, Brendan le preguntó a su amigo:
-¿Cómo te las arreglas para mantenerte siempre con la cabeza fría y libre de las tentaciones?
-Porque cuando duermo tengo dos guardianas que velan mi sueño y que me protegen de esos males: la Esperanza y la Caridad.
Tentaciones de san Antonio (detalle), Cornelis Massijs.
-¡Pues para ser virtudes teologales -pensaría san Brendan- a mí me han parecido de carne y hueso, y de carne muy bien colocada sobre el hueso...!
Tanta era la pureza de San Scuithin que su cuerpo era capaz de grandes prodigios, como el de caminar sobre las aguas. Un día iba cruzando a Britania san Finbarr (Finbarr es el santo de los que se llaman Barry) en su barco cuando se lo encontró.
-¡Eh, Scuithin! Dios te bendiga, ¿que haces andando por encima del agua?
-¿Agua? ¡A mí esto me parece un prado de flores bien sencido! Mira, toma una: ¡qué bonita! 
Y sacando una hermosa flor de entre las olas, se la regaló a Finbarr. De ahí, por cierto, le vino su nombre de Scuithin o Scoithin, Scothinus en latín, porque "flor" se dice en irlandés scoth, todavía para ponderar la excelencia de algo dicen que es "den chéad scoth", "de la primera flor.
Finbarr aceptó el obsequio, pero sin convencerse:
-¡Que no, hombre! ¡Que esto es el mar! ¡Mira verás!
Y hundiendo un brazo en el agua, pescó un brillante y lustroso salmón, que le tendió a Scoithin.
-Bueno: ¡nos quedaremos cada uno con su parecer!
-Me parece muy bien. ¡Adiós!
Este milagro llegó a oídos del fabulador Álvaro Cunqueiro, que lo relató en un artículo recogido en el libro Laberinto y Compañía
El milagro de san Scuithin debió de llamarle la atención porque no es un milagro cristiano. Desde el mismo Jesús, muchos santos cristianos han caminado sobre las aguas. Algunos santos irlandeses lo han hecho así. Sin duda los habrá que hayan transformado en lagos y mares lo que fueron llanuras y valles, y al revés como en la profecía del apocalíptico brasileño: "Então o sertão virará mar e o mar virará sertão!"
Pero lo que no ha hecho ninguno, que yo sepa, es que el mar sea de verdad tierra firme sin dejar de ser mar. Como dice el poeta Denis Florence McCarthy:
"And how Scothinus walked upon the waves,
which seemed to him the meadow's verdant sod!"
"Y cómo Scoithin anduvo sobre las olas,
que le parecían la tierra de de los prados, verdeando..."
Y eso mismo es lo que sucedió cuando Bran mac Febal, que iba en su barco, se cruzó con Manannán mac Lér, el dios marino, que estaba paseando tranquilamente con su carro por las praderas oceánicas. 
Tiene mucho de los héroes paganos este Scoithin, como su pariente san Ailbe, el niño lobo, que según el sabio O'Hanlon era su primo...
La visión aterradora de la desnudez femenina, de la de su propia esposa, a la vez que espanta induce a seductora tentación al rey Cormac, en la novela de Clarke. La cabellera tendida a la espalda descubre unos pezones menudos, morenos, erectos (como los que le proporcionaron su noche de insomnio a san Brendan), "como ansiosos de proteger a su dueña del frío de la noche". En el azoramiento de la sorpresa, se tapa la cara, exponiendo el resto del cuerpo. La voz, algo ronca del susto, es de miel y por un instante Cormac piensa, por sugestión diabólica, que aquella es su legítima esposa y que bien podría sin pecado dejarse arrastrar al "febril abandono de la medianoche, a la tibieza de los miembros entrelazados por la mañana". Pero el cristiano monarca huye, y en su fuga lo acompaña el ejemplo de san Enda.
Ya he contado la conversión de san Enda, otro príncipe santo (ver El desengaño de un príncipe). Es una historia que parece sacada de una comedia de santos del Siglo de Oro. Enda, príncipe joven, apuesto y aguerrido, se encapricha de los encantos de una muchacha. Acaso haya espoleado su deseo el hechizo de lo prohibido porque la doncella es novicia y precisamente en el convento cuya abadesa es la hermana mayor de Enda, la que siempre le ha servido de mentora y sabido reprenderle con severidad cuando ha hecho falta. Conociéndola, el voluntarioso Enda le entra con prudencia y buenas palabras.
-Hay una novicia en tu convento que me tiene perdido de amores. Dale permiso para que nos casemos.
-Mal asunto es levantarle la novia a Dios.
-Dale permiso, créeme, si no quieres que ocurra cualquier disparate y caiga sobre tu conciencia; porque no sé de lo que soy capaz.
-En todo caso, lo suyo es preguntarle a ella.
-Me parece justo. La semana que viene vendré a saber la respuesta.
La abadesa convocó a la novicia y le preguntó:
-¿Qué prefieres, di: seguir constante en tu intención y entrar en religión o volver al siglo y casarte? Te advierto que te ha salido un partido inmejorable.-No valgo yo para casada, como no sea con Cristo.
-Está bien: me alegro de que creas eso. No te preocupes, yo me encargo de todo. Ahora vete a acostar que mañana será otro día.Días después, Enda volvió al convento, ansioso de de ver a la novia y hablarle.
-A ver, ¿dónde tienes escondida a esa maravilla? Di que la traigan, que no aguanto un minuto más.
-Ven tú mejor. Está en su celda esperando.
La historia se repite. Conversión de san Francisco
de Borja
, Muttoni della Vecchia.
Pero cuando el rey se precipitó a la celda, encontró a la novicia entre cuatro cirios, con la cara velada.
-¿Qué broma de mal gusto es esta?
-Has llegado tarde, hermanito.
-¡Oh, qué aspecto tan horrendo!, ¡Qué palidez cadavérica! ¡Qué ojos hundidos, en sombra, y qué nariz afilada como un cuchillo! ¡Qué dientes que le asoman! ¡Tapa, tapa, que me da escalofríos!
-¿Ves eso? Pues es de lo que te había hecho enamorarte Satanás. Si no llego a tomar cartas en el asunto...
¡Qué juego de espejos y de espejismos tan barroco edifica Clarke en la escena de la huida de Cormac, cargada de sombras y resplandores infernales! Cormac ve a su mujer a la clara luz de las velas, como una criatura luminosa hecha de tinieblas por arte diabólica (ella, que se ha desnudado y, cansada, se ha tapado un instante la cara con las manos, no ha llegado a verlo a él). Pero en el espejo de esa situación sobrecogedora, Cormac ve a Enda viendo los despojos de lo que fueron sus amores, y en él la miseria y la nada del siglo... La maldad intrínseca e insondable de la sexualidad, visión dolorosa que por distintos caminos han llegado a compartir el marido y la mujer.


Vanidad, Luca Cambiaso.






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