viernes, 9 de marzo de 2012

Los mártires del hielo

Tiempo atrás, en la entrada La cabeza del Bautista, hablé algo de Pulqueria, que fue regente de su hermano Teodosio II y a la muerte de éste subió al trono imperial, primero sola y poco después con su marido Marciano. Matrimonio que no se consumó puesto que Pulqueria había hecho voto de castidad a los quince años.
Durante tres noches seguidas, a Pulqueria se le apareció en sueños San Tirso.
San Tirso. Imagen venerada en Villafranca del Bierzo.
Venía a advertirle que junto a él estaban enterrados cuarenta mártires de mucho mérito y que yacían en el olvido. Que se rescatasen sus reliquias y se les diese el debido culto. 
Incluso acudieron al sueño de la emperatriz los cuarenta mártires, ataviados con esplendorosas vestiduras.
He aquí la historia de las reliquias.
Los terrenos de la iglesia donde se encontraba San Tirso habían pertenecido antaño a una señora de la herejía pneumatómaca (ver La cabeza del Bautista) llamada Eusebia. Ésta conservaba como su mayor tesoro unas cenizas de los cuarenta mártires de Sebaste. Tenía ella con ciertos frailes correligionarios la confianza suficiente para compartir con ellos el secreto y les encargó que, a su muerte, la enterrasen con la cabeza junto a la arqueta de las reliquias. Así lo hicieron; pero para aprovechar ellos la santidad de los restos y que nadie se los disputase, levantaron un modesto templo de ladrillo sobre el enterramiento y a la vez hicieron un pasadizo secreto que los conducía discretamente a la cripta relicario.
Una amiga íntima de la dueña de las cenizas, de su mismo credo pero mucho más rica, murió también, dejando dicho en sus últimas voluntades que quería ser enterrada junto a su amiga. Su viudo, sin saber nada de las reliquias, queriendo a su vez descansar junto a su mujer cuando le llegase la hora, compró los terrenos, derribó la iglesuela de ladrillo, levantó una más suntuosa en honor de San Tirso y enterró allí a su difunta mujer.
De todo esto había pasado tanto tiempo que ya no quedaban monjes macedonios. Sólo se encontró a un hombrecillo muy anciano que había sido criado de ellos en su mocedad, pero que no quería soltar prenda y había perdido casi del todo la memoria. Por suerte, del entierro de la otra, que había sido un acontecimiento social, sí se acordaba más gente. Se cavó junto a su sepulcro y se encontró el de Eusebia con el preciado relicario. 
Los restos fueron depositados en otro mucho más suntuoso y llevados en procesión solemne a la iglesia de San Tirso. 
Las reliquias pertenecían a los cuarenta mártires de la legión XII Fulminata, condenados a mediados del siglo IV en la ciudad de Sebaste (Armenia Menor: hoy Sivas, Turquía) a pasar una noche desnudos sobre un lago helado. Esto, dicen las actas que se recogen en las Acta sanctorum, sucedió siendo emperador Licinio (el predecesor de Constantino) y gobernador de Capadocia Agricolao. 
Era una noche invernal de helada y de cierzo. Y en tierra (dice San Gregorio) tan fría que ni se da la vid; el labriego a veces ara los campos cubiertos de nieve y el segador tiene que ceñirse bien las vestiduras para que no se las lleve el viento helado (los dos discursos de San Gregorio Niseno sobre los cuarenta mártires, en griego con traducción latina, se encuentran en la Patrologia graeca de Migne).
Los cuarenta mártires de Sebaste. Marfil del siglo X.
Este género de muerte habían ideado los idólatras crueles por ser más duradero, sigue diciendo Gregorio, puesto que el frío es lento y perezoso por naturaleza, como se ve por los animales de índole fría y húmeda, que son más tardos y morosos que los calientes y secos.
Junto al lago se habilitaron unos baños calientes para aquellos soldados cristianos que quisieran apostatar; uno cedió a la tentación ("penoso Judas entre los mártires"), pero fue sustituido entre ellos por uno de los que estaban al cargo de los baños, que allí mismo se convirtió y espontáneamente se unió a los condenados, despojándose alegremente de sus vestiduras.
Cierto es que había visto a los ángeles bajar del Cielo repartiendo dones a los reos, como en una entrega de condecoraciones.
Y además el desertor, no bien entró en contacto con el agua caliente, por el contraste de temperaturas, cayó fulminado de un ataque (voy a caer en el chiste fácil: ¿no era la XII legión Fulminata?).
Basilio de Cesarea, escribiendo una homilía sobre estos mártires -recogida asimismo en las Acta sanctorum, además de en Migne-, pone en su boca (ellos también tenían un extraño sentido del humor, que se encuentra a veces en los mártires -recordemos a San Lorenzo protestando por estar demasiado hecho de un lado- pero también en otros condenados a muerte) estos conceptos:
-Si vamos tapados es por culpa del Pecado Original, que si no iríamos en cueros como nuestros primeros padres; y gracias a que nos desvestimos ahora recobramos la gloria que perdimos entonces. Por la Serpiente nos vestimos y por Cristo nos desnudamos.
-Soldados desnudaron a Cristo en el Calvario y Cristo ahora desnuda a los soldados: ¡uno con otro, en paz!  
-Ahora bailamos de frío con las plantas de los pies descalzas en el hielo, y es preludio de lo que vamos a bailar después en los coros angélicos. ("calentamiento", diría un deportista de hoy).
Los cuarenta mártires de Sebaste. Mural paleocristiano. Catacumba de santa Lucía, Siracusa, Sicilia. Desgraciadamente los mártires están en la parte picada.
Y los soldados en el lago -dice San Gregorio Niseno, antes de recrearse espeluznantemente en la descripción de los síntomas de la congelación- jugaban y bromeaban como en unos baños públicos. 
A la mañana siguiente, una hoguera estaba preparada para hacer los cadáveres cenizas y tirarlas al río. Uno de los mártires había resistido a la helada. Su madre, que estaba presente, cogió el cuerpo medio vivo y lo echó al carro de los muertos. Combinación rara de instinto materno, protector, y convicciones religiosas graníticas: ¡mejor quemarse un ratito en Sebaste que una eternidad en el Infierno, si por casualidad lo revivían y convencían de abjurar!
Y así, dice San Gregorio Niseno, hechos materia de llamas, santificaron al propio fuego con ser arrojados a él. Porque la espada flamígera del ángel a los malos veda la entrada del Paraíso; a los buenos, puesta en las espaldas los empuja y azuza a él. 
Las cenizas fueron arrojadas al río, pero el obispo de la ciudad recibió en sueños la orden de recogerlas; acudió al río y vio que sobrenaturalmente flotaban y resplandecían sobre las aguas pudiendo ser pescadas por algunos fieles. San Gregorio dice poseer una parte, cerca de la sepultura de sus padres en su finca de Ibora (junto a la actual Turhal, Turquía). Y cuenta que una noche, siendo joven, como se mostraba remiso a preparar unas ceremonias en su honor, porque tenía (cosas de mozos) otros asuntos más divertidos a qué atender, se le aparecieron los soldados en sueños armados de varas y dispuestos a darle una buena tunda, de la que le libró uno de los mártires más comprensivo con la ligereza de la juventud. El santo se arrepintió de su remolonería con amargas lágrimas. 
El culto a los mártires de Sebaste fue pues antiguo, tanto en Oriente como en Occidente, y prueba de ellos es que el Santoral de Óengus les dedica la estrofa entera correspondiente al nueve de marzo:
Bás cethorchat míled
Co mórslóg ba shorchu,
Día túargaib fri hilchu
Grian il-luc dub dorchu.


La muerte de cuarenta soldados
Con el gran ejército más resplandeciente,
Para el que se levantó entre vítores
El sol, en un lugar sombrío, negro.


El santoral irlandés alude aquí a un episodio maravilloso que no aparece en los textos orientales: que el sol salió bajo las aguas del lago, calentando a los mártires e imposibilitando su ejecución, hasta que, hartas, las autoridades tomaron la decisión de sacarlos del hielo, partirles las piernas y quemarlos vivos. A este propósito cita un poema:
Cethracha míled, monuar!
Tair ro chuirid il-loch n-uar,
Taithnigh dóibh grian mét mbrotha,
A n-ichtar in mórlocha.


A cuarenta soldados, ¡ay de mí!
En oriente metieron en un lago helado,
Para ellos brilló un gran sol cegador
En el fondo del gran lago.


Por motivo de su número y de la época en que cae su festividad, los cuarenta mártires de Sebaste simbolizan los cuarenta días de cuaresma y los cuarenta días de ayuno de Cristo en el desierto.
La travesía del invierno o del desierto cuaresmal tiene por meta la floración primaveral de la Pascua. Por eso discursos y poemas sobre estos mártires juegan repetidamente con las antítesis de invierno y primavera, hielo y fuego, sombra y luz, noche y día, muerte y resurrección.
Y se viene a la cabeza la estrofa de Apollinaire en La chanson du mal aimé, poema precisamente presidido por la inagen heráldica del Fénix resurgente de sus cenizas:
"J'ai hiverné dans mon passé
Revienne le soleil de Pâques
Pour chauffer un coeur plus glacé
Que les quarante de Sébaste
Moins que ma vie martyrisés"...
En esta versión "a lo profano" de la leyenda, el poeta ansía la salida del marasmo sentimental y vital en que se ve sumido, buscando el sol de un nuevo amor que reviva con su fuego el corazón arrecido.
A continuación, las dos maravillosas estrofas evocadoras de la pasada estancia en la oscuridad infernal, siempre a través de metáforas acuáticas y fluviales:
Mon beau navire ô ma mémoire
Avons-nous assez navigué
Dans une onde mauvaise à boire
Avons-nous assez divagué
De la belle aube au triste soir (...)
Diluvio universal, detalle. William Miller.


Voie Lactée ô soeur lumineuse
Des blancs ruisseaux de Chanaan
Et des corps blancs des amoureuses
Nageurs morts suivrons-nous d'ahan
Ton cours vers d'autres nébuleuses


No dejan de mantener presente el eco, con sus impresiones de láctea, nívea blancura  en fondo de negrura abisal, del martirio de los legionarios, desnudos en la nieve, sobre el cristal en la noche helada. Y esta profundidad sombría y glacial abre paso de pronto al estallido primaveral en la idílica, ingenua, rústica simplicidad de las estrofas siguientes:
C'est le printemps viens-t'en Pâquette
Te prometer au bois joli
Les poules dans la cour caquètent
l'aube au ciel fait de roses plis...
Donde se mezclan en armonioso maridaje la exultación pascual que enardece al cosmos todo y la gozosa vitalidad pagana:
"Mars et Vénus sont revenus
Ils s'embrassent à bouches folles...
Marte, Venus y Vulcano. Boucher.







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