miércoles, 21 de marzo de 2012

El desengaño de un príncipe


Don bith ba mór mbúadae
Benedict balc áge,
For óenlíth, ler slúagdae,
Endae airdirc Árne.

En el mundo fue grande en victorias
Benito, fuerte columna;
En la misma festividad, mar de huestes,
El claro Enda de Aran.

En esta estrofa del Santoral de Óengus dedicada al 21 de Marzo se nota la voluntad de comparar a San Benito, "abad supremo de los monjes de Europa" -de la tierra firme- como indica la nota, con San Enda, un Benito marino, oceánico, que es a su vez un mar. Un mar enviando sus oleadas de hombres y de saber hacia la tierra firme.
Ler, el nombre antiguo y poético del mar que aquí utiliza Óengus, es también el del dios irlandés del mar. En airdirc, "claro, visible" se reconoce uno de los nombres celtas del ojo, derco.
La Vida latina de San Enda está recogida en las Acta sanctorum y en las Vitae sanctorum Hiberniae  de Plummer.
San Enda era príncipe, hijo de Conall Derg (Conall el Rojo), rey de Airgialla, reino fundado en tiempos legendarios al sur del Ulster por tres hermanos llamados Colla. Conall Derg descendía de uno de ellos, Colla Da Críoch.
La madre de San Enda, llamada Aebhfhinn ("Blanca Presencia") o Brig (según otros), era hija del rey de los Ard Ciannachta, que vivían en la costa Este, en el límite de Ulster (Ulad) y Leinster (Laiginn).
San Enda no tuvo hermanos, sí hermanas: Fanchea, Lochina, Carecha y Darenia.
De todas ellas, Fanchea (Santa Fanchea, con festividad el 1 de Enero), monja, que era una mujer de una belleza arrebatadora, fue la que tuvo una influencia decisiva sobre él.
Al morir Conall Derg, el joven Enda, nada más subir al trono tuvo que enfrentarse a una incursión enemiga, que repelió con éxito. 
Durero. Soldados irlandeses. A pesar de ser tipos de la época de Durero, se cree que su atuendo no cambió mucho desde la alta Edad Media.


Y al pasar al frente de sus tropas entonando sus himnos triunfales cerca del convento de Fanchea, dijo ésta a las hermanas:
-Esa voz es la de un hijo del Cielo; y sin embargo sus horrendas vociferaciones ofenden a Cristo.
Y saliendo al paso a su hermano:
-No te acerques: ¿no ves que estás contaminado por la sangre de los que has matado?
-¡Qué dices! Yo he heredado el reino de nuestro padre y tengo que defender esa herencia; por eso matar a los enemigos no es pecado, sino obligación. Y otros pecados no tengo.
-Nuestro padre ¿sabes dónde está? En el Infierno, y ésa es la herencia que te va a quedar como sigas así.
-¡También tú tienes cada cosa...!
-Luego no vengas diciendo.
Un rey en el Infierno. Fra Angelico, El juicio final (detalle).

Los consejos de Fanchea no dieron resultado de inmediato y Enda se dirigió a ella un día pidiéndole que diese licencia a una de sus monjas, doncella de sangre real y casi tan guapa como la propia Fanchea, para salir del convento y casarse con él.
Fanchea consultó con la hermana:
-Mejor partido no lo hay -le dijo-: ahora, tú piénsate si quieres un esposo carnal o a Cristo.
-A Cristo.
-Me parece que has elegido bien. Ahora a la cama, que es hora.
Enda se presentó por la mañana temprano, impaciente:
-¿Qué ha dicho?
-Ven, vamos a verla.
La monja estaba acostada; Fanchea la destapó: era cadáver.
-¡Qué pálida está y qué estropeada! ("diformis est nunc et pallida nimis").
-Ésta es la cara que tanto te gustaba.
-Ya. Pues...
-¡Amigo!, así te verás también tú...
-Calla, calla.
Pero no se calló, sino que seguió predicándole y predicándole hasta que lo hizo llorar y adoptar la firme decisión de hacerse fraile.
Los que venían con él, creyendo que le había dado una locura repentina y pasajera, querían llevárselo a la fuerza, pero a una señal de la hermana se les quedaron los pies pegados al suelo y tuvieron que resignarse.
Enda se entregó con ardor a la vida monástica, trabajando de hortelano y de administrador.
Pero un día habían entrado unos enemigos en una de sus correrías por el reino y se retiraban con su botín perseguidos por los soldados de la tierra. Enda que lo vio, agarró el primer palo que encontró y salió tras los invasores.
-¡Eh, Enda, Enda! -gritó su hermana- ¡Mira lo que tienes en la cabeza!
Enda se llevó la mano a la cabeza.
-¡Ahí va! ¡La tonsura! Se me había olvidado completamente.
-Será mejor que cambies de aires. Aquí no va a haber manera de que te olvides de quién fuiste. Y no vuelvas hasta que no llegue hasta aquí la fama de que eres un santo.
Y así, Enda marchó a Gran Bretaña y a Roma.
Una vez, unos peregrinos que venían de allí le contaron a Fanchea de la santidad de su hermano, sin saber con quién estaban hablando.
Ella decidió hacerle una visita y pidió a tres hermanas que la acompañasen.
-Pero no llevéis nada superfluo, que Dios proveerá.
Llegadas a la playa, Fanchea extendió sobre las olas el manto, que se atiesó como una tabla en que se montaron y empezaron a navegar. Pero al poco tiempo, un pico del manto se empapó y ablandó y la monja que estaba encima se cayó al agua.
-¿Qué llevas en esa mochila? ¿Qué es esto? ¡Una palangana!
-¡Para lavarse: a ver!
-Pues bien que te has lavado. Anda, tira eso.
Durero, Baño de mujeres. Detalle.

Fanchea echó al mar la palangana y el manto se puso duro otra vez para que pudiese subir la monja a bordo.
Aquella palangana tuvo su historia. Porque volando, volando, llegó hasta Santa Monina (o Darerca) que estaba en Irlanda, la cual se la encontró y la conoció, comprendiendo lo que había sucedido. Y se puso a rogar a Dios que les permitiese a las monjas viajeras quedarse con aquella vasija y además otra que les regalaba ella, en que solía beber. Ató las dos y las lanzó al agua, de modo que en poco tiempo alcanzaron a las navegantes.
-Esto ha sido cosa de Monina. Nos quedaremos la palangana dichosa, pero la jarra de ella, de ninguna manera. 
Dejó Fanchea la jarrita en el mar; apareció volando un ángel y la recogió para devolvérsela a la remitente:
-Dile a Monina que muchas gracias de verdad, pero que no necesitamos jarritas.
-Descuida -dijo el ángel-; se lo digo de tu parte.
-Que no es por hacerle un desprecio, ¿eh?
Llegaron a Roma. Enda se había hecho un monje tan severo que no quería ver ni a su propia hermana, por ser mujer, y con una tupida tela por medio Fanchea le dijo que volviese a Irlanda, que ella regresaba por su lado, en el manto flotante. Murió por el camino, con gran dolor de las hermanas. Al llegar las monjas a la playa, vieron que las esperaban dos ejércitos armados hasta los dientes, y era que los de Laiginn y los de la provincia de Mide estaban dispuestos a llegar a las manos para llevarse el santo cuerpo a su tierra.
-Hagamos lo de siempre: pongamos el cuerpo en un carro, y que Dios guíe a los bueyes adonde sea servido.
Aquí sucedió un estupendo milagro: los de Laiginn vieron el carro arrancar hacia su tierra y salieron en procesión detrás; pero era una alucinación. Mientras tanto, el verdadero carro, seguido de los de Mide emprendía camino hasta que los bueyes, fatigados, se pararon junto a un monasterio y se pusieron a orinar copiosamente. Allí surgieron dos fuentes milagrosas y curativas, donde empezaron a acudir peregrinos.
Es un motivo folclórico muy frecuente por Europa este de los arroyos o ríos originados en la orina de algún personaje de leyenda.
Un año después, Enda llegó a Irlanda.
Entonces reinaba en Cashel Oengus mac Noid Froích (ver las dos entradas sobre San Ciaran), cuñado de Enda, casado con su hermana Darenia.
En realidad, Oengus a la que había querido por mujer era a la hermana más guapa, Fanchea, pero como no hubo manera, se contentó con la otra, que tampoco era nada fea.
Enda le pidió a su cuñado la isla de Aran Mór para fundar su monasterio. 
Islas Aran. Ganado pastando.


Oengus prefería darle otras tierras más céntricas y ricas. Nunca había estado en aquella costa remota y no quería donar unas tierras que ni siquiera había visto. Enda lo llevó al campo e hizo que por milagro la superficie donde estaban ambos se elevase como una altísima torre desde donde se alcanzaba a ver la isla. A Oengus le gustó, dijo que era digna del santo y se la dio. Enda, haciendo de una roca una barca, cruzó el mar hasta la isla con sus monjes.
No estaba desierta, pero a la llegada de san Enda los habitantes, paganos de la nación Corcu Mruad, huyeron aterrorizados. Enda echó al mar unos caballos del rey local, que tenía allí pastando, y que pudieron salvarse milagrosamente llegando a nado a otra isla. 
Parece que San Enda adopta aquí rasgos del dios del mar, Ler, al que mencionaba al principio. Ler, como Poseidón, es un rey que manda en los caballos; sus caballos son capaces de galopar y tirar de carros sobre las olas del mar. Ler también tiene su centro sagrado en una isla. Y no sería la única isla dedicada a Ler que posteriormente se cristianizase con una abadía: existe el precedente, en Galia, de Lérins.
Unos sacos de trigo, que el rey le mandó por burla a ver si le llegaban nadando también, alcanzaron su destino arrastrados por ángeles sobre las olas; y viendo tanto prodigio el rey de la isla se convirtió.
Con San Enda habían venido de Roma dos monjes amigos suyos, San Helveo San Pubeo, a quien se dice que le habían ofrecido ser papa y no quiso; y entonces cogió el puesto San Hilario. Pues entre estos tres no se sabía a cuál le correspondía ser abad del nuevo monasterio de la isla, y estaban discutiéndolo cuando vinieron por el cielo tres aves de blancura cegadora portadoras de unos dones para Enda: unos Evangelios y una casulla. El Cielo lo designaba así como abad.
Otros dicen que los regalos los trajo un ángel: y es que Enda tenía amistad y familiaridad con ellos. 
Ángel con libro. Evangeliario de Banberg, siglo XI.


Uno, una vez, partió en dos con su espada flamígera un gran farallón para abrir paso a los barcos que querían atracar en la isla.
Otra de las mejoras que hizo en la comarca fue la expulsión de una bestia monstruosa que devoraba los ganados.
Enda era un abad severo. Probaba a sus monjes de la siguiente manera: cogía una de esas barcas irlandesas hechas de mimbre forrado de cuero y le quitaba la piel. La botaba al mar y hacía montar a los frailes por turno. Si entraba una gota de agua en la barca, era que había pecado el que estaba dentro. Esto le sucedió al cocinero del convento.
-¡Confiesa tu pecado!
-¡Confieso! Yo mojé una sopa de pan en el caldo del de al lado estando en el refectorio.
-¡Quedas expulsado del monasterio! Vete a tierra firme y ya te avisaremos cuando tu pecado esté expiado.
Otra vez les dio hospitalidad un buen labriego y no teniendo qué darles de comer, hizo el sacrificio enorme de matar para ellos uno de los dos bueyes con que labraba. Uno de los frailes se negaba a probarlo, porque era día de abstinencia.
-¡Ingrato! ¡Remilgoso! -le regañó el abad- Mira lo que te digo: tú comerás caballo y morirás atragantado con él, y ese caballo lo habrás robado tú.
Y así se cumplió en efecto.
El monasterio fundado por san Enda fue un semillero de santos que difundieron su saber y virtudes por toda Irlanda. Allí estudiaron San Ciaran de Cluain mac Naoise (Clonmacnoise), San Finnian (maestro de san Colum Cille), el propio San Colum Cille, San Breandán o Brendan, el santo viajero, San Iarlath, San Cartago de Lios Mór y otros varios. 






No hay comentarios:

Publicar un comentario