viernes, 17 de septiembre de 2021

La princesa de Lochlann y otras historias de Ben Edair

    Solía el rey de Irlanda Conn Cétchathach, viudo y triste, recogerse en la soledad de Ben Edair; y allí tuvo lugar su encuentro con Becuma Cneisgel, causa de su decadencia final y de su apartamiento del trono (ver entrada anterior). 
    Y es que Ben Edair, llamado Howth en inglés, no es un sitio cualquiera sino un lugar sagrado en el que tienen lugar muchos episodios de la antigua epopeya de los héroes irlandeses.

El mar en Ben Etair. (Wikipedia)

    En Ben Edair existía un síd, que es como llamaban los irlandeses a las moradas subterráneas de sus antiguos dioses, los Tuatha dé Danann, que solían estar marcadas por túmulos megalíticos. Y en Ben Edair vivía una serpiente monstruosa con la que acabó el héroe Fionn mac Cumhail, al que dio fama mundial Macpherson con el nombre de Fingal, padre de Ossian (Oisín en irlandés). De hecho, era aquel uno de los terrenos de caza favoritos de Fionn y de sus guerreros, los fianna
    En una ocasión -según cuenta el Acallam na Senórach, donde se recogen abundantes historias del ciclo de aquel héroe-, entre los cazadores que lo acompañaban en Ben Edair había uno extranjero: Artúir mac Benne Brit. Esto es, Arturo, hijo de Benn el Britano: quién sino nuestro famoso rey Arturo, hijo de Pen(dragón). Arturo era un gran cazador. En Francia incluso se le identifica con la figura mítica del Cazador Nocturno, cuyo fantasmal cortejo se llama en algunos lugares “la chasse Arthur”, la cacería de Arturo. En otros sitios, el que la encabeza es Hellequin –“rex Herla”, en palabras de Walter Map-, o el mismísimo Odín según dicen, que andando el tiempo acabaría brincando por las ferias y carnavales oculto tras la figura de Arlequín. 

La caza fantástica, por Johann Wilhelm Cordes

    Pero a lo que vamos. A este Artúir o Arturo Fionn le encomendó que se desplegase en la playa con sus hombres para detener en su huida a todo ciervo que pretendiese escapar a nado. Sin embargo los planes de Arturo eran otros. Al término de la montería, se echaron en falta tres perros. Por todas partes se los buscó sin éxito. Fionn pidió su jofaina de oro, se lavó la cara, se metió el pulgar en la boca y se tocó el Diente de la Sabiduría. Fionn tenía un diente que, cuando se llevaba el pulgar a él, le revelaba cualquier secreto. Cómo llegó a tener esa virtud el diente aquel de Fionn mac Cumhail es una larga historia, que queda para otro día. 
    -¡Ya me lo temía yo! – exclamó Fionn- ¡A los perros se los ha llevado Arturo, cruzando el mar, a Britania! ¡Hay que ir tras ellos! 
    Y envió en persecución de los robaperros a nueve de sus hombres, ¡de los mejores! Entre ellos estaban su antiguo enemigo Goll mac Morna, el gran Cailte, dos de sus hijos y su propio nieto, Oscar, e incluso un nieto del Dagda, rey de los Tuatha Dé Danann. Mucho le iba a Fionn en el rescate, porque no eran aquéllos tres perros del montón. Magnífico era Adnuall, el primero; pero los otros dos, Bran y Sceolaing, eran sus propios primos. ¿Cómo es esto posible?
    No es difícil. Veamos. Había dos hermanas, Tuirne (apodada Uirbél, o sea ‘Boca Afilada’) y Muirne, nietas de uno de los más importantes entre los Tuatha Dé Danann: Nuada. Pero no está claro si era Nuada Necht, el dios acuático, Nuada Airgetlam, que tenía un brazo de plata (porque perdió el suyo en una batalla), o si en realidad estos dos Nuadas eran un solo personaje. Muirne, contra la voluntad de su padre y la del rey (que era precisamente Conn Cétchathach), huyó con el guerrero Cumhal y de ellos nació Finn mac Cumhail. Tuirne le fue concedida al rey -o al hijo del rey- de los Dal nAraide, la más importante nación del Ulster, que se llamaba Iollan Echtach. No muy buena espina les debía de dar a los suyos esta unión, cuando exigieron que se nombrase al gran guerrero Lugaid Lága como garante del bienestar de la novia.
 
Fionn con sus perros en un cuadro de Nikolai Abildgaard.

    Y era el caso que el del Ulster ya tenía otra mujer y muy poderosa, Uchtdelb, hija del dios Bodb y nieta también del Dagda. Roída por los celos, esta se vengó de la advenediza transformándola en perra con un toque de su varita druídica. En el momento de su metamorfosis, Uirne ya llevaba en su vientre gemelos, hijos de Iollann: y esos fueron los perros Bran y Sceolaing. Lugaid Lága, que había empeñado su honor en la felicidad de Uirne, cuando se enteró de la mala pasada, deshizo el efecto del encantamiento devolviéndole la forma de mujer. Pero sus hijos, que nunca habían tenido vida humana, se quedaron como estaban. Andando el tiempo, Uirne se casaría con Lugaid. Así cuentan la historia una balada recogida en el Duanaire Finn (colección de baladas medievales de tema osiánico), el relato Feis Tighe Conáin Chinn-sléibhe (La fiesta en casa de Conán de Ceann-sléibhe) y el breve texto Di maccaib Uirrne Uirbél (Los hijos de Uirne Boca Afilada). 
    La expedición enviada por Fionn mac Cumhail llegó a Britania, donde encontró a Arturo cazando con los nuevos miembros de su jauría. 
    La materia de Bretaña enseña que era poseedor de varios perros extraordinarios, entre los cuales era su favorito Caball –que significa ‘caballo-, así llamado por su rapidez y gran tamaño.

El rey Arturo con sus perros. Mosaico de la catedral de Otranto.

    Los fianna no perdieron el tiempo, recobraron lo robado y dieron muerte a todos los que participaban en la montería excepto a Arturo, al que se llevaron preso. Oscar no permitió que lo tocaran y lo protegió con su propio cuerpo. A los demás los decapitaron para llevarse las cabezas como trofeo. Añadieron a su botín un caballo y una yegua magníficos; gris atigrado y con brida de oro el macho, baya la hembra y con brida de plata. De esta pareja procedieron todos los caballos de los fianna, que hasta entonces no los habían tenido. Y Arturo quedó formando parte de la mesnada de Fionn. 
    En otra ocasión, mientras estaban cazando en Ben Edair, vieron los fianna venir en un barco a una mujer de porte regio que encabezaba a un grupo de nueve nobles damas, cargadas de tesoros. Llegada adonde estaba Fionn, se presentó como Aífe, hija de Alb, el rey de Lochlann. ¡La historia se repetía! (ver la entrada anterior). Esta Aífe –llamada La de los Ojos Grandes- estaba casada con Mál mac Aeil, príncipe de Escocia, hijo del rey Aeil mac Domhnall Dubhloinsigh. 
    Sucedía que por la corte de Escocia solían pasar muchos poetas o juglares de otras tierras cantando las hazañas de Fionn mac Cumhail y sus guerreros, y a fuerza de oír sus alabanzas, Aífe se había enamorado perdidamente de uno de ellos, Mac Lugach. Así que una mañana que su marido estaba de caza, se había dicho: “¡Esta es la mía!” y, ni corta ni perezosa, había cogido a nueve de sus doncellas y arramblando con cuanto había podido de su hacienda había embarcado en busca del elegido de su corazón. 
    Llegó a sentarse junto a Fionn y le contó sus propósitos.
    -Conque Mac Lugach, ¿eh? ¡Pues me alegro! Porque Mac Lugach es mi nieto. ¡Sí, sí! ¡En fin: de chico era una buena pieza, no había manera de meterlo en cintura! Pero ahora que ha sentado la cabeza no hay otro como él. Ya verás: ahora que venga de la caza. 
    Fionn le tenía mucho cariño a Mac Lugach porque era a la vez su abuelo materno y paterno. Dáire Derg, hijo de Fionn, durante una fiesta en Tara y con una trompa memorable encima, lo había engendrado en su hermana Lugach. El nacimiento había sido celebrado con gran júbilo por los fianna
    Mac Lugach se hizo esperar aquella noche. Cuando llegó a la tienda de su abuelo, todos los demás estaban esperándolo a la mesa y Fionn le había guardado un sitio a su lado: a su otro lado, Aífe, que ya había sido presentada a los guerreros. 
    -En mis manos se ha puesto –dijo Fionn a su nieto, tras repetirle el relato de la princesa- y de mis manos la entrego en las tuyas. 
    -Y yo la acepto –dijo Lugach. 
    Desde esa noche, Aífe y Mac Lugach vivieron felices un año, al cabo del cual los fianna vieron llegar a las huestes de Escocia que venían, con una flota de ciento cuarenta barcos, a llevarse a su princesa. En presencia de ella, que quiso asistir a la batalla, se trabó el combate. Fue una terrible matanza. Mac Lugach, finalmente, dio muerte al príncipe escocés en pelea cuerpo a cuerpo, sin que nada estorbase ya en adelante su unión con Aífe. 
    Está claro que los gaélicos resolvieron el conflicto mucho más expeditivamente que griegos y troyanos cuando se enfrentaron al suyo, que les costó diez años de guerra. Por su parte, Aífe, la Helena de esta pequeña Ilíada irlandesa, resulta desde luego una figura más decidida que la de la reina de Esparta, traída y llevada de un lado a otro por el destino y por los hombres que le servían de ejecutores. Relatos como este han dado pie a la idea de que en las sociedades célticas (si tal cosa ha existido) correspondía a la mujer un papel de mucho mayor importancia que entre griegos y romanos o en nuestra Europa medieval. Pero conviene ser prudente a la hora de deslindar lo que hay de historia y lo que hay de mito o sencillamente de fantasía en cualquiera de estos relatos antiguos. 

Ossian visto por Paul Duqueylar.

    Y de vuelta a Ben Edair. Estaba un día de cacería –para variar- Fionn mac Cumhail con los suyos en el cerro que luego se llamó –ahora veréis por qué- el Cerro de la Carrera, cuando vio, en medio del monte, a una mujer que parecía estarle esperando. Abrochaba su manto orlado de púrpura con un broche de oro y se sujetaba el cabello con una diadema de lo mismo. 
    -¿De dónde has venido tú? –le pregunto Fionn 
    -De Ben Adair. 
    -¿Cómo te llamas? 
    -Etain la Rubia, del síd de Ben Edair. Y he venido a retar a una carrera a los fianna
    -Correrás bien, ¿eh? 
    -Ya lo creo. Pondremos la meta en Ben Edair, si os parece. 
    Partieron pues: dos mil hombres de los fianna en pos de la fantástica mujer, y tras larga carrera llegaron llegaron a Ben Edair y entraron en el síd, donde fueron espléndidamente acogidos por su dueño, Aed. Se les lavaron los pies y se les dio de comer y de beber. 
    -Esa –dijo Fionn señalando a una mujer que, con una taza de plata en la mano, iba sirviendo bebida de unas grandes tinas- es la mujer que nos ha retado a una carrera hasta aquí. 
    -¡Qué va a ser esa! ¡Si esa es la que menos corre del síd
    -Pues ¿quién era? 
    -Otra, Bé Mannair, nuestra recadera. Es capaz de transformarse en lo que quiera, en escribanillo del agua o en otro animal, aunque sea grandísimo, y muchas veces tomando la forma de cualquier persona, ya sea hombre o mujer, la suplanta en el lecho de su amante, ¡ja, ja!, y así nos enteramos nosotros de muchos secretos. 
    -¡Pues habrá que andar con cien ojos! 
    -Ya te digo; y ni por esas. Pero esta que tú dices no se ha movido de aquí. Mientras vosotros estabais corriendo, ella aquí, sirviendo bebida y bebiendo. 
    -¿Y cómo se llama? 
    -Etain. Por más señas, que es hija mía. Y está enamorada de uno de los vuestros. 
    -¿De cuál? 
    -De Oscar, hijo de Oisin. 
    -¡Ah!, mi nieto. 
    -Sí. Y a ella se le ha ocurrido el ardid de la carrera para atraeros aquí porque necesita vuestra ayuda. El caso es que ha pedido su mano vuestro rey, ofreciendo en pago de ella dos ricas provincias y, por si me parecía poco, su propio peso en oro y plata. 
    -¿Y por qué no se la has concedido? 
    -Porque ella al que quiere es a Oscar y no al rey. 
    -Al rey le ofenderá verse rechazado y se pondrá furioso. Nuestras relaciones con él son tensas. 
    El rey de Irlanda era a la sazón Cairpre Lifechar, hijo de Cormac mac Airt, nieto de Art mac Cuinn y bisnieto de Conn Cétchathach (ver la entrada anterior). Era un rey poderoso, aunque no tanto como sus célebres antepasados. 
    -¿Prestarás ayuda a los jóvenes? 
    -Bueno –dijo Fionn-; pero nosotros no tenemos las riquezas que tiene Cairpre. Etain, ¿qué pides tú por tu matrimonio con Oscar? 
     -Que prometa no dejarme si no lo mereciere mi mala conducta; y para esto que se nombren garantes. 
    -Así se hará. 
    Y tras veinte días de estancia en el síd de Ben Etair, los esposos se instalaron en la colina de Almu, donde tenía su fortaleza Fionn mac Cumhail. 

La colina de Almu en la actualidad (Wikipedia)

    Como era de prever, el rey Cairpre reaccionó con ira y marchó contra los fianna en son de guerra. Allí se trabó la batalla llamada de Ben Etair, en la cual Oscar fue malherido. Y una noche, Etain, que había ido a velar el sueño de su marido, vio cómo había perdido aquel aspecto regio que la había enamorado. Rompió a llorar a voces con tales extremos de pena que el corazón “se le cascó dentro del pecho como una nuez”, como dice el Agallam na Senórach. Y la llevaron a enterrar al síd de su padre, en Ben Edair, donde aún se enseña su tumba, que en realidad es un sepulcro megalítico. 

La tumba de Etain, en una antigua litografía.

    Samuel Ferguson –que es el padre del renacimiento cultural irlandés de finales del siglo XIX (ver Los hermanos más distintos)- sin embargo, en su poema La tumba de Aideen, (es decir, de Etain, escrito a la inglesa) sitúa su muerte en otra batalla distinta, en la que Etain participó como otra combatiente más, y la evoca radiante en 
    “Such thrill of free, defiant pride 
as rapt her in her battle car 
at Gavra, when by Oscar’s side 
she rode the ridge of war”… 
    ¿Qué batalla es, pues, esta de Gavra (o Gowra, o Gabhra)? Su historia es la que sigue. 
    Cairpre tenía una hija, llamada Sgeimhsholas. Era rubia, de modesto continente y de dulce mirada. Y vinieron a pedir su mano de parte de Maolshechlainn Ó Faoláin, que era hijo del rey de los Déisi. 
    Estos Déisi eran un pueblo de cuyos orígenes poco se sabe. Estaban esparcidos por distintas partes de Irlanda. Se dice que provenían de extranjeros a los que se había permitido asentarse mediante el pago de un tributo, y eran vasallos de otros reyes, que es lo que quiere decir déisi. Pero con el tiempo llegaron a hacerse poderosos y hasta a establecer colonias en Britania. De una familia déisi nacería Brian Boru, que logró reinar sobre Irlanda entera: pero para eso todavía quedaban muchos siglos. 
    Los fianna y la monarquía siempre se habían visto con mutuo recelo. No podían los reyes tolerar de buen grado la presencia de una poderosa fuerza armada que no respetaba su autoridad y hasta la desafiaba, ni los fianna aceptar la voluntad real de disciplinarlos y someterlos. Los fianna vieron en estos esponsales una ocasión de hacer patente su poder frente a la corona. Y así, exigieron a Cairpre el pago de un descomunal tributo por la boda de su hija: ejercer sobre ella el derecho de pernada o en su lugar veinte lingotes de oro. 
    Lo del derecho de pernada u otros usos similares en la antigua Irlanda, fuese más o menos realidad o fantasía (aparece en su épica medieval repetidamente), era algo famoso por Europa. ¿No llega hasta Cervantes, que lo trae en el Persiles en la historia de Transila, la que tuvo que huir a lanzazo limpio de “tan prodigiosa costumbre”? Pero aunque estuviese bien establecida, no le sentó bien a Cairpre el atrevimiento de Fionn mac Cumhail y se negó a sus pretensiones. Replicó este que si el rey no pagaba, se cobraría él, no contentándose con menos que la cabeza de la inocente princesa. 

Etain en la batalla de Gabhra, según una ilustración del siglo XIX.



    Esta gota colmó el vaso. Cairpre convocó a los demás reyes de la isla, bastante escamados ya todos con la arrogancia de los fianna, y coaligados declararon la guerra a Fionn mac Cumhail. Este reunió a sus tropas tañendo el Barr Buadh, la Trompa de la Victoria, y marchó al combate aunque los enemigos le superaban treinta veces en número. Goll mac Morna, recordando su antigua enemistad con el linaje de Fionn, abandonó (dice la versión más corriente de esta historia) las filas de este para luchar hombro a hombro con el rey. 
    La batalla se libró en la montaña de Gabhra y duró, encarnizada, sin que la victoria se decidiese por ninguno de los bandos hasta que el rey Cairpre, traicioneramente, traspasó el corazón de Oscar con una lanza que le arrojó por la espalda. Oisín y Fionn cayeron deshechos en llanto sobre el cadáver y los fianna, desconcertados, abandonaron la que había de ser su última batalla. Ambos ejércitos quedaron diezmados. La mayoría de los grandes guerreros de Fionn mac Cumhail cayó en aquella ocasión, y aunque el triunfo quedó por los del rey, el propio Cairpre perdió la vida en el combate. Allí acabó para siempre la historia de los fianna

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