domingo, 20 de marzo de 2016

Divagaciones selváticas y la serpiente de bronce

No hay modo de esquivar a san Marbhán en las novelas de Austin Clarke.
Marbhán, junto al novelesco rey Guaire, hace las veces de los antiguos druidas, combatiendo a los poetas gorrones con sus propias armas. Y los derrota imponiéndoles una búsqueda casi imposible, una "demanda": no la de un vaso místico, como los caballeros de Arturo, sino la de un poema perdido siglos atrás. Marbhán se convierte así en el sostén de la soberanía, consejero y tabla de la salvación del monarca.
El joven Arturo entre Merlín y su padre adoptivo, en un
grabado dieciochesco.
Marbhán es a Guaire lo que Merlín es al rey Arturo. Al filólogo James Carney, al que ya me he referido varias veces en estas entradas, no le pasó la coincidencia desapercibida. Y a esta pareja de videntes sumó al rey loco Suibhne Géillt, "Suibhne (pronunciar "Suiñe") el loco". Pues el adjetivo gwyllt, equivalente del irlandés geillt, suele calificar en los textos galeses a Merlín: Myrddyn Wyllt. Ahora bien -arguye Carney-, geillt no puede ser una forma originariamente irlandesa porque al galés gw- corresponde en irlandés f-. A Gwrgust corresponde Fergus. A gwlad, flaith. A gwyl -del latín vigilia-, féile. Lo que quiere decir que el Geillt irlandés fue tomado del galés. Y si se tomó el nombre, ¿por qué no el personaje? Por qué el rey Suibhne no iba a ser una adaptación irlandesa del Merlín (Myrddyn) galés?
Si Marbhán salva in extremis el trono de su hermano Guaire ante el acoso de la pedigüeñería bárdica y la proverbial prodigalidad regia, Merlín es el auténtico creador de la monarquía artúrica. 
En la posterior construcción teleológica y monumental del ciclo de la Demanda del Graal, imponente y aéreo como una catedral gótica (la comparación proviene de Zumthor), Merlín es piedra angular sobre la que reposa toda la estabilidad del edificio. Sin las artes de Merlín, sencillamente, no habría sido concebido Arturo ni habría materia de Bretaña. Él es el mago alcahuete que injerta a la estirpe de Arturo en el árbol de la soberanía, representada por Ygerna, haciéndola yacer por engaño con Uter, llamado después Uterpendragón. 
Uterpendragón, miniatura del siglo XIII.
Por el Libro de Merlín sabemos que Ygerna ya había tenido un primer marido antes del duque de Tintagel. De los tres tuvo hijos... Tres maridos, curiosamente, como la reina Gormlai de la leyenda irlandesa. Anne Berthelot, anotando la edición del libro publicada en la colección La Pléiade, señala que es como la soberanía, que siendo siempre la misma va pasando de rey en rey... Arturo, el hijo concebido en aquella noche de magia y muerte, volverá a entroncarse en ese mismo linaje al yacer con su media hermana Morgana, futura mujer del rey Loth, engendrando en ella a Mordred. El nombre de Ygerna, no sé con qué fundamento científico, se ha relacionado con el de Irlanda, Éire, procedente de una antigua forma *iwerjion-. Y es de notar que varias diosas de la soberanía en Irlanda llevaban nombres que se aplicaron a la isla, como Fothla y Banba.
Sin las artes de Marbhán, por cierto, no habría Táin bó Cuailgné ni ciclo del Ulster, que es el núcleo esencial de la épica irlandesa.
Así que son dos sabios generadores de tradiciones literarias. Marbhán obliga al archipoeta Senchán Torpéist a descubrir el texto perdido de la Táin bó Cuailgné. Para ello, Senchán tiene, nada menos, que sacar a un muerto de la tumba mediante conjuros y hacerle recitar el poema entero, los hechos en los que él mismo participó. Es como si Menéndez Pidal, valiéndose de un médium, hubiese invocado al espíritu de Martín Antolínez para que le dictase el Cantar de Mío Cid.
Merlín, por su lado, según cuenta el Libro del Graal, de vez en cuando desaparece y se reúne en el bosque con el ermitaño Blas, que lo crió en su infancia y tiene encomendada la misión de poner por escrito sus hazañas, que son la gran gesta del Graal. Blas, al dictado, las pone en el pergamino y ese mismo texto, como se encarga de repetir una y otra vez el Libro del Graal, es el que el lector tiene en la mano.
El ermitaño Blas, grabado de Wenceslaus Hollar
Es de notar, de paso, que la Táin pertenece a una época donde la oralidad impera plenamente. El espíritu resucitado recita; el poeta va memorizando a medida y repetirá de viva voz su cuento decorado. El ciclo del Graal, en su estado definitivo, es, como digo, una colosal edificación gótica. Ya pertenece a la edad de la escritura. Merlín dicta a un escriba que recoge sus palabras fielmente, para que las gentes del futuro las puedan oír leer. 
Tanto Merlín como Marbhán son salvajes, es decir selváticos, criaturas del bosque. El Libro de Merlín explica claramente, en el caso de este, el porqué: "par la nature de celui de qui je fui engendrés car il n'a cure de nule compaingnie qui de par Dieu soit" ("por la naturaleza de aquel por quien fui engendrado, ya que no le importa la compañía de nadie que tenga que ver con Dios"). 
Hay que recordar que Merlín es hijo de un demonio. 
Este es el cuento: Los diablos se reunieron en cabildo y pensaron que un hombre con sabiduría y poderes diabólicos, pero naturaleza humana, sería de gran ayuda en sus planes de perder a la Humanidad. Pero ¿cómo hacerlo?
Uno dijo: 
-Yo no crío esperma ni, por lo tanto, puedo fecundar con él a ninguna mujer. Si lo tuviera, otro gallo cantaría. Porque, no es por presumir, pero hay una que la tengo loquita y haría por mí lo que le pidiese.
-Pero algunos sí podemos, ¿qué te crees? -saltó otro- Tú ve preparando el terreno y cuando llegue el momento quítate de en medio y dejas vía libre al que sea capaz...
-¡Vaya: esto no es justo: unos levantan la liebre y otros la llevan a casa!
-Hermano, todo sea por el proyecto.
Asegura el Malleus maleficarum que  no hay demonio que pueda engendrar por sí mismo criatura en ninguna mujer. Lo que hacen, dice su autor, es inseminarlas artificialmente, habiendo antes recogido la simiente de un hombre. Para esto o bien adoptan forma de mujer y yacen con él, o bien recogen el producto de una polución nocturna, acaso instigada por ellos mismos. Después, un incubo se encarga de fecundar con ella a una mujer. Es, sin duda, el trasiego por tantos intermediarios diabólicos el culpable de que la criatura engendrada de un esperma en principio normal suela salir monstruosa y con su punto de diablura.
Sea esto como sea, el demonio estéril se aguantó y cumplió bien su cometido. 
En el infierno reina un orden estricto y se respetan escrupulosamente la jerarquía y la cadena de mando. Para eso es el Infierno y por eso es el reino del Caos.
A fuerza de calamidades y disgustos que descargó sobre ellos, llevó al suicidio a su enamorada y al marido de ella, que en su frenesí mató a su hijo pequeño. De tres hijas que quedaban, con la inestimable ayuda de una celestina, emputeció a dos, de las cuales una acabó en la hoguera y la otra rodando de burdel en burdel. Esas por lo menos se lo pasaron bien mientras pudieron. Pero la última, la mayor, era virtuosa y se resistía. 
-Tú eres tonta de capirote -le reñía la hermana pequeña-. ¿Tú sabes lo que te estás perdiendo? Que sepas que de esta vida lo único que vas a sacar en limpio es el gusto que le des al cuerpo. ¡Cacho lila!
Lovis Corynth, Bacantes
Una noche, llegó a casa su hermana con una cuadrilla de trapisondistas borrachos y empezaron a burlarse de ella por estrecha y mogigata. De las burlas pasaron a los insultos y de estos, el alcohol mediante, a los ultrajes y a los golpes. 
El incubo comprendió que esa era la suya.
-Tú déjame a mí ahora. Verás lo que es trabajo fino.
Subió desde el infierno hasta donde los juerguistas habían dejado a la infeliz acurrucada llorando y con cuatro carantoñas y dos besos la tuvo a su merced. Así nació Merlín, mixto de mujer y demonio.
De manera que, si uno se para a pensarlo, sin obra diabólica no habría existido la Mesa Redonda, ni Perceval hubiera visto el Graal ni Galaad hubiera acabado la Demanda...
Para el hombre medieval, y no solo para el hombre medieval, sino allí donde la tradición no se ha extinguido del todo, la existencia de los seres del bosque, de todo un pueblo misterioso, pero entre penumbras conocido, como la silueta de un animal que cruza rauda y sigilosa entre ramas o el susurro momentáneo de una presencia huidiza en la hojarasca, no es cuestión de fe, es cuestión de simple conocimiento del mundo. 
En el pueblo de mi abuelo se oían cantar los autillos. Nadie sabía qué era un autillo, ni si era cosa de este mundo o del otro. Pero si se preguntaba a cualquiera por aquella nota triste y aflautada, la respuesta era siempre infalible: "son los autillos". La gente sabía de la existencia de los autillos como sabía que el pueblo de más allá estaba abandonado desde que todos los vecinos habían muerto envenenados en una boda por una pareja de salamandras que cayó en la comida. Sin dudar ni intrigarse, como cosa cierta y conocida de todos.
Los campesinos con los que hablaba Yeats y que aparecen en las páginas de su Celtic twilight conversaban con las gentes del bosque o las veían con cierta frecuencia. Los marinos de la Alta Bretaña relataban a Sébillot historias de hadas a las que habían visto recorrer las carreteras en automóvil. 
Richard Dadd, The fairy Feller's master-stroke.
Los duendes variopintos que hormiguean en El sueño de una noche de verano no eran para Shakespeare y sus espectadores unas criaturas imaginarias como lo son para nosotros las razas de La guerra de las galaxias o los marcianos babosos de los Simpsons. Nunca se insistirá bastante en esto si se quiere entender un poco de la literatura escrita hace más de dos siglos.
La existencia, no dudosa, de esas gentes, planteaba problemas teológicos: si tenían alma racional o no, si les afectaba el pecado original y Cristo había muerto también por su redención, si eran de naturaleza angélica... La creencia de los informantes de Yeats era que al no ser de Dios ni del Demonio, el Día del Juicio se desharían en niebla.
Y es lo cierto que de Merlín no se sabe qué sentencia dictaría Dios: que no está ni muerto ni vivo, sino encerrado para siempre en su árbol o su roca...
Sobre la naturaleza de Merlín, el Libro del Graal no deja lugar a dudas: "Un hom sauvages (...) qui a nom Merlins", se lee en la p. 856 de la edición que manejo, que es la de La Pléiade. Más tarde se nos dice que era flaco y oscuro de tez y que, a fuer de salvaje, criaba más pelo que ningún hombre.
Merlín no es el único salvaje que aparece en el libro. También aparece el caballero Dodinel. Los salvajes, para el autor o autores del Libro del Graal, no eran criaturas fantásticas. Podían unirse a las personas y tener descendencia viable de ellas.
Los salvajes, además de su aspecto, eran conocidos por ciertas características psicológicas que comparte Merlín: eran gente solitaria, amante de los bosques y amiga de burlas, inclinada  sobremanera a la lascivia. 
Salvaje. Santa Gadea, Burgos.
Merlín, al que hoy comúnmente imaginamos como un anciano pasado de calores, de luenga melena y barba florida, era en la antigua leyenda un hombre dado a los amoríos y que se valía del prestigio de su ciencia para camelar a las mozas, especialmente a las doncellas, por las que estaba pirrado. A ellas las perdía la curiosidad, vicio arquetípicamente femenino. También la ambición del poder que la magia concede. La magia es un territorio eminentemente mujeril.
El enamoradizo mago encontró la horma de su zapato en Niniana (identificada con la Dama del Lago), que le sacó todo lo que sabía sin pagar nada a cambio y encima lo aprisionó como se sabe; y el arte de que se valió fue arrancarle ciertas palabras mágicas que, escritas en las ingles, hacían imposible a cualquier varón por hechicero que fuese tener acceso carnal con ella.
La mujer dice repetidamente el Libro del Graal que es más astuta que el diablo, y este era solo medio diablo. Es verdad que con esa mitad le sobraba para conocer las intenciones de la muchacha, pero (qué se le va a hacer) estaba enamorado.
Parece ser que lo que más miedo le daba a Niniana era la parte de diablo que tenía el hombre. Pues no es ningún secreto que los amores diablescos son dolorosos y pueden dejar amarga huella, sin hablar de los engendros que pudieran proceder de ahí.
No se necesitaba para vencer al nemoroso Merlín menos que la selvática Niniana, que vivía en mitad del bosque dedicada a la caza en una especie de pabellón donde solía acudir de visita la mismísima Diana cazadora.
Así que no es muy temerario pensar que tanto Merlín como su carcelera ocultan a sendas deidades boscosas muy anteriores a la cristianización de la leyenda: al menos así lo opina Anne Berthelot.
Merlín es más que un salvaje normal. Aparte de las constantes metamorfosis y los viajes relámpago a Roma (prodigio muy repetido), puede a su antojo convertirse en ciervo y volver a su apariencia de hombre salvaje. En cierta ocasión, se aparece a don Galván -Gauvain- en forma de un anciano pastor cubierto de harapos, corcovado, de cabellos y barba hirsutos, armado (a modo de salvaje) de una gran cachiporra y pastoreando un rebaño de fieras. Este es un aspecto que a Merlín le gusta adoptar. Cuando se le dirige al caballero, lo hace -quedémonos con este detalle- rechinando los dientes y con un ojo abierto y otro cerrado. ¡Otra vez el tuerto furioso -como Cú Chulainn, como Odín- que tantas veces asoma por estas entradas!
Cachiporra fálica que de los salvajes pasó en herencia a los hombres primitivos del imaginario popular y a los gorilas. Tenía yo en la infancia una figurita de un gorila apoyado en su porra, perteneciente a una colección de animales de plástico. Estaba bien porque, con sus tres puntos de apoyo, siempre se tenía de pie.
El gorila raptor de mujeres es un personaje arquetípico cuya eficacia en la imaginación colectiva reavivó el colonialismo y que va a terminar en la famosa canción de Brassens. Uniéndolo al del gigante, de horrendas reminiscencias paternales, al de la rubia sin seso y al motivo de la bella y la bestia, todo bien mezclado, obtenemos a King Kong, de psicología ciertamente más compleja que su para él diminuta e imposible amada. 
La expresión del horror infantil ante la supuesta violencia sexual destructora del padre es el inigualable alarido de la rubia de King Kong. 
Tampoco es manca esta imagen de El signo de la Cruz, de
Ceil B. de Mille, 1932. La bella, encadenada a un
herma por si quedase alguna ambigüedad...
Pero a fin de cuentas, como bien supo Merlín, es la mujer la que tiene en sus manos el poder de amansar a las fieras. 
Porque el hombre boscoso, como el fauno, es también el símbolo de la sexualidad desatada (y el destino de Merlín la ligadura de los instintos, primero en las letras del conjuro inguinal, luego en la cárcel perpetua). Este aspecto satírico del salvaje coincide exactamente con la sorpresa de la reina Gormlai (vuelvo a ella después de tan largo rodeo) en las soledades de Glendalough, cuando -recordemos- le sale al paso un ermitaño monstruoso y salvaje enarbolando, fuera de sí, su verga monumental como la sierpe de bronce de Moisés.
Los salvajes estos debían de ser cosa no muy rara en aquella Irlanda (nosotros tenemos al Busgosu asturiano y al Basojaun vasco), porque además de aquel falso salvaje, que era en realidad ermitaño con satiriasis, se encuentra también con el Fear Caille. Este personaje, por otro nombre Alladhán, es un gigante salvaje de la tradición escocesa, que acabó sus días arrojándose a una catarata. Lo curioso es que precisamente el rey loco Suibhne, del que hablaba al principio, y que James Carney identifica con Merlín, pasó una temporada en Escocia viviendo junto a este otro salvaje.
Merlín, igual que Suibhne, pasó una larga temporada de locura y de vida animal de resultas de una terrible batalla, la de Arthuret -en galés Arfderydd- donde murió el rey Gwenddolau, de Arfderydd, a manos de las huestes de Efrawc, que hoy es York. Durante aquellos tiempos de retiro pronunció algunas de sus profecías, recogidas en verso galés, y en las cuales se dirige a un dilecto interlocutor: su cochinillo faldero. ¡Exactamente igual que san Marbhán, a quien los perversos y gorrones poetas obligaron, en aras de la hospitalidad, a sacrificar a su queridísimo cochinillo albino!
San Antonio, Taddeo Crivelli.
La imagen del ermitaño con su cerdito amigo no puede sernos más familiar: es la de san Antón, la tan repetida en nuestras iglesias rurales. San Antón, anacoreta del desierto, se transformó naturalmente al llegar su culto a nuestros climas en eremita del bosque. El bosque es el más claro equivalente occidental del desierto egipcio o sirio, donde acaba la civilización y el cosmos. Criaturas nocturnas del desierto poblaban las pesadillas de los hebreos; nuestros espantos acechan en el bosque o se aventuran osadamente a salir de sus sombras. Como el homo silvaticus, el eremita tiene un pie en cada mundo; es en vida un hombre del Más Allá. De manera parecida, el cerdo es animal semidoméstico y semisalvaje, cargado de connotaciones mágicas e infernales y, como se ha visto una y otra vez en estas entradas el porquero que lo cuida comparte su ambigüedad: ser del cosmos y del caos, del pueblo y del bosque, de este mundo y del otro. ¿No era porquero el propio san Patricio, interlocutor habitual del ángel Víctor o Victorico, heraldo de Dios? De ahí que las figuras del ermitaño y del porquero se fundan en los personajes de  Marbhán y de san Antón. No de Merlín, a quien se lo impide su estirpe demoníaca y que para eso se desdobla en la figura del ermitaño Blas, su maestro y escribiente.
Nunca ha sido evidente el porqué de la asociación de san Antón con el cerdo. Esa asociación cobra tal importancia que se convierte en el rasgo pincipal del santo en nuestras tierras occidentales, sant Antoni del Porquet a levante, san Antón Lacoeiro a poniente. Es cierto que los monjes de san Antón, en algunas partes de Europa, tenían el monopolio de la cría de este animal y de la venta de sus productos. Pero ¿por qué precisamente a ellos se los había especializado en esa ganadería particular?
Libro de horas del duque Adolfo de Clèves:
san Antonio habla con el sátiro;
abajo, a la derecha, un porquero en el bosque.
Se ha dicho repetidamente que el jabalí y el cerdo son animales emblemáticos, entre los celtas, de la soberanía y en particular del aspecto sacerdotal y sagrado de esta. Como estudia detalladamente Bernard Sergent, el jabalí y el cerdo son constantemente asociados al dios Lug, como también lo son a Apolo entre los griegos. 
¿Quién va a negar que Arturo fuese buen caballero? 
Aunque probablemente no le fuese a la zaga Zurraquín Sancho el abulense, que por librar a unos villanos del cautiverio de los moros, mereció que los liberados, porqueros sin duda, le hiciesen ofrenda de cerdos (también de gallinas). Marchaba su comitiva por esos campos de Ávila adelante, conduciendo el obsequio de su piara, y a pesar de que la modestia de Zurraquín se lo había defendido, cundió el relato de su hazaña  y fue tal su fama que "cantavan cantilenas, con panderetes, las fembras: 
'Cantan de Oliveros, e cantan de Roldán,
e non de Zurraquín, ca fue buen barragán;
Cantan de Roldán, e cantan de Oliveros,
e non de Zuraquín, ca fue buen cavallero'".
Así lo cuenta Luis de Ariz, en su Historia de las grandezas de la Ciudad de Ávila (que se puede leer en línea aquí): y sería una escena de un encanto primitivo y bíblico la danza de las mujeres regocijadas, con sus panderetas... Esto fue en tiempos de don Alfonso VI, en 1107, cuando estando en Ávila doña Urraca, como desleal y mala tuvo amores con el moro Iezmin Hiaya en una noche "lubregecida e negra"...
Danza de María profetisa. Miniatura búlgara del siglo XIV.
Pero, en fin... Arturo no cabe duda de que fue buen caballero.
Sin embargo, y sin ánimo de quitarle méritos, de nada le hubiera valido su caballería sin dos talismanes facilitados por Merlín: la espada de la piedra, prueba de la verdad de su soberanía, y el estandarte del dragón. 
Merlín es el gonfalonero de Arturo, y desde su primera batalla se mostró enarbolando el Dragón. Veamos, porque merece la pena: "Y Merlín dio al rey Arturo una bandera que tenía gran significado porque dentro había un dragón y él lo había hecho encerrar en una lanza y al parecer arrojaba fuego y llamas por la boca; también tenía una cola muy larga que se retorcía. Este dragón que os digo era de bronce y nunca nadie supo de donde lo había sacado. Y era maravillosamente ligero y manejable" ("E Merlins donna au roi Artu une baniere ou il ot molt grant senefiance, car il i avoit un dragon dedens, et le fist fermer en une lance et il jetoit par samblant fu et flambe par la bouche, si avoit une keue tortice molt longe. Cil dragons dont je vous di estoit d'arrain, si ne sot onques nus ou Merlins le prist. Et il fu a merveilles legiers et maniables")...
Esta bandera animada, serpentina y flamígera, será desde el primer día determinante en las victorias de Arturo. Arturo, hijo del Cabeza de Dragón, es rey porque tiene el Dragón, y esta verdad de su soberanía es la que le concede la victoria cada vez que se manifiesta. Ese es el significado que dice el libro que hay en él. Y hay que darse cuenta de que no es un estandarte con un dragón pintado, sino un dragón auténtico encerrado y apresado en el asta de una lanza, de manera que sus poderes, a su pesar, están al servicio de quien con justicia lo posee...
¿Nos quiere sonar?... ¡¿Cómo no?! Es el Onchú, el mismísimo estandarte dragón o dragón estandarte, de los caudillos irlandeses y de los jinetes escitas (ver El dragón estandarte). Este dragón que campea en la bandera de Gales y que llega hasta nuestros días desde lo más profundo de la antigüedad indoeuropea...







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