martes, 28 de febrero de 2012

Una sucesión conflictiva

El Santoral de Óengus menciona entre los santos del 28 de Febrero a un abad del importante monasterio de Bangor y a "diez santas vírgenes hermosas": deich nóebóga delbdai. No sabemos, ni nos aclaran las notas, de cuáles se trata, aunque las Acta sanctorum de este día incluyen a varios grupos de mártires, unos en Alejandría y otros en lugares inciertos, que ya figuran en el muy antiguo Martirologio Jeronimiano. Los autores de las Acta señalan que diferentes martirologios confunden a unos mártires de este día con otros y varían sin motivo claro su número y su sexo.
Varios santorales bretones dedican el día de hoy a San Ruelino o Rivelino, santo britano que desembarcó en Bretaña Armoricana en la expedición del mucho más famoso San Tugdual o Pabu, fundador de la diócesis de Tréguier. 
Casi todo lo que sabemos de San Rivelino proviene de las dos Vidas más tardías de San Tugdual, publicadas por la Borderie y consultables en Gallica
Acompañaban a San Tugdual, junto a Ruelino, otros santos como Loenan, Gwevroc y Briac.
La bahía de Blancs Sablons en Le Conquet, posible lugar de desembarco de Rivelino con San Tugdual.
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Rivelino lleva un nombre típicamente britano, que se remontará a una forma como *Rigobelinos, "Rey Brillante", así como existió Cunobelinos, "Perro -o lobo- Brillante": el Cymbeline de la obra de Shakespeare.
San Rivelino llevó durante años una vida monástica. Era uno de los discípulos predilectos de San Tugdual. Fue nombrado abad de Trecor (la abadía fundada por Tugdual en Tréguier) y con la autoridad que ello le confería fue él quien concedió a otro venerado santo bretón, San Maudez o Modez, unas tierras donde establecer su retiro eremítico (según leemos en la vida de éste por Albert Le Grand).
Llamo a San Modez bretón porque es en Bretaña donde pasó la mayor parte de su vida, pero por su nacimiento era irlandés, según dicen los relatos hagiográficos, y de sangre real.
Según la leyenda, la sede de Tugdual no estaba en la actual Tréguier, sino en la cercana Lexobia, aunque es más fácil que la Lexovia de las fuentes antiguas sea la Lisieux de hoy, la capital de los Lexovii, el pueblo de los Cojos. Parece raro este gentilicio pero no lo resulta tanto teniendo en cuenta las connotaciones religiosas de la cojera, estudiadas por Carlo Ginzburg y por Bernard Sergent. 
La Lexobia mítica era una especie de Jauja donde la riqueza corría y la gente nadaba en la abundancia, con la propensión al vicio que confiere la opulencia sin trabajo. La ciudad estaba bajo la perpetua amenaza de los embates del mar, de los que se defendía mediante unas grandes compuertas de hierro que un día cedieron por permisión divina, como castigo de sus pecados. El oceáno se precipitó sobre la ciudad y no dejó de ella más que el recuerdo.
Esta leyenda es la misma que se cuenta de la (más célebre) ciudad de Ys.
San Tugdual. Pencran (Bretaña).
Se ha imaginado que a lo largo de los tiempos pueden haber ocurrido maremotos de tales proporciones que hayan impresionado duraderamente la memoria colectiva. También es cierto que la línea de la costa ha variado desde los inicios de la Edad Media y que hoy día los arqueólogos excavan pueblos y puertos sepultados por las dunas o incluso sumergidos.
Estando Tugdual próximo a morir -corría el año 564-, una gran zozobra se apoderó de los Lexovienses, que no sabían a quién encomendarse, y a pesar de que el santo no estaba para preocupaciones de este mundo, le rogaron que dejase puesto un sucesor y designó a Rivelino, con satisfacción casi unánime.
San Rivelino.
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Sin embargo, el arcediano Pergato o Perbogato, aunque no se había atrevido a decir "esta boca es mía" en presencia del venerable moribundo, se reconcomía de despecho, porque hacía años que bebía los vientos por ser obispo. Y así, a la chita callando, malmetiendo a unos, sembrando cizaña, sobornando a otros con dinero y promesas, en poco tiempo levantó una facción que no reconocía por obispo a Rivelino y le era favorable a él. 
Unos y otros se concentraron a las puertas de la catedral para dirimir sus diferencias y era de prever que llegaran a las manos. 
Y cuando más encrespados estaban los ánimos hizo su aparición en el atrio el mismísimo San Tugdual, que llevaba ocho días muerto, y después de tranquilizar a los congregados para que no se asustasen, dijo:
-¿Qué esto: es que yo no hablo bretón, o qué? ¡He dicho que Rivelino!
Y encarándose a Perbogato:
-Y tú, envidioso, inflado de veneno, ¿cómo te atreves? ¿No te das cuenta de que te viene muy grande el cargo? ¡Anda: reconoce a Rivelino a ver si te perdona Dios!
Con esto, desapareció.
Perbogato había caído al suelo temblando y llorando arrepentido de su audacia. Para que se consolase, le dieron tres iglesias y vivió haciendo penitencia. Tanto que también él llegó a santo. En el pueblo de Pouldouran tiene una fuente milagrosa donde se ha colocado su imagen con vestiduras de obispo, porque lo fue durante unas horas y reconocido sólo por sus partidarios.
Sin embargo -una de cal y otra de arena- tal vez para escarmiento de aquellos humos, Dios tuvo la humorada siguiente: en la segunda mitad del siglo XIX mandó a Pouldouran un cura muy pagado de su poco de latines (y que no conocería la Vida de San Tugdual). El nuevo párroco pensó que ese "Pergat" al que estaba dedicada su iglesia parroquial era un santo inexistente y fingido por la ignorancia de sus rústicos feligreses. Dándole vueltas al nombre se le ocurrió que no podía ser sino una deformación de "Petrus ligatus", quedándose con las sílabas tónicas. 
Y decidió que desde ese momento la iglesia de San Pergato sería de San Pedro In Vinculis.
Rivelino, segundo obispo de Tréguier, fue longevo: sabemos que en 615 asistió a las exequias de San Sansón de Dol.



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