miércoles, 8 de febrero de 2012

Perro Feroz y Jacuto

No data de ayer la costumbre de coleccionar objetos pertenecientes a personas famosas: el zapato de la princesa Soraya, las sábanas de Hitler o el sombrero de Michael Jackson. Me refiero a objetos sin excesivo valor de por sí, no a tesoros como la perla Peregrina de la corona española, recientemente subastada entre las joyas de Elizabeth Taylor.
En tiempos de más devoción eran las reliquias de los santos el objeto del afán coleccionista y así se formaron relicarios prodigiosos, como el de Doña Catalina de la Cerda, que fue en el siglo condesa de Lemos, hoy en el convento de las clarisas de Monforte, conjunto impresionante atesorado principalmente durante el virreinato del VII conde de Lemos en Nápoles, por los años de mil seiscientos diez.
Siglos antes (allá a finales del VI), uno de estos fanáticos del coleccionismo de reliquias fue San Onchú, el poeta, del que dice el Féilire Óengusso que nunca cantó sino a Cristo:

Haue án ind ecis,
Ba imm Chríst a labrae.

Brillante descendiente del sabio,
de Cristo era cuanto hablaba.

Onchú, dicho sea de paso, nombre bastante frecuente en la Irlanda medieval, se refiere a una bestia feroz, imaginaria, de aspecto vagamente semejante a un perro () o a una onza.
Monstruo acuático a veces, como el que, tras implacable combate, fue muerto bajo las aguas de Loch Con -el Lago del Perro- por Muiredach mac Eogáin Bél (llamado desde entonces Cú Coingelt), según se cuenta en el relato titulado Caithréim Cellaig, El triunfo de Cellach.
Pasó San Onchú gran parte de su vida recorriendo Irlanda en busca de recuerdos y restos de cuantos santos, muertos y vivos, podía encontrar. Durante sus viajes llegó una vez al convento de Cluain Mór, donde vivía San Maidoc, y como tenía por costumbre, le pidió alguna cosilla para enriquecer su relicario. El otro santo le contestó cortésmente que no tenía qué darle; pero en ese momento, milagrosamente, se le desprendió y se le cayó al suelo un meñique. Onchú se apresuró a recogerlo. San Maidoc, al que la pérdida del dedo no le había hecho ninguna gracia y sí mucho daño, auguró al coleccionista: "¡Para ti el dedo, pero te aseguro que ni tú ni él os moveréis de aquí hasta el día del Juicio!". La profecía se cumplió, ya que Onchú murió y fue enterrado entre los muros de Cluain Mór, mientras su relicario acabó pasando a engrosar el tesoro del monasterio.

Otro santo que hoy se celebra es San Jacuto (Jagu en bretón),




santo no tan célebre como su hermano San Guenole o Winwaloe ni su madre Santa Gwen. Santa Gwen (que quiere decir Blanca), con su marido San Fragan y sus dos hijos Guethenoc y Jacuto, cruzó a Bretaña armoricana desde Britania -según cuenta la vida de San Guenole escrita por el monje Wrdisten en el siglo IX-, huyendo de los sajones y de una terrible pestilencia que se había desatado en su país. La familia, que era de sangre real, tocó tierra junto al pueblo de Ploufragan, que les debe su nombre, cerca de Saint Brieuc.
Esto sucedía a mediados del siglo V.
Ya en Bretaña, nacería el pequeño Guenole.
Aparte de los tres niños, Gwen y Fragan tuvieron también una hija, Clervía.
Andando el tiempo, los tres hermanitos fueron a estudiar con el famoso monje San Budoc, que tenía escuela de la que salieron muchas lumbreras de la Iglesia.
Todos los hijos (incluida la niña) fueron santos: el primogénito, San Guethenoc, también llamado Caduan (en galés Cadfan, que significa "batallador", latinizado como Catamanus, de catu, "combate" -irlandés cath-) fue un santo guerrero que peleó contra los germanos antes de decidir abandonar el siglo y reunirse a su hermano Jacuto en su retiro.
Jacuto dio menos que hablar que sus hermanos porque su dedicación fue a la vida ascética y contemplativa, con grandes penitencias como era habitual en los monjes celtas de su tiempo.
Hoy se le invoca como abogado para las enfermedades de la vista y para que los niños se críen sanos y fuertes.
Uno de sus milagros fue que unió mediante un istmo la antigua isla de Saint Jacut (al Oeste de Saint-Malo) a tierra firme para escapar de los paganos que pretendían lincharlo.




Cuando nació el pequeño, Guenole (futuro fundador del monasterio de Landévennec), ya en el nuevo hogar de Bretaña, se produjo el curioso milagro de que a su madre le nació un tercer pecho para que los pequeños no pasaran hambre ni se pelearan. "Tantas tetas como hijos -dice Wrdisten con extraño razonamiento-; pues la hermana no entra en la cuenta de las tetas, porque no se acostumbra escribir la genealogía de las mujeres" ("Ternas, aequato numero natorum, habuit mammas; nam et eorum germana non est in mammarum computo reputanda, quia feminarum non est moris in scriptura texere genealogiam"). 
Desde entonces se la conoce como Gwen Teirvron, Blanca Trespechos.

En esta imagen, que se encuentra en Brasparts, Bretaña, se ve a Guenole sentado encima de su madre, a Jacuto a la derecha y a Gwethenoc a la izquierda (puede encontrarse, con otras curiosas informaciones, en este foro sobre Brasparts [en francés]).

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