lunes, 20 de febrero de 2012

Las travesuras de Heliodoro

Hubo en Catania, en tiempos de los emperadores Isaurios, un joven ambicioso que aspiraba a la prefectura y desconfiaba de obtenerla por los medios habituales.
Heliodoro, que así se llamaba, acudió a un sabio judío de quien se rumoreaba que era maestro en hechicerías. 
-Voy a darte un papelillo -le dijo el nigromante-. Una noche trepa a la columna que está en la Tumba de los Héroes. Haz trocitos el papel y espárcelos al viento. Pase lo que pase, no te asustes y si te dicen que bajes de la columna, tú nada: hasta que te hayas salido con la tuya.
Heliodoro siguió las instrucciones y se le apareció un diablo que le dijo que si renegaba de Cristo le enviaría a Gaspar, un demonio familiar que lo serviría en lo que se le antojase. Heliodoro aceptó, besando la mano al diablo en homenaje.


Demonio bizantino. Maestro de Torcello.
Días después, se presentó a un sobrino del obispo León, llamado Crisis, con la siguiente oferta:
-¿Quieres participar en las carreras de caballos que van a celebrarse? Si haces de jinete para mí te proporciono un caballo invencible.
-Bueno.
Crisis salió en las carreras montando un caballo blanco tan bello y rápido como no se había visto otro igual, y, por supuesto, ganó. El prefecto -un tal Lucio- al verlo, mandó requisar el caballo blanco para regalárselo al emperador; pero cuando fueron por él Crisis, aún boquiabierto del asombro, dijo que se había esfumado en el aire. 
El joven dio con sus huesos en la cárcel.
Cuando su tío el obispo se enteró, fue derecho al prefecto:
-Aquí no ha habido nunca ni caballo blanco ni negro. Estos son los enredos de un brujo que se llama Heliodoro.
La verdad se averiguó y mandaron apresar a Heliodoro. Pero éste sobornó a los corchetes comprándolos con un guijarro de la calle, transmutado en oro con ayuda de Gaspar. Así le dejaron marchar.
Y cuando les pidieron cuentas:
-¿Qué sabemos? Por arte de magia hizo aparecer un caballo y salió como el viento.
La trola coló. Pero la enorme pepita al poco tiempo volvió a su naturaleza primera de humilde pedrusco.
Soldados bizantinos.


Heliodoro, envalentonado, empezó a hacer gamberradas no sólo en Catania, sino por toda Sicilia. Una vez paseando con unos amigotes vieron venir hacia ellos un grupo de mujeres que les gustaron por las caras bonitas y lo salado de los andares.
-No tienen que estar mal de pantorrillas ésas.
-Esperar, veréis -dijo el mago.
Y al pasar junto a ellas (dice el libro) las alucinó haciéndoles creer que la calle bajaba inundada de agua, conque todas se remangaron los vestidos hasta las rodillas para no empaparse y así fueron andando un trecho de puntillas por la calle seca y polvorienta como por mitad de un arroyo.
Y así pudieron los mirones juzgar a sus anchas. 
Arruinó a varios tenderos pagándoles en oro diabólico; a varias muchachitas de lo más principal de la ciudad las emburundangaron con unos filtros para sacarlas de sus casas y hacer con ellas lo que se les antojaba.
Nobles bizantinas en un cuadro de Vassili Smyrnov


Resulta curioso ver cómo se repite el gamberrismo mágico a través de los tiempos: en el libro Vidas mágicas e Inquisición trata Julio Caro Baroja del licenciado Amador de Velasco, condenado por el Santo Tribunal a finales del XVI por usar recetas para "burlerías y bellaquerías" semejantes. 


Navíos bizantinos de guerra.

El prefecto, viendo que el asunto se volvía incontrolable dio parte al Basileo, que rápidamente envió sus soldados a detener a Heliodoro.
El joven mago les salió al encuentro a la playa y se entregó voluntariamente.
-Pues deprisa -dijo el jefe de los soldados-, que nos han dado un mes de plazo para entregarte y han corrido quince días. 
-Lo que te propongo es esto: que os paséis aquí los quince días de vacaciones y el último, por mis artes mágicas, os dejo inmediatamente en Constantinopla, y yo con vosotros.
-Conforme, pero como intentes alguna jugarreta te juro que vas al mar de cabeza.
A los quince días Heliodoro se llevó a los guardias a los baños de la ciudad, les hizo meter la cabeza en el agua y cuando la sacaron, ¡oh prodigio!, estaban en los baños imperiales de Constantinopla.
Ante tan flagrante hechicería los emperadores lo mandan ejecutar sin juicio. Como última voluntad, Heliodoro pide una palangana de agua, que le mandan traer.
-¡Adiós, emperador! -dijo alegremente el reo- ¡Si quieres algo de mí, estoy en Catania!
Se lanzó de cabeza a la palangana y desapareció en ella.
El emperador mandó a sus soldados a Sicilia tras él y de nuevo a su llegada Heliodoro les salió al encuentro:
-Vamos a hacer como la otra vez. De todas maneras, ya habéis visto que voy y vengo donde y como quiero.
Pero cuando ya iba pasando el plazo, los catanienses decidieron tomarse la justicia por su mano y una muchedumbre se juntaba en el puerto amontonando leña para quemar vivo a Heliodoro.
-¡Qué vergüenza! -dijo el mago- ¡Que pretenda una chusma arrebatar al emperador el honor de ejecutarme a mí!...
Y con una varita mágica de laurel hizo aparecer una galera encantada en la que se embarcó, llegando a Constantinopla en una noche de mágica travesía.
Talía, la mujer del capitán de los corchetes, se encaró con él y le escupió a la cara, diciendo:
-¡Tramposo, que ya has hecho ir y volver a mi marido de Sicilia dos veces!
-A ti, voy a hacer que se te caiga la cara de vergüenza delante de toda la ciudad como soy Heliodoro.
Aquí repite el mago la fechoría de Virgilio, atrayendo el hambre sobre Constantinopla y apagando todos los fuegos de la ciudad excepto uno, que está en la propia Talía, a la que deben acudir todos los hogares para encender los suyos. Esta leyenda, muy contada en la Edad Media (está en el Libro de Buen Amor, estrofa 262 y siguientes) parece ser de origen persa. Fue asunto de obras de arte picantes y estampas durante el renacimiento. Andrew Lang se valió de la Vida de San León en su cuento Virgilius the sorcerer .
El cuentecillo ya debía de ser popular cuando se escribió esta Vida, porque pudorosamente pudorosamente elude narrar su desenlace como cosa sabida y se excusa de insertar la anécdota: "no lo hacemos más que para que resplandezca la virtud de San León"...   
Volviendo a Heliodoro, ya teniendo el verdugo la espada en alto, se abrió en dos el techo de la estancia y entre globos de fuego el mago salió volando con la misma despedida:
-¡Don Emperador! ¡Que si quieres algo de mí, que estoy en Catania!... ¡Ya sabes dónde me tienes para lo que sea!
En Catania volvió a las andadas. Gaspar no le fallaba.
Su error fue enfrentarse directamente con San León. Una vez se metió en la iglesia cuando estaba diciendo misa y empezó a dar coces como una mula, con risa de unos e indignación de otros. Y amenazaba con hacerlo bailar otro día con los que le estuviesen ayudando, quisiera o no, ante el altar.
Otras fuentes distintas de la Vida cuentan más bromas de Heliodoro para entorpecer las misas de San León: cambiaba las cabezas de los fieles, poniéndoselas de mujer a los hombres y al revés; los mostraba con atuendos caprichosos y ridículos o rostros de animales; hacía aparecer visiones fantásticas y hasta llegó a traer un elefante que se paseaba y bailaba haciendo corvetas delante de la iglesia barritando ruidosamente, de manera que dejó al obispo sin público y con el templo vacío.
Este elefante se dice que, petrificado por el obispo, es el Liotru, estatua emblemática de catania.
Aquello ya no podía ser, así que San León preparó una gran fogarata junto a las termas, se fue derecho a Heliodoro y le echó su estola al cuello, impidiendo con ello que el demonio pudiese defenderlo. Así preso, lo llevó a rastras a la lumbre, que, por milagro, no causó el menor daño al santo mientras reducía al encantador a cenizas.
De esta manera acabaron las gamberradas del mago.
San León abrasando a Heliodoro, por Matteo Desiderato.






  

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