sábado, 11 de febrero de 2012

Los ciervos blancos

Mo Gopnat co nglanbail,
Im sheirc Dé ba hilmain:
Maith leis gréss dia garmaim
Epscop Ethchen inmain.


Santa Gobnat. Estatua en Baile Bhuirne.


Mi Gobnat de pura bondad
Tenía un tesoro de amor divino;
Le es grata la constancia en invocarlo
Al amable obispo Ethchen.

Así reza la entrada del antiguo santoral poético irlandés Féilire Óengusso (siglo IX) para el 11 de Febrero.
Santa Gobnat era de preclara prosapia: como que descendía del rey legendario Conaire el Grande, lo que quiere decir que tenía sangre del pueblo de las hadas (o del síd, como se decía por allá). 
El santoral aclara en nota que se llamaba Gobnat por su afilada lengua (gob es "pico" en irlandés); en realidad gobnat tendrá que ver con el nombre del herrero, gobae, frecuente en la onomástica de los galos y celtas insulares.
Aunque es una santa muy venerada no existe una relación antigua de su vida. Tampoco tiene mayor fortuna en las Acta sanctorum, que la relegan a la lista de los santos desconocidos y sospechosos. Las noticias que se tienen de ella hay que buscarlas en la tradición.
Se dice que estando en las islas Aran un ángel le ordenó fundar un monasterio allí donde viese nueve ciervos blancos pastando juntos. Se puso en camino y en un lugar vio tres, en otro seis y en un tercero, finalmente, los nueve ciervos requeridos. Éste era Baile Bhuirne (Ballyvourney en inglés), al Suroeste de Irlanda, y allí se estableció.
Con su báculo, Santa Gobnat trazó una raya en el suelo prohibiendo a las epidemias que la cruzasen, y se dice que efectivamente le obedecieron.
Gobnat recibió un enjambre de abejas como regalo de San Modomnóg, que fue según la tradición quien las introdujo en Irlanda.


Apicultura. Manuscrito italiano del siglo XI.


Esto no es de creer porque el vocabulario de las abejas y apicultura en irlandés se remonta al indoeuropeo.
En todo caso, Gobnat está unida en la imaginación popular a las abejas. Éstas ya se sabe que son bichos sagrados, sabios y muy relacionados con la vida y la muerte, que se identifican a veces (como estudia Julio caro Baroja) con las almas de los difuntos. Ellas fabrican la cera con que se alumbran en sus moradas sombrías. También la miel con que los vivos se emborrachan y con la que se estrenan los matrimonios. La miel que, como dice Gilbert Durand, oculta en el seno de los árboles y las oquedales de la roca, hace pareja con la leche de la madre como don gratuito y símbolo de toda riqueza.
Santa Gobnat, pues, era dueña de una colmena portátil, de material elástico, que llevaba consigo en sus desplazamientos y le servía para defenderse de sus enemigos, porque a una voz suya las abejas obedientes salían a poner en fuga a quien se le atreviese.
Las abejas de Santa Gobnat, como unos mirmidones, también eran capaces de convertirse en guerreros y combatir contra los atacantes del convento.
Las mismas colmenas se transformaban en campanas, yelmos o armas arrojadizas. Dice la leyenda que en una ocasión a una partida de soldados se les antojó levantar una fortaleza frente al monasterio. Santa Gobnat no estaba por la labor, ya que el nuevo edificio sobrepasaba al suyo en altura y lo dejaba expuesto. De manera que cada noche lanzaba contra él la colmena campana, que, golpeando el muro, lo derribaba y de rebote volvía a manos de la  santa colmenera. Hartos de que cada noche se derrumbase lo que levantaban durante el día, los intrusos acabaron por desistir.
Existe la creencia de que después de su muerte Santa Gobnat resucitó en forma de cierva blanca y se le ve por los campos en compañía de otras seis ciervas: sus seis hermanas.
Vamos con el otro santo de hoy, San Ethchen.
San Colum Cille (o Columba), uno de los padres del monacato europeo, fue un santo importantísimo, pero muy suyo y con un pronto que era muy de temer. No en vano provocó una guerra civil por la copia pirata de un manuscrito.
A San Colum Cille, pues, (cuenta el Féilire Óengusso) se le ocurrió que lo consagrasen obispo, y para ello se dirigió con unos frailes de los suyos al monasterio de San Ethchen, al que no conocía. Llegado cerca del convento, se sentó a la sombra de un árbol y preguntó a uno que pasaba que dónde estaba el tal santo.
-Ahí abajo lo tiene usted, arando en aquel sembrado.
-¡Pues vaya! -dijo Colum Cille-. ¿Un destripaterrones me va a consagrar a mí? Pero ya que hemos venido hasta aquí, pongámosle a prueba.
Le pidió que les diese la reja del arado y San Ethchen así lo hizo, y los bueyes siguieron arando igual, sin reja.
-Este monje -dijeron- es un santo.
-Esperad un momento. A ver si puede con esto: que nos traiga los bueyes.
San Ethchen desunció los bueyes y se los dio. Al momento salieron del bosque dos ciervos blancos que se colocaron dócilmente ante el arado para ser uncidos y siguieron la labranza.
-Bueno; me dejaré consagrar por éste. Vamos a ver qué tal.
Pero terminada la ceremonia, se dieron cuenta de que Ethchen por error lo había ordenado cura y no obispo como él quería.
-Esto tiene arreglo -decía San Ethchen.
Pero San Colum Cille no quiso saber nada más y se fue rezongando.
-Yo me quedo sin obispar, pero es la última vez que se consagra a nadie en este monasterio.
Y así fue: el vaticinio de San Colum Cille se cumplió.

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