Ard n-ainm tar tuind trethan,
Cóemgen cáid cáin cathar,
i nGlinn dá lind lethan.
Soldado de Cristo en tierras de Irlanda,
Nombre excelso allende el mar tormentoso,
Kevin el puro, el hermoso, el batallador,
En el valle de los dos vastos lagos.
Glendalough. El lago de arriba. |
Cóemgen (que viene a pronunciarse Kevin, como lo escriben los ingleses), significa "noble o bello nacimiento". Cóem, "bello, noble, amado", se remonta al indoeuropeo *koimos, que aparece, por ejemplo, en el alemán Oheim, "tío", de *avos koimos.
El cóem se estilaba mucho en la familia de San Kevin. Su padre se llamaba Cóemlog ("Noble Guerrero"), su madre Cóemgel ("Noble y Clara"), sus hermanos Cóemán (Noblecillo) y Nethchóem ("Campeón Noble").
Es la misma palabra que está en el nombre de San Mochoemhóg, del que se habló en la entrada El hijo más deseado.
El valle de los dos vastos lagos es Glendalough, donde el santo desarrolló parte importante de su vida espiritual y que significa en irlandés eso: "el valle de los dos lagos".
San Kevin es un santo tan popular que se conservan tres vidas medievales de él en irlandés, una de ellas en verso; también son varias las versiones latinas.
Se dice que San Kevin descendía de Loegaire Lorc, antepasado de los reyes de Laiginn (Leinster) y que su familia vivía en la costa de este reino.
Antes de que naciese Kevin, Cóemgel, su madre, recibió en sueños la visita de un ángel que le profetizó la santidad de su hijo y le mandó que le pusiesen aquel nombre. El parto fue indoloro y placentero, a lo que se refería lo de "bello nacimiento".
Cuando vino al mundo y lo llevaron a bautizar a un ermitaño llamado Cronan, éste, nada más verle la cara (que, por otra parte, era bellísima), exclamó:
-¿Cómo me traéis a esta criatura? ¿No sabéis que no se puede bautizar a un niño dos veces?
-No está bautizado: ¿qué dices?.
-¿No os habéis cruzado con nadie por el camino?
-Sí, con un joven, que nos pidió que le enseñásemos al niño y le hizo la señal de la cruz y le sopló en la carita.
-Pues sabed que ése era su ángel custodio y eso el bautismo de la criatura, y será llamado Kevin, por haber nacido así de guapo.
Una de las vidas irlandesas dice, en cambio, que el bautizo sí se celebró dos veces: la primera en su casa, y que doce ángeles con candelabros de oro bajaron especialmente del Cielo para la ceremonia.
Dios envió a los padres de Kevin una vaca blanca para que lo criaran con su leche. Daba dos cacharras grandes al día. Y una vez que la habían ordeñado, se marchaba sin que nadie supiese dónde. Cuando ya no hizo falta dejó de ir y su origen nunca se averiguó.
A pesar de esa lactancia extraordinaria, también mamaba de su madre el pequeño Kevin, y los días de ayuno lo respetaba, tomando el pecho una sola vez, a la hora de cenar.
Ya de niño empezó a hacer grandes milagros.
El pueblo donde vivía, que estaba fortificado y se llamaba Rathantobairghill (Fuerte de la Fuenclara) estuvo siempre al amparo de la nieve, y ya podía caer y caer por todos los alrededores, que allí nunca cuajaba y los animales pacían tranquilamente la hierba fresca.
Una vez Kevin dio de limosna cuatro ovejas a unos pobres y Dios restituyó otras cuatro al rebaño sin que nadie se diese cuenta de la generosidad del santito, que le podía haber valido una buena azotaina.
Cuando ya estuvo algo crecido, lo enviaron a estudiar con tres hombres santos: Enna, Lochán y Eogán. Estando con ellos, una moza de por allá se fijó en él cuando lo mandaban a cuidar el ganado. Ya queda dicho que San Kevin era una belleza. Ella también era guapa y muy joven y emprendió la conquista del muchacho por varios frentes: por la vista, por la palabra (astutis verbis) e incluso por mediación de terceros que le enviaba.
Lo seguía a diario hasta que una vez se le presentó la ocasión de encontrarlo a solas en el bosque "y enlazarlo en los tiernísimos nudos de sus manos", ofreciéndosele y apremiándolo a que la tomase.
Tentadora (Eva). Capitel del siglo XI o XII (Clermont-Ferrand). |
Kevin se desnudó, pero fue para huir a buscar refugio en unas matas de ortigas en que se revolcó para extinguir la tentación. Y provisto de un manojo de ellas, cuando la fogosa muchacha lo alcanzó, tan poco vestida como él, la agarró y ortigó vigorosamente.
Llegaron a esto los compañeros de Kevin, sorprendiendo a la pareja en cueros. La moza, arrepentida, confesó su culpa y desde entonces hizo vida casta y ascética.
En la vida de San Kevin encontramos milagros de los que sitúan a un santo en el terreno de lo ígneo (los ángeles con sus candelabros, la nieve que no cuaja)... He aquí por qué abandonó el monasterio donde vivía: una vez le mandaron que llevase al bosque con qué encendiesen fuego los hermanos que estaban trabajando allí; pero se le olvidó.
-Vete por unas brasas -le dijo el superior- y vuelve inmediatamente.
-Ya; y ¿dónde las traigo?
-¿Y a mí que me cuentas? ¡¡Métetelas en la camisa, pero tráelas!!
El obediente San Kevin se tomó la orden al pie de la letra y trajo las brasas en la camisa, sin quemarse él ni que se quemase ella. Cuando el otro fraile lo vio, cayó de rodillas a sus pies, adorando el milagro y declarando que había que nombrarlo abad. Abochornado, Kevin le rogó que guardase el secreto de lo ocurrido; pero como se supo, optó por huir temiendo que lo obligasen a aceptar un cargo del que no se creía digno.
Y así, andando andando, llegó a Glendalough y como le gustó el sitio buscó un árbol hueco del que hizo su morada y se quedó a vivir sustentándose con hierbas y agua. Vestía pellejos de animales y era capaz de recorrer los lagos caminando sobre ellos.
En una ocasión, rezando con las palmas vueltas hacia el cielo, estaba tan callado y quieto que una pareja de mirlos lo tomó por algún árbol y le puso su nido en una mano.
-¡Vaya por Dios! -pensó el santo- Si me muevo, la madre aburrirá el nido y no saldrán los polluelos por mi culpa. ¡Ahora no tengo más remedio que quedarme quieto hasta que sepan volar!
Y así lo hizo.
Es que el mirlo era un pájaro importante para los monjes irlandeses, que dedicaron versos maravillosos al fresco milagro de su canto.
San Kevin peregrinó a Roma; trajo tierra de allí y la esparció por su valle, de manera que hacer esa romería allí es casi como visitar la tumba de San Pedro. Además, dejó una cuádruple maldición sobre los que atacasen o dañasen aquel lugar: landre, carbunclo, lamparones y locura.
Había un pastor que apacentaba sus vacas cerca de allí. Un día una de ellas se alejó de la manada y llegando adonde estaba Kevin en oración, como instintivamente atraída por su santidad, empezó a lamerle los pies (según la Vita latina, los vestidos). A la hora de recogerse al establo, retornó junto a las demás; pero desde entonces, cada día escapaba sin que se diesen cuenta y en vez de pacer, lamía los pies de San Kevin.
El pastor y el dueño de las vacas, un tal Dima, estaban atónitos, porque aquélla se puso a dar mucha más leche que las otras.
-¿Qué le habrá pasado a esta vaca?
-¿Yo qué sé? ¡Es rarísimo!
-Averígualo a ver.
El vaquero siguió a la vaca y la encontró enfrascada en sus lametones. Con rústica desconfianza, pensó que San Kevin tramaba quedarse tan estupendo ejemplar, y a fuerza de voces, blasfemias y palos se la llevó quieras que no con las otras. Pero no le salió la cosa como quería, porque todas las vacas enloquecieron de pronto: corneaban a sus propios terneros y los mataban. Volvió corriendo adonde el santo, que le dio agua bendita para sosegarlas y todo volvió a la normalidad.
Otro santo (anglosajón pero de formación irlandesa) afamado por la cura de ganado enloquecido es, dicho sea de paso, San Wilibrordo, fundador del gran monasterio luxemburgués de Echternach. Así que el caso de Kevin no es único.
Me parece posible que esta devolución de las vacas a la cordura esté relacionada con el antiquísimo mito del viaje de un héroe al otro mundo para rescatar o robar a los ganados de allí: el mito de Hércules y Gerión, el mismo que modificado de varias maneras aparece una y otra vez en la tradición céltica (el robo de los ganados de Annwn entre los galeses, por poner un ejemplo).
Ganados de Gerión. Cerámica de Magna Grecia; siglo VI antes de Cristo. |
Pero el rumor de estos milagros de San Kevin cundió, se supo dónde se había escondido y sus tres santos maestros lo devolvieron, a su pesar, al monasterio.
Lo llevaron Dima y sus hijos, pues lo tenían muy débil sus penitencias, en una litera. Presidía la comitiva un ángel, que iba haciendo que a su paso los árboles más añosos e inabarcables se doblasen como juncos, rindiéndoles pleitesía y abriéndoles camino.
Pero Dima el mozo, uno de los hijos, se negó.
-¡Sí! Voy a perder yo un día de caza para llevar a un viejo loco. ¡Ni que fuera yo el esclavo ni la acémila de nadie!
El caso es que, mientras estaba cazando, sus perros se volvieron furiosos -otra vez los animales locos- y como a un nuevo Acteón, lo despedazaron a bocados. Bernard Sergent señala cómo los perros de Acteón son los mismos Télquines de la mitología griega, y éstos corresponden en la irlandesa a los malévolos fomoré.
Acteón destrozado por sus perros. Siglo V antes de Cristo. |
Pero para eso estaba allí San Kevin, que lo resucitó instantáneamente. Cellach, que así se llamaba el espachurrado, entró de monje en el monasterio de Kevin.
Y estando un día meditando al borde del río, vio una nutria retozando alegremente en el agua.
-¡Buena piel para un para un par de manoplas! -se le ocurrió a Cellach.
-¡Adiós! -pensó aterrorizada la nutria, que debía de ser algo telépata- ¡Aquí si te descuidas te despellejan! Cría cuervos...
Porque aquella nutria venía todos los días al convento trayendo un salmón de limosna. Pero, naturalmente, no apareció más. Kevin la echó de menos y puso en claro lo que había pasado, pero la trucha no volvió. ¡Cualquiera!
Estando de visita unos días Kevin en la ermita de San Beoán, éste le dijo una vez:
-¿Quieres hacer el favor de ir a ver qué hace la vaca, que la tengo suelta en el prado?
-Voy.
Cuando llegó, la vaca acababa de parir. Pero salió una loba del bosque, hambrienta; a Kevin le dio pena y le dejó comerse el ternero. La vaca empezó a soltar unos mugidos lastimeros, que partían el corazón y hacían retumbar el bosque y la sierra enteros. Beoán, cuando se enteró, se tiraba de los pelos.
-Pero ¿qué has hecho? ¿No te da pena haber roto el corazón de una madre? ¡Ahora a ver cómo la consuelas!
Kevin se adentró en el bosque.
-¡Loba! ¡Eh, loba!
-¿Qué quieres?
-Que buena la hemos hecho, que no veas cómo se ha puesto la vaca.
-Ya. Y yo, si se me mueren los lobeznos de hambre, ¿cómo me pongo? ¡Hay que verlo todo!
-Mira, vamos a hacer una cosa: vas a hacer tú de ternero hasta que ésa para otro. Con la ayuda de Dios, seguro que no se cosca.
-Pero, hombre, ¿y si me ve cualquiera haciendo el ternerito?
-Mujer, ¿qué más te da? Son sólo unos días.
-Que te pusieran a ti a hacer de monjita.
Pero, en fin, la loba se dejó convencer y en cuanto arreglaba las cosas de su casa se presentaba en el establo y mamaba de la vaca que la lamía y la acariciaba con la cabezota, tomándola por su ternerillo. Es proverbial la mala vista de las vacas. Luego, por la noche, se volvía a su madriguera.
-¡No sé qué me retiene, Kevin: esa vaca está para chuparse los dedos! Estás poniendo el aceite al lado de la lumbre.
-Aguanta un poco, que en seguida se empreña.
San Kevin era, ya lo veíamos, muy limosnero y acudían a él pedigüeños como moscas. Una vez fue una compañía de juglares. El santo no tenía con qué remediarlos.
-No hay de comer ni siquiera para los hermanos; pero he sembrado esta mañana, y si os esperáis a la noche, con lo que cosechemos luego haremos una buena cena.
-Porque seamos pobres no tenemos que sufrir que nos tomen el pelo. ¡Os vamos a echar una sátira que os vais a acordar!
Los músicos se fueron con injurias para Kevin y sus monjes. El santo no se quedó atrás: pronunció una maldición sobre ellos y sus instrumentos, su único medio de vida, se convirtieron en pedruscos. En cuanto a los frailes, a la siesta recogieron abundante cosecha y cenaron opíparamente.
Llegó la época de la siega. Kevin estaba en la cocina. Pasó por allí un grupo de mendigos hambrientos pidiendo algo de comer por amor de Dios y Kevin les dejó que se hartasen y que se llevasen lo que ya no les cabía. Entonces apareció San Eogán:
-Kevin, prepara la comida de los segadores, que están que se embaularían cada uno un buey.
-¡No sé con qué! He dado de limosna todo lo que había en la despensa.
-¿Y con qué permiso? ¿No ves que esos segadores llevan todo el día trabajando y sudando la gota gorda y se han ganado y se merecen una comida en condiciones? ¡Has hecho muy mal!
San Eogán se fue muy cabizbajo, sin saber qué decir a los segadores.
-Tal vez nos ayudará Dios -dijo Kevin.
Juntó los huesos roídos por los mendigos, que estaban en la basura, y se puso a rezar. A medida que iba orando, los huesos se iban revistiendo de carne, hasta quedar hechos de nuevo unas magníficas y jugosas piezas asadas. A la vez, el agua de las tinajas se transformaba en cerveza de la mejor. Había para alimentar a veinte cuadrillas de segadores.
Este milagro de la regeneración de los animales enteros a partir de sus huesos es un mito antiquísimo y de difusión casi universal, relacionado con prácticas chamánicas (y, una vez más, con el rescate de los ganados arrebatados al reino de los muertos), según estudia el tantas veces citado Carlo Ginzburg en su Historia nocturna.
Otra vez, un ladrón robó un carnero del convento y se lo comió. Lo capturaron y querían darle su merecido, pero Kevin se opuso:
-No se le puede condenar sin oírlo. ¿Eres culpable?
-No.
-Pues júralo por Dios.
-Beeee.
-¡Que si juras que eres inocente!
-Beeee. ¡Beeee! ¡BEEEEE!
-Es la voz del carnero -dijo un fraile-. La reconozco perfectamente. ¡Está hablando por su boca! ¡Éste se lo ha zampado! ¡Te doy...!
-Beeeeee, bee.
Arrepentido, el cuatrero recobró el habla, se confesó y fue admitido como monje.
Como se ve, muchos de estos milagros tienen que ver con la muerte de animales y su regreso del Más Allá: ya en forma de voz acusadora, ya en forma de suplentes, ya mediante la regeneración a partir de los huesos de su carne consumida.
Kevin, habitante de un árbol hueco como una dríada o espíritu del bosque (y casi árbol él mismo, como en el milagro del mirlo), tiene, como Ronan del que hablaba hace poco, una relación estrecha y entrañable con animales y plantas.
No se agotan aquí los milagros de San Kevin, cuya fiesta se celebra el día 3 de Junio. Continuaré contando cosas de su vida.
-Voy.
Cuando llegó, la vaca acababa de parir. Pero salió una loba del bosque, hambrienta; a Kevin le dio pena y le dejó comerse el ternero. La vaca empezó a soltar unos mugidos lastimeros, que partían el corazón y hacían retumbar el bosque y la sierra enteros. Beoán, cuando se enteró, se tiraba de los pelos.
-Pero ¿qué has hecho? ¿No te da pena haber roto el corazón de una madre? ¡Ahora a ver cómo la consuelas!
Kevin se adentró en el bosque.
-¡Loba! ¡Eh, loba!
-¿Qué quieres?
-Que buena la hemos hecho, que no veas cómo se ha puesto la vaca.
-Ya. Y yo, si se me mueren los lobeznos de hambre, ¿cómo me pongo? ¡Hay que verlo todo!
-Mira, vamos a hacer una cosa: vas a hacer tú de ternero hasta que ésa para otro. Con la ayuda de Dios, seguro que no se cosca.
-Pero, hombre, ¿y si me ve cualquiera haciendo el ternerito?
-Mujer, ¿qué más te da? Son sólo unos días.
-Que te pusieran a ti a hacer de monjita.
Pero, en fin, la loba se dejó convencer y en cuanto arreglaba las cosas de su casa se presentaba en el establo y mamaba de la vaca que la lamía y la acariciaba con la cabezota, tomándola por su ternerillo. Es proverbial la mala vista de las vacas. Luego, por la noche, se volvía a su madriguera.
-¡No sé qué me retiene, Kevin: esa vaca está para chuparse los dedos! Estás poniendo el aceite al lado de la lumbre.
-Aguanta un poco, que en seguida se empreña.
San Kevin era, ya lo veíamos, muy limosnero y acudían a él pedigüeños como moscas. Una vez fue una compañía de juglares. El santo no tenía con qué remediarlos.
-No hay de comer ni siquiera para los hermanos; pero he sembrado esta mañana, y si os esperáis a la noche, con lo que cosechemos luego haremos una buena cena.
-Porque seamos pobres no tenemos que sufrir que nos tomen el pelo. ¡Os vamos a echar una sátira que os vais a acordar!
Los músicos se fueron con injurias para Kevin y sus monjes. El santo no se quedó atrás: pronunció una maldición sobre ellos y sus instrumentos, su único medio de vida, se convirtieron en pedruscos. En cuanto a los frailes, a la siesta recogieron abundante cosecha y cenaron opíparamente.
Llegó la época de la siega. Kevin estaba en la cocina. Pasó por allí un grupo de mendigos hambrientos pidiendo algo de comer por amor de Dios y Kevin les dejó que se hartasen y que se llevasen lo que ya no les cabía. Entonces apareció San Eogán:
-Kevin, prepara la comida de los segadores, que están que se embaularían cada uno un buey.
-¡No sé con qué! He dado de limosna todo lo que había en la despensa.
-¿Y con qué permiso? ¿No ves que esos segadores llevan todo el día trabajando y sudando la gota gorda y se han ganado y se merecen una comida en condiciones? ¡Has hecho muy mal!
Segador. Miniatura del siglo IX. |
San Eogán se fue muy cabizbajo, sin saber qué decir a los segadores.
-Tal vez nos ayudará Dios -dijo Kevin.
Juntó los huesos roídos por los mendigos, que estaban en la basura, y se puso a rezar. A medida que iba orando, los huesos se iban revistiendo de carne, hasta quedar hechos de nuevo unas magníficas y jugosas piezas asadas. A la vez, el agua de las tinajas se transformaba en cerveza de la mejor. Había para alimentar a veinte cuadrillas de segadores.
Este milagro de la regeneración de los animales enteros a partir de sus huesos es un mito antiquísimo y de difusión casi universal, relacionado con prácticas chamánicas (y, una vez más, con el rescate de los ganados arrebatados al reino de los muertos), según estudia el tantas veces citado Carlo Ginzburg en su Historia nocturna.
Otra vez, un ladrón robó un carnero del convento y se lo comió. Lo capturaron y querían darle su merecido, pero Kevin se opuso:
-No se le puede condenar sin oírlo. ¿Eres culpable?
-No.
-Pues júralo por Dios.
-Beeee.
-¡Que si juras que eres inocente!
-Beeee. ¡Beeee! ¡BEEEEE!
-Es la voz del carnero -dijo un fraile-. La reconozco perfectamente. ¡Está hablando por su boca! ¡Éste se lo ha zampado! ¡Te doy...!
-Beeeeee, bee.
Arrepentido, el cuatrero recobró el habla, se confesó y fue admitido como monje.
Como se ve, muchos de estos milagros tienen que ver con la muerte de animales y su regreso del Más Allá: ya en forma de voz acusadora, ya en forma de suplentes, ya mediante la regeneración a partir de los huesos de su carne consumida.
Kevin, habitante de un árbol hueco como una dríada o espíritu del bosque (y casi árbol él mismo, como en el milagro del mirlo), tiene, como Ronan del que hablaba hace poco, una relación estrecha y entrañable con animales y plantas.
No se agotan aquí los milagros de San Kevin, cuya fiesta se celebra el día 3 de Junio. Continuaré contando cosas de su vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario