Según se cuenta en el relato medieval El nacimiento de Moling y su vida (Geinemain Molling ocus a bhetae; se puede consultar en línea en Internet archive, con traducción inglesa) fue la mujer de Faolán, el padre de Moling, quien le sugirió a aquél que se trasladasen a la frontera de Osraige y Laiginn y allí se hiciera briugu (persona encargada de mantener una hospedería para los viajeros).
Una hermana de la mujer, Emnat, los acompañaba. Faolán se fijó en la cuñada, que era muy guapa, y ella se enamoró de él. Pronto se dio cuenta, con vergüenza y miedo, de que estaba encinta y no se le ocurrió otra cosa que salir huyendo. Llegada a su tierra, Luachair, una noche de nevada, en pleno campo, tuvo a su hijo y resolvió darle muerte allí mismo. Pero Dios mandó una compañía de ángeles y una paloma que protegía al recién nacido dándole calor con las alas y defendiéndolo con las uñas, hasta que pasó por allí San Brendan mac Finnlugh, el famoso santo navegante, cuando Emnat ya estaba a punto de acabar con el bebé a puros cantazos.
La leyenda de la mujer despreciada que se ve obligada a traer al mundo, en el campo, un hijo del pecado y lo abandona (o, peor, intenta darle muerte en este caso), pero es salvado por las palomas, no puede dejar de recordar al nacimiento de Semíramis.
Al futuro Moling lo bautizaron poniéndole Tairchell (Rodeo) por las vueltas que daba la paloma a su alrededor en su intento de defenderlo.
Y aunque se lo quedó Collanach, un monje de San Brendan, para criarlo junto a muchos hijos de reyes y de príncipes que tenía a su cargo, su verdadero maestro fue Víctor, el ángel de San Patricio.
En el Santoral de Óengus se leen otras noticas más enigmáticas sobre San Moling, el santo del que me vengo ocupando desde hace dos entradas. Habla de cierta fundación suya, llamada el Taidén, que no se sabe si era una iglesia o como dice Whitley Stokes un molino fluvial con su presa. En otros textos parece que Taidén es el nombre de un río, estrechamente relacionado con este santo, o acaso del canal que excavó con sus propias manos.
En todo caso, dice el Santoral de Óengus que durante la fundación del Taidén Moling lo pasó mal por la gran abundancia de demonios, lobos y mala gente que allí acudía. En la leyenda de San Moling a veces no se distingue bien si los malvados que aparecen son demonios, espectros (fuath en irlandés es "espectro", "odio" y "horror") o simples malhechores. El malhechor, como forajido, es el que se sitúa fuera de la sociedad y también del mundo ordenado, del cosmos: es el hombre del bosque, de la sierra. Muchas veces el bandolero adquiere proporciones sobrehumanas y diabólicas en la tradición: Roberto el Diablo, la Serrana de la Vera...
También se lee allí -en el Santoral de Óengus- que estando el santo junto al río Garb, entre Laiginn y Osraige, solían muchos pasar de un reino a otro, y que el cruzar a Laiginn, hacia el Este, le causaba a Moling gran alivio, y en cambio el viaje a Osraige, a Poniente, le daba terror.
Esto parece tener que ver con el significado simbólico del paso del río, a que me refería en la entrada anterior, como tránsito entre este mundo y el Más Állá. Moling, como decía, tuvo el oficio de barquero.
San Julián el Hospitalario. Siglo XIV. |
Por hacer de barquero (como el barquero de L'arrache-coeur de Boris Vian) Moling tiene que lidiar con mala gente, lobos y fantasmas. A cambio, es capaz de devolver la vida; y a veces, como en el caso del niño que contábamos, es el propio río el que opera la resurrección.
Claro que dentro del simbolismo cristiano no hay nada más conocido que el agua que da la vida, que es el bautismo, díctamo, antídoto y curación para el ciervo envenenado o herido. Y claro que no sólo en el cristianismo se encuentra el agua como símbolo de resurrección.
Cuenta el Geinemain Molling un primer encuentro de Moling con uno de estos seres perversos contra los que tuvo que luchar toda su vida cuando era pequeño y estaba estudiando con Collanach. Era su ocupación entonces recorrer la comarca con un bordón y un par de alforjas recogiendo limosnas para el sustento de maestro y escolares. Aquel ser se llamaba Odio Sañudo; iba viajando con su mujer, su sirviente, su perro y nueve criados.
-¡Qué cosa más rara! -dijo Odio Sañudo a los suyos-. Nunca he hecho más que el mal y a ese chico me apetece protegerlo.
Sin embargo, se le plantó delante y le dijo:
-¿Ves esta lanza? Con ella te voy a atravesar de parte a parte.
-Será si no te doy primero un porrazo con este cacho de bordón, que no lo abarco con la mano. Pero ¡ya podrás! ¡Un forzudo contra un muchacho! ¡Debías darme por lo menos algo de ventaja!
-¿Cuánta?
-Tres pasos por ser un peregrino y otros tres por ser un loco.
-Bueno, vale. De todas maneras yo soy más rápido que un ciervo y mi perro más que el viento.
El primer paso fue un salto tan grande que Tairchell casi desapareció de su vista y el último lo llevó al coro de la iglesia, donde Collanach estaba cantando con los demás frailes.
-¿Qué ha pasado, Tairchell, que tienes la cara ardiendo como un héroe en el furor de la batalla?
Tairchell se lo contó y Collanach contestó:
-Bueno; aquí en la iglesia estás a salvo. Desde ahora te llamarás Moling (que quiere decir "mi salto").
Entonces el maestro le reveló la historia de su nacimiento y le presentó a su madre.
-Mucho hemos sufrido tu madre y yo por tí: porque a ella todos le echaban en cara su pecado, no dudando en tirar la primera piedra, y a mí me acusaban de ser tu padre y estar conchabado con ella.
Y ese mismo día lo tonsuraron. Era el fraile más guapo que se hubiera visto jamás.
Y emprendió viaje a la tierra donde había sido engendrado, donde construyó su iglesia sobre los cimientos de una que había dejado sin terminar San Brendán. Era aquel un lugar maldito, plagado de ladrones y criminales.
Mientras estaba cortando leña con San Gobán, le saltó una astilla a un ojo y lo dejó tuerto. Sin decir nada, se tapó el rostro con la capucha y se retiró.
El tuerto, al igual que el cojo, (ver En el país de los tuertos el cojo es el rey) es personaje que se pasea entre ambos mundos, o al menos que puede ver en ellos, es visionario y a menudo oculta su defecto, como Odín con el ala de su amplio sombrero.
Esta característica de ser tuerto se relaciona con la invisibilidad y la capacidad de cambiar de apariencia. Cuando los de Tara iban en su persecución después de haber logrado la redención del tributo (ver la entrada anterior), Moling consiguió que cada uno de los soldados enemigos adquiriese su apariencia a los ojos de los demás, y así se mataron unos a otros pensando que era al santo a quien estaban dando muerte.
Es el caso que Moling, dolorido y con la astilla clavada en el ojo, regresaba a su celda cuando por el camino, se encontró con un estudiante que le preguntó qué le pasaba.
-Nada, que se me ha metido una astilla en un ojo y estoy rabiando.
-Trae que te diga una oración que hay para eso:
¡Una rueda de molino en el ojo,
una hoja de acebo en el ojo,
todas las desazones en la mejilla,
un grifo de grandes garras en el ojo!
-¡Qué mala idea! Me has puesto mucho peor de lo que estaba....
-¡Qué cosa más rara! -rió el estudiante, que era un demonio- No suele fallar este conjuro... ¡Adiós!
Por suerte, en seguida se le apareció un ángel del Cielo que lo curó con otro conjuro, y su vista quedó mucho mejor que al principio de todo.
Oftalmología medieval. Siglo XII. |
-¿Qué te pasa? -le preguntó el ángel Víctor cuando bajó a hablar con él.
Moling se lo contó.
-Y si era un ángel o Cristo disfrazado para probarme, ¡aleluya!; pero si ha sido un demonio para gastarme una jugarreta, ¡maldita la gracia!
-Y ¿en qué forma te apetecería que se te apareciese Cristo, ya que eres tan remilgado?
-En la de un niño de siete años muy mono y muy rico.
Al momento, un niño así saltó a su regazo y estuvo toda la noche jugando con él. Era el Niño Jesús.
Pero yo imagino a Moling restregándose la mano izquierda con el hábito, aún dudoso y asqueado:
-Sí, sí... pero el primero, el de la lepra... ¿sería del Cielo de verdad o sería de los otros?...
También, junto al Taidén, tuvo lugar un encuentro entre Moling y su gran amigo Mael Dobarchon, un santo del que no hay apenas noticia. Mael Dobarchon, al igual que Moling, era hijo de un briugu, y aquel día estaba buscando unos caballos que se le habían escapado a su padre.
-Aquí andamos buscando...
-Y yo buscando a Cristo.
-Qué crimen tan grande fue eso de matarlo, y qué no haríamos por salvarlo, si pudiésemos.
Moling se quitó el hábito y lo arrojó a unas espesas matas de espinos.
-Si eso fuese Cristo, ¿lo salvarías tú?
-Verás.
Y Mael Dobarchon rompió por entre los espinos y se abrazó, chorreando sangre, a la túnica del monje. San Moling gritó entonces:
-¡Eh, tú, fraile, ven acá!
Y el hábito, moviéndose por sí solo, volvió junto a él.
-Con este gesto de arrojo que has tenido -dijo Moling a su maltrecho amigo- arañándote de esta manera por amor de Cristo, te has ganado el que no te toquen un pelo los demonios en la otra vida. Les has quitado el poder sobre ti.
Allí mismo estaba sentado meditando otra tarde cuando vio acercársele a un joven apuesto y elegante, vestido de púrpura.
-Muy buenas -le saludó el joven.
-Amén.
-¿Cómo que "amén"? ¿Ésa es manera de saludar? ¿Amén a mí?
-¿A ti? Pues ¿tú quién eres?
-¿Quién voy a ser? ¡Cristo, el hijo de Dios!
-No me vengas con cuentos de camino, porque Cristo cuando baja a la tierra no va de púrpura ni de señorito como tú, sino de mendigo desharrapado y de leproso.
-Pues si no soy Cristo, ¿quién soy entonces?
-Pues mira: me da que el típico demonio tocanarices. ¿Acierto?
-¡¡Hombre de poca fe!!
-Si eres Cristo, mira lo que estoy leyendo -dijo, alzando los Evangelios en que estaba meditando.
-¡Quita eso de mi vista! Es verdad, soy el que tú creías, pero bastante desgracia tengo.
-Bueno, ¿y a qué vienes?
-A pedir tu bendición.
-Ni hablar. Primero porque no te la mereces y segundo porque no te aprovecharía nada.
-Algo haría. Es como si te metes vestido en un baño perfumado y no te restriegas ni nada: aunque no quedes limpio se te pega el buen olor.
-Nada, nada: el perfume y la roña hacen muy mala pareja.
-Bueno, pues si no me echas la bendición, por lo menos échame una maldición, por el hecho de que vengo a tentarte.
-¿No tienes bastante maldición ya?
-Sí, pero la ira es un pecado aunque sea contra uno de nosotros, y tu veneno se volvería contra ti. Pero ya veo que no hay manera contigo.
-Si hicieras alguna buena acción, aunque fuera pequeñita, Dios se apiadaría de ti.
-Soy incapaz.
-Por ejemplo, ponte a estudiar. Ahí tienes una buena acción.
-¿Estudiar? ¿Con quién te crees que estás hablando? ¡¡Sé mil veces más que tú y que el más sabio que me encuentres de vosotros!! Pero ¿qué adelanto con eso?
-Haz ayunos.
-Los demonios no comen.
-Con una genuflexioncilla, que no cuesta nada, ya valdría para empezar.
-Pero ¿tú no ves que no puede ser porque a los demonios se nos dobla la rodilla hacia atrás, como a los pollos, y no hacia delante como a las personas?
Excitación diabólica y patas de pollo. Capitel románico. |
-Pues sí, hombre, sí.
-Pues, chico, ya no se me ocurre otra cosa.
-No: si es que no. Bueno, ¡hala!
Y el pobre demonio se fue entonando un himno lleno de nostalgia, donde se celebra la ventura del que está con Dios y la miseria del que está apartado de él.
El poema y el diálogo están en las notas del Santoral de Óengus.
Ahora bien, el tener pies de pájaro ya he comentado en otra ocasión (u ocasiones) que es cosa propia de seres sobrenaturales inquietantes y de diablos; también lo es el padecer una inversión en las extremidades inferiores, como tener los talones delante y los dedos detrás (esto le sucedía a Leborcham, la sirvienta de Conchobar, el rey del Ulster). Y una vez más, se trata de rasgos relacionados con la cojera y la descalcez.
Pero lo dejo por ahora, que quedan más cosas para contar otro día de este santo de Laiginn.
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