San Moling tuvo entre otras ocupaciones la de pescador, oficio evangélico si los hay, y eligió para fundar su iglesia un lugar cercano a un río y a la costa, donde el ir y venir de la marea dejaba diariamente abundante pescado.
Un día San Moling y sus monjes capturaron un impresionante salmón que, al abrirlo, mostró ocultar en la barriga un anillo de oro. No era aquél el consabido anillo para ponerse en el dedo que suelen guardar los peces de las leyendas en el vientre, sino un grueso lingote de oro en forma de anillo. Los monjes, maravillados, corrieron a enseñárselo al santo.
-Muy bien. Pues lo partiremos en tres partes iguales. Con una, que se hagan fundas de oro bien labradas a maravilla para proteger las reliquias y con otra que se haga limosna a los pobres.
Abriendo un salmón. Relieve románico. |
-¡Toma! La tercera para nosotros, que para algo lo hemos pescado.
San Moling se quedaba muchas tardes meditando sentando a orillas de su canal o del río o bien en la playa y se pasaba horas contemplando la belleza de la creación. Una vez se fijó en un moscardón que andaba dando vueltas y zumbando por el aire. Le pareció que aquel insecto le era familiar y que era el mismo que solía acudir a él a diario a la hora de los maitines y a las de las vísperas, como si quisiera acompañarlo en sus rezos. Entonces apareció revoloteando graciosamente un reyezuelo.
El reyezuelo es un pájaro que goza de gran prestigio en la tradición. Ya entre los antiguos griegos se le consideraba rey de los pájaros. Se dice de él en varios sitios que fue él quien robó el fuego del cielo (o del Infierno) para traerlo a la tierra. También que asistió a la Natividad de Jesús porque había un nido de ellos en el Portal de Belén, que aportó musgo y plumas para mullir la cuna improvisada en el pesebre y que quiso arrancar las espinas de la corona de Cristo en la pasión.
Se considera peligroso robar o destruir su nido, porque acarrea riesgo de incendio en la casa de uno (esto se cree en Valonia). Además, la casa donde anidan se tiene por afortunada y también da buena suerte ofrendarle unas migajas de pan.
En Francia y en Inglaterra había una fiesta del reyezuelo el 26 de diciembre o el primero de enero. Se llevaba en procesión un reyezuelo espetado en lo alto de una larga vara.
Se decía que un reyezuelo espetado y puesto al fuego giraba solo ante la lumbre.
En irlandés antiguo, el nombre del reyezuelo era dréan, lo que se interpretaba como contracción de draoi éan, "el druida de los pájaros", o "el pájaro brujo".
Es el caso que san Moling estaba encantado viendo al pajarito ir y venir danzando mientras cazaba y se zampaba mariposas y moscas al vuelo, entre ellas el moscardón devoto.
Mas he aquí que bajó repentinamente del aire un ave de presa, milano, gavilán o lo que fuese, y como un rayo atrapó al reyezuelo en las uñas y se lo tragó en un abrir y cerrar de ojos.
Moling quedó disgustadísimo.
-¡Eh, tú, tragón! ¿Qué es lo que has hecho? ¿Cómo la tomas con una criatura de Dios tan graciosa y tan simpática? ¡Echa eso ahora mismo!
Apesadumbrada y obediente, la rapaz regurgitó al pajarito, aunque desgarrado, lleno de sangre y hecho una pena.
Moling cogió el pequeño cadáver, lo calentó entre las manos y cuando las abrió lo depositó en el suelo entero y sano, sacudiendo las alas para desentumecerlas y sin entender bien lo que le acababa de pasar. Un momento después estaba dando saltitos de júbilo.
-¡Sí, baila, baila...! Eres muy listo tú, ¿eh? ¡A ver ese moscardón!...
A regañadientes, el pájaro abrió el pico y dejó escapar del buche al insecto, que salió haciendo eses, atontado y como borracho.
-Y delante de mí no empecéis...
San Moling tenía poder sobre los insectos. Cuando San Gobán Saer le pidió un precio excesivo, pagable en centeno, por la construcción de la iglesia, Moling pagó a tocateja; pero al día siguiente todo el grano se había convertido en gusanos y gorgojos.
La verdad es que la culpa no había sido de San Gobán, sino de su mujer, que era la que le había calentado la cabeza para que cobrase su trabajo tan caro.
la historia comenzó de esta manera: la mujer de San Gobán Saer, Ruadsech Derg (la Roja) que se llamaba, era una avariciosa y una impertinente. Una vez fue a ver a San Moling y empezó a hacerle la pelota: que qué monje tan sabio, tan bien plantado y tan guapo...
-Bueno, a ver, Ruadsech -la cortó el santo-: ¿qué has venido a pedir?
-Pues, ya que lo preguntas, estamos Gobán y yo sin una mala vaca, y no parece conveniente que un arquitecto de la talla de él no tenga ni para labrar un pedacito de tierra.
Relieve románico. Siglo XIII. |
-Gracias; es lo justo. Con menos no podemos pasar ni sería decente.
Pero al poco tiempo vino un ladrón, un tal Grác, y le robó una de las vacas.
Ruadsech se presentó como una tigresa en casa de Moling. La malpensada de ella suponía que el monje y el cuatrero eran cómplices.
-No te pongas así. Voy a mandar hombres -dijo Moling- que persigan a Grác y lo maten.
-¡A mí con ésas! Ya sé yo que si por tí fuera, viviría más años que Matusalén.
-Lo mandaré echar al río.
-Para darse un bañito.
-Pagará sus culpas en la hoguera.
-Cuando haga frío, calentándose las manos y los pies. ¡Que os he calado!
-Ruadsech, Gobán es un gran santo.
-Ya lo sé.
-Pero sobre todo por aguantarte a ti. Estar casado contigo es ganarse el Cielo.
Los hombres de Moling sorprendieron a Grác con las manos en la masa. Había encendido una lumbre y se disponía a comerse la vaca con su mujer y su hijo. Al ver a los hombres armados, huyó trepando a un árbol en cuya copa se agazapó. Pero uno lo vio y lo derribó de un flechazo. Grác se desplomó sobre la hoguera y de allí rodó al río.
Así murió de la manera que había dicho Moling.
Es un ejemplo del motivo de la "muerte triple" o "sacrificio triple", que se encuentra en numerosas leyendas indoeuropeas (correspondiendo a la ideología trifuncional), y en Irlanda, por ejemplo, en la historia de la muerte de Muirchertach mac Erca, alanceado, quemado en un incendio y ahogado en un barril de vino.
Entonces la viuda de Grác, con su niño a cuestas, acudió suplicando la ayuda del santo, porque había quedado en el mayor de los desamparos.
-Mujer: tu marido ¡bonita muerte ha tenido: flechado, quemado y ahogado! Ya está en el Infierno. Se lo ha ganado a pulso. Y, como debe ser, allí donde está el marido, acabará la mujer. No te digo más.
La viuda, con aquellas palabras de consuelo, siguió su camino.
Los hombres recobraron lo que quedaba de la vaca: carne y huesos; y Moling lió todo en el pellejo y le devolvió la vida.
Un milagro semejante, de raigambre antiquísima, chamánica, y propio según se dice de las más arcaicas sociedades de cazadores, se le atribuye a San Kevin (ver Kevin, hermoso nacimiento)
Pero la vaca ya no era como antes: la mitad que había pasado por la olla se había hecho parda, y la otra mitad estaba blanca. El animal resucitado daba leche para henchir a doce hombres cada día y Moling decidió que Ruadsech no la merecía y que se la quedaba él.
Ruadsech se enfureció y se lo contó a su marido.
-Ahora, la vaca se la cobramos pero bien. ¡Ya lo creo que se la cobramos! Vas a cargársela en lo que le lleves por hacer la iglesia.
-Yo no puedo hacer eso. Yo no cobro nunca más que lo justo, y menos a un santo tan preclaro.
-Mientras no te pague ése la vaca, no te pago yo el débito.
-Mujer: no te pongas así...
-¿Que no? ¡Ya me conoces!
-Vaya que si te conozco.
-Pues ya lo sabes. ¿Me defiendes tú como un hombre? Pues si no eres marido para lo uno, no eres marido para lo otro. Así que tú verás.
Y muy a pesar suyo y con harta vergüenza, San Gobán Saer cobró a Moling el precio que le pareció a Ruadsech.
Sin embargo, Moling era generoso y buen pagador.
Este milagro lo demuestra: una vez, lo convocaron unos reyes de los O'Neill, los hijos de Aed Sláine (que eran la dinastía dominante en Tara), para dirimir un conflicto de lindes con los de Laiginn: pero con el secreto propósito de emboscarlo y matarlo por el camino (no lo lograron, porque Moling los despistó cambiando de aspecto). Una noche pidió posada en una casa donde vivía una pobre mujer. Por lo que fuese, el marido no ganaba nada e iban tirando con las labores de ella. A pesar de todo, los convidó a compartir lo que tenían: una jarra de leche y una posta de carne de caballo.
-No tengas apuro: donde comen dos, comen tres; y el caballo seguro que nos está riquísimo si Dios quiere.
Cuando llegó el hombre y se sentaron a la mesa, resultó que la jarra de leche no disminuía nunca por más que se servían. En cuanto a la tajada de caballo, al sacarla del caldero resultó haberse convertido en grandes, tiernos y jugosos pedazos de cordero.
-Y en pago de vuestra hospitalidad, os anuncio que los reyes de Laiginn serán de ahora en adelante de vuestra estirpe...
San Moling se llevaba maravillosamente con los animales. Durante una temporada tuvo treinta perros, a los que daba de comer un pan untado de mantequilla a cada uno. El santo dejaba los treinta panes juntos en un montón y cada perro comía el suyo sin tocar los demás, lo que se consideraba un notable milagro.
Otro de sus amigos era un zorro. Una vez vinieron los monjes a quejarse de que les había robado una gallina. Moling regañó al zorro delante de los otros animales. El animal salió con el rabo entre piernas y volvió al poco rato trayendo entre los dientes una gallina viva.-¿De dónde has sacado esto? ¡Sinvergüenza! -dijo sonriendo el santo- ¡Esta gallina es de las monjitas! ¡Anda y devuélvesela! ¿Tú no ves que lo que no hay que hacer es robar?
Zorro ladrón. Relieve románico. |
Otra vez llegaron los monjes ante San Moling con otro zorro cogido por el pescuezo.
-¡Lo hemos pillado con las manos en la masa, robando unos panales de miel!
-¡Ah, canalla! -dijo el santo- ¿A que vas a ser tú el que me ha robado el antifonario que me ha desaparecido?
Efectivamente, se lo había llevado a su madriguera para entretenerse royéndolo, que era de cuero y pergamino.
-Tráelo inmediatamente, y ¡como vuelvas a tocar un libro...!
La zorra volvió arrastrando el librote y se aplastó en el suelo a los pies del santo, mirándole con cara de pena.
-¡Anda, vete, que no sé cómo no...!
Y desde entonces no sólo no volvió a robar nada, sino que si, por broma, le enseñaban un libro, salía huyendo despavorido.
-Un día de éstos -anunció Moling a sus monjes en su ciudad de Ferns- van a venir unos visitantes desconocidos; y nunca han morado entre los hombres, y breve será su morada entre ellos. Alfombrad de paja limpia y mullida una estancia grande para que duerman.
Entre tanto, los lugareños de los alrededores vieron con asombro que de todas las partes del bosque y de los campos acudían muchedumbres de zorros y se daban cita en un prado, desde donde en cortejo se dirigían a la ciudad.
Entraron por las puertas libremente sin que hombres ni perros los ofendieran, pues tal era la voluntad de Dios, que temporalmente había suspendido la eterna inquina que enfrenta a esas dos especies.
La concentración de zorros fue al encuentro de San Moling haciéndole fiestas, y el santo los cogía, les daba palmadas y los acariciaba ante el estupor de las gentes.
Se les dio de comer y pasaron la noche en el hospedaje preparado para ellos; y al día siguiente volvieron a saludar a Moling, pero ya no se les veía tan alegres como la víspera: sino que unas veces parecían contentos y otras veces demostraban tristeza.
-Amigos míos -les dijo Moling emocionado-: no sé si nos veremos más. Me queda poco tiempo de estar en esta ciudad y va siendo hora de que vuelva a mi tierra. ¡Yo os bendigo!
Los zorros quedaron muy apesadumbrados y se volvieron a sus casas cabizbajos y a veces gimiendo bajito.
Y con razón, porque lo que les había anunciado su amigo el santo era que su vida en este mundo tocaba a su fin y su alma se disponía a emprender viaje a su patria celestial.
No muchos días después, partió San Moling de este mundo.
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