sábado, 16 de junio de 2012

Moling, libertador de Laiginn

In doss óir ós críchaib,
In grian án úas túathaib,
congreit ríg, balc bráthair,
cain míl, Moling Lúachair.

La zarza de oro sobre las fronteras,
El sol espléndido sobre los pueblos,
Paladín del rey, fuerte hermano,
Buen guerrero, Moling de Luachar.

De la vida de San Moling nos han llegado varias versiones antiguas, unas en latín y otras en irlandés. El Santoral de Óengus le dedica esta estrofa completa, correspondiente al 17 de junio, y se explaya sobre él en las notas, recogiendo poemas en su honor y leyendas.
San Moling era de la estirpe real de Laiginn (Leinster), descendiente del legendario Cathaír Mór, padre de la simpática Ethne Taobhfhota -Flancoslargos- cuya  lírica figura domina la breve narración épica Esnada Tige Bucet. A uno se le queda en la imaginación la estampa de la muchacha, caída en la pobreza por la excesiva generosidad y sentido del deber de su padre adoptivo, que baja al río al alba y escoge para el noble anciano el agua más pura del arroyo, los juncos más frescos, tiernos y aromosos con que prepararle la cama. Y allí, junto a la corriente, su encuentro con el príncipe que, más conquistado por su abnegación que por su belleza, solicitará su mano.
Moling (volviendo al santo) era hijo de Faolán y de Nemnat o Emnat Ciarraigheach, así llamada porque procedía de Ciarraige Luachra (Kerry de los Juncos, otra vez), en la orilla derecha del Shannon, donde su ría se abre al océano.
Faolán, el padre de Moling, era briugu: un hombre rico que tenía la honorífica (y onerosa) función de mantener un albergue gratuito para viajeros. Exactamente como el Bucet de la leyenda que mencionaba antes, el padre adoptivo de Ethne Taobhfhota. Casualmente, era en Luachair (Juncos) donde tenía su hospedería. Más tarde se desplazaría al territorio de los Uí Chennselaigh, en la costa de Laiginn -illustrior pars Laginensium, dice la Vita latina-, donde al parecer nació Moling. En la Vita se lee que estos Cennselaigh se llamaban así por ser descendientes de un rey llamado Enna, que al término de una cruenta batalla apareció victorioso, con el cuerpo y la cabeza cubiertos de sangre y polvo (Cenn Salach, Cabeza Sucia).
Recién nacido el niño, bajó un ángel del Cielo en forma humana a bendecirlo, profetizando que no vendría al mundo otro santo mayor en Irlanda. Este mismo ángel, bajo el aspecto de un venerable sacerdote, lo bautizó imponiéndole el nombre de Tairchell y desapareció misteriosamente.
Moling fue entregado a los monjes para ser educado y rápidamente adquirió un vasto conocimiento de las Escrituras. 
El río Barrow (Leinster, Irlanda).
Ya mozo, con unos pocos discípulos, se encaminó, a orillas del Bearú (Barrow en inglés), a un lugar llamado Ros Bruic, el Bosque del Tejón, que después y hasta hoy se conocería como Teach Moling (St Mullins en inglés) por aquel santo, que fundó allí su monasterio. Lugar que siglos antes ya fuera predilecto para Fionn mac Cumhail, el Fingal de los poemas osiánicos. Y donde ya en tiempos cristianos el rey loco Suibne, transformado en pájaro, oiría con delicia, posado en una rama, el cantar de los monjes:
"Ceol na salm, go salmglaine
i Rinn Ruis Bruc cen búaine..."
"La música de los salmos, con la limpieza suya,
En la punta de Ros Bruic, que poco le queda de llamarse así..."
San Moling se buscó un emplazamiento adecuado para una vida eremítica en un lugar donde la marea, dos veces al día, dejaba abundancia de peces. Vivía en un árbol hueco, con grandes ayunos y penitencias. Cuando estaba en oración, fulgía con un resplandor de fuego que la vista no podía soportar. Caminaba sobre las aguas, y una vez que se dejó un libro olvidado en las rocas donde se sentaba a leer, la marea que se lo arrebató se lo devolvió seco e ileso, como si lo hubiera tomado prestado un rato para leer las epístolas de los apóstoles.
Poseía el don profético y escribió un extenso poema en lengua gaélica sobre los futuros reyes de Irlanda, sus batallas y triunfos. No se conserva esta obra, que yo sepa.
Construyó una almadía con la que cruzaba el río a los viajeros por amor de Dios, como San Julián el Hospitalario (y hospitalario, que eso es briugu, era el padre de Moling). Edificó un molino e introdujo, según se dice, el centeno, que no se conocía en aquellas partes. Es frecuente atribuir a los santos, como a San Martín, este papel civilizador de enseñar a las gentes tal o cual cultivo.
También fue un santo constructor. Con sus propias manos estuvo durante siete años cavando un canal necesario para su convento y la comarca. Mientras no lo hubo terminado, no bebió de él ni se refrescó en él la cara por más que sudase. Tenía hecho ese voto. Y cuando lo acabó se bañó en él gozosamente y marchó en procesión con sus monjes, alegremente, hasta donde había dado el azadonazo primero.
Estos trabajos los hacía por penitencia, porque cuando quería, con la fuerza de sus rezos desplazaba peñascos ingentes, que todo un ejército no era capaz de mover ni un dedo. Más asombroso es lo que hizo con una losa que se cayó de un carro y se partió en dos: con sus plegarias la pegó sin que se notase siquiera la juntura.
Gobán Saer, un santo arquitecto e ingeniero, tragaldabas y forzudo, que ha heredado, con el nombre, muchos rasgos del dios Goibniu (Gobán Saer viene queriendo decir Herrerillo el Artesano), el Hefaistos celta, construyó para San Moling una capilla de madera de roble. El salario estipulado fue la mitad de la capacidad de la capilla, en centeno. Terminado el edificio, Gobán lo arrancó del suelo, lo volcó para que Moling midiese el grano y lo volvió a dejar como estaba.
Talaron un día los leñadores para aquella obra un inmenso roble, que al caer se precipitó por un barranco. Quedó, inútil, en el fondo, donde no lo podían recuperar, y acudieron afligidísimos a contar su estéril trabajo a Moling.
-Alegraos -les dijo-; es tarea que Dios nos ahorra y si no me creéis esperad a mañana.
Por la noche el barranco creció y arrastró el tronco gigantesco al mar, donde las corrientes lo depositaron en la playa, cerca de la obra.
Constructores. La torre de Babel. Manuscrito del siglo XI.
Una mañana, al salir a trabajar San Gobán con su cuadrilla a la voz de: "¡A trabajar en el nombre del padre y del Hijo!" Moling los detuvo.
-Hoy se descansa; hoy sólo revisad las herramientas y dejadlas en condiciones.
Al día siguiente, lo mismo:
-Hoy no se trabaja: hoy playa y día libre para todos.
Así un día y otro, hasta que al final una vez los dejó salir.
-¿Por qué nos has estado dando largas hasta hoy?
-Porque es la primera vez que dices, como es debido, "en el nombre del padre, del Hijo, y del Espíritu Santo. ¿Qué querías: gafar la obra? ¿Que se enfadase el Espíritu Santo? ¿Pasar por hereje?
-No me había dado cuenta.
-Eso es que, por algún motivo misterioso, Dios no quería que comenzasen los trabajos hasta hoy. Ahora id enhorabuena.
Y desde aquel día, con especial y eficacísima ayuda del espíritu Santo, se fue edificando el templo con rapidez y perfección. 
Moling pasaba algunas temporadas en Ferns, de cuya diócesis el rey de Laiginn lo había nombrado obispo. Otras en Glendalough, la fundación de San Kevin (ver la anterior entrada). Yendo hacia allá con varios de sus monjes, les salió al camino una mujer con una jarra de fresca, espumante y apetitosa leche. Los hermanos, cansados y acalorados del camino, querían dejarla seca allí mismo, sin esperar a más.
-Si vosotros, hijos míos, supierais como yo qué leche es ésta que nos ha traído esta mujer, no tendríais tanta prisa. Vais a verlo.
Hizo la señal de la cruz sobre la jarra y la leche se convirtió en sangre apestosa, medio podrida y llena de cuajarones.
-A esta mujer le estorba que nos vengamos a instalar aquí; ¿sabéis por qué? Porque tiene muchos amigos y no quiere testigos de sus gatuperios. He ahí el motivo de pretendernos dar jicarazo. ¡Para que os fiéis de las apariencias!
Pero su residencia favorita siempre fue Teach Moling.
Estando allí una vez sumido en sus meditaciones, vio venir una mujer desesperada con un niño muerto a cuestas.
-¡Devuélveme este niño a la vida!
-¿Quién te has creído que soy yo? ¡Yo no tengo poder de resucitar a los muertos! Consuélate, que estará en el cielo y ya tienes allí un santito rezando por tí. Sé razonable: Dios lo dio, Dios lo quitó.
Rabiosa, la madre arrojó el pequeño cadáver al regazo del santo.
-¡Para tí para siempre!
-¡Aj! -gritó el santo sorprendido; y levantándose de un respingo, se sacudió de la saya el muertecito que fue a caer al río con alegre chapoteo. El santo rompió en una carcajada.
-¿De qué te ríes tú, fraile malo?
-¡Mira! De que ha salido nadando. Con la impresión del agua, se conoce. ¡Parece una trucha! ¡Ven acá, chico! Anda, ve con tu madre.
Otra vez, le llevaron un muchacho leproso cojo, ciego, mudo y paralítico. Sus familiares apenas conseguían, a costa de un gran esfuerzo, darle de comer. Cuando llegaron, San Moling tenía un gran caldero en la lumbre, lleno de algo llamado vapturum (no localizo esa palabra: se me ocurre que fuese nata, uachtar en irlandés). Ni corto ni perezoso, agarró al paralítico y lo zampó en el caldero hirviendo, ante la indignada sorpresa de los suyos.
-¡A la cazuela!
El mozo saltó fuera de la olla vivo y sano.
Tampoco lo arredraban las llamas. Una vez unos vecinos salieron de casa, dejando la comida en la lumbre y las puertas cerradas. Se prendió la cocina y las llamas y el humo salían por las ventanas, amenazando a las viviendas de al lado. Los vecinos no podían entrar. Se intentó hacer boquetes en las paredes, pero nada más abrirlos salían por ellos con inaudita violencia llamaradas y humo ardiente; todo era un horno y una bola de fuego. San Moling llegó, abrió la puerta sin esfuerzo y desapareció en la morada. Cuando el fuego se extinguió de por sí, poco después, lo encontraron en la cocina, de rodillas, rezando en silencio, sin una quemadura.
Otras hogueras en que uno se abrasa con mayor peligro del alma, pero infinitamente más deleite del cuerpo, tampoco hacían mella en él. Sucedió que otra mujer como la de los muchos amigos, chinchada con la conducta ejemplar de Moling, decidió derrotarlo atrayéndolo a su propio terreno. Y un día que estaba sudando la gota gorda en la obra de su canal y algunos curiosos se hacían lenguas de su santidad, dijo irritada:
-¡Es un hombre como los demás!: si no, vais a verlo.
Y se le acercó a saludarlo seductora.
-No me interrumpas -le contestó hosco-. ¿No ves que estoy trabajando?
-Para un poquitín, que no se va a mover el río de sitio. Haz un descansito y vente conmigo que te voy a enseñar una cosa que verás cómo te encanta.
Tentadora (Dalila). Francia, siglo XII. 

-Y yo a ti otra.
-¡Vaya! Así me gustan los hombres, que no se anden con rodeos.
-No creas que soy tan mansurrón como parezco, que debajo del sayal hay al. ¿No dicen eso?
-Ya, ya: pero ¿qué tenemos debajo del sayal este, eh?... A ver...
-Aquí no: vamos a la espesura de aquel bosque.
-Muy bien: donde no nos moleste nadie.
-Y ahora que has quedado como tu madre te trajo al mundo, deja que te ate a un árbol...
-¡Atiza! Tú eres de ésos... Átame, átame... Lo que tú quieras... ¡Ay! pero ¿dónde vas, animal? ¡Que me has hecho daño en serio! ¡Ay! ¡Pero... para! ¿Estás loco?
Con una buena vara, Moling puso a la pecadora el cuerpo perdido de verdugazos "desde la planta de los pies hasta la coronilla". Cuando se hartó, la mandó ir con los suyos y volvió a cavar como si tal cosa.
Un lance parecido se cuenta de San Kevin (ver la entrada anterior).  
"Intrépido en el combate", llama a san Moling la Vita que traen las Acta sanctorum por esta heroica resistencia a la tentación. Y es que no hay enemigo como Satanás, y más cuando se vale de esas armas...
La hazaña por la que más se recuerda a Moling fue un logro diplomático. 
Laiginn, la patria de Moling, estaba obligada al pago de un agobiante tributo anual a sus vecinos del Norte, que en aquella época eran los O'Neill.
Pero de esto y de otros milagros de San Moling hablaré en otra entrada. 

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