jueves, 31 de mayo de 2012

El defensor de los bosques

El día 22 de julio mencionan algunos santorales irlandeses a San Moronoc, que asistió en los últimos momentos de su vida en este mundo a San Senan (ver San Senan y su isla). Moronoc viene de Mo Ruadán Óg (la -d- entre vocales se había debilitado hasta desaparecer), forma cariñosa de Ruadán, "pelirrojo", que significaría "Mi Pequeño Pelirrojo".
Así se explican los varios nombres de este santo, que aparece también como Moruan, Ruan, y con otro diminutivo Ronan, Renan e incluso Cronan. 
Moronoc o Ronan, pues, obispo ya en Irlanda, fue uno de los compañeros que viajaron junto a San Senan a Cornualles y luego a León de Bretaña, a principios del siglo VI. Si San Senan (Sané en bretón) fundó su iglesia en Plouzané, Ronan es patrón del vecino pueblo de Loukournan (Saint Renan en francés).
San Ronan. Locronan, Bretaña.
Dice la leyenda, recogida por Anatole Le Braz, que San Ronan vino desde Irlanda navegando montado en una roca alfombrada de algas desconocidas, aromáticas, enfrascado en profunda oración.
Una Vida medieval de San Ronan, escrita en el siglo XI por un clérigo de Quimper, puede leerse, traducida al francés, en el tomo XVI del Bulletin de la Société Archéologique de Finistère (consultable en línea en Gallica, el sitio de la Biblioteca Nacional de Francia).
Tiempo después de haberse instalado a hacer vida eremítica en la provincia bretona de Léon (en el actual Saint Renan), comenzaron a hacerse famosos su santidad y poderes taumatúrgicos, conque la afluencia de suplicantes en demanda de curación le impedía por completo dedicarse a la oración. 
Decidió huir al sur (acompañado por su mula de piedra, que no era otra sino la que lo había traído desde Irlanda y ahora le servía para cargar sus pocos enseres).  Cada vez que hacía un alto, Ronan clavaba el báculo en el suelo. En una de aquéllas, se transformó en una cruz de piedra y el santo comprendió que había llegado a su destino. La mula se acostó y se quedó quieta para siempre, convertida en una roca normal.  Sólo que al amanecer relinchaba y le servía de despertador.
Esta roca milagrosa fue visitada durante siglos por las mujeres que querían quedar embarazadas. Se tumbaban sobre ella o se restregaban con ella la barriga y esto les confería la deseada fertilidad.
San Ronan encontró nueva morada junto a la de un hombre solitario que vivía en el bosque de Nemet con su mujer, Keban, y su hija, elección nada casual sin duda: Nemet se remonta a nemeton, "bosque sagrado" de la religión gala.
La tradición popular explica de otro modo la mudanza del santo: los habitantes de aquella costa debían la mayor parte de sus ingresos al noble oficio de atraer barcos a los escollos y hacerlos naufragar. San Ronan dispuso varias campanas como aviso sonoro para navegantes y los naufragios disminuyeron radicalmente, así que los lugareños no tardaron en advertir al santo que se marchase con la música de las campanas a otra parte; de otro modo, que lo echarían ellos por las malas.
No es que tuviera miedo Ronan ni poca fe; era que quería evitar a aquellas pobres gentes engañadas por Satanás un terrible castigo divino, caso de que se le atreviesen.
En aquella época el cristianismo no había calado aún por aquellas comarcas y la mayoría de los campesinos eran paganos.
Fuente sagrada en Locronan, cerca de donde instaló su ermita San Ronan,
Pero Ronan no podía escapar tan lejos que no lo alcanzase su fama y así empezaron a acudir fieles también hasta aquel nuevo retiro, entre ellos el propio rey, que era entonces Gradlon el Grande (ver La revancha de Dahut), y que sacaba el mayor provecho y disfrute de sus coloquios con el santo.
Los lugareños, cristianos o no, estaban especialmente agradecidos a San Ronan por su protección contra los lobos. Estas alimañas tan temidas le obedecían y restituían las ovejas robadas cuando el santo se lo pedía.
También enseñó a las gentes a cultivar y tejer cáñamo y lino y muchos se enriquecieron fabricando velas para la construcción náutica.
La que no estaba tan contenta era la mujer del florestero, que la tenía completamente olvidada desde que el santo había llegado embobándolo con sus sermones y vida ejemplar. 
El Romanticismo de Hersart de la Villemarqué, el gran poeta bretón, ha transformado a Keban, la florestera celosa, en una especie de druidesa maléfica y feroz.
Las escenas de celos eran constantes, a pesar de que Ronan trataba de apaciguarla asegurándole que no tenía la menor intención de inmiscuirse en aquel matrimonio. 
-Pero mira: -le dijo- a mi ermita no te acerques porque me estorban mucho las mujeres en mi oración.
-Pues a mi marido lo tienes aquí todo el día metido.
-He dicho que me molestan las mujeres.
-Tú, por lo que dices, lo que eres es un maricón viejo, robamaridos.
-Tú por si acaso no intentes pasar de ahí, de esos acebos porque no te obedecerán las piernas.
Así fue, Keban permanecía paralizada cuando intentaba cruzar la linde trazada por el santo y eso aumentaba cien veces su rabia.
La verdad era que Ronan suscitaba sentimientos muy distintos. Ronan, dice la leyenda (no así la Vida) era tan amigo de las bestias que podía transformarse en cualquiera de ellas para compartir sus juegos. Dedicaba gran parte de su tiempo a soltar a las moscas que habían caído presas en las telarañas. 
Hasta a las plantas protegía.
En cambio, era huraño y no le gustaba el trato con la gente. Si algún descuidado se cruzaba en su camino mientras paseaba, interrumpiendo sus meditaciones, le lanzaba tal mirada que lo dejaba estupefacto y atontado durante varios días.
(He aquí, en versión atenuada, el motivo de la mirada mortal que poseían algunos seres mitológicos celtas, como el irlandés Balor o el galés Yspaddaden Penkawr).
También se rumoreaba que era tempestario y que podía conjurar la tormenta y el granizo y descargarlos donde se le antojase.
Una vez vio a un hombre cortando un roble del bosque.
-¿Qué te ha hecho a ti ese pobre árbol para que lo tronces a hachazos?
-Nada, pero ¿que? Necesito las tablas para un cobertizo.
-Deja en paz a esa criatura de Dios.
-Primero será la gente que los árboles, ¡digo yo!
-Ahora veo que sí que vas a necesitar las tablas, pero no para un cobertizo.
-¿Ah, no?
-No.
El roble se vino en ese momento encima del talador y su madera sirvió para hacerle el ataúd.
El mismo Corentin, hombre de gran santidad, vino a visitarlo un día y se encontró la puerta de la ermita precintada por una gran telaraña. Intentó desgarrarla, pero aquello se resistía como si fuese de goma y Corentin comprendió que no era bien recibido y se fue por donde había venido (una variante del motivo de la cueva oculta por las telarañas, ver Cambiazo y telarañas).
Keban, harta de Ronan y de su creciente popularidad, ideó entonces una calumnia singular: que el ascendente de Keban sobre los lobos se debía a que era licántropo. Muchos de los destrozos que se les atribuían a las alimañas del bosque eran obra, decía, del propio forastero.
Por supuesto, el de transformarse en animal, y particularmente en lobo, es un poder que se atribuye a brujos y santos desde tiempos antiquísimos. Carlo Ginzburg, tantas veces citado en estas entradas, relaciona estas transformaciones con el viaje chamánico al reino de los muertos, a los que se trata de arrebatar cosechas y ganados: he ahí el motivo del rescate de las ovejas por San Ronan.
No es Ronan el único santo irlandés relacionado con los lobos: San Ailbhe, una especie de Mowgli hibernio, fue criado por ellos.
Keban iba propalando que las dos únicas maneras de librarse del hombre lobo eran quemarlo o hacer que lo expulsase del pueblo una jauría de perros.
Hombre lobo. Grabado alemán del siglo XVII.
También es propio de la tradición que el perro sea el animal enemigo del lobo por excelencia: el perro representa a la civilización, al mundo ordenado, mientras que el lobo pertenece al caos, a las sombras, al bosque.    
Por si no bastase con las acusaciones que ya había difundido, Keban escondió a su hija pequeña, de cinco años, en un arcón. La leyenda conserva el nombre de la chiquilla: Soazik, o sea Paquita. Le dejó un pedazo de pan y una jarra de leche y la encerró con llave. A continuación, simulando buscarla desesperadamente, fue recorriendo los pueblos de los alrededores y a quien quería oírla le decía que se la había raptado Ronan, en su personalidad lobuna, para comérsela.
-¿Qué dices, loca perdida? -se defendía Ronan- Los cristianos no nos comemos a nadie. Tenemos un mandamiento: que no se puede matar al prójimo. Menos aún comérselo. Hasta comerse los pellejos de los dedos de uno mismo es pecado.
-¿Cómo te metes con el santo de los lobos -protestaban algunos paisanos- que tanto bien ha hecho? ¡O cierras el pico o te lo cerramos nosotros a cantazos!
-¡Embrujados os tiene! ¿No os dais cuenta? Aquí se va a hacer justicia aunque tenga que oírme el mismísimo rey.
Y Keban se fue a arrojar a los pies de Gradlon como una loca furiosa.
-¡Justicia, justicia! ¿Cómo se consiente que venga de fuera un caníbal y se instale en nuestra tierra a llenarse la panza con la carne y la sangre de nuestros propios vecinos y familiares?
-¿Qué hablas?
-¡Ese protegido tuyo, Ronan, que ha hecho de mi marido su amiguito, es hombre lobo y por las noches se transforma y se come a los ganados y ahora encima a la gente! ¡A mi propia hija se la ha comido sin dejar ni los rabos! ¡Pero que, por lo menos, sea la última! ¡Gran rey, coge una tropa de soldados y acaba ahora mismo con ese brujo del demonio!
-No me parece que Ronan haya hecho nunca más que rezar y portarse bien con los vecinos; pero de todas maneras vamos a aclarar este asunto. Que venga Ronan a ver qué responde a tus acusaciones.
 -¿Qué va a decir? ¡Negarlas! -protestó la mala mujer.
-No le será tan fácil, porque vamos a someterlo a prueba -declaró Gradlon-. Has de saber que yo tengo, para casos como éste, una pareja de perros muy fuertes y feroces. Si ven a un criminal, se arrojan a él y lo deshacen a dentelladas. Pero si se trata de un inocente, se lo comen a lametones y se restriegan con él y le hacen toda clase de fiestas.
La mujer estuvo de acuerdo con la ordalía: conociendo la afinidad de Ronan con los lobos y la aversión y ojeriza de los perros a sus primos salvajes, no dudaba que lo harían jirones.
Ronan, que ya era hombre viejo y había hecho un largo viaje a pie hasta la corte del rey Gradlon, se sentó a rezar en una piedra. 
Su aspecto era realmente el de uno de esos ermitaños medio hombres, medio alimañas, de los que se lee en la leyenda de los padres del desierto, y daba pie a que se lo tomase por hombre lobo.
Aquel fue el momento elegido para soltarle los perros por sorpresa. Los furiosos animales se precipitaron a él con rabia, pero a mitad de camino, cuando le vieron hacer la señal de la Cruz, se amansaron y acudieron moviendo el rabo y dando muestras de alegría y sumisión.
San Ronan y los perros. Ilustración de Juan Vila para Almas celtas
de Adèle Reynès-Montlaur (1910).
Gradlon se apresuró a saludar al santo, que les estaba acariciando el lomo y palmoteando la cabeza.
-Comprendo que no sólo eres inocente de lo que te han acusado, sino un santo, porque eso los perros lo huelen y lo notan como ninguna persona.
Bernard Sergent llama la atención sobre el hecho de que el papel que desempeña el lobo en la mitología y la imaginación de la antigua Grecia lo viene a ocupar el perro entre los irlandeses (distinguiéndose entre el perro feroz y el manso). El nombre tradicional indoeuropeo del lobo (*wlkwos ha pasado a designar entre los irlandeses al mal: olc. No hay en celta muchos nombre de persona que incluyan el del lobo, como en Grecia (Licomedes, Licurgo) o entre los germanos (Úlfr, Wolfgang, Raúl); pero sí el del perro (Conchobar, Conomor, Maelgwn). 
El triunfo de Ronan sobre los perros, aparte de la dimensión infernal que adquiere aquel animal con frecuencia y a la que ya nos hemos referido varias veces  (ver Los demonios perrunos) inevitablemente recuerda a la hazaña inicial de Cú Chulainn, el héroe del Ulad (Ulster): la victoria sobre el perro terrible de Culann el herrero (un perro de origen mítico). El héroe pagano, que triunfa sobre la bestia feroz gracias a la protección de Lugh, se ve sustituido por el santo que amansa a los perros salvajes gracias al poder de la Cruz. 
Keban, en todo caso, no se daba por contenta con la ordalía.
-¡No te dejes embaucar, rey Gradlon! -chilló llena de ira- Este santurrón es un antropófago que se ha zampado a mi hija.
Gradlon debía ser sensible a estos lamentos pues, como hemos visto, profesaba a su propia hija un mimo, un amor excesivo, que llegó a ser catastrófico para su reino.
-Tu niña, para que te enteres -respondió Ronan-, está muerta: pero no se la ha comido nadie, sino que ella estaba comiendo. Su cadáver lo tienes intacto en el arcón donde tú la has encerrado. La pobre hija se ha atragantado con un bocado del pan que le dejaste y ahí se ha quedado tiesecita, ahogada. Eso te pasa por utilizarla para tus propias fechorías.
La gente ya empezaba a recoger cantos para lapidar a la calumniadora, cuando Ronan salió en su defensa.
-¡Quietos! ¿No veis que ese disparate de meter a la hija en un cajón no se le ocurre más que a una loca de remate? ¡Bastante desgracia tiene con haberse cargado a su propia hija inocente!
-Es verdad, es verdad -dijo ella aprovechando la ocasión-; y como tú mismo has dicho que la pobrecita no tiene arte ni parte, lo que deberías hacer es resucitarla. Y a mí perdonarme, si es verdad la misericordia que predicas.
-Tienes razón, ¡a la iglesia!
Posaron a la muertecita en el suelo al pie del altar y Ronan, a su lado, postrado en oración. Pronto se dio cuenta de que sus plegarias habían sido escuchadas, cogió a la niña de la mano y uno y otra se pusieron en pie; la criatura corrió a abrazar a su madre.
A pesar de este beneficio tan grande, ni estaba  Keban arrepentida, ni agradecida, ni había amainado lo más mínimo su inquina contra Ronan. Y la siguiente calumnia que se empeñó en esparcir fue que el buen viejo la atosigaba a requerimientos amorosos. Calumna más hábil que la primera (dice la Vita) cuanto más frecuente y cotidiana es la lujuria que el canibalismo.
Aquí Ronan se dio por vencido.
-Yo, con la ayuda de Cristo, de dos dogos ferocísimos he hecho un par de conejillos para poder jugar cualquier niña con ellos; pero el rencor femenino es hueso más duro de roer. Aquí no hay más que poner pies en polvorosa.
-¿Tan poca fe tienes?
-Dios mismo, por boca de Salomón (Eclesiástico, 25), dice que no hay ser más iracundo que una mujer ni serpiente que tenga peor veneno que una de ellas, si está encabronada. Antes vivir con un león o con un dragón, que con una mujer mala. Te lo digo que es así. ¡Yo me doy la del humo! Esa bruja se ha salido con la suya, pero ya tiene su castigo, porque aunque ella no lo sabe, anida en su cuerpo la lepra, y ya se le manifestará, ya; y no sólo ella está manchada de ella, sino toda su posteridad.
-¿La niña del arcón? ¿Y ésa que ha hecho?
-Se siente.
Y Ronan, que ya conocía el Leonís y la Cornualla, se encaminó a la Domnonia, tercera provincia de la Pequeña Bretaña (correspondiente a la parte Noreste). Encontró otro anfitrión, un bretón hospitalario que le dio cobijo en Hillion, junto a Saint Brieuc, que le ayudó a levantar su ermita y le llevaba la comida todos los días a la celda donde había de pasar sus últimos años, pues no tardó en morir. 
Su muerte vino acompañada de tinieblas, de formación de extrañas nubes en los cielos, de la aparición de una columna de humo blanquísimo ascendiendo por los aires.
Cuando una mañana su amigo lo encontró muerto, arrodillado como si orase, resplandeciente y flameante, ni corto ni perezoso tiró de cuchillo, le cercenó un brazo y se lo llevó a casa, depositándolo en lugar digno con las mayores muestras de veneración. Sabía que grandes señores y poderosos monasterios se disputarían sus reliquias y no quería quedarse sin su parte. 
Esa noche lo despertó un vivo dolor. Junto a él, en su cama, veía su propio brazo derecho cortado por el hombro. A las grandes y desesperadas voces que dio acudió gente con luces.
Ante todos, el mutilado confesó merecer su desgracia y el sacrilegio cometido por exceso de devoción; y el pueblo en procesión acudió portando la reliquia robada al oratorio donde yacía Ronan. ¡Oh milagro! Al pasar por la puerta, el brazo se les escapó de las manos y fue espontáneamente a colocarse y pegarse en su sitio. Los lugareños se prosternaron maravillados y se pusieron a orar pidiendo perdón al santo. Todos menos el ladrón del brazo, que sintió cómo lo invadía un letargo invencible y caía dormido a pesar de todos sus esfuerzos. Durante su sopor, el brazo que le había sido arrancado, como antes había hecho el del santo, vino a reimplantársele por sí solo, sin que le quedase cicatriz ni marca alguna.
Tal como había supuesto el compañero de los últimos años de Ronan, los señores de Domnonia, Cornualla y Venedocia (Vannes) se disputaron el cuerpo de Ronan y se decidió, para evitar un derramamiento de sangre, que Dios decidiese. Ni el señor de Domnonia ni el de Vannes fueron capaces de mover el cuerpo un milímetro. El de Cornualla, en cambio, que era manco, recobró el uso de los brazos oportunamente y depositó el santo cuerpo en un carro tirado por bueyes indómitos que, solos y por propia voluntad (conducidos por ángeles), devolvieron el cuerpo a la ermita del bosque de Nemed, donde había padecido la persecución de Keban. 
Parece que ésta celebró con regocijo la muerte del santo y que durante el cortejo fúnebre estuvo insultándolo y ultrajando a sus reliquias hasta que se abrió la tierra y se la tragó. 
El escupitajo que arrojó Keban a la cara de Ronan muerto se dice que vuelve a aflorar cada siete años en su estatua yacente, y es costumbre (o al menos lo era en tiempos de Le Braz) entre las muchachas de la comarca acudir a besarlo con mucha devoción.
En torno a la ermita y debido a la afluencia de peregrinos fueron surgiendo el pueblo de Locronan y un monasterio que se enriqueció a base de donaciones de los duques de Bretaña en agradecimiento por favores recibidos del santo.
Las reliquias de éste hubieron de ser trasladadas en la época de las incursiones vikingas y se depositaron en Quimper. 
Lo que no pudieron los vikingos, esparcir los restos de Ronan, lo consiguieron los revolucionarios franceses en 1794. El magnífico relicario gótico y la capilla que lo albergaba, así como por supuesto el santo cuerpo (con excepción de un brazo: ¿sería el mismo que cortó el paisano de Hillion?), fueron deshechos.
Locronan conserva, con todo, una de sus costillas y una magnífica sepultura encargada por una hija de la buena duquesa Ana, última soberana independiente de Bretaña, allá por el siglo XV.
Cenotafio de San Ronan en Locronan. Siglo XV.
La leyenda, mucho más poética, dice que cuando los bueyes que transportaban al santo se detuvieron, el cuerpo sagrado se hizo piedra y es el sepulcro que hoy se ve; y los árboles del bosque se hicieron columnas y a partir de ellas surgió milagrosamente la colegiata de San Ronan que está en Locronan. 
la festividad de San Ronan se celebra en Bretaña el 1º de junio. En Julio, en cambio, tiene lugar la Troménie, una peregrinación que recorre el camino por donde solía pasear a diario el santo. Esta romería se celebra con el tiempo que sea: una vez que se suspendió por culpa de la lluvia, bajó el propio San Ronan a presidirla, y el cortejo que lo seguía iba formado exclusivamente por ánimas del Purgatorio. Exclusivamente porque en los años normales se dice que éstas también participan al lado de los vivos y a veces aprovechan para aparecérseles. Doué da bardono d'an Anaon!

    




No hay comentarios:

Publicar un comentario