jueves, 10 de mayo de 2012

Vida y milagros del pescador de sirenas

-¿Oís ese carro? -dijo San Macníseo a los que estaban con él- Sólo por el ruido se sabe que va montado un rey en él.
-¡Te engaña el oído! -dijeron los otros- ¡Menudo rey! ¡Ahí no va más que Séadna con su mujer Brigga. Que, por cierto, no está para mucho carro, con la panza que tiene ya...
-Pues para que sepáis que no miento, esa mujer parirá al salir el sol y lo que lleva en la barriga es el rey que digo, que alumbrará al mundo con sus muchos milagros.
-Ya no es pequeño milagro que el carcamal de Séadna haya dejado preñada a la vieja reseca de su mujer...
-Vosotros reíros.
Séadna era un soldado viejo de los Dál nAraide, conjunto de pueblos de la costa Noreste del Ulad (Ulster) que alardeaban de su parentesco con los pictos de Escocia.
Paisaje y ruinas prehistóricas del condado de Aontroim (Antrim),
donde habitaban los Dál nAraide.
 Pero aunque pobre, era de noble sangre, como descendiente de Conall Cernach, uno de los afamados guerreros de la Rama Roja, mesnada del rey Conchobar mac Nesa. 
Durante toda la noche se dejaron ver mágicos resplandores  sobre la morada de Séadna, y a la hora de bautizar al niño, cuando nació, brotó por milagro una fuente. 
Fedlimid, el cura que lo bautizó, era ciego y lavándose la cara con el agua de la fuente recobró la vista: este mismo milagro se cuenta también de San David de Gales.
Le pusieron Comgall porque, al parecer, San Patricio había anunciado proféticamente su nacimiento y su nombre.
Ya desde estos primeros momentos de su vida se comprendía cómo Comgall iba a mandar sobre los elementos del fuego y del agua. 
Se ha visto en él, sobre todo, un santo ígneo, como Santa Brígida; pero San Comgall fue, recordémoslo, el que pescó a la santa sirena Lí Ban (ver Antigüedad de Dahut); muchas veces se le representa con un pez en la mano; era un santo navegante y pescador y sus milagros no sólo se refieren al agua, sino a otros líquidos: la saliva, la leche....
Siendo niño, lo mandaron por leche y cuando volvía con ella se cayó y a la cacharra, del golpe, se le desprendió el fondo; pero la leche se quedó disciplinadamente dentro, sin querer derramarse.  Años después, hizo aparecer milagrosamente un barreño de leche para San Finbarr, que estaba de visita en su monasterio (allí no se usaban esos lujos) y la necesitaba por su enfermedad del estómago. 
Varias veces, mientras el niño santo dormía, se vio una columna de fuego alzarse hasta el cielo sobre él; y se despertaba con la faz resplandeciente como un farolillo.
Durante toda su vida, la alcoba donde dormía solía refulgir como si hubiese dentro una gran hoguera.
Encendía la lumbre con soplar sobre la leña.
De joven, cuando le tocó ir a la guerra, mientras los soldados vivaqueaban bajo una nevada terrible, vio el rey que sobre Comgall no caía ni un copo (seguramente por el calor que irradiaba) y lo licenció como elegido de Dios.
No valía para soldado y lo pusieron a estudiar con un maestro de honda ciencia pero de flaca virtud.
Una mañana, antes de acudir a la lección, Comgall tiró el manto al suelo, lo pisoteó y lo rebozó en cagarrutas de las ovejas.
-Hijo -dijo el maestro-, ¡Cómo vienes! ¿Es que te has revolcado en el estiércol?
-El que te has revolcado toda la noche sin parar en el estiércol, es decir en brazos de tu amiga, eres tú; y piensa que es menos sucio llevar rebozada la capa que el alma.
Frailes lujuriosos con bailarina. manuscrito del siglo XIII.
El maestro se arrepintió, pero de todas maneras Comgall se fue en busca de mentores más virtuosos. Después se retiró a una isla y ya, debido a su fama, tenía discípulos que imitaban su vida ascética. Pero era tan áspera que de sus seguidores siete se murieron de hambre y frío.
Una delegación de santos acudió a decirle que relajase algo su mortificación; donde no, que dejaría Irlanda sin monjes para continuar la labor de los ancianos.
-Yo no les he mandado nada; pienso seguir lo mismo y ellos verán lo que hacen. De todas maneras, me voy a ir de este país a ver si en Britania se está más tranquilo.
-No lo hagas -dijo San Lugidio-; funda aquí un monasterio, que tu ejemplo es un gran beneficio para todos, siguiéndolo con sentido común.
Así se fundó el gran monasterio de Bangor. Muchos grandes santos se formaron entre sus muros.
Dice la leyenda que Bangor o Bennchor, que en irlandés suena como "Astas poner" se llama así porque el héroe Conall Cernach, pasando por allí con un rebaño de vacas, se enteró de la muerte de Cú Chulainn, y en un ataque de rabia les cortó los cuernos y los plantó en el suelo. Esto fue varios siglos antes de nacer Comgall.
Una vez, cerca de su nueva fundación, Comgall vio en la playa a dos hombres discutiendo vivamente y a punto de llegar a las manos. Se les acercó.
-¿Por qué os estáis poniendo así, que parecéis unos lobos?
-Este malnacido, que se empeña en pescar donde echo las redes yo, y cuando llego me encuentro el sitio esquilmado.
-Y tú ¿qué pasa: que te has creído que el mar es tuyo? ¿Quién te da derecho…?
-Me da derecho que como te enganche no te dejo un hueso sano.
-A ver si lo que me dejas son los sesos pegados a este remo…
Pescadores. Cruz de Gosforth, s. X.
-Las manos quietas -dijo Comgall-. ¿Qué sitio es ese que decís?
-Aquél, allá, donde se ve una mancha verde... -se lo señalaron a lo lejos.
-Bueno, pues no pelearse porque desde hoy en esa parte podéis pescar los dos igual.
Efectivamente, a partir de aquel día desapareció por completo la pesca del lugar en litigio. 
En cambio, donde Comgall mandaba echar las redes, las sacaban rebosantes aunque fuese un charco de las rocas.
Paseando a orillas de un lago, vieron los monjes unos cisnes preciosos y sintieron deseos de jugar con ellos y acariciarlos. Pidieron permiso a Comgall para echarles unos mendrugos y atraerlos así a la orilla.
-¿Mendrugos? ¡Ya los quisiéramos para comer nosotros! Pero es igual...
Llamó a los cisnes y acudieron juguetones y estuvieron un rato retozando con los frailes. 
Había instaurado la siguiente norma: cuando un hermano acusaba de algo a otro, el acusado, culpable o no, tenía que postrarse sobre la tierra donde estuviese y permanecer así hasta que  lo perdonasen. 
Dos monjes se pelearon a bordo de una barca y uno acusó de algo al otro; éste se arrojó al mar. Cuando se lo dijeron a Comgall horas después, envió un buzo y, efectivamente, postrado en el fondo del mar, estaba el monje.
-Que subas a la superficie, que ya está bien.
Lo mismo pasó otro día: un monje quedó tendido de bruces por el mismo motivo en la playa. Los otros frailes se olvidaron de él; no podía moverse del sitio, subió la marea y lo cubrió. Comgall, cuando se enteró al cabo de mucho tiempo, mandó a rescatarlo y allí estaba indemne bajo el agua. No en vano se llamaba este hermano Obediente.
Como se supo que una vez había devuelto la vista a un ciego tocándole los ojos con un dedo mojado en saliva, un leproso anduvo siguiéndolo varios días, recogiendo del suelo lo que escupía. Cuando tuvo bastante, lo echó al agua de su baño y así se le curó la lepra.
Otro joven, familiar de Comgall, soñó una noche con un leproso que en sueños le contagió su enfermedad, de manera que se despertó gafo perdido. Esperó a que Comgall saliese del baño y sin cambiar el agua se metió en la bañera, de donde salió limpio y con el cutis de un bebé.
Vino un pordiosero pidiendo limosna y Comgall no llevaba nada encima.
-Esto es lo único que puedo darte.
Y le escupió un gargajo a la pechera.
El gargajo, sin embargo, era de oro: y estirándolo y juntando sus dos cabos, el mendigo hizo un anillo muy pesado de gran precio.
Fue una vez a solicitar algo del rey, que se mostraba remiso a concederlo. Enfadado, Comgall escupió en un gran peñasco, que al recibir el salivazo se partió en cuatro. El rey, aterrorizado, se apresuró a complacer al santo.
Una idea de Comgall fue hacer un ataúd donde acostar a todos los hermanos moribundos para que meditasen sobre el tránsito que les esperaba. Uno de los monjes nuevos lo vio mientras lo hacía, preguntó qué era; Comgall se lo explicó y el monje le alabó la idea.
-¿Verdad que está bien pensado? Ahí moriremos todos… ahí morirás tú. 
Pero no: murió lejos del convento, en una misión, y cuando lo trajeron ya estaba frío y tieso. 
San Comgall, sin dudarlo, lo resucitó.
-Ya me querías hacer quedar de mentiroso, ¿eh?
-Yo iba escoltado por dos ángeles y apareció otro tercero que mandaba más y dijo: "Soltad a éste, que dice Comgall que tiene que morir de viejo en no sé qué cajón”. ¡Qué mano tienes con los de ahí arriba!
Así era. Una vez se le presentó su cuñado:
-Que dicen los chicos que quieren que el tío les mande una campanita de regalo. ¡Ya ves! Los antojos de los críos.
-¿Qué cuesta darles ese gusto? ¡Tú, haz el favor!...
Vino un ángel por los aires y se posó en la celda.
-¿Te importa llevar esta campanita a mis sobrinos, a tal y tal sitio?
-Voy volando.
Ángel volador. Arte románico. Saintes. 
No fue aquella del monje la única resurrección que obró. A ruegos de un padre desesperado trajo de entre los muertos a un chiquillo que se había matado de una caída; pero el crío, cuando despertó, protestó diciendo que prefería mil veces volver al otro mundo. El padre tuvo que resignarse.
Vivía por allí un rico avaro con su madre, llamada Luch, y en una época de penuria tenía sus trojes a rebosar. Comgall mandó unos monjes a pedirle por amor de dios algo de trigo para remediar a los pobres.
-Yo -dijo el rico- no le pido nada a nadie. Que nadie me pida nada a mí. El trigo mío es para que se lo coma Luch.
-Como tú quieras.
Luch, en irlandés, significa “ratón”, y en efecto, llegaron los ratones y en un abrir y cerrar de ojos dieron cuenta de todo el granero del egoísta.
Otra de las virtudes de Comgall era ser un pedagogo milagroso. Sólo con su bendición convirtió a un chiquillo torpísimo y cerril en un fino amanuense y a un fraile que no había hecho en su vida más que destripar terrones en un herrero para quien la forja no tenía secretos. 
El rey Rónán Mac Aeda tenía una mujer que asombraba de lo guapa que era. Esta mujer esperaba un niño, y la desgracia fue que al nacer resultó negrito.
-¡Este renacuajo no es mi hijo ni esta zorra mi mujer! ¡A todos los demonios!
-¡Por Dios: que el hijo es tuyo!
-Claro, claro: clavadito a mí. Anda por ahí.
La esposa repudiada, en su desesperación, apeló a Comgall, asegurándole su inocencia. El santo abad bendijo a la criatura y la tornó blanquísima y de ojos azules, "preciosos, jacintinos" (dice la Vita). Viendo el cambio, Rónán no tuvo inconveniente en acogerlos.
Otra reina, de los Dál nAraide (la nación de Comgall) enfermó y se extinguía ante la impotencia de los médicos. Se acudió como último remedio a Comgall.
-Esto es veneno y por Dios te libro de él y pronto sabremos quién es el criminal.
De allí a poco, una de las esclavas favoritas de la reina, camarera suya, empezó a retorcerse, a darse de bofetones y a echar espumarrajos por la boca, arrancándose los pelos a puñados y gritando su culpabilidad. Al momento fue presa.
-¿Qué le haremos? ¿La quemamos viva? ¿La descuartizamos con cuatro caballos? ¿La despellejamos?
Ejecución merovingia. miniatura del s. XV


-Lo que diga Comgall.
-Dejadla estar -sentenció el abad- y dadle la libertad. ¿Qué crees: que no ha tenido bastante tormento con servirte y aguantar tus caprichos todos estos años?
Rabiando y pataleando obedecieron a Comgall: bien sabían que había hecho morir en un día a treinta soldados por vedarle el acceso a una isla privada; y a uno, que había osado robarle unos asnillos a una monja, le había hecho padecer una agonía espantosa antes de encomendarlo a los demonios.  
A diferencia de otros santos, Comgall tuvo antes de morir una enfermedad dolorosa y cruel. Sordo, afásico y con una retención de orina que le hacía pasar un auténtico martirio.
Unos decían que era en castigo por la penitencia excesiva que imponía a sus frailes; otros que era consecuencia de las mortificaciones insensatas a que se había sometido toda la vida. Entonces vino un ángel del cielo y cerró a todos la boca:
-¡A callar! No es ni lo uno ni lo otro. El Cielo obsequia a Comgall con unos dolores tan exquisitos e insoportables que a él solo no se le habrían ocurrido. ¡Son los últimos dones del Señor!
Y al fin murió consolado y asistido por San Fiachra, que obtuvo en premio de sus desvelos una importante reliquia: un brazo entero de San Comgall.
Con estas palabras lo honra en la fecha del 10 de Mayo el Santoral de Óengus:


Hi sídfhlaith ind altair
I mbí toirm cech thempuil,
Ron-snáda in slúagach
Comgall búadach Bennchuir.


Al reino de paz del Otro Mundo,
donde resuenan todos los templos,
Nos escolte el caudillo de grandes huestes,
Comgall el vencedor de Bangor.






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