sábado, 19 de mayo de 2012

El justiciero

En Bretaña, donde se rinde culto a tantos santos de épocas misteriosas y legendarias, también conoce la devoción popular santos más modernos como San Vicente Ferrer, San Juan Discalceato (el Santito Negro), San Guillermo Pinchon, o el que probablemente sea más venerado dentro y fuera del país, San Erwan Helory de Kermartin, Yves en Francés.
San Ivo. Le Folgoët, Bretaña.
La vida de San Erwan, Yves o Ivo abarca toda la segunda mitad del siglo XIII y la rebasa. Fue canonizado cuarenta y cuatro años después de su muerte; ya antes de ella gozaba de extendida fama de santidad por sus obras y vida ascética. Fue santo de tejas abajo y no dudó en encabezar una revuelta popular en la ciudad de Tréguier en contra de una subida de impuestos que pretendía imponerse a sus vecinos (incluida la Iglesia).
Era orador infatigable y allí donde veía un corrillo se acercaba y empezaba a predicar con brío contra los vicios de su tiempo. Las gentes, en vez de arrojarle cualquier troncho o marcharse a otra parte, lo escuchaban con atención, viniendo multitudes desde lejos a sus sermones, y eran muchos los pecadores que se convertían y abominaban de sus malas costumbres.
Con motivo: estaba un día predicando San Ivo en una plaza cuando cruzó un hombre a caballo que iba a sus asuntos sin hacer caso de sermones.
-¿Veis ése que pasa de largo? -dijo San Ivo- ¡Bien se pararía si en vez de estar yo predicando la palabra de Dios estuviesen cuatro fulanas meneándose y tocando las panderetas de Satanás! Pero ya se parará, ya... 
Efectivamente, días después le dio un ataque y quedó paralítico.  
San Ivo, que tan duramente juzgaba a las bailarinas callejeras, años más tarde acogería en su casa, una noche de invierno, a la familia del juglar Riwallon, su mujer, música y algo bruja, sus hijos que tocaban el biniou y la bombarda y sus dos preciosas hijas que deleitaban a los espectadores con sus bailes y lo que hiciese falta (dice Le Braz, el gran folclorista bretón).
Juglar y bailarina. Manuscrito de principios del siglo XIV.
 Les abrió su puerta para que pasasen la noche y allí quedaron más de diez años como huéspedes y sirvientes de San Ivo, al menos hasta 1303. Este episodio lo narró en verso el poeta bretón Tiercelin, en su libro Les cloches (Las campanas).
Los Acta sanctorum recogen el el día 19 de Mayo un resumen de su proceso de canonización, en un sabroso latín repleto de galicismos, así como una Vita más amplia obra del franciscano Mauricio Galfrido.
Como abogado que fue, el pueblo ensalza a San Ivo por su imparcialidad, honestidad a toda prueba y defensa de los desfavorecidos. Anatole Le Braz afirma que la nación bretona entera, como tal, se identifica con el pobre que suele acompañarle en las imágenes, mil veces avasallado y curtido en sufrir injusticias, para quien es causa de asombro la defensa que el santo abogado toma de él.
Y así se le ensalza en estros tres versos latinos:
Sanctus Yvo erat Brito,
Advocatus et non latro,
Res miranda populo!


San Ivo era bretón,
Abogado y no ladrón,
¡Cosa asombrosa para el pueblo!
san Ivo entre el rico y el pobre, cuyo memorial
acepta, escuchándolo con atención.
La Roche-Maurice, Bretaña.
La representación más frecuente, la que se encuentra en muchas iglesias y hogares por toda Bretaña, es la que lo muestra entre el pobre, que le ofrece un memorial que el santo recibe con gesto benévolo y el rico, que le tiende la bolsa con el soborno que el santo rechaza.
Su fama se debe también a sus obras de caridad. En su casa encontraban techo y comida los pobres; se quitaba el pan de la boca para darlo a los hambrientos; en ocasión que dos mujeres escandalizadas lo denunciaron por andar casi desnudo por la calle, se supo que había repartido sus vestiduras (irritante limosna, como se verá) entre los ateridos enfermos de un hospicio. Es cierto que en esto recibía auxilio divino; que panes y verduras se multiplicaban milagrosamente cuando los repartía; que lo que daba de limosna le era a veces devuelto por el Cielo, que de allí bajaban los ángeles con comida para que la diese a los pobres, cuando a él le faltaba.
Ivo había nacido en una familia noble y acomodada, sin ser de las más ilustres de su país. Viendo su aptitud para las letras, quisieron ponerle un maestro; pero el único que juzgaban adecuado tenía escuela lejos de donde vivían y su madre, mimosa, exigía que el niño hiciese las comidas en familia. No importó: por medios sobrenaturales el pequeño iba y venía puntualmente a sus lecciones para asombro de todos.
Aprendidas las primeras letras, estudió derecho en las universidades de París y Orléans, acompañado de su amigo de infancia y primer maestro Juan de Kergoz, y regresó a Bretaña donde, en Rennes y Tréguier, ejerció como abogado, se ordenó sacerdote y se le encomendaron dos parroquias.
En su proceso de canonización se refieren como milagros sucesos que, en todo caso, demuestran un extraordinario dominio psicológico. Una vez acudió a juicio una pareja. El hombre sostenía que ella era su mujer legítima; ella, que no estaban casados. El tribunal se inclinaba por fallar a favor de la mujer.
-Lo que tiene que hacer es irse con su marido -Dijo San Ivo.
-¿Qué pruebas tienes de que lo sea?
-¿Pruebas? Su propia declaración. A ver: ¿quién es este señor?
-Mi marido -afirmó ella.
Pero luego volvió a desdecirse. En el momento del juicio, San Ivo le preguntó:
-¿Estás soltera?
-No, señor: casada.
-¿Con quién?
-Con ese señor, mi marido -respondió señalando al otro pleiteante.
-¿Estás segura de que es tu marido?
-¿No voy a estar segura? Mi marido es, no he tenido otro ni creo que lo tenga nunca.
Cada vez que se le preguntaba sin estar delante San Ivo, lo negaba; pero en su presencia, como si la verdad escapase de su boca, la admitía bien a su pesar.
Ama de casa con su criada. Siglo XVI.
Otro caso sonado fue el de una mesonera a la que unos clientes, mercaderes, le dejaron a guardar una talega de gran peso cuidadosamente cerrada.
-¿Podrías tenernos esto hasta que volvamos? Nosotros vamos de ciudad en ciudad y no es seguro viajar con todo eso. Pero mira que no lo abras ni se la des a ninguno de los dos no estando el otro delante.
Cinco días más tarde, aparecieron los mercaderes en compañía de otros tres o cuatro.
-¡Ea, posadera, prepáranos de comer bien para esta noche, que vendremos a la cena!
Pero un rato después, llegó uno de los dos:
-¿Has comprado para la cena?
-Aún no.
-¡Menos mal! Venía a cancelarla. Hemos resuelto los asuntos que teníamos y vamos a aprovechar el viaje de unos paisanos que vuelven a casa. En estos tiempos, es mejor viajar muchos juntos. Pero se van ahora mismo ¿Me das la talega, que los tengo esperando? 
La ingenua posadera le dio la talega y al cabo de poco tiempo apareció el segundo mercader preguntando por su compañero.
-¿Has visto al otro que venía conmigo?
-¡Claro: y le he dado la talega!
-¿La talega? ¡Dios mío, me has matado!¡Mis mil doscientos escudos de oro! ¡Échales un galgo! Pero ¿no te habíamos dicho que no se la dieses a ninguno de los dos si no estaba el otro?
-Ya; pero yo... Como tenía prisa...
-¡Y tanta! Ahora: esto no se queda así... 
El comerciante la demandaba y le pedía la restitución de los mil doscientos escudos y un pico por otros efectos que contenía la bolsa.
En el juicio, a punto ya de dictarse sentencia, intervino San Ivo.
-¡Un momento! Aquí no hay caso, porque mi defendida ha recobrado la bolsa y está dispuesta a entregarla.
-¡La talega! ¡No puede ser! -exclamó el otro.
-Muy bien -dijo el juez-: hágasele entrega de ella a su dueño.
-Eso no: porque ella se ha comprometido a entregarla sólo si están los dos; y que comparezca el otro y la entregará. 
-¡Señoría, esto es un farol! ¡Son dilaciones para no pagar! -protestó el hombre.
Y empezó a ponerse tan nervioso y descompuesto, a temblar y a hacer tales visajes que el juez sospechó que había gato encerrado. Se tomaron nuevas declaraciones y el mercader confesó que la bolsa contenía clavos y chatarra vieja y que todo había sido combinado para timar a la posadera.
El frustrado estafador fue  debidamente ahorcado en la ciudad de Tours. 
No faltan en las actas sucesos de índole más sobrenatural. Estando a la mesa un día, recibió la visita de un pájaro maravilloso, de magnífico plumaje blanco y verde, de especie nunca vista, que estuvo jugando con él mientras duró la comida de los demás, porque el santo, como hipnotizado, no tenía ojos más que para él; y afirma el testigo que aquel ave no era cosa de este mundo. Otra vez sentó a su mesa a un pobre harapiento y sórdido ("todo podrido de lepra", añade Albert Le Grand) y lo convidó a comer de su propio plato. Al marcharse el mendigo, ya en el quicio de la puerta, se volvió y apareció radiante de belleza, luminoso, envuelto en una túnica como la nieve.
Con ocasión de la revuelta a que me refería antes, es sabido y así lo dicen los testigos en su proceso de canonización que mantuvo una conferencia en la catedral con el mismísimo San Tugdual, fundador de la diócesis.
A la manera de Moisés, separaba las aguas de los ríos crecidos para cruzarlos; alargaba con sus oraciones las vigas de madera; apagó un gran incendio con una jarrita de leche.
Eran prodigiosos los ayunos y otras mortificaciones que se imponía San Ivo. Muchas veces dormía en el suelo; otras muchas, que era mayor tormento, en una cama que se había hecho como obra de cestería de varas torcidas y nudosas. Muchas veces mojaba la ropa antes de irse a dormir con ella puesta.
Gastaba debajo de la camisa y sobre la piel una túnica de crin, a manera de cilicio que daba horror verla (quod horror erat inspicere) -dice la testigo Dathovada, hija del juglar Riwallon- por la infinita cantidad de piojos que vivían en ella. Los piojos eran para San Ivo sus amigos e instrumentos de mortificación y la tal camisa era un hervidero de ellos. Cuando San Ivo descubría que alguno se pretendía escapar, lo cogía delicadamente y lo devolvía con cuidado a su hábitat. Una vez alguien, en un gesto seguramente inconsciente, le quitó uno de aquellos piojos exploradores y aventureros y se lo aplastó: el santo le riñó agriamente. Tenía cariño a aquellos mordicantes huéspedes y a la camisa donde vivían la llamaba "garenna pediculorum", "el conejar de los piojos". Decía que le servían, devorándolo en vida, para no olvidar que se lo comerían los gusanos después de muerto.
En general, la limpieza de la ropa era un lujo sospechoso para San Ivo. Sabemos por el testimonio de su cuñada que cuando le lavaban la ropa y quedaba demasiado limpia a su juicio, se la regalaba a algún pobre.
Pobre. le Folgoët, Bretaña.
Este santo caritativo y bondadoso tiene, sin embargo, su cara severa y de echarse a temblar. No le gusta andarse con bromas. Cuenta Sébillot en La petite Légende Dorée de la Haute Bretagne que cierta criada del pueblo de Landezais, joven, mona, presumida y desparpajada, apostó un delantal de seda a que iría de noche a una capilla de San Ivo y se llevaría la imagen del santo. A la mañana siguiente lo único que se encontró de la moza fueron la cabellera, colgando atada a la rama de un árbol, los zapatitos al pie.
A San Ivo se recurre en última instancia cuando se tienen pleitos peliagudos. Se le invoca con la fórmula: "Fuiste justo en vida, sé justo después de muerto". Se peregrina o peregrinaba (cuenta Le Braz, que hizo esa romería) a una capilla suya perdida en el monte, caminando con una moneda, que se le ofrendaba luego, en el zapato. O se arrojaba la moneda a los pies del contrario.  También ejerce su poder cuando uno sospecha que le han robado algo. En Bretaña, cuando alguien acudía a esta intercesión, lo pregonaba o anunciaba con un pasquín en la puerta de la iglesia: si no había restitución, el ladrón se secaba y consumía e hincaba el pico antes de un año.
Escandalizado por esa costumbre, un párroco mandó derribar la fatal capilla y guardar la imagen vengativa en un almacén. Una mañana amaneció estrangulado en su cama. Dijo el ama que aquella noche había oído unos pasos extraños subiendo las escaleras hacia la alcoba del cura: pasos como de un hombre de palo.
A la muerte de San Ivo, se le edificó un suntuoso sepulcro en la catedral de Tréguier. El magnífico monumento gótico fue destrozado por los "azules", los soldados de la República, durante la encarnizada guerra de la chouannerie, en 1793.
Hoy se levanta en su lugar una reconstrucción de finales del siglo XIX. 
Reliquias de San Ivo. Catedral de Tréguier.
Es un cenotafio: al excavar para erigirlo no se halló ni resto del cuerpo. Se veneran, en cambio, las reliquias separadas de él antes de su inhumación: la calavera y dos fragmentos de hueso largo. 



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